El novelista perplejo: Rafael Chirbes
Pep Traverso
«Leer: un interminable y monótono desfile de hormigas negras pasa ante nuestros ojos durante horas y horas, palabras, frases, párrafos, silencios, uniformidad, frente al estallido de lo que se llama lo audiovisual.»
«Un arte, un género se agotan cuando no pueden romper el espacio en el que se instalan sus contemporáneos.»
«…y quedarse al lado, sin poner el foco en la esencia de los hechos, sino en sus aledaños, tal vez con la sabiduría de quien ya da por supuesto que la búsqueda del centro es la búsqueda de la nada.»
Rafael Chirbes
«Así que el estilo no es simplemente una invención del escritor, sino sencillamente la expresión de una idea central.»
John Houston
Para mí, Rafael Chirbes, además de magnífico escritor, que no es poca cosa, es también guía de lecturas. Y este libro, El novelista Perplejo (2002), encarna, además de la defensa encarnizada de la literatura, mejor, de un tipo de narrativa, que tampoco es moco de pavo, una valiosa guía para todos aquellos a quienes como yo mismo nos cuesta movernos en el panorama literario porque, además de nuestras debilidades, las mías, el mercado, las novedades incesantes, los focos y la publicidad dificultan el abrirse paso en la selva de las letras. Sirve además, a los que ya vamos sobrados de edad y por tanto faltos de tiempo, para realizar eso tan necesario que es escoger, seleccionar, buscar lo fundamental, dedicarse a leer lo verdaderamente importante. Añádase como colofón o principio, como se quiera, que Chirbes era hombre culto, de abundantes lecturas muy bien aprovechadas, conocedor en profundidad de la literatura española y de la de más allá.
Ese Novelista Perplejo -se nos dice nada más comenzar el libro- «recoge media docena de charlas pronunciadas a lo largo de los últimos años y unos cuantos escritos sobre autores y libros aparecidos en algunos casos en forma de prólogos y en otros como colaboraciones en diversos medios». Entre esos autores que se nos anuncian el que está presente con más fuerza es Max Aub, a su Vida y obra de Luis Álvarez Petreña se le dedica El Héroe Inestable y el libro concluye con El Yo Culpable, dedicado al genial valenciano de adopción y a la defensa de una tradición literaria que tiene en Celestina, Quijote, Galdós, entre muchos otros, piedras fundamentales. Pero también podemos leer el prólogo que Chirbes escribió para el libro de Boris Pilniack, El año desnudo o el muy interesante Material de Derribo dedicado a uno de sus grandes maestros, el Juan Marsé de Si te dicen que caí.
Tiene este libro la virtud de poner su punto de mira en autores que yacen en el olvido, el mismo Pilniack que hemos citado o la trilogía sobre la guerra civil de Juan Eduardo Zúñiga muerto hace pocos meses acompañado del mismo silencio que al parecer acompañó a su vida: Largo noviembre de Madrid, La tierra será un paraíso y Capital de la gloria.
Se lee con ternura y emoción su encuentro con alumnos de un instituto en Zafra un 14 de abril para hablarles de lengua, de escritura, de lectura y de memoria, jóvenes a los que decía cosas como ésta: «En un día como hoy, y en un momento así, quisiera recordar lo que Antonio Machado les decía a los jóvenes republicanos: que hiciesen política, porque, si no, otros la harían por ellos. Al fin y al cabo, la literatura es una parcela más de eso que llamamos el bien común y que está formado por cosas tan evanescentes como las palabras, la música o las ideas, y de otras sólidas, como la naturaleza o los cultivos; la arquitectura, las industrias, todo cuanto compone la riqueza pasada y actual de un pueblo y que debe defenderse parcela a parcela y en su conjunto.»
Impregna el libro, como ya hemos dicho, la defensa práctica (esa fue la tarea a la que dedicó su vida) y teórica de una forma determinada de narrar, de una tradición narrativa, de una literatura que no quede encerrada en ella misma, que no aborrezca del contacto con el exterior como si esas relaciones entre literatura y sociedad fuesen ilícitas o formasen parte de un pasado que ya es tan sólo eso, pasado. En el magnifico texto La Resurrección de la Carne dedicado al pintor Francis Bacon y a su Retrato de George Dyer, Chirbes ahonda en esta misma cuestión citando unas palabras del pintor, no sé si exageradas, «El arte abstracto es la libre fantasía de nada. Nada surge de la nada. Se necesitan imágenes concretas para despertar los sentimientos más profundos […] El virus de la decoración lo está contaminando todo». Creo que queda claro el lugar desde el que combate nuestro perplejo autor, y no es de extrañar que en esa misma trinchera se encuentre en el combate codo a codo con Galdós, Max Aub, Zúñiga, Marsé y muchos otros más.
Apostilla así el tema: «Por decirlo claramente, si lo de dentro de los libros no tuviera que ver con lo de fuera, o apenas tuviera que ver con lo de fuera, la literatura me parecería un soberbio aburrimiento».
Como buen desconocedor de la obra de Chirbes entré en ella seguramente por la puerta que no tocaba, por Paris-Austerlitz, un texto escrito ya en 1996, al parecer reelaborado en varias ocasiones y finalizado en mayo del 2015 pocos meses antes de su muerte. Me interesó aunque no me conmovió la asfixiante historia de alcohol y deseo entre un hombre maduro, el obrero Michel y un joven pintor español. Había mucha verdad, mucha humanidad y compasión en esa historia también de abandono y muerte.
El segundo encuentro tuvo lugar en Mimoun (1988), a pocos quilómetros de Fez, ese pequeño pueblo que habita Manuel, un profesor sumido en un mundo oscuro de prostitución, homosexualidad, intriga y muerte del que acabará escapando por piernas. Me pareció un texto superior a Paris-Austerlitz, quizás dubitativo en algunos momentos pero más potente, en los dos casos se nos sumergía en un universo asfixiante que era necesario y doloroso abandonar.
Pocos meses después de la aparición de Mimoun, Carmen Martín Gaite, en abril de 1989, saludaba la emergencia de un nuevo narrador en el panorama de la literatura española, «es emocionante siempre -decía- saludar a un nuevo narrador. Rafael Chirbes ha logrado en esta novela, no muy extensa, inventar una nueva voz y un mundo empapado de subjetividad, presidido por la emocionada percepción del paisaje, que el narrador contempla durante horas mientras el olor a tierra quemada invade el interior de la casa». Mimoun, añadía, «es una novela de acidia, de empantanamiento, que puede emparentarse con la línea seguida por Carmen Laforet en Nada…» Empantanamiento, sí, marchar con dolor y desgarro antes que la amenaza acabe engulléndonos como tantas veces sucede a lo largo de nuestras vidas.
Y entonces me encontré con Crematorio (2007) y como dice el viejo estribillo cubano, «llegó el Comandante y mandó parar». De la primera a la última de las 400 páginas casi sin espacios en blanco y con cambio constante de narrador conforman una novela de aquellas que te conmueve en profundidad, ahora sí, que te transforma, te agarra por el cuello y no afloja hasta que con las última letras te arroja al suelo en forma nada agradable.
Valdría la pena que el lector entrara en este universo tan sólo para conocer a Rubén Mateu, ese arquitecto, mejor, constructor-destructor de una buena parcela de la costa valenciana; hombre riquísimo, cultísimo, amante y gourmet por igual de la música clásica y de las langostas, capaz de conducir centenares de quilómetros para contemplar aquella pintura única y olvidada en aquella iglesia abierta sólo para viajeros muy cultos. Ese hombre capaz de negociar con la droga, trabajar con la mafia rusa, sobornar a políticos y destrozar impunemente paisajes, naranjos, olivos y tradiciones. Con clara consciencia de lo que ha hecho, de lo que ha llegado a ser y de lo que le queda por disfrutar, ese sesentón casado en segundas con una mujer mucho más joven que él, guapísima, nos dice a la cara que «no es que me crea lo de una segunda juventud, pero sí que creo que aún no he agotado las posibilidades de ser discretamente feliz, de sentir que la válvula del corazón todavía es capaz de bombear sangre aunque sea con ayuda de un marcapasos». Pero hay más, mucho más en esta novela, quizás aquello que -lo hemos leído en Chirbes- Hannah Arendt decía de Hermann Broch, el autor de La Muerte de Virgilio, en el prólogo a sus textos sobre poesía y literatura, «Broch pensaba que la auténtica función cognoscitiva de la obra artística es y debía ser presentar la totalidad de una época, no aprehensible por otro procedimiento, aunque fuera lícita la eterna pregunta de si es realmente posible presentar como totalidad un mundo en ruina de valores.» Pues eso, verdad literaria, retrato de unos tiempos, los nuestros, si eso aún fuera posible.
Palma, 27 de setembre de 2020.