Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Nicolai Bujarin

A modo de introducción

 

        Aunque sea poco conocido,  el debate entre la oposición de derecha y la de izquierda en el movimiento comunista internacional, rotundamente encarnadas por Nikolai Bujarin y león Trotsky, respectivamente, que tuvo su mayor vigencia en la segunda mitad de los años veinte con un antes y un después, tuvo y tiene su traducción española. Lo tuvo en el POUM, caracterizado como “trotsko-bujarinista” por el infortunado periodista soviético Mijhail Koltzov (1), y lo ha vuelto a tener, bajo otras perspectivas entre sectores de la intelectualidad marxista crítica ligada proveniente de la tradición comunista, y el sector más ligado con el trotskismo, más específicamente con lo que fue la LCR, por no hablar de otras posibles resonancias.

       En  caso del POUM que recogió todas las disidencias del PCE, el “bujarinismo” está estrechamente ligado a Maurín y la Agrupación Comunista madrileña liderada por Juan Portela y Julián Gorkin (2), en tanto que el trotskista lo está con Nin y Juan Andrade, todos ellos cofundadotes del PCE. Tanto Trotsky como Nin acusaron una y otra vez a Maurín de “bujarinista”, aunque lo cierto es que éste fue expulsado del Komintern por negarse a condenar a Trotsky, y  conoció una potente radicalización a raíz del ascenso del nazismo al poder. La acusación se fundamentaba tanto en la actitud de Maurín ante el Komintern como por  el criterio que guiaba la formación del “Bloque Obrero y Campesino” (BOC), como una organización más amplia que un parido comunista.

       Sin embargo, este criterio fue aplicado por Maurín en un sentido más clásico, y el BOC no tuvo nada que ver con  el “Kuomintangnismo” ni nada por el estilo, sirvió para integrar justamente a los “bujarinistas” madrileños, y también a los comunistas independentistas como Jordi Arquer y Josep Rovira, que habían organizado pequeñas formaciones de este signo en Cataluña. En el POUM, Portela representó siempre al sector más afín con el PCE y el Frente Popular (y opuesto al trotskismo,  en el sentido de que había que estar “por encima” del dilema Stalin-Trotsky, un criterio en el que abundó especialmente  Gorkin en sus diatribas contra Trotsky en relación a la línea a seguir durante la guerra y la revolución). La presunción  (expresada entre otros por el avieso Antonio Elorza en Queridos camaradas), según la cual, de haber permanecido Maurín al frente del POUM durante la guerra habría actuado en la misma línea que Portela tiene dos argumentos en contra, primero, Maurín fue el principal teórico de la Alianza Obrera y del POUM, segundo, que su discípulo  “Pep” Rebull se mostró muy crítico con actuaciones de Nin, como lo fue colaborar con la Generalitat y defendió una opción que los componentes de la Cuarta Internacional dentro del POUM, vieron como próxima a la suya (3).

       Pienso que el reconocimiento que obtuvo Bujarin en los años setenta tiene mucho que ver con las tentativas de un “comunismo democrático” en partidos comunistas como el italiano. No hay que olvidar que Togliatti, aunque se plegó a Stalin para  salvar la vida había mostrado sus simpatías con Bujarin, y que otros líderes comunistas como Angelo Tasca y el propio Gramsci, se encontraban en esa misma línea (4). Como es sabido, el líder de la revolución húngara de 1956, Imre Nagy, había sido afín a Bujarin, y la huellas de éste –en su fase del socialismo a paso de tortuga, manteniendo la alianza obrero-campesina de la NEP-, se pueden encontrar bajo diversas formas en cierto titoismo (que en Cataluña representó Joan Comorera), en Alexander Duceck, y otros disidentes. Durante la “perestroika”, sectores muy significativos de los partidos comunistas europeos, y muy significativamente del PSUC, llevaron a cabo una extensa campaña que comprendía no solamente la exigencia de su “rehabilitación” (concepto equívoco donde los haya), sino también su revalorización. Seguramente la expresión más acabada de esta campaña fue la biografía de Bujarin escrita por el reconocido historiador y sovietólogo norteamericano Stephan F. Cohen, sobre la cual se incluye en este “dossier” un trabajo crítico escrito por Tamara Deutscher, la compañera de Isaac Deutscher, y colaboradora de E. H. Carr.

      Ecos de este debate se pueden encontrar en la ya famosa conferencia de Manolo Sacristán –en compañía del otro Manolo, Vázquez Montalbán- sobre el estalinismo que, con las minuciosas notas de Salvador López Arnal (5),  ha aparecido publicada en diversas Webb como la de la fundación Andrés Nin o Kaosenlared para desesperación de lo que queda del estalinismo más anacrónico. Treinta años después de esta conferencia, la discusión sigue abierta, y se replanteó muy constructivamente por parte de Toni Doménech con ocasión de la presentación de mi libro Retratos poumistas que, con la intervención añadida de Pelai Pagès y bajo la presidencia de Bernard Castany, tuvo lugar en la sala Ferrer i Guardia del Ateneo barcelonés el jueves 25 de enero.

      Referencia a la que me agradaría añadir una nota que no pudo expresar por  lo apretado del debate. Se refiere al subrayado expresado por Bernard de que tiempo atrás habría sido impensable un debate entre representantes de escuelas tan opuestas en la guerra civil, cuando en realidad este tipo de debate ya se estaban dando en los años setenta. Sin ir más lejos, en la presentación de mi libro Conocer a Trotsky y su obra (Dopesa), a finales de 1979, el debate en la librería Leviatan estuvo animado por servidor como autor, Pelai Pagès que entonces militaba en el POUM, y Teresa Pámies que efectuó andantes referencias a la militancia “bloquista” de su padre.

    

       La ocasión por lo tanto es tan buena como cualquier otra para recuperar algunos materiales como los que reunió allá por finales de los años ochenta, la rama barcelonesa de la Fundació Andreu Nin, en un amplio “dossier” de documentos de los que hemos sustraído la parte francesa. Comprende una breve autobiografía de Bujarin, dos trabajos míos (PGA), uno sobre su “Testamento”, y otro sobre la farsa de juicio del que salio directo a un pelotón de fusilamiento, más dos cartas que Anna Larina Boukharina dio a conocer al mundo allá por 1992, así como el trabajo ya citado de Tamara.

       Manolo Sacristán viene a lamentar que, mientras que tanto Stalin como Trotsky han contado con autores que han defendido sus propuestas, en “cambio Bujarin sucumbió sin dejar seguidores ni escuela, y consiguientemente es el más enterrado de todo aquellos personajes de 1917, el más olvidado”. Y añade: “Pero era el más culto y a él le correspondía la presidencia de la delegación soviética de este congreso de historia de la ciencia en Londres, en 1931. Allí, él y otros soviéticos, pero principalmente él, pronunciaron un discurso que causó un enorme impacto en Occidente”.    

       Personalmente creo que este era un tema sobre el que tanto Manolo como sus discípulos más inmediatos, no han profundizado lo suficiente. El ejemplo del congreso de Londres resulta muy llamativo, pero no puede ocultar en hecho de que la biografía de Bujarin, no es en absoluto comparable a la de Trotsky, y que por lo mismo el trabajo de Cohen no puede ser comparado con el de Deutscher. El propio Bujarin reconoció que había que tener el temple de Trotsky para llegar hasta el final en una oposición con todas las consecuencias, y el propio Stalin reconoció la diferencia al “permitir” vivir a la familia de Bujarin, y a no pocos de sus partidarios, en tanto que no quedo nadie con los apellidos de la doble familia de Trotsky (incluso su hijo Liova murió de manera más que sospechosa en Suiza), ni tampoco nadie reconocido de sus partidarios.

       Bujarin era de un temperamento ágil e impre­sionable, y esto la animó a cambiar numerosas veces de postulados, recordemos que durante Octubre fue casi “luxemburgista” (con la que compartía en buena medida las mismas concepciones sobre el hecho nacional), que durante el debate de Brest-Litovks representó a los comunistas de izquierdas, luego permaneció a la sombra de la “troika” formaba por Zinoviev-Kamenev-Stalin (así se le citaba en la época), escribió sus contribuciones a la cosificación de lo que se vendría a llamar “marxismo-leninismo”. Durante la época en que Stalin ya había comenzado a probar las depuraciones, Bujarin permaneció reproduciendo los criterios de una línea oficial,  tanto en su variante “etapista” (segundo período de la Internacional), para pasar a justificar el siguiente.  Todo esto lo explica con detalle Tamara Deutscher, y explica que no fue por casualidad que Bujarin no tuviera herederos. Ni Rykov ni Tomski pueden ser comparados  con la vasta lista de los componentes de la oposición de izquierdas: Piatakov, Rakovsky, Smilga, Radeck, Preobrazhenski, etcétera  En el ámbito internacional, el bujarinismo estuvo representado por líderes comunistas de la talla de Heinrich Brandler, Angelo Tasca, el norteamericano Lovestne, Maurín, y otros…Sin embargo, ninguno de ellos pudo ser considerado como un “seguido” en sentido estricto, entre 1933 y 1935, todos ellos tomaron parte de las diversas iniciativas alternativas a la Segunda y Tercera internacionales con el desastre del movimiento obrero alemán 8y austriaco) como trasfondo, hasta que se dio la separación, y un sector opto por lo que se llamó el “Buró de Londres”, y otro por la IV Internacional…

      En aquel entonces, cuestiones como el estalinismo (con los “procesos de Moscú” al fondo) o la guerra española eran o aparecían como factores más que suficientes para una ruptura política…Sin embargo, lo cierto es que trotskistas y bujarinistas actuaron codo con codo en el POUM, y que en vísperas del asesinato de Kirov, sectores del aparato del partido (hasta entonces ligado a Stalin como el propio Kirov y Lodminaze), se avinieron a  discutir la plataforma de las oposiciones en la que estaban al tanto Bujarin y Trotsky (como se  pudo comprobar tras la apertura de los Archivos de Harvard de Trotsky), tentativa que, tras un breve periodo de crisis, cortó Stalin por lo sano, haciendo dos cosas al mismo tiempo, exterminando de raíz todo foco de Oposición comunista, y ofrecer a las chancillerías de Occidente la prueba de sangre de que nadie, y Stalin menos que nadie, apostaba ya or ninguna revolución.  Criterios que aplicó a rajatabla tanto en la crisis social francesa de junio de 1936 como en la guerra civil española…

 

  

Notas

 

—1)  En su Diario de España (1938, Ed. Ruedo Ibérico). La suerte de Koltzov (1898-1942?), fue idéntica a la de la práctica totalidad de los soviéticos “españoles” que acabaron siendo víctimas de las sucesivas “purgas”. La definición del POUM fue –paradójicamente- aceptada por Pierre Broué cuando asumía las críticas de Trotsky a dicha unificación.

—2) Tradicionalmente Gorkin ha sido tachado como “trotskista”, al principio de los años treinta por labor de traductor de dos obras importantes de Trotsky, La revolución desfigurada –hecho que le valió la expulsión del PCE-, La internacional comunista después de Lenin a la que tituló El gran organizador de derrotas (con referencia obvia a Stalin), y ya en el exilio por El asesinato de Trotsky, su libro más famoso, pero en realidad Gorkin se situaba en la derecha del POUM, y en sus escritos  trataba de establecer que el POUM era maltratado por los estalinistas  por no rendirse ante Stalin, y por los trotskistas por lo mismo…

—3) Abundo en todas esta cuestiones en mi libro Retratos poumistas (Renacimiento, Sevilla, 2006).

—4) Lo cierto es que, tal como establecería G. Fiori en su ampliamente reconocida Vida de Gramsci, las posiciones de éste sobre el fascismo y el “socialfascismo” (que teorizaba Bujarin en contra de sus propias convicciones), fueron plenamente coincidente coincidentes con las expresadas por  Leonetti, Ravazzoli y Silone, o sea por la fracción que optó por la Oposición de izquierdas. Aunque Stalin no llegó a abordar de frente la cuestión del estalinismo, resulta más que obvio que sus criterios eran opuestos a los de éste…La ascripción estalinista de Togliatti ha sido el flanco preferido que la derecha italiana utilizaría contra el PCI (CF, Giulio Seniga, Togliatti e Stalin, Sugarco Edizioni, Milano, 1978).

—5) Curiosamente, este acto fue simultáneo a otro que se celebró en el Aula Magna de la Universidad de Barcelona en el que la presencia de Pierre Broué era lo más destacado, y en la que se habló de Trotsky, el POUM y la guerra española. Wilebaldo Solano abandonó a destiempo la de Sacristán-Vázquez Montalbán para asistir a la fase final de la del Aula. Una reflexión sobre una y otra permitiría establecer criterios abiertos en relación a los ismos, y también en cuanto a los métodos, pero quizás no sea esta la ocasión.    

      

 

 

1.  NIKOLAI IVANOVICH BUJARIN [AUTOBIOGRAFÍA*]

 

      Nací en Moscú el 27 de septiembre de 1888. Mis padres eran ambos maestros. Mi padre, matemático, se graduó en la facultad de ciencias fisicoquímicas de la Universidad de Moscú. Fui educado en un ambiente intelectual; a los cuatro años y medio ya sabía leer y escribir e influido por mi padre, me apasioné por los libros de historia natural, sobre todo por los de Kogoródov, Timiriázev V Brehm. Coleccionaba con entusiasmo mariposas y–escarabajos y la casa estaba siempre llena de pájaros. Tenía también una gran afición por el dibujo. En cuanto a la religión, poco a poco fui adoptando respecto a ella una actitud escéptica.

     Poco antes de mi quinto cumpleaños, nombraron a mi padre inspector de impuestos en Besarabia. Vivimos allí casi cuatro añoso Este periodo de mi vida fue, en cierto modo, desde el punto de vista de mi desarrollo «espiritual», un periodo de emancipación. carecíamos de libros. En cam­bio, el ambiente general era e propio de una pequeña ciudad provin­ciana remota, con todos sus encantos. Mi hermano menor y yo fuimos muchísimo más «libres'», y nuestra equcaci6n mucho menos racional, pues vivíamos «en la calle». Crecimos en jardines y campos, sabiendo de memoria cada nido de tarántulas del jardín, cazando mariposas «calaveras» y atacando a los roedores.

      Entonces mi gran ilusión era recibir El atlas de mariposas de Europa y de las posesiones del Asia Central y otras publicaciones análogas de Devrienne. Después retornamos a Moscú y, durante cerca de dos años mi padre estuvo sin trabajo. Tuvimos que sufrir andes dificultades mate­riales. con frecuencia recogía huesos y botellas para venderlos por dos o tres kópecks. Juntaba peri6dicos viejos, que llevaba a una tiendecita para ganar algunos centavos. Ingresé entonces en la escuela comunal en segundo) de primaria. Mi padre que, en la vida privada, era un «bohemio», conocía muy bien la literatura rusa tenía en gran estima a (Henri) Heine. En esta época leía yo cuanto caía en mis manos. Sabía de memoria páginas enteras de Heine. así como todo Kuzmá Prutkov. Desde mi más tierna infancia leía a los clásicos de la literatura. Es curioso que a esa edad hubiese leído casi todo Moliere y también la Historia de las literaturas antiguas de Korch. Estas lecturas desordenadas y al azar me conducían algunas veces a graves extravagancias. Recuerdo, por ejemplo, que tras ‘la lectura de unas estúpidas novelas españolas me convertí durante la guerra hispano-norteamericana en feroz partidario de los españoles. Bajo la influencia de Korch, soñaba con la antigüedad y no dejaba de considerar con menosprecio la vida ciudadana contemporánea.

     Entonces tenía como compañeros de juego a esos que llaman «golfillos», cosa que no lamento en absoluto. El juego de las tabas, del «gorodkí» y las peleas eran nuestras ocupaciones predilectas. Fue en esta época, o acaso un poco más tarde, cuando sufrí «mi primera crisis espiritual» y cuando renuncié definitivamente a la religión. Lo que exteriorizaba ade­más con una actitud «revoltosa», peleándome con todos los demás mu­chachitos  que aún reverenciaban los sagrados misterios y conseguí sacar de la Iglesia, oculta bajo mi lengua, “una hostia de Cristo», que deposité victoriosamente sobre una mesa. Esto no trascurrió sin incidentes. En ese mismo momento cayó en mis manos la famosa Lectura sobre el Anticristo de Vladimir Soloviov y, durante algún tiempo me pregunté si no era yo el mismísimo Anticristo. Como supe por la lectura del Apocalipsis (que me valió una severa reprimenda del cura de la escuela) que la madre del Anticristo fue una pecadora, pregunté a la mía, mujer nada tonta, de honradez excepcional, trabajadora, que amaba a sus hijos hasta la locura y era virtuosa en extremo, si no era ella una pecadora; lo que la sumió en el mayor desconcierto, pues no podía comprender en absoluto de dónde sacaba semejantes preguntas.

      Salí de la escuela siendo el primero, pero durante un año no pude in­gresar a la segunda enseñanza; a continuación tuve que sufrir un examen para entrar directamente a sexto, tras de haberme preparado previamente en latín. En el instituto (el primero de Moscú) tenía casi siempre 5, la mejor nota. Sin embargo no me esforzaba en absoluto y carecía de dic­cionario; copiaba rápidamente las palabras de mis condiscípulos y pre­paraba mis lecciones cinco o diez minutos antes de que llegara el profe­sor. En tercero o en segundo, comenzamos a organizar círculos, a publicar revistas, etc. Al principio todo esto era absolutamente inofensivo. Desde Iuego, pasamos por la etapa Písarev. Luego siguió la etapa de leer litera­tura ilegal, después la de fundación de círculos, «organizaciones estudian­tiles», donde entraron los socialistas-revolucionarios y los socialdemócra­tas; luego pasé definitivamente al campo marxista.

       Al principio, la lectura de la teoría económica me dejaba una impre­sión penosa. Tras lo bello y lo magnífico, «era la mercancía-valor-mer­cancía». Pero, penetrando in medias res en la teoría marxista, percibí la desacostumbrada armonía lógica. Debo decir que fue sin duda ese rasgo el que me influyó más que ninguno. Las teorías de los «socialistas-revo­lucionarios» me parecían un simple revoltijo. Los liberales que conocía me inspiraron el deseo de protestar violentamente contra el liberalismo. Después vino la revolución de 1905, mítines, manifestaciones, etc. Naturalment­e tomamos en ella una parte muy activa. En 1906 me convertí ofi­cialmente en miembro del partido e inicié el trabajo clandestino. En el momento de los exámenes, al fin de mis estudios, dirigía una huelga en la fábrica de papeles pintados Sladkov, con Ilyá Ehrenburg.

      Cuando entré a la universidad, me aproveché de ello, sobre todo para organizar reuniones clandestinas o para pronunciar algunos discursos teóricos, durante el seminario de algún profesor respetado y de tendencias liberales. En 1908 fui elegido para el comité moscovita del partido. En 1909 me eligieron para el nuevo comité. En esa época, me inclinaba hacia una tendencia herética, el empirocriticismo, y leía cuanto aparecía en ruso sobre ese tema. El 29 de mayo de 1909 fui detenido en una reunión del comité de Moscú; después me soltaron para volver a detenerme. Me pu­sieron en libertad bajo fianza, pero en 1910 fui detenido nuevamente con toda la organización del partido en Moscú (trabajaba entonces en las organizaciones legales). Permanecí varios meses en prisión, se me envió a Onega y, para no ser condenado por el tribunal a trabajos forzados (según el artículo 102) tuve que fugarme al extranjero. Durante todo el periodo ruso de mi actividad como miIitante fui un bolchevique ortodoxo (ni  “otzonovista” ni conciliador”).

      En el extranjero comenzó un nuevo periodo de mí vida. En los pri­meros tiempos vivía con familias de obreros y pasaba los días en las bi­bliotecas. Si había adquirido en Rusia conocimientos generales y otros más especializados en el dominio de la cuestión agraria, no cabe duda de ue las bibliotecas extranjeras me proporcionaron un capital esencial.

      Después conocí a Lenin, que evidentemente tuvo sobre mí una infIuen­cia enorme. En tercer lugar aprendí lenguas extranjeras y por la práctica me familiarice con el movimiento obrero europeo. Fue en el extranjero donde verdaderamente mi actividad literaria dentro (correspondencia en Pravda, artículos en Prosveschenie, primer estudio impreso en  Die Neüe Zeit de Tugan-Baranovski). En todas partes me esforzaba por toma parte activa en el movimiento obrero. Antes de la guerra fui detenido en Austria. Donde, había ido a escuchar a Bohm-Bawerk y a von Wieser y me expulsaron de Suiza. Con muchas dificultades estuve (estuve detenido tem­poralmente en Newsclastle), fui a Suecia, donde, con mi amigo íntimo Piatakov, trabajé intensamente en las bibliotecas, hasta que mi detención puso fin a esta actividad (proceso de Heglund). Después viví cierto tiempo en Noruega (participé activamente en la publicación de Klasskampen, órgano de los “Jóvenes”), luego me vi forzado a partir clandestinamente para Norteamérica. Allí me convertí en jefe de redacción de Novy Mir, tomé parte en la formación del ala izquierda del movimiento socialista, etc…

      Tras la revolución (de febrero), regresé a Rusia por Japón, fui detenido en Cheliabinsk por los mencheviques, acusado de agitación entre los soldados. A mi llegada a Moscú, me convertí en miembro del comité ejecutivo del soviet de Moscú y del comité de la ciudad y en redactor de Sotsialdemokrat y de la revista Spartak. Siempre formé parte del ala izquierda del partido (en el extranjero defendí la tesis de la inexorabilidad de una revolución social en Rusia).

      En el VI Congreso del partido, fui elegido para el CC, del que sigo formando parte. Entre las etapas más importantes de mi vida política considero indispensable llamar la atención sobre el periodo del tratado de Brest-Litovsk, donde a la cabeza de los comunistas de izquierda, cometí una enorme falta política. Durante todo el periodo que siguió, la influencia que ejerció sobre mí Lenin, a quien debo, más que a ningún otro, mi educación marxista, no hizo sino aumentar. Tuve la satisfacción, no sólo de figurar entre sus partidarios, sino también de tratarlo como hombre y camarada. En el presente soy miembro del 00, del Politburó, del presídium del comité ejecutivo de la Komintern y jefe de redacción de Pravda, literato, conferenciante, agitador y propagandista del partido.

      He aquí mis obras teóricas más importantes :

1. La economía mundial y el imperialismo.

2. La economía política del rentista (crítica de la teoría del valor y del beneficio en la llamada escuela austriaca).

3. La economía en el periodo de transición (ensayo de un análisis teórico de las leyes fundamentales de la disgregación del capitalismo y de la reor­ganización social en las condiciones de la dictadura del proletariado).

4. Teoría del materialismo histórico.

5.. Ataque, selección de artículos teóricos (contra Böhm-Bawerk, Struve. Tugan-Baranovski, Oppenheimer, etc).

6. El imperialismo y la acumulación del capital (análisis del proceso de la producción, teoría del mercado y de las crisis, en relación con la crí­tica de las teorías de Rosa Luxemburgo y de Tugán-Baranovski).

 

     Entre las obras menores de divulgación que tuvieron amplia difusión, figuran: El ABC del comunismo, en colaboración con Preobrazhenski; El programa de los comunistas bolcheviques, etc; luego el trabajo histórico De la dictadura del zarismo a la dictadura del proletariado y Sobre la cuestión del trotskismo; en esta ultima selección se ofrece un análisis teórico de la línea correcta e incorrecta (ortodoxia y heterodoxia) de la política económica, en las condiciones del régimen soviético con  respecto a las relaciones entre  la ciudad y el campo. Además he publicado toda una serie de folletos de segundo orden, artículos de periódicos…Muchos de estos trabajos son, sobre todo, folletos de divulgación, tradu­cidos en diversas lenguas europeas y asiáticas.

 

 

       El que Lenin denominó en su Testamento “el niño querido del partido”, ha seguido sin duda la carrera, al parecer, más enigmática y al mismo tiempo más significativa de todos los dirigentes bolcheviques. En efecto, no se puede explicar por una inconsecuencia histórica, por debilidad de carácter o por una preocupación manipuladora para su propio éxito, la evolución que desplazó a Bujarin de la extrema izquierda del bolchevis­mo, en 1918 (y en los años precedentes), a la extrema derecha desde 1924. Bujarin se acelera por las ideas con una pasión que lo distingue de Stalin en el momento de su más intima alianza. La evolución de Bujarin refleja, a través de los rasgos personales de su carácter, las transformaciones del bolchevismo entre 1917 y 1924-25 así como los cambios del medio y de la situación en que se mueve.  Espíritu sistemático, Bujarin lo es en odos los sentidos de la palabra: trata de comprender los problemas políticos, económicos y sociales trasladándolos a un sistema global y coherente; y al mismo tiempo lleva este sistema hasta los límites más extremos de su coherencia interna. La armonía y la abstracción le satisfacen y arrebatan. Además ignora toda preocupación táctica y, cuando «maniobra”, como todo político, las preocupaciones tácticas se ajustan a su política, no se derivan de ella. Es lo que Lenin ex­plica en su Testamento.

     «Bujarin es el teórico más preciado y más eminente del partido […) No obstante sus opiniones no pueden considerarse como plenamente mar­xistas sin grandes reservas, pues hay en él algo de escolástico (jamás estu­dió la dialéctica y creo que nunca la comprendió plenamente).»

     Los comienzos de la carrera de Bujarin recuerdan los de otros militantes bolcheviques de cierta envergadura que conocieron Europa. Un detalle divertido: en 1912 Bujarin conoció personalmente a Lenin en Cracovia y después fuer a Viena. Estando allí en enero de  1913, Lenin le pide que guíe en las bibliotecas al joven militante Stalin, que tiene el encargo de escribir un folleto sobre el marxismo y la cuestión nacional. Bujarin escoge y traduce para Stalin las citas adecuadas de Kautsky, Bauer, Springer y Strasser.

     Derrotista convencido desde 1914, Bujarin encarna ante todo el izquier­dismo más consecuente. En 1915 estimula, con Eugenie Bosch y Piatakov la oposición a  las tesis de Lenin sobre la cuestión nacional. A sus ojos, la autodeterminación nacional es utópica y nociva. En 1916, se opone a la autodeterminación nacional en nombre de la autodeterminación de los, trabajadores, que expresa así en el ABC del comunismo, escrito en co­laboración con Preobrazhenski: «Reconocemos el derecho a disponer de sí misma no a una nación en general. Si no sólo a la mayoría trabajadora». En 1916 polemiza con Lenin sobre el Estado, que denuncia en general como «un nuevo Leviatán». En abril de 1929, Stalin le repro­cha, como si se tratara de un crimen de lesa majestad, su pretensión de tener la razón sobre este punto frente a Lenin

     El hálito de la revolución lo transporta y arrebata. Pasan los años siguientes, la guerra civil, la espera de la revolución europea, en un estado de entusiasmo permanente. En el VI Congreso de agosto de 1917, llama a la “guerra santa en nombre de los intereses del proletariado”. Como la inmensa: mayoría de los dirigentes bolcheviques, no concibió, en efecto, la Revolución Rusa sino como un momento de la revolución mun­dial. También la paz de Brest-Litovsk le parece al mismo tiempo una traición al proletariado europeo y un compromiso infame e inaceptable. La exaltación permanente que acompaña, en efecto, la sistematización de las ideas en Bujarin, lo llevó entonces a situar cada problema sobre e terreno único de los principios. El rigor moral y el heroísmo de la pureza llevan consigo el rechazo de la táctica y del compromiso, considerados, no como un acto político, sino como una capitulación moral, incluso si tienen apariencia de ello: “Preservando nuestra república socialista -decía entonces- vamos a perder la posibilidad de un movimiento internacional.». Pero no cabe duda de que una tendencia pro­funda se convirtió en realidad a raíz de la comunicación hecha por Trotsky de las proposiciones franco-inglesas de apoyo, en caso de reanudar la guerra contra Alemania. Bujarin respondió: «Es inadmisible aceptar el apoyo de los imperialistas” y «hace proposiciones concretas: no aceptar ningún tratado concerniente a la compra de armamentos ya la utili­zación de los servicios de oficiales e ingenieros con las misiones francesas, inglesas y norteamericanas». Los “comunistas de izquierdas» fundaron entonces un órgano de su fracción, el Kommunist. El editorial de su primer número, firmado por Bujarin y Rádeck, proclamaba: «Debemos morir con gesto magnífico, empuñando la espada y gritando: ¡la paz es la deshonra! ¡El honor es la guerra!”.  Una vez tomada la decisión, cae en brazos de Trotsky y llora: «Estamos convirtiendo al partido en un mon­tón de estiércol»

         Cuando Lenin evocó la posibilidad de sacrificar la Revolución Rusa por la revolución alemana, se trataba de una eventualidad política fun­dada en la importancia del proletariado alemán. En Bujarin la conjunción del entusiasmo y de la desesperación se resolvía en un espíritu de lógica rigurosa, pero formal. en un gesto o en una política de frase. Naturalmente, es actitud solo era la traducción a ultranza del sentimiento profundo que tenía Bujarin de la unidad mundial de la lucha de clases y de la comunidad de destino que unía a los proletarios del mundo entero. Pero de esto no se derivaba ninguna estrategia, sino la idea que una noche pasó por su cabeza y las de algunos camaradas de fracción: deponer a Lenin y sustituirlo, a la cabeza de un Gobierno de coalición comunistas  de izquierda con socialrevolucionarios de izquierda, por Piatakov. La idea quedó en idea. Cuatro meses mas tarde cuando los socialrevolucionarios se levantaron en Moscú, Trotsky  los aplastó en la calle y Bujarin…en las columnas de Pravda, donde contó más tarde esa sombra de complot. Esto serviría a Vishinsky en 1938, para acusar a Bujarin de haber preparado el asesinato de Lenin en 1918.

        La guerra civil instauró empíricamente un sistema al cual los bolche­viques dieron enseguida el nombre de «comunismo de guerra», y que subordinaba el conjunto de Ia vida política, económica y social a un apa­rato de Estado tentacular. Bujarin, que a principios de 1918 se había alzado contra los compromisos con el capital privado y reclamaba la nacionalización íntegra de los medios de producción, teoriza sobre el «co­munismo de guerra», como un momento en la marcha hacia el socialis­mo. Ésta es sin duda la razón de que cuando se produce la querella sindical en la primavera de 1921 -después de haber constituido un «grupo tapón” entre Trotsky, partidario de la «militarización de los sindica­tos», y Lenin, partidario de una relativa autonomía sindical- se alinea en la posición del primero.

       La NEP y el reflujo de la revolución europea, subrayado por el fra­caso de la revolución alemana de octubre 1923, alteran la visión de Bujarin. Su sensibilidad exacerbada hace que perciba y viva las transformaciones de Rusia y su aislamiento. Que transfiera a ella la  pasión que la revolución mundial suscita en él. Incapaz de transigir e inapro­piado para las transiciones, realiza un viraje brutal que se anuncia desde octubre de 1922. En esta fecha se opone al mantenimiento del monopolio del comercio exterior, así como Stalin y la mayoría del comité central. Lenin, con una presciencia notable en un hombre gravemente enfermo, escribe entonces: «Bujarin toma la defensa del especulador, del pequeño­burgués y de las capas superiores del campesinado contra el proletariado industrial.”

.   Hasta entonces Bujarin había estado muy ligado a Trotsky» de una manera que este último declara «típicamente bujariniana: es decir, medio histérica, medio infantil”. La crisis de las tijeras nacida de la NEP y del fracaso de la revolución alemana de octubre, los arroja a los dos extremos del partido. No vuelven a encontrarse sino en junio de 1925, para redactar una resolución del comité centra sobre  literatura y el  arte. Entonces se entabla la lucha por el nuevo rumbo, donde cristaliza la oposición de izquierda (invierno de 1923). Bujarin sostiene el aparato crítico, explicando que la Rusia soviética se enfrenta a dos peligros: el kulak y la amenaza “político-democrática”, y denuncia en la oposición a un grupo potencialmente antipartido.

      Afirma entonces que el capitalismo ha alcanzado un periodo de «estabilización», relegando a fecha lejana toda perspectiva de revolución mun­dial. y que la Rusia soviética, aislada, había de construir, con sus solos esfuerzos el socialismo. Stalin descubre «el socialismo en un solo país» v lo enuncia. Bujarin lo demuestra elaborando la teoría complementaria de «la edificación del socialismo a paso de tortuga» fundada sobre la integración pacifica y voluntaria del kulak -único productor de excedentes- en el socialismo.  Por tanto había que evitarse todo cuanto pudiera asustar al campesino en general y al kulak en particular. Así Bujarin se alza contra los partidarios de la industrialización acelerada. Desde fines de 1924, entabla una violenta polémica contra su antiguo compañero de pluma Preobrazhenki y su teoría de la «acumulación primitiva socialista”. Siempre entero, el 17 de abril de 1925, declara: «Debemos decir a los campesinos, a todos los campesinos, que han de enriquecerse.»

      Durante cuatro años es el ideólogo y la pantalla de Stalin. A veces será hasta el inquisidor. En el XV Congreso pronuncia un discurso ar­diente contra la oposición excomulgada y cuyos miembros van a em­prender el camino de la deportación: “El telón de hierro de la historia está ahora mismo a punto de caer».

       Presidente de la internacional -en lugar de Zinoviev- desde 1926, su descenso se anuncia en el momento mismo en que la victoria de la derecha parece total. Apenas la oposición de izquierda queda excomulgada, los campesinos se niegan a entregar su grano. El hambre ronda en torno de las ciudades. El aparato amenazado responde sus respues­tas, día a día, anunciando un giro político contra los kulaks, hacia la colec­tivización y la industrialización. Desde julio de 1928, Bujarin, enloquecido, confía sus temores a Kamenev: «Stalin nos estrangulará a todos.» Enumera sus fuerzas y manifiesta su repugnancia a emplearlas, antes de estar seguro de que el comité central comprenderá y seguirá. Stalin des­carta, uno a uno a sus partidarios o los corrompe, entablando el combate contra la derecha desmoralizada, y sin embargo, mayoritaria en el partido y en el país Bujarin tiene veleidades de resistencia. Capitula. En julio es relevado de la presidencia de la Internacional y después Stalin lo hace presidente del VI Congreso, que promulga una política ultraizquierdista (el «tercer periodo») contraria a la de Bujarin; en noviembre es excluido del Politburó y hace su autocrítica, con Rikov y Tomsky, ese mismo mes: «Nuestras opiniones [. . .] se han revelado erróneas. Reconocemos nuestras faltas.» Stalin le deja un trampolín en el comité central.

      En 1933, Stalin lo nombra director de Izvestia. Rinde homenaje al secretario general en el XVI Congreso, pero, de paso por París, al año siguiente, dice en tono confidencial: «Es el diablo y añade: «Nos precipitamos todos en sus fauces sabiendo con toda seguridad que nos devorará». Es miembro de la comisión de redacción de la «Constitución estalinista» de 1936. Encausado con Rikov y Tomsky por los acusados del primer proceso de Moscú, se beneficia de un desistimiento, pero es detenido en 1937 y condenado a ocho años de prisión. Llevado ante el comité central, trata de defenderse, pero dicho comité diezmado y aterrado, acalla su voz con un griterío. Es el acusado principal del tercer proceso de Mos­cú: quiso asesinar a Lenin. en 1918, trabajó con Trotsky y con la Gestapo para restaurar el capitalismo en la URSS. En su última declaración de doble sentido, afirma: “Nos hemos alzado contra el gozo de la nueva vida, con métodos de lucha de los más criminales. Rechazo la acusación de haber atentado contra la vida de Vladimir Ilich, pero, cómplices de la contrarrevolución, conmigo a la cabeza, hemos tratado de matar la obra de Lenin, continuada por Stalin con prodigioso éxito […] Es pre­ciso ser Trotsky para no desarmarse. Mi deber aquí es mostrar que en el paralelogramo de las fuerzas que han formado la táctica contrarrevolucionaria, Trotsky ha sido el motor principal del movimiento.»

      Acusado de haber participado en el asesinato de Kirov, de Kuibyshev, de Menzhinsky, de Gorki y de su hijo Peshkov, Bujarin firma también una última capitulación irónica y ambigua, donde cada palabra remite a su contraria. Es la dialéctica del ratón y el gato.

      Bujarin el riguroso era también Bujarin el débil, «de lágrimas fáciles» (Trotsky). Su entusiasmo, su pasión, su ternura por aquellos que reconoce como superiores (el Lenin de todos los tiempos, el Trotsky de la guerra civil) permitían que inteligencias más frías se burlaran de él. Los com­pañeros de Stalin la llamaban Bujarchik (diminutivo de Bujarin). Para conmover a un congreso ¿qué medio mejor que el empleado por Stalin contra la nueva oposición en diciembre de 1925: «¿Quieren la sangre de Bujarin? ¡Pues, no se la daremos!». Fue a veces juguete de aquellos que se imaginaba que dirigía: el cálculo sólo era en él un momento de exal­tación. Trotsky y Lenin insistieron sobre ese rasgo que le era característico: «La naturaleza de este hombre es tal, que debe siempre apoyarse e alguien, depender de alguien, adherirse a alguien. No es, desde entonces sino un médium, a través del cual algún otro habla y actúa.» (Trotsky. «Conocemos toda la dulzura del camarada Bujarin, una de sus cuali­dades por la que se le ama tanto or la cual no se puede evitar amarle. Sabemos que se le ha bautizado más de una vez, bromeando, con el nom­bre de ‘cera blanda’. Está probado que en esa ‘cera blanda’ cualquier individuo ‘desprovisto de principio’,  cualquier ‘demagogo puede escribir lo que mejor le parezca. El camarada Kamenev es quien ha utilizado esas expresiones brutales entre comillas […) y tenía derecho a hacerlo.»

      Cierto día de 1918, Lenin preguntó a Trotsky: «Si los guardias blan­cos nos mataran a ti a mí, ¿crees que Bujarin Sverdlov, podrían salir adelante?”.. Por el contrario de l que dice el profesor Carr, Bujarin era, pues, un «heredero» posible y Lenin le concedió en su Testamento un lugar más importante que a Zinoviev, Kamenev y Piatakov. Pero no podía ser ni Maquiavelo ni Bonaparte. (Jean-Jacques Marie)

 

 

 

 

 

(* Notas de Bujarin para la Enciclopedia  Granat, edición de Georges Haupt y Jean-Jacques Marie, que con el título de Los bolcheviques apareció en ediciones ERA, México, 1972).

 

 

Pepe Gutiérrez-Álvarez  

 

      El “testamento” de Nicolás Bujarin

 

      Poca gente sabe que Jruschev tenía en cartera la “rehabilitación” de Bujarin, Rikov y Tomski, pero el secretario general del partido comunista francés, el histórico Maurice Thorez, cogió un avión y se trasladó a Moscú para obstaculizar el gesto argumentando que después del XX Congreso del PUS y de los acontecimientos del Octubre húngaro, su partido había perdido casi la mitad de sus miembros, y temía que por este camino, la cosa se agravaría. Thorez no dudaba que los tres eran inocentes, pero era plenamente consciente de todo lo que el aparato de propaganda de su partido había perpetrado contra ellos, y temía quedar más en evidencia. Era el mismo Thorez que cuando estalla la insurrección argelina sigue defendiendo la “Unión Francesa”. 

 

        En el texto introductorio se indicaba que Bujarin había nacido el 27 de septiembre de 1888 en Moscú; fue ejecutado el 13 o 14 de marzo de 1938, también en Moscú.

       Hijo de enseñantes, Bujarin se unió a los bolcheviques en 1906. Luego de ser por tercera vez arrestado en Moscú, huyó al extranjero en 1911 y se estableció en Viena, donde realizó un estudio critico (1927) de la escuela económica austriaca del beneficio marginal. De­portado a Suiza en 1914, asistió a la conferencia antibélica bolchevique de Berna en febrero de 1915. En este período disintió de  Lenin a propósito del apoyo de este último al derecho de autodeterminación nacional. No obs­tante, en 1915 Lenin escribió una elogiosa introducción a La economía mun­dial y el imperialismo, en la que Bujarin sostenía que la competencia interna capitalista estaba siendo progresivamente reemplazada por la lucha entre los “trusts capitalistas estatales”. En 1916, Bujarin escribió artículos en los que, al tiempo que aceptaba la necesidad de un Estado proletario de transición, urgía la «hostilidad en principio hacia el Estado» y denunciaba al “Estado imperialista ladrón” que tenia que ser “volado” (gesprengt). Tras las obje­ciones iniciales de Lenin, estas ideas se reflejaron al año siguiente en la obra de éste El estado y la revolución. Rosa Meyer-Levine, que lo conoció en los círculos de emigrados de Viena en 1913 recordaba que en “Bujarin se destacaba una cualidad suya peculiar. Su cara abierta con la enorme frente y sus ojos claros y brillantes carecía a veces casi de edad en su callada sinceridad’. La gente joven, los obreros, los intelectuales se encontraban cómodos con él y decían que ‘era bondadoso, amable, expansivo y entusiasta”.

        Paradójicamente, la colaboración de Bujarin con Stalin había comenzado dentro del partido, tempranamente. En enero de 1913, a instancias de Lenin,  Bujarin colaboró con el georgiano en Viena, y le ayudó a traducir textos de Bauer, Strasser y otros teóricos austromarxistas de cara a su tesis sobre El marxismo y el problema de las nacionalidades, texto al que –como recordaba hace poco Michael Löwy- Lenin apenas citaba ya que no distinguía entre el nacionalismo de los opresores y el nacionalismo de los oprimidos (1). Sin embargo, Bujarin fue bastante reacio a este aspecto de las ideas leninistas, y tendió más bien hacia los criterios propios del “luxemburgismo” que priorizaba el internacionalismo proletario por encima de lo el joven Bujarin consideraba una concesión a la pequeña burguesía.

         Después de sendos periodos en Escandinavia y los EE.UU, Bujarin retor­nó a Moscú en mayo de 1917, tras la Revolución de Febrero. Elegido para el Comité Central del partido tres meses antes de la Revolución de Octubre, permaneció como miembro pleno hasta 1934, pasando a ser candidato de 1934 a 1937. Fue editor del diario del partido, Pravda, desde diciembre de 1917 hasta abril de 1929. En 1918, Bujarin encabezó a los “comunistas de iz­quierda” que se oponían a la firma del tratado de Brest-Litovsk con los ale­manes y apelaban a la guerra revolucionaria. En el debate del partido sobre el papel de los sindicatos, en 1920-1921, estuvo a favor de la incorporación de los sindicatos a la maquinaria estatal. Tras la implantación en 1921 de la Nueva Política Económica, que permitió el libre comercio dentro de la Rusia soviética, Bujarin emprendió un reexamen completo de sus ideas. A partir de finales de 1922 abogó por una estrategia gradualista de “desarrollo hacia el socialismo” por parte de Rusia. Anticipó la teoría del “socialismo en un solo país”, enunciada primeramente por Stalin en diciembre de 1924, y sé convir­tió en su más destacado protagonista ideológico. Abogó en favor de conce­siones a los campesinos y por un amplio y equilibrado intercambio entre la economía campesina y la industria socialista. Su propuesta era la ‘paz civil bajo el mando del proletariado’, donde consolidado el poder soviético sobre las clases antiguas, la nueva lucha no se deducía de la violencia, sino de la competencia pacífica de mercado entre la economía privada y socialista, así como en los frentes culturales e ideológicos.

       Según Cohen, No era el gradualismo del reformismo menchevique, la dudosa limonada del socialismo en cómodas cuotas. Decía Bujarin, desde el Pravda, el 3 de diciembre de 1922: “No podremos cumplir nuestro cometido basándose en decretos ni de medidas obligatorias. Se requerirá un proceso orgánico prolongado. Un proceso de transformación real al socialismo. Los revisionistas, que no desean ningún tipo de revolución, sostienen que ese proceso ocurre ya en el seno del capitalismo. Nosotros afirmamos que solamente empieza junto con la dictadura del proletariado, es decir la democracia socialista”.

       En 1928-1929, al abandonar Stalin esta política en apoyo de una acelerada industrialización financiada por una ascendente “contribución” del campesi­nado, Bujarin se opuso a él. Atacado públicamente como desviacionista en 1929, fue relevado de la dirección de Pravda, de su tarea en la Internacional Comunista que habia desempeñado desde 1926 y, posteriormente, del Polit­buró. Conviene recordar que Bujarin realizó un aporte al campo de la filosofía marxista: La teoría del materialismo histórico, un libro desigual de divulgación que si bien recibió críticas de Lukács y Gramsci, quienes adujeron un cierto mecanicismo en el pensador ruso, hoy debe ser analizado a la luz del pensamiento completo del autor, particularmente su ensayo La doctrina de Marx y su significación histórica, escrito en 1933, y su comunicación al Congreso Internacional de historia de la ciencia y la Tecnología, de junio de 1931, en Londres, titulado: La reestructuración de la dirección y los problemas del mantenimiento científico y técnico de la industria. Allí, el pensador ruso realizó novedosos aportes a la metodología y a la teoría de planificación de la ciencia, a la luz del marxismo.

     De 1934 a 1937 fue director de Izvestia. En 1935 desempeñó un papel im­portante en la comisión que proyectó la nueva Constitución soviética (apro­bada en 1936). En 1937 le expulsaron del partido, y un año más tarde fue juzgado.

     Sin duda alguna, el más importante tratado biográfico sobre Bujarin es el de Stephen S. Cohen de la que, en su momento, se publicaron dos reseñas, ambas enfoque diferente. En el número 27 de la desaparecida revista Tiempo de Historia, apareció un trabajo de Manuel Pérez Ledesma, muy en la línea del más breve de Paramio que hemos reproducido. Ledesma cita la crítica de Marcel Liebman que define el libro de Cohen -muy apreciado al parecer por Gorbatchev- como el «anti-Deutscher». También es bastante conocido el estudio sobre Bujarin de Löwy publicado en Grijalbo con un incisivo prólogo del inolvidable Manuel Sacristán. Este prólo­go aparece también en la reciente recopilación de escritos de Manuel publicada por Icaria. Aunque, desde nuestro punto de vista. la cues­tión de la historia soviética no era uno de los «puntos fuertes» del fallecido teórico marxista, Sacristán toma buena nota de los errores y de los abusos de Löwy, al tiempo que señala el interés de conjunto de la obra, posiblemente el mejor estudio del pensamiento de Bujarin.

       La notable editorial argentina Cuadernos de Pasado y Presente animada por José Aricó publicó en la mitad de los años setenta algunas de las obras más conocidas de Bujarin como Teoría del materialismo en cuyo prólogo se toma buena nota de las críticas efectuadas en su día por Lukács, Gramsci y otros, del «mecanicismo» de Bujarin en La teoría económica en el período de transición y La economía mundial y el imperialismo. Sobre estas dos últimas cuestiones tratan también las dos recopilaciones en las que Bujarin tiene un papel importante, Sobre la acumulación primitiva socialista, El debate soviético sobre la ley del valor, ambas en Ed. Alberto Corazón, en la col. Comunicación, y L’ imperialisme et la acumulation du capital (EDI, París, 1977). Un am­plio eco de las ideas de Bujarin sobre el imperialismo lo encontramos en Teorías del imperialismo, de José Mª Vidal Villa (Anagrama de bolsillo, 1976), villa era un militante de OCBR muy ilustrado y muy abierto, y continuó siendo un marxista crítico hasta su muerte. A anotar también Sobre el imperialismo, de Jacques Valier y otros (Comunicación 26. Madrid, 1975).

        En su colección de clásicos del socialismo, Fontamara publicó su Lenin marxista (que ya había sido publicada en París por Tribuna So­cialista, revista del POUM), y una versión más completa y más cuidada de El ABC del comunismo, obra ya celebre, escrita junto con Eugene Preobazhenski. La Edi­torial Roca de México, afín al partido comunista del país, ofreció una versión en la que sólo aparece el nombre de Bujarin. Esta misma edi­torial tenía en su catálogo La teoría de la revolución permanente de Trotsky, la contribución de Bujarin a la campaña de creación de un cuerpo doctrinario «marxista-leninista» después del fallecimiento de Lenin y en oposición al «trotskismo». Otra polémica famosa con Trots­ky está recogida en el volumen La revolución china, en una edición de Richard Thorton (Ed. Crisis, Buenos Aires, 1973), que reúne textos de ambos bolcheviques. También hay textos de Trotsky y Bujarin -así como de otros autores y protagonistas- en la edición de Pierre Broué,  La question chinoise dans l’Internationale Communiste (EDI, París, 1976). Otras obras suyas publicadas son, La economía política del ren­tista (Ed. Laia, Barcelona, 1978). y la recopilación, Le socialismo dans un seul pays (Ed. 10/18, París, 1974).

      La revista eurocomunista francesa Dialectiques publicó en su nº 13 una recopilación bujariniana sobre La revolution culturelle, una cuestión en la que también manifestó sus dotes como teórico. Dicha revista participó en la campaña por la «rehabilitación» de Bujarin y publicó un «dossier» que fue traducido al catalán por Taula de Camvi en su nº 15. con el título de Per Bukharin y con artículos de Iuri Bukharin y Roy Medvedev entre otros.

      A título de curiosidad -no exenta de significación- señalemos la singular aparición de Bujarin -tratado como una especie de ambicioso príncipe intelectual florentino- en el films norteamericano de 1943, Mission to Moscow, de Michael Curtiz, basado en las memorias del em­bajador norteamericano Joseph E. Davies -magníficamente interpretado por Walter Huston-, y que nos presenta los «procesos» de Moscú como algo legítimo y necesario y la alianza con Stalin como un acierto y como el principio de un mundo mejor que se alumbra en los últimos fo­togramas de la película en el mejor enfoque «socialrealista». Otro film que trata sobre Bujarin, y de forma muy diferente. es el Caro Bujarin, de Carlo Lizzani –veterano militante del PCI- que fue presentado en un Festival de Venecia sin mucho éxito. Lizzani estaba ya muy lejos de los tiempos de películas como Crónica de los amantes pobres.

      Algunos días antes de su arresto en 1937, Bujarin escribió una carta dirigida “a la futura generación del partido”, que pudo hacer llegar a su compañera Anna Mijailova Larina, y que fue dado a conocer por el historiador y disidente Roy Medvedev en Le Stalinisme (Editions du Seuil, Paris, París, 1972), y en cuyo texto integro se puede leer:

      “La vida se acaba. Inclino mi cabeza bajo el hacha del verdugo que no es la del proletariado, que no debe de temblar pero tampoco estar sucia. Me siento completamente impotente delante de esta máquina infernal que, sin duda, a través de métodos medievales, ha adquirido un poder gigantesco, fabrica la calumnia en cadena, se mueve con audacia y seguridad.

     Dzherjinski ya no está aquí; las tradiciones preciosas de la Cheka han sido poco a poco olvidadas. Cuando era el ideal revolucionario lo que inspiraba sus actos, lo que justificaba su crueldad hacia los enemigos, protegía al Estado contra la reacción en todas sus formas. Fue de esta manera como la Cheka se aseguró su autoridad, la confianza, el respeto y la estima de todos. Actualmente, la mayoría de los pretendidos servicios de la NKDV es una organización degenerada de burócratas-imbéciles, corrompidos, generosamente pagados, que usan la antigua autoridad de la Cheka para saciar la pasión mórbida de Stalin por la delación (por no decir más) en una lucha sin tregua por el ascenso y la gloria, tramando sus sórdidas maquinaciones sin comprender que se destruyen ellos al mismo tiempo, ya que la Historia no tolera los testimonios innobles.

    Todo miembro del Comité Central, todo miembro del partido puede ser eliminado en cualquier momento por esos «servicios que hacen maravillas», o bien ser tratado como traidor, como terrorista, como desviacionista, como espía. Suponiendo que Stalin hubiera tenido dudas en cuanto a su propia acción, ha debido ser inmediatamente animado para continuarla.

     Nubes de tormenta se han levantado por encima del partido. Mi propia cabeza, inocente de todo lo que se me acusa, implicará la caída de otras cabezas. Como les hace falta inventar una organización, la organización bujarinista que de hecho no sólo no existe actualmente ­tengo que decir que desde hace seis años no tengo el más mínimo desacuerdo con el partido -, sino que ni siquiera existe tampoco en el momento la Oposición de derecha. En cuanto a las organizaciones secretas de Riutin y de Ouglanov, no tengo el menor conocimiento. Rikov i Tomski y yo mismo siempre habíamos presentado nuestros puntos de vista con toda franqueza (2).

     Estoy en el partido desde la edad de 18 años y el fin de mi existencia ha sido siempre el de luchar por los intereses de la clase obrera, por la victoria del socialismo. En nuestros días, el diario que lleva el sagrado nombre de Pravda, imprime la mentira innoble que yo, Nicolás Bujarin, he querido impedir la victoria de Octubre y restablecer el capitalismo. Esta insolencia sin precedente, esta mentira puede ser comparada por la traición a la confianza del pueblo que la representa, a otra del tipo de: se ha descubierto que el Zar Nicolás Romanov había consagrado toda su vida contra el capitalismo y la monarquía, por el cumplimiento de la revolución proletaria. Sí, más de una vez he comprendido los errores sobre los métodos a emplear para edificar el socialismo, que la posteridad me juzgue no más severamente que como ya lo hizo Vladimir Illich Lenin. Por entonces marchábamos hacia un solo y único fin por primera vez y la ruta no estaba aún trazada. Eran otros tiempos, otras costumbres. La Pravda consagraba toda una página a los debates; todo el mundo discutía en busca de mejores métodos y medios, nos disputábamos y nos reconciliábamos y todo el mundo marchaba junto.

     Os llamo a vosotros, futura generación del partido, que tendrá la tarea histórica de hacer monstruosa una autopsia de esta monstruosa nube de crímenes que prolifera ahogando al partido, abrasándolo como una llama.

      ¡Llamo a todos los miembros del partido!. En estos días que pueden ser los últimos de mi existencia, tengo la confianza de que tarde o temprano la Historia sabrá limpiar esta ignominia con la que se me cubre. Nunca he sido un traidor; yo habría dado sin dudarlo mi vida por Lenin; apreciaba Kirov; nunca he atentado contra Stalin. Pido a la nueva generación joven y nueva del partido que lea mi carta en el pleno del partido, de disculparme y de reintegrarme de nuevo en sus filas. Sabed camaradas, que sobre la bandera que llevaréis en la marcha victoriosa hacia el Comunismo hay también una gota de mi sangre.

      Firmaba: Nicolás Bujarin, el mismo al que se le atribuía toda clase de crímenes y de “representar” una vía “de restauración capitalista” en tanto que Stalin se otorgaba el papel de garante del socialismo. Bujarin fue de los que no capitularon totalmente, incluso  llegando a calificar a Stalin de «genio maligno de la revolución rusa» aún no había cumplido los 50 años cuando fue fusilado por orden expresa de Stalin. el pleno del tribunal supremo de la URSS del pasado 13 de junio lo rehabilitó.

 

 

 

Notas

–(1) Löwy es el autor de una obra clásica sobre El marxismo y la cuestión nacional de la que Revolta Global tiene pendiente la reedición.

–(2) Martemián N. Riutin, viejo bolchevique, comisario en una unidad del ejército rojo, combatió contra las tropas de Kolchak en Siberia. en 1924 fue secretario del comité distrital de Moscú. en el XV congreso fue elegido miembro suplente de comité central. en los años del «gran viraje» apoyó a la derecha (Bujarin, Rykov y Tomski).

 

 

Pepe Gutiérrez-Álvarez

 

        3. BUJARIN ANTE LA INQUISICIÓN ESTALINISTA

  

          

        Estas cosas debían de estar más que aprendidas, y si no es así, no se puede consentir que sean impunemente falseadas. Mientras que sus amigos y partidarios eran diezmados, torturados en los campos de muerte, a Bujarin le tocó vivir el tercer proceso de Moscú, que, pro cierto,  comenzó prome­tiendo ser uno de los más resonantes de todos los celebrados hasta la fecha en tierras rusas contra los enemigos declarados del Gobierno que presidía José Stalin.

        Éste y sus colaboradores de la NKVD habían intentado que un personaje, de entre los múltiples a quienes se procesó, catali­zase toda la atención popular debido a su triste celebridad, y tanto fue así que hasta una película made in Hollywood, Mission to Moscow (Michael Curtiz, USA, 1943), llegó a hacerse eco de un proceso que la diplomacia norteamericana llegó a aplaudir con las dos manos. El principal responsable de su escenificación fue Yagoda, antiguo jefe de la policía política que, tras años de perseguir, encarcelar y torturar a los disidentes del régimen, sin embargo, por un capricho de Stalin, paradójicamente se encontraba también sentado en el ban­quillo de los acusados. Detenido un poco antes por su sucesor Yehzov, el menudo y cruel jefe de la checa,  con la caída de Yagoda se intentó desviar la atención del pueblo e inclusive de altas esferas políticas, de que los tres auténticos acusados eran nada menos que Rykov, que había sido jefe del Go­bierno soviético en 1930; el célebre teórico y legendario comunista de origen rumano Christian Rakovsky, y  el propio Nicolai Bujarin, amigo íntimo de Lenin y  una  de las ca­bezas más reconocidas en la historia del bolchevismo. Bujarin fue el personaje central del tercer proceso y se constituye en la fiel muestra de la descomposición integral de un revolucionario ante unas intrigas de Estado, como pocas veces la historia recuerda.

        Bujarin sería acusado, como dece­nas de antiguos impulsores de la Revolución de Octubre, de apoyar a Trotsky, el “Gran Satán” Esto se contradecía con una historia anterior, en lo que podíamos llamar la primera fase del estalinismo, y en la que un desconcertado Bujarin ayudó a la “troika”, compuesta Kamenev, Zinoviev y Stalin, a empequeñecer el papel ejercido por Trotsky en la Revolución de 1917 y a alejarlo del poder pretextando su procedencia “no bolchevique”. Pero cuando Lenin aún vivía y en la dirección del PCUS todavía se mantenían las formas, Bujarin escribía sobre Trotsky en los mismos tonos de encendida admiración que empleaban todos aquellos que luego habían de volverse contra él. Con esta formativa, hasta el propio Stalin podía ser fusilado.

          Describiendo el momento histórico del triunfo de la Revolución,  Bujarin llegó a escribir: “Trotsky, el espléndido y  valeroso apóstol de la Revolución, declaró en nombre del Comité Revolucionario Militar ante el Soviet de Petrogrado, en palabras aplaudidas ensordecedoramente por todos los presentes, que el Gobierno Provisional no existía ya…”

        Años después, cuando el Departamento de Propaganda del Comité Central estaliniano difundió la descomunal mentira de que Trotsky había luchado contra la Revolución de Octubre, Stalin, Molotov, Vorochilov y el resto del Polit­buró fiel al dictador, comenzaron a considerar como un pecado imperdonable para el Partido todo lo que habían escrito en tiempos pasados los viejos bolcheviques en alabanza de Trotsky, olvidando que el mismo Stalin, cuando Lenin todavía vivía, había escrito en Pravda que “el rapidísimo paso de la guarnición al lado soviético y la audaz realización de la tarea señalada por el Comité Revolucionario militar se le debe al Par­tido, sobre todo, al camarada Trotsky…”

        Paradójicamente, Bujarin siguió colaborando con Stalin y considerándose «amigo»‘ suyo bastante más tiempo que Kamenev y Zinoviev. Cuando estos dos antiguos líderes fueron expulsados del Partido, Bujarin creyó que él iba a ser la figura principal del Politburó ya que, reconocido como el más grande ideólogo marxista después de Lenin, tenía todos los puntos a su favor, Sólo que se iba a encontrar con una tupida tela de araña que tardaría en descubrir. Cuando se dio cuenta ya era tarde, y eso que fue uno de los primeros en percibir que el “georgiano” iba a acabar con todos ellos.

         El antagonismo personal entre Bujarin y Stalin, a quien aquél llamaba amistosamente «Bujashka», se inició mucho antes de que este último dirigiese la oposición “derechista”, por llamarla de alguna forma, contra Stalin. El conflicto entre los dos empezó cuando Lenin escribió su Testamento, en el que recomendaba a sus viejos camaradas que destituyesen a Stalin del cargo de secretario general del Partido. En ese mismo Testamento, en el cual se expresaba Lenin con tanto resquemor, sobre Stalin, escribía con entusiasmo refiriéndose a Bujarin: “Bujarin no es solamente el teórico más valioso del Partido, sino que también puede ser legítimamente considerado como el favorito de todo el Partido…” Por aquella época, Bujarin había escrito uno de sus mejores ensayos con el título: Lenin marxista, que en 1968 editó en castellano Tribuna Socialista, una revista ligada al POUM.

          El sinuoso proceso seguido por este Testamento daría que hablar durante muchos años. Stalin había impe­dido la difusión de dicho documento y, de no haber sido por Nadeshda Krupskaya, habría des­truido el documento tan odiado por él, en el cual se especificaba a la perfección la peligrosidad política de su figura. Stalin jamás logró destruir el Testamento (que no llegó a editarse hasta la época de Jruschev), aunque si emprendió algo mucho más contundente: la eliminación física de todos aquellos nombres  citados por Lenin.

 

           En una época anterior, la vida particular e íntima de Bujarin había entrado en una fase de total equilibrio y creatividad. En 1933, cuando tenía cuarenta y cinco años conoció a la hija del célebre bolchevique Larin, con la cual, a pesar de las grandes diferencias de edades, se acabaría casando. Más tarde les nacería un hijo y fue justo entonces cuando los amigos recordaban haberle visto plenamente satisfecho por primera vez. Des­pués, ese amor exacerbado por su familia iba a ser uno de sus peores enemigos. Sería utilizado como arma para arrancarle una serie de confe­siones totalmente fantasiosas, que llenaron de estupor a quienes seguían y comprendían la marcha real y los objetivos de aquellos proce­sos.

          Pero los últimos tiempos antes de su detención fueron de constantes sobresaltos y angustias, es­perando que también a él le llegase su «hora». Casi todos sus amigos y colaboradores íntimos habían sido fusilados o deportados a los campos de Siberia como consecuencia directa de los dos primeros procesos.

          Efectivamente, el coautor de El ABC del comunismo, fue detenido a principios de 1937, en plena guerra civil española. A pesar de que previamente -8 habían ido minando los ánimos, y de que su carácter era pacífico y suave por naturaleza, supo resistir enérgicamente du­rante dos meses las presiones de sus interro­gadores, negándose a firmar absolutamente nada.  Llegados a este extremo, y ante la evidencia de que no tenían pruebas en su contra para conde­narle, Yezhov tuvo la brillante idea de utilizar a Karl Radeck, antiguo intelectual bolchevique, que milagrosamente había salvado su vida en el se­gundo proceso de Moscú, aunque estaba conde­nado a cadena perpetua. Radeck era uno de los cuatro afortunados sobre los que había recaído la pena de prisión. Lógicamente Radeck era también, para los nue­vos aspirantes a un puesto ante el piquete de ejecución, el vivo ejemplo de que «no todos morían». Y la esperanza de que si se seguían unas consignas y se firmaban determinados pape­les, aún se podía salir del trance.

          En este sentido, Radeck iba a ser, patética y constante­mente utilizado durante el tercer proceso. El antiguo revolucionario era ya un hombre roto.

          El plan consistía, de entrada, en que, si Bujarin seguía órdenes cumpliendo cuanto el Politburó esperaba de él, ni su familia ni su propia persona sufrirían daños. Stalin, de otro lado, como afirma Alexander Orlov en su Historia secreta de los procesos de Moscú, no pasaba por alto cuánto quería y admiraba Bujarin a Lenin y en cuánta estima tenía las elogiosas palabras que Lenin había dejado escritas sobre él. “… Precisamente decidió atacarle en estos sentimientos con un golpe de efectos terribles. Se propuso demostrar en el proceso que Bujarin no había sido nunca un leal amigo de Lenin, sino, por el contrario, su peor enemigo. Aferrándose a este tortuoso plan, ordenó a la NKVD que le sacase a Bujarin la confesión de que en 1918, cuando se firmó el Tratado de Brest-Litovsk con Alemania, estaba Bujarin preparando el asesinato de Lenin. Pero el  “imaginario” criminal de Stalin podía consentirlo.

         De forma que el preso no dudara en firmar seme­jante disparate, los jefes de la NKVD detuvie­ron a varios comunistas que habían formado parte de la oposición trotskista y a otros de los llamados eseristas de izquier­das (en algunos casos, anarquistas al parecer) y les obligaron a firmar un falso testimonio en el que afirmaban que Bujarin y ellos habían llegado a la conclusión de que era imprescindible eliminar a Lenin y formar un nuevo Gobierno provisional. Algunos de estos «testigos» recibieron instrucciones de declarar que Dora Kaplan, que en el año 1918 había realizado un atentado contra la vida de Lenin, lo había hecho con la aprobación de Bujarin.

 

          Durante varios meses el viejo bolchevique se resistió duramente a firmar confesión alguna, pues tenía bien presente la idea de que en el momento en que su persona ya no pudiera ser utilizada durante el proceso para determinados fines, la policía chequista se desharía de él con toda seguridad. Al final, y bajo las constantes amena­zas de Yezhov de inmiscuir a su esposa en el juicio, y recordando que la propia esposa de Stalin, Nadiedja Alliluyeva, había muerto el 8 de noviembre de 1930 en trágicas y extrañas circunstancias, Bujarin accedió a firmar que él, en 1918 había intentado asesinar a Vladimir I. Lenin. Era –diría luego Bujarin- como si nos quisiera convencer que la revolución de Octubre la lideró Nicolas IIª

        No obstante, cuando dos días más tarde le presentaron a Bujarin la redacción definitiva de su declaración -corregida y aumentada por el propio Stalin- quedó tan aterrado de lo que leía que se negó categóricamente a firmarlo. En aquel documento, cita también Orlov, se decía, en nombre de Bujarin, que desde el momento en que el mando militar alemán permitió en 1917 que pasara por suelo germano el tren en que Lenin y otros revolucionarios se dirigían a Rusia, empezó a sospechar que Lenin tenía un convenio secreto con el Gobierno de Alemania. Además se decía allí que cuando, después de tomar el poder los bolcheviques, Lenin insistía en que se firmara una paz separada con Alemania en términos humillan­tes para Rusia, sus sospechas sobre la traición de Lenin fueron tan fuertes que resolvió asesinarlo y formar un Gobierno en el que participaran diver­sas tendencias derechistas… Aquello enfureció de tal modo a Bujarin que estuvo a punto de llevarle al borde de la locura. la tragedia humana del viejo luchador estaba ya en marcha. Pero todavía, en un alarde de valor y claridad mental, Bujarin retiró su consentimiento para actuar en el inmi­nente juicio público.

         Obviamente, el ambiente de tensión crecía por momentos y pese a las constantes visitas a la celda del acusado por parte de Vorochilov, Vichinsky -el siniestro fiscal que cargó sobre sus espaldas los resultados prácticos de todos los procesos- y el inevita­ble Yehzov, con vistas a “negociar” con el preso, la NKVD no consiguió que Bujarin resucitase en público la antigua calumnia contra su camarada Lenin. Tampoco declaró que intentara ma­tarlo personalmente. A cambio de ello consintió decir, que, para evitar que se firmara el tratado de Brest-Litovsk con Alemania quiso detener a Lenin durante cuarenta y ocho horas. También se negó Bujarin a reconocer que él había sido espía al servicio de Alemania y que hubiese participado –como millares de comunistas más- en el asesinato de Kirov Anotemos que Sergei Miranovich Kirov, jefe de la región de Leningrado, fue asesinado el 1 de diciembre de 1934 en el edificio Smolny por un joven comunista llamado Leonid Nikolayev. Este misterioso atentado, al igual que poco antes ocurriera en Alemania con el incendio del Reichstag, servirla de pretexto para desencadenar una brutal represión que comenzó cinco días después del asesinato. Este fue adjudicado por Stalin a terroristas de la Guardia Blanca. Pravda anunciaba que la NKVD había detenido y ejecutado a 104 de los citados terroristas en un alarde de «protección social. a Rusia. Justo después comenzarían los procesos de Moscú. También trataron  de inculparle en la extraña muerte de Máximo Gorki, el célebre autor de La madre.

          Con el proceso en plena efervescencia y cada vez con menos posibilidades de salvación, Bujarin se iba convirtiendo en una piltrafa, en un triste monigote en medio de una gigantesca sala rebo­sante de uniformes y gestos enfurecidos. Increí­blemente reconocía que, además de Lenin, había intentado detener al mismísimo Stalin, al que ya entonces consideraba como un peligro para sus «ávidas aspiraciones de poder».

           Hubieron algunos momentos en los que la parodia de juicio  resultó tragicómica. Como cuando se produjo cuando negó ante el Tribunal que hubiese querido matar a Lenin, y que sólo se había propuesto detenerle por cua­renta y ocho horas, a lo que el fiscal Vichinsky le preguntó: “Pero ¿y si Vladimir Illich (Lenin) se hubiera resistido?”. A lo que Bujarin, completamente se­rio, respondió: «Como usted sabe Vladimir Illich nunca presentó batalla. No era pendenciero. Yo lo conocí muy bien”, provocando una gran carca­jada en la audiencia.

           Era una broma macabra. Bujarin, como los demás acusados había sido seriamente advertido contra cualquier forma de hacer “alusiones perjudiciales” en el juicio. Se le previno de que su vida dependía no sólo de lo que dijera sino de cómo lo decía. Aterrorizado, de esta forma, interrumpió docenas de veces para asegurarles a los jueces que no sólo estaba confesando los crímenes que él había cometido, sino incluso los cometidos por otros miembros de la conspiración fantasma, sin que en ello tuviera nada que ver que él los conociera o no.  En toda aquella parodia, aquel hombre totalmente acorralado y obligado a sentarse en semejante banquillo, estaba a punto de sacar los colores a los propios miembros del Tribunal. Obviamente, resultaba imposible la autodefensa. Sin embargo, en uno de los momentos en que Bujarin comenzó a hilvanar un breve discurso sobre la Revolución de Octubre, el presidente del tribunal, Ulrich, le dio a entender veladamente que estaba empezando a dar la impresión de que se defendía, a lo que Bujarin, sobresaltado, replicó: “!No me estoy defendiendo¡ ¡Esto es mi autoacusación! ¡No he dicho ni una sola palabra en defensa mía¡».

          En abierto contraste con Radeck, Zinoviev o el mismo Piatakov, Bujarin no quiso o no supo aprovechar sus excepcionales facultades oratorias para denun­ciar, mediante hábiles alusiones, la falsedad de aquellos montajes pseudoprocesales. El caso de Bujarin es, con toda probabilidad, de entre los muchos existentes en la fatídica época de los procesos, el más vergonzoso que se recuerda. Ya al final, no sólo sé autoproclamaba «despreciable fascista» y «traidor a la patria socialista», sino que en un último intento de salvar la vida y la de su familia, le dedicó a su verdugo los siguientes elogios en los que se puede adivinar ciertas dosis de ironía: “… En realidad el país entero sigue a Stalin. Él es la esperanza del mundo. Es un creador nato… Para todos está bien claro que mientras nos gobierne Stalin, la Unión Soviética marchará perfectamente…”

          Pero de nada le sirvieron estas palabras y otras similares al viejo bol­chevique, pues, sin apenas haber dado tiempo a que finalizara el proceso, era fusilado un amane­cer en los sótanos de la NKVD.

 

 

 

4. Carta de Bujarin a su compañera, y de ésta a Bujarin

 

      Querida, dulce Annushka, mi adorada:

     Te escribo ya en la víspera del juicio y te escribo con un fin determina­do, que subrayo tres veces: a pesar del0 que puedas leer o escuchar, no importa lo terribles que sean las circunstancias, a pesar de todo lo que me dirán y de lo que yo podré decir, sobrelleva todo con valor y tranquilidad.

     Prepara a nuestros seres queridos, ayúdales a todos. Temo por ti y por los demás, pero especialmente por ti. No te enfurezcas por ningún motivo. Recuerda que la gran causa de la URSS está viva y esto es lo que es im­portante, mientras que los destinos in­dividuales son transitorios y misera­bles en comparación. Una gran prue­ba te espera. Te ruego, querida mía, que hagas todo lo que puedas, aprieta los cordones de tu alma, pero no permitas que los rompan. .

     No hables con nadie de nada. En­tiende mi situación. Eres la persona más preciosa para mí, la más próxima, la única. y te ruego, en nombre de la belleza que haya habido entre nosotros, que hagas un tremendo esfuerzo y te ayudes a ti misma ya nuestros seres queridos a sobrellevar este paso terrible con almas acorazadas. No creo que sea una buena idea que leas los periódicos a tu padreo a Nadia en estos días (Ios del juicio), déjales vivir como si fuera en un sueño durante un tiempo. En cualquier caso, tú sabes mejor que yo lo que ha­cer: tomar decisiones, seguir tu propia opinión sobre esto a fin de evitar que ocurra un trastorno inesperado y te­rrible.

      Si te pido esto, créeme, es porque ya he soportado todo lo que puedo pade­cer, incluida esta petición, y también porque todo ocurrirá como quieran los grandes y grandísimos poderes que ocurra.

     Sabes lo que me está costando escri­bir esta carta, pero te escribo con la pro funda convicción de que no puedo com­portarme de otra manera. Esto es lo más importante, decisivo, fundamental. El volumen de lo que estas líneas hablan lo entenderás por ti misma. Haz lo que te digo y contrólate: sé de piedra, como una estatua.

      Estoy muy preocupado por ti y al menos me quitarían un peso de encima sí me permitieran escribirte o me dijeran unas palabras tranquilizadoras so­bre lo que se ha dicho.

     Te ruego esto, mi querida amiga, te lo suplico.

     Tengo otro deseo, mucho más pe­queño, pero muy importante para mí personalmente.

     Te enviarán tres manuscritos:

 

     a) Un gigantesco tratado filosófico de 320 páginas (Arabescos Filosó­ficos);

     b) Un pequeño volumen de poesía;

    c) Los siete primeros capítulos de una novela.

 

     Hay que volverlos a mecanografiar en tres copias. Tu padre te echará una mano para poner en orden los poemas y la novela (se adjunta un plan a los poemas: a primera vista el manuscrito parece caótico, pero puede hacerte con él. Cada poema debe mecanogra­fiarse en hoja separada).

     Lo más importante es que el trata­do filosófico no se pierda. He trabajado mucho en él y he puesto gran parte de mí mismo en él: es muy maduro en comparación a lo que he hecho en el pasado y, a diferencia de mis otros tra­bajos, dialéctico de principio a fin. Todavía está ese libro (La crisis de la cultura capitalista y del socialismo) cuya primera parte escribí en casa. Ayuda a salvarlo: no lo tengo y sería una pena que se perdiera.

    Si recibes los manuscritos (muchos de los poemas tienen que ver contigo y al leerlos te darás cuenta de lo cerca que estoy de ti) y, si te permiten que reciba unas líneas o palabras tuyas, no olvides mencionar mis manuscritos.

     No es buena idea que ahora me ex­tienda sobre mis sentimientos. Pero es­tas líneas también te demostrarán lo de­sesperadamente que te amo. En estas horas, tan difíciles para mí, ayúdame concediéndome mi primer deseo. En cualquier caso, y cualquiera que sea el veredicto del juicio, te veré después del juicio y podré coger tus manos y be­sarlas.

     Adiós, cariño. Tu Kolke.15-1-1938.

     P.S. Tengo tu fotografía con el niño. Dale a Jurka un beso de mi parte. Es una bendición que no sepa leer. Tam­bién estoy muy asustado por la niña. Por lo menos cuéntame algo del peque­ñito: probablemente ha crecido, el pe­queñín, y ni siquiera me conoce. Abrá­zale fuerte y acaríciale el cabello por mí.

 

 

     ¿Qué se puede decir, querido Kolka, después de que hayan pasado tantos años desde tu muerte, ahora que nuestros hijos  son mayores de lo que tú eras entonces?  Quizás sólo que has sido tan ingenuo y tan bobo durante toda tu vida (que ahora me parece tan corta). Para mí, “la gran causa de la URSS” por la que sacrificaste tu vida, si no murió ya en esos años, está muerta en cualquier caso. Pero no dices con completa sinceridad lo que acabó conti­go al final. No obstante, antes del arres­to, luchaste contra la calumnia con ex­traña perseverancia. Me puedo imagi­nar con cuántos falsos testimonios te hi­cieron frente. Ante el creciente fascis­mo, no quisiste comprometer al «Padre del Pueblo» (Stalin, ed.).

      Sé que no has olvidado lo que tuvi­mos que aguantar juntos durante aquel medio año (agosto 1936-febrero 1937), cuando todavía no te habían arrestado pero ya te estaban investigando.

      La campana que marcaba las horas que escuchamos desde la Torre Spass­kaya del Kremlin media las horas de vida. Los nervios estaban tan tensos que cada día parecía durar un siglo. Era una ingenuidad pensar que me hubieran dejado recibir tu carta enton­ces: en ese momento ya llevaba bajo arresto seis meses. No sé por qué moti­vos humanitarios Koba (nombre de guerra de Stalin, ed.) no hizo que me fu­silaran, aunque se estaba preparando para hacerlo, y me dictó una sentencia de sólo 25 años de vagar por prisiones, gulaguis y exilios. Una vez se dictó la sentencia y, mit der deutschen Ordnung (la minuciosidad alemana), llegó la nue­va sentencia de la enésima resolución de la Asamblea General. Sólo en 1959 fui rehabilitada totalmente, tras una apela­ción personal a Nikita Jruschov. Volví a ver a nuestro hijo a la edad de 20 años, cuando vino a visitarme a Siberia. Tras mi arresto, el chico pasó de ser pilar a ser poste. Primero vivió con mi madre, después con tu hermano Volodya, luego con la hermana de mi madre y su mari­do. Cuando arrestaron a todos, le me­tieron en un orfanato. Ahora tu hijo es un artista y tu hija una historiadora.

       El juicio contra ti comenzó cuando yo estaba en un gulag en la prisión de Tomsk. Normalmente no nos daban periódicos, y de repente un guardia me trajo un periódico con tu interrogato­rio. Gritó: «¡Lee, mira quién eres!».

    Al principio, cuando dictaron sen­tencia, se me partió el espíritu. Entonces era más fácil. Entendí que tus tormen­tos habían terminado mientras que yo tendría que seguir llevando esa pesada cruz hasta el final. Una vez volví a Mos­cú conseguí hacerme con el acta taqui­gráfica completa del juicio contra el así llamado «bloque antisoviético de la de­recha trotskista». Revelaste honrada­mente tu concepto programático: «Si define mi postura programática en el campo económico, se encontrará con un capitalismo de Estado, una clase campesina individual fuerte, la reduc­ción de granjas colectivas, concesiones al extranjero, un compromiso en el mo­nopolio del comercio exterior y, como resultado, la vuelta del país al capitalis­mo» (acta del juicio del caso contra el bloque antisoviético de la derecha anti­trotskista, Moscú 1938, página 341). Esto no es menos que la continuación de la nueva política económica, según Buja­rin, el camino hacia el socialismo. Solicité repetidamente a distintas al­tas autoridades tu rehabilitación. En 1961 presenté por primera vez tu carta». A la futura generación de líderes del partido» ante el Comité para el Control del Partido. Tuve que esperar 50 años para conseguir la rehabilitación tras el horrible juicio. Pero lo conseguí, Kolka, ¿lo entiendes?

      Todos tus libros fueron prohibidos. Por miedo a ser arrestadas, muchas per­sonas los destruyeron. Ahora, todas tus obras más importantes han sido tradu­cidas. No he sido capaz de cumplir dos de tus deseos.

      1) No pude hacerte llegar mi foto­grafía con el niño. El juez encargado de tu investigación me evitaba a toda costa y no conseguí ponerme en contacto con él ni siquiera por teléfono.

      Me llevé la fotografía conmigo (a la prisión) pero durante el enésimo regis­tro un guardia la rompió, escupió sobre ella, la pisoteó con sus sucias botas y gritó: «¡Y todavía llevas uno de los hijos de Bujarin contigo!». El fotógrafo del que hablabas probablemente llegó has­ta ti después de que la casa de Nadia fuera registrada.

      2) Me pides que tome precauciones, sabiendo perfectamente bien que eso no va con mi carácter, y en cualquier caso la vida dio tal viraje que no tenía nada que perder. Me quitaron a ti y al niño y me robaron la libertad. Con la ayuda de confidentes reunieron un archivo com­pleto de ‘»material comprometedor» y me enviaron a Novosibirsk para «la in­vestigación». Allí viví en un sótano húmedo y lleno de ratas: una celda de ais­lamiento. Poco después de tu juicio co­mencé a tener alucinaciones. Te me apa­recías crucificado

      Es la hora de terminar. La carta es más larga de lo que yo esperaba, pero no hemos hablado desde el 27 de febrero de 1937, durante más de 55 años. Y antes de terminar me queda contarte algo im­portante. ¿Te acuerdas que durante los difíciles días de la investigación recibiste dos cartas de Leonid Pasternak? En una de ellas venía el comunicado de la Ofici­na del Fiscal según el cual «‘durante la investigación no se han descubierto he­chos de naturaleza jurídica que justifiquen la apertura de una causa criminal contra Bujarín y Rykov, por lo que este caso es desestimado».

     Luego, cuando comenzaron de nue­vo los ataques venenosos en los periódi­cos, Pastemak envió otra carta que de­cía más o menos lo siguiente: «Es igual, porque no creo que seas culpable, y, en cualquier caso, no entiendo lo que está ocurriendo».

     Alrededor del 10 de diciembre, Romain Rollad envió un telegrama de feli­citación, pero luego ya no volviste a sa­ber de él. Estabas apesadumbrado y creías que Rolland, aparentemente, ha­bía dejado de creer en ti. Pero eso no es lo que ocurrió. Rolland habló dos veces con Stalin en favor tuyo. Te cito un pá­rrafo de su última carta: ‘»Durante el juicio de Bujarín, y sin mostrarme en absoluto de acuerdo con las acusacio­nes que se le hacían, apelé a su gran hu­manidad ya su comprensión de los más altos intereses de la URSS. Un intelecto como el de Bujarín es un recurso para este país, debe perdonársele la vida para beneficio de la ciencia soviética y el de­sarrollo del pensamiento teórico».

      Pero mejor termino aquí. No te es­cribiré sobre lo que está ocurriendo hoy en nuestro país, o, mejor aún, «‘en nuestros países» (tú, de hecho, no te puedes imaginar que la URSS se haya derrumbado) pero no pierdo las espe­ranzas de un futuro mejor. No Conde­no cómo te comportaste en el juicio: era la única salida posible dada la si­tuación. ¡Adiós, Kolka! Debo decirte que jamás me he arrepentido de haber unido mi vida a la tuya. ¡Es imposible olvidarte!

     Tu Annushka. 20 de julio de 1992.

 

 

  5. Tamara Deutscher

     ¿Bujarinismo contra trotskismo? (*)

 

 

 

       «Bujarin no sólo es el mayor y más valioso teórico del partido, sino que también se le considera acertadamente como el favorito de todo el partido; no obstante, sólo con grandes reparos pueden calificarse de totalmente marxistas sus criterios teóricos, dado su matiz ligeramente escolástico (no llegó a estudiar, ni creo que llegara a entender plenamente la dialéctica)». Así describía Lenin en su Testamento, escrito el 24 de diciembre de 1922, a uno de los revolucionarios soviéticos más destacados y uno de los principales artífices del Estado soviético”.

     Durante más de treinta años se ocultó al pueblo soviético el Testamento de Lenin. Pero incluso cuando ya era accesible y aparecía en 1958 el volumen 45 de las Obras Completas, el bujarinismo continuaba siendo objeto de oprobio en la URSS. No se le absolvió oficialmente de las acusaciones de haber sido un espía y terrorista hasta finales de 1962. Y a pesar del testimonio de Lenin se le continúa considerando un «seudobolchevique antipartido» que se comprometió en actividades antileninistas.   

      Incluso en Occidente, permaneció en el pasado durante 40 años su juicio macabro y trágica muerte, hasta que Bujarin encontró un biógrafo capaz de presentar en la justa medida su evolución política y teórica. Tal vez  haya sido necesario este tiempo para que apareciera una generación de estudiosos de izquierdas totalmente libres de la mancha estalinista, que pudieran simpatizar con las Ideas de Bujarin. En efecto, al parecer Cohen se considera en parte un comunista antiestalinista, o filocomunista no revolucionario. Además está bien dotado y formado para realizar su tarea: conoce bien el ruso, está familiarizado con el período, y consiguió acceso a  una gran variedad de fuentes; escribe bien, con una narrativa fluida; considera, bastante acertadamente, a Bujarin, como una personalidad atractiva y cálida, merecidamente «el favorito de todo el partido», no demasiado complejo, sin rastro de la dureza «dogmática bolchevique» que tanto desagrada a los americanos liberales, sino por el contrario, más bien «tan suave como la seda», tal como apuntó desdeñosamente Lenin en cierta ocasión. .

      Bujarin se unió al partido la víspera de la revolución de 1905; en 1907 participó en el congreso nacional de los Estudiantes Socialdemócratas, cuyo origen se encuentra en el Komsomol posterior a 1917; a la edad de 20 años se sentó en el comité de Moscú del partido. En 1911, a los 23 años, dejó Rusia y pasó la mayor parte del tiempo en Viena, atraído por la escuela altamente teórica de los austro-marxistas. Nunca estuvo próximo al grupo de Lenin en Londres o Ginebra, un grupo al que Cohen llama bastante gratuitamente «camarilla obsequiosa».

       Antes ya de 1917 (es decir, antes de que tuviera 30 años), Bujarin tenía en su haber varios trabajos teóricos muy debatidos, siendo el principal Im­perialismo y economía mundial, un replanteamiento hilferdiniano del imperialismo y la política exterior del capital financiero. En su esfuerzo por presentar a Bujarin como el profeta de la sociedad postcapitalista futura “con un modo de explotación todavía más cruel» que el capitalismo.    

       Cohen intenta analizar los primeros escritos teóricos de Bujarin, y dedica  un capítulo completo y clasificatorio a su Materialismo histórico. Su tarea no es fácil, porque la mente rica y sutil de Bujarin lanzó abundantes ideas embrionarias, concebidas muchas de ellas bajo la presión de la crisis política o económica, y bastante a menudo inconsistentes y, contradictorias. También el celo y el fervor ardoroso de Bujarin –cualidades  atractivas en un revolucionarlo, pero quizás no tanto en un estudioso y teórico- le hicieron dar bandazos violentos de un extremo a otro; y, «un matiz ligeramente escolástico» le hizo construir inmediatamente una teoría completa, cuando una mente más cauta se hubiera contentado con un enfoque bastante más pragmático.

         En .1920 apareció su Economía del Período de Transición, una justifica­ción teórica del «Comunismo de guerra»; con su intento de militarizar el trabajo, absorción de los sindicatos por parte del estado, requisas violentas del producto agrícola, y todas las demás medidas duras que el país no está dispuesto a aceptar en tiempos de paz.  La desilusión, el descontento y la amargura condujeron directamente. a la rebelión de Kronstadt, en la que muchos bolcheviques lucharon codo con codo con anarquistas y guardias blancos, contra las tropas rojas enviadas para sofocar el alzamiento. De esta «instantánea que enturbia la realidad» (las palabras son de Lenin), los bolcheviques sacaron una lección práctica; se abolió el «Comunismo de gue­rra» y se sustituyó por la Nueva Política Económica, es decir  una econo­mía mixta, en la cual el sector privado podía competir libremente, en el terreno comercial, con el sector socialista que lentamente se iba construyendo. Quedó como tema de conjeturas el posible riesgo de que la iniciativa hiciera zozobrar y acabara hundiendo al recién nacido sector socialista­.

      Bujarin abrazó la NEP con su acostumbrado entusiasmo y fue más allá que cualquier otro bolchevique en la proclamación de sus virtudes. Así como en su Economía del periodo de transición habia mantenido con el mayor aplomo, que con el Comunismo de Guerra «estamos en el buen cami­no», pasados menos de dos años tuvo muy pocos reparos en revisar parte de los principios esenciales del bolchevismo, y también del marxismo, claro está, para ofrecer de este modo una teoría compleja, según la cual Rusia «evolucionaría paso a paso hacia el socialismo” a partir de la NEP.

       Para Cohen; la Rusia soviética tiene el máximo interés en su periodo de la NEP. «La Rusia de la NEP se convirtió económica, intelectual y cultu­ralmente en una sociedad relativamente plural»; la NEP fomentó «una atmósfera de distensión en el país» que condujo al desarrollo de «uno de los primeros sistemas económicos mixtos modernos,” hacia 1953, treinta años más tarde, la propia NEP se encomendaría a «los reformistas del comunis­mo como un modelo de orden comunista liberal, una alternativa al estalinismo,

       Y aún así, paradójicamente, fue esta liberalización de la política económica la que condujo a los bolcheviques al establecimiento de su monopo­lio de poder.  Lo que temían era que, con la recientemente adquirida libertad, la burguesía urbana y el campesinado individualista recurrieran, en de­fensa de sus intereses, a las organizaciones antibolcheviques que todavía existían. Los bolcheviques estaban decididos a hacer desaparecer, al menos temporalmente, semejantes organizaciones. Habia arraigado la idea de que cualquier oposición se convertiría, inevitablemente en un vehículo de la  contrarrevolución, idea que se endurecerá en los años subsiguientes. De semejante convicción a considerar como. igualmente peligrosas las oposiciones y fracciones dentro del partido, sólo había un paso, ¿No podría llegarse a unir una fracción frustrada o descontenta del partido con un grupo crítico externo a aquél? Al poco tiempo de suprimir todos los partidos, si­guió un edicto sobre las fracciones organizadas en las filas bolcheviques, Retrospectivamente, parece del todo evidente que este edicto constituiría un arma poderosa en manos de Stalin; aún así lo aceptaron todos sus futu­ros oponentes: Trotsky, Zinoviev y Kamenev. así como Bujarin, Incapaces de organizar cualquier acción concertada, e incapaces incluso de defenderse a sí mismos, perecerían todos ellos en las más trágicas circunstancias,

        Al principio, Bujarin no «abrazó la NEP por su sentido de reposada ra­cionalidad y conveniencia», pero al «defenderla apologéticamente durante meses» fue más lejos que cualquiera de sus colegas del politburó en su en­tusiasmo por ella. Hacia 1922, la NEP ya no era para él una simple retirada estratégica, sino una vía «sólida» y firme hacia el socialismo, Cohen llama acertadamente la atención de los lectores hacia el artículo de Bujarin de 1922 sobre las revoluciones burguesas y proletarias, en que «revisó» algu­nos dogmas marxistas y ofreció una base teórica a la economía de merca­do. Lenin fue mucho menos «escolástico» y se preocupó mucho menos por las definiciones teóricas: sólo deseó inculcar en el partido que «hemos llegado demasiado lejos», que «la transición a una distribución puramente socialista supera nuestras fuerzas» y que el régimen debe ser «capaz de re­troceder» y limitarse a «tareas más accesibles», Cohen muestra una rara falta de comprensión del espíritu leninista cuando afirma que 25 años des­pués de Bernstein, «Lenin rehabilitó el concepto de reformismo» y que «explicó reformismo hasta que murió». Coute que coute, trata de atraer la ayuda y respaldo de Lenin para la posterior evolución de Bujarin en direc­ción contraria al principio marxista de la lucha de clases. Esta transforma­ción del antiguo dirigente de los comunistas de izquierdas, para quien Le­nin no se había mostrado suficientemente revolucionario durante las nego­ciaciones de Brest-Litovsk, en un partidario de la «cooperación y la armo­nía», el «gradualismo», y la «paz civil» como opuesta al «conflicto social»; en una palabra, el abandono por parte de Bujarin de las definiciones mar­xistas ortodoxas, está claramente indicada en el libro, si bien el autor es consciente de que insistir en su «separación» puede producir «cierto males­tar» entre los partidarios de Bujarin.

       A los cinco años de la revolución, Bujarin llegó a la conclusión de que «la inmadurez de clase no era una peculiaridad del proletariado ruso, si­no una característica general de las revoluciones proletarias», Este desen­canto con la clase obrera le condujo directamente a su política pro-cam­pesina, que se convirtió en el marchamo del bujarinismo. Si bien todos los líderes bolcheviques proclamaron la «alianza de los trabajadores y campe­sinos», ninguno llegó tan lejos como Bujarin en su intento por encontrar la salvación del bolchevismo en el campo ruso. Además, sustituida la noción de lucha de clases por la de «armonía» (otro historiador le ha llamado el Bastiat bolchevique) y «cooperación», no tuvo en cuenta el conflicto de intereses entre los campesinos ricos y pobres, prefiriendo apelar al campe­sinado en su conjunto. Con su temperamento y ardor habitual, Bujarin lanzó su trascendente eslogan de «enriqueceos», razonando en forma muy po­co marxista que cuanto más ricos se hicieran los agricultores, más rica se ría la sociedad en su conjunto. Lo sorprendente es que no diferenció entre los agricultores ricos, los agricultores pobres, y los trabajadores agrícolas, y pasó por alto la velocidad con que los campesinos ricos se hacían más ricos a costa de las otras clases.

      Hacia finales de 1927; la política agrícola de Bujarin había resultado de­sastrosa. Los campesinos ricos no se desprendieron voluntariamente de su grano; no alimentaron las ciudades; y el hambre se volvió a apoderar del país. Este fracaso también significó el rechazo total de Bujarin. Stalin ya no lo necesitaba a él ni a sus teorías; tampoco lo necesitó como diumviro contra la oposición de izquierdas de Trotsky, Zinoviev y Kamenev, a quie­nes ya había expulsado del partido, relegándolos al ostracismo político, an­tes de enviarlos al ostracismo exterior del exilio. Stalin estaba firmemente asentado en el poder. Contradiciéndose con manifestaciones recientes, declaró que los «kulaks están desbaratando la economía soviética» y por tan­to el partido debía “enfrentarse firmemente» a los kulaks. Repentinamen­te se descartaron «la armonía y la cooperación», la gradual «evolución hacia el socialismo»; así como la industrialización a «paso de tortuga», pro­pugnada por Bujarin. Las herejías que hasta entonces se atribuían a la opo­sición -política campesina y exigencias de una mayor industrialización ­se elevaron al nivel de dogma oficial y se pusieron en práctica, pero con una brutalidad tal; que resultaban irreconocibles comparados con la políti­ca que en otro tiempo había recomendado; en forma mesurada y considerada la izquierda ahora derrotada.

        El viraje de Stalin y su modo de tratar al campesinado recalcitrante aterrorizaron: naturalmente; al suave Bujarin. Pero sus protestas se hacían tras la puerta del politburó y de puertas afuera compartió completamente la responsabilidad de esta política. Naturalmente, los escrúpulos no impedían a Stalin cargarlo además con los pecados que no había cometido. Los la­mentos de Bujarin por la conversión de su antiguo aliado a la «superindus­trialización» resultaban patéticos, y el ataque contra el campesinado era «una capitulación ideológica total ante el trotskismo».

      Cuando Bujarin supo que estaba condenado, alrededor del verano de 1928, recurrió al apoyo de Kamenev, casi del mismo modo como Kamenev y Zinoviev habían recurrido a Trotsky, pero ya era demasiado tarde: Las primitivas oposiciones, al menos, habían luchado antes de ser abatidas por Stalin; Bujarin se hundió sin lucha. Únicamente manifestó su pánico y desaliento, en conversaciones privadas con otros condenados; jamás se expresó públicamente contra el «Gengis Khan» del Secretariado General, Se le destituyó en la jefatura de la Internacional Comunista, donde había sus­tituido a Zinoviev y de donde había expulsado hacía poco a comunistas extranjeros no ortodoxos; se le expulsó a puntapiés del politburó. Antes de que concluyera el año aciago de 1929, se retractó de sus opiniones y pro­metió someterse. Completamente humillado continuó sirviendo a Stalin. Se le permitió continuar en el partido, y en 1933 habló ante el Comité Central pronunciando nuevamente un mea culpa; en 1934 se dirigió a un congreso del partido y respaldó la jefatura de Stalin en un lenguaje hasta cierto punto críptico, valorando críticamente la política exterior de este último. En agosto de 1934, pronunció un parlamento de tres horas en la inauguración del Congreso de Escritores Soviéticos, futuro perro guardián de la ortodoxia del partido en el terreno de la literatura, compartiendo el estrado con Gorki y Zdanov. Se le nombró editor jefe del periódico del gobierno Izvestia; y en 1935 se sentó con Stalin, su verdugo, y Vyshinsky, su futuro acusador, en la comisión responsable de la preparación del borrador de la constitución. La constitución se adoptó en noviembre de 1936, varios meses después de la ejecución de Zinoviev y Kamenev, Fue aclamada como la constitución de Stalin, «la más democrática del mun­do». Sus principales autores, Rádeck y Bujarin, pronto serían acusados de traición. ,

     El «favorito del partido» no se salvó del juicio, degradante, doloroso y macabro, durante el cual todo el país se hacía eco de las demandas de Vishinsky: «Matad a los perros rabiosos». EI 13 de marzo de 1938, Bujarin fue condenado y fusilado.

     Al igual que todos los biógrafos escrupulosos, Cohen aspira a eliminar las críticas de haber reivindicado en exceso a su protagonista. No obstante, lo que ha hecho ha sido ensalzarlo en ciertos aspectos y degradarlo en otros, Al presentar a Bujarin, el revolucionario, el pensador socialista, el teórico diestro, el orador brillante, el resplandeciente escritor como un pre­cursor de Djilas o Dubceck, no ha realzado su talla sino que por el contra­rio la ha degradado. Bujarin perteneció a la generación de marxistas para quienes la elegante expresión «socialismo liberal» o «socialismo con ros­tro humano», hubiera sonado grotesca: para ellos el socialismo era el sis­tema más humano, y si su rostro no hubiera sido humano, en absoluto hu­biera sido el socialismo.

      A lo largo de todo el volumen se exagera enormemente el atractivo de Rusia bajo la NEP. (Maiakovski ofrece un retrato bien distinto en La Chinche). Debido a que, al parecer, las esperanzas del autor en el porvenir descansan en algún «orden estilo NEP» como la «genuina prefiguración del futuro comunismo», destaca hasta tal punto el «gradualismo reformista» de Bujarin, su creencia en la «vía evolutiva», su fe en el «proceso molecular» por el que Rusia, mediante una economía de mercado «evolucionaría lentamente hacia el socialismo», que se desvanece el Bujarin revoluciona­rio, y se nos deja con un espectro socialdemócrata que proclama: Dios nos dio el socialismo pero no es el momento. «Los puntos de vista teóricos (de Bujarin) difícilmente se pueden considerar marxistas», dijo Lenin. Por tal forma en que los analiza Cohen parecen totalmente antimarxistas. :.

      El escolasticismo de la mente de Bujarin, que también mencionó Lenin, consistió en su tendencia a ofrecer una teoría, un dogma, para justificar ca­da movimiento político, aunque fuera temporal o viniera determinado por las exigencias de una coyuntura pasajera. Stalin explotó, naturalmente, el status de Bujarin como teórico, para’ sus propios fines: «Existía una marcada división del trabajo entre Bujarin y Stalin, entre la formulación de la política y la teoría, por un lado; y la capacidad organizadora del otro… Él era indispensable como guerrero ideológico» para Stalin, mientras no fue­ra destruida la oposición; ¿Cuál de los partidarios de Stalin poseía la ca­pacidad intelectual para enfrentarse con hombres como Trotsky o Preobrazjenski o talentos como los de Smilga, Kamenev o Rádeck?. Según Co­hen, en su lucha contra la izquierda, Stalin contrarrestó la teoría trotskis­ta de la «revolución permanente» con su «socialismo en un solo país». Pero incluso esta doctrina, tan contraria a las profundas convicciones internacionalistas de Bujarin, «la transformó (Bujarin) rápidamente, en una teoría». En este punto Cohen realiza nuevamente un vano intento de exone­rar a su héroe, sugiriendo que la lógica de la nueva teoría pudo venir deter­minada por el golpe de octubre, y su «paternidad pudo quedar legitimada» por algunos artículos de Lenin escritos en su período «reformista»;  No, esto no sirve. El arte de escribir la historia se sustenta precisamente en la habilidad-del historiador para introducirse en el espíritu de la época, en el carácter psicológico y mental de su dramatis personae y en tener la necesaria penetración para no extraer la letra muerta sino el pensamiento vivo»

         No obstante el máximo pecado de Cohen es reivindicar excesivamente a su héroe;: cuando intenta convencernos de que fue la postura de Bujarin «ante la dirección del partido» antes que la de Trotsky, la que planteó el desafío más rotundo a Stalin y el estalinismo; En este punto, puede ser conveniente citar la opinión de un historiador tan poco comprometido como E.H, Carr quien escribió en un artículo publicado en el Times Literary Su­pplement:       

    

         “Sería difícil imaginar una reivindicación más fantástica. Trotsky tuvo fallos temperamentales, y cometió graves errores de juicio. Puede que sus defectos como dirigente político fueran tan graves como los de Bujarin. Pero hay un punto en que sus credenciales son incuestionables. Desde el momento en que Stalin accedió al poder, hasta que se produjo su propio asesinato… un tema, una obsesión informó todo cuanto hizo y escribió. Él fue el principal adversario de Stalin y de todo cuanto Stalin defendió”.

 

        Y aún más: «Durante tos tres o cuatro años críticos en que Stalin mode­laba su inexpugnable control del partido y el Estado, abatiendo a la oposición, Bujarin fue su fiel servidor». No es que Cohen oculte el apoyo que Bujarin rindiera a Stalin en «abatir la oposición»; en este sentido, no pre­tende presentar a Bujarin como más virtuoso de lo que fue. Lo que verda­deramente, redime al autor en cierta medida, es el hecho de que en ciertos momentos queda estupefacto ante los «párrafos ofensivamente demagógi­cos» de Bujarin en lo que respecta a sus ataques a la oposición e intuye que, de hecho, Trotsky, Preobrazjenski , Rádeck, Rakovsky, Smilga y una multitud de oponentes, hubieran podido ser los «aliados naturales» de Bu­jarin, con mayor razón que no Stalin. Aún así los trata con un desprecio inadmisible, o en el mejor de los casos con condescendencia. En su elec­ción de epítetos y adjetivos, se trasluce incluso un desagrado curioso e irracional por cualquiera que, a los ojos de la posteridad, hubiera podido tener un tratamiento mejor que su héroe, haciéndose acreedor del califica­tivo de «protagonista, figura simbólica, víctima» más importante del anti­estalinismo. Independientemente de la postura que cada cual pueda tener con respecto a Zinoviev y Kamenev y el papel que jugaron, como mínimo es de mal gusto, vista la magnitud de su tragedia, contraponer su «arrastrar­se por el suelo del sótano y llorar pidiendo misericordia», con el comporta­miento de Bujarin en el banquillo de los acusados del cuales se nos dice que «puede considerarse con justicia como su mejor momento», Cohen invirtió muchos años de trabajo concienzudo en la redacción de su impresionante volumen; ha investigado numerosas fuentes y ha realizado una valiosa apor­tación al conocimiento de la Rusia revolucionaria por los estudiosos ya la comprensión y revalorización de una de sus figuras más destacadas. Cohen, posiblemente hubiera evitado algunos errores si al escribir el libro se hubie­ra dejado Ilevar por la lógica interna del carácter de su personaje, por su Weltanschauung y sus actividades, en lugar de comprometerse a priori en la tarea formalista de «revisar la interpretación habitual que analiza la re­volución bolchevique después de Lenin, fundamentalmente en términos de la rivalidad entre Stalin y Trotsky», y para «sugerir» (inconsistentemente en cierta medida) que «hacia mediados de la década de 1920, Bujarin y el bujarinismo fueron más importantes en la política y el pensamiento bol­chevique que Trotsky y el trotskismo». Esta conclusión tan cuestionable destruye la impresión de imparcialidad que ha intentado crear Cohen con una recogida meticulosa de datos.

 

 

(*) Artículo publicado en «Selecciones en castellano” de la Monthly Review con ocasión de la edición del estudio del notable historiador marxista norteamericano Stephen F. Cohen, Bujarin y la revolución bolchevique (Siglo XXI, Madrid 1978). Publicado en Monthly Review, VoI. 26, Noviembre, 1975).

 Tamara Deutscher era una colaboradora frecuente de esta revista y Remparts y la editora de las. obras póstumas de  Isaac Deutscher. Traducción: María Jesús Izquierdo.

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