Un punto de encuentro para las alternativas sociales

El valor político de la fraternidad. Entrevista a Antoni Domènech

Alexandre Carrodeguas

(Catedrático de Ética y Filosofía Política en la Universidad de Barcelona).

 

Antoni Doménech es un filósofo racionalista con conciencia histórica que no cree mucho en la compartimentación académica del saber establecido, y por eso pasa con facilidad de la economía a la filosofía, a la sociología como le enseñó su maestro el marxista Manuel Sacristán. Fue militante del PSUC – bajo el franquismo – . es también un gran enamorado de Aristótoles y un profundo admirador de Marx. Y ahora está a punto de publicar una dilatada investigación sobre el valor político de la fraternidad; y el por qué de los tres valores republicanos exaltados por la Revolución Francesa, el de la fraternidad fue el que corrió peor suerte. El libro llevará el significativo título “El eclipse de la fraternidad”, que se publicará en la editorial Crítica a finales de año.

Usted es un famoso discípulo del filosófo marxista Manuel Sacristán, ¿nos podría hablar de la influencia que ejerció en usted?

Manuel Sacristán reunió las mejores tradiciones de la filosofía continental, y particularmente del marxismo, con la filosofía analítica de pegada anglosajona. Esto que ahora es relativamente más común fue único en la época, no sólo en España, sino probablemente en el mundo. Creo que tuvo mucha importancia, desde luego para mí, ese beber de las dos tradiciones, de la tradición continental, sobre todo germánica, y de la tradición analítica de tipo anglosajón. Filosóficamente creo que estaba en la buena línea. Creo que de Manuel Sacristán podría recuperarse su conceción del filosofar no ajeno a los resultados de la ciencia empírica, por un lado, y por otro lado, a su concepción culta históricamente del filosofar.

Desde el punto de vista del ideal emancipatorio, ¿dónde cree Antoni Doménech que deben basarse las líneas prográmaticas de la izquierda de hoy?

Hay tres planos fundamentales de análisis. Por un lado, la constitución del mercado o de la interdependencia económica; por otra banda, la constitución de la empresa o de la unidad productiva, y por último, la constitución del Estado, es decir las relaciones entre la ciudadanía y el Estado. En lo referido al primer plano, o de la interdependencia económica, habría que puntualizar que, en contra de lo que suelen decir los medios de comunicación, vivimos en un mundo que no tiene nada que ver con un mercado competitivo. En el sentido clásico de la palabra, en el sentido de la teoría económica, hace muchos años que no existen mercados competitivos si es que alguna vez existieron. Desde el último tercio del siglo XIX, lo que hay son mercados oligopólicos dónde las empresas no compiten por precios, sino por abaratar costes y, fundamentalmente por hacerse con segmentos de mercado sobre los que ejercen un gran protectorado y desde el que dominan  a las pequeñas empresas y los consumidores. La prueba de que no hay competición por precios está en la publicidad. La teoría económica clásica enseña que, cuando hay competencia en serio, competencia por precios no hay publicidad. La publicidad no tiene ningún sentido pues toda la información estaría contenida en los precios.

¿Qué podría decirnos respecto al segundo plano, a la constitución democrática de la empresa?

A mediados del siglo XIX, época en la que tal vez se pudiera decir que había competición económica por precios, las empresas estaban regidas absolutistamente. Esta situación se dulcificó en el siglo XX, particularmente con el estado del bienestar, con la regulación del mercado de trabajo, con la legislación laboral … Esto es lo que significó el estado de bienestar, y esto es lo que está puesto en cuestión hoy, con el neoliberalismo. La ofensiva neoliberal consiste, por una banda en la ilusión completamente falsa de que los mercados son competitivos, y por otro lado, en la realidad política de un ataque a las poblaciones trabajadoras, consistente en volver a imponerles la empresa concebida absolutistamente, y en desmantelar toda legislación laboral, los estatutos de los trabajadores, la regulación del mercado de trabajo.

Como tercer plano del análisis, hace referencia a las relaciones entre la ciudadanía y el Estado; ¿Podría desenvolvernos con más amplitud esta tercera dimensión?

Vivimos, desde la segunda mitad del siglo XX en sociedades que, en principio, reunen condiciones democráticas satisfactorias. Sin embargo, se está a producir una combinación de mercados oligopólicos, y por otro lado con el vaciamiento de las instituciones parlamentarias. Nos encontramos con el vaciamiento de las instituciones parlamentarias y en general de todas las instituciones deliberativas de la vida política. Existen grandes grupos y complejos de intereses producidos por mercados oligopólica y muchas veces  monopólicamente constituidos que negocian al margen del parlamento, lo que lleva a una desparlamentación de la vida política. Los parlamentos posteriores a la II Guerra Mundial perdieron capacidad deliberativa, elocuencia parlamentaria … Muchos teóricos hablaron de corporativismo. Corporativismo es esto; el reconocimiento de los poderes de hecho constituidos, producto de mercados oligopólicos de grandes magnates, que acumulan un poder privado capaz de desafiar a la razón pública, a la deliberación pública, y sobreponerse a los parlamentos, incluso de imponer mediante el dinero gobiernos enteros. Finalmente, Busch es producto de que varias multinacionales decidieran gastar 3.000 millones de dólares.

¿Nos podría especificar un poco más las líneas programáticas en que debería basarse la izquierda de hoy?

En mi opinión tiene que basarse en una respuesta clara y precisa a estos tres planos. En el plano del análisis de la interdependencia económica, la alternativa consistiría en mercados más allegados al ideal de los mercados perfectamente competitivos, sin barreras de entrada, con una legislación antimonopolista muy seria. Conviene acabar con la constitución oligopólica de los mercados. Habría que volver a un ideal de mercado lo más perfectamente competitivo en el sentido de los socialistas de mercado del primer tercio del siglo XX. En lo referido al plan de la constitución de la empresa, los trabajadores no deberían conformarse con defender empresas capitalistas puramente constitucionalizadas en el estado del bienestar sino que deberían imponer una democracia industrial radical. Las unidades de producción deben estar regidas democráticamente de abajo a arriba. Y en el ámbito político es esencial acabar con la dictadura del dinero sobre la vida política.

En este sentido, ¿cree Antoni Doménech que sigue siendo válida la forma partido para intervenir políticamente?

Yo no concibo la política sin partidos. A mí me parece que el descrédito de los partidos políticos tiene que ver, lo mismo que el descrédito de los parlamentos, con la desaparición de los partidos políticos tal y como se entendieron en la época clásica del capitalismo; con la exparlamentarización y la corporativización de la vida política bajo el estado del bienestar, por ejemplo. Si a esto te refieres, yo diría que esa forma de partido no tiene ningún interés. Ahora los partidos políticos como expresión de los intereses, de los ideales de justicia de extractos importantes de la población, son herramientas imprescindibles.

En este sentido, ¿sigue teniendo vigencia la división entre partidos socialistas y comunistas?

Los partidos comunistas y los partidos socialistas son cosas del pasado; los dos fracasaron. Me parece que el futuro está en grandes partidos de las poblaciones trabajadoras. La inmensa mayoría de la población es población trabajadora – y no me refiero sólo a la clase obrera industrial – que diariamente necesitan del permiso de otros para vivir. ¿Es posible vertebrar grandes partidos  de nuevo tipo democrático, no sectarios, de muy amplia base, con debate en su interior, que sean capaces de organizar una corriente de opinión que exprese los intereses de la inmensa mayoría de la población mundial, de la inmensa mayoría de las poblaciones asalariadas de los paises del hemisferio norte?. Un modelo interesante, quizá lo más interesante de lo que dispone la izquierda hoy, es el partido do Traball de Brasil. Ese es un partido de nuevo equipo de masas realista con gran experiencia en los pocos años que tiene de vida en la gestión de los asuntos locales y experiencias interesantes como los presupuestos participativos.

¿Cree que se puede rescatar algo de marxismo?; ¿qué cree que sigue siendo válido del marxismo?

Creo que para rescatar lo más importante que tiene el marxismo, es mejor no hablar de marxismo. Hay muchas cosas interesantes en el marxismo. El marxismo fue perversamente falsificado, primero por la socialdemocracia alemana y luego de un modo más cruel, delirante y criminal, por el estalinismo. Creo que Marx estaría encantado, si viviera hoy, de decir que él no es marxista. Por lo tanto creo, que para hablar del futuro es mejor leer a Marx, aprender de él y hablar lo menos posible del marxismo como corriente histórica.

La ética de la convicción, propia de los ideales emancipatorios ¿no cree que muchas veces ee incompatible con la racionalidad de los conocimientos científicos?

A mí no me parece que la ética de la convicción sea propia de los movimientos emancipatorios. Creo que los movimientos emancipatorios, cuando menos los contemporáneos, centralmente el marxismo, fueron de todo punto realistas. Marx y Engels fueron políticos claramente realistas. Niego que los movimientos emancipatorios interesantes se basaran en éticas de la convicción. Eso es cosa de académicos.

¿Qué papel juega entonces la moral en los movimientos emancipatorios?

Muchísima. A mí me parece que los movimientos emancipatorios, cuando menos los contemporáneos, son sobre todo movimientos morales. Una moral seria y responsable lleva a atender las consecuencias de lo que se hace. En un movimiento emancipatorio serio, los ideales, los principios, las convicciones  o como quieran llamarse deben tener antenas para registrar las consecuencias de lo que uno hace. Deben ser responsables también en el sentido de Weber. Los dos extremos a editar son el hiperrealismo, puramente consecuencialista, y el fantasío académico, que es pura moralina.

¿Cómo salvamos el problema que se da entre eficacia económica y socialismo?

Habría que ver que se entiende hoy por socialismo, desde luego, me parece que cualquier idea de socialismo en el sentido de planificación económica central o como estatalización de la vida económica, fracasó completamente. El capitalismo, tal y como hoy lo conocemos, tampoco es muy eficiente. Mi ideal de socialismo para el futuro consistiría en una combinación de mercados competitivos según la concepción de los socialistas de mercado, con empresas democráticamente regidas por los propios trabajadores, con una vida pública, por ir al tercer plano, republicana y democráticamente constituida.

Próximamente saldrá publicado un libro suyo sobre el valor político de la fraternidad. ¿Considera que llegó el momento de recuperar este valor revolucionario?

Me parece que es un momento para plantearnos por qué de los tres grandes valores revolucionarios del mundo contemporáneo, los de la Revolución Francesa, nos hemos olvidado de la fraternidad. Me está costando en principio, entender por qué desapareció el valor de la fraternidad, un valor muy importante para la tradición de la democracia revolucionaria en el Siglo XIX hasta más o menos el final de la Segunda República francesa, en 1848. Luego desaparece  como por un sumidero y sólo lo mantienen los anarquistas como valor apolítico. Los socialistas marxistas hablan de la fraternidad y el hermanamiento de los pueblos, pero es un valor que se desdibuja como valor político republicano. Yo creo que hay dos nociones de fraternidad, muy viejas pero que cristalizan de un modo político durante la Revolución Francesa: la noción cristiana de la fraternidad , una vieja noción evangélica que es en realidad apologética de la dominación, de la denominación patriarcal de la denominación de los poderes del mundo, de los que San Pablo no tuvo otra ocurrencia que decir que los poderes que son de Dios son ordenados. Es una exigencia a los pobres, a los humildes particularmente a los esclavos, a las mujeres de sometimiento fraternal, de sometimiento con amor un conflicto masoquista de amar a quién te domina o te sujeta. Eso se puede ver en la revolución francesa con el primer uso que hacen, por ejemplo los curas constitucionalistas: fraternidad como reconciliación de las llamadas clases domésticas, las mujeres, los criados, los siervos de la gleba con los padres de familia que eran los miembros de la sociedad civil. La genialidad política de Robespiere está en haber rescatado ese que era un concepto de dominación de sujeción, pero de dominación con regodeo (porque eso de exigir que las víctimas amen, ya me dirás). Él tuvo la audacia y el genio de reconvertir, de rescatar un concepto que exigía el afloramiento de todas las clases populares; que las que estaban sometidas privadamente por grandes señores afloraran a la sociedad civil. Que libres e iguales no fueran sólo los ricos, los burgueses, los grandes propietarios de terrenos, que iban a quitarse al rey absolutista de encima, que iban a ser libres e iguales entre ellos, manteniendo bajo su denominación privada mujeres, siervos o empleados sino que todos afloraran a la sociedad civil. Fraternidad a partir de 1792 de que gana el partido de la montaña se convierte en algo equivalente a libertad e igualdad, pero para todos, para propietarios y para no propietarios para los siervos de la gleba que pueden llegar a ser propietarios. Lo que no pudo resolver la fraternidad es el problema de los trabajadores asalariados urbanos porque estos eran ya más o menos libres y el emanciparles  a través de los códigos civiles como hizo Napoleón años más tarde, siguiendo aparentemente la ola o la idea de la fraternidad de Robespierre fue una fraternización en falso.

¿Cuándo desaparece esta noción de “fraternidad”?

Todavía la fraternidad está viva en Europa, en Francia y en la América española más o menos hasta la mitad del siglo, cuando el socialismo que hereda la tradición democrática radical de Robespierre cree que todos pueden aflorar a la sociedad civil y quitarse el yugo del patrono, aunque la sociedad civil está dividida entre propietarios y no propietarios. El socialmismo no plantea ya el problema de la fraternidad porque, aunque se cumpliera utópicamente el programa de Robespierre, si se mantiene la división de propietarios y no propietarios sería una fraternidad falaz. Ese es el origen del socialismo y el origen del socialismo, en cierto modo, coincide con el eclipse de la fraternidad dándose la paradoja de que el socialismo es el herededro de esas inquietudes, de esas tradiciones.

TEXTO.:                     ALEXANDRE CARRODEGUAS MARTÍNEZ

TRADUCCIÓN.:         ALEXANDRE CARRODEGUAS MARTÍNEZ

 

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