Entrevista a Wu Ming sobre propiedad intelectual
Entrevista al colectivo de narradores Wu Ming sobre propiedad intelectual aparecida en la newsletter de la Asociación Italiana de Bibliotecas, Junio 2002 (traducida de Cheval)
¿Qué pensáis de la reciente ley sobre los derechos de autor que impide (también en las bibliotecas) la reproducción de más del 15 % de textos en el mercado? ¿Puede ser un modo efectivo de proteger a los autores y de favorecer el mercado del libro y la difusión de la lectura?
No. La difusión de la lectura se favorece permitiendo la difusión de los textos, no restringiéndola. Si uno no tiene los más de 20 euros que hacen falta para comprar un libro, no los tiene y punto. ¿Qué va a hacer, enterrar una moneda en el Campo de los Milagros? La prohibición de la reproducción va a afectar a un grupo de personas que las casas editoriales (como las discográficas) ya han perdido, por culpa de políticas miopes, del continuo incremento de los precios y de la caída constante de calidad. En el ámbito universitario, podemos pensar en los numerosísimos textos que forman parte de los programas, aunque son mediocres o incluso pésimos, sólo porque los ha escrito un amigo o un compañero de cuerda… Más en general, puede apreciarse que toda la legislación sobre los derechos de autor a nivel planetario es expresión de una mentalidad oligárquica y represiva, cada vez más reducida a defender los privilegios de lobbies obsoletos, multinacionales y potentados que campan sobre la apropiación indebida de lo que debería ser de todos.
¿Qué posibles soluciones alternativas encontráis?
En general, estamos por la libertad de reproducción. La libertad de reproducción no limita la venta en las librerías: se trata de circuitos distintos, enfoques distintos, soportes distintos. Lo experimentamos todos los días con nuestros libros, que llevan esta indicación: ‘Se permite la reproducción total o parcial de la obra y su difusión por vía telemática para uso de los lectores, siempre que no sea con fines comerciales’. Esta última precisión tiene además un significado político: el derecho convencional, de impronta liberal-burguesa, se construye alrededor de un sujeto que, si lo miramos con atención, es un sujeto abstracto, no arraigado en lo social: es el llamado ‘individuo propietario’, descrito como perennemente igual a sí mismo sin tener en cuenta el contexto. Nosotros en cambio creemos que existe una diferencia enorme entre los distintos sujetos, y por tanto entre los distintos derechos. Podríamos decir: la libertad de la que debe disfrutar el lector individual que quiere leer nuestro libro pero no tiene dinero para comprárselo y las exigencias que se le imponen a los grandes potentados económicos no están al mismo nivel. Para escribir una de nuestras novelas hacen falta tres años de trabajo durísimo, entre las investigaciones, la redacción, las correcciones y los cientos de presentaciones por toda Italia. No podemos consentir que los grandes tiburones de la industria cinematográfica o televisiva sean parásitos de nuestro esfuerzo y -sin pagar un céntimo- hagan una película a partir del argumento que hemos elaborado, ganen millones y refuercen su posición de predominio. En estos años, nos hemos dado cuenta de lo importante que ha sido esta decisión, incluso aunque algunos puristas del no-copyright nos han criticado, ignorando los riesgos de esta profesión y, en última instancia, ignorando que la sociedad está dividida en clases.
Estamos siempre buscando indicaciones y soluciones más concretas, satisfactorias y utilizables por otros. Mientras tanto, podéis dejar que fotocopien nuestras novelas y pasarles por la cara la indicación a los inspectores de la SIAE y a los agentes de la GDF.
Precisamente, Wu Ming pone de hecho en crisis la misma figura del autor como individuo singular y, en consecuencia, de la propiedad literaria en cuanto tal. ¿Cómo nace esta elección y qué visión de la literatura implica?
No hacemos sino explicitar lo que está implícito. En realidad ningún autor inventa o escribe solo, y no nos referimos exclusivamente al editor o al ‘negro’ de turno, sino al hecho de que las ideas están en el aire y no pertenecen a un solo individuo. El autor, cualquier autor, es más que nada un ‘reductor de complejidad’ y desarrolla una función pasajera, es decir, realiza una síntesis precaria de flujos de información/imaginación que son transmitidos por toda la sociedad y la atraviesan por completo, sin tregua, como las ondas electromagnéticas. Por principio, es absurdo querer imponer una propiedad privada de la cultura. Si en el fondo todo lo produce la multitud, es justo que cualquier ‘producto del ingenio’ esté a su disposición. No hay ‘genios’ y por lo tanto tampoco hay ‘propietarios’. Hay intercambio y reutilización de las ideas, es decir ‘mejora’. Ya lo decía Lautreamont: para que las ideas progresen es necesario el ‘plagio’ (y por lo tanto, su condición de posibilidad, la ‘piratería’, la reproducción libre). En la historia reciente, esta posición -hasta hace pocos siglos considerada obvia y natural- ha sido sostenida sólo por representantes de corrientes radicales y antagonistas […] Hoy vuelve a ser una visión hegemónica, gracias a la revolución digital y, más en concreto, al gran éxito del software libre, GNU, Linux, etc.
Al otro lado de la barricada está todo aquello contra lo que la izquierda, en todas sus versiones, ha luchado desde la Ilustración: la renta nobiliaria, la ‘mano muerta’ aristocrática, la explotación de los frutos del trabajo por parte de parásitos acomodados. Pero, como estábamos diciendo, se trata de clases e intereses ‘obsoletos’: También a la luz de cómo funciona hoy en día la producción de riqueza, el copyright es un instrumento superado, un residuo ideológico cuya existencia castra la inventiva, limita el desarrollo del ‘capital cognitivo’, desarrollo que requiere cooperación social, brainstorming en todos los campos. Para sean ‘productivas’, las ideas deben poder circular libremente. Si quisiéramos utilizar una terminología marxista clásica, diríamos que hoy el desarrollo de las fuerzas productivas hace entrar en crisis las relaciones de producción. Pensemos en los programas de ‘igual a igual’ que permiten compartir archivos de mp3. Pensemos en las tecnologías de reproducción como los masterizadores. Su mera existencia son la prueba de que la Convención de Berna sobre los derechos de autor está superada de hecho, por el propio desarrollo de las fuerzas productivas. Dicho de manera sencilla: no se pueden lanzar al mercado tecnologías como los ordenadores, los scanner, los masterizadores, las fotocopiadoras, y luego hacer intervenir a los gobiernos y las fuerzas de la policía porque la gente los utiliza… de manera ‘equivocada’.
Contra este enorme (y todavía no del todo consciente) movimiento, se pone en marcha una resistencia feroz por parte de las mafias de la propiedad intelectual, con el empeoramiento de las leyes vigentes. No sólo eso, se lanza además un contraataque a enorme escala para extender la lógica de la propiedad intelectual a los seres vivos y a las secuencias genéticas humanas. De lo que se deduce que la del copyright es la principal línea del frente del actual conflicto socio-ecológico. De todos modos, en la industria cultural estamos venciendo nosotros, basta con pensar en la música: hoy las grandes casas discográficas lloran amargamente, se lanzan con violencia contra la ‘piratería’, ven reducidos de manera drástica sus márgenes de beneficio. ¡Perfecto! Las pompas de jabón estallan, se redimensionan fenómenos de parasitismo que habían asumido proporciones ridículas: payasos que se embolsan millones sólo porque en el piano-bar hace treinta años que suena su único éxito, una sociedad bien conocida que monopoliza la administración de los ‘derechos de autor’ sacando dinero gracias a enrevesadas sutilezas legales y dividiéndolo entre las Grandes familias que la gestionan, etc.
El disfrute de la música (y no sólo de la música) está cambiando, la ‘cultura de masas’ deja el puesto a una nueva cultura ‘popular’, en la cual cuentan cada vez más las exhibiciones en vivo, las redes solidarias, lo compartido, el háztelo-tú-mismo (autoproducción, autodistribución, el boca a boca), y a fin de cuentas va a importar poco quién ha compuesto o ha escrito tal cosa. El artista será cada vez menos Divo (o Autor) y cada vez más narrador, trovador, bardo.