Luxemburgo y Gramsci: convergencias y divergencias de dos pensadores revolucionarios
Guido Liguori
Dos marxistas originales en el ámbito de la Segunda Internacional. Terrenos de convergencia y de desacuerdo: cuestión nacional, Consejos obreros, sujeto revolucionario, juicio sobre la revolución de octubre. Después del «bienio rojo», crecieron las distancias y en los «Cuadernos» se manifiesta una crítica radical al «determinismo» y al «economicismo» de la revolucionaria polaca.
Rosa Luxemburgo y Antonio Gramsci son dos de los más conocidos pensadores marxistas hoy. Ambos cayeron en el campo de batalla, ambos son un ejemplo de coherencia entre pensamiento y acción hasta sus últimas consecuencias. Puede ser útil comparar sus elaboraciones teórico-políticas e identificar los puntos de convergencia y de divergencia, yendo más allá de todos los lugares comunes que todavía se repiten en ambos. No es un trabajo sencillo. En algunos aspectos, los dos pensadores pertenecen al mismo período histórico y en otros a épocas diferentes del marxismo y del movimiento obrero organizado. Rosa Luxemburgo nace en 1871, Antonio Gramsci exactamente veinte años después. Luxemburgo muere en Berlín, bárbaramente asesinada junto a Karl Liebknecht el 15 de enero de 19191, en ese momento, Gramsci es un pensador y militante revolucionario todavía muy joven (28 años), aunque ya había sabido dar señales de su calidad y capacidad. Luxemburgo probablemente no había oído hablar del jovencísimo sardo trasladado a Turín, Gramsci en cambio supo y comentó varias veces la muerte y el pensamiento de la revolucionaria asesinada por los protofascistas Freikorps. En 1917 la Revolución de octubre determinaría, en la historia del «mundo grande y terrible» y en la biografía de los revolucionarios marxistas, una profunda pausa, como ambos entenderán claramente, pero de la que Luxemburgo apenas vio el comienzo: por esta razón se puede decir que nuestros autores habían vivido en algunos aspectos en diferentes épocas de la historia teórica y política del movimiento socialista y comunista.
Gramsci dará la noticia del asesinato de Rosa Luxemburgo en el Avanti del 18 de enero de 1919, en un artículo titulado Carlo Liebknecht2, el más conocido de los dos comunistas asesinados pocos días antes, en virtud de las batallas que había emprendido, únicas en el parlamento alemán, contra la guerra. Gramsci recordará varias veces a Luxemburgo y a Liebknecht como mártires3 al menos hasta mediados de los años veinte4. Haciendo además referencias de manera más significativa, como veremos más adelante, al pensamiento de la revolucionaria polaca y reconociendo su importancia.
En el ámbito de la historia del marxismo, Luxemburgo y Gramsci son dos pensadores próximos en algunos aspectos: en primer lugar son revolucionarios, ambos pertenecerán, antes de la guerra y de la Revolución de octubre, al ala izquierda de la Segunda Internacional (por las razones biográficas ya explicadas, Rosa de una manera mucho más relevante y madura). Tienen también, respecto a la cultura de la Segunda Internacional, una connotación particular y anómala. No se puede no mencionar las batallas teórico-políticas llevadas a cabo por Luxemburgo, primero contra Eduard Bernstein y sus propuestas revisionistas y reformistas, luego contra su propio ex-amigo Karl Kautsky, el influyente «papa rojo» del marxismo de la época; y más en general contra el progresivo acomodamiento del SPD, el Partido Socialdemócrata Alemán del cual ella era dirigente (habiendo elegido Alemania como su tierra de adopción), con una política que si bien el discurso seguirá siendo revolucionaria, en los actos seguirá en gran parte las indicaciones de Bernstein. Tampoco puedo extenderme sobre las posiciones del joven Gramsci, su opción «revolucionaria» en el viejo Partido socialista italiano y antes de la Revolución de octubre5. Más importante es recordar que tanto Luxemburgo como Gramsci trataron de sustraerse a la hegemonía cultural que el positivismo ejercía en la segunda mitad del siglo XIX y en los primeros lustros del XX sobre el marxismo de la Segunda Internacional, llegando, aunque de distinta forma, a posiciones de valoración de la subjetividad revolucionaria, frente a un objetivismo típico del positivismo y del marxismo positivista encarnado por Kautsky, entonces predominante también en Italia.
Luxemburgo y Gramsci se adhirieron a posiciones filosóficas y culturales diferentes de aquellas dominantes en la política de su tiempo. Luxemburgo, buscando acercarse a Marx, más que a los marxistas que se jactaban de su legado, llegaba a un planteamiento que György Lukács definiría como genuinamente «dialéctico», en tanto se diferenciaba de la categoría «totalidad», que le había permitido refutar, primero en la polémica con Bernstein, la ruptura del nexo entre acción cotidiana y prospectiva política, entre reforma y revolución6. Antonio Gramsci, inicialmente sometido a la influencia del neo-idealismo italiano y de las corrientes anti-positivistas de principios del siglo XX7, se acercará de manera gradual a una concepción abierta de la dialéctica, es decir, no necesariamente destinada a encontrar una síntesis, o una única síntesis posible8. Frente a esta concepción gramsciana de la historia como posibilidad, no le faltaron en Luxemburgo, aunque de manera menos notable que en otros marxistas de su tiempo, elementos típicos de la Segunda Internacional, como la convicción de la necesidad, del inevitable «derrumbe» del capitalismo y del advenimiento de una sociedad socialista. Sin embargo, tal «necesidad» no la llevaba a subestimar la importancia del elemento subjetivo. Para ella, «los hombres no hacen su historia según su propia fantasía, sin embargo la hacen por sí mismos. El hecho de tomar en consideración la tendencia del proceso histórico objetivo, no mitiga ni paraliza la activa energía revolucionaria», pero protege «de golpearse la cabeza contra un muro de forma inútil y desesperada»9. Por lo tanto, no es que Luxemburgo considerara que la «crisis» habría llevado a la superación del capitalismo, independientemente de la intervención revolucionaria del sujeto, sino que esta subjetividad revolucionaria habría sido producida principalmente por la crisis del capitalismo, más que por la acción organizativa y educativa de un partido revolucionario.
Un primer nudo: nacional-internacional
Un primer nudo crucial en el que nuestros dos autores tuvieron que detenerse en sus respectivos caminos teórico-políticos es el de la «cuestión nacional», del internacionalismo y también de la guerra. Problemas entrelazados, si se piensa que la Segunda Internacional se disuelve precisamente a consecuencia de la fidelidad de los partidos socialistas a sus respectivas alineaciones nacionales en relación a la Primera guerra mundial, Gramsci, ya desde el artículo de 1914 Neutralidad activa y operante10, se caracteriza por ser una de las voces que en el ámbito del socialismo y del marxismo subrayará la importancia de la cuestión nacional. El artículo en cuestión es fácil de descifrar, pero no se debe modificar, como se hizo entonces y también se ha hecho después, por el simple apoyo a posiciones intervencionistas. En cualquier caso, en los años sucesivos Gramsci se convierte en un periodista socialista convencido que escribiría mucho contra la guerra y sus partidarios11. Falta todavía en él una referencia fuerte a la teoría del imperialismo, que sostendrían muchos marxistas de la Segunda Internacional y también Luxemburgo, a nivel analítico con la previsión y el rechazo del inevitable conflicto entre las potencias capitalistas. La obra más importante de Luxemburgo, La acumulación de capital, de 1913, a pesar de ser criticada por los marxistas de aquellos años, sigue siendo uno de los principales trabajos teóricos de su tiempo. En uno de los raros casos en que Gramsci escribió sobre la «estructura del capitalismo» como «caracterizada en el momento actual por el predominio del capital financiero sobre el capital industrial», atribuirá esta tesis a todos los teóricos de la III Internacional (Lenin, Zinoviev, Bujarin, Rosa Luxemburgo, A. Panneckoeck, etc.)», señalando sin embargo la importancia del «volumen de Hilferding sobre el Capital financiero«12.
Llegando a la cuestión nacional propiamente dicha, debe recordarse que desde muy joven, ya desde finales del siglo XIX, Luxemburgo había juzgado que la cuestión había sido superada en gran parte por el propio desarrollo capitalista, lo que le llevó a polemizar con algunos marxistas contemporáneos, en particular con Lenin, tácticamente mucho más sagaz al evaluar la importancia de la cuestión nacional en el sentido común de las masas. Sin embargo, es importante tener en cuenta también que esta cuestión tomó forma en el pensamiento de la polaca Rosa Luxemburgo en estrechísima relación con la «cuestión polaca»: Polonia no era en ese momento un estado independiente, una parte de su territorio quedaba dentro del imperio zarista y la otra en el austrohúngaro. La posición de la autora no dependía solamente del planteamiento teórico general, según el cual la lucha de clases habría superado los conflictos entre las naciones (enfoque que también era propio, y en el que había una cierta dosis de abstracción, es decir, una preponderancia de los principios sobre la situación concreta, un planteamiento que constituía un rasgo característico de esta). La revolucionaria polaca partía de la convicción de que en ese momento el desarrollo económico de Polonia era totalmente dependiente del mercado ruso13. Por este motivo afirmaba que la independencia nacional polaca era un objetivo secundario. Se trataba de favorecer la lucha del proletariado polaco al mismo tiempo que a la clase obrera rusa, de quien conocía su potencial que habría llevado a la Revolución de 1905, para acercarse al objetivo común de una revolución y de un Estado socialista14.
También en Lenin tendrían mucho peso los elementos específicos del problema. Como revolucionario ruso, veía a los patriotas polacos sobre todo como aliados en la lucha contra el zarismo. Este era el origen de su posición y de su divergencia con Rosa. Por otra parte, el término «socialpatriota», utilizado por Luxemburgo para denominar a los socialdemócratas polacos que ponían en primer plano la cuestión de la unidad nacional (debe remarcarse en primer lugar al futuro dictador Pilsudski), será retomado y ampliamente utilizado por Lenin contra aquellos que, con motivo de la Primera guerra mundial, prefieran la solidaridad con su propia nación y con su propia burguesía nacional, la solidaridad internacionalista y de clase. No hay que olvidar que a partir de 1907 Lenin y Luxemburgo lideraron codo a codo una batalla común en el ámbito de la Internacional. Como recordará también Gramsci en 1924, con motivo del Congreso Internacional de Stuttgart, Lenin y Luxemburgo sostuvieron juntos una «moción sobre la actitud de la clase obrera frente a una guerra, una enmienda fundamental en la que se afirma que en caso de guerra imperialista, esta debería levantarse en armas para iniciar la revolución socialista»15. Durante la guerra mundial, bolcheviques leninistas y espartaquistas luxemburguianos estarían entre los pocos socialistas de izquierda que rechazaron con enorme determinación la sumisión de la clase obrera a los intereses de los respectivos países.
Por lo que concierne a Gramsci, a parte del artículo de 1914 mencionado anteriormente, hay un pasaje de los Cuadernos, en el que a propósito de «la situación internacional […] en su aspecto nacional» podemos leer:
Realmente la relación «nacional» es el resultado de una combinación «original» única (en cierto sentido) que en esta originalidad y unicidad debe ser comprendida y concebida si se quiere dominarla y dirigirla. Ciertamente el desarrollo va hacía el internacionalismo, pero el punto de partida es «nacional» y de este punto de partida es en el que hay que iniciar el movimiento. Pero la perspectiva es internacional y no puede ser de otra manera. Por lo tanto hay que estudiar exactamente esta combinación de fuerzas nacionales que la clase internacional deberá dirigir y desarrollar según la perspectivas y las directivas internacionales (C 14, § 68, Tomo 5, p. 156)16
En Gramsci, como en Lenin, hay una notable atención a la situación nacional en la que nos encontramos y actuamos, pero sin olvidar que para los marxistas revolucionarios la dirección en la que se debía proceder era la de la superación de las divisiones y las determinaciones nacionales. La «clase internacional», o sea el proletariado y su partido, deben poder ganarse el apoyo de las otras clases que permanecen (o mejor dicho: que ahora permanecen, porque hoy la situación es muy diferente) en un territorio nacional. Gramsci pone el ejemplo de los campesinos e intelectuales, que como clase permanecieron en un plano puramente nacional. La «clase internacional», el proletariado, «debe nacionalizarse», agrega Gramsci poco después, para la conquista de la hegemonía. Este elemento de las alianzas de clase y de su dimensión nacional, es mucho menos relevante en Luxemburgo. Indudablemente, este es un punto de diferenciación que debe tenerse en cuenta.
Más allá de esto, también es importante recordar que Lenin, Luxemburgo y Gramsci estarán unidos por una fuerte tensión internacionalista, por la común voluntad de superar, aunque Lenin y Gramsci de una forma más realista y gradual, la dimensión nacional, de hermanamiento de los explotados en una «futura humanidad» sin fronteras y sin mitos patrióticos.
Un segundo nudo: masa y partido
Un segundo punto de comparación entre Luxemburgo y Gramsci es el de la relación masa-partido. Para Luxemburgo, el partido debe arrancar necesariamente de las mismas masas, de sus luchas, organizando a los grupos de proletarios más conscientes que constituirán la vanguardia, pero que a su vez no deben anquilosarse en algo ajeno al mismo movimiento. La confianza que tiene la revolucionaria polaca en las masas es muy alta, y es relevante el carácter que su pensamiento da a su autogobierno, como única forma posible para la afirmación del socialismo. En un enunciado que se ha hecho célebre, aparecido en un artículo de 1904 en polémica con Un paso adelante, dos pasos atrás de Lenin, Rosa afirmaba: «los pasos en falso que da un verdadero movimiento obrero revolucionario son históricamente inconmensurablemente más fecundos y más fructíferos que la infalibilidad del mejor Comité central»17.
Luxemburgo tiene una peculiar concepción del sujeto revolucionario, que identifica en las masas y en su acción, más que en el partido. Dicho esto, hay que recordar que la revolucionaria polaca considera al partido útil y necesario, y que la concepción luxemburguiana no es realmente «espontaneísta», cómo se ha sostenido en diversas ocasiones. Ella piensa que la revolución no puede ser decidida y planificada en la mesa del partido revolucionario, pero no por ello considera superfluo a este. Ciertamente, para Luxemburgo «la iniciativa y la guía consciente de las organizaciones socialdemócratas tuvo un papel extremadamente modesto» en el proceso revolucionario18. Así, en el debate con Lenin sostendrá que el partido, pero creo que refiriéndose sobre todo al Partido Socialdemócrata Alemán, jugaba un papel importante, pero no determinante: solo las masas, impulsadas por la crisis, podían ser el sujeto real de la revolución.
En 1906, después de la experiencia histórica de la primera Revolución rusa, Luxemburgo explicaba su visión del proceso revolucionario: la «huelga de masas» que había marcado las luchas más avanzadas de aquellos años, no sólo en Rusia, no se entendía como un evento singular, sino como una secuencia de conflictos, de acciones de masas de varios tipos, que caracterizaban una situación destinada a confluir en la revolución19. Una situación pre revolucionaria en suma, que duraba en el tiempo y en espacio, y durante la cual las masas se auto organizaban creando sus propias instituciones de autodeterminación (los Soviets). Este estado de fuertes agitaciones no podía ser decidido previamente en una mesa20, o programado, pero una vez iniciado dicho proceso, también gracias al «trabajo de agitación que durante años ha llevado a cabo la socialdemocracia»21, el partido socialdemócrata podía conquistarlo y desempeñar un papel de dirección política22.
Muchas de las dudas de Rosa Luxemburgo sobre el rol revolucionario del partido y de su dirección vienen de la situación existente en Alemania durante la primera década del siglo XX, donde el «paquidermo» SPD era tan fuerte sobre el papel, como pasivo e inerte en la realidad. Igualmente, como es sabido, muchas de las tesis de Lenin sobre el partido, su papel de guía y su férrea organización, derivan de la situación en la operaban los bolcheviques en la Rusia zarista, país dominado por el régimen político más opresivo de su tiempo.
Debe decirse también, que si muchas de las afirmaciones de Luxemburgo sobre los límites del partido eran anteriores a la revolución de 1905, a partir de esta se reforzarían tales convicciones. En su opinión, los motines de 1905 habían proyectado al proletariado ruso a la vanguardia del socialismo europeo. No por mérito del Partido socialdemócrata de ese país (bolchevique o menchevique), sino por el mérito de las masas que se habían movido, se habían revelado y habían «inventado» los Soviets. Para Rosa Luxemburgo, ha revelado Lelio Basso, era la crisis económica, la crisis del sistema capitalista, quien crea de por sí las condiciones para la acción revolucionaria: aquí sin duda se corre el riesgo de subestimar la política, incluso antes que al partido, y seguramente también, la educación, la cultura en un sentido más amplio, en el sentido en que Antonio Gramsci ya planteara en un artículo de 1916, Socialismo y cultura23, considerándola fundamental para la preparación del proceso revolucionario, definiendo el iluminismo como la estación que había permitido derivar en la Revolución francesa. ¿Que determinará la revolución, que moverá a las masas? se pregunta en el fondo Gramsci ¿si no la acción educadora y de dirección del partido? Para Luxemburgo, en cambio, lo que cuenta realmente «no es tanto la disciplina y la educación, sino una acción de clase decidida, realmente revolucionaria, que sea capaz de ganarse y de arrastrar al número más amplio posible de masas proletarias no organizadas pero revolucionarias por su situación y disposición»24. Solo en esta «contingencia» emergerá la bondad del trabajo de preparación del proletariado, previamente realizado por la socialdemocracia, que le permitirá ser reconocida una vez se produzca la revuelta, como la guía de las masas revolucionarias, como su representación política. Por lo tanto, en Luxemburgo no estarán ausentes el partido y su trabajo de preparación y liderazgo, pero estos tienen ciertamente un papel menos importante que en otros teóricos revolucionarios, incluidos Lenin y Gramsci.
De cualquier modo, escribe Luxemburgo casi para evitar las acusaciones de que será objeto incluso por Gramsci en los Cuadernos, antes de la revolución, la socialdemocracia no deberá «esperar con los brazos cruzados» sino «adelantarse al desarrollo de las cosas y tratar de acelerarlo«25. Dos expresiones, que sin embargo son insuficientes y algo indeterminadas, que indican una cierta subestimación del papel de la organización política, de la cultura y de los intelectuales, factores que por el contrario son muy importantes para Gramsci. Es notoria la importancia que Gramsci dará a la educación y a la cultura ya desde el «periodo turinés»26: la necesidad de que los socialistas abrieran un «frente cultural» (junto al económico-social y al político) fue quizás la característica más importante de su posición y la de sus jóvenes amigos de la izquierda socialista en los años turineses, incluso antes del «bienio rojo».
Debe hacerse notar, que tanto Gramsci como Luxemburgo miraron con una fuerte simpatía al movimiento consejista que sacudió Europa después de la Revolución de octubre. Gramsci puede ser considerado además uno de los mayores teóricos del consejismo europeo. Entre los años 1919-1920, dedicará la mayor parte de sus energías a la organización de los Consejos obreros de Turín, a los que veía como un primer germen del deseado autogobierno obrero, mientras que por otra parte no dejaría de lamentarse por la desidia del Partido Socialista Italiano y por su incapacidad para ponerse a la cabeza de las luchas sindicales, para generalizarlas y crear un nuevo poder, un «orden nuevo». Partido y Consejos, vanguardia y órganos de autogobierno de las masas, ambos elementos están presentes tanto en Gramsci como en Luxemburgo. En ambos existe la convicción, sobre todo en los años del movimiento consejista europeo, de la necesidad de que las masas sean las protagonistas reales de la revolución27. Esta convicción era propia de todos los revolucionarios, incluso de Lenin, al menos hasta que el curso de los acontecimientos determinara el declive de los Soviets, tanto en Rusia como en el Occidente capitalista. Pero la importancia que tanto Luxemburgo como Gramsci daban a este aspecto a finales de 1910 es sin duda un rasgo común muy relevante.
Si bien el sovietismo representa un punto de innegable proximidad entre Luxemburgo y Gramsci durante el «bienio rojo», la importancia asignada al partido es parcialmente diferente entre ambos. Aunque en su célebre artículo Democrazia operaria, con el que se inicia como divulgador en Ordine Nuovo, Gramsci escribiría: «El partido debe continuar siendo el órgano de educación comunista, el hogar de la fe, el depositario de la doctrina, el poder supremo que armoniza y conduce a la meta a las fuerzas organizadas y disciplinadas de la clase obrera y campesina»28. Para el Gramsci turinés, resulta fundamental esta cuestión de la disciplina y de la autodisciplina del proletariado y de los revolucionarios. En buena parte nace de la cultura como capacidad de disciplinar al yo interior, a la que se refería en el citado Socialismo e cultura. La necesidad de disciplina se reafirma continuamente, por ejemplo en el único número del diario La città futura en 1917, convirtiéndose en un leitmotiv constante, referido no solamente a los individuos, sino a las masas proletarias. Para luchar victoriosamente contra la «disciplina despótica»29 del viejo orden, para Gramsci son necesarias la conciencia y la autodisciplina, temas que seguirán presentes en los Cuadernos. Los bolcheviques, por tanto, «han sido revolucionarios» porque «han instaurado un orden y una disciplina nuevos»30, escribe todavía en 1919. Igualmente, las Comisiones internas, los Consejos de fábrica, los Comités vecinales, debían crear una nueva disciplina: la «democracia obrera» (integrada junto a organizaciones equivalentes de campesinos), afirmaba Gramsci, deben dar «una forma y una disciplina permanente a las masas»31. Hay un enfoque diferente de esta cuestión entre Gramsci y Luxemburgo, si se compara con lo afirmado en Sciopero di massa, partito e sidicati antes citado. Más adelante, veremos cómo en sus Cuadernos Gramsci radicalizará su crítica sobre dicho escrito.
Frente a la Revolución de octubre
Antes de pasa a analizar lo que Gramsci escribiera sobre Rosa Luxemburgo en los Cuadernos de la cárcel, es útil reflexionar sobre cómo vieron la Revolución rusa y el estado que surgiría de ella estos dos autores La Revolución de 1917 tuvo un impacto muy importante sobre la vida y la maduración teórica de Gramsci. Desde los primeros comentarios a la Revolución de febrero, Gramsci vería en los hechos de Petrogrado una «revolución proletaria». Aquella visión de Gramsci de los acontecimientos de Rusia, al menos inicialmente, no estuvo exenta de errores de evaluación, debido en parte a la escasez de información y en parte a una excesiva confianza en la capacidad de regeneración moral del acontecimiento revolucionario32. «La libertad hace libres a los hombres», escribiría en 191733. Tales convicciones no estaban lejos de las de Luxemburgo. Sin embargo, al evaluar la Revolución rusa, sobre todo la Revolución de octubre, la revolucionaria polaca hacía uso de mayor madurez político-cultural y de un mayor conocimiento de la situación rusa. En 1917 era una dirigente y teórica madura, que conocía bien Rusia y que había tenido un conocimiento de primera mano de la revolución de 1905. En 1917 se encontraba presa por sus actividades contra la guerra, estuvo entre aquellos (este es un elemento que la une a Gramsci) que vieron ya a la Revolución de febrero como el inicio de una fase completamente nueva para Rusia y para el socialismo mundial. Pero mientras Gramsci estimó siempre positivamente la acción del partido guiado por Lenin y después operado por el gobierno bolchevique, Luxemburgo elaborará en la cárcel un escrito extremadamente crítico con la política de los bolcheviques en el poder, pero sin dejar de derivar su solidaridad hacia que la Revolución, hasta el punto de aceptar no hacerlo público para no dañar ni a Lenin y ni a sus compañeros. El texto se daría a conocer póstumamente en 1922 con el título La rivoluzione russa34.
A diferencia de Luxemburgo, Gramsci no vio ningún riesgo en la disolución de la Asamblea Constituyente a principios de 1918 y justificó esta medida sobre la base de la oposición entre el «modelo de representación directa de los productores» constituido por los Soviets y «un parlamento […] de tipo occidental», ahora ya superado»35. Sin embargo, supo ver las dificultades del «nuevo orden», ya que en marzo de 1918 escribirá con creciente realismo, «el pasado sigue existiendo […] es apremiante y quiere tomar venganza»36. Gramsci entendía que no era posible «la rápida creación de un nuevo orden», porque, agregaba, «no se crea una sociedad humana en seis meses, cuando tres años de guerra han agotado al país, lo han privado de los medios mecánicos para la vida civil. Millones y millones de hombres no se reorganizan en libertad así, simplemente, cuando todo es adverso»37.
Frente a Octubre, también Rosa Luxemburg se puso sin dudar al lado de la revolución bolchevique. De hecho, comenzaba su escrito de 1918 polemizando contra los mencheviques y sobre todo contra la socialdemocracia alemana (a los que acusaba de «cretinismo parlamentario»38), primero contra Kautsky, el cual consideraba que en Rusia no debía haber tenido lugar la revolución socialista, dado el atraso del país, y subrayaba los «nexos internacionales de esta revolución», el hecho de que dependía de la «revolución mundial del proletariado». La crítica de la autora era comprensiva, porque el partido de Lenin había sido «el único en Rusia que había sabido comprender los verdaderos intereses de la revolución […] el único partido que desarrolló una política verdaderamente socialista», que había proclamado y perseguido «con una coherencia de hierro» la única táctica que «podía salvar la democracia e impulsar la revolución»: «todo el poder a los Soviets»39.
No sería difícil encontrar aquí razones de fuerte consonancia con algunas de las afirmaciones gramscianas de 1917. Sin embargo, a diferencia de Gramsci, Luxemburgo reprochó a los bolcheviques tres decisiones tomadas después de la conquista del poder. Y son tres temas que plantean problemas de fondo, incluso si la autora, de acuerdo a su propio enfoque, da la impresión de afrontarlos haciendo abstracción del contexto histórico y entendiendo que el discurso sobre los principios es más importante que los problemas de contingencia y de táctica.
El primer punto concernía a la subdivisión de las tierras entre los campesinos pobres, que habría creado una amplia clase de campesinos propietarios destinada a convertirse en enemiga de una economía y de un Estado socialista basado en la propiedad colectiva40. La segunda crítica era contra «el derecho de autodeterminación de las naciones», con el que Lenin y Trotsky pretendían obtener el apoyo de Ucrania, Polonia, Lituania, etc., pero cuyo resultado había sido que las burguesías de estos grupos nacionales hubieran podido mantener una «política de contra revolución de clase»41. El razonamiento era similar al mantenido veinte o treinta años antes sobre la «cuestión polaca»: el patriotismo, las reivindicaciones que ponían en primer lugar a la nación, extinguían la lucha de clases. La tercera cuestión era relativa a la disolución de la Asamblea constituyente (expresión de los equilibrios políticos pre-revolucionarios), a la supresión del derecho de voto para algunas categorías sociales, sobre todo, escribe Luxemburgo, a la abolición «de las garantías democráticas más importantes de una vida pública sana y de la actividad política de las masas trabajadoras: libertad de prensa, derecho de asociación y de reunión, que han sido prohibidos para cualquier adversario del régimen soviético»42. La autora sostenía que era absurdo reservar la libertad política sólo para «los partidarios del gobierno, para los miembros de un único partido, sean estos tan numerosos como se quiera», porque «la libertad es siempre solamente la libertad de quien piensa de forma distinta»43. Por esto, si bien era justo disolver la vieja Asamblea desactualizada por los acontecimientos, era necesario elegir libremente una nueva Asamblea constituyente.
Luxemburgo no dudaba en escribir que contra el boicot al gobierno revolucionario por parte de la burguesía, las medidas de represión contra ellos «eran naturalmente obligatorias; privación de los derechos políticos, de los medios económicos de subsistencia, etc., para romper la resistencia con puño de hierro»44. Pero, una vez superados los momentos de emergencia, era necesario volver de inmediato a la plena vida democrática, teniendo muy clara la diferencia entre «el dominio de clase burgués», que «no necesitaba de la instrucción y de la educación política de las masas populares», y «la dictadura proletaria» para la que «esta era el elemento vital»45. Para Luxemburgo, los bolcheviques habrían pagado un precio altísimo. Ella escribe:
Sin elecciones generales, sin libertad ilimitada de prensa y de reunión, sin la libre lucha de opiniones, se muere la vida en todas las instituciones públicas, se convierte en una vida aparente donde la burocracia sigue siendo el único elemento activo […] unas pocas docenas de líderes del partido, de incansable energía e ilimitado idealismo, dirigen y gobiernan46.
Habría sido, concluía, «una dictadura, pero no la dictadura del proletariado, sino la dictadura de un puñado de políticos»47. Son tres objeciones relevantes. Respecto a la primera cuestión, debe considerarse que en 1917 los bolcheviques se habían hecho populares y que su revolución había gozado de un amplio favor de las masas gracias a dos consignas: «la tierra para los campesinos» y «la paz inmediata». También el segundo tema, el de la autodeterminación de las nacionalidades, entraba en el ámbito de las promesas hechas por los bolcheviques en un intento por obtener el apoyo de sectores no secundarios de la población del antiguo imperio zarista. Conquistado el poder, ¿deberían desatender las promesas hechas, renunciando al apoyo de la mayoría de la población? Los bolcheviques intentaron obtener y mantener el consenso, teniendo que luchar duramente contra las clases contra revolucionarias y los ejércitos blancos.
Sobre la relación entre democracia y socialismo, Luxemburgo no rechazaba, como Marx y Engels, como Lenin y Trotsky, como el mismo Gramsci, al menos como el Gramsci de aquellos años, la «dictadura del proletariado», entendida como el «puño de hierro» contra la burguesía que se oponía al poder de aquellos que representaban la gran mayoría de la población. Pero según la autora, el Estado socialista debía garantizar un clima político caracterizado por la máxima libertad de opinión, de debate, de prensa y de organización política, al menos para los partidos de las clases subalternas. Por cómo se desarrolló la historia del «socialismo real» durante las siguientes décadas, las críticas de Luxemburgo a las decisiones de los bolcheviques en materia de libertades políticas, sin duda parecen estar bien fundadas. Queda todavía por subrayar en su pensamiento, una excesiva confianza en las masas y en su capacidad de impregnar las instituciones. Se subestimaba el hecho de que los bolcheviques fueran una minoría en el país, incluso si tenían o habían tenido un amplio consenso en el momento de la toma del poder, pero siempre siendo susceptibles de ser revocados. La dureza de la guerra civil, alimentada por las potencias occidentales, habría hecho el resto. En el fondo, «los momentos de emergencia», no serían superados hasta 1921-1922. Esta mirada de Luxemburgo, que podríamos definir de présbita, es quizás comparable a la de Gramsci en las famosas cartas de octubre de 192648 sobre la lucha interna en el Partido Comunista Soviético. A pesar de esto, la preocupación democrática presente en el pensamiento de la polaca sigue siendo una advertencia fundamental en el ámbito del pensamiento socialista revolucionario del siglo pasado y una enseñanza siempre válida.
Reforma y Renacimiento
En los Cuadernos, Rosa Luxemburgo viene citada a propósito de dos cuestiones distintas, relacionadas con dos de sus escritos. El primero al que Gramsci hace referencia es de 1903 y se titula Estancamiento y progreso del marxismo49, citado en el § 31 del Cuaderno 3 (mayo-junio de 1930)50, y retomado en el § 70 del Cuaderno 11 (del 1932). En el artículo de Luxemburgo leemos, entre otras cosas, en relación a la «fortuna» de los diversos libros de El Capital, que «sólo en la medida en que nuestro movimiento entra en un estado más avanzado y se enfrenta a nuevas cuestiones prácticas, volvemos a recurrir a la reserva conceptual marxista»51. Gramsci traduce esta afirmación (leemos en la segunda redacción del Cuaderno 11 «con la exigencia de elaborar los conceptos más universales, las armas ideológicas más refinadas y decisivas» (del marxismo) en el momento en que «un grupo subalterno se vuelve realmente autónomo y hegemónico suscitando un nuevo tipo de estado» (C 11, § 70, Tomo 4, p. 349).
En el § 3 del Cuaderno 4 (mayo de 1930) Gramsci vuelve a citar el mismo escrito de Luxemburgo a propósito de una cuestión relacionada, así en el texto de segunda redacción (Cuaderno 16, del 1932) se lee entre otras cosas: «Sobre este tema hay que ver el ensayo de Rosa sobre los Progresos y las interrupciones en el desarrollo de la filosofía de la praxis, que indica como las partes constituyentes de esta filosofía se han desarrollado en distinta medida, pero siempre según las necesidades de la actividad práctica (C 16, § 9, Tomo 5, p. 261). Por lo tanto, la cuestión es la relación entre el marxismo y el desarrollo cultural y político de las masas, el problema de como el desarrollo de la filosofía de la praxis debe pensarse en relación a las tareas que progresivamente le surgen al movimiento obrero organizado, de como tal desarrollo debe estar estrictamente conectado con el de la filosofía difundida, no sólo «Renacimiento» sino también «Reforma» (Reforma protestante), por usar dos categorías gramscianas que también se mencionan a este propósito. Reforma y Renacimiento son de hecho el título de otra nota, la § 43 del Cuaderno 7 (noviembre de 1931) donde Gramsci afirma precisamente que por una parte «se trata […] de trabajar en la elaboración de una élite, pero este trabajo no puede ser separado del trabajo de educar a las grandes masas, es más, las dos actividades son en realidad una sola actividad y es precisamente eso lo que hace difícil el problema (recordar el artículo de Rosa sobre el desarrollo científico del marxismo y sobre las razones de su detenimiento); se trata, en suma, de tener una Reforma y un Renacimiento simultáneamente» (C 7, § 43, Tomo 3, p. 178).
Este desarrollo filosófico de las grandes masas es una preocupación que seguramente también tuvo Rosa Luxemburgo, por su idea de las masas como verdadero sujeto de la revolución. Hay aquí una problemática común, o una consonancia de fondo, entre Gramsci y Luxemburgo, aunque en Gramsci hay un enfoque más profundo en la relación entre el desarrollo de los grupos dirigentes (las élites, les llama) y los puntos álgidos de la teoría, de una parte, y el movimiento de masas y los subalternos en su lucha por convertirse en hegemónicos, de otra.
Espontaneidad y dirección consciente
El segundo escrito de Rosa Luxemburgo citado en los Cuadernos es Huelga de masas, partido y sindicatos, quizás su escrito político más significativo. Durante el «bienio rojo» Gramsci había mostrado empatía hacia este escrito luxemburguiano y su tesis según la cual «los movimientos y las agitaciones políticas son los factores determinantes más potentes de la compacidad y la solidaridad sindical»52. Todavía más afín será la referencia cuando un año después escribe:
Las tendencias sindicales de Ordine Nuovo son también un mito: simplemente nos equivocamos al creer que sólo las masas pueden realizar la revolución comunista, y no pueden llevarla a cabo ni un secretario de partido ni un presidente de la república a golpe de decreto; esta era también la opinión de Carlos Marx y de Rosa Luxemburgo y la de Lenin, que para Treves y Turari son sindicalistas anarquistas53.
Quizás se le escaparon al Gramsci turinés algunos elementos de diferenciación entre los diversos protagonistas del debate del socialismo internacional, o quizás no le parecieran tan importantes en relación a las grandes elecciones comunes de aquellos que habían roto con la tradición de la Segunda Internacional.
En cualquier caso, el juicio en los Cuadernos parece muy diferente y la valoración del documento de 1906 cambia drásticamente. ¿Qué ha ocurrido mientras tanto? De forma muy sintética podríamos decir que la revolución había sido derrotada en Occidente, porque el estado y la «sociedad de masas» de los países capitalistas avanzados habían demostrado ser muy diferentes de los de la Rusia de 1917. Este hecho imponía una reconsideración de las estrategias y de los métodos de lucha: una revolución del concepto de revolución, como Gramsci comienza a comprender a finales de 1924 (después de su estancia en Moscú y de un conocimiento mucho más profundo de Lenin y de la política de esa fase, caracterizada por la trama de la NEP y del «frente único»). En cambio, el ensayo de Luxemburgo, Huelga de masas, partido y sindicatos, le parece que pertenece a una fase y una concepción totalmente diferentes.
El escrito en cuestión es citado en dos notas del Cuaderno 7, la § 10 (noviembre de 1930) y la § 16 (diciembre de 1930)54. En la segunda nota Gramsci polemiza con «la famosa teoría de Bronstein sobre la permanencia del movimiento» (es decir, la teoría de la revolución permanente de Trotsky), añadiendo que «la teoría de Bronstein puede ser comparada con la de ciertos sindicalistas franceses sobre la huelga general y con la teoría de Rosa en el opúsculo traducido por Alessandri55: el opúsculo de Rosa y la teoría de Rosa han influido, por lo demás, a los sindicalistas franceses […] depende en parte también de la teoría de la espontaneidad» (C 7, § 16, Tomo 3, p. 157).
Como se puede comprobar, invierte su juicio en relación al de 1920. Se puede añadir que en su escrito, Luxemburgo había tomado explícitamente ciertas distancias del anarquismo y de la espontaneidad, sosteniendo incluso que la revolución rusa del 1905 había supuesto la derrota de estas tendencias56. Sin embargo, el mismo Gramsci había señalado en el Cuaderno 3 que «de la expresión espontaneidad pueden darse diversas definiciones» (C 3, § 48, Tomo 2, p. 51). La nota lleva por título Espontaneidad y dirección consciente y trata sobre su etapa en Ordine Nuovo cuando, escribía Gramsci, este elemento de espontaneidad «no fue olvidado y mucho menos despreciado: fue educado, fue orientado, fue purificado de todo aquello que siendo extraño podía contaminarlo, para hacerlo homogéneo, pero en forma viva, históricamente eficaz, con la teoría moderna» (ibíd., p. 53). Aunque no se menciona a Rosa, parece ser otro paso en que el pensador sardo (incluso en su temporada del Ordine Nuovo se distancia de la revolucionaria polaca sobre el tema de la relación entre las masas y el partido.
La referencia gramsciana a la teoría de la espontaneidad, al espontaneismo, se detalla en la primera nota de dos llamadas del Cuaderno 7, la § 10. La nota se titula Estructura y superestructura. Veamos el razonamiento del pensador sardo tal y como se desarrolla en el segundo borrador de la nota, que se encuentra en el Cuaderno 13 (mayo 1932 – noviembre de 1933):
A propósito de las confrontaciones entre los conceptos de guerra de maniobras y guerra de posiciones en el arte militar y los conceptos relativos en el arte político, debe recordarse el librito de Rosa traducido al italiano en 1919 por C. Alessandri (traducido del francés). En ese librito se teorizan un poco apresuradamente y también superficialmente las experiencias históricas de 1905: de hecho Rosa descuidó los elementos «voluntarios» y organizativos que en aquellos sucesos fueron mucho más difundidos y eficientes de lo que Rosa fue capaz de creer57 por cierto prejuicio suyo «economista y espontaneísta». Sin embargo, este librito (y otros ensayos de la misma autora) es uno de los documentos más significativos de la teorización de la guerra de maniobras aplicada al arte político. El elemento económico inmediato (crisis, etcétera) es considerado como la artillería de campo que en la guerra abría la brecha en la defensa enemiga, brecha suficiente para que las tropas propias hagan irrupción y obtengan un triunfo definitivo (estratégico) o al menos un éxito importante en la directriz de la línea estratégica. Naturalmente en la ciencia histórica la eficacia del elemento económico inmediato es considerada mucho más compleja que la de la artillería pesada en la guerra de maniobras, porque este elemento era concebido como poseedor de un doble efecto: 1) abrir la brecha en la defensa enemiga después de haber desorganizado y hecho perder la confianza en sí mismo y en sus fuerzas y en su futuro al enemigo mismo; 2) organizar fulminantemente a las tropas propias, crear los cuadros, o al menos poner los cuadros existentes (elaborados hasta entonces por el proceso histórico general) fulminantemente en su puesto de encuadramiento por las tropas diseminadas; 3) crear fulminantemente la concentración ideológica de la identidad del fin a alcanzar. Era una forma de férreo determinismo economista, con el agravante de que los efectos eran concebidos como rapidísimos en el tiempo y en el espacio; por eso era un auténtico misticismo histórico, la expectativa de una especie de fulguración milagrosa (C 13, § 24, Tomo 5, pp. 60-61).
La cita es larga, pero ilustra bien la divergencia estratégica entre Gramsci y Luxemburgo, tal y como la percibió Gramsci después de las derrotas de los años 2058. Ya hemos visto como en Huelga de masas, partido y sindicatos, la fusión de factores objetivos (económicos) y subjetivos (políticos) están más articulados y son más complejos de los que dicen los Cuadernos. Pero Gramsci había llegado a la conclusión de que la guerra de maniobras, la revolución insurreccionista del siglo XIX, había quedado atrás, al menos en los países más desarrollados, principalmente en Alemania, donde todavía se intentó en la década de los años veinte con resultados catastróficos. Esto se debe a que en los «Estados más avanzados», añade en la misma nota, «la sociedad civil se ha convertido en una estructura muy compleja y resistente a las irrupciones catastróficas del elemento económico inmediato (crisis, depresiones, etc.); las superestructuras de la sociedad civil son como el sistema de trincheras en la guerra moderna» (ibíd., p. 62). Además, detrás de las cuestiones de análisis y de estrategia, en las palabras de Gramsci brillaba también una divergencia con la concepción de la misma dialéctica: la posición de Luxemburgo viene representada como una concepción no dialéctica en la relación entre estructura y sobrestructura, caracterizada por una fuerte sobre-estimación del factor económico.
Las críticas que Gramsci dedica a Luxemburgo en los Cuadernos son particularmente duras, en parte poco generosas. En estos probablemente pesaba también el hecho de que, a mitad de los años veinte y muerto Lenin (a menudo un adversario, pero siempre respetuoso con la figura y la obra de la revolucionaria polaca), con la considerada bolchevización de los partidos comunistas, los juicios sobre Luxemburgo en toda la Tercera Internacional se habían vuelto cada vez más negativos. De cualquier modo, es determinante la profunda ruptura analítica y estratégica que Gramsci ve en relación a la autora del «folleto» de 1906, en el momento en que rediseña toda su concepción de la revolución a la luz de la teoría de la hegemonía, señalada en la sobreestimación de las consecuencias políticas de la crisis económica un error capital del movimiento revolucionario y del marxismo de su tiempo.
Traducción del italiano: Fernando Zamorano
1 Sobre la vida y el desarrollo del pensamiento de Luxemburgo, además de la biografía de P. J. Netti, Rosa Luxemburg [1968], Milán, Il Saggiatore, 1978, se ha tenido en cuenta sobre todo L. Basso, Introduzione a R. Luxemburg, Scritti politici, editado por L. Basso, Roma, Editori Riuniti, 1967, pp. 13-129. Permítaseme referirme también a mi Il pensiero político di Rosa Luxemburg. Una introduzione, en R. Luxemburg, Socialismo, democrazia, rivoluzione. Antologia 1898-1918, Roma, Editori Riuniti, 2018, pp. 7-48.
2 A. Gramsci, Carlo Liebknecht [18 de enero de 1919], en Il nostro Marx 1918-1919, a cargo de S. Caprioglio, Turín, Eunaudi, 1984, pp. 496-497.
3 Cfr. Por ejemplo A. Gramsci, Il partito comunista (I parte) [4 de septiembre de 1920], en L’Ordine Nuovo 1919-1920, a cargo de V. Gerratana y A.A. Santucci, Turín, Einaudi, 1987, p. 654.
4 A veces se hace referencia a los dos en el ámbito de las duras polémicas contra los socialdemócratas y los socialistas moderados no sólo italianos. Ver A. Gramsci, Il salvataggio dei mandanti [25 de julio de 1924]en Id., La costruzione del partito comunista 1923-1924, Turín, Einaudi, 1971, p. 196.
5 Permítaseme referirme a mi introducción a A. Gramsci, Masse e partito. Antología 1910-1926, editado por G. Liguiori, Roma, Editori Riuniti, 2016, pp. 9-28.
6 Cfr. G. Lukács, Rosa Luxemburg marxista, en Storia e conscienza di clase[1923], Milán, Sugardo, 1978. La misma pensadora polaca había afirmado considerar la dialéctica como la «roca sobre la que se asienta toda la doctrina del socialismo marxista» (R. Luxemburgo, Sciopero di massa, partito e sindicati [1906], en Ead, Socialismo, democracia, rivoluzione. Cit., p.185).
7 Cfr. C. Meta, Il soggetto e l’educazione in Gramsci. Formazione dell’uomo e teoria della personalità, Roma, Bordeaux, 2019.
8 Cfr. G. Prestipinio, Dialettica, en F. Frosini, G. Liguori (a cura di), Le parole di Gramsci. Per un lessico dei Quaderni del carcere, Roma, Carocci, 2004, pp. 55-73.
9 R. Luxemburgo, Sciopero di massa, partito e sindicati, cit., p.177.
10 A. Gramsci, Neutralità attiva ed operante[31 ottobre 1914], en Scritti (1910-1926), vol. 1: 1910-1916, a cura di G. Guida e M. L. Righi, Edizione nazionale degli scritti di Antonio Gramsci, Roma, Istituto della Enciclopedia Italiana fondata de Giovanni Treccani, 2019, pp. 12-22; e in Id., Masse e partito, cit., pp. 39-54.
11 Sobre Gramsci y la Segunda guerra mundial cfr. L. Rapone, Cinque anni che paiono secoli. Antonio Gramsci dal socialismo al comunismo (1914-1919), Roma, Carocci, 2011.
12 A. Gramsci, El informe Tasca y el Congreso de la cámara de comercio de Turín[5 junio 1920] en l’Ordine Nuovo 1919-1920, cit., p. 541. Debe agregarse una carta escrita en Viena a comienzos de 1924 en que Gramsci, hablando del proyecto de una nueva revista teórica, asumía y encargaba al economista y dirigente comunista Antonio Graziadei un artículo sobre «La acumulación del capital según Rosa Luxemburgo» (A. Gramsci, Carta a Urbani del 13 de enero de 1924 en Lettere 1908-1926, Turín, Einaudi, 1992, p. 175).
13 Tal argumento está presente en su tesis doctoral, escrita y defendida en Suiza en 1897 y publicada al año siguiente.
14 El nexo entre la cuestión polaca y la cuestión nacional se puede encontrar en R. Luxemburgo, Prefazione a «La quiestione polacca e il movimento socialista« [1905], en Socialismo, democracia, rivoluzione, cit., pp. 145-180, que se centra en sus posiciones y sus controversias de la década anterior.
15 A. Gramsci, Vladimiro Ilic Ulianof, en L’Ordine Nuovo (terza serie), marzo 1924.
16 Referencia a los Cuadernos de la cárcel, directamente al texto, introducido por la letra C. seguida del número de cuaderno, el párrafo, el tomo de la edición y la página, debe ser entendido como relativo a A. Gramsci, Cuadernos de la cárcel, edición crítica a cargo de V. Gerratana, México, Editorial Era, 1999.
17 R. Luxemburgo, Problemi di organizzazione della socialdemocracia russa [1904], en Socialismo, democrazia, rivoluzione, cit., p. 144.
18 Ivi, p. 132.
19 R. Luxemburgo, Sciopero di massa, partito e sindicati, cit., p. 216.
20 Ivi, p. 188.
21 Ivi, p. 193.
22Ibidem.
23 A. Gramsci, Socialismo y cultura [29 de enero de 1916], en Scritti (1910-1926), vol. 1: 1910-1916, cit., pp. 128-133; y en Masse e partito, cit. Pp. 55-58.
24 R. Luxemburgo, Sciopero di massa, partito e sindicati, cit., p.236. Incluso en sus últimos días de vida, la revolucionaria polaca repetirá que los proletarios «se educarán arrojándose a la acción» (R. Luxemburgo, Discurso sul programma [31 de diciembre de 1918], en Scritti politici, cit., p. 630), En el mismo escrito, sin embargo, Luxemburgo reconoce también la necesidad de cierta educación, en el sentido que los trabajadores debían al menos ser conscientes de las tareas estatales que debían tener los Consejos obreros.
25 R. Luxemburgo, Sciopero di massa, partito e sindicati, cit., p. 238.
26 Cfr. A. d’Orsi, Gramsci. Una nuova biografia. Nuova edizione rivista e accresciuta, Milan, Feltrinelli, 2018, 2018, pp. 112.
27 Cfr. Sobre esto, al comienzo del párrafo Spontaneità e direzione consapevole, sobre algunos juicios gramscianos en consonancia con las posiciones de Luxemburgo.
28 A. Gramsci, Democrazia operaria [21 de junio de 1919], en Masse e potere, cit., p. 167.
29 A. Gramsci, Utopia [20 de julio de 1918], ivi, p. 139.
30 A. Gramsci, La taglia della storia [7 de junio de 1919], ivi, p. 160
31 A. Gramsci, Democrazia operaria, cit., p. 168.
32 Sobre esta cuestión se puede consultar mi Gramsci e le due rivoluzioni russe del 1917, introducción a A. Gramsci, Come alla volontà piace. Scritti sulla Rivoluzione russa, Roma, Castelvecchi, 2017, pp. 5-23.
33 A. Gramsci. Note sulla rivoluzione russa [29 de abril de 1917], en Scritti (1910-1926), Vol. 2: 1917, a cargo de L. Rapone, con la colaboración de M. L. Righi y la contribución de B. Garzarelli, Edición naciona de los escritos de Antonio Gramsci, Roma, Istituto della Enciclopedia Italiana fundada por Giovanni Treccani, 2015, p. 256; y en Come alla volontà piace, cit., p. 36.
34 Cfr. R. Luxemburgo, La rivoluzione russa [1918], en Socialismo, democrazia, rivoluzione
35 A. Gramsci, Costituente e Soviety, [26 de enero de 1918], en Masse e potere, cit., p. 63.<
36 A. Gramsci, Un anno di storia, [16 marzo de 1918], ivi, p. 75.
37Ibidem.
38 R. Luxemburgo, La rivoluzione russa, cit., p. 279.
39 Ivi., p. 275.
40 Cfr. Ivi, p. 282.
41 Ivi., p. 285.
42 Ivi., p. 296.
43 Ivi., p. 297.
44 Ivi., p. 290 .
45 Ivi., p. 297.
46 Ivi., p. 299.
47Ibidem.
48 Cfr. Il carteggio Gramsci-Togliatti dell’ottobre 1926 [1926], en A. Gramsci, Masse e partito, cit., pp. 350-365.
49 Cfr., en el Aparato crítico de A. Gramsci, Quaderni del carcere, cit., la nota 3 a p. 2583.
50 Sobre la datación de los Cuadernos, a partir de ahora, cfr. G. Cospito, Verso l’edizione critica e integrale dei Quaderni del carcere, in Studi storici, 2011, n. 4, pp. 896 ss.
51 R. Luxemburgo, Ristagno e progreso nel marxismo [14 de marzo de 1903], en Scritti scelti, a cargo de L. Amodio, Turín, Einaudi, 1975, p. 229.
52 A. Gramsci, Verso nuove istituzioni. Postilla [30 de agosto de 1919], en L’Ordine Nuovo 1919-1920, cit., p. 191.
53 A. Gramsci, Cronache dell’ «Ordine Nuovo« [9 de octubre de 1920], ivi, p. 704.
54 Cabe señalar que los juicios de Gramsci son anteriores a la dura intervención de Stalin contra el legado político-teórico de Luxemburgo, que se remonta a 1931, y que causó una mayor obnubilación de la memoria de la revolucionaria polaca. Stalin había colocado a Luxemburgo entre los «precursores ideológicos de Trotsky», en Storia del marxismo, Vol. II: Il marxismo nell’està della Seconda Internazionale, Turín, Einaudi, 1979. P. 325).
55 Gramsci tiene presente la primera traducción italiana del libro de Rosa Luxemburg: Lo scioero generale. Il Partito e i sindicati, prefacio de C. Alessandri, Milán, Casa Editrice Avanti!, 1919.
56 R. Luxemburgo, Sciopero di massa, partito e sindicati, cit., pp. 183-186.
57 En realidad, en el escrito de Luxemburgo hay un cierto reconocimiento del papel de los socialdemócratas en la primera revolución rusa, tanto en su preparación (en sentido general e indirecto) como en su desarrollo, pero, ella afirma, «la socialdemocracia […] ciertamente participa en la revolución, pero no la hace» (ibíd., p. 201). Gramsci no tiene el «texto» en la prisión y lo cita de memoria.
58 En Alemania, a las fallidas insurrecciones de 1921 y 1923 se sumó el crecimiento y después la toma del poder del nazismo, debido a la larga crisis de los años veinte y treinta, y también a una lectura incorrecta y a las vanas esperanzas «economicistas» y revolucionarias de los comunistas frente a ella.
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