Una conferencia inédita de Manuel Sacristán sobre Giordano Bruno y Galileo Galilei
Manuel Sacristán Luzón
Hace algo más de cuarenta años, el 13 de febrero de 1967, Manuel Sacristán Luzón (1925-1985) impartió una conferencia en la Residencia (o Escuela) San Antón con el título “Bruno y Galileo: creer y saber”. Existen dos esquemas muy similares de su intervención depositados en Reserva de la Biblioteca Central de la Universidad de Barcelona. Se incorporan aquí los textos seleccionados por el propio Sacristán para acompañar su intervención.
Sacristán participó con un breve escrito, fechado el 3 de diciembre de 1967, en una revista de los estudiantes de Filosofía de Barcelona. Su texto llevaba por título: “Un problema para tesina en filosofía”. Ha sido reimpreso en Papeles de filosofía. Icaria, Barcelona, 1984, pp. 351-355. El lector hará bien en repasarlo como complemento de esta conferencia.
No era la primera que Sacristán se aproximaba a la figura de Galileo. Una de sus conferencias más recordadas, dictada en la facultad de Medicina de Barcelona en 1964, llevó por título: “Detrás de una medición de Galileo” (el esquema de su intervención se conserva igualmente en Reserva de la Biblioteca Central de la UB, Fondo Sacristán). De hecho, Sacristán hizo diversas y documentadas referencias a Galileo en sus clases de “Fundamentos de Filosofía” tras su vuelta de la Universidad de Münster, y en sus apuntes editados de 1956-57 y 1957-58 hay diversas referencias a la obra y al método galileanos.
Tiene interés recordar algunas aproximaciones de Sacristán a la obra de Galileo Galilei:
Un apunte de Sacristán de las clases de Metodología de las ciencias sociales 1983-1984 (pp. 10-12) en torno al papel de la experiencia (o de los experimentos) en la contrastación de las teorías científicas que, obviamente, no intenta defender la creencia de que todo trabajo teórico elaborado y artificioso es bueno per se, independiente de toda empiria, pero sí hacer plausible la tesis de que el rechazo de una construcción teórica por su carácter rebuscado, artificioso o sofisticado puede tener efectos paralizadores. El ejemplo dado por Sacristán toma el caso de Galileo como ilustración:
Varios físicos de la universidad del París del siglo XIV, y belgas, habían llegado prácticamente a nociones que serían poco tiempo después características de la nueva física. Por ejemplo, la noción de inercia (que no llamaban inercia, la llamaban “impetus”, pero la noción es muy análoga). Era la idea -completamente nueva, revolucionaria entonces, y contrapuesta a la física antigua y medieval- de que el estado de movimiento era una cosa tan natural como el estado de reposo, de que un cuerpo en movimiento puede seguir indefinidamente en ese estado -que es la base de la idea de la inercia, que el cuerpo permanezca en su estado sea cualquiera ese estado del principio y dejando aparte cuestiones de roce, etc. Esos físicos del XIV (Nicolás de Oresme, Buridán) llegaron a esa idea simplemente por crítica de la teoría del movimiento antiguo, de la teoría del movimiento mecánico aristotélico y escolástico. Por ese camino llegaron a deducciones ya galileanas. Por ejemplo, muy cerca de la ley de caída libre de los graves, que es quizá el punto angular del nacimiento de la ciencia moderna, la tesis de Galileo según la cual en el vacío todos los cuerpos, cualesquiera que sea su densidad, caen a la misma velocidad.
Los físicos parisienses del siglo XIV llegan a resultados muy parecidos y a cálculos sobre la base de esta idea de “impetu” (esta premonición de la idea de inercia), pero su aparato experimental les arroja constantemente una diferencia de resultados empíricos respecto de los resultados previstos por la teoría, y entonces, muy sensibles al carácter artificioso de la teoría, se atienen al dato numérico obtenido empíricamente y renuncian a la teoría que estaban desarrollando. Eso ocurre en el XIV, desde 1340 hasta 1400.
Dos siglos más tarde, prosigue Sacristán, cuando el mismo Galileo desarrolla la ley también observa discrepancias entre los datos empíricos y los calculados a partir de la teoría, pero éste considera “que esas discrepancias serán fruto de factores que intervienen y que él no controla; en vez de sentir la teoría como artificiosa la siente como esencial, puesto que es una teoría deductiva y cuantificable, para él -que cree más o menos místicamente en la naturaleza matemática del universo- tiene todas las seguridades, y si los datos de los sentidos y las mediciones empíricas no concuerdan exactamente, será que las mediciones tienen algún defecto.
Esta conciencia teórica llega hasta el extremo de que cuando un gran físico tradicional, un físico escolástico, un dominico, repite las mediciones de Galileo (la caída por el plano inclinado de las bolas de plomo, de mármol, de madera) y no le sale el mismo resultado y escribe a Galileo diciendo que ha repetido su experimento y no sale (tiene una discrepancia), Galileo ni siquiera se digna contestar. Encarga la contestación a un discípulo, Toscanelli, el cual escribe una carta, una breve carta, que puede que suene como una provocación maleducada pero que lleva dentro toda la idea de teoría. Es una sucinta carta que dice: “si sus bolas de plomo, de mármol, de madera, de hierro, no cumplen la ley del señor Galileo, peor para ellas”.
Se pregunta entonces Sacristán: ¿qué es lo que hay por debajo de esta impertinencia? La convicción de que lo que importa realmente es la teoría. “La convicción teórica y el reproche a este hombre de no haber entendido eso, de no haber entendido que lo esencial es el lado explicativo de la teoría, que las discrepancias empíricas no son mayores que con la teoría anterior. Al contrario -esto está empíricamente a favor de los galileanos-, sus discrepancias eran de todos modos menores, su margen de error, y su margen de diferencia en resultado teórico y resultado empírico era una diferencia menor que con la teoría anterior, la teoría aristotélica que proponía que cada cuerpo cayera a una velocidad proporcional a su densidad, o sea su peso; esa teoría es más discrepante de la realidad como es obvio”.
Conclusión: si muchas veces la especulación teórica puede ser, sin duda, ociosa e incluso vacía, en otras, en cambio, rechazarla por su aparente artificiosidad o sofisticación puede tener efectos paralizadores.
Sacristán remataba su argumento recordando la postulación fuertemente especulativa de Pauli, sin anclaje experimental, de la existencia del neutrino para “salvar” el principio de conservación de la energía (Puede completarse este anotación con el anexo “Ficha para la proyección del ‘Galileo”).
En cuanto a Giordano Bruno, esta breve selección de textos de Sacristán:
I) Pie de página (1970)
Giordano Bruno, defensor del heliocentrismo y de otras doctrinas condenadas por la Iglesia católica, fue quemado vivo el año 1600 en la plaza del Campo dei Fiori (Roma).
II) Creer y saber (1967)
La contraposición entre saber y creer es un viejo tema filosófico. En el curso de los estudios de filosofía se tropieza con él varias veces (…) y, luego, probablemente (aunque eso depende de cómo conciba el profesor la filosofía moderna) en quinto, al hablar de Bruno y Galileo. Las conductas de Bruno y Galileo encarnan de un modo ya suficientemente moderno la contraposición entre creer y saber. Por eso uno de los tratamientos más típicos de este tema en este siglo (el de Jaspers en Der philosophische Glaube (La creencia filosófica) Zürich 1947) arranca de una comparación entre esos dos grandes perseguidos. “Giordano Bruno creía y Galileo sabía. Externamente se encontraban los dos en la misma situación. Un tribunal de la Inquisición exigía bajo amenaza de muerte la abjuración. Bruno estaba dispuesto a retractarse de muchas proposiciones, pero no de las que eran decisivas para él: murió de muerte de mártir. Galileo renegó de la doctrina de que la Tierra gira alrededor del Sol (…)”. (Jaspers, op. cit., p. 9)…
Por otra parte, no está an absoluto claro que las verdades objetivas no produzcan jamás esfuerzo moral: Copérnico y Galileo no han muerto, como Bruno, en la hoguera, pero han luchado y sufrido por verdades así. Y es que, al no haber demostrabilidad absoluta, también es necesaria una decisión para imponerse el modo de pensar -y aún más el de vivir- racional. Puede, por cierto, observarse de paso que la tajante contraposición de Jaspers no alcanza tampoco el caso de Bruno. Uno de los estudiosos de Bruno que gozan de más prestigio, Rodolfo Mondolfo, ha argüido convincentemente que el mártir estaba dispuesto a abjurar precisamente de sus tesis teológicas, no de las cosmológicas, y que fue la fidelidad a estas últimas tesis, filosóficas, en general, la que le costó la vida…
La contraposición saber-creer esconde, en realidad, la contraposición verdadera que es la que se da entre la creencia racional y la irracional. Es verdad que “racional” es un adjetivo muy problemático que no ha recibido aún aclaración satisfactoria y que acaso no la reciba nunca, sino que sea una de esas nociones reguladores a las cuales no podemos sino acercarnos asintóticamente, según la útil metáfora de Engels. Pero aun en este caso es un hecho que este movimiento asintótico ha recorrido bastante camino, como “prueba” el que “racional” mismo, o más frecuentemente, “plausible”, sean términos aplicados a expedientes utilizados con éxito heurístico en disciplinas tan constrictivas como la matemática, por no hablar ya de las ciencias empíricas naturales y sociales.
III) Hipótesis matemáticas e heliocentrismo (1960)
Los teólogos que quemaron a Bruno -el hombre que, con escasa prudencia positivista, infería de los hechos explicados por Copérnico la posibilidad de otros mundos habitados- habían descubierto desde hacia ya tiempo la forma de esterilizar la razón y la experiencia por medio de la castración positivista: como es sabido, hasta que la crisis estalló ya indisimuladamente con los casos de Bruno y Galileo, la Iglesia permitió la enseñanza de la astronomía heliocéntrica sólo como una “hipótesis matemática”, sin significado físico. Con este inocente estatuto epistemológico, el copernicanismo fue enseñado durante el siglo XVI en Universidades tan poco sospechosas de cientificismo moderno como las españolas de la época, lumbreras de Trento.
Referencias: I. Antología Gramsci, p. 230, n. 98. II. “Un problema para tesina de filosofía”, Papeles de filosofía, pp. 351-354. III.“Tres notes sobre l´aliança impia”, Horitzons 2, p. 15.
El siguiente es, pues, el esquema desarrollado de la conferencia impartida por Sacristán en 1967 en torno a Bruno y Galileo, y a las nociones de creencia y saber.
*
0.
1. Esta intervención aislada [de 45 minutos] en un curso de tantas lecciones como el que están dando ustedes no puede proponerse hacerlo adelantar, contribuir directamente al mismo. Por el contrario, sólo puede ser un paréntesis dentro de él.
2. Ocupa ese paréntesis un tema que es un lugar común de la historia de la filosofía y del pensamiento científico: es corriente poner a Bruno y a Galileo como ejemplos, respectivamente, del saber y el creer1.
2. La forma más reciente y difundida de ese lugar común es la que le ha dado Jaspers en Der philosophische Glaube [La creencia filosófica], 1948:
“Giordano Bruno creía y Galileo sabía. Externamente se encontraban los dos en la misma situación. Un tribunal de la Inquisición exigía bajo amenaza de muerte la abjuración. Bruno estaba dispuesto a retractarse de muchas proposiciones, pero no de las que eran decisivas para él; murió de muerte de mártir. Galileo renegó la doctrina de que la Tierra gira alrededor del Sol; y se inventó luego la aguda anécdota según la cual Galileo habría murmurado a continuación las célebres palabras: “Y sin embargo se mueve” “ (Jaspers, K., Der philosophische Glaube, Zurich 1947, pp. 9-10).
I.
0. La comparación tópica de Bruno con Galileo se basa en la semejanza supuesta entre las situaciones y la contraria resolución de las mismas por ambos personajes. Vale la pena examinar ambos supuestos.
1. La semejanza de la situación externa, como la llama Jaspers, es a primera vista llamativa:
1.1. Ambos, Galileo y Bruno, han tenido previas dificultades con la Inquisición:
1.1.1. Galileo por el Decreto de 24-II-1616, que declaraba “absurda y falsa en filosofía, y por lo menos errónea en la fe» la tesis copernicana.
1.1.2. Bruno desde que huyó, colgando los hábitos dominicos, del proceso de 1576 -para caer en el proceso calvinista de 1579.
1.2. Ambos han creído haber superado esas primeras dificultades por estar fuera del territorio pontificio.
1.2.1. Bruno en Venecia, ante cuya Inquisición consigue defenderse discretamente.
1.3. De tal modo que durante años han creído poder salirse en paz
1.3.1. Galileo durante los años que van del Edicto de 1616 hasta la publicación del Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo (febrero de 1632).
1.3.2. Bruno durante sus 9 años de cárcel (1592-1600).
1.4. En cuanto a las tesis condenadas de uno y otro, la coincidencia es profunda, aunque no es identidad.
1.4.1. En Galileo se trata de la inmovilidad del Sol y el movimiento de la Tierra en torno suyo.
1.4.2. En el caso de Bruno, el proceso es menos conocido porque los documentos siguen siendo secretos. Se sabe que eran ocho tesis principales, pero sólo se conocen exactamente cuatro:
1.4.2.1. El repudio del dogma de la Transubstanciación (Borrador de sentencia del 8-II- 1600).
1.4.2.2. La herejía novaciana (Sumaria del 24-VIII-1597).
1.4.2.3. La pluralidad de los mundos (Sumaria del 24-III-1599)
1.4.2.4. El alma-piloto (Sumaria del 24-VIII-1597).
1.4.3. La tesis de la pluralidad de los mundos está emparentada con la heliocéntrica, es consecuencia de la obra del “magnánimo Copérnico”2.
2. La contradictoria actitud:
2.1. La abjuración de Galileo
Yo, Galileo Galilei, antedicho, he abjurado, jurado, prometido y me he obligado como queda dicho; y en fe de la verdad, con mi propia mano he firmado la presente cédula de abjuración y la he recitado palabra por palabra en Roma, en el convento de la Minerva, este día 22 de junio de 1633. Yo, Galileo Galilei, he abjurado como queda dicho, de mi propia mano.”
2.2. La actitud de Bruno
[Bruno ante los jueces
– “Ch´i cadrò morto a terra ben m´accorgo;
Ma qual vita pareggia al morir mio?” (Transillo).
– “Majori forsitan cum timore sententiam in me fertis quam ego accipiam”].
II.
1. La heterogeneidad de las actitudes finales de los dos ha sido el fundamento de la distinción tópica entre el creer del uno y el saber del otro.
1.1. La verdad de Galileo no sufriría por abjuración.
1.2. La de Bruno sí.
“Esa es la diferencia: una verdad que sufre por la abjuración, y una verdad cuya abjuración no la afecta. Ambos hicieron algo adecuado al sentido de la verdad que representaban” (Jaspers, K: Der ph. Gl., p. 10).
2. Llegados a este punto hay que ponerse en guardia porque el filósofo nos esté deslizando, sin que nos demos cuenta acaso, una doctrina de la verdad que quizá no estemos obligados a aceptar. Con ella además -y esto es lo más grave- va a introducir a priori un concepto de creencia3 y otro de saber. No habrá investigación, ni siquiera honrada fijación convencional de esos términos. (Este es el vicio característico de la filosofía clásica).
3. En efecto, a continuación escribe Jaspers
“La verdad de la cual vivo no es sino en la medida en que me identifico con ella; es histórica en su aparición, no es universalmente válida en su formulabilidad objetiva, pero es incondicionada. La verdad cuya corrección puedo probar subsiste sin mí; es universalmente válida, atemporal, pero no incondicionada, sin más bien vinculada a presupuestos y métodos del conocimiento en conexión con lo finito. Sería inadecuado querer morir por una verdad que se puede probar” (Jaspers, K., Der ph. Gl, p. 10).
4. Esa doctrina parece clara, pero no lo es y hay mucho que decir:
4.1.1. Hasta Einstein, no ha habido ‘prueba’ física del heliocentrismo. Y la prueba supone muchos conceptos teóricos.
4.1.2. La ley, de caída libre de los graves no se ha demostrado ni se “demostrará» nunca en el sentido de Jaspers. El caso Cremonini.
4.1.3. El criterio de racionalidad no es la demostrabilidad, sino la práctica crítica intersubjetiva, colectiva.
4.2.1. No está en absoluto claro que verdades objetivas (pero que no son “demostrables» en el tranquilizador sentido de Jaspers) no necesiten ni merezcan, ni de hecho produzcan, el esfuerzo personal.
4.2.1.1. Copérnico y Galileo no han muerto, pero han luchado y sufrido.
4.2.1.2. Y es que, al no haber demostrabilidad absoluta, también es necesaria una decisión para imponer el modo de pensar -y aún más de vivir- racional. Se puede no poder vivir sin cientificidad, y éste va a ser el caso cada día más.
4.3. Por último, en el caso concreto de Bruno, la tesis no aclara los hechos: las verdades por las que es oportuno morir, tal como las describe Jaspers -y tal como las concibe, en general, el tópico son propiamente verdades de fe. Deberían ser las proposiciones teológicas de Bruno.
4.3.1. Ahora bien: Bruno estaba dispuesto, en Venecia y luego en Roma, a abjurar precisamente de sus tesis teológicas. Uno de los mejores conocedores de Bruno, Rodolfo Mondolfo, ha explicado del modo siguiente el cambio de Bruno en la fase final de su proceso:
«Ignoramos sí entre las restantes cuatro proposiciones heréticas había otras de contenido netamente filosófico; sin embargo, las dos mencionadas eran de importancia capital en la filosofía de Bruno; especialmente la pluralidad de los mundos, que mientras podía preocupar a sus jueces por implicar aún problemas teológicos (como el de la Encarnación que tendría que realizarse en cada uno de los mundos innumerables), significaba para él las doctrinas filosóficas de la infinitud y unidad universales y de la correspondencia entre potencia y acto divinos…
Lo cual explica la sensación inmediata que tuvo Bruno de una diferencia sustancial entre el tribunal romano y el véneto, a cuyas exhortaciones a retractarse había accedido. El tribunal véneto le exigía únicamente una retractación sobre el terreno de la fe religiosa, a la cual podía someterse en virtud de su convicción y afirmación constante de la misión práctica (moral y social) de la religión. En cambio el tribunal romano le pedía además un repudio de su misma filosofía, por considerarla condenada por toda la tradición católica, y sobre este terreno él no podía retractarse sin renegar de todo lo que había tomado más a pecho» (Rodolfo Mondolfo, Tres filósofos del Renacimiento, Buenos Aires, 1947, p. 31).
4.4. La situación resulta todavía mucho más complicada si se tiene en cuenta que aquí no puede recurrirse a una distinción tajante entre ciencia positiva y filosofía: en la época – también para Galileo- ciencia es filosofía y viceversa.
4.5. Con todo eso no se trata de negar la diferencia entre Galileo, que es un gran científico, y Bruno, que no lo es.
4.6. Pero es evidente que hay que revisar la tesis, aparentemente tan clara, de las dos verdades heterogéneas.
III.
1.1. La demostrabilidad es interna al sistema científico teórico, más o menos teórico, por lo demás.
1.1.1. Y la relación a presupuestos y métodos también.
1.2. Pero la decisión de hacer ciencia y creerla en algún sentido, considerándola básica para la conducta, es externa a todo eso. Por tanto, tan incondicionada como cualquier otra.
1.3. Lo mismo vale para el sentido común razonable. La frase de Einstein4 sobre la bomba.
1.4. Por tanto, también el comportamiento racional, o incluso el científico, se basa en creencia. Sólo los teoremas formales son ajenos a la creencia, pero en cuanto tales carecen de significación.
2.1. La contraposición (jaspersiana, por ejemplo) saber-creer esconde la verdadera: creencia racional-creencia irracional. Es verdad que «racional’ es muy problemático y no ha recibido aún aclaración, ni quizá la reciba nunca del todo, y sea asintótico. Lo cual haría más sólida esta argumentación. Pero la tesis contraria es peor:
2.2. La falsa contraposición es ideológica:
2.2.1. Construye un concepto de saber idealizado y falso, por extrapolación al exterior del sistema de lo que es interior (no hay saber racional, hay conocimiento racional).
2.2.1.1. De este modo hace creer que es inadecuado comprometerse y luchar por verdades racionales, porque la seguridad de éstas sería obvia: cosa, como hemos visto, falsa.
2.2.1.1.1. El teorema es certeza interna al sistema. La aplicación del teorema es asunto tan moral como la de dogmas. Por eso hay responsabilidad moral del científico.
2.2.2. Y así puede contraponerle una creencia absoluta y personal
2.2.2.1. Que no puede existir más que renunciado a la crítica.
2.2.2.2. Y sería accesible por otros supuestos procedimientos (el método filosófico, etc.) que no existen sino con la misma condición.
2.2.3. Todo lo cual tiene una función conservadora de la irracionalidad de la cultura, al hacer de la conducta racional algo de resultados tan claros y obvios cuanto sin importancia.
3.1. Ahora bien: por debajo de todas las diferencias, Galileo y Bruno coinciden en afirmar precisamente la conducta racional y crítica, frente a la autoridad, la tradición y el lugar común.
3.1.1. Galileo lo dice con su hermoso estilo tranquilo de trabajador de la razón. Tan contrario a toda autoridad que hasta desconfía de la suya propia.
“Mi inquieto espíritu no puede evitar el ir dando vueltas como rueda de molino y con gran gasto de tiempo, porque el último pensamiento que se me ocurre a propósito de alguna novedad me hace mandar al agua todos los descubrimientos anteriores”
3.1.2. Bruno con la violencia del propagandista:
“No valga como argumento ninguna autoridad de varón, por excelente e ilustre que sea”
“Es inicuo sentir por obediencia a otro, es mercenario, servil y contrario a la dignidad de la libertad humana sujetarse y someterse; es estupidísimo creer por costumbre, irracional admitir algo por la muchedumbre de los que así opinan…”
“Hay que escuchar el clamor de la naturaleza”
Bruno, Articuli 160 adversos mathematicos. Dedicatoria Ad divum Rodolphum II imperatorem.
3.2. Ambos son en ese sentido típicos renovadores de la razón en la Edad Moderna, proclamadores de lo que Ortega llamó la naturaleza luciferina de ésta, que proclama su ‘non serviam’ frente a cualquier autoridad.
3.2.1. Porque la experiencia enseña (no demuestra) que para servir, la razón tiene que no ser sierva.
3.2.1.1. Para servir al progresivo descubrimiento de verdades y a la progresiva destrucción de viejas falsedades.
3.2.1.2. Lo cual supone decisión, vivir-en.
3.3. Contra lo que dice Jaspers, Bruno y Galileo han vivido de lo mismo: del renacimiento de la razón en los comienzos de la Edad burguesa. -Tesis de la doble verdad.
4. Con eso hemos despejado el terreno de interpretaciones ideológicas disimuladas. El caso de Bruno y Galileo nos confirma que toda actitud racional -salvo en las ciencias formales puras- es creencia. No es verdad que la actividad intelectual racional sea un mero juego infalible, frente al cual exista, con sus fuentes, otro modo de conocer y conducirse que sea también filosófico. Eso es afirmación ideológica. No es que lo uno sea saber y lo otro creer. Son dos creencias.
Ahora, por redondear, vamos a recuperar la diferencia Bruno Galileo.
IV.
1. Muchas diferencias
1.1.1. Galileo era un viejo de 70 años cuando abjuró
1.1.2. Bruno tenía 53 años cuando murió en la hoguera, 44 cuando empezó
1.2.1. Galileo es científico en acto, aunque sus grandes descubrimientos arranquen alguna vez de razonamientos incorrectos.
1.2.2. Bruno es más un propagandista de la libertad de investigación de enseñanza.
2. Pero esta última diferencia, que parecería explicarlo todo, no explica nada.
2.1. El caso Bacon
“Que el ánimo se acomode prudentemente a las ocasiones y oportunidades, en vez de hacer las cosas dura y obstinadamente” (Bacon, De dignitate et augmento scientiarum).
2.2. Bruno en cambio
“Si alguna razón, por nueva que sea, nos estimula y obliga, sea lícito a todo el mundo opinar libre y filosóficamente en filosofía y manifestar su doctrina” (Bruno, Acrotismus camoeracensis. Forma epistulae ad Rectorem Universitatis Parisiensis, Opera latina I,1, 57).
3. La comparación con Bacon es muy instructiva.
3.1.1. La lucha contra los “ídolos» lo es también de Bruno.
3.1.2. Y en más de un respecto se considera a éste precursor de aquel.
3.2. Hay casi identidad de misión, con diversidad de conducta, de «táctica».
4. No es pues diferencia de verdades, sino de personas.
4.1. Sin juzgar.
4.1.1. Por la diversidad de las circunstancias.(Contra el tópico).
4.2. Registrar.
5.1. Y no olvidar, como científicos, que no hay por un lado creencia, decisiva existencialmente y ni necesitada ni susceptible de justificación racional; y, por otro lado, un saber totalmente justificado, pero que no sirve moralmente para nada.
5.2. La situación es que todo es creencia, y que la que se esfuerza por ser racional requiere tanto esfuerzo moral como la irracionalista -seguramente más, porque exige espíritu crítico y autocrítico.
5.3. Observar el mecanicismo de los espiritualismos irracionalistas.
Notas SLA:
1) Como se indicó, sobre el asunto Bruno-Galileo, creer-saber, puede consultarse un artículo de Sacristán para una revista de estudiantes de filosofía fechado el 3.XII.1967 -“Un problema para tesina de filosofía” (Papeles de filosofía, op. cit, pp.351-355), directamente relacionado sin duda con esta conferencia.
2) Sobre Copérnico, esta nota de su traducción de Historia del Espíritu griego (p. 282):
“Desde la época de redacción de este libro de Nestle [Griechische Geitesgeschichte.Vom Homer bis Lukian [Historia del espíritu griego],1944], la investigación de la historia de la ciencia ha subrayado aún más la importancia del descubrimiento de Aristarco y de su influencia en Copérnico. La eliminación de la referencia a Aristarco en el prólogo impreso del De revolutionibus (impreso póstumamente) se debe al editor y amigo de Copérnico que, con cierto fundamento, creyó poder evitar así ataques religiosos al astrónomo: no citando más que a pitagóricos, la tesis heliocéntrica parecía “mera hipótesis matemática”, no materialmente creída; así se evitaba chocar con la autoridad. Citar a Aristarco era en cambio confesar el heliocentrismo como plena teoría física. Y esto no era aún posible 50 años más tarde, como prueban los procesos contra Bruno y Galileo.”
3) Sobre la noción de creencia, señalaba Sacristán en “Un problema para tesina de filosofía” (Papeles de filosofía, pp. 353-354):
“(…) Lo esencial en todo esto es que en la ciencia real, no en la formal, no hay demostrabilidad absoluta. Y no la hay porque la relación de fundamentación o “demostrabilidad” es interna al sistema científico teórico (más o menos teórico, por lo demás, lo que quiere decir que la relación de fundamentación estará más o menos determinada según los casos). En cambio, la decisión de hacer ciencia y de creerla (en algún sentido de “creer” que habría que precisar), considerándola así básica para la conducta, es externa al sistema teórico. Por tanto, es tan incondicionada como cualquier otra decisión. Nótese que lo mismo vale para todas las decisiones vitales del sentido común: según una célebre observación de Einstein no se puede demostrar la proposición “No hay que exterminar a la humanidad”, sino que la gente, por decisión absoluta, como dice Jaspers, nos dividimos en los que somos contrarios al uso de la bomba atómica y los que le son favorables. En suma: también el comportamiento racional, un ápice del cual es el científico, se basa en creencia, no en “prueba”. Sólo los teoremas formales (interpretados -en el sentido genialmente anticipado por Kant- como lo que hoy llamamos implicaciones estrictas con la prótasis expresa) son independientes de la creencia y carecen al mismo tiempo de significación real.”
Igualmente, en su reseña de J. Mosterín, Racionalidad y acción humana, Mundo Científico núm.1, pp. 106-107 (ahora reimpreso en M. Sacristán, Lecturas de filosofía moderna y contemporánea, Trotta, Madrid, 2008, edición de Albert Domingo Curto), apuntaba Sacristán:
“(…) Este optimismo se hace a veces cientificista. De vez en cuando, dentro de una tradición neopositivista, como cuando hace intervenir esa pieza inevitable de “filosofía cientificista perenne” que es el criterio de los competentes, entender el cual es condición de la racionalidad creencial. El mismo ejemplo que aduce Mosterín se burla un poco del criterio de los competentes y sugiere que, junto a ese criterio, habría que introducir en la racionalidad creencial y en la práctica un criterio de docta ignorancia, por así decirlo, que autoriza a prescindir en ciertos casos de las opiniones de los científicos. El ejemplo de Mosterín es la deriva continental: el creyente racional ha de admitir la opinión dominante al respecto entre los geólogos competentes. Pero ocurre que que en una generación esa opinión ha cambiado dos veces: hace poco más de treinta años se enseñaba en el bachillerato la tesis de la deriva continental en la versión de Wegener; luego se olvidó, y hoy se vuelve a enseñar con otra explicación. Parece bueno recomendar al creyente racional y, sobre todo, al agente racional que, cuando ello sea posible, procure decidir con independencia de si los continentes se deslizan o no.”
Sobre fe y creencia, matizaba Sacristán en “La militancia de los cristianos en el partido comunista” (Materiales núm 1, 1977):
“En toda conducta razonable va implícita una creencia. Pero esa creencia es una expectativa basada en experiencia colectiva y en razonamiento controlable en principio por cualquier ser humano. La creencia empieza por ser, dicho sea de paso, un factor de la supervivencia de la especie. También los animales superiores tienen creencias de estructura y funcionamiento parecidos a los de las humanas creencias sobre la luz del sol, sobre los alimentos, etc; creencias, y no sólo instintos, como lo prueba el que sean capaces de rectificar algunas de sus creencias y de adoptar otras nuevas cuando con las anteriores falla la satisfacción de un instinto. La creencia es, para numerosas especies animales, incluida la nuestra, una fuerza productiva fundamental de la reproducción simple de la vida y de la reproducción ampliada biológica; y, además, para nuestra especie, es una fuerza productiva de la reproducción ampliada total: de esa fuerza nacen ideas razonables para conductas complicadas, a veces ideas científicas, y a veces incluso revolucionarias; pero siempre construidas con experiencia común y razonamiento controlable.
La creencia cristiana -o, en general, teísta- no es eso. Es creer en lo que no se basa en experiencia común ni en razonamiento controlable, ni siquiera en naturaleza. Es, como decían los catecismos, “creer lo que no vemos”, en el sentido de creer lo inverosímil… El cristiano, en cuanto hombre, tiene creencias sensatas, como el hombre reaccionario, o como el comunista, o, por lo que hace al caso, como el orangután. Pero en cuanto cristiano no tienen creencia, sino fe. El mismo cristiano piensa que la fe no es creencia normalmente humana, sino virtud teologal, don gratuito de Dios.”
4) Sobre Einstein, esta voz -escrita en colaboración con Mª Angeles Lizón- para el calendario Temps de Gent 1984:
“Hombre simple y pacífico, siempre interesado apasionada y activamente por la justicia y la responsabilidad cívica. Judío alemán de origen, trabaja y reside en Suiza, Checoeslovaquia y los Estados Unidos. En 1905, siendo un simple empleado de una oficina suiza de patentes, publica el primero de sus importantes estudios sobre la teoría de la relatividad. Realizó, entre otras, investigaciones sistemáticas sobre la teoría cinética de los gases y la de los calores específicos; sobre estadística, mecánica relativista y cálculos de coeficientes de radiación y absorción. Su contribución más importante en el campo de la física fue la teoría de la relatividad restringida (1905) y la teoría de la relatividad general (1916) que supusieron una ruptura con el importante esquema de la física newtoniana. Miembro honorífico de numerosas academias y sociedades científicas, cofundador de la Universidad de Jerusalén, declinó la presidencia de Estado de Israel y continuó trabajando en el Instituto de Estudios Superiores de New Jersey hasta su muerte. Al morir ya había cambiado el rumbo de la física y abierto la era atómica.”