Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Los jacobinos negros

Alejandro Portelli

Il Manifesto, 7 diciembre 2006

Los esclavos de la Ilustración en la toma de la Bastilla

Se ha reeditado el libro de C. L. R. James Los jacobinos negros, un clásico de la historiografía social[1]. Páginas rigurosas y a la vez cautivadoras en las que se reconstruye la revolución antiesclavista que concluyó con la expulsión de los franceses y la fundación de la República de Haití. Un gigantesco levantamiento social que, desde el Caribe, se difunde hasta los Estados Unidos y cambia la historia mundial. Para ser después ignorado por la historia de los vencedores

 

Hay libros que transforman radicalmente la percepción occidental sobre la historia, la imagen que Occidente tiene de sí mismo, que sitúan en el centro, de una forma tan radical, la periferia y la marginalidad,  que nuestra cultura finge, que en la práctica no existen. A fines de los años treinta se publicaron  dos de estos libros. Black Reconstruction in America de W. E. B. DuBois, y Los jacobinos negros. Toussaint de L´Overture y la Revolución de Haití , de C.L. R. James. Sus autores son dos colosos del siglo XX, sin embargo, para la mayor parte de nuestros historiadores y politólogos, podrían no haber existido. Y quizá no existen verdaderamente: después de todo, ni tan siquiera eran blancos, y encima –cada uno a su manera y en periodos diversos- ambos fueron comunistas, y  junto con otro comunista, George Padmore (sí, claro: “¿y ese, quién era?”), fueron miembros participantes desde sus orígenes, del movimiento panafricano y anticolonialista.

En Black Reconstruction,  todavía no traducido al italiano (constituye un fragmento del mismo una pequeña y preciosa monografía de Lauso Zagato, que data de 1975). W. E. B. DuBois liquidaba la versión etnocentrista de la guerra civil americana: muy lejos de ser pasivamente liberados por la benevolencia de Lincoln y del Norte, los afroamericanos desempeñaron un papel decisivo en la propia liberación y en el resultado de la guerra. Fue lo que DuBois denominaba la “huelga general” de los esclavos, su fuga masiva hacia las filas de soldados nordistas, lo que provocó el hundimiento del aparato productivo del Sur rebelde y decidió una guerra que el Norte no conseguía ganar. Los esclavos, es decir, los afroamericanos, no fueron objeto pasivo de una historia monopolizada por los blancos y por las clases dominantes, sino protagonistas de su propia liberación, y con ésta, de la historia entera.

 

El viento de la libertad

Tres años depués, C. L. R. James da un paso más: es la entera historia de nuestro mundo la que gira en torno a los acontecimientos acaecidos en una isla del caribe, Santo Domingo, y al protagonismo de los esclavos que conquistaron la libertad y fundaron la primera república africana, Haití. Los jacobinos negros había sido publicado ya hace muchos años, y vuelve hoy en la traducción de Raffaele Petrilli, revisada y adaptada por Filippo Del Luchese, con una introducción de Sandro Chingola y un postfacio del escritor americano Madison Smartt Bell (Ed. Derive Approdi, pp. 363, euro 25).

A fines del siglo XVlll, explica James, Santo Domingo era la “colonia más hermosa del mundo” y, por eso mismo, un horror esclavista.  Tan grande casi como Irlanda, dividida entre Francia y España, Santo Domingo era para la economía dieciochesca del azúcar y el algodón, algo semejante a lo que son Bahrein y Kuwait para la economía del petróleo del siglo XX: una fuente aparentemente inagotable de riqueza, extraída con absoluta brutalidad ejercida tanto con respecto a la tierra como en relación con aquélla mercancía humana  importada de África, a un precio tan barato que resultaba más conveniente matar a un esclavo irrespetuoso y comprar otro que aceptar tolerarlo. Pero sobre esta isla sopla también, en las postrimerías del siglo, el viento de la libertad y de la revolución. Los Estados Unidos acaban de conquistar a duras penas la independencia, y la madre patria francesa se encuentra inmersa de lleno en su gran revolución. James  sigue con morosa minuciosidad los trajines, las contradicciones, las discusiones de una Francia revolucionaria donde la burguesía reivindica la libertad, las masas proletarias parisinas presionan en pro de la igualdad, y la cuestión de la esclavitud  es el papel tornasol que mide la verdad de la revolución. Después de todo, los barcos  repletos de esclavos a la ida y de azúcar en el viaje de retorno son propiedad de los grandes burgueses revolucionarios de Nantes; e incluso los blancos y los mulatos esclavistas de Santo Domingo se identifican con la república. Pero los verdaderos “jacobinos”, sugiere James, no se encuentran en París, sino en las plantaciones y en las montañas de Haití. Aquí, al igual que, más tarde, en Virginia y en Georgia, serán  precisamente los esclavos –analfabetos, casi recién llegados de África, tratados como seres infrahumanos y semisalvajes- quienes encarnen, desarrollen hasta sus últimas consecuencias y hagan posibles aquellos valores de libertad que sus amos reivindicaban para sí, aunque fingieran creerlos universales (inmediatamente después de la declaración de independencia, en la que Thomas Jefferson y los colonos americanos proclamaban que “todos los hombres habían sido creados iguales”, éstos se vieron inundados por cartas y peticiones de sus esclavos y de los negros libres que decían, en sustancia: magnífico, de acuerdo, ¿cuándo comenzamos? Naturalmente, hizo falta nada menos que toda una guerra).   C. L. R. explica una historia complicada, a menudo confusa, de alianzas y rupturas, tanto entre blancos,  mulatos y negros de Santo Domingo como entre las diversas almas de clase  de la revolución en Francia ( y por el medio, con las tentativas de Inglaterra, patria de la libertad, por introducirse y meter la mano en la colonia más rica del mundo). Es ésta una guerra en la que no faltan los golpes, las matanzas, las traiciones en todos los bandos, que se prolonga durante doce años hasta que se hace imposible cualquier compromiso y a los negros rebeldes no les queda otra opción que la independencia y la república.

 

Un gigantesco levantamiento

En el centro del análisis de James se sitúa  una difícil relación. Por una parte, los factores de clase, tratados con un rigor marxista propio de otros tiempos, pero siempre sustancialmente convincente, en su planteo general, por otra parte, una personalidad excepcional, Toussaint L´Ouverture, otro de esos grandes protagonistas de la historia humana cuya existencia finge ignorar nuestra cultura. Precisamente por ello, yo hubiera preferido que en lugar del subtítulo que se le ha puesto a la edición italiana, “La primera insurrección contra el hombre blanco”, se hubiese preservado el originario: “Toussaint L´Ouverture y la revolución de Santo Domingo”. Un poco porque esta revolución intentó hasta el final no tener como antagonista al “hombre blanco” (lo eran varios de los consejeros y ayudantes de Toussaint) sino una institución y una relación de clase: la esclavitud. Y sobre todo, porque el nudo del problema sobre el que James insiste es precisamente el de la relación entre el singular “gran hombre” Toussaint y un inmenso movimiento social colectivo, un gran acontecimiento de masas. “No fue Toussaint quien hizo la revolución –escribe, como conclusión, James-, sino la revolución la que hizo a Toussaint”; hay una copla  de un fandango revolucionario andaluz  que dice: “aquí querríamos un Fidel como en Cuba, pero debemos saber que un pueblo que sabe lo que quiere pare su propio Fidel”).

Yo añadiría que la revolución ha hecho a Toussaint porque de otro modo no podía hacerse a sí misma.

Toussaint tenía cuarenta años y se llamaba Toussaint Breda cuando, no sin dudas, se une al levantamiento iniciado por el cimarrón Boukman, adopta el nombre de L´Ouverture, como para decir que en ese momento se abre una época nueva, y pronto se convierte en el jefe carismático indiscutible del mismo. Se percibe algo doloroso cuando James observa que sin las extraordinarias  circunstancias históricas en las que se encontraron inmersos, grandes protagonistas como Toussaint, Christophe, Dessalines habrían vivido y habrían muerto pasando desapercibidos, y habrían sido tratados hasta el fin de sus días como inocuos subalternos  y criados de confianza.  (En 1821, e inspirada en gran medida por los acontecimientos de Haití, se prepara en Charleston, Carolina del Sur,  una sublevación de esclavos . Cuando Rolla, uno de sus jefes, es detenido, su amo dice: no puedo creerlo; era mi esclavo de mayor confianza, le he confiado tantas veces a mi familia. Le pregunta: ¿Pero qué intenciones tenías?. Y Rolla: clavarte la espada en la barriga y cortarte la cabeza, a ti y a todos los tuyos. Sin aquella tentativa de sublevación, también Rolla habría sido recordado tan sólo como un fiel doméstico de confianza. ¿Cuánto furor anida en el alma de tantos oprimidos que no encuentran las circunstancias apropiadas?)

Una personalidad social

La Francia revolucionaria abole la esclavitud con retraso, casi por casualidad y, un poco, arrepintiéndose de ello; Napoleón la restaura pero ya es demasiado tarde, y los ejércitos que manda para domar Santo Domingo son destruidos por las fiebres y por los rebeldes negros (Toussaint paga con la libertad y la vida el haberse fiado de la Francia revolucionaria; y Dessalines completará el trabajo sin escrúpulos y sin piedad). Y es entonces cuando el mundo gira en torno a la centralidad de Haití. Recordémoslo: Francia era entonces dueña del rico y fértil valle del Mississippi, desde Nueva Orleáns (Orleáns, precisamente) hasta la frontera canadiense (atravesando lugares denominados San Luis, Louisville, D´Etroits, Sault Sainte Marie, Des Moines…) y todavía no se había resignado a la reciente pérdida del Canadá. Recuperar santo Domingo es pues la piedra angular de un proyecto imperial francés que abarca desde el Caribe al círculo polar ártico, pasando por el valle del Mississippi y el Canadá, reconquistado en guerra contra los ingleses. Son los esclavos negros de Haití los que hacen saltar esta visión: sin la preciosa Santo Domingo, ya no vale la pena. Fijaos: en 1802 Haití es independiente; en 1803, Napoleón vende todo el valle del Mississippi a los recién nacidos Estados Unidos, a cuatro céntimos el acre. Derrotada por sus esclavos, Francia abandona Norte América. Lo demás, -la frontera, la expansión, la hegemonía de los Estados Unidos- es la historia de Occidente hasta nuestros días.

Pero en torno de Haití corre una historia contrafáctica que que habría gustado a Philip K. Dick: Si Haití hubiese sido derrotado, ¿sería el francés hoy la lengua hegemónica?

Los esclavos fugitivos de Georgia, los esclavos revolucionarios de Santo Domingo, no han escrito episodios marginales, a pesar de ser entusiasmantes, de nuestra historia. La han hecho ellos. Post scriptum. En las páginas culturales de Repubblica del 3 noviembre, un corresponsal literario de Nueva Cork conmemora a William Styron y escribe: “En las  confesiones de Nat Turner, afrontó la abominación de la esclavitud a través de los ojos de un personaje imaginario, un afroamericano que intentó una sublevación contra los “amos””.

A parte le inspiegabili virgolette (i padroni erano letteralmente tali: proprietari degli schiavi), forse vale la pena di informarlo che Nat Turner non è «immaginario» per niente: si è ribellato, ha terrorizzato il Sud, è stato sconfitto ed è stato giustiziato nel 1831 lasciando una memorabile narrazione di sé. Ma Nat Turner è altrettanto inconcepibile di Toussaint e Dessalines, e di George Padmore: semplicemente, ci rifiutiamo di accettare la loro esistenza, la loro rivolta, la loro intelligenza. D’altronde, questo è lo stesso critico che anni fa sulle stesse pagine sbeffeggiava intellettuali neri come Henry Louis Gates, Jr. e Kwame Appiah perché la loro Encyclopaedia Africana dava troppo spazio, pensate, al «giocatore di cricket» C. L. R. James.
A parte  de las inexplicables comillas (los amos eran literalmente eso: propietarios de esclavos), quizá valiera la pena informarle de que Nat Turner no es “imaginario” en absoluto: se rebeló, aterrorizó el Sur, fue derrotado y fue ajusticiado en 1831, y dejó una memorable narración sobre sí mismo. Pero Nat Turner  es tan inconcebible como Toussaint y Dessalines, y como George Padmore: simplemente, rechazamos aceptar su existencia, su sublevación, su inteligencia. Por otra parte, este es el mismo crítico que hace años, en esas mismas páginas, se burlaba de intelectuales negros como Henry Louis Gates, Jr. y Kwame Appiah porque su Encyclopaedia Africana dedicaba demasiado espacio, imaginaos, al “jugador de cricket” C.L.R. James.

Traducido para Sin Permiso por: Joaquín Miras

 

[1] En castellano hay edición de 2003  a cargo de Editorial Turner, Madrid, y de Fondo de Cultura Económica,  México, conjuntamente, pero con distintos ISBN: Los jacobinos negros. Toussaint de L´Overture y la Revolución de Haití, 2003, (1938). Introducción y notas de James Walvin.  Trad. de Ramón García

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