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Salvo contadas excepciones, apenas se habla de los militantes anónimos de las filas intermedias de las organizaciones sociales. Un ejemplo bastante manifiesto es el caso de la crisis española de los años treinta, imposible de explicar sin los hombres y mujeres conscientes que articularon partidos, sindicatos y todo tipo de asociaciones, obreros en su mayoría autodidactas sin los cuales nada hubiera sido igual, y sobre los que, sólo muy parcialmente, encontramos referencias en novelas, películas u obras de teatro, y sobre los que la historiografía suele pasar de puntillas. Se podría decir que en el caso del antifranquismo militante, un espacio primordialmente ocupado por los comunistas al menos desde los años sesenta, el olvido resulta todavía mucho más agravado, y muy poco se sabe de ellos.
Entre las excepciones se cuentan especialmente algunas brillantes reflexiones de Manuel Vázquez Montalbán, uno de los más tovarich de los escritores catalanes y españoles. Así, por ejemplo, en su sugestiva introducción de las (imprescindibles) memorias de Miguel Núñez, La revolución y el deseo, incluyó esta apretada confesión: «Cada año recibo docenas de manuscritos de luchadores anónimos que pasaron del analfabetismo a la conciencia revolucionaria y al sufrimiento y que jamás verán publicadas sus memorias. Con el tiempo el número de originales va disminuyendo porque el siglo xx probablemente terminó en 1989 y se trata de sepultar definitivamente a sus verdugos y a sus víctimas1».
En estas líneas, Manolo da fe de la intensa pulsión testimonial de muchos militantes que, después de todo lo que les tocó vivir y de todo lo que les sucedió bajo la dictadura, necesitan contar su vida, explicar y explicarse. La suya es una necesidad tan auténtica y humana como escasamente accesible, pero muy pocos cuentan con posibilidades para dejar constancia de que su vida no ha sido en vano. Al llamar a la puerta de Manolo Vázquez, lo hacían con la abierta o secreta ilusión de que el autor de Asesinato en el Comité Central les comprendería, y quizás les echaría una mano, algo que, por supuesto, no le correspondía a él, ya que ésta sería la tarea propia de una entidad o entidades afines e interesadas en dar a conocer un pasado que hasta ahora ha permanecido sacrificado en el altar de las exigencias dictadas por el llamado «pacto entre caballeros», según el cual verdugos y víctimas quedarían equiparados. Sin embargo, los hechos demuestran que no ha sido así, y mientras que, por citar un solo ejemplo, la Iglesia no ha dudado en santificar a diestro y siniestro, los hombres y mujeres que sacrificaron su existencia contra la dictadura y que permanecen en el olvido.
Sin la entrega de estos hombres y mujeres anónimos, la resistencia al franquismo, y no digamos la extraordinaria implantación lograda por un partido como el PSUC, hubiera sido totalmente imposible. Como no podía ser menos, así lo reconoce explícitamente Andreu Mayayo en «La gente, primero», un significativo primer apartado de la obra colectiva Nuestra utopía. PSUC. Cincuenta años de historia de Cataluña. Mayayo escribe en un tono inequívocamente lírico: «La vida de cualquier militante merecería llenar las páginas que vienen a continuación. Hombres y mujeres que no saldrán nunca en negrita en los libros de historia, que no tendrán las satisfacciones inherentes a los dirigentes e intelectuales orgánicos que […] A pesar de todo, ellos y ellas son los auténticos protagonistas de la historia del PSUC. A todos ellos, a todas ellas, mi respeto, mi admiración, por su generosa ‘bondad’. Por eso, a pesar de los defectos y errores cometidos, los militantes del PSUC representan uno de los potenciales más valiosos con que cuenta nuestro pueblo»2. Sin embargo, dicho esto, se pasa a la página siguiente, sin considerar ningún posible «problema». La militancia está ahí, incondicional, generosa, pero muchos militantes ya no estaban presentes, se habían apartado a lo largo de sucesivas crisis, y que ya entonces, los exmilitantes formaban –con ventaja- como el “partido” mayoritario. Nada se dice de su realidad y aspiraciones.
Si dedicamos un poco de atención a estas líneas, podemos comprobar que se trata de un texto editado en 1986, o sea en un tiempo intermedio entre la gran crisis que enfrentó a eurocomunistas y prosoviéticos y la crisis final que acabaría con el propio PSUC, y sin contar siquiera con el consuelo que su sucedáneo ocupe de lejos el papel que siguieron ocupando otros partidos comunistas en el resto de Europa, a pesar de sus contradicciones.
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