Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Por senderos de irresponsabilidad, destrucción y muerte

Salvador López Arnal

Para Berta Cáceres (1971-2016), in memoriam et ad honorem (y para las 50 personas defensoras del medio ambiente que han sido asesinados en Honduras desde 2016).

Estamos planteando un sistema sin solución: el de crecer indefinidamente en un planeta finito. No tiene sentido, y da igual cuántas cosas podamos descubrir, nunca serán suficientes para intentar cubrir ese imposible. La solución que necesitamos no es científica ni tecnológica: tan solo social. Simplemente, precisamos de un nuevo sistema económico y social que no necesite forzosamente el crecimiento. No digo que la investigación científica y el desarrollo tecnológico sean inútiles; es más, estoy seguro de que aportarán muchas más cosas útiles la humanidad. Pero no nos carguen a nosotros con la ingente tarea de resolver un imposible. No pidan cosas que son físicamente irrealizables esperando que algún día el progreso científico-técnico solvente unas contradicciones generadas por un grave error de concepción y enfoque social.

Antonio Turiel (2021)

 

  1. Hybris

Recuérdalo tú y recuérdalo a otros, nos exhortó Cernuda en su «1936». Recordemos. El sistema económico hegemónico, llamémosle globalismo neoliberal, capitalismo sin bridas, crematística compulsiva de dinero o como mejor nos parezca, tiene como característica esencial la competitividad despiadada entre empresas (Apple versus Facebook por ejemplo) por la venta de mercancías y servicios. Una de las consecuencias de esta lucha ‘por la supervivencia del más fuerte’, que no excluye ‘alianzas estratégicas’ ocasionales y apoyo mutuo en defensa de privilegios, es la tendencia intrínseca a abaratar la producción (a costa de golpear derechos básicos y remuneraciones de los trabajadores en muchos casos) y a producir un volumen cada vez mayor de productos, servicios y también desechos (Engels: «[la producción capitalista]» no puede ser estable, debe crecer, expandirse, o morir… Su condición para existir es la expansión constante”). Esta tendencia intrínseca al crecimiento, este tener que expandirse sea como sea, conlleva inexorablemente un consumo creciente (y acelerado) de materias primas y energía, energía que hoy por hoy es producida de manera generalizada por el uso de combustibles fósiles que al quemarse generan los gases de efecto invernadero (GEI) [1].

Se necesitaron 217 años, de 1751 a 1967, para liberar a la atmósfera 400.000 millones de toneladas de CO2 (el principal GEI, junto con el metano: CH4, el óxido nitroso: N2O, y el ozono: O3); bastaron 23 años, de 1968 a 1990, para liberar la misma cantidad; 16 entre 1991 y 2006 y sólo 11 años entre 2007 y 2018. Con palabras de Jorge Riechmann: ¡desde la crisis económica de 2007 hasta 2018 tanto como en los dos primeros siglos de sociedad industrial! Desde mi nacimiento en 1954 hasta hoy, más de las tres cuartas partes. Crecimientos exponenciales en la fase de la Gran Aceleración destructiva, sin estancamiento o marcha atrás: la emisión global de CO2 fue de 22.637 millones de toneladas en 1990 y de 37.887 millones en 2018. Más del 67% [2].

Los clásicos de las tradiciones emancipatorias fueron bien conscientes de las turbulentas relaciones del capitalismo con el medio ambiente. Marx, en el cap. XIII de la sección 10, «Gran industria y agricultura», del  libro primero de El Capital, nos advertía que «todo progreso de la agricultura capitalista es un progreso no sólo del arte de depredar al trabajador, sino también y al mismo tiempo del arte de depredar el suelo; todo progreso en el aumento de su fecundidad para un plazo determinado es al mismo tiempo un progreso en la ruina de las fuentes duraderas de esa fecundidad.» Por eso, añadía, «la producción capitalista no desarrolla la técnica y la combinación del proceso social de producción más que minando al mismo tiempo las fuentes de las que mana toda riqueza; la tierra y el trabajador» [las cursivas son mías].

Observaciones similares pueden verse en la obra de Engels, que ya con 19 años describía críticamente la destrucción del paisaje y la contaminación del agua en su Wuppertal natal. En términos similares se expresaba en La situación de la clase obrera en Inglaterra o en Esbozo de crítica de la Economía Política, un texto escrito entre octubre-noviembre de 1843 con apenas 23 años, donde señalaba que el capitalismo industrial moderno y la competencia cada vez más feroz entre empresarios agrícolas (capitalistas que no eran campesinos) podía dañar a la naturaleza, especialmente al suelo, la primera condición de nuestra existencia, punto básico de toda producción y reproducción.

En parecidos términos se han manifestado pensadores (y activistas) de otras tradiciones de emancipación  como Tolstói, Kropotkin o Murray Bookchin.

Son innumerables los autores que, más más recientemente, nos han advertido que una buena parte de lo que está ocurriendo se deriva del cambio climático, del aumento de las temperaturas medias de la atmósfera y los mares causado por las actividades humanas en la época industrial. Jeremy Rifkin, por ejemplo, señala que hemos tenido otras pandemias en los últimos años y que se habían lanzado advertencias de que algo muy grave podía ocurrir «porque hemos alterado el ciclo del agua y el ecosistema que mantiene el equilibrio en el planeta. Los desastres naturales van a continuar: la temperatura en la Tierra sigue subiendo y hemos arruinado el suelo». Hay dos efectos, añade Rifkin, que no podemos ocultar: 1. El cambio climático antropogénico provoca movimientos de población humana y de otras especies. 2. La vida animal y humana se acercan cada día más como consecuencia de la emergencia climática y nuestras prácticas económicas expansivas. Sus virus viajan juntos.

Hemos excavado los cimientos de la Tierra para transformarlo en gas, petróleo y carbón; hemos creado una civilización basada enteramente en el uso de fósiles (con las implicaciones geopolíticas conocidas y las guerras imperiales anexas). Estamos usando un planeta y medio o más cuando solo tenemos uno. Hemos perdido el 60% de la superficie del suelo del planeta y tardaremos, si es el caso, miles de años en recuperarla.  No existe nada, simple contradicción en los términos, que sea capitalismo y moderado al mismo tiempo. No existe un «capitalismo verde» que sea viable, sostiene Antonio Turiel, quien nos recuerda que en estos momentos consumimos una media de 96 millones de barriles diarios (Mb/d) de «petróleo» (entendiendo como tal todos los hidrocarburos líquidos que son más o menos asimilables a petróleo). Como cada barril contiene 159 litros, «unos 5,6 billones de litros de petróleo al año, o lo que es lo mismo, 5,6 kilómetros cúbicos anuales».

Incontables ejemplos muestran que la alarma de Rifkin, Turiel, Ribeiro, Puig Vilar, Riechmann y de tantos otros  no es alarmismo. La tragedia del calentamiento global es tan sólo el mayor síntoma de todo lo que funciona mal en nuestro sistema económico. El mayor síntoma, no la única tragedia que nos acecha. Paul J. Crutzen y Eugen F. Stoermer acuñaron en 2000 el término Antropoceno para designar la fase de la historia de la Tierra en que los humanos hemos devenido una fuerza planetaria capaz de producir transformaciones similares a las producidas por las fuerzas naturales. Aquí estamos. No hemos hecho caso de la advertencia de  César Manrique formulada ¡en 1985!: «Es el momento de parar.»

Sin ser apocalípticos, visitemos el infierno terrestre que hemos ido creando.

 

  1. Amenazas, catástrofes.

La radiación solar que penetra en la Tierra depende tanto de los cambios en la órbita terrestre y la inclinación de su eje de giro como de los ciclos solares (11 años). Ambos factores pueden favorecer el inicio de una etapa de mayor radiación y, en consecuencia, de calentamiento. Pero hay acuerdo pleno entre las comunidades científicas que esos cambios orbitales y de radiación solar no se han producido durante estos años ni durante toda la época industrial. No hay una explicación alternativa donde no figure la acción humana, no hay ninguna evidencia de la acción de otros ciclos naturales que hayan podido intervenir. Además, en las últimas décadas, las de mayor calentamiento, la radiación solar ha ido disminuyendo [3].

En un estudio publicado en Nature a finales de 2019, se señalaban los nueve puntos de nuestro planeta que están en peligro por daños graves, alteraciones o riesgo inminente de desaparición: el hielo marino ártico, la capa de hielo de Groenlandia, los bosques boreales, el permafrost [4], el sistema de corrientes del Atlántico, la selva amazónica, los corales de aguas cálidas, la capa de hielo antártico occidental y partes de la Antártida Oriental. Estos puntos de inflexión climática están ya activos y podrían desencadenar cambios irreversibles a largo plazo a nivel global.

Algunas ilustraciones de la situación, una breve muestra. Los ejemplos de agolpan:

2.1. Entre Groenlandia y la Antártida hay hielo para elevar 65 m. el nivel del mar. Donde se ha notado más la desaparición del hielo ha sido en el Polo Norte (el calentamiento global no es igual para todo el planeta, es mayor en las latitudes por encima del círculo polar ártico: 66° 33′ 52″ N). El Ártico, el espacio situado al norte del círculo, está avanzando muy rápidamente hacia la desaparición total del hielo marino en los meses verano. La desaparición del hielo marino, aun siendo un grave desastre ecológico, no es preocupante por la subida del nivel del mar, generada tan solo por el hielo continental: Groenlandia y la Antártida. En el norte nos interesa especialmente lo que ocurre en Groenlandia donde hay hielo para que el mar suba 7 m y donde más deshielo está provocándose. Por el deshielo de los glaciares de las grandes cordilleras y los casquetes de hielo polar (un 60%), y por la expansión térmica del agua, más voluminosa a mayor temperatura (un 40%), el nivel del mar ha subido ya más de 20 cm desde principios del siglo XX. Desde 1993 la subida ha sido de 1,7 mm por año; desde 2006, 3,6 mm.

En la Antártida también se pierde de forma creciente y la situación es aún más preocupante. Por dos razones: porque almacena la mayor parte del hielo que hay en la Tierra y porque está sufriendo algunos procesos recientemente detectados que nos podrían obligar a cambiar las previsiones que se han hecho hasta ahora.  Un informe conjunto de la NOAA, la NASA y la NSF de USA señala que en un escenario de altas emisiones como el actual, cabe la posibilidad en 2100 de una subida de 2,4 metros. Si nos situamos en 2060, la NOAA afirma que en un escenario extremo el mar podría subir ese año 105 cm por encima del de principios del siglo XX (85 cm por encima del nivel actual, que ya ha subido 20 cm; la previsión del IPCC es de 40 cm).

2.2. En el Pacífico hay países-isla o archipiélagos -Vanuatu, Kiribati (dos islas desaparecidas), Tuvalu, Fiyi, Islas Salomon (con islas que han perdido el 50% de su territorio), Nauru, Tonga, Islas Marshall (han perdido ya el 20% de sus costas)- que no tardarán en desaparecer si no hay cambios drásticos e inmediatos. Lo mismo sucederá en países del Índico como las islas Maldivas (1.200 islas e islotes, con más de medio millón de habitantes).

2.3. La quema de combustibles fósiles expulsa a la atmósfera CO2 y N2O, pero también PM 2,5 [5]. Son muchos los estudios que atribuyen a estas micropartículas 8 millones de muertes prematuras al año, una de cada cinco de las que se producen en el mundo. El problema de estos contaminantes PM 2,5 es global, pero la costa este de USA, Europa Occidental y el sureste asiático son los territorios en los que su incidencia en la tasa de mortalidad prematura es mayor. En España pueden imputarse a esta causa unas 44.600 muertes anuales de media estos últimos años.

2.4. El Mediterráneo pasa por un momento transcendental para los 500 millones de personas que habitamos en sus orillas. La necesidad de agua, alimentos, energía y empleo crece con fuerza en toda la región. Se calcula que el aumento de temperatura es aquí un 20% superior al del resto del mundo, lo que agrava la escasez de agua dulce, destinada principalmente, en un 80%, a usos agrícolas. El aumento de la temperatura marina y el vertido de contaminantes están diezmando a las poblaciones piscícolas y vegetales del mar. Avanza también sin freno la desertificación y la pérdida de biodiversidad, a pesar de tener el 7% de las especies marinas en solo el 0,8% de todos los océanos.

2.5. El Banco Mundial estima que Latinoamérica, el África subsahariana y el sudeste asiático generarán otros 143 millones de migrantes climáticos hacia 2050 y que esa no es sino una más de las migraciones creadas por la crisis climática. No solo los humanos estamos buscando desesperadamente sitios más habitables, también lo hacen los peces de las aguas oceánicas que se están calentando a toda velocidad y que han absorbido más del 90 % del exceso de calor causado por las emisiones de efecto invernadero.

2.6. El Norte imperial no está fuera de este mundo. Se estaba gestando la ruptura desde principios de enero de 2021 y, finalmente, el vórtice polar, que suele contener el frío extremo dentro del Círculo Polar Ártico, se rompió, provocando que el frío se desplazase mucho más al sur. Se generó un desenlace trágico en la segunda semana de febrero, afectando a la práctica totalidad de Estados Unidos. El martes 16 de febrero fue más cálido en Groenlandia, Alaska, Noruega y Suecia que en Texas (máxima 0°C/mínima -12°C en Houston), partes de Arkansas y el Valle del Bajo Mississippi. Unos 150 millones de estadounidenses estuvieron bajo un severo tiempo invernal, millones de texanos se quedaron sin electricidad durante días. Texas estuvo literalmente al borde de “un fallo catastrófico” que podría haber generado apagones de muy larga duración, de meses.

2.7. Según Germanwatich, en las dos últimas décadas han muerto en el mundo 475.000 personas por fenómenos metereológicos extremos derivados del clima. España ocupa el puesto 32 de los países más afectados (700 fallecimientos al año) y el 29 con más pérdidas económicas (900 millones de euros).

No es necesario continuar. ¿Hemos hecho algo para frenar estas situaciones? Veamos.

 

  1. Acuerdos, praxis y escenarios de futuros.

Hace más de 40 años (Ginebra, 1979), científicos de 50 naciones se reunieron en la Primera Conferencia Mundial sobre el Clima y acordaron que las tendencias ya entonces alarmantes del cambio climático exigían actuar con urgencia. Unos 10 años después, en 1988, se celebró en Toronto la Conferencia Mundial sobre la Atmósfera Cambiante (se recomendó, sin éxito alguno, recordar un 20% las emisiones entre ese año y el 2005), y ese mismo año se creó el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, el IPCC por sus siglas en inglés.

El primer tratado internacional, jurídicamente vinculante, llegó en 1992 cuando se celebró la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro y se aprobó la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio climático, después de que el IPCC presentara en 1990 su primer informe de evaluación. En él se reflejaban las investigaciones de 400 científicos: el calentamiento atmosférico de la Tierra era real.

Tras la entrada en vigor de la Convención Marco en 1994, los países que firmaron se han reunido anualmente en la Conferencia de las Partes (COP por sus siglas en inglés). El tercer encuentro de la COP se celebró en Kioto en 1997. En él se adoptó el conocido como  «Protocolo de Kioto», concluido en La Haya en 2001 y en vigor desde 2005. Se establecieron nuevos mecanismos institucionales de control, se incentivó el desarrollo de medidas de reducción de emisiones y se creó el mercado internacional del carbono. Estados Unidos no lo ratificó; Canadá se retiró después. China, que luego se convertiría en el mayor emisor (no en términos acumulativos) no participó. Tampoco India y Brasil. Rusia y Japón no intervinieron en la prolongación de Kioto celebrada en Doha en 2012.

Se requería un nuevo acuerdo global. Se alcanzó en París en 2015. La COP21 alumbró, no sin grandes dificultades, el  «gran acuerdo» al que se aspiraba. Allí se estableció la necesidad de que a finales del siglo XXI no se alcanzara los 2º C de calentamiento global respecto a los niveles preindustriales [6]. Los gobiernos tomaron nota de los riesgos elevados que significaban los 2º C y acordaron que harían todo lo posible para no superar 1,5º C.

Sin embargo, 2020 ha culminado el decenio más cálido desde que se dispone de registros. La temperatura de la biosfera es ahora 1,25°C más alta que la media de la era preindustrial (promedio 1850-1900). Si suponemos, según cálculos, que la temperatura está subiendo un 0,25 °C cada decenio, estamos a una década de superar el aumento de 1,5 °C, y a dos décadas de superar los +1,7 °C, punto que el Informe Especial del IPCC presentado en Incheon, Corea del Sur, 8 de octubre de 2018 señala como tipping point, punto de no retorno, momento en el que se pierde la capacidad de revertir los hechos. Volver atrás, revertir la situación, supondría un esfuerzo de captura de carbono imposible. De seguir como hasta ahora se llegará a +2°C antes de mediados de siglo, no a finales [7].

Sin dudar de la importancia del logro internacional de París, ¿de qué tipo son las medidas acordadas? En el artículo 4.2. se afirma que  «Las partes procurarán adoptar medidas de mitigación internas con el fin de alcanzar los objetivos de esas contribuciones». En el 4.19:  «Todas las partes deberían esforzarse por formular y comunicar estrategias a largo plazo para un desarrollo con bajas emisiones». En el artículo 4, se sostiene que el punto máximo de emisiones debería “alcanzarse lo antes posible”, sin mayor determinación. Las partes procurarán, deberían esforzarse,… La libre actuación de las partes, de los Estados, tienen un peso enorme en la concreción del texto acordado. Nada se dice en el acuerdo de los combustibles fósiles que en ese mismo año proporcionaban el 86% de toda la energía que consumía en el mundo.

El Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente nos informa de lo sucedido en estos últimos años, tras los Acuerdos de París. Se emitieron en 2016, 51,9 Gt de CO2-e; en 2017: 53,5; en 2018: 55,3. En 2019, según un informe preliminar preparado por la COP25 de Madrid referido solo al CO2, hubo un incremento del 0,6%. Así, pues, hasta la irrupción de la pandemia del coronavirus en 2020 las emisiones fueron creciendo. Los Acuerdos están muy lejos de cumplirse [8]. De los 900 Gt de CO2-2 de emisión entre 2010 y 2100 señalado por el IPCC, en los primeros diez años, entre 2010 y 2020, se han emitido más de 500 Gt. Por lo tanto, nos quedarían por emitir, como mucho, 500 Gt entre 2020 y 2100, es decir, a uno 6,2 Gt por año, menos de la octava parte de lo emitido estos últimos años. En resumen: la concentración de CO2 y gases GEI afines en la atmósfera no ha dejado de crecer y ningún acuerdo climático ha servido de momento para detener ese crecimiento [9].

En los informes presentados a la COP25 de Madrid se afirmaron cosas parecidas. Un informe del el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) señalaba que con las dinámicas actuales estaremos emitiendo 60 Gt anuales en 2030. De seguir como hasta ahora, vamos a un calentamiento en este siglo de entre 3,4 y 3,9º C. Cumpliendo a rajatabla los actuales compromisos de los gobiernos, situación muy distante de la realidad, se alcanzarán los 3,2º C. La revista de la Academia de Ciencias de Estados Unidos, Proceeding of the National Academy of Science, en su número de agosto de 2020, publicó un estudio que señalaba que, con las actuales políticas podríamos estar en un escenario que nos llevaría a un calentamiento en 2100 de entre 3,3º C y 5,4º C.

En síntesis: la mayoría de los gobiernos del mundo (y de las multinacionales asociadas) hablan y hablan de limitar el calentamiento global a 2ºC, ¡incluso a 1,5º C!, pero lo que hacen o permiten hacer tiene poco que ver con ese objetivo. Miguel Pajares lo ha expresado así: “sufrimos una disonancia cognitiva que nos permite felicitarnos efusivamente por acuerdos como el de París, al mismo tempo que lamentamos que las emisiones de GEI y el correspondiente calentamiento global siga creciendo, sin que lo segundo nos leve a cuestionar la validez de lo primero.”

Esbocemos sucintamente algunos escenarios se futuro:

Con un calentamiento de 2ºC, según dos centros de investigación alemanes, los daños se repartirían de forma desigual. Son los países insulares y los tropicales empobrecidos los que sufrirían los mayores riesgos para su supervivencia. También los países ricos se verían afectados. Se darán situaciones generalizadas de escasez de alimentos, olas de calor sin precedentes, ciclones más intensos. Afectará a la disponibilidad de agua potable, a las cosechas, a la supervivencia de los bosques, a las ciudades costeras, a los recursos marinos, las cuencas de ríos muy importantes (Danubio, Misisipi, Amazonas) disminuirán entre un 20 y un 40%. Las pérdidas de bosque será extensa, por la temperatura excesiva y por la mayor incidencia de incendios. Los arrecifes de coral de verán afectados ya con un calentamiento de 1,5º C. Con ello, se perderá gran número de especies de peces que tienen ahí su habitat, así como la protección de muchas zonas costeras. Afectará fuertemente el desarrollo económico y comportará el riesgo de exceder la capacidad de adaptación de los sistemas más vulnerables. La salud de los seres humanos también se verá afectada por las olas de calor, incendios forestales, desnutrición (por menor producción de alimentos), expansión de enfermedades como la malaria y el dengue (los mosquitos que las propagan amplían sus rangos espaciales y temporales). Además, la pandemia del COVID ha puesto el tema sobre la mesa, posible auge de enfermedades zoonóticas por medio de virus, hongos o bacterias.

Con 4º C, los riesgos son superiores y generalizados. En palabras del que fuera presidente del Banco Mundial, Jim Yong Kim, nada sospechoso de alarmismo anticapitalista, «tendremos un cuadro dramático de un mundo de fenómenos climáticos y metereológicos extremos que causan devastación y sufrimiento humano».

En el período que va desde 2008 a 2018, ambos inclusive, 11 años en total, hubo un total de 265,3 millones de personas desplazadas por desastres repentinos. Una media de 24,1 millones por año. En esa media, el 86% son desplazados por desastres metereológicos (unos 20 millones por año) y el 14% por desastres geofísicos.  Para hacerse una idea comparativa, el número de desplazados internos por conflictos bélicos representan una media de 7,5 millones anuales. La mayoría de estos desplazados internos por desastre medioambientales repentinos vienen produciéndose en el sur, este y sudeste de Asia: India, China, Bangladesh, Vietnam y Filipinas.

No es necesario continuar. ¿Soluciones? ¿Las renovables y nuestra prudencia y racionalidad nos sacarán del apuro?

 

  1. Las renovables y sus límites.

Abandono completo de los combustibles fósiles, renovables cien por cien, mayor eficacia energética, algo menos de desarrollismo, algunas pinceladas más… y a seguir más o menos como hasta ahora. ¿Es eso? No es eso.

Energías renovables son las que no se agotan con el paso del tiempo. Por ejemplo, la energía hidroeléctrica, la geotérmica, la eólica y la solar [10]. Durante las últimas tres décadas, la energía eólica ha experimentado un despegue sin precedentes. Representa en la actualidad el 1% de toda la energía primaria que se produce en el mundo. Aún así, ha señalado Turiel, un 1% es un porcentaje muy escaso y, si tenemos en cuenta las diversas limitaciones de la energía eólica (cuando se habla del potencial eólico pensamos solamente en la generación de electricidad -que no cubre todas las necesidades energéticas de nuestra civilización- por medio de aerogeneradores), es muy probable que nunca sobrepase el umbral del 5 o el 6% del actual consumo de energía primaria. Requiere además del consumo de grandes cantidades de energía fósil: para la elaboración (acero, hormigón armado) de los aerogeneradores (un mástil de 40 metros de altura y tres aspas de 20 metros de longitud), para el transporte a los puntos de instalación, para las excavadoras que preparan el terreno, para las reparaciones, para el desmantelamiento,..

La energía solar para la producción de electricidad representa actualmente menos del 0,5% del total de la energía primaria consumida en el mundo. Se señala en ocasiones que la energía que nos llega del Sol es casi 10.000 veces superior a la energía que consume actualmente la humanidad. Pero recordemos que el 80% del flujo electromagnético proveniente del Sol que llega a la Tierra no se puede aprovechar: o llega con demasiado ángulo o se refleja en la atmósfera o, directamente, en la superficie planetaria. Por lo demás, no es verosímil construir parques fotovoltaicos en mares y océanos, ni tampoco en desiertos o en zonas montañosas. Un estudio del GEEDS mostró que el potencial máximo fotovoltaico de la Tierra podría corresponderse con aproximadamente el 25% de nuestro consumo vigente global de energía primaria. Insuficiente si consideramos la sustitución completa del actual consumo de energía no renovable. Para Turiel, entre las energías renovables, es la tecnología con más problemas (escasea de materiales, de plata por ejemplo) y peor rendimiento. La energía solar de concentración (se basa en concentrar la energía del Sol en un único punto usando espejos) permite que se alcance en ese punto grandes temperaturas que pueden ser usadas para producir vapor o mover turbinas o con un motor Stirling. No requiere además de una alta tecnología ni tampoco echar mano de materiales escasos. Sin embargo, se trata de una instalación de gran envergadura que, al final, proporciona una cantidad de energía por metro cuadrado de ocupación que no es mejor que la fotovoltaica y que es, además, más propensa a sufrir las inclemencias del tiempo. Los materiales por otra parte sufren mucho desgaste debido a la altas temperaturas y, al cabo, su rendimiento resulta bastante mediocre.

Veamos el asunto del coche eléctrico. Richard Herrington y algunos otros científicos británicos expertos en materiales han calculado que para reemplazar todos los coches y camioneras del Reino Unido por vehículos eléctricos, sin incluir camiones ni vehículos pesados, harían falta al menos 207.900 toneladas de cobalto, 2,3 millones de toneladas de cobre, 264.600 toneladas de carbonato de litio y 7.200 toneladas de neodimio y disprosio. Con cifras de 2018 y sólo para un país, excluyendo los vehículos más pesados y suponiendo el uso de baterías muy eficientes, y sólo para un factor (el coche eléctrico) de la denominada transición ecológica, se necesitaría casi el doble de la producción mundial anual de cobalto, la casi entera producción mundial de neodimio y el 75% de la producción mundial de litio y al menos de la mitad de la producción mundial de cobre. [11]

Situémonos a nivel global y empleemos datos tan oficiales como son los del Banco Mundial (BM). El 11 de mayo de 2020, el BM publicó el informe Minerals for Climate Action: The Mineral Intensity of the Clean Energy Transition. Se describe en él qué se necesita para conseguir la transición energética, y detalla cuánto se debería aumentar la producción. Hacen falta, se afirma, 3.000 millones de toneladas de minerales y metales estratégicos: cobre, níquel, cobalto, litio, cromo, molibdeno, grafito, aluminio, indio, hierro, plomo, manganeso, neodimio, plata, titanio, vanadio y zinc, para desplegar la transición a eólica, solar y geotérmica. La producción de grafito, cobalto y litio, esenciales para el almacenamiento, debería aumentar un 500% hasta 2050 para hacer frente a la demanda de materiales para las tecnologías energéticas limpias que eviten el aumento de 2 ºC de la temperatura media de la biosfera.

En síntesis: la corteza terrestre no ofrece metales y minerales suficientes para una supuesta transición ecológica planteada en términos de sustitución de los combustibles fósiles por renovables de alta tecnología, sin olvidarnos, por otra parte, la devastación de ecosistemas que supondría la intensificación de la actividad minera.

Para Antonio Turiel, una estimación realista del potencial máximo que pueden proporcionar las energías renovables estaría entre un 30 y un 40% del consumo total mundial actual. Su análisis: la transición energética a las renovables implica forzosamente dejar de crecer, ir hacia economías de ‘estado estacionario’, incluyendo tres decenios de esfuerzo equiparables a una economía de guerra que eliminase toda actividad superflua y concentrase todos los recursos económicos en dicha transición, transición a nuevos sistemas de producción, distribución y consumo incompatibles con el actual sistema socioeconómico mundial.

Este es el reto. De nuevo: socialismo democrático en armonía con la Naturaleza o desastre, muerte y destrucción. Si llegásemos a la segunda mitad del siglo XXI, ha señalado Jorge Riechmann,  «habiendo logrado evitar un descenso demográfico catastrófico y estuviéramos en camino de construir sociedades mucho más sencillas, frugales e igualitarias, basadas en tecnologías intermedias robustas, que se olvidasen del PIB como supuesta medida de bienestar, que usan muchos menos materiales y energía, lo habríamos hecho lo mejor posible en las difíciles circunstancias actuales». Esta perspectiva es la que viene sugiriendo llamar ecosocalismo descalzo.

Katharina Pistor, profesora de Derecho Comparativo en la Facultad de Leyes de Columbia, nos ha advertido que la Tierra no nos rescatará cuando las cosas salgan mal.  «Al depender solamente de declaraciones y del mecanismo de precios para lidiar con el cambio climático, estamos haciendo una enorme apuesta sobre la base de mediciones e indicadores que sabemos que son incompletos, si no absolutamente engañosos. Podemos diseñar todas las protecciones que queramos contra los potenciales escenarios de cambio climático, ha añadido,  «pero no hay ninguna protección para un episodio sistémico». Al carecer de la voluntad política de confrontar nuestro propio comportamiento,  «estamos suponiendo que el cambio climático se puede abordar con una actualización mínimamente disruptiva y financieramente neutra -o inclusive rentable— del sistema operativo actual». La pandemia de la COVID-19 nos ha advertido con claridad contra esta presunción.

 

Notas

1) Según la OMM (Organización Meteorológica Mundial), la concentración de CO2, NH4 y N2O en la atmósfera no tiene precedentes en los últimos 3 millones de años. Recordemos, por otra parte, que sin esos gases que atrapan calor la temperatura de la superficie terrestre sería de -18º. Su adecuada proporción es absolutamente imprescindible para la vida tal y como la conocemos.

2) Otra forma de computar nuestra hybris: según el IPCC y utilizando la unidad de medida CO2-e (CO2-equivalente), que incluye el CO y los demás GEI cuantificados por su potencial efecto invernadero como si fueran CO2, se han emitido, desde el inicio de la era industrial y hasta 2010, unas 2.000 Gt ( 1 Gigatonelada = mil millones de toneladas) de CO2 -e. La mitad desde 1970. USA ha emitido hasta la fecha más CO2 que cualquier otro país del mundo. Son responsables del 25% de las emisiones históricas.

3) El valor máximo de 1980 fue parecido al de 1990 pero el alcanzado en 2001 fue ligeramente inferior. Los ciclos solares, desde 2003 en adelante, han resultado ser significativamente más débiles que los anteriores.

4) La capa de suelo permanentemente congelada en regiones frías.

5) Micropartículas contaminantes con gran capacidad de penetración en el sistema respiratorio. Miden 0,0000025 m. de diámetro, entre 15 y 20 veces menos que el grosor de un cabello.

6) Ya se había acordado lo mismo en la COP15 celebrada en Copenhague seis años atrás, en 2009.

7) Los incrementos, por otra parte, no son homogéneos. En Cataluña, según Marc J. Prohom, del Área de Climatología del Servicio Meteorológico, “2020 ha tenido una anomalía de temperatura cercana a los 2 °C respecto a la media del periodo preindustrial”.

8) Según estos acuerdos, teniendo en cuenta los 2ºC a finales del XXI, o el preferible 1,5º C, ¿cuánto más GEI podemos arrojar a la atmósfera? El IPCC sostuvo en 2013 que para no superar los 2ºC sería necesario limitar a unas 2.900 Gt las emisiones acumuladas. Se habían arrojado ya 2.000 Gt hasta 2010. Quedarían por tanto 900 Gt por emitir. Es decir, ¡en 90 años deberíamos emitir menos CO2-e que el que se emitió en los 40 años anteriores! Tengamos en cuenta, por otra parte, que las 1.000 Gt entre 1970 y 2010 fueron emitidas a ritmos distintos. La media fue de 25 Gt por año, pero ¡en 2010 se estaba emitiendo ya cerca de 50 Gt por año!

9) Con otra medición: en junio de 2020, pese a la brusca reducción de actividad por la pandemia, se alcanzó la cifra de 417 ppm (partes por millón). Recordemos que en la era preindustrial, la proporción de CO2 en la atmósfera era de 280 ppm. El incremento ha sido, pues, del 48,92%. En los últimos 2,6 millones de año es probable que nunca se superasen los 300 ppm.

10) Estos tipos de energía sí se agotan con el paso del tiempo porque la materia del sol se está “quemando” y el sol acabará por extinguirse, de la misma manera que el interior de la Tierra acabará enfriándose. Pero, de hecho, estas fuentes energéticas se debilitan tan lentamente que pueden considerarse constantes, o 100% renovables.

11) Aproximadamente, la mitad de todo el cobre de las minas existentes ha sido ya extraído.

 

Bibliografía mínima

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