Un punto de encuentro para las alternativas sociales

La naturaleza como fuente de inspiración

Salvador López Arnal

Jorge Riechmann, Biomímesis. Ensayos sobre imitación de la naturaleza, ecosocialismo y autocontención. Los Libros de la Catarata, Madrid, 2006, 362 páginas.

Jorge Riechmann inicia su reflexión en este último ensayo (que, como él mismo señala, se mueve a caballo entre las ciencias ambientales y la filosofía ecológica) recordando la sugerencia de Javier Echevarría: los filósofos españoles deberían abordar los temas de nuestro tiempo sin caer en las tentaciones del absentismo filosófico y de la irresponsabilidad. El autor de trilogía de la autocontención recoge el reto, una vez más, y aborda con detalle y singularidad estos grandes y urgentes temas que concreta en los tres siguientes: la crisis ecológica global, la creciente desigualdad social planetaria y los desafíos planteados por la tecnociencia que emergió a largo del siglo XX.

Uno de los hilos conductores que guían su reflexión puede formularse así: en lo que respecta al desarrollo o al progreso opera una suerte de ley de rendimientos decrecientes de tal modo que, superados ciertos umbrales, seguir avanzando por caminos trillados se torna cada vez más contraproducente. Las “fórmulas antiproductivistas” no expresan ninguna tendencia romántica trasnochada, mística o desinformada; no constituyen ninguna perspectiva antiilustrada. Todo lo contrario: son muestra de una  racionalidad completa, de un punto de vista no sesgado ni centrado únicamente en aspectos parciales de un sistema necesariamente global. Debemos ser conscientes que estamos en el final de la era del derroche energético que, como Riechmann señala, no sólo representa una manera imposible de vivir sino que, además, es una forma moralmente injusta de estar en el mundo, una manera vital y estéticamente abyecta de transmitir nuestra herencia a las futuras generaciones (Un dato, un sólo dato que corrobora su descripción: un día es el tiempo que tarda la economía mundial en consumir el equivalente a 22 millones de toneladas de petróleo; nuestro planeta necesitó más de 10.000 días en generar esa energía).

Riechmann sintetiza en cinco rasgos problemáticos los puntos nodales de la situación: 1. El problema de la escala: hemos llenado el mundo, saturándolo en términos ecológicos. 2. El problema del diseño: nuestra tecnoesfera está mal pensada, y está por ello en conflicto con la biosfera. 3. El problema de la eficiencia: somos terriblemente ineficaces en el uso de materia y energía. 4. El problema fáustico: nuestra tecnociencia anda descontrolada y soberbia y está irresponsablemente orgullosa de su inmenso poder. 5. El problema de las desigualdades: barreras sociales, crecientes, históricamente inauditas, son el marco en el que se desarrolla nuestra civilización: si en 1913 la proporción entre el 20% más rico y el 20% más pobre era de 11 a 1, en 1998 la proporción era de 66 a 1. Frente a estos problemas, para conseguir sociedades ecológicamente sostenibles y para lograr una ciudad humana global que sea habitable, Riechmann señala cinco principios básicos: el principio de gestión generalizada de la demanda, el principio de biomímesis, el principio de ecoeficiencia (el único, señala el autor,  que de forma más o menos natural encaja con la dinámica del capitalismo), el principio de precaución y el principio de igualdad social (“o mejor, la vieja buena tríada de la Gran Revolución de 1789: libertad + igualdad + fraternidad o solidaridad, todos ellos adecuadamente corregidos por la mirada feminista sobre la realidad” (p. 43)). Al desarrollo y explicación de estas problemáticas y de algunos de esos principios, está dedicado el grueso de Biomímesis.

La categoría que da título al libro desempeña, según Riechmann, un papel central a la hora de dotar de contenido la idea más formal de sustentabilidad (recordando que el principio, por sí solo, no basta para alcanzar la reconciliación entre sistemas humanos y naturales). El concepto surge de una tradición que tiene en Lewis Mumford, Ramon Margalef, H. T. Odum o Barry Commoner algunos de sus eslabones esenciales y puede definirse así: debemos imitar la naturaleza a la hora de reconstruir los sistemas productivos humanos con el fin de hacerlos compatibles con la biosfera, y, más que imitar organismos, o algunas de sus partes, como de hecho ya se ha realizado ocasionalmente en ámbitos de la robótica o de la ciencia de los materiales, se trata de imitar ecosistemas. Éste es el objetivo, señala Riechmann, que hemos de plantearnos primordialmente (p. 189).

No estamos, desde luego, ante una forma reactualizada de la vieja tradición del derecho natural o ante una ética de cuño naturalista que pretenda deducir valores morales a partir del mundo natural o  de ciertos rasgos del mismo, incurriendo con ello, advierte el autor, en errores próximos a la falacia naturalista. No se trata de eso, no se trata de imitar la naturaleza porque sea una maestra moral o porque lo natural per se supere moral o metafísicamente a lo artificial, sino, básica, esencialmente, porque funciona, porque “lleva más tiempo de rodaje”, porque en los sistemas  naturales las partes y el todo son recíprocamente coherentes después de casi 4.000 millones de años de coevolución. La biosfera funciona aunque, sin duda, sea de forma no siempre acogedora; incluso en ocasiones poco amigable para el ser humano.

No se trata, sin embargo, de que no podamos hacer reformas en esta, nuestra casa, sino que debemos pensar muy bien qué tipo de reformas queremos ensayar y cuáles no en nuestro vulnerable habitat. Debemos reconstruir los sistemas humanos de manera que encajen armoniosamente, sin inconsistencias, con los sistemas naturales. La biomímesis es, por tanto, una estrategia de reinserción: debemos reintegrar la tecnoesfera en la biosfera. Estudiar esta última nos indicará como reformar el mal diseño de la primera, enlazando con ello con algunas propuestas y principios de la tecnología alternativa de los años sesenta-setenta del siglo XX.

A la crítica del capitalismo y a las propuestas ecosocialistas dedica el autor los capítulos 11-14 del volumen. Su crítica central: la expansión mundial del capitalismo, buscando la máxima rentabilidad monetaria por varias vías, incluyendo la generación irresponsable de supuestas “externalidades” (que jamás, claro está, quiere “internalizar”), choca frontalmente contra el equilibrio ecológico y la estabilidad de los ecosistemas. Por ello, sin poner trabas a este tipo de acumulación, no puede atajarse este dinámica suicida, pero, por otra parte, poner trabas a la acumulación quiere decir ni más ni menos cuestionar los mismos fundamentos del sistema (p. 263). Es decir, negarse a aceptar, con razones e informaciones, la viabilidad del sistema capitalista y de su modelo civilizatorio que mirado fríamente parte de un supuesto suicida: producir y producir, sea como sea, incluso haciéndolo de forma obsoleta y errónea, a riesgo de transitar por el borde del abismo material, para que la giratoria rueda de la acumulación monetaria no detenga su marcha.

Riechmann delimita la perspectiva ecosocialista de la forma siguiente: el socialismo, como sistema social y como modo de producción, se caracteriza por dejar de considerar el trabajo como una simple mercancía, el ecosocialismo añade a esta consideración, sin ningún olvido de “lo social”, el de la sostenibilidad: también la naturaleza debe dejar de ser una mercancía; modo de producción, organización social,  deben cambiar para llegar a ser ecológicamente sostenibles y, además, justos. Por ello, señala, el ecosocialismo es una perspectiva socialista que toma nota del fracaso real del socialismo irreal, del fracaso y abandono de finalidades alternativas de las socialdemocracias europeas, sin disminuir por ello su voluntad de transformación social, manteniendo el núcleo moral fuerte de la tradición (igualdad, comunidad, libertad, autorrealización), asumiendo que el presupuesto de la abundancia es un postulado falso e imposible que debe ser abandonado en todo intento de cambio revolucionario (es decir, real, no sólo declarativo) y en toda concepción sobre los fines últimos de la tradición que piense por sí misma y que no se limite a repetir talmúdicamente, como tantas veces hemos hecho, tesis, ideas, datos y argumentos fechados.

La doble faceta de ensayista-filósofo y de poeta del autor queda plasmada en el hermoso capítulo 15 que cierra el volumen: “Todo el sitio para la belleza”. Por si faltara algún aliciente, un magnífico prólogo de Francisco Fernández Buey sobre “Filosofía de la sustentabilidad” abre el ensayo.

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