Otra política fue posible
Salvador López Arnal
Probablemente ni siquiera en los momentos más agitados de la campaña electoral olvidara nadie en la izquierda que las elecciones no podrían disipar la agobiante pesadilla de estos años, las evidencias sumadas de una profunda crisis social y de la impotencia para superarla revolucionariamente. Los resultados de las elecciones del 15 de junio no alivian el bochorno. No es que no sean importantes, ni que carezcan, como se suele decir, de “aspectos positivos”. Han sido importantes y “tienen muchos aspectos positivos”, principalmente el de clarificar las condiciones de lucha de las fuerzas obreras y socialistas. Pero la subrayada presencia del Ejército como árbitro, el hondo dominio de grandes áreas del ánimo popular por el poder en sí (¿quién habría ganado, si Fraga hubiera sido presidente del gobierno?) y el éxito de la publicidad a la yanqui y germano-occidental (que es irracionalismo ante todo) en la campaña de oposición mejor acogida por el electorado son, entre otros, elementos de la nueva situación que continúan la anterior sin ninguna ruptura decisiva.
Las estructuras de poder socioeconómicos construidas durante el franquismo aceptaron la reforma política en la medida en que las consolidaba y, al tiempo, las adaptaba a las de la Europa de la guerra fría. Por consiguiente, no todos los grupos políticos existentes en 1977 pudieron presentar candidatos a las elecciones legislativas, ni en igualdad de condiciones los que en ellas participaron. Aquellos que no transigieron en ser legalizados a cambio de aceptar la restauración de la monarquía sin previo referéndum, continuaron ilegalizados. Sólo en la medida en que los equipos políticos -cooptados o no- demostraban que asumían las condiciones prefijadas, se les permitió acudir a la cita electoral.
Joan E. Garcés (1996), Soberanos e intervenidos. Estrategias globales, americanos y españoles.
1. Dudas en un seminario
Los acuerdos con el gobierno reformista del franquismo de Adolfo Suárez, la teorización[1] y apuesta por el eurocomunismo y el abandono del leninismo fueron temas centrales del PCE (y de la izquierda comunista) tras la muerte del general golpista.
La primera página de El País de 20 de octubre de 1989 hacía referencia a unas declaraciones de Bush I, entonces presidente norteamericano, en las que el padre del invasor y aniquilador de Iraq elogiaba la transición y afirmaba que España, gracias a su nueva democracia, estaba emergiendo en Europa y en el resto de la escena mundial. Nuestro país, según Bush I, podía desempeñar un papel único porque podía ofrecer al mundo su propio ejemplo devenido con el tiempo en modelo de historiadores, politólogos y políticos profesionales.
Doce años antes, en verano de 1977, poco después de las primeras elecciones legislativas del postfranquismo, Manuel Sacristán y Antoni Domènech dictaron un curso sobre los “Problemas actuales del marxismo” en la escuela de verano “Rosa Sensat” de la Universidad Autónoma de Barcelona. Las cuatro primeras sesiones fueron impartidas por Sacristán, Domènech estuvo a cargo de las seis restantes. No se conservan grabaciones del curso, pero sí la trascripción autorizada por el propio Sacristán de la tercera y cuarta sesión[2].
En el encuentro de la mañana de 15 de julio, Joan Pallisé i Clofent, entonces director de Jovent, revista de las juventudes comunistas de Catalunya, preguntó a Sacristán sobre el eurocomunismo, sobre si esta propuesta política tan en boga entre partidos comunistas de aquel período era un estrategia socialista y, lo fuera o no, si existían otras alternativas. La intervención de Pallisé dio pie a una fuerte discusión “de estilo todo-o-nada” (Sacristán 1985: 196) y al que sería el artículo central de Sacristán sobre el tema: “A propósito del eurocomunismo”, publicado inicialmente en Materiales, nº 6, octubre-noviembre de 1977[3], una de las dos revistas en las que colaboró intensamente durante los años de la transición[4].
La cuestión formulada no era una excusa para una alambicada y abstracta discusión teórica. Tenía derivadas directas en la práctica política del PSUC y del PCE, dos organizaciones que, sin ser en aquellos momentos una y la misma entidad, eran, como explicó Gregorio López Raimundo[5], gajos hermanados de una misma naranja. La apuesta, condicionada sin duda, del PSUC-PCE por una democracia representativa muy demediada, la forma de Estado que la tradición llamaba entonces “democracia formal, burguesa”, la renuncia desde tierras imperiales del secretario general al leninismo y a formulaciones clásicas de la tradición como “dictadura del proletariado”, su aceptación -por comprensión, se decía, no ilusoria ni “izquierdista” de las capacidades reales en la correlación de fuerzas existentes- del marco político ofrecido por el sector “evolucionista” del régimen, su apoyo a los Pactos de la Moncloa, su activa y directa participación en la génesis del marco constitucional[6], y con ello su aceptación de una Monarquía borbónica de antecedentes históricos nada envidiables, el voto favorable a decisiones parlamentarias de la época sobre seguridad y terrorismo, el prudente estilo practicado por dirigentes del partido en su presentación en sociedad, el manifestado deslumbramiento ante símbolos y muestras de algunas instancias y estancias del poder, el tono apagado y ocultado del alma y estrategia anticapitalistas,… todo ello fueron intervenciones políticas, tomas de posición o formas de hacer vinculadas directamente a la renovación, actualización y modernización del programa, de la organización, del estilo y del mismo ideario del Partido Comunista. Se llegó a afirmar, para justificar firma y apoyo -algunos dirigentes del PCE y CC.OO., cuyos nombres no quiero citar, se pronunciaron de este modo en sus intervenciones públicas- que los Pactos de la Moncloa no sólo eran aceptables o incluso necesarios para la estabilidad del país, para evitar el riesgo nada virtual de regreso al pasado, para cortar las alas hirientes de la derecha fascista movilizada, para frenar la inflación y evitar la “argentización” de la economía española, sino que los acuerdos de Palacio entre las grandes fuerzas políticas parlamentarias y los “agentes sociales” correctamente analizados, sin anteojeras dogmáticas y añejamente ortodoxas, significaban nada más ni nada menos que un novedoso y original sendero de aproximación al socialismo. Puede parecernos hoy simple ensoñación o burda tergiversación histórica pero la veracidad machadiana, anunciada por Agamenón en las primeras líneas del Juan de Mairena y mirada con razonables sospechas clasistas por su porquero, acompaña este relato.
La estrategia eurocomunista tenía, pues, numerosas aristas que incidían en la política concreta, en los asuntos públicos cotidianos[7]. No era en ningún modo una alejada discusión académica, con ascendencia althusseriana[8] en algunos de sus presupuestos, sobre vías alternativas de lucha y avance socialistas.
Los planteamientos eurocomunistas, tenían sus raíces. En una intervención en una mesa redonda celebrada poco después del fallecimiento de Sartre[9], Sacristán recordaba que el autor de El Ser y la Nada fechó el surgimiento de su idea de esperanza en los años de la inmediata postguerra a la segunda gran contienda europea[10], en la misma época en que Lukács construía su teoría del paso pacífico, democrático y liberal a la sociedad emancipada, al comunismo en léxico lukácsiano. Aunque las ilusiones, como casi todo, se disolvieron rápidamente en el aire ante la altísima temperatura de la guerra fría, Sacristán apuntó en su intervención que el antecedente más inmediato dentro de la tradición marxista de tesis eurocomunistas estaba en el pensamiento político del Lukács de aquel período, no en las interesantes reflexiones, por él comentadas, de las Conversaciones de 1966 (Sacristán 2005: 157-194).
2. Aciertos y desaciertos.
En su opinión, el “eurocomunismo” era el gran tema de la reflexión del movimiento comunista de la época porque encarnaba “la mayor realidad social de éste fuera de las áreas soviética y china” (Sacristán 1985: 196), con un argumento nada marginal contrario al realismo político soviético y a la cómoda y dañina tesis “antiutópica” del socialismo realmente existente.
Lo rusos pecan de incautos cuando contraponen el carácter “real” de su “socialismo” al movimiento animado por el Partido Comunista Italiano, o el francés, o el de España, porque alguien les replicará que es más realidad social el 30% (no menos del 50% del proletariado) de un electorado como el italiano que la policía política checa y las tropas blindadas de ocupación.
Aparte de esos “ámbitos de influencia”, los tres principales partidos eurocomunistas, el PCI, el PCF y el PCE, e incluso el PC japonés, integraban “la mayor realidad político-social procedente del movimiento que se originó por reacción al abandono del internacionalismo proletario por la socialdemocracia” (Ibidem 197). Era la mucha realidad que tocaba la que permitía al “eurocomunismo” aciertos de análisis e interesantes razonamientos políticos a los que no llegaban agrupaciones comunistas de la extrema izquierda[13]. En su opinión, tres de esos aciertos podían agrupar a todos los demás.
¿Pero existía sistema, visión global en este conjunto desordenado de ideas, conjeturas y propuestas? La heterogeneidad de los temas tratados por el Sacristán tardío no debería ocultar un probable hilo conductor: su mirada crítica (y equilibrada) sobre determinados aspectos de la tradición, especialmente la renuncia a finalidades y el (neo)estalinismo, y, simultáneamente, la consideración de que el socialismo no entregado debía abrirse con sinceridad, estudio y modestia a los nuevos movimientos, a las nuevas problemáticas de aquel período. Destacadamente, como ya se ha sugerido, al feminismo, al pacifismo, al antimilitarismo, a las nuevas formas de convivencia humana y al ecologismo.
Los nuevos asuntos exigían cambios sustanciales en el ideario de la tradición, una nueva cosmovisión si se quiere por usar una terminología que él mismo dejó de utilizar. Ya no se trataba de aspirar a “liberar” el desarrollo de las fuerzas productivas esperando, con mayor o menor actividad social, su choque frontal con las relaciones mercantiles imperantes. No era ésa la tarea de la hora, acaso nunca debió ser la finalidad de una tradición que tenía en su mochila teórica un modelo de la sociedad a la que aspiraba en el que la libertad de cada uno no era obstáculo sino condición para la libertad de los demás, y a la que se concebía como sociedad regulada, como comunidad humana que reconocía como tarea propia la construcción de unas relaciones armónicas con la Naturaleza, a la que ya no consideraba como Ser distante, disjunto y opuesto a un mundo estrictamente humano. Los nuevos problemas exigían nuevas formas de pensar, obligaban a girar nuestro cerebro y a abandonar los fáciles y gastados esquemas clásicos que llevaba incorporados.
Eso permitió que el marxismo sobrevivirá de un modo que distingue a España del resto de Europa, dando lugar a algunas de las más sofisticadas ideas acerca de la relación entre el marxismo y los nuevos movimientos sociales (es el caso de Manuel Sacristán y mientras tanto) que surgían en esa época en el continente. De ahí que el ecosocialismo español sea el resultado de la izquierda que se ha unido al ecologismo político, mientras que en otros lugares normalmente es el ecologismo político el que se une al socialismo
6. El esperancismo.
En el coloquio de otra conferencia que impartió en 1979 sobre las características de una política socialista de la ciencia (2005: 55-82), recordó Sacristán unos versos de un poeta francés, Guillevic, los mismos que abrían el poemario Nuestra elegía de Alfonso Costafreda:
Nous n´avons jamais dit
Que vivre c´est facile
(No hemos dicho nunca que vivir sea fácil)
Et que c´est simple de s´aimer…
(ni que sea sencillo amarse)
Ce sera tellement autre chose
(Pero será todo muy distinto)
Alors. Nous espérons
(Por lo tanto, esperamos)
El esperancismo político de Sacristán no negaba las fuertes restricciones que la situación imponía al movimiento revolucionario (Sacristán 1987: 69-70). Era dudoso que fuera posible hacer otra política de sistema, gubernamental o parlamentaria, diferente de la practicada por los partidos de izquierda occidentales. Era muy probable que Santiago Carrillo[22], entonces secretario general del PCE; tuviera razón cuando repetía su tesis de que no había alternativa de izquierda a la política que él defendía, “siempre que por política se entienda una tarea parlamentaria e institucional conforme al sistema”. De esa circunstancia Sacristán derivaba una consecuencia básica: cambiar la concepción de la política, “prestando mayor atención a la sociedad, a las poblaciones, al estado de consciencia de éstas respecto de los peligros bélicos, industriales y agrícolas que las amenazan, y renovando en los parlamentos la vieja función cultural de caja de resonancia de las auténticas necesidades de las clases trabajadoras”. Era posible, en su opinión, que esa concentración sobre sí misma fuera el inicio de un renacimiento de la izquierda social ya entonces muy desencantada. Lo otro, seguir por caminos trillados, era casi perder la razón de ser por el procedimiento de hacer, de buenas maneras, lo mismo que hacía la derecha: reducir costes salariales, nuclearizar la sociedad y el estado, conquistar una colocación óptimamente explotadora en el mercado mundial, aunque sea con tanques; en definitiva, seguir sacrificando al Maloch del crecimiento económico indefinido“.
La experiencia española no se podía generalizar. Seguía habiendo en Europa en aquella época partidos comunistas sumamente cerrados a un examen autocrítico de su larga historia (el PCP, por ejemplo, y en menor medida, el PCF), pero en cualquier caso, “a pesar de mi profundo desacuerdo respecto de la política del PCE -y no digamos ya del PCF-“, Sacristán creía que los factores de la situación de crisis rebasaban con mucho la torpeza o los vicios de las correspondientes direcciones y reflejaban principalmente una situación de derrota de las clases trabajadoras. Para seguir peleando con lucidez había que partir de ese reconocimiento.
El Sacristán tardío fue un pensador antiestalinista, acaso el primer marxista postestalinista como ha sugerido Enric Tello (2005), muy crítico del desarrollo social y político de los países del entonces bloque socialista desde, como mínimo, la invasión de Praga de 1968. Sus intereses, se centraron en temas pacifistas, antimilitaristas, que no olvidaron la tradición ni la finalidad comunistas, ni la enorme importancia de la problemática ecológica.
Hay aquí un hilo del que podemos tirar sin temor de agotarlo. También aquí estaba Sacristán en buena y razonable compañía, porque, como ha señalado Ursula K. Le Guin, “la destrucción del mundo por la explotación industrial incontrolada es el hecho más terrible que he tenido que presenciar durante mi vida y el que más me ha marcado”[23].
[1] La principal aportación teórica en este ámbito del entonces secretario general del Partido fue Santiago Carrillo, «Eurocomunismo» y Estado, Crítica, Barcelona 1977.
[2] Puede consultarse documentación sobre estas sesiones en Reserva de la Biblioteca Central de la Universidad de Barcelona, fondo Sacristán. La tercera de las sesiones, “Sobre economía y dialéctica”, fue publicada en Sacristán 2004: 289-306.
[3] Actualmente reimpreso en: Sacristán 1985: 196-207.
[4] No es fácil delimitar el período ni existe acuerdo en este punto. En unas recientes jornadas republicanas celebradas en Barcelona, Juan-Ramón Capella ha propuesto el siguiente arco temporal: desde la aprobación, en las cortes franquistas, de la sucesión monárquica del franquismo hasta la celebración del referéndum otánico en el primer gobierno del señor X con mayoría absoluta del PSOE. En otros casos, con menor perspectiva histórica, la transición suele abarcar desde la muerte del golpista hasta el “fracaso” de 23-F.
[5] Algunas de sus intervenciones en estos años pueden verse en López Raimundo 2006.
[6] Según creo Sacristán votó la candidatura del PSUC, encabezada por López Raimundo, en las primeras elecciones legislativas pero, si no ando errado, se abstuvo en el referéndum constitucional de 6 de diciembre de 1978. Algunos sectores de la izquierda revolucionaria -MC, LCR, entre otros- tuvieron la misma posición.
[7] Equivocado o no, probablemente con excesiva rotundidad y en síntesis demasiado escueta, un delegado del V Congreso del PSUC formuló su opinión con toda nitidez: el eurocomunismo, en esencia, consistía en parar huelgas obreras.
[8] Resulta curioso comprobar hoy las referencias teóricas del ensayo de Santiago Carrillo. Louis Althusser es uno de los autores más citados por él a pesar de que las posiciones políticas del autor de Pour Marx en absoluto apoyaban esta línea estratégica.
[9] Fue en 1980. El acto fue organizado por el ICE de la Universidad Autónoma de Barcelona, con la entrega y disposición habituales de Mª Rosa Borràs y Francisco Tauste.
[12] Testimonios de ello pueden verse en artículos y trabajos recogidos en Sacristán 1987.
[13] Sin embargo, Sacristán, y casi todos los miembros del consejo de redacción de mientras tanto si no todos, apoyaron públicamente la candidatura de izquierda comunista en las primeras elecciones al Parlamento catalán.
[14] Véanse sus declaraciones en el documental “Lucha antifranquista” de Xavier Juncosa, Integral Sacristán, El Viejo Topo, Barcelona, 2006.
[15] Publicado originariamente en México, se reeditó en el mientras tanto especial de 1983 dedicado al centenario de Marx. Albert Domingo Curto lo ha incorporado a su edición de Sacristán, 2007. Véase la magnífica presentación del editor del volumen.
[16] Véanse igualmente sus declaraciones en “Integral Sacristán” de Xavier Juncosa, ed cit.
[17] Mucho antes, claro está, de casos como el de Mª Jesús Paredes y el apoyo explícito de la dirección del sindicato, y de su mismo silencio cuando la situación “lo requería”. Cuando escribo, la dirección sigue manteniendo en su dirección a una persona, sindicalista y empresaria, con un capital mobiliario acumulado conocido de más de 2 millones de euros, ampliable seguramente en una aproximación menos prudente, sin que ninguna explicación razonable y creíble se haya podido y querido dar hasta la fecha. Sería de interés, por otra parte, investigar las vinculaciones de la dirigente de Confia, y de su entorno personal y sindical, con una multinacional como Telefónica, cuyas netas y directas implicaciones en la práctica sindical de CC.OO. son de libro. No es conjetura alocada o simple sospecha izquierdista. Puede alegar testimonios familiares muy directos.
[18] Es conocido el interés del Sacristán tardío por temas de filosofía y política de la ciencia. Está anunciada en Montesinos la publicación de una antología de sus escritos con el título: Escritos de sociología y política de la ciencia, que contará con un prólogo de Guillermo Lusa y epílogo de Joan Benach y Carles Muntaner.
[19] Firmado con el seudónimo de José Luis Soriano, “Jesuitas y dialéctica” apareció en Nuestras ideas, nº 8, 1960, pp. 64-69. Previamente, una traducción catalana, firmada como J. L., había aparecido en Quaderns de cultura catalana, nº 2, julio 1959, pp. 3-8.
[20] El número recogía también cartas de Joan Martínez Alier y Sacristán.
[21] Correspondencia entre ambos puede verse en Reserva de BC de la UB, fondo Sacristán, al igual que resúmenes anotados de Sacristán sobre varias obras de Harich.
[22] Pueden verse sus declaraciones sobre la obra política de Sacristán en Xavier Juncosa 2006.
[23] Entrevista de César Rendueles con Ursula K. Le Guin: «¿Qué papel puede desempeñar un joven poeta en una sociedad analfabeta?».LDNM (ww.rebelion.org). Véase una magnífica aproximación a la obra de Le Guin, y especialmente a Los desposeídos, en Fernández Buey 2007: 307-317