Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Entrevista a Helena Villar Esclavos Unidos. La otra cara del American Dream (I)

Salvador López Arnal

«Estados Unidos es una corporatocracia, es decir, el poder del estado ha sido transferido a las corporaciones.»

 

Licenciada en Periodismo por la UAB, master en Televisión por la Universidad Rey Juan Carlos I, Helena Villar trabajó inicialmente en El País y en la Agencia EFE de Barcelona.

Tras cursar el Master, entró a formar parte de Televisión Española –Canal 24 horas, informativos, TVE Catalunya, España directo– hasta noviembre de 2014. Fue entonces cuando pasó a formar parte de la plantilla de RT en español como corresponsal de la cadena en España, hasta que en en junio de 2017 fue nombrada corresponsal en Washington DC, con movilidad por todo Estados Unidos.

Em 2021 publicó en Akal: Esclavos Unidos. La otra cara del American Dream, prologado por Chris Hedges. En él centramos nuestra conversación.

 

¿Quiénes son esos esclavos unidos a los que hace alusión el libro que publicó en Akal en 2021? ¿Por qué habla de la otra cara del American Dream?

Los esclavos unidos son la clase trabajadora estadounidense, una enorme masa social que lucha a diario por sobrevivir al neoliberalismo salvaje. Cautivos de un sistema que lleva apretándoles las tuercas desde el reaganismo, sus expectativas se han reducido a intentar cubrir sus necesidades básicas sin tener margen para un traspiés, debido a que el colchón social en Estados Unidos es prácticamente inexistente. Esto en un contexto en el que afrontan un futuro incierto de un imperio en decadencia. Conscientes de ello, la élite dominante se empeña una y otra vez en reinventar un sistema que lleva numerosas crisis presentando claras muestras de agotamiento, a costa del aumento de las desigualdades y el autoritarismo que lo sustenta.

Una de las preguntas que Pascual Serrano, director de la colección, me hizo en pleno proceso de edición es por qué había escrito «la otra cara» y no «la cara oculta». Mi respuesta fue clara: lo que yo presento en la obra no es un fenómeno que esté escondido, sino una realidad que cualquiera puede comprobar por sí mismo y que además está sustentada por datos, análisis y estudios. Otra cuestión es que la imagen edulcorada que Estados Unidos proyecta al mundo y que consumimos en España a través de los medios de comunicación y de su poderosa maquinaria de ficción sea completamente diferente a la realidad de la gran mayoría de los ciudadanos de este país.

Chris Hedges abre el prólogo que ha escrito para su libro con estas palabras: «Como deja claro Helena Villar en este libro, el sadismo define casi todas las experiencias culturales, sociales y políticas de los Estados Unidos» (Tampoco usted se queda atrás en el epílogo: «Estados Unidos es la nación de la libertad que solo da el tener dinero, de la prosperidad de unos pocos y, más bien, de la pesadilla para la minorías y clase trabajadora en general»). ¿Sadismo no es palabra exagerada? Si fuera ajustada, ¿cómo consiguen tanto apoyo ciudadano las instituciones de una sociedad con esa característica?

Como Chris Hedges ha tenido completa libertad a la hora de escribir el prólogo y es él quien utiliza esa palabra, supongo que esta sería más bien una pregunta para él. Sin embargo, creo que es un ángulo de apreciación muy acertado. Tal y como él explica parafraseando a Johan Huizinga, «a medida que las cosas se desmoronan, se abraza el sadismo como una forma de afrontar la hostilidad de un universo indiferente. Una vez roto el vínculo con un objetivo común, una sociedad fracturada se refugia en el culto al yo». Estados Unidos funciona (y a la vez se condena) en pro de un individualismo atroz, en el que no existe un bien común y social, donde prima el lucro y el mantenimiento de un sistema que sólo se sostiene a base de competencia cruel e imperialismo. En este sentido, ser capo o colaboracionista de la corporatocracia dominante se convierte en la mayor aspiración de dicha masa social para salir de cualquier sector de la población condenado por el sistema.

Respecto al apoyo institucional, la realidad es que la democracia estadounidense y las instituciones que la sustentan se enfrentan a una crisis de credibilidad. Desgranar las condiciones de cada una de ellas me tomaría bastante tiempo y líneas, pero sirvan algunos datos como ejemplo: 7 de cada 10 estadounidenses abogan por el fin del bipartidismo, la confianza en la Corte Suprema está en mínimos históricos, son más los ciudadanos que desconfían de los medios de comunicación tradicionales que los que no, y los índices de apoyo presidenciales raramente superan el 50%.

Muy, pero que muy significativos, y no muy conocidos.

A la vez, es cierto que la idea abstracta de Estados Unidos como el mejor país posible es una afirmación compartida a nivel interno incluso por los más pobres y castigados. Existen numerosos factores que lo explican y desgrano en el libro, como los altos índices de religiosidad en lo que consideran «la nación de Dios», el mantra de que es «la tierra de la abundancia» y la creencia de la libertad salvaguardada por el ejército. Todos estos mitos, que sustentan a esta nación y han sido impuestos a fuego, sangre e ignorancia, pueden ser fácilmente desenmascarados. Creo que uno de los mecanismos que mejor explican su mantenimiento es, volviendo al inicio de esta respuesta, el ultra individualismo. Frente a la venta continua de una nación perfecta, donde todo se reduce al yo y ese yo, siendo cualquiera, puede triunfar; cuando el sujeto fracasa jamás culpa al estado o al sistema. Esto se traduce, por ejemplo, en unos índices de suicidio, drogadicción y alcoholismo masivos. De nuevo, datos y realidad frente a percepciones y propaganda.

En la misma línea: ¿cómo es posible que un régimen político y social de estas características tenga tanta aceptación internacional? Para muchos ciudadanos del mundo USA sigue siendo algo así como el Paraíso terrenal (o metáfora afín)

Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, Occidente vive encadenado a un sistema capitalista cuyo imperio central es Estados Unidos. Dicho imperio se sustenta, por un lado, en base a un sistema financiero y de deuda creado por y para la metrópoli, la conocida como la «dictadura del dólar». Desde la década de 1940, Estados Unidos es el país con la moneda de reserva del mundo y el dólar es la divisa central en el sistema de cambio. Esto supone que, incluso en un momento en el que la deuda está disparada hasta límites insospechados, el país no colapse. Al menos por el momento. Por otro lado, el imperio apuntala su poder utilizando dicho sistema para castigar a las naciones díscolas mediante el sistema de sanciones.

Además de la telaraña económica, está la militar. Estados Unidos tiene 800 bases militares en 70 países y es el motor principal de la mayor alianza ofensiva y guerrista de la actualidad, la OTAN. Cualquier otra experiencia económica y/o política diferente a la «democracia liberal» capitalista estadounidense, sin cese de soberanía de algún tipo a Washington, es considerada un enemigo y se activan todos los mecanismos posibles para conseguir la subordinación o directamente el estrangulamiento.

La mayoría de los ciudadanos desconocen los mecanismos necesarios que mantienen el sistema capitalista en el que viven, muchos ni siquiera han oído hablar de imperialismo en su vida y todos están expuestos permanentemente a la propaganda que valida dicho sistema. Dicha propaganda se centra en reforzar mitos y folclore y destacar logros, minimizando los problemas sistémicos y generales. Fuera de este país, todos conocemos a pies juntillas cómo son las cafeterías y moteles de carretera, los espectaculares fuegos artificiales del 4 de julio, los apartamentos compartidos por veinteañeros en Nueva York o las juergas de Las Vegas; pero estoy segura de que, si hiciéramos una encuesta, muchos desconocen que en Estados Unidos no hay bajas por enfermedad o maternales garantizadas por ley o que un elevado porcentaje de estadounidenses no saben ni lo que son las vacaciones.

Coincido con su apreciación, yo mismo desconocía algunas de esas situaciones.

Usted era corresponsal de RT en Washington mientras escribía el libro (tal vez lo siga siendo). Sin poner en duda su profesionalidad y objetividad, ¿no podría ocurrir que la ideología asociada a esa corresponsalía le hiciera ver las cosas de forma sesgada, algo «antiamericana»?

La realidad es que yo no busqué ser corresponsal en Estados Unidos; de hecho, mi primera reacción fue rechazar el puesto. Acepté por pura curiosidad y ganas de seguir aprendiendo, con la condición de regresar a España en uno o dos años. Si no fuera por una razón estrictamente personal, es muy probable que yo no siguiera en este país. Con esto vengo a decir que, de entrada, yo llegué a Estados Unidos sin la atadura de querer prosperar/mantenerme en un sistema para el que es necesario renovar una VISA, pero a la vez con la mente abierta a cualquier cosa que pudiera pasar.

En seguida me di cuenta de que lo que se nos vendía distaba mucho de la realidad en la que viven los ciudadanos de este país. Tengo que agradecerle a RT el dejarme concebir la corresponsalía más allá del mero repique de la noticia del día que ya viene marcada por la agenda de los medios estadounidenses, poder trascender a las batallitas internas entre demócratas y republicanos o no caer en la dictadura del pop/entretenimiento. Mi trabajo como corresponsal supone un 80% de lo que es este libro y gracias a la libertad que me ha dado RT a la hora de tratar numerosos temas, he podido viajar, entrevistar, ver, hablar e investigar.

Esclavos Unidos no es un libro antiamericano, como tampoco lo son mis directos, reportajes o especiales de la corresponsalía. De hecho, Esclavos Unidos es un canto y un reconocimiento a la clase trabajadora estadounidense. A sus derrotas, pero también a su resistencia. También es una obra de aviso al resto de trabajadores que viven en países cuyas principales fuerzas políticas básicamente se centran en replicar el modelo estadounidense. Es una advertencia sobre lo que está por llegar o ya están adoptando, que dista bastante de lo que consumen en Netflix.

Desde su punto de vista, ¿Estados Unidos es un país plenamente democrático? ¿Qué tipo de democracia es la democracia usamericana?

Estados Unidos es una democracia con grandes fallas sistémicas que no sólo no trata de enmendarlas, sino que trabaja por reforzarlas y eliminar cualquier atisbo de progreso en ese sentido. Estados Unidos es una democracia que durante el pasado medio siglo ha trabajado para restringir el derecho al voto, con la aprobación de leyes de supresión de votantes, manipulación y redistribución de distritos electorales o ampliación de dificultades para ejercer dicho derecho. Esto, en un contexto cuyo principal enemigo de dicha democracia es el propio sistema electoral, de carácter indirecto. En el libro explico largo y tendido en qué consiste pero, básicamente y a modo de resumen, se trata de una democracia en la que puede llegar a la presidencia quien ni siquiera ha obtenido el mayor número de votos por parte de la ciudadanía.

Efectivamente, lo hemos visto en varias elecciones presidenciales.

Por si fuera poco, la representación en el Senado, cámara legislativa por excelencia, es extremadamente injusta y dispone de mecanismos tan viciados, antidemocráticos y reaccionarios como el llamado filibusterismo. Todo esto, en un contexto en el que el bipartidismo está completamente blindado y el acceso a la carrera política, salvo contadas excepciones, es imposible sin una enorme estructura financiera detrás, que sólo se obtiene o bien mediante la fortuna individual (élites jugando a la política) o con las corporaciones/lobbies apostando por ti como caballo ganador (y posteriormente cobrándose la apuesta en forma de políticas afines a sus intereses).

El título de su prefacio: «La tormenta perfecta. Cómo la COVID-19 desnudó la crueldad del sistema». ¿Sigue desnudo el sistema a día de hoy?

Inicié la escritura del libro antes del estallido de la pandemia. Cuando llegó, entendí que debía tratarla mínimamente, pero intentando explicar que la COVID simplemente supuso acelerar o poner de manifiesto los problemas sistémicos que este país ya padecía y que sigue padeciendo. De este modo, escogí una de las semanas fatídicas en cuanto a los efectos de la misma en Estados Unidos para elaborar una especie de introducción y dar algunas pinceladas de los temas que posteriormente iba a tratar en el libro. En esa introducción se habla del catastrófico sistema de salud de este país, del uso de los fondos públicos como instrumento de apoyo a las corporaciones y la élite en lugar de redistribución de la riqueza para combatir la desigualdad, de la masa de esclavos abocada a trabajar en condiciones precarias que pueden llevarles a la muerte, de las crueles condiciones de la enorme masa social encarcelada o de la superficialidad y fragilidad de cualquier mínima esperanza de cambio progresista (ni siquiera de izquierdas), entre otros temas.

Usted que ha vivido en tierras americanas en ambas presidencias, ¿observa diferencias sustantivas entre el EEUU trumpista y el EEUU bidenista?

Empecé a escribir el libro con la idea de que se publicara de cara a las elecciones presidenciales pero, debido a la pandemia y la maternidad, me fue imposible. Sin embargo, en seguida me alegré de que no hubiera sido así porque uno de los mitos que pretendo derribar es el de achacar todos los males de este país a Donald Trump. Siguiendo con el símil médico, la realidad es que Trump tan sólo supuso un síntoma llamativo de la verdadera enfermedad: el neoliberalismo capitalista. Fue utilizado como muñeco de feria para expiar males que son sistémicos y producto del sistema, tal y como desgrano en el libro. A su vez, también sirvió para canalizar una respuesta populista, en este caso de derechas, a la frustración y descontento crecientes en amplias masas de la sociedad estadounidense.

Demócratas y republicanos son dos caras de la misma moneda. Los primeros son más de guardar formas, apostar por discursos elocuentes que luego no llegan a nada o cooptar pulsiones progresistas para posteriormente neutralizarlas en el aparato del partido. Es imposible un cambio de izquierdas en un sistema político alimentado y sostenido por corporaciones y blindado en pro y para la élite. Para hacernos una idea, ante la debacle social y económica derivada de la pandemia, y con un legislativo y un ejecutivo demócratas, Joe Biden no ha sido siquiera capaz de aprobar su gran promesa de campaña (es decir, mecanismo de contención de explosión social) y principal punto en su agenda: la ley social Build Back Better. Un proyecto de ley fallido que ya llegó a votación con grandes recortes a la par que concesiones. La segunda mayor partida del mismo era una bajada de impuestos a clases pudientes y ni aún así, es decir, ni sobornando a los ricos, ha sido capaz de avanzar una mínima agenda social.

Tomo una idea de Erich Fried: ¿quién manda realmente en Estados Unidos en su opinión? ¿El Gran Hermano Amazon, Elon Musk, Google, Apple, Bill Gates,..? ¿El complejo militar-industrial? ¿El Pentágono? ¿Todos ellos?

Estados Unidos es una corporatocracia, es decir, el poder del estado ha sido transferido a las corporaciones. A esto se le añade que, en las últimas décadas y con el de aumento de la desigualdad, el país se ha convertido básicamente en una suerte de plutocracia. Es decir, una forma de oligarquía en la que el gobierno está en manos de la clase acaudalada y dominante, aquellos que controlan dichas corporaciones. La barrera entre el estado y lo privado prácticamente se ha esfumado.

Sirva como ejemplo el Pentágono. Defensa es la mayor partida presupuestaria del país, representando más de la mitad del total del desembolso. Básicamente, se trata de transferir la mayor parte de los impuestos recaudados a la ciudadanía al engorde de un enorme sistema de empresas contratistas militares y, a su vez, la que quizá sea una de las mayores burocracias del planeta: el Pentágono, que a su vez actúa como intermediario para estas empresas. Uno de los puntos que mejor ilustra el hecho de que la corporatocracia apuntala y trasciende al bipartidismo de este país, es que tanto el actual secretario de defensa de la Administración Biden como el anterior, de la Administración Trump, salen del mismo sitio: de una de estas empresas, concretamente de Raytheon.

Otro de los grandes mitos de defensa de la democracia estadounidense es la separación de poderes y su mecanismo de ‘checks and balances’, que podríamos traducir como frenos y contrapesos. Sin embargo, más allá de las disputas que puedan surgir entre ejecutivo, legislativo y judicial, la realidad es que todo el sistema se asienta sobre el capital, por lo que a la larga y en caso de conflicto, siempre se resolverá en favor de éste, aunque normalmente sea contrario al interés general. Incluso cuando un individuo o grupo social logra ganar en tribunales a corporaciones o industrias, en la mayoría de los casos el litigio siempre se resuelve con el pago de multas que suelen ser inferiores a los beneficios recogidos durante la perpetuación del daño. En el libro pongo como ejemplo a los fabricantes de opiáceos.

El movimiento social que está detrás de Bernie Sanders, ¿representa en su opinión una alternativa de izquierdas y con futuro?

El movimiento social detrás de Bernie Sanders tuvo una importancia enorme en las dos anteriores elecciones presidenciales a la hora de demostrar la dimensión del descontento entre las masas populares estadounidenses y dar forma a ciertas reivindicaciones que estaban diluidas en diferentes organizaciones civiles. Sin embargo, tras lo sucedido, creo que lo más importante del fenómeno Sanders fue poner en claro las limitaciones del sistema político estadounidense. Sirvió para revelar que está diseñado para garantizar que ninguna salida populista triunfe por la izquierda, tal y como explico en el libro. Para ello, ni siquiera hay que desplegar una gran ofensiva desde la derecha; la reacción más peligrosa y efectiva surge desde el propio aparato político y mediático del establishment demócrata. Me gustaría decir que la clase dirigente sintió la presión, tomó nota y se consiguieron concesiones. Desgraciadamente no ha sido así. No obstante, sí me gustaría reconocer que el fenómeno sirvió para generar conciencia en determinados asuntos, como la importancia de la sindicación y, en respuesta a la parálisis política, se están dando una serie de intentos por impulsarla entre los trabajadores en determinadas industrias y empleos tradicionalmente muy precarios.

En cuanto a Sanders…

Creo oportuno aclarar que Bernie Sanders puede ser considerado de izquierdas desde una perspectiva estadounidense pero, fuera de los marcos de este país, Sanders no deja de ser un socialdemócrata progresista que a nivel discursivo en política exterior nunca ha supuesto una verdadera ruptura con el imperialismo y compra el concepto del enemigo exterior ruso/chino.

Le cito de nuevo: «La macabra paradoja es la siguiente: no hay nación en el planeta que gaste más dinero en atención médica. El gasto en salud por persona en Estados Unidos fue de 10.224 $ en 2017, un 28% más alto que Suiza, el siguiente de la lista, una diferencia que se ha agrandado a lo largo de las últimas cuatro décadas». ¿A qué vienen entonces las críticas que suelen hacerse, y que usted también hace, al sistema médico usamericano? A mayo gasto médico, mayor calidad y más protección ciudadana. ¿No es eso?

Esa última frase es falaz. Sería lógica si no fuera porque, tal y como explico en el libro, el sistema de salud estadounidense, donde no existe el acceso gratuito ni universal, es un enorme fraude en el que las burbujas de precios, los abusos a los clientes y los sobrecostes con la connivencia estatal son el pan de cada día. El resultado no es sólo la imposibilidad de contabilizar el número de muertes por falta de atención médica, sino la ausencia de voluntad política para hacerlo. Sin embargo, sí sabemos, por ejemplo, que Estados Unidos registra el número más alto de muertes evitables por servicios médicos entre países homologables por PIB, o que medio millón de familias se declaran en bancarrota anualmente por no poder hacer frente a las facturas médicas. En Estados Unidos, 4 de cada 5 diabéticos han contraído una deuda media de nueve mil dólares poder hacer frente al pago de la insulina que necesitan para vivir. ¿Cómo se explica? Básicamente porque el lobby farmacéutico tiene comprado el Congreso, siendo la mayor puerta giratoria entre los representantes públicos estadounidenses.

Habla usted del caballo de Troya de las escuelas chárteres. ¿Qué escuelas son esas? ¿Por qué son un caballo de Troya?

Las escuelas chárteres son similares a las escuelas concertadas en España, pero con importantes diferencias. Reciben fondos gubernamentales pese a operar de manera independiente respecto al sistema escolar del estado de turno y, en el caso de Estados Unidos, están exentas de muchas regulaciones a las que se somete a la pública, desde los planes de estudio hasta las condiciones laborales de los profesores (aquí hay que recordar el muy desregulado marco laboral estadounidense).

Tal y como relato en Esclavos Unidos, en la práctica supone alertar un sistema educativo con disparidad de contenido y método (es decir, establecer diferencias educativas entre alumnos del mismo nivel en función de la escuela a la que acuden) o que las directivas marquen las condiciones del trabajo ante la práctica ausencia de un control efectivo sobre el uso de dichos fondos públicos. Esto se da, a la vez, en un contexto de recortes brutales y falta de atención a las escuelas públicas que dura ya décadas. Por lo tanto, cada vez que una de estas escuelas abre al lado de una pública, ésta pierde alumnos y como consecuencia directa, dinero. Diversos análisis muestran que el drenaje de dichos fondos deja a la pública en la estacada, porque tiene que seguir manteniendo diversos costes fijos mientras pierde en pro de las chárteres, que al final no son más que financiación pública de un instrumento para desregular y reventar poco a poco el maltrecho sistema público.

¿Observa usted un renacimiento de la lucha de la clase trabajadora usamericana? No es que nosotros podamos dar lecciones a nadie, pero ¿por qué hay tan baja sindicación?

La baja sindicación en Estados Unidos es producto del ataque histórico que estos han sufrido a lo largo de la historia reciente. El debilitamiento del movimiento sindical se remonta al periodo macartista, que restringió, purgó y aplastó de manera efectiva su poder. Por otro lado, el bombardeo de propaganda anti sindicalista y de demonización de los mismos es constante y las grandes empresas gastan enormes sumas de dinero para neutralizar cualquier intento de creación de alguno de ellos. Los esfuerzos anti sindicales son tan efectivos que, aunque las encuestas muestran que los estadounidenses son conscientes de que pertenecer a un sindicato mejora las condiciones laborales del trabajador y numerosos estudios avalan esta afirmación, la pertenencia a estas organizaciones es de poco más de un 10%.

Sin embargo, tal y como he referido antes, estamos viviendo en estos momentos un impulso por crear sindicatos, sobre todo en el depauperado sector servicios. El motivo principal es la ausencia de respuesta estatal a demandas básicas que han puesto a estos trabajadores al límite y sin nada que perder, como el aumento del salario mínimo, estancado a nivel federal desde el año 2009. Fue una de las promesas de campaña de Biden y también una de las primeras en sacrificar una vez llegó al cargo. Se da la paradoja de que el propio Biden pretende auto erigirse en presidente pro clase media y sindicatos, escenificando incluso apoyo con los mismos, cuando en realidad se trata de una estrategia política y de pura imagen. Frente a la inactividad de su gobierno y el legislativo y, consciente de que las tuercas están demasiado apretadas, externaliza responsabilidad en los propios trabajadores y las organizaciones laborales.

Tomemos un descanso si le parece.

De acuerdo.

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