Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Lenin y la cuestión judía

(*)

     Contrariamente a Marx, Lenin conocía bastante bien la situación de las masas judías del imperio ruso. Si se refiere a los trabajos de Karl Kautsky y de Otto Bauer, precisamente es en la medida en que va a pronunciarse sobre las tendencias a la asimilación en el mundo civili­zado, es decir, no en Europa oriental, sino en las democra­cias burguesas occidentales.(1) Por ello, extrajo más clara­mente que Marx las consecuencias de la función social específica asumida históricamente por los judíos. Forman –escribe– una nación –«la más oprimida y la más acosa­da»– que, en Galitzia y en Rusia, «países atrasados, semisalvajes», se «(mantiene) por la violencia en la situación de una casta» (2). Descripción que pone muy bien de relieve la doble naturaleza, social y nacional, de la condición judía, que (Abraham) León expresará bajo una forma aunada en su fórmula «pueblo-clase». Lenin corrige, de esta manera, las aprecia­ciones demasiado rígidas que había emitido en 1903 en el transcurso de su polémica con el Bund, período durante el cual se preocupó sin demasiado matizar sobre el hecho de que el pueblo judío había perdido sus características nacionales. En esta época estimaba que las tesis del Bund sobre Ia existencia de una nacionalidad judía conducían a un autoaislamiento reaccionario, a repliegue sobre el espíritu de getto»(3).

      En sus Notas críticas sobre la cuestión nacional (1913), extrae en primer lugar las «dos tendencias históricas en la cuestión nacional»: eI despertar de la vida nacional y la formación de los estados nacionales al comienzo del desarrollo de la sociedad capitalista y la «destrucción de las ba­rreras nacionales, la creación de la unidad internacional del capital, de la vida económica en general, de la política de la ciencia etc. que caracteriza al capitalismo que llega a la madurez».(4) Ahora bien, sí se sitúa a la cuestión judía en esta perspectiva, está claro que en Europa del Este el atraso general refuerza el particularismo judío, mientras que las condiciones favorables a la asimilación se presentan en los Estados occidentales liberales: «…sobre diez millones y medio de judíos en el mundo entero, casi la mitad viven en el mundo civilizado, en condiciones. de la más favorable «asimilación», mientras que los judíos de Rusia y Galitzia, desdichados, oprimidos, privados de derechos, aplastados por los Purichkevitch (rusos y polacos), viven en condiciones de la menor «asimilación», con el particularismo de la «zo­na de residencia forzosa» para los judíos, el establecimiento, para ellos, de una «norma porcentaje» y otras maravillas a lo Purichkevitch» (5)

      Resulta que los judíos no constituyen, propiamente ha­blando, una nación ni en los países semifeudales, en donde forman una casta, ni en los Estados occidentales en donde se asimilan. Estos hechos «atestiguan que sólo pueden clamar contra la «asimilación» los pequeños burgueses reaccionarios judíos, que quieren hacer marchar a contrapelo el sentido de la historia, obligándolo a girar, no comen­zando por el régimen de Rusia y Galitzia hacia el régimen de París y de Nueva York, sino a la inversa» (6)

     Un partido marxista «(elabora) un programa nacional a. partir del punto de vista del proletariado» (7) Lo que significa que «en el lugar del nacionalismo, el marxismo coloca al internacionalismo». «Reconoce plenamente la legitimidad histórica de los movimientos nacionales», «pero para que este reconocimiento no se convierta en una apo­logía del nacionalismo, es preciso que se limite estrictamente a lo que hay de positivo en estos movimientos, y que este reconocimiento no conduzca a oscurecer la conciencia proletaria por la ideología burguesa. De aquí el deber y el interés del proletariado en «sacudir todo yugo feudal, toda opresión de las naciones cualquier privilegio para una de las naciones o para una de las lenguas», pues se trata, en este caso, de un nacionalismo progresista: Pero el nacionalis­mo no puede mantenerse más que en estos límites estric­tos y en este marco históricamente determinado. Ir más allá de esta tarea esencialmente negativa –combatir las injus­ticias por el «democratismo más decisivo y más consecuen­te»– sería reforzar al nacionalismo burgués».(8)

    Cada cultura nacional comporta una cultura burguesa dominante y «elementos, incluso sin desarrollar, de una cultura democrática y socialista», engendrados por las condiciones de vida de la masa trabajadora y oprimida. «También la «cultura nacional», en general, es la de los terratenientes, la del clero y la de la burguesía».(9) En con­secuencia, la consigna del movimiento obrero no es la cultura nacional, sino más bien el internacionalismo prole­tario, «la cultura internacional de la democratización y del movimiento obrero universal», (10) la lucha contra el naciona­lismo burgués, el «suyo propio» en particular. (11)I

    El proletariado «sostiene todo lo que ayuda a borrar las distinciones nacionales» a fin de que la reagrupación se haga por clases y no por naciones.(12) «La propaganda de una completa igualdad de las naciones y de las lenguas no pone en evidencia en cada nación, mas que aquellos  elementos de democracia consecuente (es decir, únicamente los proletarios) agrupándolos no por nacionalidad, sino por su en tendencia a las mejoras profundas y serias de la estructura general del Estado.(13)

     Aplicando este análisis a la cuestión judía, Lenin opone a la cultura nacional judía en general, particularismo en­gendrado por la condición judía en los países semifeudales que refleja «lo que comporta un carácter de casta entre los judíos», «los grandes rasgos universalmente progresistas de la cultura judía», es decir, el internacionalismo y la adhesión a los movimientos proletarios. y añade: «la proporción de los judíos en los movimientos democráticos y proletarios es por todas partes superior a la de los judíos en la población e general». La cultura nacional es la consigna de la burguesía judía; la integración en la clase obrera internacional, aportando su contribución específica «a la creación de la cultura internacional del movimiento obrero» es la del proletariado judío» (14) Lenin polemiza duramente con el parti­do judío Bund, cuyo programa nacionalista (la autonomía cultural nacional), «divide las naciones y vincula de hecho los obreros de una nación con su burguesía». (15) Inversamente, Lenin se pronuncia por la abrogación de todo privilegio nacional y por la igualdad de derechos de todas las minorías nacionales. Reconoce «la libertad de toda asociación, comprendida la asociación de no importa qué comunidades, de no importa qué nacionalidad en un Estado dado».(16) Además, recomienda substituir las fron­teras políticas caducas por divisiones inspiradas, entre otras condiciones, en la composición nacional de la población. «Para suprimir toda opresión nacional, importa principal ente crear distritos autónomos, incluso con proporciones ínfimas, de composición nacional completa y única, en torno los que también podrían «gravitar» y con ellos entrar en relación, asociaciones libres de todas las especies, los miem­bros de una nacionalidad dada, dispersados en diferentes puntos de un país e, incluso, del globo». Pero, agrega, sí la composición nacional de la población es un factor muy importante, «sería absurdo e imposible separar las ciudades (con composición nacional mezclada, N.W.) de las aldeas y distritos que gravitan económicamente alrededor de ellas, en razón del elemento nacional». (17)

     Esto explica que la población judía, principalmente con­centrada en los grandes centros urbanos en donde es mino­ritaria, prácticamente no supiese formar tal entidad nacional. El poco éxito de los soviets locales y regionales judíos en la URSS, en el transcurso de los años veinte, lo demuestra. Por lo demás, en el medio urbano el proletariado judío tiene a desnacionalizarse.

    En uno de sus últimos escritos, Lenin subrayó que, a fin de borrar el legado de la opresión nacional zarista y ase­gurar la solidaridad de la clase entre la nación anteriormente dominante y el pueblo anteriormente oprimido, se requerían las más amplias concesiones a la nación oprimida.(18)

 

(1). Lenine, Notes critiques…, p. 16.

(2). Ibidem, pp. 12-13.

(3). Cfr. Jonathan Fraenkel: Lenin e gli ebrei russi, pp. 104-105 y Schwartz, o. c., p. 50.

(4). Notes critiques…, p. 14.

(5). Ibidem, p. 16

(6). lbídem, p. 16.

(7). lbídem, p. 30.

(8). lbídem, pp. 22-23. 22.

(9)  lbídem, p. 11.

(10). lbídem, p. 8.

(11). lbídem, p. 12.

(12). lbídem, p. 24.

(13). lbídem, pp. 31-32.

(14). lbídem, p. 13.

(15). lbídem, p. 32.

(16). Ibidem, p, 28.

(17). Ibidem, p. 41.

(18). La question des nationalités ou de l´autonomie (suite), 31-XII-1923, en V. I. Lenine, Oeuvres, Tomo 36 (París-Moscú 1959), pp. 620-622.

 

     (*) Anexo a la obra de Natham Weistock, El sionismo contra Israel. Una historia crítica del sionismo, Ed. Fontanella, Barcelona,  1970, tr. de Francisco J. Carrillo.

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