Algunas cosas que usted debería saber antes de que se acabe el mundo
William Blum
Cómo utilicé mis quince minutos de fama
El 19 de enero de este año se dio a conocer la última grabación de Osama bin Laden y en ella declaraba: «Si ustedes [los norteamericanos] son sinceros en su deseo de paz y seguridad, ya les hemos respondido. Y si Bush decide continuar con sus mentiras y su opresión, entonces les vendría bien leer el libro Estado villano que plantea en su introducción…» Y seguidamente citaba el inicio de un párrafo que escribí (que solo aparece en el Prefacio de la edición británica, la cual fue luego traducida al árabe), el cual dice en su totalidad: «Si yo fuera el presidente, podría detener los ataques terroristas contra Estados Unidos en pocos días. Y en forma permanente. Primero pediría disculpas —de manera pública y muy sincera— a todas las viudas y los huérfanos, los empobrecidos y los torturados, y a todos los otros muchos millones de víctimas del imperialismo norteamericano. Luego anunciaría que las intervenciones globales estadounidenses —incluidos los espantosos bombardeos— han llegado a su fin. E informaría a Israel que ha dejado de ser el estado 51 de la unión para ser —por extraño que parezca— un país extranjero. Más tarde reduciría el presupuesto militar en, al menos, un 90 % y usaría ese dinero ahorrado en pagar indemnizaciones a las víctimas y reparar los daños causados por los numerosos bombardeos e invasiones norteamericanas. Habría dinero más que suficiente. ¿Sabe usted a qué equivale un año de presupuesto militar estadounidense? Un año. Pues equivale a más de veinte mil dólares por hora por cada hora transcurrida desde el nacimiento de Jesucristo. Eso es lo que haría en mis tres primeros días en la Casa Blanca. El cuarto día sería asesinado».
En pocas horas fui asediado por la prensa y pronto fui invitado a muchos de los programas televisivos de mayor audiencia, docenas de programas radiales, y amplias semblanzas sobre mí aparecieron en el Washington Post, y en varias páginas web. Durante los diez años precedentes, el Post se negó a publicar una sola de mis cartas, en la mayoría de las cuales señalaba errores que habían cometido al reportar sucesos en el extranjero. Ahora mi foto figuró en la primera página.
Muchos de los reporteros deseaban que dijera que me irritaba la recomendación de Bin Laden de que leyesen mi libro. No dije tal cosa porque no era cierta. Después de ser entrevistado durante un par de días, logré coordinar bien mi respuesta y era algo parecido a esto:
«Aquí hay dos elementos a tener en cuenta: por un lado, yo rechazo por completo cualquier tipo de fundamentalismo religioso y las sociedades basadas en ellos, tales como los talibanes en Afganistán. Por otro lado, formo parte de un movimiento que tiene el ambicioso propósito de dificultar, si no detener, el avance del Imperio Norteamericano por el mundo con su carga de bombardeos, invasiones, derrocamientos de gobiernos y torturas. Para tener algún éxito en ello, necesitamos que nuestro mensaje llegue al pueblo norteamericano. Y para llegar al pueblo norteamericano necesitamos acceso a los medios masivos de comunicación. Lo que acaba de pasar me ha dado la oportunidad de dirigirme a millones de personas que, de otro modo, habrían estado fuera de mi alcance. ¿Por qué no habría de sentirme satisfecho? ¿Cómo podría desperdiciar tal oportunidad?»
La celebridad —el mayor logro cultural de la civilización moderna— es un fenómeno peculiar. En realidad no sirve de nada, a menos que usted haga uso de ella.
Los oyentes y espectadores que llamaban a los programas a los que fui invitado, y en ocasiones también el animador, además de numerosos correos electrónicos que recibí, repetían dos argumentos principales en mi contra:
1) ¿En qué otro lugar del mundo, aparte de los Estados Unidos, tendría la libertad de decir lo que decía en medios nacionales?
Además de su profunda ignorancia al no conocer montones de países que tienen al menos una libertad de palabra equivalente (en particular desde el 11 de septiembre de 2001), lo que querían decir realmente era que yo debía estar agradecido por esa libertad de expresión y debía mostrar mi gratitud absteniéndome de utilizarla. Si no era eso lo que querían decir, ¿qué era entonces?
2) Estados Unidos ha hecho siempre cosas maravillosas en el mundo, desde el Plan Marshall y la derrota del comunismo y el talibán hasta la reconstrucción de países destruidos y la liberación de Iraq.
Yo había tenido que lidiar desde antes con estos mitos y conceptos erróneos; como las partículas subatómicas, los mismos se comportan de manera diferente cuando son observados. Por ejemplo, en mi informe del mes anterior [Blum circula mensualmente informes que titula «Informe contra el Imperio. Algo que usted debe saber antes de que se acabe el mundo». El artículo actual es su informe de febrero] yo señalaba en detalle que los «países destruidos» por lo general debían su destrucción a los bombardeos norteamericanos, y Estados Unidos no los reconstruía. En cuanto a los talibanes, el gobierno estadounidense derrocó un gobierno afgano seglar, que defendía los derechos de las mujeres, lo que permitió el ascenso al poder de los talibanes, de modo que mal puede nuestra nación reclamar honores por haberlos expulsado una década más tarde, y reemplazarlos con una ocupación norteamericana, un presidente títere, sus correspondientes señores de la guerra y mujeres encadenadas.
Pero traten de explicar todo esto en el minuto que le conceden a uno en radio o televisión. Creo, no obstante, que me las arreglé para deslizar bastante información e inquietudes nuevas en la psiquis estadounidense.
Algunos de los animadores y muchos de mis interlocutores telefónicos mostraban verdadero dolor al escucharme decir que los terroristas antinorteamericanos estaban tomando represalias por el daño infligido a sus países por la política exterior estadounidense, y no eran simples mentes perversas y enloquecidas de otro planeta.1 Muchos de ellos asumían, con total seguridad y sin argumento alguno, que yo era partidario del Partido Demócrata y proferían ataques contra Bill Clinton. Cuando les aclaraba que no era seguidor ni de Clinton ni de los demócratas, quedaban por lo general confusos y silenciosos por breves momentos, antes de lanzarse por cualquier otra senda disparatada. No tienen idea de que existe todo un mundo de alternativas por encima y más allá de demócratas y republicanos.
En fecha reciente hemos escuchado y leído comentarios en los medios estadounidenses sobre las desesperadamente retrógradas y violentas protestas de los musulmanes contra las caricaturas de Mahoma en Dinamarca, y que en ellas se enarbolaron carteles que pedían que se decapitara a los que insultaban al Islam. Pero una de las personas que llamó a un programa de radio en el que fui entrevistado dijo que «debían hacerse cargo de mí» y uno de los cientos de mensajes electrónicos insultantes que recibí comenzaba diciendo: «Muerte a ti y a tu familia».
Uno de mis momentos favoritos: en un programa de radio en Pennsylvania, donde discutíamos sobre el conflicto Israel-Palestina, la locutora (con verdadera angustia en su voz) me preguntó: «¿Pero qué daño le ha hecho Israel a los palestinos?», a lo que respondí: «¿Por casualidad estuvo usted en estado de coma durante los últimos veinte años?»
Pudiera haber hecho esa misma pregunta a muchos de los que me interrogaron en las últimas semanas. En realidad debía haber elevado el plazo a sesenta años.
Las elecciones de las que nunca me habló mi maestro
Los norteamericanos hemos sido enseñados desde la niñez acerca de la significación y santidad de las elecciones libres: No se puede tener lo que llamamos «democracia» sin lo que llamamos «elecciones libres». Y cuando usted tiene elecciones libres eso es sinónimo virtual de tener democracia. ¿Y quién nos enseñaron que era el mayor campeón de las elecciones libres en todo el mundo? Pues, nuestro propio maestro, el país elegido por Dios, Estados Unidos de América.
Pero ¿qué estaba haciendo en realidad ese país elegido por Dios durante todos esos años en que fuimos adoctrinados y convencidos de esta enseñanza? Interferir en todas las elecciones libres que se llevaban a cabo en cualquier parte del mundo conocido, y con toda seriedad.
El último ejemplo son las elecciones recientes en Palestina, donde la AID derramó unos dos millones de dólares (una cifra respetable en una zona tan pobre) para tratar de impulsar la elección de la Autoridad Palestina y su rama política: Al Fatah, y evitar que el grupo radical Hamas tomara el poder. El dinero fue invertido en varios programas sociales y eventos para aumentar la popularidad de la Autoridad Palestina; los proyectos no mostraban evidencias de la participación de Estados Unidos y no podían ser considerados dentro de las acciones de desarrollo tradicionales. En adición a esto, EE.UU. financió numerosos anuncios en la prensa divulgando estos proyectos en nombre de la AP, sin mencionar a la AID.
«El acceso al público está integrado en el diseño de cada proyecto para destacar el papel de la AP en la satisfacción de las necesidades ciudadanas», decía un informe sobre el avance de los proyectos. «El plan es tener acciones desarrollándose cada día a partir del 13 de enero, de modo que haya un constante fluir de anuncios publicitarios y mensajes públicos acerca de sucesos positivos en todas las áreas palestinas durante la semana crítica antes de las elecciones».
Bajo las leyes del sistema electoral palestino, las campañas y candidatos tenían prohibido recibir fondos de fuentes extranjeras.2 La ley estadounidense prohíbe lo mismo de manera explícita en las elecciones norteamericanas. Como Hamas ganó las elecciones, Estados Unidos ha expresado claramente que no reconoce la elección como una victoria de la democracia y que no tiene intención alguna de sostener relaciones diplomáticas normales con el gobierno de Hamas. (Israel ha adoptado una actitud similar, pero no debe olvidarse que Israel financió y apoyó el surgimiento de Hamas en Gaza, durante su etapa inicial, con la esperanza de que desestabilizara a la Organización por la Liberación Palestina y a los elementos de izquierda palestinos).
Por mi conteo, Washington ha interferido de manera grosera en más de treinta ocasiones en elecciones foráneas desde el fin de la Segunda Guerra Mundial —desde Italia en 1948, pasando por Filipinas y el Líbano en los años 50, hasta Nicaragua, Bolivia y Eslovaquia en los 2000— y en la mayoría de los casos lo hizo de forma todavía más abierta que en el ejemplo palestino.3 Algunas de las técnicas empleadas han sido utilizadas en el propio sistema electoral estadounidense, una vez que lo que fue motivo de gran orgullo nacional e internacional, el lema «una persona, un voto» se ha ido transformando de manera inexorable en «un dólar, un voto».
A punto de suceder en un país (o una ciudad) cercana a usted
El 13 de enero los Estados Unidos de América, en su impactante y asombrosa sabiduría, encontraron apropiado enviar una aeronave sobre una aldea remota en la nación soberana de Paquistán y disparar un misil Hellfire (Fuego del infierno) en un complejo residencial con el fin de matar a algunos «tipos malos». Varias casas fueron incineradas, dieciocho personas murieron, entre ellas un número no precisado de «malos»; los reportes desde entonces ofrecen indicios de que el número no precisado de los «malos» puede ser tan bajo como cero, y que el segundo al mando de Al Qaeda, Ayman al-Zawahiri, que era el blanco principal, no está entre ellos.
La indignación todavía se hace sentir en Paquistán. En Estados Unidos, la reacción en el Senado tipifica la indignación norteamericana:
«Lo lamentamos, pero no puedo decirle que no volveríamos a hacerlo», dijo el senador John McCain, de Arizona.
«Es una situación deplorable, pero ¿qué otra cosa podíamos hacer?», dijo el senador Evan Bayh, de Indiana.
«Mi información es que el ataque estaba claramente justificado por la información de inteligencia», dijo el senador Trent Lott, de Mississippi.4
Ataques estadounidenses similares utilizando dispositivos y misiles como esos han enfurecido a los ciudadanos y líderes políticos en Afganistán, Iraq y Yemen. En numerosos casos la destrucción ha llegado a extremos tales que ha sido imposible establecer el número de muertos, o de quiénes se trataba. Amnistía Internacional ha elevado quejas ante los «bushistas» en cada ataque con estas características. Un informe de la ONU al día siguiente del ataque a Yemen en 2002, lo calificaba de «un precedente alarmante [y] un claro caso de asesinato extrajudicial», que violaba las leyes y tratados internacionales.5
¿Podría alguien imaginar que los funcionarios norteamericanos dispararan un misil contra una vivienda en París, Londres u Ottawa, debido a que sospechasen que en ella se encontraban altos jefes de Al Qaeda? ¿Incluso si se supiera que su presencia era un hecho, y no una mera especulación como en los casos señalados anteriormente? Bueno, es muy probable que no, pero ¿hay algo fuera del alcance de los Superarrogantes-Superpotentes-Vaqueros con esteroides? Después de todo, ya lo han hecho con su propia gente, en Filadelfia, Pennsylvania. El 13 de mayo de 1985, una bomba lanzada desde un helicóptero redujo a cenizas toda una manzana, cerca de sesenta casas destruidas, once muertos, entre ellos varios niños pequeños. La policía, la alcaldía y el FBI estuvieron involucrados en este esfuerzo por eliminar una organización llamada MOVE, de la vivienda donde habitaban.
Las víctimas eran todas personas negras, por supuesto. De modo que replanteemos la cuestión: ¿podría alguien imaginar que funcionarios norteamericanos dispararían un misil contra un área residencial en Beverly Hills, o en la parte alta de Manhattan? Permanezca en sintonía.
«La lucha de un hombre contra la tiranía es la lucha de la memoria contra el olvido». Milan Kundera
En ocasiones me recriminan que sea tan negativo acerca del papel de Estados Unidos en el mundo. ¿Por qué insiste en sacar a la luz todo lo negativo y apartar lo positivo?, me preguntan. Bueno, es un trabajo desagradable, pero alguien debe hacerlo. Además, por cada elemento negativo que expongo Al Qaeda me paga quinientos dólares. Y la publicidad que Osama ha dado a mis libros es… inapreciable.
El nuevo documental realizado por Eugene Jarecki, Why we fight (Por qué luchamos), ganador del premio del Gran Jurado del Festival de Sundance, relata cómo las guerras llevadas a cabo por Estados Unidos después de la II Guerra Mundial han estado impulsadas mucho más por el afán de ganancias de los mercaderes de armas y las grandes corporaciones que por amor alguno a la libertad y la democracia. El increíble héroe de este film es Dwight Eisenhower, cuya famosa advertencia acerca de los peligros que representaba el «complejo militar-industrial» es el leitmotiv principal de la obra. Veamos una entrevista realizada por el Washington Post a Jarecki:
Post: ¿Qué lo llevó a realizar Por qué luchamos?
Jarecki: La respuesta es simple: Eisenhower. Me tomó desprevenido. Parecía tener tanto que decir acerca de nuestra sociedad contemporánea y nuestra inclinación general hacia el militarismo […] Los discursos en Washington y en los medios se han vuelto tan chillones […] Parece importante sumar algunas canas [aportar un poco de la pasada experiencia] a este conjunto.
Post: ¿Cómo se definiría usted políticamente? Ha sido acusado de izquierdista.
Jarecki: Soy un centrista radical […] Si Dwight Eisenhower es de izquierda, yo también lo soy. En ese caso estaría al lado de Ike.6 [Las elipses pertenecen al texto original]
¿No resulta magnífico que un documental que muestra el lado más oscuro del complejo militar-industrial esté recibiendo tanta atención del público? ¿Y que seamos capaces de recordar con afecto a un presidente norteamericano? ¿Por cuánto tiempo ha sucedido esto? Bueno, aquí voy de nuevo.
Eisenhower, independientemente de lo que dijera al dejar la presidencia, no representó un obstáculo para el militarismo norteamericano o el imperialismo corporativo. Durante los ocho años de su mandato, Estados Unidos llevó a cabo intervenciones en todo el mundo, y derrocó los gobiernos de Irán, Guatemala, Laos, Congo y Guyana británica, además de intentar hacerlo en Costa Rica, Siria, Egipto e Indonesia, al igual que preparó el terreno militar y políticamente para el holocausto que sobrevendría en Indochina.
El altivo y supermoralista secretario de Estado de Eisenhower, John Foster Dulles, resumió la visión del mundo de su gobierno con la siguiente frase: «Para nosotros hay dos clases de personas en el mundo: los cristianos que apoyan la libre empresa y los otros».7
Notas
1 Ver mi ensayo sobre el tema en http://members.aol.com/essays6/myth.htm
2 Washington Post, 22 y 24 de enero del 2006.
3 Estado villano, capítulo 18, incluye el texto de la ley norteamericana que prohíbe las contribuciones extranjeras en las elecciones estadounidenses.
4 Associated Press, 15 de enero de 2006
5 Los Angeles Times, 29 de enero de 2006
6 Washington Post, 12 de febrero de 2006, p. N3
7 Roger Morgan: «Estados Unidos y Alemania Occidental, 1945-1973», p. 54