Puentes sobre un río europeo (1999)
Karel Kosík
«También en la noche del lunes miles de personas ocuparon los principales puentes de Belgrado para protegerlos de ataques aéreos como escudos humanos.»
Informe periodístico del 13 de abril de 1999
El nuevo siglo y el nuevo milenio celebran en Yugoslavia su sangriento bautismo. Bajo el mismo signo se inició el siglo que está por concluirse, el veinteavo, para el cual la guerra de 1914 sirvió de preludio funesto. A una mirada superficial nuestro siglo le aparece marcado por diversos conflictos. En realidad no se trató sino de una única guerra en tres actos: una sola, prolongada y sangrienta guerra, de la cual nació el actual orden mundial, poro que ha producido también catástrofes y dramáticos fracasos. La guerra y el fracaso, dos elementos fundamentales del siglo que está por concluir. ¿Proseguirá, el siglo que viene, en el surco de la misma tradición?
La guerra americana
1. La guerra, que los Estados Unidos y sus aliados están librando contra Yugoslavia, nos abre los ojos a la entera realidad contemporánea, y en su excepcionalidad ofrece la clave para descifrar los períodos de «normalidad». Con su significado revelador, esta guerra va más allá de los propósitos y de los objetivos de sus artífices. En una guerra local («balcánica») se muestra lo que sucede en el planeta entero.
2. Por cuanto pueden continuar con ataques devastadores y desembocar en operaciones militares que produzcan un exterminio, los americanos no pueden vencer su guerra contra los serbios. ¿Por qué entonces la desataron? ¿Han hecho fallida sus servicios de información, como sucede en Irán, o se han equivocado en sus cálculos los políticos y estrategas? En realidad, la guerra no debe ser necesariamente victoriosa, es suficiente que sea rentable y económicamente ventajosa: gracias a ello los fabricantes de armas se aseguran nuevas comandas y consiguientes beneficios, los institutos de investigación obtienen nuevos encargos del sector militar, los arsenales se renuevan con armas más modernas y eficientes, la amenaza del paro retrocede temporalmente.
La guerra no debe necesariamente concluir al son de la fanfarria de la victoria; en una estrategia a largo termino, ello, como simple hecho, tiene un rol insustituible. La guerra trae sus frutos, sobretodo si, quien la desencadena, la concibe y la conduce como una verificación, esperada y económicamente ventajosa, de la propia potencialidad, de las propias dotes de comando y previsión.
Esta guerra se desarrolla en el área limitada de los Balcanes, pero su significado supera el estrecho ámbito regional. Con ella se manda una clara señal, como se dice en lenguaje diplomático, para que nadie se permita de poner en duda el derecho obvio y natural de los americanos a ser la única superpotencia planetaria (the leading power). Desencadenando el conflicto, la superpotencia planetaria afirma la consistencia de la propia representación del futuro: debe ser americano.
En la guerra contra los serbios, no solo se prueban en objetivos vivos (live) las nuevas armas y se demuestran la capacidad de quienes guían los estados mayores, sino, quizás por encima de todo, se analizan las reacciones psicológicas de las poblaciones. ¿Qué es necesario hacer para que los sentimientos, las reacciones, el comportamiento de hombres y mujeres sea manipulado a tal punto que la mayoría de ellos pueda acoger complacida el llamamiento de «The Sun»: «matadlos (a los serbios, obviamente) como a perros»? Qué medida debe ser tomada para que en el momento necesario la poderosa máquina propagandística comience a funcionar a toda velocidad y produzca sus efectos, cuya misión ya en 1937 fue revelada, con agudeza y perspectiva, por Josef Capek: «En el mundo moderno el uso de la mentira es sistemático. En la publicidad se ha desarrollado de un tiempo a esta parte una técnica de propaganda fundada en el uso deliberado de la mentira: las multitudes pueden ser manipuladas en cuestión de pocas horas».
Con la guerra en Yugoslavia los arquitectos del futuro americano verifican la fiabilidad de sus aliados, en particular de los nuevos miembros de la OTAN, y con satisfacción pueden constatar que nadie galla, todos marchan ordenados en fila, tengan gobiernos «de derecha» o «de izquierda». La arrogancia imperialista se acompaña de la condescendencia más servil. El cinismo triunfa.
La guerra no debe necesariamente concluirse con una victoria explícita, es suficiente que la opinión pública mundial la acoja como una obviedad, que lidie con ella y que se habitúe. ¿Quién se arriesga a protestar públicamente? El éxito de la guerra americana se encuentra ya en el hecho de que ha sido elevada a elemento natural de la «civilidad euroamericana». La próxima guerra semejante no tendrá nada de insólita, habrá sido ya inserta en la normalidad del próximo siglo.
3. Los americanos dirigen una guerra contra el pueblo serbio. Declararan querer obligar al dictador a abdicar, a través de los bombardeos, y en realidad golpean brutalmente la vida de millones de personas. Sus bombas perdonan al tirano pero destruyen el país, poblado de personas comunes, trabajadoras y valientes.
Es una extraña guerra la de los americanos contra los serbios en esta primavera de 1999, pero no tiene nada en común con el inicio de la segunda guerra mundial: la drôle de guerre. Su extrañeza se encuentra en el hecho de que sus artífices no asumen directamente su incumbencia, sino que la delegan en otros, en sus especialistas, pero también en otros estados soberanos y en sus habitantes. ¿No sería más coherente con los principios cristianos, en nombre de los cuales se dirige la guerra, que sus inspiradores bajaran personalmente al campo de batalla demostrando el propio valor? ¿No se produciría así un renacimiento de la antigua virtud caballeresca y cristiana? ¿Por qué la autoridad de la iglesia y de los «intelectuales independientes», no importa si se mueven por devoción sincera o simulada, no desafían al «dictador sin Dios», dejando de esconderse en una retórica militar fácil? De las palabras resolutas debería pasarse finalmente a los actos de valor. La espada o la pistola. No habría dudas acerca del resultado: en el duelo su mano sería guiada por la Providencia.
También los campeones humanitarios de Bonn, Londres, Washington y, obviamente, Praga, harían bien en demostrar quiénes son con hechos: montar a caballo bien armados, fieles a una gloriosa tradición, cabalgar hasta las puertas de Belgrado y en un torneo, hombre contra hombre, con sus propias manos ensillar al político serbio.
4. ¿Esta guerra es una guerra o más bien el anuncio de una nueva realidad, en la cual una nueva paz, la pax americana, será garantizada mediante operaciones quirúrgicas, a partir de la extirpación fulminante de las pústulas más dolorosas y de la eliminación de toda infección peligrosa, todo según la regla y la ejecución de generales en camisa blanca, a fin de que sea claro para todo el mundo que el futuro de la humanidad está en buenas manos, en las manos de médicos y enfermeros?
5. En la consolidada paz planetaria los conceptos de imperio y de territorio se implican mutuamente. Imperio significa comando y control sobre un territorio, que no es ya el simple lugar en que se desarrolla la vida de los hombres, sino que se transforma en territorio dominado. En la visión guerrera de los generales, desde una óptica de conquista, el territorio deja de ser tal para reducirse a un conjunto de puntos abstractos, hacia el cual los misiles pueden ser apuntados: es suficiente apuntar y disparar.
6. Forma parte del humor negro de esta guerra americana el hecho de que para detener la limpieza étnica sean usadas armas llamadas Apache o Tomahawk, nombres que vienen de la lengua de la tribu india diezmada sin ningún escrúpulo por los colonos americanos en los siglos pasados.
7. En el horror de las actuales operaciones militares se manifiesta el horror de la vida de paz presente y futura: el hombre es reducido a componente accesorio de un sistema funcionante de por sí; a él se adapta, perdiendo al hacerlo todo sentido crítico. El hombre es dejado degradar a elemento de una máquina. La estupidez, como dice Shakespeare en uno de sus sonetos, legitima su autoridad en el otro: tú me servirás.
Los europeos no deberían olvidar que el americanismo es una invención europea. De la pluralidad y multiformidad de la cultura europea se ha separado una, se ha independizado, se ha elevado sobre la pluralidad del conjunto y desde esta posición se llama ley. Los antiquísimos sueños de la humanidad -la paz, la inmortalidad, la vida en el paraíso terrestre- son realizados a su modo por el americanismo, a través de la técnica, y esta deformación tecnológica se impone al mundo.
La guerra americana contra los serbios es una anticipación obvia y declarada de la cotidiana normalidad del próximo milenio.
La guerra americana y la cuestión de la verdad
8. La guerra americana contra los serbios no nace de un contraste complejo y difícilmente resoluble sobre quién, de los dos contendientes, está de parte de la verdad. Se trata de un problema más profundo, decisivo: la cuestión en juego es qué sea propiamente la verdad. En este sentido la guerra en los Balcanes representa la prueba más difícil que la humanidad contemporánea está llamada a afrontar: ¿superará el examen?
Ninguno de los que están convencidos de estar en la parte justa de la barricada, y reivindican la verdad como su propiedad exclusiva, está protegido del peligro de caer en el oscurantismo, que confunde hasta tal punto la reflexión que incluso los protagonistas del conflicto pasan por alto lo que realmente ocurre, aquello de lo que concretamente se trata.
Apenas hacemos el primer paso, y en lugar de insistir sobre la disputa estéril de quién posee la verdad nos preguntamos qué es la verdad, verificamos lo que sigue: el mercado y el campo de batalla no son los lugares en que nace y vive la verdad. Las diversas opiniones que se imponen como verdad del mercado de las ideas, y los diversos instrumentos de guerra dirigidos contra los hombres como conquista última del «espíritu», ponen en escena el duelo de un mal contra otro, de un error contra otro, duelo que, con su fragor, oscurece la verdad real. La verdad viene al mundo (y con su nacer le da fundamento) como protesta y rebelión contra la arrogante pretensión de mercaderes y guerreros, que viven en la loca ilusión de tener entre las manos, entre sus mercancías y sus máquinas de guerra, la verdad, que está está en las mercancías y en las armas, que equivale al arte de vender y matar.
9. Tener razón. ¿Cuál de las partes en conflicto en los Balcanes tiene razón? ¿Pero no se comienza en el fondo a caer en el propio mal cuando uno se comporta como detentor y poseedor de la verdad? Cuántos, creyendo estar de parte de la verdad, y que la verdad estuviera de su parte, han sufrido por ello en las prisiones y en los campos de concentración, pero, apenas alcanzan el poder, son llevados, por la misma convicción de poseer la verdad, a la ruina moral y política. ¿Cuántos después han inaugurado la propia carrera política gritando con fuerza: «Al diablo todos los pactos militares»? No ha pasado mucha agua bajo los puentes, los rebeldes de un tiempo han sentado la cabeza, se han hecho más sabios, con la edad se han adaptado al sistema como burócratas serviles al punto de confundir los derechos humanos con la teoría del atraco preventivo, y hoy acogen entusiastas el bombardeo de las ciudades yugoslavas.
Tener razón. El mundo es un enorme mercado en que, con las otras mercancías, se ofrecen las «ideas» más diversas. La opinión que se impone tras las otras, que encuentra buena salida de mercado y supera la competencia, es acogida por la opinión pública como «la verdad». La verdad se mide con la medida del éxito.
Tener razón. Quien lleva a cabo la restauración del capitalismo y favorece la avidez ilimitada, subterránea y temporalmente escondida para dominar la realidad y transformar el mundo en territorio propio puede creer, puede tener para sí la opinión de «vivir en la verdad» y de volverse un ejemplo para los otros. ¿En qué se diferencia esta verdad de la ilusión y del engaño?
10. ¿Existe realmente la verdad, y si así es, acaso no es uno de los últimos residuos de un pasado mitológico que a nosotros, hombres modernos, solamente nos complica la vida? ¡Liberémonos de la verdad! Nos encadena, limita nuestro vuelo. ¡Renunciemos a la verdad! En nombre de un modo de vivir que ya no conoce la medida y puede permitírselo todo, si dispone de una técnica adecuada, y que si no es limitado por la verdad es capaz de borrar la vida del planeta.
Es la esencia de la verdad, que nadie la posee. Pero también que nadie es capaz de escapar de su acción reveladora, distintiva.
11. La verdad no tiene la estabilidad de las declaraciones, de los actos oficiales, de las instituciones, sino que tiene lugar en el acontecimiento y la acción; sus elementos vitales son la confrontación y el diálogo. Está ligada a este o aquel desarrollo histórico de la realidad (importante y secundario, festivo y mundano, noble y bajo), y es en su sucederse que los individuos fracasan o no, caen en el engaño o no, conquistan o pierden el coraje de aprender de las propias experiencias, y con su comportamiento demuestran efectivamente quienes son.
Del proyecto del que el hombre inviste la propia vida y de la realidad y de la realidad histórica en la cual este proyecto es puesto en acto, depende que viva en la verdad o en la mentira. Pero el hombre dispone la realidad a partir de sí mismo. Es un ser dotado de razón y de conciencia; ¿o bien interpreta este don a su manera y degrada la razón a cálculo racional, que le permite dominar y devastar el planeta?
El fracaso
12. ¿No nos engaña nuestro lenguaje, cuando susurra que vivimos en una época post-moderna y post-capitalista? Según esta definición deberíamos deducir haber superado finalmente el pasado, con sus dificultades, y haber entrado en una época nueva. ¿Es realmente así? El paso al nuevo siglo ¿no se caracteriza por el hecho de que estamos dejando atrás un pasado nunca superado (o quizás es el pasado mismo el que nos empuja más) y que nos disponemos a repetir los fracasos que han marcado el siglo pasado?
Quien fracasa cae en el mal. Pero ¿qué significa, «fracasar»? No corresponder a lo esperado, no mantener la palabra dada, traicionar la confianza, no superar una prueba, desperdiciar una buena ocasión.
Los fracasos, de los cuales está llena la historia del siglo XX, se suceden como pestilencia. Los partidos políticos se declaran por la paz y han condenado el militarismo, pero a la hora de la verdad han sostenido la guerra imperialista y han fracasado completamente. Los intelectuales han alabado la razón y la crítica, la cultura y el humanismo, pero en el momento decisivo se ponen inevitablemente al servicio de quien quería la guerra -fracasando. La revolución ha prometido libertad, pero ha traído dictaduras sanguinarias. Y no es también el síndrome de Múnich uno de los signos característicos de la época pasada, una época de cuyo asedio no nos hemos liberado todavía?
Estos ejemplos no pretenden demostrar que todos hayan fracasado y que toda esperanza haya sido destruida, pero llaman inevitablemente a la reflexión. ¿Qué significa fracasar en la época de las invenciones tecnológicas más extraordinarias, de los milagros de la ciencia, de la inundación de información? Y el análisis del fenómeno del fracaso ¿no es una de las vías que inevitablemente llevan a preguntarse qué sea la verdad?
El desequilibrio del desarrollo
13. El prudente, y muy moderado, demócrata František Palacký anotaba sobre la situación social de América del norte, en 1864: «La parte de color de la población es tratada como ganado (human cattle)». Hoy los Estados Unidos son el país modelo de la democracia y los congresistas siguen con atención (efectuando un monitoreo) las áreas del mundo en los que los derechos humanos no son respetados.
Alemania ha exterminado en la segunda guerra mundial a millones de europeos y ha llevado a cabo con determinación y eficacia una limpieza étnica a lo grande. Hoy es una democracia modelo y al lado de los Estados Unidos imparte a la ciudadanía serbia lecciones sobre respeto de los derechos humanos.
De la historia de Alemania y de los Estados Unidos podemos deducir que se trata de países que han recorrido un desarrollo progresivo: de inicio (en un pasado más o menos lejano) asesinan y masacran, después la iluminación, la imposición de la democracia y un riguroso respeto de los derechos humanos. ¿Esta «ley natural» vale solamente para la ciudadanía blanca, mientras las otras razas y culturas son condenadas eternamente a la deshumanidad y a la barbarie? ¿La humanidad se divide en dos grupos, del todo separados? ¿Uno que con sus propios esfuerzos trabaja y combate por el respeto de los derechos humanos («se humaniza»), mientras otro debe ser obligado a la libertad y a la democracia exteriormente y con la violencia? ¿Y qué tribunal decide si una nación o una cultura pertenecen a una o a otra categoría?
14. Sobre la tierra se darán relaciones normales entre los hombres y se afirmará la paz cuando por todas partes sean respetados los derechos humanos. Es un cometido fundamental y urgente del presente (y guía de sus hombres), que todas las regiones renqueantes en este sentido se pongan al paso con las regiones evolucionadas, que superen su eterno atraso y se acerquen a los «estándares euroamericanos».
Esta noción es una ilusión, equivocada y peligrosa: no tiene en cuenta no solo la diferencia de desarrollo sino sobretodo la infinitud y la imposibilidad de dar un fin a la Historia. La Historia no se dirige hacia un estado ideal o una culminación final. Los hombres se enfrentan a nuevas amenazas en cada etapa de su historia: lo importante es que sepan reconocer a tiempo el peligro y tengan el coraje y la fuerza de afrontarlo. ¿La humanidad de hoy es amenazada solo por la falta de respeto a los derechos humanos? ¿Y de verdad este es el único fracaso de la contemporaneidad?
La guerra americana contra Serbia muestra también otro, no menos grave, que atañe el planeta entero. Incluso en los lugares donde los derechos humanos son rigurosamente respetados, el hombre puede sucumbir a la fatalidad moderna, que lo degrada a un «agente» útil al sistema vigente. El hombre fracasa y cae en el mal si acepta ser manipulado y tratado como un «agente» al servicio de la técnica, infalible y perfecta.
El puente sobre el Sava
15. En la lucha por el propio reconocimiento -ser respetado, estimado, admirado, conservar la propia dignidad- en esta lucha, que es según Hegel la fuerza motriz de la historia, vence quien, en el momento decisivo arriesga la propia vida, se lo juega todo y no cede. Quien se asusta de la muerte y prefiere la vida desnuda, cae en la servidumbre, en una condición de dependencia.
En esta forma clásica la dialéctica siervo-señor concede espacio a la intervención liberadora de la piedad: cara a cara el más fuerte puede tener piedad del enemigo más débil, volver a enfundar la espada ya desenvainada, ser clemente y conceder la vida al enemigo. La situación cambia radicalmente si el duelo se desarrolla a distancia, sin contacto personal e inmediato alguno. Quien tiene a disposición una técnica evolucionada, que le garantiza un predominio absoluto, como en un juego electrónico, tiene ante sí nada sino un punto abstracto, un objetivo calculado y apuntado de los instrumentos, nunca una concreta figura humana. Uno de los dos contendientes está protegido hasta tal punto por la técnica que no debe arriesgar su vida. La dialéctica termina, se impone un mecanismo despiedado e impersonal. El piloto, dese lo alto, siembra ruina y muerte pero su vida está protegida por una técnica infalible. El piloto con un simple movimiento de la mano pone en marcha una máquina perfecta y reza que Dios guíe y proteja su actuación. Apunta y mata pero sabe que es (casi) invulnerable. Lo protege Dios, su Dios, que se encarna en la perfección del aparato técnico.
16. El puente vivo sobre Sava: con sus cuerpos, con su presencia física, hombres y mujeres defienden la propia ciudad, las propias fábricas, la propia libertad y la propia dignidad. Rechazan la fatal imposición de la guerra y mantienen viva la propia tradición de resistencia, que en este siglo han sabido testimoniar no humillándose frente a Hitler y Stalin.
Dos posiciones diversas, dos mundos diversos: arriesgar la propia vida o jugar al azar con la vida de los otros.
17. Según una antigua leyenda el rey de Lidia, Giges, poseía un anillo mágico. Cuando lo giraba en el dedo lo veía todo y a todos, volviéndose invisible. Nuestra época vuelve a proponer, modernizada, esta vieja historia. La técnica contemporánea, capaz de todos los milagros, ha inventado una invisibilidad del todo especial. El anillo mágico de la época moderna supera en sus «parámetros» los instrumentos de hechicería del pasado. Quien lo posee, se vuelve señor sobre la vida y la muerte: puede matar a los otros, siendo (hipotéticamente) inatacable e invulnerable.
¿Pero el anillo de Giges no ha sido para los pensadores de todos los tiempos el símbolo del mal radical, porque eleva a su poseedor por encima de los otros mortales y les da la posibilidad de engañar con impunidad y escapar de la justicia?
[*] Texto publicado originalmente en checo como «Mosty přes evropskou řeku» en Salon, nº 113, el 22 de abril de 1999. Luego sería publicado en Poslední eseje. Págs 103-114. La presente traducción al castellano, sin embargo, toma como referencia la versión en italiano de Alessandro Ruggera aparecida en Qui. Appunti dal presente, nº 2, págs 38-46. 2000.
Fuente: https://decenciaycritica.blogspot.com/2020/05/puentes-sobre-un-rio-europeo.html