DESIERTO SONORO de Valeria Luiselli/14 JUILLET de Éric Vuillard
Pep Traverso
Por casualidad o quizás no, me encuentro leyendo a la vez 14 Juillet de Éric Vuillard y Desierto Sonoro de Valeria Luiselli. El libro de Vuillard es un relato exaltado de lo que ocurrió en París el 14 de julio de 1789, la toma de la Bastilla. Vuillard lleva a cabo un ejercicio de rescate de los héroes anónimos que consiguieron asaltar aquella siniestra fortaleza, de muchos de los hombres y mujeres que protagonizaron aquella hazaña y que no aparecen en los libros de historia. Páginas y más páginas repletas de nombres, oficios, edades, apodos: «Tisard a 23 ans. Perdue, dit Parfait. Cholet, dit Bien-aimé. Falize était d’Amiens. Marie Cloquier. Catherine Pochetat…» Esa ansia de rescate no cesará a lo largo del libro, «…entonces sigamos, no nos detengamos, nombremos, nombremos, recordemos a los famélicos, los cabellos largos…a todo el mundo.»
Es seguro que «un nombre no es gran cosa. Un oficio, una fecha, un lugar, un modesto estado civil…» pero pongámosles nombres, recordémonos de ellos aunque apenas hayan dejado una modesta marca visible en la historia porque sin ellos no hay multitud ni toma de la Bastilla, ni Revolución. Esos nombres constituyen las sílabas de la verdad.
Esa verdad es la que lleva a la muerte a Sagault de quien no sabemos con certeza ni su nombre, este bruñidor de metales caerá en el asalto alcanzado por un disparo, ha avanzado sin protegerse lo suficiente, cae aún vestido con la ropa de trabajo, sabe que antes de salir de casa ha olvidado decirle alguna cosa a su mujer, que ya debe estar inquieta, pero no se acuerda; antes de morir vienen a su mente algunas imágenes, momentos de felicidad, los dos juntos mirando desde la buhardilla que habitan en rue Planche-Mibray, los dos bromeando sobre el color de los techos, las copas de los árboles que se ven desde la ventana, hablan de la jornada de trabajo y sueñan un futuro un poco mejor, tan sólo un poco mejor. C’est ce qu’on appelle s’aimer.
Maillard es otro de los imprescindibles en esta historia, Maillard el amargo, tiene 25 años, está entre los asaltantes y tomará parte activa en todos los acontecimientos importantes de la revolución, morirá cinco años más tarde agotado y enfermo, «ese viejo hombre de treinta años sobre el que ha pasado la revolución y que muere pobre y encolerizado entre dos pilas de papeles.» En todos ellos habita «la grille rouillée de l’âme.»
Traer al presente a los que han sido enterrados y olvidados, hacer visible sus figuras, sus rostros, escuchar de nuevo sus gritos, el eco de sus voces, su rabia y sus anhelos. Esa exaltación, la pasión por los desheredados, por los de abajo, es la que atraviesa este libro de principio a fin. Y esa misma pasión, ese compromiso, lo he encontrado también en los otros libros de Vuillard que he podido leer, La Guerra de los Pobres o El Orden del Día.
Decía Rafael Chirbes refiriéndose a El año desnudo del escritor ruso Borís Pilniak que hay obras que «pueden tejer la ilusión de que acompañan plácidamente a sus lectores a lo largo de una vida, e incluso de varias generaciones.» Otras, en cambio, nacidas en circunstancias extraordinarias, parecen exigirle algo muy especial al lector y sólo en momentos privilegiados se logra la comunicación con el autor, entonces esas obras brillan con un fulgor extraordinario.
Quizás Desierto Sonoro de Valeria Luiselli sea una de ellas porque es un libro con el que no te sientes cómodo pero que te arrastra dolorosamente por las carreteras de los Estados Unidos en el extraordinario viaje que una familia realiza de punta a punta de aquel país; van a la búsqueda de los ecos de los últimos apaches que con Gerónimo a la cabeza se rindieron a los ojosblancos en la segunda mitad del siglo XIX y también de los niños perdidos en el desierto intentando atravesar la frontera mexicana ya en nuestros días.
Una mujer y un hombre se han conocido trabajando para un proyecto de la Universidad de Nueva York «El objetivo del proyecto era registrar y catalogar los sonidos emblemáticos o distintivos de la ciudad: el rechinido del metro al detenerse, la música de los pasillos subterráneos de la estación de la calle 42, los pastores predicando en Harlem […] también había que compendiar y clasificar todos los sonidos que produce la ciudad y que, en general, pasan inadvertidos, como ruidos de fondo: cajas registradoras abriéndose y cerrándose en los delis de las esquinas, un guión ensayado en un teatro vacío, las corrientes submarinas del río Hudson…»
En ese proyecto los dos han trabajado en pareja y acabarán enamorándose, de eso hace ya algunos años, de forma impulsiva decidirán irse a vivir juntos compartiendo casa y los dos hijos que han tenido de relaciones anteriores, él un niño de diez años y ella una niña de cinco. Durante estos pocos años, en la cabeza de él, se fragua lentamente un proyecto nuevo, visitar paisajes, recoger sonidos de los últimos apaches en rendirse a los ojosblancos, conocer los lugares que transitaron los jefes Gerónimo, Cochise, Nana…
Por su parte, ella ha conocido a Manuela, una mujer mexicana huida de las mafias, de la violencia, del hambre y que ha conseguido llegar hasta la gran ciudad. Manuela ha decidido pagar para que un coyote ayude a sus dos hijas a atravesar la frontera, las niñas lo han conseguido pero son detenidas e ingresadas en una prisión para niños, rápidamente se les dicta orden de repatriación, antes de que la orden pueda ejecutarse, las niñas ya no están, han desaparecido.
El primer día de las vacaciones, los cuatro empaquetarán sus cosas y emprenderán un largo viaje de Este a Oeste del país, quizás éste será el último viaje de la familia porque los silencios y las discusiones se esparcen entre los padres. Serán semanas de viaje en coche, por caminos, carreteras secundarias y autopistas; ante ellos aparecerán bosques, desiertos, moteles y restaurantes a pie de carretera, pueblos medio abandonados, personajes inclasificables, paisajes inhóspitos.
Los proyectos sobre los apaches y sobre los niños perdidos, en principio tan alejados entre sí, se irán aproximando hasta coincidir cuando el mayor de los hijos tome la palabra y escapándose con su hermana en busca de los niños perdidos dé un giro importante a la historia.
Coincidirán bajo la luz del desierto, las hijas de Manuela perdidas para siempre; los niños que han atravesado medio continente hasta llegar al terrible muro de cemento; los pequeños que son devueltos a su país en un vuelo secreto e inhumano y los ecos de los últimos hombres libres. Son los pequeños de la pareja quienes en su escapada han propiciado ese encuentro y rescate de todos los perdidos y olvidados.
Quien haya llegado hasta aquí tendrá recompensa, desaparece el seco lenguaje de la carretera y la capacidad poética de la autora brillará a gran altura en lo que podríamos llamar capítulo final, «Sueña caballos».
Sorprende que con apenas treinta años, la escritora mexicana Valeria Luiselli (1983) acometiera la “construcción” un texto de tanta complejidad como éste. El libro está estructurado en Cajas que son archivos (no olvidemos que los padres son documentalistas, acustemólogos, se nos dice) que contienen materiales diversos, libros, fotos, grabaciones sonoras…hay cuatro cajas del padre y su proyecto sobre Gerónimo. Una caja es de la madre y está dedicada a los niños perdidos y dos cajas más, una para cada hijo.
Parece normal que un libro así esté lleno de referencias exteriores, incluso contiene otro libro, también inventado, en su interior, Elegías para los niños perdidos de Ella Camposanto. Como nos dice la autora, todas las referencias musicales, textuales, visuales no fueron concebidas como ornamentos a la obra, no son citas al principio de cada capítulo sino que «apuntan a la conversación polifónica que el libro mantiene con otras obras.»
En el nudo de la novela, Luiselli afirmará: «Todavía no estoy segura de cómo voy a hacerlo, pero la historia que tengo que contar es la de los niños que no llegan, aquellos cuyas voces han dejado de oírse porque están, tal vez irremediablemente, perdidas.» La respuesta aparecerá en un momento determinado con claridad, sólo hay una manera de oír a los niños perdidos, escuchar la voz de los hijos que viajan en el asiento trasero.
En los dos libros que comentamos habitan voces y nombres que han quedado fuera de la Historia, sólo hay ecos que llegan hasta el presente, fugaces historias que aparecen a la luz por unos momentos para volver al silencio y a la oscuridad. Ecos, voces, nombres, huellas del pasado traídas hasta nuestro presente porque parece no haber discontinuidad entre los asaltantes de la Bastilla y los quince hombres, nueve mujeres y tres niños que acompañaron a Gerónimo en la rendición, entre los niños sin adultos, los aliens del desierto y los niños de Ceuta, los del mar Mediterráneo o los que aún vendrán. Esta continuidad en la barbarie que tan difícil parece de romper.
Los niños, nuestros niños, los niños del mundo, «los niños –nos dice Luiselli– tienen una manera lenta y silenciosa de transformar la atmósfera que los rodea. Son mucho más porosos que los adultos, y su vida interior, más caótica, parece filtrarse al exterior todo el tiempo, enrareciendo y afantasmando la realidad […] la imaginación de los niños desestabiliza nuestro sentido adulto de la realidad y nos obliga a cuestionarnos los fundamentos mismos de esa realidad.»
Cuando Luiselli nos habla de la historia como ese torbellino en el que se pierden la mayoría de las vidas humanas, no está demasiado lejos, eso creo, de la pasión por el rescate que Vuillard muestra para con los héroes del 14 Juillet, esos hombres capaces de escapar del patíbulo pero también de los libros de Historia.
Sean niños perdidos, sean los ecos de los últimos apaches libres, sean los caídos a las puertas de la Bastilla, estamos obligados, como nos dice Vuillard al final de su libro, «a abrir con más frecuencia nuestras ventanas. Haría falta de vez en cuando, así sin pensarlo, tirarlo todo por la borda. Nos sentiríamos aliviados. Deberíamos, cuando nuestro corazón nos alce, cuando el orden nos envenene y el desorden nos asfixie, forzar las puertas de nuestros ridículos Elíseos, allí donde los últimos vínculos acaban pudriéndose y pispar las carteras, pellizcar a los alguaciles, morder las patas de la silla y buscar, de noche, bajo las corazas, la luz como un recuerdo.» En el fondo de las dos obras late esa incitación al viaje, al ponerse en camino.
Palma, 24, maig, 2021.