Un punto de encuentro para las alternativas sociales

El socialismo y el dinosaurio

Jordi Borja

07/07/2008

«¿Qué es la inteligencia?» preguntaron a Binet, el creador del famoso test de cociente intelectual. Respuesta: «Inteligencia es lo que mide mi test». Una respuesta inteligente, hiperrealista y que nos deja igual que antes. En un libro colectivo promovido por Raimon Obiols y Toni Comín que se presentó el jueves pasado, L’esquerra, un instint bàsic (Pagés Editors), un socialista histórico de origen cristiano y catedrático de Derecho Constitucional, José Antonio González Casanova, recuerda una respuesta similar. Narcís Serra, cuando ejercía de vicepresidente del Gobierno, contestó así cuando se le preguntó sobre el socialismo: «Es lo que estamos haciendo». Este hombre bueno que es el entrañable José Antonio no puede reprimir un comentario tan espontáneo como sintético: «¡Caramba, ojalá fuese así!».

«Pensamos que tomando iniciativas de cambio se cambian los estados de la opinión»

Este texto, probablemente el más sugestivo del libro, plantea la cuestión clave de un pensamiento y una política de izquierdas. El pensamiento se refiere al futuro, un cierto ideal de sociedad libre e igualitaria. La política se refiere al presente: un conjunto de actuaciones prácticas que hagan avanzar en esta dirección, lo cual supone no sólo paliar los efectos de los mecanismos que generan desigualdades y exclusiones, sino también revertir las dinámicas económicas y culturales que producen estos efectos. Para lo cual hay que actuar sobre las contradicciones que genera un sistema económico, el capitalista, que, como dice Joan Subirats en otro de los textos más interesantes, nunca ha sabido convivir bien con la democracia.

El viejo «socialismo real», estatista y autoritario, nunca fue democrático y derivó en el terror político y la pobreza de la sociedad civil. El «socialismo hiperreal» de partidos y gobiernos como los que han gobernado en la España democrática y en los países vecinos no sabemos muy bien hacia dónde pretende ir, pero sí podemos verificar que sus políticas sociales «asistenciales» y la ampliación de los derechos de las personas en ningún caso inciden en los procesos que generan desigualdades crecientes y enriquecimientos ilícitos, corrupción de la política y desregulación de la economía (ejemplo: el sector inmobiliario y el suelo), incertidumbres crecientes y exclusiones múltiples (jóvenes, inmigrantes). La democracia tiene dos dimensiones. La formal configura el Estado de derecho, las libertades individuales, la representación política, la participación ciudadana. La material se expresa por el conjunto de políticas públicas que están destinadas a hacer efectivos estos derechos y libertades, en el ámbito de la economía, de la educación, de los programas sociales, etcétera.

En el reciente congreso del PSOE se han aprobado algunas propuestas democráticas obviamente positivas: cuidados paliativos para enfermos terminales, facilitar la interrupción voluntaria del embarazo, supresión de ceremonias y símbolos religiosos en actos oficiales, etcétera. Pero, como ha reconocido Miquel Iceta, no se trata de cuestiones de izquierdas o derechas, sino de demandas propias de la sociedad actual. Podría añadirse que estas medidas, que en otros países europeos ya existen, son necesarias porque en nuestros sistemas normativos y culturales persisten muchos residuos heredados del franquismo, del nacionalcatolicismo y de las inercias elitistas y reaccionarias tan arraigadas en corporaciones como la judicatura y la alta administración, y en la mayoría de los cuerpos de profesionales con posiciones de poder. Lo sorprendente es que 30 años después de aprobada la Constitución aún estemos pendientes de estos temas. El partido político de la «izquierda real» (gobernante) ejerce de centro democrático y el partido centrista insiste, al oponerse a estas medidas, en posicionarse hacia la extrema derecha. Del lamentable espectáculo de sometimiento que ha dado el PP en Cataluña, mejor no hablar.

Volvamos, pues, al libro objeto de este comentario. En la presentación del libro y posteriormente en una primera y apresurada lectura, me he sentido como un dinosaurio. Casi todo lo que se dice y escribe es «políticamente correcto», no hay ningún rasgo de crítica a las políticas de los gobiernos socialistas, no se plantean avances que cuestionen los mecanismos más perversos de nuestro peculiar capitalismo, no se proponen promover movimientos y conflictos sociales o culturales que modifiquen el statu quo. Predomina el discurso analítico, interesante pero académico, las abstracciones bienintencionadas y algunas reflexiones intelectuales inteligentes sobre el socialismo del siglo XXI (por ejemplo, las contribuciones de los dos promotores del libro). Pero falta, a nuestro parecer, situarse en lo que es central desde un pensamiento y una política de izquierdas: las contradicciones objetivas de la realidad, las propuestas que orienten la conflictividad social, las reformas realmente transformadoras que ordenen el desarrollo caótico de un mundo desregulado. Hay excepciones, como las citadas y algunas otras muy sintéticas (Navales, Navarro, Valls), pero en general el libro parece querer evitar cualquier incidencia política que remueva el suelo en el que se mueven los partidos institucionalizados.

Quizá la buena política hoy es precisamente esto: moverse en el barco sin avanzar hacia mar abierto. Y entonces es cuando uno se siente dinosaurio, miembro de una especie en proceso de extinción. No se trata tanto de especular sobre un futuro ideal, y menos aún de construir un modelo de sociedad al margen de los procesos sociales reales. El marxismo ha demostrado una gran capacidad de prever el pasado, no el futuro. Los inventos, con gaseosa, no con los pueblos. Pero los dinosaurios no estamos pendientes de los sondeos para saber lo que se puede o no se puede hacer. Pensamos, por el contrario, que tomando iniciativas de cambio se cambian los estados de la opinión. «Uno empieza y después se ve», decía Napoleón. Una acción bien planteada, que responda a una contradicción de la realidad, modifica las condiciones. Lo saben los militares y los dirigentes sindicales. La política es otra cosa. Es conservadora. Sin querer, nos encontramos fuera de este juego.

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