Para la izquierda francesa, el radicalismo democrático de Robespierre es más necesario que nunca
Entrevista a Antoine Léaument La monarquía francesa fue abolida en 1792. El diputado de izquierdas Antoine Léaument explica por qué
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Nos es preciso justificar la admiración que profesamos a Robespierre, a sus ideas y a su obra. Estamos obligados actualmente a redibujar su papel histórico, enumerar sus aportaciones, hacer entender en definitiva el valor de su ejemplo, un ejemplo que creemos que es útil invocar en estos momentos.
Read moreRobespierre, o la derrota de la virtud.
Joan Tafalla Monferrer
Perder la batalla de 9 thermidor del año II de la Revolución Francesa ( 27 de julio de 1794) no ha favorecido en nada la fama, ni la suerte histórica de Robespierre. El fundador de la república democrática francesa, no tiene ninguna calle en el nomenclátor de Paris. El inventor del lema Libertad, igualdad, fraternidad, no tiene ninguna estatua ni monumento en la ciudad de las luces. Únicamente en Arras, su ciudad natal, recibe algún reconocimiento el personaje central de la Revolución Francesa. Thermidor convirtió a Robespierre en innombrable.
El cine tampoco ha sido clemente con nuestro personaje. En Danton, de Andrej Wajda, es pintado con todos y cada uno de los elementos negativos de la imagen construida tras el 9 thermidor. Sólo la breve aparición de Robespierre en La Marsellesa de Jean Renoir compensa esa imagen negativa. Pero ¿ quién ve hoy películas francesas de 1936?
212 años más tarde, quizás sea ya hora de nombrar a Robespierre más allá de la leyenda. Tarea difícil: luchar contra los tópicos es tarea comparable a la de Alonso Quijano con los molinos.
Un drama familiar que marcó una vida.
Read moreIl Manifesto, 7 diciembre 2006
Los esclavos de la Ilustración en la toma de la Bastilla
Se ha reeditado el libro de C. L. R. James Los jacobinos negros, un clásico de la historiografía social[1]. Páginas rigurosas y a la vez cautivadoras en las que se reconstruye la revolución antiesclavista que concluyó con la expulsión de los franceses y la fundación de la República de Haití. Un gigantesco levantamiento social que, desde el Caribe, se difunde hasta los Estados Unidos y cambia la historia mundial. Para ser después ignorado por la historia de los vencedores
Alejandro Portelli
Hay libros que transforman radicalmente la percepción occidental sobre la historia, la imagen que Occidente tiene de sí mismo, que sitúan en el centro, de una forma tan radical, la periferia y la marginalidad, que nuestra cultura finge, que en la práctica no existen. A fines de los años treinta se publicaron dos de estos libros. Black Reconstruction in America de W. E. B. DuBois, y Los jacobinos negros. Toussaint de L´Overture y la Revolución de Haití , de C.L. R. James. Sus autores son dos colosos del siglo XX, sin embargo, para la mayor parte de nuestros historiadores y politólogos, podrían no haber existido. Y quizá no existen verdaderamente: después de todo, ni tan siquiera eran blancos, y encima –cada uno a su manera y en periodos diversos- ambos fueron comunistas, y junto con otro comunista, George Padmore (sí, claro: “¿y ese, quién era?”), fueron miembros participantes desde sus orígenes, del movimiento panafricano y anticolonialista.
Read moreActualidad de Robespierre
María Toledano
Rebelión
y si el peligro surge, con sonrisas me dispongo a observar su amenaza
Giacomo Leopardi, Cantos, XXVI
Read moreFlorence Gauthier
Muy sorprendente puede resultar hoy para nosotros saber que a esa Declaración de Derechos Humanos es lo que propiamente recibió el nombre de Terror por parte de los contrarrevolucionarios. Se llamó Terror al intento de poner por obra una soberanía popular efectiva a partir de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano.
Carlos Abel Suárez entrevistó en el programa La memoria del puente el pasado 18 de septiembre a Florence Gauthier, la gran historiadora de la Revolución Francesa, catedrática en la Universidad de Paris VII (Jusieux), editora de las Obras completas de Robespierre y de Mably y miembro del Consejo Editorial de SinPermiso
El 18 de septiembre pasado la historiadora francesa Florence Gauthier fue entrevistada por Carlos Abel Suárez en el programa La memoria del puente, que se emite por radio Palermo de Buenos Aires. Florence Gauthier participó en Buenos Aires, junto con Antoni Doménech en la presentación del nº 1 de la revista Sin Permiso en su versión gráfica y dio una conferencia en Buenos Aires, organizada conjuntamente por el Centro de Investigaciones Filosóficas y el Instituto H. Arendt, sobre la influencia del sacerdote jesuita Juan de Mariana en los revolucionarios franceses.
Carlos A. Suárez.- Florence, ¿cómo podríamos resumir lo dicho en la conferencia y, particularmente, la notable relación que estableciste entre Mariana y la Marianne de la emblemática pintura de Delacroix, símbolo de la República francesa revolucionaria?
Florence Gauthier.- La teoría política del padre Juan de Mariana generó un vínculo entre los pensadores de la Revolución francesa. Mariana, que era español, desarrolló la idea del tiranicidio y del derecho a la resistencia a la opresión. Hay algo muy notable en la teoría política de este jesuita español, que vivía a caballo entre los siglos XVI y XVII, y fue su nombre el que pasó a Marianne, convertida en símbolo de la república revolucionaria. Y ese vínculo traía su origen en el hecho de que, en la teoría política del Padre Mariana, desempeñó un papel fundamental la confianza en el pueblo, y la confianza en el pueblo lleva a la soberanía popular, a una soberanía no entendida retóricamente, sino de forma efectiva y consecuente.
Read moreBabeuf que, había apoyado el movimiento de 9 de Termidor (que significó el fin del Comité de Salud Pública y la caida de los jacobinos robespierrista) se percató con bastante rapidez del sentido burgués del nuevo régimen que se construía y entró en contradicción con él. Ello le supuso la detención. Estuvo detenido hasta el 18 de diciembre de 1794. Para enmarcar el rumbo contrarevolucionario de Termidor, podemos citar que el 12 de noviembre ( 22 Brumario) había sido clausurado el Club de los jacobinos y que el 24 de diciembre (4 Nivoso), había sido abolida la ley del maximum. El conjunto de la política económica y social de Termidor fue de instauración del régimen capitalista de producción, el liberalismo económico más desatado. Como dice Guerin:’Se sacrificaba deliberadamente a los pobres…Al tiempo que se les quitaba el pan de la boca, privaban a los sans culottes de una de sus conquistas esenciales: la libertad política.’ El primero de abril de 1795 (12-13 Germinal del año III) se produjo una insurrección popular en Paris, como expresión de la desesperación popular que fue seguida de las jornadas de 1-4 de Pradial. La derrota del movimiento popular fue ya total. Por su parte, Babeuf había empezado a publicar su periódico ‘El Tribuno del Pueblo’ desde verano del 94, que siguió publicándose hasta el 24 de abril de 1796. A raíz de los artículos del Tribuno estuvo detenido entre febrero y noviembre de 1795,en Paris, en Baudets y en Arrás La cárcel le permitió realizar una reflexión sobre lo que estaba ocurriendo y trazar los planes de un nuevo proyecto político: establecer la igualdad de hecho. Babeuf, salido de la cárcel gracias a la amnistía concedida por el Directorio, reemprende inmediatamente la publicación de su periódico ‘Le Tribun du peuple’. Sus ideas sociales y políticas estaban claras y su Programa era coherente. Todavía era necesario propagarlas y continuar firme en las posiciones defendidas. Durante las semanas que separan la reaparición del ‘Tribun’ y el fracaso de la conspiración, Babeuf se comporta como un jefe de partido: designa los objetivos y critica los periódicos republicanos que pactan con el Directorio; contribuye eminentemente al renacimiento del movimiento democrático y a la organización de los grupos revolucionarios; denuncia la reacción y establece un balance en su periódico de los beneficios del ‘sistema de la igualdad’ y de las villanías dictatoriales. Sus últimas llamadas corresponden a la época en que fue construido el aparato insurreccional babouvista. Las frases apasionadas de Babeuf revelan a la vez la grandeza mesiánica del hombre y las incertidumbres de la tentativa. Babeuf presentó en el índice de su periódico el Manifiesto bajo el título ‘Extracto del gran manifiesto a proclamar para reestablecer la ‘igualdad de hecho’. Necesidad para todos los desgraciados franceses de una retirada al Monte Sagrado o de la formación de una Vendée plebeya’. En él se encuentra lo esencial de los proyectos socialistas y políticos de los babouvistas. Babeuf, que había constatado a su salida de la cárcel la desbandada popular y las vacilaciones de los demócratas, vió como una necesidad mostrar, lo más rápidamente posible, ‘lo que era necesario hacer’. En el Prospecto aparecido al mismo tiempo que el número 34 de ‘Le Tribun du peuple’, escribía: ‘Persuadido eternamente de que no se puede hacer nada grande sin todo el Pueblo, creo que es necesario aún, para hacer alguna cosa con él, mostrar- le continuamente ‘lo que es necesario hacer’ y temer menos los inconvenientes de la publicidad de los que la política se aprovecha, que contar con las ventajas de la fuerza colosal que delata siempre la política… Tenemos que calcular las fuerzas que se pierden dejando la opinión en la apatía, sin aliento y sin objeto, y todo lo que se gana activándola y enseñándole el ‘fin». Todo el número 34 de ‘Le Tribun du peuple’ que precede al Manifiesto, no es nada más que una llamada a la opinión para que despierte, a que no se deje ganar por aquellos que quieren llevar al movimiento popular por la vía de la moderación (Fouché, Barras, etc.) y para hablar, como a principios del siglo xx, de la vía de la ‘colaboración de clase y del reformismo’. El Manifiesto de los plebeyos, fue el pretexto para nuevas persecuciones contra Babeuf. ¡Patriotas! ¡Estáis un poco descorazonados!, ¡Me atrevería a decir que sois un poco pusilánimes! Estáis espantados porque sois muy pocos y teméis el fracaso. Pero acabáis de ver, y os lo han dicho, que queda muy poco que retroceder. ¡Vencer o morir!, no habéis olvidado que éste fue nuestro gran juramento. Vuestros enemigos os apresuran a llegar a la manos: y yo también. Procediendo de otra forma de la que ellos lo entienden, podéis salvar a la patria. Os haré ser, a pesar vuestro, valientes. Os forzaré a, llegar al enfrentamiento con nuestros adversarios comunes… ¡Hombres libres! No soy imprudente en absoluto… no soy prematuro en absoluto… Todavía no sabéis dónde y cómo quiero ir. Veréis pronto mi camino; y, o bien no sois demócratas, o juzgaréis que éste es el bueno y el seguro. En principio somos pocos obreros, es verdad; pero pronto habremos agrupado a los que hace falta. (… ) ¡Patriotas! Lo he hecho todo para haceros reconocer ‘atentos y convencidos’ la necesidad de detestar el régimen aristocrático bajo el que estamos encadenados, y para haceros ver, de una forma igualmente manifiesta, que solamente podréis vivir después del, retorno de la democracia, que ya habéis conquistado. Lo he hecho, porque he creído que ‘ha llegado la hora’ de emprender el combate entre vosotros y los pérfidos enemigos de un sistema equitativo. ¡Ahora sois vosotros quienes debéis forzar el combate! Esto es lo que yo he querido. Debe ser forzado, digo, porque vuestros enemigos no pueden desconocer, y vosotros mismos no lo podéis disimular, ‘lo que queremos’. Ya no tenemos tradición. Creo, he creído siempre, que si dejamos escapar este momento para llegar a las manos, no nos quedará por mucho más tiempo la esperanza de reconquistar este estado de libertad y de felicidad por el que hemos hecho tantos sacrificios. Que el gobierno, tan alabado por los republicanos y tan cordialmente aborrecido por los patricios y los monárquicos; que el gobierno justifique las esperanzas de unos y pague el odio de los otros con una retribución merecida. Que ayude, en lugar de impedir, los movimientos necesarios para devolver al pueblo sus derechos. Que los miembros del Directorio ejecutivo ‘tengan la suficiente virtud para minar su propio establecimiento’. Que se dediquen voluntariamente, y que sean los primeros en desdeñar, todo el andamiaje de la aristocracia ‘superlativa’, esta institución gigantesca que se sostiene siempre difícilmente, porque contrasta demasiado con los principios que nos han hecho hacer la revolución. Que rechacen todo este aparato, toda esta pompa veneciana, esta magnificencia casi monárquica , que escandaliza a nuestros ojos que sólo están acostumbrados ya a admirar lo simple y lo que se acerca a la igualdad. Que protejan, en lugar de continuar persiguiendo, a los apóstoles de la democracia, y que dejen predicar libremente la santa moral. Que sean tan grandes como lo fueron Agis y Cleomena, en situaciones muy parecidas a la suya ( … ) Babeuf condena seguidamente la quietud de los demócratas y sus vacilaciones para combatir al gobierno. Muestra que su fin no es establecer un nuevo régimen político, sino un nuevo régimen social basado en la igualdad, del que no se puede diferir la llegada. (… ) Las instituciones tienen que asegurar la ‘felicidad común’, la comodidad de todos los asociados. Recordemos algunos de los principios fundamentales desarrollados en nuestro último número, en el artículo De la guerra de los ricos y de los pobres. Repeticiones de este género no aburren lo que interesan. Señalábamos que la ‘perfecta igualdad’ es de derecho primitivo: que el pacto social lejos de atentar contra este derecho natural, tiene que dar a cada individuo garantías de que este derecho no será nunca violado; que además, nunca deberían existir instituciones que favorecieran la desigualdad, la codicia, que pudieran permitir evadir lo necesario para unos, para formar lo superfluo para otros. Que sin embargo había sucedido lo contrario, que convenciones absurdas se habían introducido en la sociedad y habían protegido la desigualdad, habían permitido el despojo de la mayoría de la minoría; que existieron épocas en las que los resultados de estas asesinas reglas sociales, fueron que la universalidad de las riquezas se había concentrado en las manos de unos pocos; que la paz que es natural cuando todos son felices, entonces era necesariamente precaria; que la masa que no podía continuar existiendo, al no poseer nada, encontrando solamente corazones inhumanos en la casta que se había apoderado de todo, estos efectos determinaban la época de estas grandes revoluciones, fijaban los períodos memorables, predichos en el libro del Tiempo y del Destino, en las que el cambio radical en el sistema de propiedad se convierte en inevitable, donde la revuelta de los pobres contra los ricos es una necesidad a la que ya nada puede vencer. Nosotros hemos demostrado que en 1789, estábamos en este momento, y que es por esto que entonces estalló la revolución. Hemos demostrado que, después de 1789, singularmente desde 1794 y 1795, la aglomeración de las calamidades y la opresión pública habían hecho urgente la conmoción majestuosa del pueblo contra sus expoliadores y sus opresores… Babeuf utiliza seguidamente un conjunto de situaciones sacado de la historia republicana de Roma, para demostrar que en una situación parecida, a la que, en su opinión, conocía el pueblo de París en 1795, el no ‘respetar las propiedades’ era conforme a la naturaleza humana. (… ) No es la igualdad mental lo que necesita un hombre que pasa hambre o que tiene necesidades: la tenía, esta igualdad, en el estado natural. Repito, porque no es un don de la sociedad; y porque para limitar aquí los derechos del hombre, era mejor para él quedarse en el estado natural, buscando y disputando su subsistencia en los bosques o al borde del mar o de los ríos… La primera y la más peligrosa de las objeciones, además de la más inmoral, es el pretendido derecho a la propiedad, en su acepción común. ¡El derecho a la propiedad! Pero, ¿cuál es pues este derecho a la propiedad? ¿Se entiende por ello el derecho de disponer de ella a su agrado? Si se entiende así, lo proclamo en voz alta, es reconocer la ‘ley del más fuerte’, es engañar el deseo de la asociación, es recordar a los hombres el ejercicio de los derechos de la naturaleza, y provocar la disolución del cuerpo político. Si, por el contrario, no se entiende así, me pregunto cuál será la medida y el límite de este derecho, ya que al fin de cuentas es necesario uno. ¿No lo esperáis de la moderación del propietario? (…) (… ) ¿Queréis de buena fe la felicidad del pueblo? ¿Queréis tranquilizarlo? ¿Queréis ligarlo indisolublemente al éxito de la revolución y al establecimiento de la República? ¿Queréis acabar con sus inquietudes y sus indigestiones intestinas?, declarad hoy que la base de la constitución republicana de los franceses será el limite al derecho de propiedad. (… ) No es más en ‘los espíritus’ donde hay que hacer la revolución; no es allí donde hay que buscar el éxito: desde hace tiempo ya está hecha y es perfecta, toda Francia os lo atestigua: es ‘en las cosas’ donde es necesario que esta revolución, de la que depende la felicidad del género humano, se haga. ¡Eh!, ¿qué importa al pueblo, qué importa a todos los hombres un cambio de opinión que no les procure nada más que una felicidad ideal? Uno puede quedarse extasiado, sin duda, ante este cambio de opinión; pero esta beatitud espiritual sólo conviene a los buenos espíritus y a los hombres que gozan de todos los bienes de la fortuna. Les es bien fácil a éstos, embriagarse de libertad y de igualdad: también el pueblo bebió la primera copa con delicia, también se embriagó. Pero temed que esta borrachera no pasa y que, estando más calmado y siendo más desgraciado que antes, no lo atribuya a la seducción de algunos facciosos, y no se imagine haber sido el juguete de las pasiones o de los sistemas de la ambición de algunos individuos. La situación moral del pueblo no es hoy nada más que un sueño que es necesario realizar, y no lo podéis hacer de otra forma que haciendo ‘en las cosas’ la misma revolución que habéis hecho ‘en los espíritus’. (… ) ¿Es ‘ley agraria’ lo que queréis?, se alarmarán mil voces de hombres honestos. NO: es más que esto. Sabemos qué argumento invencible nos opondrían. Nos dirían, con razón, que la ley agraria no puede durar más que un día; que desde la mañana siguiente de su promulgación, se restablecería la desigualdad. Los tribunales de Francia que nos han precedido, han concebido mejor el verdadero sistema de la felicidad social. Han sentido que tenía que residir en instituciones capaces de asegurar de mantener inalterablemente la ‘igualdad de hecho’. La ‘igualdad de hecho’ no es una quimera. El ensayo práctico fue emprendido felizmente por el tribuno Licurgo. Se sabe cómo llegó a instaurar este sistema admirable, en el que las cargas y las ventajas de la sociedad estaban igualmente repartidas, en el que todos tenían lo suficiente, y en el que nadie podía esperar lo superfluo. Todos los moralistas de buena fe reconocieron este gran principio e intentaron consagrarlo. Los que lo enunciaron más claramente fueron, en mi opinión, los hombres más estimables y los más distinguidos tribunos. El judío Jesucristo no merece este título sino es en forma mediocre, ya que expresó demasiado obscuramente su máxima: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo’. Esto insinúa, pero no dice explícitamente, es que la primera de todas las leyes es que ningún hombre puede pretender legítimamente que ninguno de sus semejantes sea menos feliz que él . J. Jacques ha precisado mejor este mismo principio, cuando ha escrito: ‘Para que el estado social sea perfeccionado, es necesario que cada uno tenga lo suficiente'[1], y que ninguno tenga demasiado. Este corto párrafo es, en mi opinión, el elixir del contrato social. Su autor lo ha hecho tan inteligible como le era posible en el tiempo en que escribía y pocas palabras bastan a quien sabe comprender. Escuchar a Diderot, no dejará equívoco sobre cuál es el único y verdadero sistema de sociabilidad conforme a la justicia: ‘Hablad tanto como queráis -dice- sobre la mejor forma de gobierno, no habréis hecho nada en tanto no hayáis destruido los gérmenes de codicia y de la ambición.’ No es necesario ningún comentario para explicar que, la mejor forma de gobierno, es que sea imposible a todos los gobernadores convertirse en más ricos o más fuertes en autoridad que cada uno de sus hermanos; para que en una justa, igual y suficiente parte de las ventajas para cada individuo, se encuentren los limites de la codicia y de la ambición. Robespierre os dirá también, que éstas son las bases de todo pacto fundado en la igualdad de los derechos primitivos o de la naturaleza. ‘El fin de la sociedad -dice en su Declaración de Derechos- es la felicidad común -es decir, evidentemente, la felicidad igual de todos los individuos- que nacen iguales en derechos y necesidades.’ Y más lejos esta otra máxima de moral eterna: ‘No hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti – es decir- haz a los otros lo que querrías que te hicieran a ti ( … ).’ Y, ¿no es a esto, a lo que, armado con la razón más soberana, Saint-Just, cuando parecía querer responder a sus verdades incontestables, daba una doble protección, al dirigimos estas importantes palabras a vosotros, Sans-culottes, oprimidos siempre?: ‘Los desgraciados son las potencias de la tierra, tienen derecho a hablar como dueños a los gobiernos que actúan con negligencia hacia ellos.’ (…) La religión de la ‘pura igualdad’, que nos atrevemos a predicar a todos nuestros hermanos despojados y hambrientos, quizá les parezca a ellos mismos, por más natural que les sea; les parecerá, digo, quizá nueva pero por ser tan viejos en nuestras bárbaras y numerosas instituciones, que casi no podemos concebir que sean más justas y más simples (…). Babeuf hace seguidamente un llamamiento a la tradición propia de la Revolución Francesa, citando los textos igualitarios de los hombres que después del 9 termidor han ‘cambiado de camisa’ : Tallien, en ‘Ami des sans-culottes’ en 1793, y Fouché en su decreto del 24 brumario del año II (14 de noviembre de 1793). ¿Es necesario para restablecer los derechos del género humano y hacer cesar todos los males, es necesario una ‘ retirada al Monte Sagrado o una Vendée plebeya? ¡Que todos los amigos de la ‘igualdad’ estén listos y se den por aludidos! ¡Que cada uno de ellos se llene de la incomparable belleza de esta empresa! ¡Los Israelitas a liberarse de la servidumbre egipcia! ¡Llegar a la posesión de las tierras de Canaán! ¿Qué expedición fue nunca más digna de iluminar los grandes corajes? El Dios de la Libertad, estemos seguro de ello, protegerá a los ‘Moisés’ que la querrán dirigir. Nos lo ha prometido sin necesidad del intermediario Aaron, del que no sabemos qué hacer, como tampoco de su colega el vicario. Nos lo han prometido, sin aparición milagrosa en el zarzal ardiente. Dejemos a un lado todos estos pródigos, todas estas necedades. Las inspiraciones de las divinidades republicanas se manifiestan simplemente bajo los auspicios de la naturaleza (Dios Supremo) por la voz del corazón de los, republicanos [2]. Nos ha sido revelado, pues, que mientras numerosos ‘Josué’ combatirán en la llanura sin necesidad de detener el sol, muchos, en lugar del legislador de los Hebreos, estarán en la verdadera ‘Montaña Plebeya’. Allí trazarán, al dictado de la justicia eterna, el decálogo de la santa humanidad, del sans-culottisme, de la imprescriptible equidad. Proclamamos, bajo la protección de nuestras cien mil picas y de nuestras lenguas de fuego, el primer código verdadero de la naturaleza, que no podrá ser nunca quebrantado. Explicaremos claramente qué es la ‘ felicidad común, fin de la sociedad’. Demostraremos que la suerte de todo hombre no debe acabar al pasar del estado natural al social. Definiremos la propiedad. Probaremos que la tierra no es de nadie, sino que es de todos. Probaremos que todo lo que un individuo acapara más allá de lo que le es necesario para su alimentación, es un robo. Probaremos que el pretendido derecho a la alienabilidad es un infame atentado populicida. Probaremos que la ‘herencia por familia’ es un error no me- nos grande; que aísla a todos los miembros de la asociación, y que hace de cada familia una pequeña república, que no puede dejar de conspirar contra la más grande y que consagra la desigualdad. Probaremos que todo lo que un miembro del cuerpo social tiene ‘por debajo’ de los suficiente a sus necesidades de toda especie y de cada día, es el resultado de una expoliación de su propiedad individual hecha por los acaparadores de bienes comunes. Que, en consecuencia, todo lo que un miembro del cuerpo social tiene ‘por encima’ de los suficiente a sus necesidades de toda especie y de cada día, es el resultado de un robo hecho a los otros asociados, que priva necesariamente a un número más o menos grande de ellos, de su parte en los bienes comunes. Que los razonamientos, por más sutiles que sean, no pueden prevalecer sobre las verdades inalterables. Que la superioridad de los talentos y de las industrias no es más que una quimera y un cebo especial que siempre ha servido a los complots de los conspiradores contra la igualdad. Que la diferencia de valor y de mérito en el trabajo de los hombres, reposa en la opinión de que algunos de entre ellos han sentado y han sabido hacer prevalecer, Que es sin duda incorrecto que esta opinión haya apreciado la jornada del que hace un reloj, como veinte veces superior a la jornada de] que traza los surcos. Que es sin embargo con ayuda de esta estimación que la ganancia de un obrero relojero le ha llevado a adquirir el patrimonio de veinte obreros de arado, a los que ha expropiado por este medio. Que todos los proletarios lo son por el resultado de la misma combinación de todas las otras relaciones de la producción, pero que todas parten de la diferencia de valor, establecida entre las cosas por la única autoridad de la opinión. Que es absurda e injusta la pretensión de querer una recompensa más grande para aquel cuya tarea exige un mayor grado de inteligencia, y más aplicación y tensión de espíritu; esto no amplía en nada la capacidad de su estómago. Que ninguna razón puede pretender una recompensa que exceda de lo suficiente para las necesidades humanas. Que también es fruto de la opinión que el valor de la inteligencia, y quizá haya que examinarlo si el valor de la fuerza natural y física, no vale nada. Que son los inteligentes los que han dado tan alto precio a las concepciones de sus cerebros y que si hubieran sido los fuertes los que hubiesen reglamentado las cosas, habrían establecido sin duda que el mérito de los brazos vale tanto como el de la cabeza y que la fatiga de todo el cuerpo podría ser compensada con la de la única parte pensante. Que sin esta igualación, se da a los más inteligentes, a los más industrializados, una patente para acaparar, un título para despojar impunemente a los que lo son menos. Que es de este modo como se destruyó, derribando en el estado social, el equilibrio de la comodidad, ya que no hay nada que esté mejor demostrado que nuestra gran máxima: ‘no se llega a tener demasiado sino es haciendo que los otros no tengan lo suficiente’. Que nuestras instituciones civiles, nuestras transacciones recíprocas no son más que actos de un bandidaje perpetuo, autorizados por leyes bárbaras y absurdas, a la sombra de las cuales solamente nos ocupamos en despojarnos mutuamente. Que nuestra sociedad de bribones implica, a causa de sus atroces convenciones primordiales, toda clase de vicios, de crímenes y de desgracias contra las que algunos hombres de bien se unen en vano para hacerles la guerra, que no pueden hacerla triunfar porque no atacan los males desde su raíz y aplican únicamente paliativos sacados de la reserva de ideas falsas de nuestra depravación orgánica. Que queda claro, por lo que precede, que todo lo que poseen aquellos que tienen algo más que su parte individual de los bienes de la sociedad, es robo y usurpación. Que por tanto es justo recuperarlo. Que el que pudiera probar que, gracias solamente a las fuerzas naturales, es capaz de hacer tanto como hacen cuatro personas juntas y que, en consecuencia, exige la retribución de cuatro, no dejaría por ello de conspirar contra la sociedad, porque destruiría el equilibrio por este único medio y destruiría la preciosa igualdad. Que la prudencia ordena a todos los asociados a reprimir este tipo de hombre, a perseguirle como a una plaga social, a reducirle a no poder hacer más tarea que la de uno, para no poder exigir más recompensa que la de uno solo. Que solamente es una especie la que ha introducido esta locura asesina, de distinción de mérito y de valor, y que también es ella quien conoce la desgracia y las privaciones. Que no deben existir privaciones en las cosas que la naturaleza nos da a todos, que son producto de todos, sino es una causa de accidentes inevitables de la naturaleza, y en este caso, las privaciones tienen que ser soportadas y repartidas entre todos igualitariamente. Que de este modo las producciones de la industria y del genio se convierten en propiedad de todos, de dominio de toda la asociación desde el mismo momento en que los inventores y los trabajadores las han hecho aparecer; ya que no son más que compensaciones de las invenciones precedentes del genio de la industria, de los que estos inventores y estos trabajadores se han aprovechado gracias a la vida en sociedad, y que les han ayudado en sus descubrimientos. Que, ya que los conocimientos adquiridos son de dominio público, deben ser repartidos igualitariamente entre todos. Que es una verdad mal constatada por mala fe, prejuicio o irreflexión, es decir que esta repartición convertiría a todos los hombres en iguales, con la misma capacidad y el mismo talento. Que la educación cuando es desigual es una monstruosidad, del mismo modo que cuando es patrimonio exclusivo de una parte de la asociación, ya que entonces se convierte, en manos de esta parte, en un montón de máquinas, en una provisión de armas de toda clase, con ayuda de las cuales esta primera parte combate a la otra desarmada, llegando fácilmente, en consecuencia, a yugularla, a engañaría, a despojarla, a esclavizaría bajo las cadenas más vergonzosas. Que no es verdad menos importante que la que ya hemos citado y que un filósofo ha proclamado en estos términos: ‘Hablad tanto como queráis, sobre la forma de gobierno, no habréis hecho nada en tanto no hayáis destruido los gérmenes de la codicia y de la ambición. ‘ Que es necesario, pues, que las instituciones sociales nos lleven a un punto en el que nieguen a todo individuo la esperanza de llegar a ser más rico, más potente y más distinguido que ninguno de sus iguales. Que es necesario, para precisar todavía más esto, llegar a ‘encadenar la suerte’; a hacer la de cada asociado independiente de las circunstancias felices o desgraciadas; ‘a asegurar a cada uno y a su descendencia, por numerosa que sea, lo suficiente y nada más que lo suficiente’ ; y a cerrar todas las vías posibles para que nunca puedan obtener más allá de esta parte individual de los productos de la naturaleza y del trabajo. Que el único medio de llegar hasta aquí, es establecer la ‘administración común’; suprimir propiedad particular; ligar cada hombre al talento, a la industria que conoce; obligarle a depositar sus frutos en especie en el almacén común, y establecer una simple administración de distribución, una administración de subsistencia que, teniendo registrados a todos los individuos, y a todas las cosas, hará repartir estas últimas en la igualdad más escrupulosa y las depositará en el domicilio de cada ciudadano. Que este gobierno, que la experiencia nos demuestra que es practicable, ya que se aplica a un millón doscientos mil hombres de nuestros doce ejércitos (lo que es posible en pequeño lo es en grande)[3] , que este gobierno es el único del que puede resultar la felicidad universal, inalterable, sin mezcolanzas; ‘la felicidad común, fin de la sociedad’. Que este gobierno hará desaparecer los límites, las vallas, los muros, las cerraduras de las puertas, las disputas, los procesos, los robos, los asesinatos, todos los crímenes: los tribunales, las cárceles, las horcas, las penas, el desespero que causan todas estas calamidades; el ansia, la envidia, la insaciedad, el orgullo, los engaños, la duplicidad, en resumen, todos los vicios: y más aún, y sin duda este punto es el esencia, ‘el gusano roedor’ de la inquietud general, particular, perpetua de cada uno de nosotros, por nuestra suerte de mañana, del próximo mes, del año siguiente, de nuestra vejez, la de nuestros hijos y la de sus hijos. Este resumen de este terrible manifiesto que ofreceremos a la masa oprimida del Pueblo francés, del que te damos un primer esbozo para empezarle a ‘dar gusto’. ¡Pueblo, despierta a la esperanza!, acaba con la desesperación que te sepulta. (… ) Despierta a la vista de un futuro feliz. ¡Amigos de los reyes!, perded toda esperanza de que los mallos con los que habéis abrumado al pueblo le sometan para siempre jamás al yugo de uno solo. ¡Y vosotros, patricios!, ¡ricos!, ¡tiranos republicanos! renunciad igualmente, y todos a la vez, a vuestras especulaciones opresivas, sobre esta nación que no ha olvidado todavía sus juramentos a la libertad. Una perspectiva, más feliz que todo lo que podéis suponer, se abre a su vista. ¡Dominadores culpables!, en el momento en que creéis que podéis azotar sin peligro a este pueblo virtuoso con vuestro brazo de hierro, os hará sentir su superioridad, se liberará de vuestras usurpaciones y de vuestras cadenas, recuperará sus derechos primitivos y sagrados. Desde hace demasiado tiempo le estáis insultando en su agonía… ‘El pueblo -decís- está sin vigor; sufre y muere sin atreverse a quejarse.’ ¡El orgullo de la nación no se dejará pisar por estas humillaciones! ¡El nombre francés no pasará a la posterioridad acompañado de este envilecimiento! ¡Que este escrito sea la señal, la luz que reanime y vivifique todo lo que en otro tiempo tuvo calor y valentía!, todo lo que quemó con llama ardiente por la felicidad pública y la independencia perfecta. ¡Que el pueblo torne la primera idea verdadera de la Igualdad! Que estas palabras: ‘Igualdad’, ‘iguales’, ‘plebeyanismo’ sean palabras de unión de todos los amigos del pueblo. Que el pueblo ponga a discusión todos los grandes principios; ¡que el combate se centre sobre el famoso tema de esta ‘igualdad’ propiamente dicha y sobre el de la propiedad! ¡Que goce esta vez con la moral y que la llene de fuego sostenido hasta la consumación total de su obra! Que destruya todas las antiguas instituciones bárbaras y que las sustituya por aquellas que son dictadas por la naturaleza y la justicia eterna. Sí, ¡todos los males del pueblo están en el límite; no pueden empeorar! ¿No pueden repararse sino es un cambio total? ¿Que esta guerra del rico contra el pobre tome un color menos innoble? ¡Que deje de ser audaz por un lado y malvada por el otro! ¡Que los desgraciados respondan de una vez a sus opresores! Aprovechémonos de que nos han empujado hasta el límite. Avancemos sin rodeos, como hombres que se sienten llenos de todas sus fuerzas: Marchemos francamente hacia la Igualdad. Veamos el ‘fin de la sociedad’; ¡veamos la ‘felicidad común’! ¡Pérfidos o ignorantes! ¿Gritáis que es necesario evitar la guerra civil? ¿Que no hay que echar entre el pueblo la antorcha de la discordia? ( … ) ¿Qué guerra civil es más irritante que aquella que muestra a todos los asesinos en un bando y a todas las víctimas sin defensa en el otro? ¿Clasificaríais de criminal a quien arma a las víctimas contra los asesinos? ¿No es mejor una guerra civil en la que las dos partes puedan defenderse recíprocamente? Que se acuse, si se quiere, a nuestro periódico de avivar la discordia. Tanto mejor: la discordia es mucho mejor que una horrible concordia en la que la gente muere de hambre. Que los partidos tomen posiciones; que la rebelión sea parcial, general, instantánea, que retroceda, que se determine. ¡Nosotros estamos siempre satisfechos! ¡Que el ‘Monte sagrado’ o la ‘Vendée plebeya’ se formen en un solo punto o en los ochenta y seis departamentos! Que se conspire poco o mucho contra la opresión, secretamente o a la luz del día, en cien mil conciliábulos o en uno solo, poco nos importa ya que se conspira y los remordimientos e inquietudes acompañan siempre a los opresores. Hemos dado la seria¡ para que muchos se den cuenta; para llamar a muchos cómplices; les hemos dado motivos suficientes y algunas ideas, estamos casi seguros que se conspirará. Que la tiranía intente, si puede, interceptamos… El pueblo, se dice, no tiene guías. Que aparezcan, y el pueblo desde este mismo instante romperá las cadenas y conquistará el pan para él y para todas las generaciones venideras. Repetimos una vez más: Todos los males están en el límite; no pueden empeorar; ¡no pueden repararse si no es con un cambio total!… ¡Que todo se confunda!… ¡que todos los elementos se envuelvan, se mezclen y choquen entre sí!… ¡Que todo se convierta en caos y que del caos salga un mundo nuevo y regenerado! ‘Apresurémonos, después de mil años, a cambiar estas leyes groseras’. ‘Le Tribun du peuple’, número 35. 9 frimario del año IV (30 de noviembre de 1795), págs. 79-107. Nota: Para editar este texto se ha utilizado la siguiente biblografia: Babeuf. Ecrits presentés par Claude Mazauric. Messidor/Editions sociales. Paris, 1988. François-Noel Babeuf. Realismo y utopia en la revolución francesa. Sarpe . Biblioteca de la historia. Madrid, 1985. Irene Castells Oliván. La revolución francesa (1789-1799). Editorial Síntesis. Madrid 1997. Daniel Guerin. La lucha de clases en el apogeo de la revolución francesa. 1793-1795. Alianza Editorial, Madrid 1974. [2] Babeuf confirma aquí su ateísmo, o quizá mejor, su panteísmo naturalista. [3] Babeuf muestra aquí todo lo que su doctrina debe a la práctica del año II: tasación y requisicíón. La misma idea era entonces frecuentemente expresada y sería desarrollada por los socialistas utopistas en su proyecto de ‘ejércitos industriales’ (Cf. M. Dommanget pages choisies…, op. cit., notas, p. 262.)
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Read moreDe l’igualtat
El poble, "aquesta multitud d’homes dels quals jo defenso la causa" ( abril 1791), i el seus drets: totes les intervencions de Robespierre a la Constituent no tingueren altra finalitat que afirmar aquests drets i proposar la seva constant extensió, la de la pròpia democràcia. A partir de la modèstia dels èxits que va obtenir, es pot mesurar la força de les resistències amb les que s’hagué d’enfrontar. El poble, en tot cas, en tingué coneixement i li va agrair quan li oferí l’ovació, junt a Petion, el 30 de setembre.
L’exigència d’igualtat entre tots els ciutadans està clara en moltes de les seves intervencions. Aquesta exigència crida a l’ Assemblea a respectar la Constitució. És el cas del Discurs sobre l’organització de les guàrdies nacionals (5 de desembre del 90). Robespierre es revolta contra la idea que les guàrdies poguessin ésser considerades com un exèrcit: "Les guàrdies nacionals no poden ésser altra cosa que la nació sencera, armada per a defendre, per necessitat, els seus drets(…) despullar una porció qualsevol dels ciutadans del dret d’armar-se per la pàtria i investir-ne exclusivament una altra part, és doncs violar al mateix temps la santa igualtat que està en la base del pacte social, i les lleis més incontestables i més sagrades de la natura(…) Aquest principi no admet cap distinció entre allò que vosaltres denomineu ciutadans actius i els altres(…). És impossible que les guàrdies nacionals esdevinguin per elles mateixes perilloses per a la llibertat, donat que és contradictori que la nació vulgui oprimir-se ella mateixa". El discurs, llegit als Cordeliers , Sobre la necessitat de revocar el decret sobre la moneda de plata ( abril 91), és encara més eloqüent. El sistema electoral, que limitava el dret de vot als ciutadans que pagaven una contribució directa igual al valor local de tres dies de treball, excloïa tres milions de ciutadans sobre set. Robespierre en fou un adversari resolt. Per tal de revocar la distinció entre "actius" i "passius", ell no es limita a posar, de nou, a l’ Assemblea en contradicció amb la Declaració, si no que invoca les Llums, on es creuen "els camins de la raó i de la natura", fustiga els "rics" i presenta el poble com el garant absolut de la revolució. " Heu fet quelcom per apreciar-lo [ el poble] i per a conèixer els homes, vosaltres que… no els heu jutjat més que des de les idees absurdes del despotisme i de l’orgull feudal; vosaltres que… heu trobat fàcil degradar la major part del gènere humà, pels insults de canalla, de populatxo; vosaltres que heu revelat al món que existien persones sense naixement, com si tots els homes que hi viuen no haguessin nascut; que hi havien persones de res que eren homes de mèrit i que hi havien persones honestes, persones com cal, que eren els més vils i els més corromputs de tots els homes […] . Els abusos són l’obra i el domini dels rics, ells són els flagells del poble: l’interès del poble és l’interès general, el dels rics és l’interès particular; i vosaltres voleu anular el poble i fer omnipotents els rics!". Afegim, de passada, al dossier de la polisèmia de la paraula poble , aquesta rigorosa definició: " Fins aquí, jo he utilitzat el llenguatge d’aquells que semblen voler designar per la paraula poble una classe d’homes separada, a la qual els afegeixen una certa idea d’inferioritat i de menyspreu. Ja és hora d’expressar-se amb més precisió, recordant que el sistema que nosaltres combatem proscriu a les nou dècimes parts de la nació, que esborra de la llista d’aquells que ell anomena ciutadans actius una multitud innombrable d’homes que els prejudicis i inclòs l’orgull havien respectat, distingits per la seva educació, per la seva indústria i inclòs per la seva fortuna". "Poble", per tant, el conjunt dels dominats, mitjana i petita burgesia inclosa. Que Robespierre defensa encara, a propòsit del dret de petició ( 9 de maig del 91), contra Le Chapelier: " L’ Assemblea no pot atorgar el dret de petició de forma exclusiva als ciutadans actius". Ell hi tornarà encara el 29 de juliol del 92: "Per quina fatalitat hem arribat a una situació en que els únics amics fidels de la Constitució, que les veritables columnes de la llibertat siguin precisament aquesta classe laboriosa i magnànima que la primera legislatura despullà del dret de ciutadania? Expieu doncs aquest crim de lesa nació i de lesa humanitat esborrant aquestes distincions injurioses que mesuren les virtuts i els drets de l’home per la quota d’impost". Amb el mateix esperit, ell proposava, el 19 de juny del 91, d’indemnitzar els electors més pobres que sacrificaven una jornada de treball per a assistir a les assemblees electorals. Ell exigia igualment que els magistrats fossin escollits (15 de desembre del 91), que els administradors rendissin comptes ( 28 de desembre del 91), o que la col·lectivitat sencera, i no només els notables, tinguessin dret de votar els impostos ( 7 de gener del 92).
Seguint en el capítol de l’igualtat, la intervenció en favor del dret de vot per a els comediants i els jueus, curiosament barrejats per la Constituent. "Com s’ha pogut oposar als jueus les persecucions de les quals han estat víctimes en diferents pobles? Precisament aquest és un dels crims nacionals que hem d’expiar, tornant-los-hi els drets imprescriptibles de l’home, dels quals cap potencia humana no els podia despullar. S’ els imputa, a més, vicis i prejudicis; l’esperit de secta i d’interès s’exageren; però qué els hi podem imputar , si no son les nostres pròpies injustícies?".
El 9 de maig i el 22 d’agost del 91, Robespierre intervé en favor de la completa llibertat de premsa : "la premsa lliure és la guardiana de la llibertat"; "essent la llibertat de publicar el propi pensament el primer baluard de la llibertat no pot ésser molestat ni limitat de cap manera, si no és en els estats despòtics". Ell, el purità a qui se li posen els pèls de punta front a les publicacions llicencioses i de la venda d’imatges obscenes ( 7 de juliol del 91), dona prova d’una confiança plena: "Deixeu desenvolupar-se plenament les opinions bones i les dolentes, només les primeres estan destinades a romandre".
El 13 de maig i el 24 de setembre del 91, Robespierre, membre de la Societat dels amics dels Negres, fundada per l’abat Gegoire, denuncia amb vehemència el lobby colonial, a qui l’ Assemblea s’aprestava a seguir (i que ella seguirà): "Ho repeteixo: morin les colònies, si els colons volen, per amenaces, forçar-nos a decretar allò que els hi convé als seus interessos".
Read moreEn la última sesión pedí la palabra para proponer unos artículos adicionales importantes referentes a la Declaración de los Derechos
Read moreLos jacobinos no elegían entre la libertad y la igualdad. Afirmaban una gracias a la otra, y unían una a la otra con el cemento de la fraternidad. Preocupados a la vez por no “alarmar a la propiedad” y no “ofender a la justicia”, juzgaban que la prosperidad de los ricos jamás debía contradecir la subsistencia de los pobres. Hoy, incluso esta moderación, aparece de nuevo revolucionaria…
Destacar el ideal igualitario de los jacobinos es un lugar común. Discípulos de Rousseau, se aplicaron a erradicar las desigualdades heredadas del Antiguo Régimen: si 1789 consagró la igualdad ante la ley, 1793 debía inaugurar la era de la igualdad real. Pero destacar, al mismo tiempo, el liberalismo de los jacobinos, discípulos de Montesquieu, parece una paradoja. ¿Acaso libertad e igualdad no son, a priori, incompatibles? Cuanto más libertad existe, la competencia tiende a engendrar más desigualdades e, inversamente, si se desea impulsar la igualdad, se tiende a caer en una limitación de la libertad, al redistribuir riqueza o ventajas. Por esto Montesquieu, en su proyecto de sociedad, se esforzó en dosificar estos dos ingredientes, siendo la libertad para él más deseable que la igualdad, y la desigualdad un mal menor frente al despotismo. A este dilema filosófico se agrega la problemática histórica del Terror. ¿Los autores modernos no nos han señalado que este fue también, además de un régimen represivo impuesto por las “circunstancias” y que llevaba a una necesaria restricción de las libertades, una ideología igualitaria cuyo objetivo era la regeneración moral, y la uniformidad de la sociedad? En este sentido, Luc Ferry y Alain Renaut 1 condenan el jacobinismo por su visión voluntarista y ética de los derechos del hombre, en la que el riesgo inherente a tal visión era la política del Terror, “históricamente verificable”. François Furet y Mona Ozouf 2, por su parte, han estimado que el consentimiento a la coacción fue la verdadera línea divisoria en la Convención: al desear imponer la igualdad a los ricos y al “forzarlos a ser honestos”, Robespierre y sus seguidores inauguraron la era totalitaria, el culto de la violencia, que únicamente esperaba “el injerto bolchevique” para transformarse, en el siglo XX, en necesidad revolucionaria.
Debe admitirse que los enfoques de los historiadores de izquierda favorecieron esta percepción de una inexorable continuidad histórica. ¿Acaso Albert Mathiez no veía en Robespierre al cómplice de Babeuf, en un momento en que éste último era reivindicado como el antepasado ilustre de la revolución proletaria? Cuando escribía en 1928, en la época de la “dekulakización” de la URSS, Albert Mathiez presentaba la política agraria de los jacobinos franceses del año II como una vasta tentativa de expropiación de una clase en beneficio de otra. Si bien esta interpretación fue sensiblemente modificada por sus sucesores, no es menos cierto que, a través del prisma marxista, la experiencia jacobina aparecía aún como una prefiguración de las luchas ideológicas de los tiempos modernos.
Tales asimilaciones, y las reservas que ellas suscitan, llaman a reflexionar. Revelan un profundo desprecio en cuanto a la naturaleza del igualitarismo jacobino, nacido del individualismo de 1789 y de la lógica de los derechos del hombre. La Declaración de derechos de 1793, redactada conjuntamente por Girondinos y Montañeses ( esencialmente por Condorcet y Robespierre), proclama los derechos naturales que son “la igualdad, la libertad, la seguridad y la propiedad”.
Ni laissez-faire ni dirigismo
Estos derechos emergieron de las tesis de Locke, padre del liberalismo moderno, que definía el derecho de propiedad como englobando “la vida, la libertad, los bienes”, comprendiendo en ello la facultad de acumular las riquezas y gozar de ellas; pero que afirmaba también la igualdad natural y el “derecho igual a la libertad”, implicando, según el principio de reciprocidad, el deber de respetar el derecho del otro a la libertad. Como lo hace notar Amartya Sen, teórico del utilitarismo norteamericano, la igualdad es no solo una característica esencial de las concepciones liberales de organización social (libertad igual para todos, igual consideración para todos), sino que la oposición entre libertad e igualdad es ficticia e inexacta, en cuanto que al ser la libertad uno de los posibles campos de aplicación de la igualdad, la igualdad forma parte de los esquemas de distribución posibles de la libertad.
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