El KPD en la política de la Internacional Comunista
José Luis Martín Ramos
Alemania en la revolución mundial
En 1916, cuando Lenin consiguió ampliar el apoyo, en el seno del movimiento de Zimmerwald, a su propuesta de desenlace revolucionario de la guerra y necesidad de una nueva Internacional, las esperanzas de que eso pudiera hacerse realidad miraban más hacia el Imperio Alemán que al Ruso. En las ciudades del Norte de Alemania, en Bremen y Hamburgo, se produjeron en la primavera de aquel año importantes movilizaciones obreras, animadas por el nuevo fenómeno de los delegados de fábrica, elegidos en asamblea y al margen de las estructuras sindicales. Además, en Alemania se cuarteaba la hegemonía reformista en la socialdemocracia, puesta en cuestión por la propaganda del grupo de la revista Espartaco liderado por Rosa Luxemburgo y Leo Jogiches, del que formaban parte También Franz Mehring, Clara Zetkin, Karl Liebknecht, Ernest Meyer, Paul Levi, Wilhem Pieck, Hugo Eberlein. El grupo era una corriente no formalizada, representada por sus publicaciones, que extendió su influencia por Berlin, Chemnitz —cuyo corresponsal era Heinrich Brandler— Stuttgart, Hanau, Braunschweig y Duisburgo. Paralela a la actividad de Espartaco, surgía en Bremen una primera organización escindida —expulsada de hecho— del SPD, los Comunistas Internacionalistas de Alemania (IKD) liderados por Johan Knief, con un periódico propio Arbeiterpolitik publicado a partir de junio de 1916, que se contaba entre las lecturas de Lenin. Del grupo formaba parte también Paul Frölich y el neerlandés Anton Pannekoek, y el bolchevique de origen polaco Karl Radek mantenía una estrecha colaboración con él. Entre 1916 y 1918 el IKD se expandió hacia Hamburgo —donde enlazó con el grupo de Laufenberg y Wolffheim— Dresde, Hannover, Berlin y algunos lugares de Sajonia, el Ruhr y Baviera.
A diferencia del grupo Espartaco, eran una formación ya incipientemente organizada, aunque reconocían la autoridad ideológica del grupo de Rosa Luxemburgo.[1]
Las movilizaciones de la primavera de 1916 no fueron a más y finalmente la ruptura revolucionaria se produjo allí donde no se esperaba, en el Imperio Zarista. De la realidad se hizo virtud. Lenin orientó —no sin problemas— a los bolcheviques hacia un segundo tiempo de la revolución, que pasara de la fase democrática a la socialista; concretada en la toma del poder por una coalición liderada por los bolcheviques y apoyada en el movimiento de los soviets. Lenin no improvisó; en sus debates de 1915-1916 con otros componentes de la izquierda de Zimmerwald, con Radek o con Bujarin, una de sus preocupaciones fundamentales fue no disociar democracia y socialismo, ni en un sentido ni en otro; la revolución democrática no se cumplía en sí misma si no culminaba en socialismo, y la lucha por éste no podía avanzar si se despreciaba la lucha por la democracia[2].
El segundo acto, en octubre, de la revolución rusa no fue interpretado, empero, como consumación del tránsito al socialismo, sino como un punto fundamental de avance hacia él. Por ello el programa del Consejo de los Comisarios del Pueblo (Sovnarkom) y su práctica política no fue todavía socialista, sino de transición; con medidas de carácter político democrático y de carácter social popular. También por ello Lenin se abstuvo de hacer de la revolución rusa la revolución mundial y lo negó de manera tajante cuando tuvo que defender el pacto de Brest-Litovsk ante el Comité Central del Partido Comunista Ruso-bolchevique (PCR-b)[3]. Esa es también la explicación fundamental de por qué no se convocó de manera inmediata, después de octubre de 1917, la constitución de la nueva Internacional que se venía postulando desde el inicio de la guerra. Aquella postulación, de hecho, había tenido una significación negativa: el rechazo a la Segunda Internacional y a todas su variantes de reformismo. Para dar el salto a su significación propositiva era necesario que la realidad la impusiera en esos términos y no sólo la realidad subjetiva del crecimiento de los grupos disidentes del reformismo, en Alemania, Austria, Italia, los Países Escandinavos y, entonces en menor medida, en Francia o el Reino Unido. El factor determinante para la convocatoria de la constitución de la Tercera Internacional fue el estallido de la revolución de noviembre de 1918 en Alemania. La confirmación del sueño: la revolución que había tenido un primer episodio en la periferia del sistema capitalista se iniciaba también en uno de sus centros, el principal en Europa, además, en la perspectiva geoestratégica de la época.La convocatoria del Primer Congreso de la Internacional Comunista (IC), que se celebraría en los primeros días de marzo de 1919, tuvo dos sentidos: uno era la prolongación de la movilización revolucionaria mundial, ahora en el centro del sistema, que confirmaba la razón histórica de hacerlo, la oportunidad en el mejor sentido del término y la necesidad al propio tiempo; el otro, poner las condiciones organizativas e ideológicas para enlazar la revolución rusa y la revolución alemana. Ese segundo sentido tenía, a su vez una condición, implícita en el proceso de constitución de la Internacional, la consolidación del Partido Comunista de Alemania (KPD) configurándolo como sección nacional de la IC. La fundación del KPD producida el 30 de diciembre de 1918 fue un motivo concreto para no aguardar más. Agosti afirmó que fue «sobre todo el nacimiento del Partido comunista alemán lo que convenció a los bolcheviques que la situación estaba ahora madura para la creación de una nueva Internacional»[4]. Fue sin duda un motivo, aunque la base fundamental de éste estaba en la revolución, de la que el partido era una derivada. No obstante pudo haber otro, congruente con el pensamiento de Lenin: la heterogeneidad y debilidad política del primer partido comunista alemán, sumado a las diferencias tácticas y organizativas que Lenin mantenía con Rosa Luxemburgo y el IKD, hacían imprescindible poner al KPD en la misma sintonía que el PCR-b.
Como quiera que fuese, cuando el congreso constituyente de la IC se reunió en marzo, no solo la revolución de noviembre no había tenido su desenlace en una revolución socialista, sino que tampoco la segunda oleada revolucionaria de enero-febrero de 1919 lo había conseguido. La convocatoria se mantuvo. Habría sido una derrota auto-infligida, y, sobre todo, seguía habiendo más de un motivo para hacerlo: dar una alternativa al intento de reactivar la Segunda Internacional, que se bloqueó precisamente por sus constantes aplazamientos. En Alemania no se cerraba la perspectiva de una tercera oleada revolucionaria, alentada por los problemas de consolidación de la República de Weimar, insólitamente excluida por los vencedores de la guerra de la Conferencia de paz de París iniciada a mediados de enero; y surgían nuevos focos de movilización revolucionaria en Hungría, Austria, o de agitación social en el Norte de Italia, en Francia y en el Reino Unido. Con todo, el factor alemán continuó siendo el de mayor peso; hasta el punto que en los primeros días del Congreso Lenin, Trotksy y Zinoviev vacilaron ante la posición del KPD, representado por Eberlein, contraria a la constitución inmediata de la Internacional; si se mantuvieron, finalmente, en esa idea fue por la intervención del delegado austríaco en el congreso, anunciando que se había iniciado la revolución en Viena. Eberlein no votó en contra y el KPD y se constituyó la Internacional Comunista (IC).En los años siguientes, el KPD y la IC, su sección alemana y su Comité Ejecutivo (CEIC), interactuaron de manera recurrente en la definición de la política comunista. El CEIC se apoyó en el KPD para combatir la disidencia parcial de los comunistas holandeses, en una competición entre el Buró de Amsterdam y el de Berlín por ser la extensión política de la IC en Europa central y occidental[5]. E invirtió sus mayores esfuerzos, de financiación y de aportación de cuadros políticos y militares, en el KPD, que pudo con ello levantar un aparato permanente de doscientos miembros y publicar veintisiete diarios, algo imposible de financiar con las cuotas de su militancia obrera[6]. En la cúspide de la IC se hablaba ruso y alemán, y los textos oficiales de los primeros congresos fueron publicados en las dos lenguas, como si la lengua franca de la revolución fuera el alemán. Y, sobre todo, los giros políticos del KPD repercutieron en la IC y al revés; lo hicieron de manera positiva hasta 1922 y en sentido contrario a partir de 1923, con el fracaso de la esperada tercera oleada revolucionaria, en octubre de aquel año, y la promoción por parte de Zinoviev en sus tiempos de aliado con Bujarin y Stalin de una dirección utra-izquierdista para cortocircuitar a Trotsky en el seno de la IC. La expectativa de la revolución alemana se cerró de manera definitiva. A pesar de ello la IC continuó mirando a Alemania, estérilmente ya en términos de elaboración teórica y política.
El primer KPD
La formación del Partido Comunista en Alemania integró una parte de la movilización revolucionaria —solo una parte— condicionada por tres factores: la dispersión de los grupos que se habían configurado en el rechazo al compromiso del SPD con la política de guerra; el carácter político heterogéneo de la suma de territorios semisoberanos que era el Imperio, con tradiciones locales diferentes y respuestas políticas diversas; y determinada, sobre todo, por un hecho fundamental: a diferencia de lo sucedido en el Imperio Ruso, la revolución de noviembre en Alemania ni se produjo sobre la quiebra general del estado ni lo significó y el SPD mantuvo el apoyo mayoritario de las clases trabajadoras, sumando a ello una posición política clave pero no hegemónica en la transición de régimen, de Imperio a República.
La movilización contra la guerra, protagonizada exclusivamente por las clases trabajadoras, fue heterogénea. Las características del que sería su producto organizativo principal, el Partido Socialista Alemán Independiente (USPD) constituido en abril de 1917, fue un ejemplo indiscutible de esa heterogeneidad. Confluían en él tanto representantes del ala revolucionaria de la socialdemocracia, como Rosa Luxemburgo, como los del revisionismo pacifista de Bernstein o el grueso el marxismo ortodoxo invocado por Kautsky o Hilferding. Antes de que el USPD se constituyera, la oposición a la guerra formulada en términos revolucionarios había dado lugar a agrupamientos minoritarios, dispersos en el territorio del imperio, entre lo que destacaban las dos agrupaciones ya mencionadas, el IKD y el grupo Espartaco, y el movimiento de los «delegados» que no constituía una formación única en el ámbito del imperio y su grado de coordinación apenas superaba el ámbito sectorial o local. La revolución de noviembre dio a la dinámica de «delegación», apellidada desde entonces «revolucionaria», su máxima expresión y amplitud, con la constitución de los consejos de obreros y los consejos de soldados. No obstante, al propio tiempo, su composición se abrió a todas las corrientes de la socialdemocracia, incluida la mayoritaria del SPD, que participó asimismo en el derrumbamiento del régimen imperial a través de los consejos.
El «sovietismo», por así decirlo, de la revolución alemana fue tan plural como el de la rusa hasta finales de 1918, pero no hubo en él una inversión significativa de la correlación de fuerzas antes de que el régimen republicano consiguiera una mínima estabilización[7]. Cuando se celebró el Primer Congreso Panalemán de Consejos, entre el 16 y el 20 de diciembre de 1919, los afiliados al SPD constituían el 60% de todas las delegaciones, frente al 17 % de los que militaban en el USPD y un escaso 2% tanto de los espartaquistas como de los miembros de la «unión revolucionaria de delegados». Para entonces, Ebert y el SPD habían conseguido consolidar ya una salida democrática, no socialista, a la quiebra del Imperio. Para empezar, con el reconocimiento del Consejo de los Representantes del Pueblo —un gobierno alemán de partidos integrado paritariamente por el SPD y el USPD— por parte del alto mando del Ejército y los consejos que habían asumido el gobierno de los diferentes territorios del Imperio; y también, indirectamente, por la patronal y los sindicatos que el 15 de noviembre firmaron un acuerdo económico general (pacto Stinnes-Legien, respectivamente representante de la patronal y máximo dirigente del ADGB, sindicato vinculado al SPD), recogiendo las reivindicaciones institucionales y materiales de los sindicatos. El pacto Stinnes-Legien completaba la salida democrática con una dinámica corporativa antagónica a la revolucionaria[8]. No tuvo nada de insólito que la elección de delgados de los consejos se volcara en favor del SPD y que el Congreso de diciembre rechazara la propuesta de asumir el poder y ratificara, por el contrario la perspectiva de celebración de una Asamblea Constituyente postulada por Ebert y el SPD. En la primera fase de la revolución, entre noviembre y diciembre de 1918, los consejos adoptaron en su conjunto una posición de defensa de la república democrática; incluso a pesar de que se discrepase de las concesiones hechas por la dirección socialdemócrata al aparato de estado, concesiones incrementadas tras el estallido de la movilización insurreccional de enero y febrero. Y ese apoyo fue más amplio por lo que se refiere a los consejos de soldados, socialmente transversales, que no tenían el contenido estrictamente proletario de los de obreros[9]. No en vano, una de las propuestas recurrentes de la izquierda revolucionaria fue la celebración de nuevas elecciones de delegados. A partir de 1919 la influencia de la izquierda revolucionaria en los consejos se incrementó, aunque eso pudo resultar engañoso: en buena parte el incremento se produjo por el retroceso del consejismo frente al sindicalismo, potenciado por el pacto Stinnes-Legien, y por el abandono de los consejos por parte de las bases del SPD.
El KPD nació después de una derrota política de la izquierda revolucionaria, seguida de otra en el seno del propio USPD. La formación más emblemática de aquella, la Liga Espartaquista, había defendido la transferencia del poder del Consejo de los Representantes del Pueblo a los Consejos de Obreros y Soldados. En el planteamiento de su núcleo dirigente, Rosa Luxemburgo y Leo Jogiches, esa transferencia había de ser producto de la voluntad mayoritaria del proletariado alemán y, de manera congruente, a la vez que se defendió tal posición en el Congreso de los Consejos se proponía conseguir el decantamiento del USPD en favor de esa tesis revolucionaria. Esa era una clara diferencia entre la di-rección de los espartaquistas y el IKD, que desde 1916 venía postulando la formación de un partido independiente e invitaba a las corrientes revolucionarias a abandonar tanto el SPD como el USPD. Rosa Luxemburgo había intentado, en vísperas del Congreso de los Consejos que la organización berlinesa del USPD apoyara sus propuestas (resultó derrotada por 485 votos a favor de la moción contraria de Hilferding, frente a 195) y tras la celebración de éste intentó un último esfuerzo, rechazado de nuevo por el USPD. Ante esa doble derrota la dirección de la Liga Espartaco cedió y accedió a la propuesta del IKD y de Karl Radek —ya representante formal de los bolcheviques en Alemania— a fusionarse en un nuevo partido en el congreso de fundación del 30 de diciembre, que tomó la denominación de Partido Comunista de Alemania (Liga Espartaco). El congreso fundacional no se desarrolló exactamente como Rosa Luxemburgo, Leo Jogiches, Radek y Kief habían esperado, en particular por lo que a la acción política se refería. La propuesta que éstos hicieron de participar en las elecciones a la Asamblea Constituyente fue rechazada por 62 votos frente a 23. Esa correlación no se correspondía con la que existía entre el IKD, que participó en el congreso con 29 delegados, y la Liga Espartaquista. La mayor delegación correspondió a esta última, que de ser una mera red de propaganda creció durante la revolución de noviembre con una masa de afiliación nueva, cuyo compromiso surgía de la propia lucha y se identificaba plenamente con las dinámicas insurreccionales. El rechazo a las elecciones a la Asamblea Nacional tuvo de inmediato una lamentable consecuencia, la ruptura con la unión de «delegados revolucionarios» de Berlín, con mayor influencia entre las bases del USPD que los espartaquistas, que pusieron como condiciones para su integración en el KPD la participación electoral y que en la denominación del partido no figurase la referencia a la Liga Espartaco. Las condiciones no se aceptaron y el KPD perdió una importante base de masas. Flechtheim escribió: «Hasta qué punto las esperanzas del nuevo partido no se correspondían apenas con la realidad, lo muestra el solo hecho que el 98% de los obreros de las principales regiones industriales (Berlín, Leipzig, Halle, Bremen, etc.) permanecieron fieles al USPD. Algunos grupos importantes en Chemnitz [Sajonia] y en el distrito de Wasserkante [Hamburgo], 50 afiliados en Berlín, algunos millares en todo el Reich, tal era el nuevo partido […] Y encima esa tropa de élite perdió muy rápidamente, en los combates de enero y de marzo del siguiente año sus mejores elementos y sus mayores líderes»[10].
El curso de la revolución alemana, bien diferente al de la rusa, encarrilado en diciembre con el acuerdo del Congreso de los Consejos, se confirmó el 19 de enero de 1919 con las elecciones a la Asamblea Constituyente, con una participación del 83%, que dejó como marginales las llamadas a no participar. El SPD obtuvo 11,5 millones de votos, el 38%, que no le dio empero la mayoría de diputados; en tanto que el USPD solo consiguió 2,3 millones, el 7,6 %. Entre un hecho y otro, se produjo una segunda ola insurreccional, muy por debajo de la de noviembre, con características defensivas, a la que el KPD se vio arrastrado, con consecuencias funestas. Lo que se acostumbra a denominar como insurrección espartaquista fue en realidad un movimiento impulsado desde la dirección berlinesa del USPD como reacción a la destitución del Prefecto de Policía de Berlín, Eichhorn, militante del ala izquierda de ese partido. La acción fue secundada por el KPD y los «delegados revolucionarios»; primero en términos de masiva manifestación de protesta en Berlín, el 5 de marzo y tras el éxito de ésta en convocatoria de huelga general insurreccional para derrocar al Consejo de Representantes del Pueblo, del que habían dimitido el 28 de diciembre los representantes del USPD[11]. La acción nun-ca tuvo el éxito que requería tal objetivo, por lo que ya en la misma noche del 6 de diciembre la dirección del KPD se dividió entre los partidarios de mantener el levantamiento (Liebknecht, Pieck) y la mayoría, encabezada por Jogiches y Paul Levi y apoyada por Radek, que defendían abandonar la acción armada. Rosa Luxemburgo osciló en sus consideraciones sobre las posibilidades de triunfo del movimiento[12]. No obstante cuando quedó claro que la inmensa mayoría de los trabajadores de Berlín no secundaban la insurrección, la dirección del KPD decidió el 10 de enero retirarse del Comité Revolucionario y adoptar consignas defensivas: el desarme de los grupos contrarrevolucionarios y nuevas elecciones en los consejos de obreros y soldados. Fue en vano, la militancia comunista siguió implicada en el levantamiento, que Ledebour y el USPD de Berlín se empeñó en mantener hasta su agotamiento; por otra parte, la insurrección tuvo eco en Bremen, donde el 10 de noviembre se proclamó una efímera república de consejos, y en puntos dispersos de Alemania Central Renania-Westfalia y el Sur, en Mannheim y Stuttgart, pero donde no fue sofocada rápidamente por el ejército lo hizo ante la oposición activa de los trabajadores del SPD y los sindicatos. El KPD pagó muy caro aquel movimiento insurreccional precipitado, con el asesinato el 15 de enero de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht. Por el contrario, el USPD se recompuso, mal que bien, participando en las elecciones del 19 aunque quizás no recogiendo el apoyo popular que esperaba. Poco después, se produjo un nuevo rebrote de violencia en Berlín, tras la convocatoria el 3 de marzo de una huelga general convocada por la Asamblea de Consejos —con la participación todavía de SPD y USPD— ante la que el KPD llamó de manera explícita a no convertirla en una nueva acción armada. A pesar de ello, la acción de provocadores y cuerpos francos fue respondida por la división de la marina –que no había secundado el levantamiento de enero– con un nuevo episodio de enfrentamientos armados, que involucraron otra vez a la militancia del KPD. El saldo de muertos tuvo otra pésima noticia para el partido, el asesinato de Jogiches el 10 de marzo.
Entre la política de masas y el insurreccionalismo
Tras la muerte de Jogiches, la dirección del partido fue asumida por Paul Levi, quien impulsó la rectificación de la línea política seguida hasta entonces. El segundo congreso del KPD, en octubre de 1919, celebrado en la clandestinidad, abandonó la quimera insurreccional y acordó tanto la participación electoral como la presencia en los sindicatos, manteniendo, al propio tiempo, el impulso del movimiento de los consejos como eje principal de su política específica de masas. El congreso ratificó asimismo el ingreso en la Internacional Comunista, en cuyo congreso de constitución, en marzo, Eberlein había defendido la tesis opuesta. Esta había sido compartida por Rosa Luxemburgo y el grupo de Bremen, aunque en este caso lo era por su concepción de la organización obrera fundamentada en la democracia directa, en abierta discrepancia con los bolcheviques y su concepción de la Tercera Internacional. La po-lítica defendida por Levi, en sintonía con la reorientación que Lenin iba a impulsar en el proceso de formación de la IC desde finales de 1919, tuvo la oposición del grupo de Laufenberg y Wolffheim que abandonaron el KPD para constituir en abril de 1920 el Partido Comunista Obrero Alemán (KAPD), que arrastró a la mayoría de la militancia de Hamburgo, Renania y Berlin y una parte de Sajonia.
Entre los sucesos de la primera mitad de 1919 y la disidencia del KAPD el partido perdió la mitad de los 107.000 militantes que había alcanzado como máximo tras su fundación[13]. No obstante, el diktat de Versalles, la vengativa paz impuesta de los vencedores a Alemania, que afectó seriamente la estabilidad política y la recuperación económica de la República parlamentaria, dio una nueva oportunidad al KPD. La dio también a la movilización contrarrevolucionaria y antirrepublicana que culminó en el golpe de Kapp y Ludendorff, el 13 de marzo de 1920, neutralizado por la inmediata respuesta de las organizaciones obreras, entre ellas el KPD, desencadenando todas ellas una huelga general que bloqueó el intento de Kapp de controlar las instituciones y la administración y formar gobierno. El abandono de Kapp, el 17 de marzo, abrió una situación de vacío de gobierno en la cual Legien propuso la formación de un gobierno obrero con la participación desde los sindicatos cristianos hasta el USPD. Levi y el ejecutivo del KPD se declararon el 21 de marzo dispuestos a aceptar el gobierno, comprometiéndose a actuar en términos de oposición leal y no buscar su derrocamiento violento. La declaración inspirada por Levi incluso explicitó que no se daban en Alemania las condiciones objetivas para establecer una dictadura del proletariado y que, en esa situación un régimen de libertad política podía ser importante para evolucionar hasta la consecución efectiva de esas condiciones. Finalmente, el proyecto de gobierno obrero de Legien fracasó, el 22 de marzo, por el rechazo del ala izquierda del USPD. Por su parte el Comité Central del KPD, a toro pasado, desautorizó la declaración de su ejecutivo. Lenin la rechazó a medias, compartió que aquellas condiciones objetivas no se daban, pero consideró que la expectativa pública en torno al régimen republicano era excesiva. El congreso del partido, un mes más tarde, ratificó la censura del Comité Central, aunque mantuvo la autoridad del ejecutivo y de Levi, el rechazo a la táctica insurreccional y la participación en las elecciones del 6 de junio de 1920. En su primera participación electoral el KPD consiguió 589.000 votos, un magro 2,7%, frente al importante crecimiento del USPD, al que votaron más de 5.000.000 de electores, el 17,9% un cifra que les pisaba los talones al SPD que descendió al 21,4 % y 6.000.000 votos.
El retroceso del SPD tenía dos componentes. En enero de 1919 había recibido un importante número de votos prestados, que no se identificaban con la socialdemocracia pero que vieron en Ebert y su partido la solución de orden en Alemania frente a la convulsión revolucionaria; nunca más repetiría aquellos resultados y lo máximo que volvió a conseguir en la República de Weimar fue 9.153.000, en 1928. La otra razón fue una importante transferencia de votantes del SPD al USPD, como consecuencia de la decepción sufrida en parte de las clases trabajadoras por la política de concesiones de Ebert, al aparato del estado alemán tanto como al diktat de Versalles. En el verano de 1920 el vencedor moral de aquellas elecciones había sido el USPD. Ese hecho coincidió con la configuración por parte de Lenin, Trotsky y Zinoviev de la IC como una internacional de masas, procurando atraer al máximo del obrerismo europeo que en aquel año se estaba alejando de las posiciones reformistas y empatizaba de manera creciente con la revolución rusa y el estado soviético[14]. La redefinición de la internacional incluía las críticas de Lenin al izquierdismo, apuntando directamente a los comunistas holandeses y al KAPD; así como la fijación de condiciones de admisión (los famosos 21 puntos) y de normas de funcionamiento estatutario que impi-dieran que la ampliación de la IC fuese en detrimento de su coherencia ideológica y política. Todo ello había de ser aprobado en el Segundo Congreso de la IC en julio-agosto de 1920. En cualquier caso, esa internacional revolucionaria con vocación de ser partido mundial de masas volvió a poner a Alemania en el centro de las expectativas y de las decisiones a tomar. El extraordinario ascenso del USPD y el predominio en éste de su ala izquierda lo convirtió en el potencial primer gran partido comunista de Europa fuera del estado soviético. La segunda pieza que podía configurar esa internacional de masas era el Partido Socialista Italiano que, antes del Segundo Congreso de la IC ya había acordado su integración en ella.
La prioridad para la dirección del KPD y el CE de la IC fue conseguir la integración del USPD e, inmediatamente, la fusión de ambas organizaciones alemanas en un nuevo partido que ya no sería el que describió Flechtheim en su historia; los independientes no solo habían conseguido 5 millones de votos, tenían prácticamente 900.000 militantes y superaban en afiliación al SPD en Sajonia, Turingia y Brunswic. El CE de la IC puso de su parte todo lo que pudo y Zinoviev en persona acudió al congreso decisivo del USPD, en octubre de 1920, a enfrentarse directamente a Hilferding y Martov, que lideraban en él el rechazo a la IC. Los partidarios de la IC vencieron por 237 delegados a favor por 156 en contra, aunque el efecto de esa decisión tan ampliamente mayoritaria se vio mermado por la actitud escisionista del bando derrotado que decidió seguir formar partido propio manteniendo la denominación de USPD. La militancia independiente quedó fragmentada en tres: unos 300.000 afiliados se integraron en el Partido Comunista Unificado de Alemania[15], que se constituyó en el congreso de fusión de noviembre de 1920, otro tanto se mantuvo en el USPD y el resto se desmovilizó. Aunque la representación en este congreso estuviera en favor de los delegados procedentes del USPD, 349, frente a los del primer Partido Comunista, 136, se eligió una dirección paritaria con dos líderes, Levi y Daümig, aunque en la práctica el primero fue el que marcó la política que de inmediato iba a inaugurar el partido.
Levi, reforzado por el éxito de la fusión con el sector mayoritario del USPD, hizo pública en los primeros días de enero de 1921 una «Carta abierta» dirigida a los sindicatos y a los dos partidos socialistas llamando a un pacto de unidad de acción para defender mejoras materiales de las clases trabajadoras y hacer frente a la permanencia de la agitación contrarrevolucionaria. La «Carta abierta» fue redactada o concertada conjuntamente por Levi y Radek, con el apoyo de Daumig, pero cogió de sorpresa al resto de la dirección del KPD y a la de la Internacional Comunista. Era una versión corregida y aumentada de la declaración del 21 de marzo del año anterior, ahora en un contexto que ya no aparecía de excepcionalidad y que, implícitamente, reconocía el fin del ciclo revolucionario en occidente; después de que la guerra soviético-polaca estuviese acabando en tablas, sin la victoria bolchevique que se esperaba con las consecuencias de su expansión por Alemania. La suerte inmediata de la «Carta abierta» fue adversa a Levi. La dirección del SPD rechazó el pacto, a pesar del respaldo que le dio la mayoría de la militancia socialista, y sobre todo se opuso a él una parte importante del propio KPD, tanto una nueva corriente de izquierda que se estaba configurando en Berlin, liderada por Ruth Fisher y Arkadi Maslow, como buena parte de los cuadros que habían participado en la fundación del KPD en 1918: Brandler, Talheimer, Frölich (nunca sabremos cuál habría sido la posición de Kief, muerto en abril de 1919). Además el CEIC, cogido de sorpresa, sustituyó a Radek por una nueva delegación encabezada por Rakosi. Las críticas a Levi y los defensores de la «Carta abierta», Clara Zetkin y Daümig entre ellos, arreciaron cuando éstos discreparon a su vez del desenlace que los delegados del CEIC dieron al Congreso de Livorno del Partido Socialista Italiano.
En este, ante la negativa de la mayoría li-derada por Serrati a aceptar los 21 puntos, la minoría que si los aceptó emuló la esci-sión de la minoría del USPD en octubre de 1920, en sentido contrario, abandonando el congreso y constituyéndose en PCI bajo la dirección de Bordiga con el apoyo del grupo del Ordine Nuovo de Gramsci, Togliatti y Terracini.
No corresponde ahora analizar el sentido y el grado de acierto o error en los comportamientos de escisión. Es un tema complejo que correspondería a otro análisis específico. Valga con señalar que, en cualquier caso, las escisiones tanto de la minoría del USPD, como las de la minoría del PSI, no fueron sino el acta de la ruptura que se estaba produciendo y que se reprodujo también en la SFIO y en el PSOE, con los comportamientos contrapuestos de sus respectivas minorías manteniéndose como SFIO o erigiéndose en PCOE. Lo que importa aquí es que de todo ello y de las críticas de Levi Clara Zetkin y Daümig se hizo, en la dirección del KPD y de la IC, un totum revolutum contra Levi condenado por «conciliador» en el Comité central del KPD, de febrero de 1921, por 28 votos contra 23. Levi, Clara Zetkin, Daümig y otros dos miembros del ejecutivo fueron obligados a dimitir y Brandler pasó a encabezar la dirección del partido. Carl Radek fue sustituido al frente de la delegación de la IC en Alemania primero por Rakosi y luego por Bela Kun, a mediados de marzo, justo a tiempo para impulsar una nueva aventura con sesgo insurreccional que se situaba en las antípodas de la «Carta abierta» y de la política seguida por el KPD desde octubre de 1919 significativamente justificada no por una razón alemana, sino soviética. Bela Kun argumentó ante el Comité Central del KPD, el 21 de marzo, que ante la crisis que se estaba produciendo en el estado soviético —la insurrección que había estallado el 7 de marzo en Krondstadt— era necesario un impulso revolucionario para reforzarlo desde fuera, consiguiendo que la dirección del KPD se adhiriera plenamente, confirmando el movimiento pendular iniciado en febrero, a la idea de Bela Kun de «forzar el destino de la revolución» y «pasar a la ofensiva». El resultado fue una nueva llamada a la huelga general, con perspectivas insurreccionales, la denominada «acción de marzo» que resultó un fracaso mayor que las anteriores de 1919, a pesar de acciones aisladas en regiones mineras, en Hamburgo y en Alemania Central. El 31 de marzo la propia dirección del KPD se vio obligada a desconvocar la huelga, no sin perder cientos de militantes muertos en los enfrentamientos con el ejército y la policía y 4.000 encarcelados, entre ellos el propio Brandler. El KPD, que tras la fusión con la mayoría del USPD había alcanzado un máximo de 440.000 miembros, vio caer esas cifras a los 180.000 en el verano de 1921.
Del frente único al imposible «octubre alemán»
La «acción de marzo» fue desconvocada, pero sus promotores insistieron en el acierto «objetivo» de su decisión, elaborando la tesis de la «ofensiva revolucionaria» como única táctica del movimiento comunista. El CC del KPD acordó valorar la derrota como «fructífera», como un ensayo que serviría para corregir en el futuro los aspectos organizativos y técnicos del proceso insurreccional. Sin embargo, fue el episodio que decidió a Lenin y Trotsky a intervenir, precisamente en la línea de la «Carta abierta» y del reconocimiento explícito del nuevo período del proceso revolucionario[16]. Lenin había compartido parte de las iniciativas de Levi, aunque no las había secundado abiertamente; en el CE de la IC la posición dominante había sido hostil a la «Carta abierta» y Zinoviev y Bujarin simpatizarían durante un buen tiempo con la «teoría de la ofensiva». Sin embargo, el desastre de marzo y el peligro de que otros partidos comunistas se vieran atraídos hacia acciones destinadas al fracaso, agravando el aislamiento en el que se encontraba la URSS, llevaron a Lenin a intervenir con toda su autoridad, con el respaldo de Trotsky. Para empezar, Lenin, alertado por Clara Zetkin del desastre de la «acción de marzo», impuso el relevo de Bela Kun. Fue solo un primer gesto. Era imprescindible que la IC asumiera que el ciclo insurreccional había tocado a su fin en Europa y que había que dar un paso atrás para acumular fuerzas y no perderlas y para favorecer la política de reconstrucción económica y social del estado soviético.
Ese habría de ser el cometido del Tercer Congreso de la IC y es fundamental señalar que, contra la falsa interpretación de que toda la política de la IC se generó siempre de arriba abajo, respondiendo a decisiones iniciadas y culminadas en la cúspide del PCR-b, la más importantes y las que proporcionaron un mayor avance al movimiento comunista se gestaron precisamente al revés. El mérito de la dirección del PCR-b o de la IC fue, sobre todo, leer la realidad y a partir de la experiencia y los precedentes que ésta generaba, elaborar la decisión. Así de hecho ocurrió en noviembre de 1918 cuando fue el estallido de la revolución en Alemania el que determinó la convocatoria del congreso que iba a constituir la Tercera Internacional, y no al revés; lo fue en el período de 1921-1923 cuando se aprobó la política del frente único y se adoptaron las consignas del período de transición del gobierno obrero, adecuadamente reformulado en términos de gobierno obrero y campesino; y lo fue en 1934-1935 cuando se aprobó el frente popular. En las dos primeras ocasiones, mientras Alemania fue el epicentro de las expectativas, el punto de partida, desde abajo, fueron las experiencias alemanas; en la tercera la experiencia francesa secundada por las reflexiones de los italianos sobre el fascismo.
El Tercer Congreso de la IC se inició el 22 de junio en Moscú en un ambiente inicialmente favorable a las «teoría de la ofensiva» que la delegación alemana, encabezada por Thalheimer y Thalmann, líder del ala izquierda del partido en Hamburgo, llevaba en su proyecto de tesis. Contaba con el apoyo de las delegaciones del PC Italiano, el PC astríaco y el PC húngaro, así como con el de miembros de la dirección del ejecutivo de la IC, entre ellos desde luego Bela Kun. Lenin se opuso frontalmente y con el apoyo de Trotsky y Kamenev obligó a que la delegación del PCR-b, integrada además de ellos por Zinoviev y Bujarin, presentara un solo proyecto ante el congreso y un voto de delegación cerrado. El proyecto de Lenin defendió la «Carta abierta» como un «paso político ejemplar», a desarrollar para conseguir el apoyo de la mayoría de las clases trabajadoras. Trotsky lo secundó radicalmente, poniendo al congreso ante la evidencia: si en 1919 pensaban que el desencadenamiento de la revolución mundial era cuestión de meses o semanas, ahora había que hacerse a la idea de que podía durar años hasta reproducirse una coyuntura como la vivida entre 1917 y 1919. Hajek cita al italiano Terracini como uno de los que destacaron en contra de las posiciones de Lenin y Trotsky en el curso de la dura discusión que se entabló, sosteniendo que «para la lucha revolucionaria no es necesario en absoluto que la mayor parte de las masas obreras esté ya organizada y ganada por el partido comunista. Lo único importante es que los partidos comunistas sean capaces de arrastrar a las masas en el momento de la lucha»[17]. Era un desarrollo más del voluntarismo vanguardista, y elitista también, de la «teoría de la ofensiva». Se impusieron Lenin y Trotsky. Las Tesis sobre táctica de la delegación rusa fueron aprobadas. Empezaban por reconocer que «la revolución mundial, es decir el hundimiento del capitalismo y la unificación de las energías revolucionarias del proletariado, su organización para hacerle una potencia agresiva y victoriosa, requerirá un período bastante largo de luchas revolucionarias[…] El problema más importante hoy para la Internacional Comunista es el de conquistar una influencia determinante sobre la mayoría de la clase obrera»[18]. Además, la resolución sobre táctica incluyó una dura crítica al error de la «acción de marzo». El KPD había cometido el error de «no haber dejado claro el carácter defensivo de la lucha, sino que con su llamamiento a la ofensiva dio a los deshonestos enemigos del proletariado, la burguesía, el SPD y el USPD, la manera de denunciar ante el proletariado al KPD como promotor de un putsch. Ese error resultó aún más grave cuanto que numerosos compañeros del partido presentaron la ofensiva como el método principal de lucha en la actual situación»[19]. No obstante, el congreso de Moscú dejó para más adelante el desarrollo del principio de la conquista de la mayoría de las clases trabajadoras.
No se pudo despejar por completo la adhesión de fondo de buena parte de la militancia comunista a la «teoría de la ofensiva». Y, quizás por ello, el CEIC envió el 17 de agosto una extensa carta al congreso del KPD, que había de iniciarse cinco días más tarde. El tono fue duro y tajante: «El Tercer Congreso [de la IC] ha rechazado de manera decidida la ‘teoría’ de la ofensiva a cualquier precio y ha reclamado al KPD modificar su orientación»[20]; y no ahorró señalar en su crítica al grupo «izquierdista» de Berlín, aunque no citase los nombre de Ruth Fisher y Arkadi Maslow. El congreso alemán era el primero que iba a mantener una sección nacional de la IC después de la resolución de julio y el CE de la IC reclamó explícitamente al KPD que fuera consciente de ello y se comportara de manera responsable apoyando la corrección iniciada. Lo hizo a regañadientes. Meyer —que lideraba el partido en sustitución de Brandler, en prisión— siguió rechazando la «Carta abierta» y Thalmann propuso que el congreso del partido condenara la dura crítica que se había hecho a la «acción de marzo» y en particular a Trotsky. A pesar de todo, la reunión del máximo órgano del partido, en la que volvió a estar presente Karl Radek como delegado del CE de la IC en Alemania se sometió a las exhortaciones de la dirección de la Internacional. En los meses siguientes el KPD habría de responder en línea con ellas a un doble desafío. Primero fue la eventualidad de que, ante la dureza del plan de reparaciones económicas impuesto por los vencedores, se constituyera en octubre un gobierno de «gran coalición» hegemonizado por el centro-derecha, ante el que el SPD, el USPD y el KPD se llegaron a plantear la posibilidad de un gobierno «puramente socialista». El KPD se negó a entrar en él y la dirección del SPD ni siquiera quiso entrar en conversaciones con los comunistas. En el plazo inmediato, el KPD respondió contradictoriamente al episodio: rechazó la hipótesis de participar en el gobierno de la República, pero votó en favor del gobierno del SPD en Sajonia, frente al enemigo común de la extrema derecha; valoró en octubre que un gobierno socialista podría encontrar fórmulas que facilitasen el apoyo desde fuera de los comunistas, lo que aceleraría el avance hacia la revolución, pero en noviembre el Comité Central calificó al hipotético «gobierno obrero» como una muralla de protección de la burguesía. Radek reaccionó y esperando tener el apoyo de Lenin —y evitando pedírselo a Zinoviev— sostuvo que el poder podía conseguirse tanto por la fuerza mediante la revolución contra el gobierno burgués, como en la lucha de los obreros en defensa del gobierno socialista «creado por vía democrática». La significación de todo aquel episodio del otoño de 1921 fue situar como concreción de la conquista de la mayoría de las clases trabajadoras no sólo una consigna de movilización y lucha social unitaria, sino también su traslado al terreno de la coalición política y del ejercicio del poder antes de la revolución. Se estaba configurando una política concreta de transición para el largo período que Lenin, Trotsky y las tesis del Tercer Congreso sostenían que la IC tenía que reconocer, antes de que se produjera de nuevo la opción de la revolución socialista.
Más adelante el KPD, y con él la Internacional, tuvo que hacer frente a un nuevo reto, fruto de la política internacional: la firma del Tratado de Rapallo, en abril de 1922, entre la República de Weimar y la URSS, impulsado por parte alemana por el Ministro de Asuntos Exteriores, el conservador alemán Rathenau, y congruente por parte soviética con el plan de estabilización del estado y de reconstrucción económica. De manera no tan sorprendente los dos estados surgidos de las dos y diferentes respuestas revolucionarias a la guerra, ante la presión de las potencias vencedoras, concertaban sus intereses en el escenario internacional para promover un mercado en común. El hecho no pudo dejar de impactar en la militancia comunista alemana, aunque, como se verá, no lo hizo frenando sus inclinaciones insurreccionales. Sea como fuere, lo que es evidente es que la reorientación política de la IC y del KPD no fue una derivada del Tratado de Rapallo, una imposición de los intereses internacionales del estado soviético sobre los objetivos nacionales del KPD; sin perder de vista que la conciliación de ambos, en el contexto del largo período de transición, no solo había de ser un estorbo sino todo lo contrario.
La cuestión del gobierno obrero se sumó a la de la política unitaria y de masas en la concreción del giro iniciado en el verano de 1921. El giro se confirmó y concretó, teniendo bien presente la experiencia alemana, en diciembre de 1921 con la presentación por parte del CEIC de las Tesis sobre el «frente único», aprobadas como política general de la Internacional Comunista en el Primer Pleno Ampliado del Comité Ejecutivo de la IC, de febrero de 1922. Que el giro solo había quedado en su primer movimiento en el Tercer Congreso quedó en evidencia al recurrir por primera vez a una reunión ampliada del Plenario del CEIC con delegaciones representativas de las secciones nacionales; una forma organizativa que se hizo frecuente en la segunda mitad de los años veinte cuando ese Pleno Ampliado sustituyó al Congreso, después de que éste dejara de convocarse con su inicial periodicidad anual. Que las reticencias seguían presentes se manifestó en la oposición de las delegaciones del PC Italiano, PC Francés y PC Español que votaron en contra. Terracini volvió a dar la nota izquierdista, al rechazar tanto el frente único como la perspectiva de las luchas parciales acumulativas y sostuvo, como decía había hecho el partido italiano, «la imposibilidad, en todo momento, de realizar luchas parciales y la importancia de guir al proletariado a la acción general»[21]. El IV Congreso de la IC, noviembre-diciembre, el último en el que participó Lenin, completó el giro insistiendo ya no en el frente único, que se consideraba que ya no estaba en discusión, sino en el detalle del «gobierno obrero», desarrollándolo sobre las pistas que había previsto Radek en noviembre del año anterior. La tesis sobre táctica recogió que la consigna del «gobierno obrero» era de «la máxima importancia allí donde la sociedad burguesa es particularmente inestable y donde la relación de fuerzas entre los partidos obreros y la burguesía ponen en el orden del día la resolución del problema del gobierno como necesidad práctica. En estos países la consigna de gobierno obrero resulta como inevitable conclusión de toda la táctica de frente único»[22]. Es obvio que en el centro de esa reflexión estaba Alemania, desestabilizada política y económicamente por al Tratado de Versalles y las exigencias de las reparaciones. Las tesis consideraron no solo el apoyo a gobiernos socialistas sino la participación de comunistas en ellos, siempre que se comprometieran a un mínimo: armar a los trabajadores, desarmar a las organizaciones burguesas y contrarrevolucionarias, introducir el control sobre la producción y hacer recaer la carga impositiva principal sobre «los ricos». Y se atrevió incluso a enumerar diferentes posibilidades: gobierno obrero «liberal», es decir del Partido Laborista, como ya se preveía que podía producirse en el Reino Unido; gobierno obrero socialdemócrata (Alemania); gobierno de obreros y campesinos pobres (en Europa Oriental, de sociedades mayoritariamente agrarias); gobierno obrero con participación de comunistas; gobierno obrero puramente proletario integrado solo por el partido comunista, del que no se daba ninguna referencia concreta de dónde podría producirse. Es evidente que la consigna del gobierno obrero introdujo de manera definitiva en la política comunista el período de transición y que de ninguna manera podía asimilarse a dictadura del proletariado, como más adelante hará Zinoviev y la facción izquierdista del KPD y la IC. Por otra parte, la versión limitada, pensada demasiado en términos alemanes y aun así inadecuadamente, de la consigna de «gobierno obrero» fue definitivamente reformulada como «gobierno obrero y campesino», no solo en el caso de los países agrícolas sino de una manera general, por el Segundo Pleno Ampliado del Comité Ejecutivo de la IC, en junio de 1923.
Bajo la dirección de Ernst Meyer primero y de Heinrich Brandler cuando en 1922 éste recuperó la libertad, el KPD se aplicó lealmente a la implementación del frente único, consiguiendo una aceptación positiva por parte de la militancia del SPD, en particular de su ala izquierda, en el desarrollo de luchas parciales y en respuestas políticas como las movilizaciones de repulsa por el asesinato de Rathenau por un militante de la extrema derecha, el 24 de junio de 1922. En el transcurso de éstas el SPD, el USPD, el KPD, y los sindicatos llegaron a firmar el «Acuerdo de Berlín» de 27 de junio, por el que se comprometían a luchar en la defensa de la República, incluso con la aprobación de una ley específica, el castigo de la agitación y los grupos monárquicos y contrarrevolucionarios y la amnistía de los trabajadores encarcelados. Lamentablemente, el bloque del acuerdo se dividió en torno a la disyuntiva entre apoyar la acción parlamentaria mediante la movilización de masas, llegando incluso a la huelga general —de ningún modo concebida en términos insurreccionales—, defendido por el KPD, o limitarse a la acción estrictamente parlamentaria que era lo que pretendió la dirección del SPD y el USPD (recuérdese que era la facción minoritaria, que dos meses después se integraría en el SPD). La dirección del SPD torpedeó el acuerdo, a través de su organización regional en Prusia que votó en el Parlamento del land en contra de la amnistía a los trabajadores y denunció el frente único. El Acuerdo de Berlin, el máximo exponente político al que llegó el frente único en Alemania, quedó roto el 8 de julio. Pero no se interrumpió todavía el frente único, por más que el episodio reforzó la relectura que de la consigna hizo la izquierda del KPD, la berlinesa y la de Hamburgo, de limitarla «por la base» de una manera general.
El saldo de la nueva política fue claramente positivo para el KPD. No solo recuperó posiciones perdidas en el movimiento obrero, las amplió. A finales de 1922 la militancia del partido estaba de nuevo en fase ascendente y ya contaba con 225.000 miembros. La influencia en los sindicatos, en el ADGB, había crecido hasta controlar las secciones ferroviarias de Berlín y Lepizig, el sector de la construcción en Berlin y Dusseldorff, el del Metal en Suttgart, manteniendo por otra parte sus bases históricas en Bremen y Hamburgo, en las regiones mineras y en Sajonia. En este último land, su electorado pasó de algo más de 117.300 votos en enero de 1921 a 267.700 en noviembre de 1922. Lamentablemente, esa dinámica no duró. La grave crisis que estalló en Alemania en 1923, iniciada con el despegue de la hiperinflación en el tránsito de 1922 a 1923 y agravada con la ocupación de la región minera del Ruhr por las tropas francesas, como presión chantajista del gobierno de Poincaré para obligar a Alemania a pagar las reparaciones de guerra de manera inmediata, contaminó al propio KPD. La República democrática, con el territorio parcialmente ocupado y su economía en torbellino por la hiperinflación, también con las maniobras de apoyo francés al separatismo en Renania, estuvo en peligro de muerte. El KPD y la IC quedaron desbordados por la situación, como quedó desbordado el eje histórico de la alianza entre el partido del Centro católico y el SPD que había sido el pilar político de la República desde 1919. En la dirección de la IC quienes habían aceptado sin convicción la política del frente único y habían empatizado más que antagonizado con la «teoría de la ofensiva» —Bujarin consideraba el frente único como una consigna coyuntural a superar lo antes posible— vieron el momento de volver sobre sus pasos. Trotsky mismo, tensionado por su enfrentamiento con la dirección del PCR-b y de la Internacional —con Stalin y con Zinoviev— presionado también por la inclinación hacia la izquierda de sus partidarios en algunas secciones nacionales —la francesa o la polaca— empezó a dudar de lo que había defendido en 1921-1922. En junio de 1923 escribió que el frente único podía suponer el peligro de degradar la política de los partidos comunistas[23]. Lenin, en el tramo final de su enfermedad, había quedado fuera de juego en la gestión de la Internacional. Consecuencia de todo ello fue que, en junio de 1923, contradiciendo la ampliación de la consigna del gobierno obrero a gobierno obrero y campesino, el PC de Bulgaria reaccionó pasivamente ante el golpe derechista que derrocó a Stambolyski, líder de un partido agrario democrático y se dispuso luego a organizar contra el gobierno reaccionario que lo sustituyó una insurrección comunista, que fracasó al carecer de apoyo entre los campesinos reprimidos por el golpe de junio[24]. Lo peor fue que el CE de la IC decidió que Alemania había entrado en fase revolucionaria y que había llegado el momento de promover un nuevo movimiento insurreccional, a fecha fijada en octubre.
La pretensión del «octubre alemán» fue un desatino de principio a fin. El CE de la IC diseñó un plan fundamentalmente conspirativo, en el que la prioridad no era partir de la máxima adhesión unitaria del movimiento obrero alemán, ni siquiera del ala izquierda del SPD, sino hacerlo desde una posición armada de fuerza que, supuestamente, les habría de proporcionar la entrada del KPD en los gobiernos de los landers de Sajonia y Turingia, para desde ellos armar a las centurias proletarias comunistas y lanzarse a la insurrección general mediante la convocatoria de una nueva huelga general insurreccional que había de difundirse por toda Alemania, irradiando desde el centro y sumándose a las insurrecciones locales que habrían de producirse en otros puntos fuertes de la organización comunista —Berlin, Hamburgo-Bremen, las regiones mineras…—. Se volvía en la práctica a la «teoría de la ofensiva», convirtiendo al KPD en guía que arrastraría con su acción de choque al resto del proletariado revolucionario. La conspiración en ningún momento involucró ni siquiera a la izquierda del SPD de Sajonia y Turingia, la aliada política con la que se consideró contar solo de manera instrumental. Ni siquiera era un regreso a los tiempos del comité revolucionario conjunto de enero de 1919.Se cumplió una fase de la primera parte del plan. El KPD entró en el gobierno de Sajonia el 10 de octubre y el 13 en el de Turingia pero no pudo armar a sus centurias porque, como había advertido Brandler al CE IC, no existía armamento de guerra en esas regiones, cuyos arsenales se habían vaciado prácticamente ya durante los episodios del putsch de Kapp y la «acción de marzo». Además, el hecho de la conspiración comunista había pasado a ser un secreto de polichinela y el gobierno alemán y el ejército tomaron la iniciativa en el estallido del conflicto, previendo la patrulla de las calles y el control de la administración. El ejército inició su intervención represiva antes de que la huelga general se declarase poniendo el movimiento en una situación de defensiva. En el más que deficiente diseño táctico de la insurrección el KPD había previsto que el desencadenamiento del acto final sería la convocatoria de la huelga, que habría de empezar en Sajonia y realizarse, esta sí, de manera unitaria a través de una Conferencia de consejos de fábrica, consejos de consumidores, representantes sindicales y de trabajadores en paro. Sin embargo, cuando la Conferencia se reunió, el 21 de octubre, en Chemnitz, y Brandler intervino para proponer la huelga general, el socialista de izquierda Graupe, ministro de Trabajo de Sajonia, se opuso a hacerlo de manera inmediata y amenazo con que el SPD se retiraría de la conferencia si la convocatoria salía adelante. La gran mayoría de la Conferencia dio respaldo a Graupe, por lo que Brandler ante aquella situación consideró que era imposible llevar adelante el plan insurreccional, con la tropa ya en la calle y los trabajadores divididos, en condiciones armadas de inferioridad y a la defensiva. Pactó con Grauper una salida mediante la constitución de un comité conjunto SPD-KPD para examinar el cómo y el cuándo de la huelga, que nunca llegó a actuar; y consiguió que el ejecutivo del KPD le apoyara para suspender el levantamiento, en proceso de derrota antes de que empezara realmente[25]. No hubo octubre alemán, aunque la organización del KPD de Hamburgo, que no se enteró a tiempo de la desconvocatoria, inició una insurrección local, aislada y aplastada.
El fiasco del «octubre alemán», certificó que la realidad era la que se había expuesto en el Tercer Congreso de la IC. En agosto de 1923 se había constituido en Alemania un gobierno de gran coalición encabezado por Srtessemann, con la participación del SPD; éste consiguió conjurar las disidencias internas —con la fuerza de la amplia mayoría política y del ejército— y poner las bases para el fin de la hiperinflación mediante la instauración de un nuevo Marco. Sobre ellas y con la intervención del gobierno y la banca norteamericana, en diciembre de 1923, se acordó la formación de una comisión internacional que en 1924 propuso de común acuerdo un plan factible del pago de las reparaciones de guerra, el Plan Dawes, que llevó bajo el brazo una masiva inversión de capitales norteamericanos. La República democrática entró en fase expansiva, en sus «años dorados» hasta que el crack de 1929 y la súbita retirada de capitales norteamericanos la devolvieron a la realidad de sus disfunciones económicas de fondo. En Alemania se confirmaba en 1923-1924 la estabilización de la «república burguesa». El SPD llegó en ella a su cénit en los dos últimos años de la década. El KPD no se deshizo, mantuvo una presencia también estabilizada en apoyo social hasta ese final de década, pero tampoco se rehízo políticamente. El bandazo de 1923 favoreció al sector «de izquierdas» —Fischer, Maslow, Thalmann—, aliado con Zinoviev. Este último tomó su línea para neutralizar la presencia de Trotsky en el seno de la IC e intentar consolidar su propia base de poder como Presidente de la IC. Aunque en octubre de 1923 había dado la razón a Brandler, en la sesión del CEIC de enero de 1924 —después de que Radek hubiese ofrecido en diciembre su apoyo y el de sectores de la IC a Trotsky— cambió de posición para no perder él el apoyo del sector izquierdista del KPD. El CE de la IC pretendió que en octubre de 1923 sí existían condiciones para una insurrección en Alemania e hizo responsables de su derrota al SPD y a la dirección «derechista» del KPD, a Brandler, Meyer y Clara Zetkin, apartados de la conducción del comunismo alemán. La relectura del frente único como solo por la base y del gobierno obrero como equivalente a la dictadura del proletariado, defendida por Fisherm Maslow y Thalmann, fue adoptada por Zinoviev y la dirección de la IC. La reflexión iniciada sobre las características de una política revolucionaria en el período de transición quedó abortada, trasladándose el fondo del debate al que se produjo en el seno del PCR-b sobre las características de la URSS y su continuidad. Alemania dejó de ser el referente, estimulante y positivo a pesar de los avatares sufridos por el KPD, de la política de la IC.
Notas
[1] Ralf Hoffroge, Norman Laporte (eds.) Weimar Communism as mass moviment, 1918-1933. Londres, 2017.
[2] Aparte de sus artículos y opúsculos son reveladores de la importancia que Lenin daba a no perder de vista esa relación su correspondencia, publicada en el volumen XXXIX de su Obras Completas, editadas por Akal en 1978.
[3] Es un argumento recurrente en sus intervenciones ante organismos del partido y de los soviets en febrero y marzo de 1918, consultable en el volumen XXVIII de las Obras Completas, publicadas por Akal, Madrid, 1976.
[4] Aldo Agosti, La Terza internazionale. Storia documentaria. Vol 1, Parte primera, pág 9, 1974.
[5] Pierre Broué, Histoire de la Internationale Communiste. 1919-1943. París, 1997
[6] Carta de Brandler a Deutscher, del 12 de enero de 1959. Compárese esa derrama de medios, con el hecho de que en 1922, el Partido Comunista de España no tenía ni un solo dirigente con dedicación exclusiva y apenas publicaba un periódico general, La Antorcha y dos locales, en Bilbao y Oviedo
[7] Wolfang J. Mommsen, «The German Revolution 1918-1920. Political Revolution and Social Protest Moviment» en Richard Besse, Edgard J. Feuchtwanger, Social Change and Political Development in Weimar Germany. Totowa, New Jersey, 1981.
[8] Ferran Gallego, De Múnich a Auschwitz. Una historia del nazismo, 1919-1945. Barcelona, 2001.
[9] Ossip K. Flechtheim, Le parti communiste allemand, sous la république de Weimar. Paris, 1972.
[10] Flechtheim, p. 72
[11] Lo habían hecho en protesta por la tolerancia de Ebert hacia el Ejército y presionados por el ala izquierda del partido; fue un mal negocio, los representantes de USPD fueron sustituidos por elementos del ala derecha del SPD, entre ellos Noske, que reforzaron la colusión entre Ebert y el aparato militar.
[12] Ralf Hoffroge, Norman Laporte.
[13] Según Flechteim. Todos los datos, de militancia o de sufragios obtenidos, están dados en este artículo de manera redondeada.
[14] Aldo Agosti, La Terza internazionale.
[15] Se abandono la referencia a la Liga Espartaco entre paréntesis y por algún tiempo se mantuvo el término «unificado» y la sigla VKPD; para mejor seguimiento del artículo seguiré citándole como KPD.
[16] Milos Hajek, Historia de la Tercera Internacional. La política de frente único, 1921-1935. Barcelona, 1984.
[17] Milos Hajek, Historia de la Tercera Internacional, p. 31.
[18] Aldo Agosti, La Terza internazionale, Vol 1, Segunda parte, 1974, pp. 410-413.
[19] Ibídem, p. 426.
[20] Ibídem, p. 507.
[21] Milos Hajek, Historia de la Tercera Internacional, p. 45.
[22] Aldo Agosti, La Terza internazionale, p. 653.
[23] Milos Hajek, Historia de la Tercera Internacional.
[24] Marietta Stamkova, Georgi Dimitrov. A biography. Londres 2010.
[25] Ben Fokes, The German Left and the Weimar Republlic. A selection of Documents. Boston, 2014, pags 94-97. Corrado Basile, L’ottubre tedesco de 1923 e il suo fallimento. La mancata estensione della revolucione in occidente. Milán, 2017; esta última obra incluye las cartas entre Brandler y Deutscher y un extracto de El profeta desarmado, en el que Deutscher hace su relato e interpretación del episodio.
Fuente: Nuestra historia