Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Francisco Fernández Buey y la perestroika (VI)

Salvador López Arnal (editor)

El autor de Marx (sin ismos) intervino el 4 de diciembre de 1996 en un programa matinal de TV3. En sus archivos de “Conferencias e intervenciones” puede localizarse el material que usó ese día. Lo tituló: “URSS/Rusia (1989-1996)”.

El escrito está estructurado en seis apartados.

En el primero, reflexionaba sobre las causas del final de la URSS. En estos términos:

La inadecuación del sistema sociopolítico soviético a los cambios acelerados en la estructura económica e industrial de la URSS. Eso está en la base del progresivo descrédito del sistema en muy amplios sectores de la población desde la década de los setenta.

Como consecuencia  de las diferencias de renta existentes en la industria y por la situación regional de las principales materias primas (Siberia y Extremo Oriente), se fue creando, espontáneamente, “un subsistema no planificado pero caracterizado por grandes migraciones de población y la creación de un tipo de trabajador que buscaba sobresueldos fuera del sistema planificado mientras el resto vivía en «desierto de soledad e indiferencia» (Eugenio Varga)”.

Por otra parte, el retraso tecnológico de la URSS respecto de los EEUU en la fase decisiva de la llamada “segunda guerra fría” dejaba en gran parte sin valor “el enorme esfuerzo hecho por la industria militar soviética”.

Fernández Buey recordaba además:

  1. Las consecuencias de la ofensiva estratégico-militar norteamericana en el plano nuclear en la primera mitad de la década de los 80.
  2. Las consecuencias psicosociales que había tenido en la mayoría de la población rusa la intervención soviética en Afganistán.
  3. La imposibilidad de seguir manteniendo por la fuerza el sistema internacional creado en torno al Pacto de Varsovia como consecuencia de la amplitud y aceleración de las protestas gubernamentales (Rumanía, Albania, Hungría) o populares (Polonia, Checoslovaquia, RDA).
  4. La imposibilidad de llegar a un acuerdo sobre la federalización de la antigua Unión al pasar a primer plano el problema de las nacionalidades y el resurgir de las tendencias nacionalistas en la gran mayoría de las repúblicas de la URSS (no sólo en los Países Bálticos, Armenia, Georgia y Ucrania, sino también en Rusia y Biolorrusia).
  5. La división drástica de las élites gobernantes procedentes del PCUS desde 1989 en torno a las distintas versiones de la perestroika que hace crisis durante el año 1991.

El segundo apartado del escrito se titulaba “La estimación retrospectiva de los protagonistas”. Reflexionaba aquí el autor de Conocer Lenin y su obra sobre los escritos publicados en New Perspectives Quarterly de Los Angeles y en Courrier International nº 283, 4/10 de abril de 1996. Hablamos de ello en la entrega anterior.

Recuerdo brevemente algunas de sus consideraciones:

  1. Se trataba de un documento excepcional para interpretar las causas históricas del hundimiento de la URSS por el papel protagonista de los convocados. Era, además, un documento apasionante tanto desde el punto de vista político como para la historiografía. Mostraba hasta qué punto el pasado reciente se interpretaba en función del presente.
  2. Gorbachov, que seguía teniendo clavada la espina de su derrota en la URSS por la oposición a su proyecto de nueva federación de la antigua Unión, pensaba en aquel momento que el asunto de la identidad nacional en la época de la globalización de la economía era el más aguado de los problemas del mundo actual, relacionando esto con sus argumentos de entonces para reformar -sin descomponer- la URSS.
  3. Había un aspecto particularmente interesante en esta conversación: la interpretación más lúcida de los hechos pasados y de la situación presente la hacía Margaret Thatcher, que ya había sido derrotada en el partido conservador inglés en 1990. Por otra parte, el único de los cuatro protagonistas que hablaba como demócrata de verdad, en el sentido occidental del término, el único que tenía un concepto serio de democracia y hacía consideraciones pertinentes relacionadas con el gobierno del pueblo (entonces y ahora), y que no se quedaba en apreciaciones sólo geopolíticas o de alta política, era Gorbachov, “cuyo predicamento en su país es, como se sabe, casi nulo (no llega ni al uno por ciento de los votos en las últimas elecciones legislativas y presidenciales en Rusia)”.
  4. Gorbachov negaba el papel decisivo de la IDS reaganiana en la caída de la URSS con dos argumentos. Primero: no admitía que las reformas iniciadas en 1985-86, conocidas con el nombre de perestroika, hubieran sido una consecuencia de la ofensiva estratégico-militar de Reagan-Thatcher, sino una decisión propia motivada por la necesidad de abordar con una nueva óptica liberalizadora los problemas internos. Segundo: mantenía que la lección que podría sacarse de esta interpretación de Thatcher para el futuro sería errónea (seguramente pensando que tal interpretación daba alas a los críticos del gorbachovismo en la propia URSS, luego en la CEI).

Gorbachov pone los acentos, por el contrario, en la decisión soviética de 1985, en el sentido de cambiar la política exterior (priorizar el desarme nuclear) y liberalizar las relaciones interiores para adaptar la estructura política de la URSS a los cambios que se habían producido en la economía y en la sociedad durante las décadas de los sesenta y setenta. Pero se ve obligado, naturalmente, a diferenciar lo positivo de la política de la perestroika (la liberalización y la tendencia pacifista) del resultado final de todo el proceso (la desaparición de la URSS), negativo también para él; de manera que, al valorar las causas del fracaso de la perestroika y del hundimiento de la Unión, tiene que poner el acento en otro asunto: las resistencias que hubo en la propia URSS a aceptar las reformas en curso, sobre todo en lo concerniente a la nueva configuración federal de la Unión.

  1. Tanto en el caso de Thatcher como en el caso de Gorbachov se trataba de justificar, con la distancia del tiempo, las respectivas políticas seguidas entre 1986-1990. En el caso del segundo se trataba de justificar en 1995 la voluntariedad de una política, la perestroika, que, obviamente, “conduciría al fracaso político de su principal exponente en Rusia y a la desintegración definitiva del sistema que se pretendía reformar”. Atender sólo, o principalmente, a los factores internos permitía descargar la culpa del fracaso o de la derrota en la incomprensión y el primitivismo de gran parte de las compatriotas. Eso ligaba con el hecho, indiscutible, de que Gorbachov había sido, al mismo tiempo, el dirigente ruso más popular en Occidente y más impopular en Rusia.
  2. Mientras que en lo referente a la disgregación del Pacto de Varsovia Gorbachov pensaba que en 1989 se había creado algo así como un estado de necesidad y que, por tanto, la URSS ni tenía ni podía tener otra política distinta del dejar hacer, al analizar el hundimiento de la URSS en 1991 el antiguo secretario general del PCUS ponía, en cambio, el acento en la importancia que tuvo la acentuación de las tendencias centrífugas, disgregadoras y nacionalistas para el estado plurinacional que había sido la Unión Soviética.

El tercer apartado lleva por título “Los hechos políticos más importantes desde 1990.” Los siguientes, según el que fuera profesor de Filosofía moral y política de la UPF.

1991. 12 de junio de 1991: Elección de Boris Yeltsin a la presidencia de Rusia (con el 57,3% de los votos)
21 de agosto de 1991: Fracaso del golpe contra Gorbachov.
8 de diciembre de 1991: los presidentes de Rusia, Ucrania y Bielorrusia certifican en Minsk que la Unión Soviética «ya no existe» y deciden fundar la CEI abierta a todos los estados de la antigua URSS.

1992. 25 de diciembre de 1992: Destitución de Egor Gaidar, símbolo de la «terapia de choque»; le sustituye Víctor Chernomirdin

1993. 25 de abril de 1993: En un referéndum, el 58% de los votantes otorga su confianza a Boris Yeltsin (la cifra oficial de votantes fue del 52%, pero probablemente los votantes no llegaron al 46%, lo que invalidaba el referéndum).
1 de septiembre de 1993: Suspensión en sus funciones del vicepresidente Ruskoi y del viceprimer ministro Chumeico: disolución del Parlamento y convocatoria de elecciones legislativas anticipadas. Enfrentamiento con el Parlamento, que replica destituyendo al presidente y nombrado al general Ruskoi en su lugar.
4 de octubre de 1993: Asalto de las tropas a la «Casa Blanca»: 150 muertos. Detención de Ruskoi y Yasbulatov.
12 de diciembre de 1993:  elecciones legislativas y aprobación de una nueva constitución que refuerza los poderes presidenciales.

1994. 11 de diciembre de 1994: Intervención de las tropas rusas en Chechenia 

1995. 17 de diciembre de 1995: el PC de Guenadi Ziuganov gana las elecciones legislativas (22,3%) por delante del Partido Liberal Demócrata de Jininovsli (11,8%), Nuestra Casa Rusia de Cernomirdin (10,1%) y el grupo Iabloko de Javlinski (6.9%).

1996. 16 de enero de 1996: salida del gobierno de Anatoli Chubaia, pionero de las privatizaciones.
22 de febrero de 1996: Michel Camdessus, director general del FMI, anuncia la concesión de un crédito de casi 20 mil millones de dólares a Rusia.
15 de marzo de 1996: la Duma anula disolución de la URSS.
29 de abril de 1996: prórroga de 25 años para devolver 40 mil millones de dólares de deuda exterior. El Banco Mundial anuncia la concesión de un préstamo de 200  millones destinado a mantener los servicios sociales.
16 de junio/3 de julio de 1996: elecciones presidenciales con victoria de Yeltsin sobre el PC en la segunda vuelta, gracias a la alianza con el general Lebed.
Junio de 1996: entre las dos vueltas de las elecciones: firma de la paz en Chechenia.
17 de octubre de 1996: Yeltsin destituye a Lebed como responsable de la seguridad en Rusia.
5 de noviembre de 1996: primera huelga nacional contra la política del gobierno: 15 millones de personas se manifiestan en 76 regiones del país. Participan profesores, magistrados, mineros, obreros de la industria de armamento, médicos y militares, joóvenes en paro y estudiantes

 El cuarto apartado -”Algunos datos sobre la evolución de la situación desde 1990”- se abría con una cita de Soros (“ especulador financiero que subvenciona la ciencia rusa, en la televisión”): “Ustedes [Gaidar y Mostovoi] no han sabido aprovecharse de las ventajas de socialismo y han creado en su lugar un capitalismo perverso que sólo puede llevarles a la ruina”.

El autor de Leyendo a Gramsci recordaba los siguientes (dramáticos) datos:

  1. La tercera parte de la población rusa vivía entonces por debajo del umbral de la pobreza; en los seis años transcurridos desde 1990 el índice de crecimiento había sido negativo.
  2. En los tres años que siguieron al final de la URSS la producción descendió allí al 50%, poco más o menos lo que había caído en EEUU durante la gran depresión.
  3. La situación de la sanidad y de la enseñanza había empeorado desde 1990 sensiblemente; el índice de mortalidad infantil había crecido desde entonces y la esperanza de vida había descendido; los científicos y técnicos de la antigua URSS se habían pasado a Occidente en busca de trabajo y los que quedaban allí se manifestaban últimamente protestando por el abandono de las instituciones científicas y educativas y por el impago de sus haberes:
  4. La tasa de inflación en 1993 había llegado a ser del 1.500%
  5. La deuda externa superaba los 120 mil millones de dólares
  6. El pago de los salarios y la devolución de los créditos se había convertido en opcional, lo que en un caso llevaba a que en 1996 el Kremlin adeudara 8.000 millones de dólares en salarios y a que el quería cobrar deudas se dedicara a reclutar matones en los círculos gansteriles (Las agencias privadas de seguridad empleaban a un millón y medios de hombres armados)
  7. La tasa de criminalidad había aumentado en flecha durante los últimos años; sólo durante 1994 se habían tomado medidas disciplinarias contra más de 20.000 funcionarios por quebrantar la ley en la realización de investigaciones e interrogatorios (Amnistía Internacional, 1996); las condiciones de detención en cárceles para presos preventivos habían constituido trato cruel, inhumano o degradante; en Chechenia se había ejecutado extrajudicialmente a un mínimo de 24 personas y se habían denunciado numerosos casos de violaciones;
  8. La privatización de las empresas públicas mediante la distribución gratuita de bonos y acciones entre los trabajadores (modo de accionariado popular aprobado por el soviet supremo en 1992) había acabado convirtiéndose en un gigantesco fraude usado por los traficantes para hacerse con la propiedad de las fábricas sin contar con el accionariado popular. La antigua nomenklatura había aprovechado su poder anterior para constituir a toda velocidad sociedades anónimas copiadas del modelo occidental y colocarse en la fila para crear partidos bendecidos por Occidente. La especulación financiera había encontrado allí su nuevo reino.
  9. La privatización de la industria del aluminio había dado origen a una corrupción monumental en la que habían estado implicados civiles y militares; las mafias campaban impunemente; preguntar en Rusia de dónde salía el dinero de los nuevos ricos se había convertido en una pregunta “totalitaria”.
  10. Tal vez el ejemplo más significativo de la situación por la que estaba pasando la antigua URSS, el más cargado de futuro, era la decadencia de lo que había sido la gloria de la industria soviética del automóvil: Autovaz, la Fiat de Togliattigrado (con cien mil trabajadores en un complejo industrial-urbano de medio millón de personas). En los 80 Autovaz producía 750.000 Ladas al año y exportaba el 40% de ellos al extranjero. En aquellos momentos estaba prácticamente en quiebra, mientras técnicos y políticos especulaban sobre qué era peor: si mantener la plantilla y el salario social, aún de tipo “soviético”, o despedir al 50% de los trabajadores.
  11. El sistema político establecido se caracterizaba por un hiperpresidencialismo y una oligarquización de los medios de comunicación denunciada durante las legislativas del 95 y las presidenciales del 96 por todos los partidos políticos menos el «partido del gobierno» y por la gran mayoría de las personalidades independientes. Los principales grupos de presión controlan el 70% de la economía y la mayoría de los medios de comunicación;
  12. El índice de objetores al servicio militar alcanzaba ya al 50% de los jóvenes

El apartado 5º -”Algunas valoraciones de estos últimos años” se abría con una cita del alcalde Moscú: «La mayor catástrofe de la historia mundial»: Lujkov, alcalde de Moscú, refiriéndose a las privatizaciones de Chubáis.

Se comprendía, señala Fernández Buey, que en una situación así el 88% de los ciudadanos, según diversas encuestas de aquellos años, manifestaran ya en 1994 su descontento con la “democracia” realmente existente en el país. Ese dato explicaba el éxito del partido comunista ruso en las legislativas de 1995.

Se comprendía menos que, conociendo esa situación, los gobernantes de los países occidentales, del BM y del FMI siguieran haciendo declaraciones sobre «la democratización» de la Rusia de Yelstin, y que el canciller Kohl declarara en 1994 que “no hay que ser puntillosos en la denuncia de las violaciones de los derechos humanos en Rusia”; que las instituciones internacionales condicionaran los nuevos créditos a la victoria de Yeltsin en las presidenciales, y que el presidente Clinton comentara a las pocas horas de conocerse el resultado de la segunda vuelta de las presidenciales rusas que «había triunfado la democracia».

La gran mayoría de los analistas rusos -Solchenitsin, Zinoviev, los herederos de los disidentes que se quedaron en el interior, como Roy Medvedev, A. Buzgalin. B. Kagarlitvski o K. Maidanik- y los analistas serios e independientes de la Europa occidental -K. S. Karol, Jacques Sapir- coincidían en calificar la situación de Rusia durante esos cinco años de «caos», «catástrofe», «crisis sin precedentes», etc. La mayoría de ellos habían denunciado en esos años la complicidad y la hipocresía de los gobiernos occidentales en esta situación.

Los ejemplos dados por el que fuera también profesor de Metodología de la ciencia:

Jacques Sapir, Le Chaos russe, La Découverte. París, 1996, veía «inquietantes parentescos» y «vergonzosas complicidades ideológicas» entre los gobernantes rusos y los gobernantes occidentes y no dudaba en considerar «hipocresía» la preocupación manifestada por estos últimos ante la recuperación de los comunistas en las elecciones legislativas.

Ryszard Kapucinski, Imperium, Plon, París, 1994 caracterizaba la situación como de «pobreza generalizada», con escasez de todo lo vital (vivienda, alimentación, vestido). Consideraba el estado de ánimo de la población como de «espantosa desmoralización» y «corrupción endémica».

Ignacio Ramonet, Le Monde diplomatique, noviembre de 1996, daba algunos de los datos del caos y veía el presente como «una verdadera guerra por la sucesión de Yeltsin en un sistema hiperpresidencialista».

  1. S. Karol, «Viraje en el Kremlin», El País, 18/XI/1996, consideraba que cuatro años después de la «terapia de choque aplicada por Egor Gaidar y de la privatización puesta en práctica por Antoli Chubáis, Rusia era un país en bancarrota.

Esa era también la conclusión de los principales economistas liberales del país. Se intentaba solventar la situación mediante la recaudación de impuestos impagados para lo cual se había creado una nueva «cheka» (comisión extraordinaria). El problema era que los principales cabecillas de la evasión fiscal se sentaban en el Kremlin y, por lo tanto, el «partido del poder» no tenía otra salida que llegar a un acuerdo con los comunistas de Ziugánov.

Tataina Kochkareva, Nezavissimaia Gazata, noviembre de 1996, apuntaba también que la situación económica y presupuestaria de Rusia era «catastrófica»:

En la sesión parlamentaria del 3 de octubre último todos los diputados por unanimidad, han declarado insatisfactoria la gestión presupuestaria del gobierno y se han referido «a la indisciplina que reina en Moscú y en las regiones»; se criticaron allí los gastos colosales dedicados a la guerra en Chechenia y a la campaña presidencial. Kochkareva compara la reciente comisión creada (Vetcheka) para intervenir en el tema del fraude fiscal con la antigua «cheka» y dice a continuación que si Lenin viera esta situación hoy consideraría que el país está maduro para la revolución: el hecho de que los eslóganes políticos estén ausentes de las recientes manifestaciones de descontento se debe sólo a que las masas desfavorecidas no han encontrado todavía un líder unificador. De ahí que el «partido del poder» esté buscando a toda costa un acuerdo con el «partido de la oposición».

Bernard Frederick, “¿Hacia un poder compartido en Rusia?”, Le Monde diplomatique, junio de 1996, argumentaba la idea de un acuerdo entre el «partido del poder» y el «partido de la oposición» sobre la base del llamamiento “de trece eminentes representantes de la banca y de la industria firmado en abril de este mismo año, en el momento de las últimas presidenciales”. Parecía que más de un tercio de electorado, según los sondeos, desearía un acuerdo de esas características. Frederick creía que «Rusia se halla ante un nuevo punto de inflexión en su historia» y que la era posYeltsin había comenzado.

Ya en esa fecha se hablaba de una reorientación de la política del Kremlin con un desplazamiento del clan liberal y pro-occidental por el clan estatista y eslavófilo. En general parece que hoy la mayoría de la oposición y buena parte de la opinión está a favor de la lucha contra la corrupción, una vuelta a la regulación por el Estado, de la reorientación social y la repatriación de los capitales exportados al extranjero. Guenadi Ziugánov parece inclinado al acuerdo. Alexandr Buzgalin ha descrito así a Ziugánov: «socialdemócrata en economía, estatista en política, comunista-cristiano ortodoxo en el terreno ideológico y nacionalista en todo lo demás”.

Alexandr Solzhenistsin, «Rusia en estado preagónico», El País, 27/XI/1996, negaba la idea que habitualmente se había difundido en Occidente de la situación rusa, “a saber que se haya instaurado allí una democracia y que se hayan realizado reformas encaminadas a establecer el libre mercado”. La libertad de prensa era ilusoria: los periódicos estaban confinados por quienes los financiaban. Los soviets habían sido suprimidos y no había organismos de autogestión en ninguno de los niveles de la sociedad por decisión del gobierno. Las asambleas legislativas estaban enteramente bajo las órdenes de los gobernadores. No existían vías legales para que el pueblo pudiera acceder a la autogestión. La Duma estatal estaba aplastada por el poder presidencial y disponía de derechos muy reducidos. Se había seguido el peor de los modelos al montar la campaña electoral presidencial con fondos públicos. No había habido verdadera discusión programática de fondo.

El sistema de gobierno que se había creado tenía la misma falta de control, la misma falta de responsabilidad ante el cuerpo social y la misma impunidad que el antiguo poder comunista: se basaba en el oscurantismo y en la vaguedad. El imperativo moral del poder era «no traicionar a los suyos y no revelar sus faltas». El poder existente era una oligarquía de 150 o 200 personas, una mezcla de las antiguas instancias comunistas y de los nuevos ricos poseedores de fortuna por bandidaje. Había corrupción y no había justicia: todo el sistema judicial se encontraba atado en sus acciones y en sus prerrogativas. Había una duplicación de consejos por encima del parlamento y la constitución. La llamada «reforma liberal» de Gaidar había destruido el aparato productivo y abierto el camino al monopolismo.

“Perspectivas” era el título del último apartado del material que usó para su intervención en TV3.

En su intervención en el foro del Colorado, recordaba el compañero y discípulo de Manuel Sacristán, Gorbachov mantenía que la clave para explicar este último hecho, el final de la URSS, se había de buscar en lo ocurrido durante los meses que iban de junio a diciembre de 1991. Las fechas: la elección de Eltsin como Presidente (12 de junio), el intento de golpe de estado contra el propio Gorbachov (21 de agosto), la declaración del fin de la URSS por los presidentes de Rusia, Ucrania y Biolorrusia y la fundación de la CEI (8 de diciembre), la asunción del mando de las fuerzas armadas por Boris Eltsin (21 de diciembre) y la dimisión final del principal protagonista de la perestroika (el 25 de diciembre de 1991).

¿Qué había ocurrido durante esos meses decisivos? Lo siguiente:

Más allá de la interpretación de Gorbachov, pero arrancando de ella, hay que decir que se produjo entonces una amplísima coincidencia entre sectores muy diferentes de la población (y por motivos distintos) que se oponían al nuevo Tratado de la Unión en términos federativos. La cuestión de las nacionalidades pasó a primer plano con virulencia precisamente porque siendo, como lo era, un asunto central en un estado plurinacional y pluriétnico había sido silenciado durante demasiado tiempo. Este silencio, del que hay que hacer responsable al grupo dirigente del PCUS en la época brezneviana, se convirtió casi de repente, como suele ocurrir, en contradicción clamorosa.

A partir de ese momento ya no hubo una sola perestroika sino varias:

Contra la versión gorbachoviana de la perestroika federalista se unieron -”contra natura”, diríamos en el lenguaje político occidental- los representantes de las tendencias a al separación en seis de las repúblicas de la antigua URSS (Armenia, Georgia, Moldavia, Lituania, Estonia y Letonia), los representantes de las tendencias más oportunistas e irresponsables que en el seno del PCUS, y por razones de poder, deseaban desplazar a Gorbachov, y los representantes de la eslavofilia más o menos nostálgica del Imperio.

Lo que en lenguaje político ilustrado se tendía a llamar “contra natura” o antinatural, podía ser lo más natural del mundo desde el punto de vista sociocultural. Sobre todo cuando lo más natural del mundo -las diferencias étnicas, lingüísticas y culturales, de un lado, y el mestizaje producido por las migraciones de otro-, insistía Fernández Buey, era silenciado, ocultado o ideológicamente disfrazado, de manera que no llegaba a tener expresión política propiamente dicha que es la mediación racional de las diferencias.

En ese caso todas las palabras importantes del lenguaje político habitual -”autodeterminación”, “federalismo”, “socialismo”, “libertad”, “democracia”- cambian de sentido como por ensalmo. Y no se escuchan los argumentos del otro, sino que sólo se presta atención al sonido de las palabras. Yendo al caso: cuando pase el tiempo se verá que tan “antinatural” habrá sido el denominado “nacional-bolchevismo” como la declaración de Clinton llamando “triunfo de la democracia” a la consolidación del caos y de la catástrofe representados por Yeltsin.

Cuando faltaba mediación política, cuando faltaba cultura política -y ese había sido el caso de la URSS- los deseos, los expectativas, los intereses y las pasiones de las gentes solían asemejarse a un gran péndulo en el que daba la impresión de que los extremos se tocaban porque realmente los sujetos no sabían dónde estaban, no sabían nombrar todavía su posición, su ubicación.

Van y vienen de un lado a otro sin encontrarse. En este caso el encuentro cuando se produce, toma la forma de la paradoja y de la catarsis. Rusia ha sido históricamente -se ha dicho siempre- un país de extremos, de paradojas y de catarsis. Cuando se pone en marcha -como solía recordar Dostoievski- se asemeja al viejo gigante que dormita durante décadas y décadas y creer tener que volver a empezar diciendo siempre desde el principio. Lo que el viejo gigante necesita es que alguien o alguienes le digan dónde se quedó la voz anterior, por qué camino iba. Por desgracia, los dirigentes políticos occidentales han demostrado una vez más en estos cinco años que no son ese alguien. Cabe esperar, por tanto, de nuevo, la paradoja histórica y la catarsis interior.

FFB pensaba que, con el fin de la era Yeltsin, la paradoja histórica estaba a punto de llegar en Rusia.

Las gentes se mueven: vuelven las manifestaciones por abajo. Las pancartas que las gentes llevan en las manifestaciones en estas últimas semanas vuelven al llamar a las cosas por su verdadero nombre a las cosas por su verdadero nombre: el pensamiento propio de los abajo sobre las realidades económicas y sociales está empezando a ocupar el lugar de la ideología y del verbalismo. Lo que dicen estas pancartas es veraz, digno y razonable. Es otra cosa: nada que ver con la nostalgia del autoritarismo burocrático ni con la fascinación inducida por un mercado que está resultando tan catastrófico para los de abajo como el viejo estatatismo.

Podía ser que Rusia nos deparara todavía el espectáculo edificante de una nueva paradoja histórica:

La de acabar reconociendo, por aproximación de los extremos del péndulo, que Gorbachov, habiendo equivocado en su momento las palabras, tenía, sin embargo, razón en todo lo fundamental, a saber: en su apuesta por un punto de equilibrio entre mercado y estado y en su proyecto federalista para un conjunto de comunidades diferenciadas cuya separación precipitada empieza a verse ahora como una de las causas del hambre generalizado y de la desmoralización de las personas. [la cursiva es mía]

 

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