Entrevista a Joaquín Miras
Salvador López Arnal
“[…] Creemos que la vida cotidiana es el lugar donde esta sociedad se reproduce a partir de las actividades de las personas que la constituimos, y que es ahí donde debemos comenzar el trabajo político. Un trabajo que debe ser capilar, de organización inmediata de las personas para realizar actividad”.
Filólogo, discípulo de Giulia Adinolfi y Manuel Sacristán, profesor de historia, marxista documentado y con interpretación nada talmúdica, autor de numerosos artículos y ensayos, Joaquín Miras es, además de una de las almas esenciales de Espai Marx, uno de los revolucionarios comunistas más íntegros y honestos que este entrevistador ha conocido hasta la fecha.
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Espai Marx celebrará el próximo 29 de mayo un encuentro sobre “La política como práctica de organización cotidiana”. ¿Qué es Espai Marx?
Espaimarx es una asociación de personas de izquierdas que pretendemos reflexionar juntos sobre la política sin pretender intervenir en la misma como tal organización. El origen de la asociación, lo que nos llevó a constituirnos, fue la crisis de la política, el deterioro o degeneración progresiva y constante que se produjo con el triunfo de la transición política y le instauración de la monarquía, en las organizaciones políticas que, antes, habían desarrollado una política entendida como movilización popular; esta degeneración fue vivida por nosotros directamente.
¿A quién va dirigido el encuentro? ¿Dónde se celebra?
El encuentro está abierto a toda persona que entienda la política como actividad que debe ser desarrollada y protagonizada directamente por las ciudadanos; que los ámbitos de la política deben ser los de la vida cotidiana de esta sociedad: el lugar de trabajo, el barrio…
El foro donde se realizará el encuentro es el local del sindicato COBAS, organización sindical que nos acoge solidariamente, y su dirección es la Calle Mallorca 92 entlo., en Barcelona. Aprovecho la pregunta para explicar algo inusitado que nos ha ocurrido. A pesar de haber hecho diversas gestiones, no hemos podido reservar, previo pago habitual, un local cívico de los que el ayuntamiento de Barcelona posee y que,en teoría son para ser puestos a disposición de iniciativas como esta nuestra. Esto es algo nuevo y que nos inquieta.
No es para menos. ¿Quiénes intervendrán en la jornada?
En las jornadas intervendrá Guillermo Rendueles, psiquiatra que ha estudiado la enfermedad mental en relación con la interiorización de los valores del liberalismo y en relación con la falta de actividad organizada. Oriol Martí, médico que ha estudiado el sufrimiento humano como consecuencia del orden cultural existente. Antonio Jiménez Merino, que es especialista en Pasolini, uno de los pocos que ha elaborado reflexión política a partir de la percepción de la destrucción de las culturas populares.
Por la tarde hay una segunda mesa donde intervienen personas que colaboran en experiencias organizativas de democracia directa: Sergio Cararo, de Roma, que nos explicará sobre sus experiencias de lucha para organizar el territorio. Eligi Medina Rivero, que nos explicará la experiencia de lucha local de Ripollet –COP-, que tiene ya un largo recorrido. Y Miguel Velasco Haro, miembro del comité ejecutivo del sindicato del campo andaluz, que ha desarrollado múltiples experiencias de poder local con democracia directa. Son experiencias reales que pueden ser inspiradoras, y desde luego, son útiles de conocer.
¿Podrías explicar el lema del encuentro? ¿Qué es eso de la política como práctica de organización cotidiana?
Creemos que la política no es una actividad para profesionales, ni una actividad a realizar sólo desde las instituciones representativas del estado que gestionan los dineros públicos. Creemos que la vida cotidiana es el lugar donde esta sociedad se reproduce a partir de las actividades de las personas que la constituimos, y que es ahí donde debemos comenzar el trabajo político. Un trabajo que debe ser capilar, de organización inmediata de las personas para realizar actividad. Un trabajo que se enfrente y luche contra las injusticias y la opresión en el medio donde éstas se producen, y que tenga como objeto transformar la cultura de vida que nos impone el capitalismo para el consumo y el despilfarro, tras liquidar las culturas populares autónomas que eran el suelo de la izquierda
Habláis en vuestra presentación de indagar las formas políticas posibles basadas en la activa organización y participación de las personas de las clases subalternas. ¿A eso no suele llamarse democracia participativa? ¿Excluye la democracia representativa?
La democracia participativa consiste en mecanismos que crean las instituciones políticas para consultar a los ciudadanos sobre el uso de parte de los recursos económicos de que disponen y sobre los proyectos que las mismas instituciones pretenden desarrollar. No es algo desdeñable, pero sí limitado. Da por de contada la forma en que se organiza el vivir, o en todo caso interviene desde la institución para evitar su excesiva perversión
Ésta, decías, es una vía de cambio social. ¿Por qué?
El cambio social, en un determinado sentido empírico, se está dando permanentemente: 1968, 1973, 1989, 2000, la brutalidad que se nos está viniendo encima… Pongo estas fechas para poder tener referentes; nada permanece estable. A otro nivel, en el que “cambio” signifique progreso moral, éste solo se producir mediante el protagonismo del mismo por parte de la mayoría de la sociedad, de los subalternos. No sin ellos; no a sus espaldas: jamás ha sido así. El movimiento puede fracasar, o incluso no llegar a existir, pero sin él no habrá cambio a mejor
Hablando de clases subalternas. ¿Cómo viven estas clases la actuación situación crítica? ¿Creéis que hay senderos reales para su intervención político-social y para combatir efectivamente contra la recetas neoliberales?
Las clases subalternas viven la situación con gran desesperanza, y con gran claridad: esto es un desastre. Otra cosa es que desde su experiencia de personas atomizadas, y de personas atomizadas porque no existe nadie que les reclame y proponga hacer, que desde la experiencia que tiene respecto de unos partidos políticos e instituciones sociales corrompidos y entregados al liberalismo, no se les abre expectativa alguna de salida. El sistema político actual está bloqueado, cerrado a la posibilidad de la organización de la gente: las libertades de reunión, deliberación, etc. no son llevadas a la práctica: movilización. Pero en política los senderos no preexisten, sino que se crean. Sin una fortísima movilización sostenida, sin una lucha dura y cruda contra la plutocracia dominante y apabullante, no habrá salida frente al liberalismo. El liberalismo es una voluntad política, no un fenómeno natural, y sólo otra voluntad política en lucha puede torcerle la mano: para derrotarlo políticamente
¿A qué queréis hacer referencia cuando habláis de la destrucción de las culturas materiales populares existentes todavía al final de la guerra mundial, verdadero tejido social sobre el que se levantaba la izquierda? ¿Sobre qué entonces se levanta la izquierda actualmente si esas culturas han sido destruidas?
Nos referimos a lo que, creemos, ha sido la verdadera gran derrota de la izquierda. Tras la segunda guerra mundial, surgió un capitalismo nuevo, como consecuencia de la aparición de nuevas tecnologías. El capitalismo podía dedicarse a producir bienes para la vida cotidiana. Esta industria necesitaba que esos bienes fueran adquiridos, y se puso a ello mediante la presión ideológica y propagandística y mediante la misma oferta de los bienes y de sus ventajas materiales. La izquierda aceptó como positivo sin más este cambio, sin percatarse de que las formas de vida hasta entonces existentes, los principios antropológicos que en ellas anidaban, etc estaban siendo liquidados y sustituidos por otros que abocaban a la gente al consumo desatado, que prestigiaban el tener y disponer de objetos, que abocaban a modos de vida individualistas. Esta cultura nueva no fue vista como un peligro por las fuerzas políticas de la izquierda. Se confundió modernización en los usos de la vida con progreso moral. Por el contrario, estas fuerzas fueron penetradas por esa nueva forma de ver y vivir la vida, a través de sus cuadros. Allí donde las fuerzas políticas de izquierda disponían de libertades y derechos civiles estos no fueron usados para defender e imponer nuevos usos de vida, para preservar y modificar las culturas de vida en sentido de izquierdas, sino tan solo para defender una mayor participación en la distribución de bienes. Desde luego, la actual izquierda se levanta sobre flecos de esas culturas que se han sostenido. Las relaciones en el seno de las familias son todavía en muchos casos relaciones de solidaridad, de amor hacia los hijos etc., de amistad y solidaridad. Y está la injusticia, la explotación que genera experiencia “negativa”, como tiene que ser la experiencia verdadera: quiero decir, las nuevas culturas, como toda cultura, construyen en las personas expectativas de vida buena que son irreales e irrealizables, y que son machacadas por la dinámica capitalista, y ahora ya, en la presente crisis, de forma feroz. Evidentemente la debilidad cultural de la izquierda es un factor negativo a la hora de enganchar con todas estas experiencias; también el fascismo es una “posibilidad cultural” abierta.
Sostenéis, tomando base en Pasolini y en Gramsci, que la principal practica política tiene que estar dedicada a construir una nueva cultura material e intelectual para la cual se necesita ‘un fuerte movimiento político nacional desde abajo’ que implique a toda la vida del pueblo, “como sujeto activo creador de esta nueva cultura y como objeto cultural emergente, producto de su praxis”. ¿No es una ensoñación? ¿No caéis de nuevo en la utopía, en quimeras políticamente ineficaces?
Lo que puedo decir es, en primer lugar que la historiografía ha puesto de manifiesto que estos movimientos han existido en otras épocas de la historia. Aún más, que siempre ha habido conflicto entre pobres y ricos. Digamos que no hay nada que impida que esto vuelva a ser así.
Este proyecto es problemático, pero no utopía. Utopía es pensar que puede haber democracia, una sociedad democrática, sin la participación activa de la ciudadanía en un movimiento de lucha de los de abajo; que puede haber democracia sin un ethos democrático; que proyecto político es algo desenganchado de proyecto cultural y antropológico. Esta idea es algo que va en contra de lo que sabía Platón –cuál es el tipo de hombre propio de la democracia y de cada uno de los diversos regímenes políticos- y Aristóteles, y el mismo Montesquieu –regímenes y climas, etc- y Rousseau. Toda nuestra tradición política ha sabido siempre que un régimen de ciudadanos exige y se basa sobre su ethos cultural; que “el lujo” es su enemigo mayor porque corrompe la antropología activa y la vida buena de la cultura republicana que exige para que todos seamos iguales ser sobrios, trabajar con nuestras capacidades, y anhelar ante todo la libertad. Utopía o contrasentido es pensar que democracia es “votar” y no el nombre de un movimiento de masas formado por las clases subalternas que lucha por constituirse en poder, esto es, por hacerse con el control de la actividad que ellos generan y que es la que produce y reproduce la sociedad.
Está de nuestra parte que solo esas condiciones de igualdad y sobriedad son las que pueden salvar a la humanidad, y que se hace imperativo un cambio de civilización. Es quimérico que esto que vivimos ahora vaya a seguir siendo viable.
La Política como práctica, señaláis, y el pensamiento político como praxeología o filosofía de la práctica. ¿A qué llamáis praxeología? ¿Qué filosofía de la práctica es esa?
Praxeología es el nombre de ese saber reflexivo o saber segundo o adjetivo sobre la praxis humana, y dentro de ella sobre la política pues es reflexión sobre las relaciones que estructuran la sociedad y determinan las posibilidades de vida buena. Filosofar es “el examinar solamente, al obrar, si hace cosas justas o injustas y actos propios de un hombre bueno o de un hombre malo”; así se expresa Sócrates en un texto en que él diferencia explícitamente su pensamiento, el filosofar, de la religión y también de la ciencia -de lo que escribe Anaxágoras sobre la naturaleza del sol y de la luna, que son piedras y no espíritus-, y en el que lo define como reflexión segunda sobre lo que se hace; el texto es la Apología de Sócrates, claro.
La reflexión sobre la experiencia práctica nos puede enseñar a quienes hemos tenido la experiencia en nuestra juventud de haber participado en un movimiento democrático, y de paso podemos ayudar a otros con nuestra experiencia. Me refiero a que nuestra experiencia nos puede ayudar a salir al paso de la desesperanza: “no hay movimiento, porque la gente no está por el asunto, se dedican s lo suyo, etc.” Precisamente la praxeología nos permite recordar que no hay nada más contagioso que el movimiento: que el ver a otros confiando los unos en la palabra de los otros, y deliberando para ponerse de acuerdo en el hacer, que no hay nada más contagioso que ver la esperanza en acto de los demás. Que, además la praxis cambia a los individuos que se incorporan, desarrolla en ellos nuevos saberes, no solo morales, sino intelectuales, nos hace en ciernes creadores de nueva sociedad civil, en ciernes por tanto, creadores de nuevo poder político, de nuevo estado; nos dota de las capacidades que apuntan en ese sentido. Y que, por tanto, no podemos pensar en lo que podemos llegar a ser capaces de hacer antes deque exista el propio movimiento, que es el generador de capacidades. Recordamos y traemos a la mente que éramos mejores personas entonces. Que hemos sido luego peores personas: es el efecto de la praxis que desarrolla nuevas capacidades y facultades, nuevo saber práctico. Esa filosofía es un reflexionar sobre la experiencia práxica y un invitar a la praxis a la plebe partir de los principios de la igualdad y de la libertad. Filosofía de la práctica en la que, como decía Manuel sacristán, “de la práctica” es genitivo subjetivo: o sea la reflexión que surge como saber sobre la práctica de quienes la ejecutan, saber participante reflexionado; no una reflexión desde fuera sobre la actividad en general –“genitivo objetivo”-. No se trata de ir a la praxis con principios especiales a los que queramos amoldar al movimiento, sino de ser, por reflexión desde el hacer, la expresión de conjunto de las condiciones reales de una lucha existente, de un movimiento que se esté desarrollando ante nuestros ojos y como consecuencia de nuestra actividad. Pero ahora lo que estoy haciendo es parafrasear el inicio del capítulo 2 de El Manifiesto comunista.
Pues, Joaquín, si me permites, lo parafraseas magníficamente. ¿Quieres añadir algo más?
Señalar que lo que creo que hacemos es ayudar a dar respuesta de forma práctica a una pregunta de fines del siglo XX: ¿qué Marx se leerá en el siglo XXl?. Pues bien: éste es el Marx que la historia transcurrida, y quiero recalcar, la historia que nos ha pasado por encima de nuestros lomos, nos ha enseñado a aprender a leer. El Marx praxeólogo, esto es el Marx que tiene consciencia de que el elemento diferenciador de su pensar respecto de otros pensamientos revolucionarios defendidos por “los demás partidos obreros” no era ni tan siquiera la abolición de las relaciones de propiedad existentes. Poco después del texto antes citado, Marx se extiende en este capítulo sobre la abolición de la propiedad, sobre el capital, el trabajo asalariado etc., en un comentario que termina con la frase: “la revolución comunista es la ruptura más radical con las relaciones de propiedad tradicionales”. Pero justo antes de iniciar esa interesante explicación; al comienzo de la misma, con un tono de “moto introductorio” o exergo, y justo en la frase inmediata que hay detrás de la antes citada, -después de un punto y seguido-, escribe Marx: “La abolición de las relaciones de propiedad existentes hasta la fecha no es algo que caracterice peculiarmente al comunismo”. Luego entra en una muy interesante, aguda, distinción argumental al respecto, pero la frase queda dicha. Y creo que no se la debe interpretar como una cautela argumental para “bajar la tensión” y ser más suasorio. No solo porque, como recalca Marx, las relaciones de propiedad han estado siempre en cambio histórico constante, sino porque además, la tradición política republicana había sido siempre propietarista, había tenido siempre en cuenta que sólo la posesión de los medios de producción hacían libre al trabajador, y que la plutocracia era esclavizadora y tiránica. Y ya Robespierre, en el mundo contemporáneo, tal como nos explica Buonarroti, había intentado la distribución de la riqueza nacional entre todos los trabajadores. Así que muy probablemente otras fuerzas obreras defendían esta idea en 1848. Todo esto no desmerece la justeza de la idea de la socialización de los medios de producción capitalistas que Marx propugna. Pero sí nos da razón de qué es lo que Marx creía que era el elemento clave de su filosofar: la praxeología.