Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Le thé au harem d’ Archiméde

Carlos M. Gutiérrez.

¿Que está pasando en Francia?

El título de este artículo, que hace referencia al de una interesante película francesa de 1984, dirigida y escrita, con tono autobiográfico, por el francés nacido en Argelia Mehdi Charef,  trata de apuntar y describir la clave de los acontecimientos que están sucediendo en los últimos días en Francia.

Las conmovedoras y duras imágenes del film nos muestran la historia de dos adolescentes, uno un inmigrante de origen magrebí y el otro de origen francés, que viven y luchan en esos auténticos ghettos de marginalidad y exclusión que fueron levantados en los años sesenta-hasta un total de 750 en toda Francia-, y que algunos llaman cités, y que han sido rebautizados, de modo ciertamente eufemístico, como «zonas urbanas sensibles».

En el pasaje más impactante de la ya antigua película se nos muestra la impotencia y la rabia del muchacho inmigrante al recibir toda la burla e incomprensión de sus compañeros de clase y de  su propio maestro. El chico es interpelado por su profesor a escribir en la pizarra el Teorema de Arquímedes (Le théoréme d¨Archimede). Con mano temblorosa e insegura, el joven magrebí traza sobre el tablero la frase: «Le thé au harem d’ Archimede (El té en el harén de Arquímedes). Todo un signo de falta de integración cultural y fracaso del sistema educativo, y una clara muestra de cómo el repliegue en las propias señas culturales sirve como barrera y como defensa ante un entorno que se percibe como hostil y extraño.

En un momento en el que la prensa europea está usando parecidos métodos de descalificación a los que estamos habituados por estos pagos: vándalos, delincuentes, traficantes de drogas o radicales islámicos, no está de más recordar que éste fenómeno, la exclusión y la represión de los inmigrantes, pobres, por supuesto, no es nuevo en Francia ni en el resto de Europa. Las imágenes que nos han llegado por medio de la televisión en los últimos días nos mostraban como abigarrados policías, armados hasta los dientes, efectuaban auténticas razzias en las que se apuntaba directamente contra pacíficos vecinos que estaban en sus portales, ¿en este caso está «en suspenso» el sacrosanto derecho a la propiedad privada?, ¿para los pobres no rige el derecho de inviolabilidad del domicilio?. Las imágenes eran muy claras para todo el que tenga ojos y quiera ver, los elementos que determinaban hacia donde apuntaban los agentes sus armas eran muy claros: el color de la piel y la posición en la escala social.

Cualquiera que simplemente tenga un mínimo de sensibilidad, verá claro, también, el paralelismo entre estas incursiones punitivas de los cuerpos de seguridad franceses, fuertemente penetrados de elementos fascistas y racistas, como en los casos italiano y español, y las que, hace bastante más tiempo, efectuaban las SS en los numerosos ghettos, fundamentalmente de Europa Oriental, a la caza de judíos, o también, a las más recientes expediciones de castigo que continúa llevando a cabo el ejercito israelí contra el pueblo palestino. En el caso de los ghettos de los años 40 y en el más actual del pueblo palestino existen muros en el sentido físico de la expresión, en la Francia y en la Europa actuales esos muros son seguramente, al menos, igual de infranqueables, aunque su visibilidad sea menor. Unos muros que se basan en la exclusión social y cultural, en una polarización social cada vez más acusada y en un moderno modo de exclusión espacial a través de la privatización y la precarización del transporte urbano y de la construcción de diversas barreras arquitectónicas.

Nos enfrentamos ante nuevas realidades pero al mismo tiempo con el empleo de viejos métodos, actualizados, por supuesto, por parte del sistema. La misma existencia de las banlieues (suburbios), la criminalización de sus habitantes o el hecho de atribuir los acontecimientos que están sucediendo a una suerte de caudillismo delincuencial o a la actuación de grupos integristas islámicos señalan una estrategia cuyo fin último es la división de clase, impedir la recomposición de la clase es su objetivo central y contra el que debemos dirigir nuestros esfuerzos. Si una importante porción de los miles de inmigrantes que pueblan la Europa de este comienzo de siglo no está proletarizada o no se siente parte de una clase social no es por su culpa, no podemos caer en esa trampa que nos tiende el sistema. Si ellos ven en el Islam radical un elemento liberador de primer orden y con un potencial revolucionario y modernizador que nos sorprende no es tampoco porque sean un caso perdido. Las organizaciones de izquierda seguramente han fallado en su tarea y no han sabido entenderles, y no han sabido que armas emplear para integrarlos y dotarles de conciencia de clase, ese debe ser nuestro empeño.

La paciencia y la clara comprensión de los fenómenos sociales serán la única guía que pueda dotar de una solución de clase, la única posible, para la cuestión de la inmigración en nuestro Continente. En primer lugar, debemos ser conscientes que el estallido francés es solamente un aviso, el fenómeno es de carácter europeo y la represión, la existencia de ghettos y las exclusión de los inmigrantes presenta un carácter casi uniforme en el conjunto de Europa. En nuestro país, aunque más recientes, todos estos esquemas se van reproduciendo y consolidando de un modo cada vez más evidente. La adopción como lugar de residencia por parte de los inmigrantes, de las zonas más degradadas de las grandes urbes de nuestro estado es cada vez más acentuada, si a eso unimos una política de inmigración restrictiva y que no facilita la integración y unas fuerzas de seguridad que comparten parecidos postulados ideológicos con las francesas podemos encontrarnos con un peligroso cóctel que augura un futuro muy similar para las ciudades del Estado Español.

La conciencia de clase y la experiencia de la explotación actúan de un modo lento pero inexorable. Pese a que la prensa burguesa sigue cantando las alabanzas de la movilidad social, y recientemente aireaba que gran parte de los inmigrantes consiguen abandonar a lo largo de sus vidas estos suburbios y «prosperar» mejorando su estatus social, también reconocía que la población de estos auténticos bantustanes crecía cada vez más y su índice de degradación material y social se mantenía en el tiempo.   Este brote de rabia y de rechazo es una señal muy clara del potencial constituyente de la negación ante la propia realidad y ante el sistema que la hace posible Un no constituyente que seguramente no tendrá su traducción en cambios significativos de inmediato, pero que señala como los explotados y los excluidos se identifican y se organizan en la lucha. Estamos viendo como surgen nuevos métodos de guerrilla urbana, como estos grupos de jóvenes utilizan las modernas tecnologías para luchar contra unas fuerzas represivas que les atacan también usando la tecnología, como usan los medios de autoidentificación que conocen: . Nos encontramos, también, con algo que me parece aún más importante, los jóvenes inmigrantes de las diversas banlieues francesas están aprendiendo a luchar en el nuevo marco dado por el capitalismo, en un marco que no es ya, en muchos casos, las vieja ciudad-fábrica y que ha ampliado su extensión hasta convertirse en lo que recientemente llamaban los compañeros italianos la nueva metrópolis urbana. El proceso será largo: no son nuestros enemigos, son nuestros hermanos, esperemos que el otoño francés sea el anuncio de una larga primavera.

Carlos M.Gutiérrez.

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