Basureros del Valle de México, donde conviven los “desechos” humanos
Es la historia de una relación simbiótica y paradójica entre los desechos de un modelo de consumo plenamente afirmado y miles de personas que logran encontrar aquí, en medio de la basura, la protección económica necesaria para la supervivencia.
Matteo Dean
Al tiradero llamado “Borde de Xochiaca”, ubicado en Ciudad Nezahualcóyotl, en el Estado de México, dentro de la región conocida como el Valle de México (en los límites con el Distrito Federal), el acceso no es difícil. Es suficiente pedir un permiso, primero a las autoridades municipales, y luego a los “líderes” de los pepenadores. El escenario que se presenta es aterrador: montañas de basura a lo largo y ancho del predio ocupado por el tiradero, decenas de camiones recolectores que entran y salen cada minuto, miles de personas que, en medio de nubes de mosquitos, olores fuertes y penetrantes, polvo finísimo y un ruido de fondo casi imperceptible más constante, se lanzan de manera famélica encima de los bultos de basura que cada cinco minutos los camiones descargan, uno encima del otro.
La competencia es leal entre los que buscan cartón, plástico, metal y una infinidad de otros materiales que, al ojo inexperto, parecerían todos iguales. Las habilidades desarrolladas por los pepenadores son las que les permiten sobrevivir. Más basura de valor se encuentra, más dinero o bienes logrará conseguir a cambio.
Estela es una señora originaria de Michoacán. Emigró, según cuenta, al Valle de México “por el deseo de alejarme de los problemas de mi familia”. Su rostro arrugado y cansado logra aún dispensar sonrisas y buen humor, no demuestra la edad que tras un poca de insistencia revela: “Lo sé, lo sé, demuestro más, pero tengo sólo 52 años”. Estela se toma una pausa entre un camión y el siguiente y nos platica: “Tenía casa aquí en frente” – y señala en la distancia los límites de Ciudad Nezahualcoyotl. “Pero un día ya no tuve para pagar la renta”. Cuenta que la “aguantaron por un buen rato”, aunque finalmente la corrieron de su hogar y así “decidí venir aquí”. Explica que “aquí no pago renta, compro el agua, pero es mucho más barata. Llega la pipa una vez a la semana aunque a veces no alcanza para todos”.
Cuenta Estela que a veces tiene que decidir que uso darle al agua que consigue: “Hoy, por ejemplo, cumplo tres semanas de no bañarme”. La mujer sonríe y no ahorra palabras: “Gracias a lo que recolecto aquí, logro sacar unos 150 pesos a la semana, a veces 200. Lo que recojo lo logro vender en el mercado: son juegos para niños, plástico y algo de metal”. Su casa, un cuadrado de lámina y madera en medio de una pequeña vecindad igualmente construida con materiales de recuperación, encima de la primera montaña de basura a la entrada del tiradero, es modesta pero bien cuidada: “No tengo electricidad ni agua, pero lo demás no me falta”. El único temor, confiesa, “es enfermarme, pues no tengo seguro alguno”.
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