Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Remember The Álamo

Pedro Salmerón Sanginés

La mentira sistemática con que Estados Unidos justifica sus guerras de agresión y la imposición de sus modelos económicos al mundo tiene en El Álamo una de sus piedras de toque. Ese hecho se ha convertido, como señala Paco Ignacio Taibo II (El Álamo: una historia no apta para Hollywood), en la piedra de toque de la historia de Estados Unidos, la que se enseña en la escuela y en la televisión y el cine. En sus versiones de El Álamo se condensan tres grandes mentiras: la excepcionalidad, el destino manifiesto y la conquista del oeste.

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Entrevista con José Luis Gordillo sobre el 11 de Septiembre de 2001

Salvador López Arnal

ENTREVISTA CON JOSÉ LUIS GORDILLO SOBRE EL 11 DE SEPTIEMBRE DE 2001: “[…] LO MÁS PRUDENTE Y SENSATO ES PEDIR UNA NUEVA INVESTIGACIÓN SOBRE EL 11-S, COMO LO ESTÁN HACIENDO DECENAS DE MILES DE CIUDADANOS DE NUEVA YORK EN ESTE MOMENTO… PERO SI ME PREGUNTAS POR MIS INTUICIONES RACIONALES (SI ES QUE SE PUEDE HABLAR EN ESTOS TÉRMINOS), DESDE QUE EN 2005 ESCUCHÉ AL PROFESOR MARIANO MARZO EXPLICAR EL PROBLEMA DEL PICO DEL PETRÓLEO, CONSIDERO LA HIPÓTESIS DEL GOLPE DE ESTADO COMO LA MÁS PLAUSIBLE.”

SALVADOR LÓPEZ ARNAL

CIP ECOSOCIAL-Boletín ECOS, nº 8, agosto-octubre de 2009, pp. 1-12

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Virginia Tech: un análisis ideoléxico de una tragedia

Jorge Majfud

Virginia Tech: un análisis ideoléxico de una tragedia Jorge Majfud ALAI AMLATINA, 20/04/2007, Atlanta.- La mayoría de las medicinas que se venden en forma de píldoras, recubren una determinada droga, químico o compuesto con una capa de color atractivo y gusto dulce. En español, la sabiduría popular usa esta particularidad para construir una metáfora: “tragarse la píldora” tiene una connotación negativa y expresa la acción de consumir una cosa con la forma o el gusto de otra. Es decir, creer o aceptar una verdad como hecho incuestionable sin ser conscientes de las verdaderas implicaciones. En la tradición literaria, este fenómeno epistemológico se entendía con la metáfora del caballo de Troya, también usado hoy en día para designar virus informáticos. Un ideoléxico puede entenderse como una pastilla que el discurso hegemónico prescribe e impone con seductora violencia. Por ejemplo, el ideoléxico libertad viene recubierto de una plétora de lugares comunes y dulcemente positivos (la libertad, como precepto universal lo es). Sin embargo, dentro de este recubrimiento dulce y brillante se esconden las verdaderas razones de las acciones: la dominación, la opresión, la violencia de los intereses sectarios, etc. El recubrimiento dulce y brillante anula la percepción se sus opuestos: el contenido amargo y opaco. La tarea del crítico consiste en romper la envoltura, en des-cubrir, en des-velar el contenido de la píldora, del ideoléxico. Claro que esta tarea tiene resultados amargos, como el centro de la píldora. Los adictos a una droga no renunciarán a ella sólo porque alguien descubra las graves implicaciones de su confort momentáneo. De hecho, se resistirán a esta operación de exposición. Analicemos un ideoléxico común en el discurso dominante del capitalismo tardío: la responsabilidad personal. De entrada vemos que su cobertura es del todo dulce y brillante. ¿Quién sería capaz de discutir el valor de la responsabilidad de cada individuo? Un posible cuestionamiento sería rápidamente anulado por una falsa alternativa: la irresponsabilidad. Pero podemos comenzar problematizando el nuevo falso dilema observando que el mismo adjetivo —personal— de este ideoléxico compuesto anula o anestesia otro menos común y más difícil de apreciar por los sentidos: no se menciona la posibilidad de la existencia de una “responsabilidad social”. Tampoco se habla o se acepta —en base a una larga tradición religiosa— que puedan existir “pecados sociales”. Vayamos más al centro de un caso concreto: la trágica matanza ocurrida en la Universidad de Virginia Tech. Quienes pusieron el dedo acusador —tímidamente, como siempre— en la cultura de las armas en Estados Unidos, fueron criticados en nombre del ideoléxico de la responsabilidad personal. “No son las armas las que matan gentes —comentó un amigo del rifle en un diario— sino la gente misma. El problema está en los individuos, no en las armas”. La píldora muestra un alto grado de obviedad, pero lleva nuevamente otros problemas: nadie cuestionó cómo podría hacer un desquiciado para matar a treinta personas con una piedra, con un palo o, incluso, con un cuchillo. Esta lógica se expresa cubriendo una contradicción interna del discurso. Cuando se habla de drogas, se culpa a los productores, no a los consumidores. Pero cuando se habla de armas, se culpa del mal a los consumidores, no a los productores. La razón estriba, entiendo, en el lugar que ocupa el poder. En el caso de las drogas, los productores son los otros, no nosotros; en el caso de las armas, los consumidores son los otros; nosotros nos limitamos a su producción. El discurso hegemónico nunca menciona que si no existiese el consumo de drogas en los países ricos no existiría la producción que satisface la demanda; si no existiera esta calamidad en la ilegalidad tampoco existirían las mafias de narcotraficantes. O su existencia sería raquítica, en comparación a lo que es hoy. Pero como los otros (los productores de los países pobres) son los responsables individuales, nosotros (los productores de armas, los responsables administradores de la ley) estamos legitimados para producir más armas que los otros deberán consumir, para respaldar la ley —y para quebrantarla. Si alguien, como el asesino de Virginia Tech compra un par de armas con más facilidad y cien veces más rápido con que uno puede comprar un auto, y comete una masacre, toda la responsabilidad radica en el desquiciado. Entonces, se llega a una trágica paradoja: una sociedad armada hasta los dientes está a la merced de los desquiciados que no saben ejercer correctamente su responsabilidad personal. Para corregir este problema, no se recurre a la responsabilidad social, combatiendo las armas y el sistema económico y moral que lo sustenta, sino vendiendo más armas a los individuos responsables, para que cada uno pueda ejercer con más fuerza su propia “responsabilidad personal”. Hasta que vuelve a aparecer alguien excepcionalmente enfermo —en una sociedad de santos los demonios son excepciones muy frecuentes— y comete otra masacre, esta vez más grande, ya que el poder de destrucción de las armas siempre se perfecciona, gracias a la alta tecnología y a la moral de los individuos responsables. – Jorge Majfud, escritor uruguayo, es profesor de Literatura Latinoamericana en The University of Georgia, Estados Unidos. Más información: http://alainet.org ALAI – 30 AÑOS

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Los líos de Bush

Frei Betto

Los líos de Bush Frei Betto ALAI AMLATINA, 30/01/2007, Sao Paulo.- Joseph Stiglitz ganó el Premio Nobel de Economía y fue economista-jefe del Banco Mundial. Linda Bilmes enseña finanzas públicas en Harvard. Juntas, las dos cabezas calculan que Bush ya gastó US$ 2,2 billones en la guerra de Irak. El presupuesto real es 22 veces mayor que el oficialmente declarado. Eso es más de dos veces el PIB de Brasil, presupuestado hoy en R$ 1,9 billones de reales. Bush dimitió, en 2003, a su más alto asesor económico, Larry Lindsey, por haber osado sugerir que el costo de la guerra podía llegar a US$ 200 mil millones. La Casa Blanca se irritó en la época y se encargó en el Congreso de calmar a los parlamentarios. Dispuso que Paul Wolfowitz (era el número 2 del Pentágono y es, hoy, presidente del Banco Mundial) vaya a ese recinto y jure ante diputados y senadores que el propio Irak financiará todo con el petróleo que sale de su suelo… La intervención de EE.UU. en Irak es resultado de una secuencia de mentiras. Primero, Bush alardeó que el gobierno de Sadam estaría implicado en el 11 de septiembre. La acusación jamás fue comprobada. Después, lo acusó de almacenar armas de destrucción masiva. Sadam abrió las puertas del país y permitió que peritos de la CIA lo revisen de la cabeza hacia abajo. Tras un año de investigaciones, no se encontró nada. Los grandes periódicos de EE.UU. llegaron a pedir disculpas a los lectores por haber creído en el engaño. En fin, Bush trató de justificar el atolladero en que se metió prometiendo hacer de Irak una democracia capaz de diseminarse por el mundo árabe. Forjó elecciones, dividió la nación y profundizó la mortandad. Sadam Husein fue ahorcado bajo la acusación de matar a 104 chitas. En la época, Irak estaba en guerra con Irán y el dictador era un títere en manos del Tío Sam. El apoyo fue canalizado a Bagdad por Donald Rumsfeld, que hasta hace poco dirigía el Pentágono y la guerra en Irak. Bush está desesperado. Con la aprobación popular de un mísero 27%, y las derrotas en las elecciones para la Cámara y el Senado, trata de convencer a los estadounidenses de que vale la pena enviar, en los próximos 5 años, 92 mil soldados más a Irak (ya están allá 150 mil de las tropas de intervención). Los sondeos señalan que el 61% de la población estadounidense se opone al envío de más tropas. En Irak ya murieron 3 mil soldados made in USA y 700 mil iraquíes. Como cuota de urgencia están llegando 20.000 soldados más; número insignificante para un Bagdad con 5 millones de habitantes hostiles a la presencia de EE.UU. Al referirse al costo de la guerra, Bush omite los gastos para cerca de 20 mil militares heridos. Hoy, las máquinas de guerra ofrecen blindajes más resistentes. Disminuyen el total de muertos, pero producen más heridos: de ahí los enormes gastos para amputaciones, hospitalizaciones, indemnizaciones, aparatos ortopédicos etc. Se calcula que sólo los daños cerebrales consumen US$ 35 mil millones. Con la invasión de Irak, Bush concedió al terrorismo status de guerra, amplió el poder de reclutamiento de sus organizaciones y les ofreció objetivos y blancos concretos. En Irak, el terror sabe dónde y a quién afectar, mientras las tropas de ocupación ven blancos imprecisos y penalizan a la población civil. ¿Qué hará Bush? Si corre, el bicho agarra; si se queda, el bicho come. Ni puede retirar las tropas de Irak, excepto admitiendo la derrota, ni sabe cómo, por qué y hasta cuándo mantenerlas allí. Además de la guerra coordinada por el Pentágono, hay también una guerra civil que escindió la unidad nacional iraquí. EE.UU. no puede apoyar a los sunitas, sus enemigos históricos. No pueden apoyar a los chitas, aliados de Irán. Ni pueden apoyar a los kurdos, porque Turquía no toleraría. La milicia chita, conocida como Ejército del Mahdi, liderada por el clérigo Moqtada al Sadr, cuenta con 60 mil combatientes, tácticamente apoyados por 2 millones de chitas que habitan el este de Bagdad. El Ejército y la policía iraquíes están conformados predominantemente por chitas. ¿Como ofrecer seguridad a los barrios habitados por sunitas, que apoyan sus rebeldes? Bush, considerado el hombre más bien asesorado del mundo, comprobó la ley de Murphy: “Si todo puede salir mal, saldrá”. Lo grave es que lo mueve la sed de venganza. No se conforma con que su padre haya fracasado en el intento de derrumbar a Sadam Husein, en 1991, y de que su familia haya sido socia de los Bin Laden en negocios de petróleo. Como bien escribe Herman Melville en Moby Dick: “Ah, Dios! Qué tormentos sufre el hombre que se consume con su deseo de venganza. Duerme con las manos cerradas y despierta con las uñas ensangrentadas clavadas en las palmas”. (Traducción ALAI) – Frei Betto es escritor, autor de “A menina e o elefante” (Mercuryo Jovem), entre otros libros.

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Arrasando el Far West, gestando el imperialismo. De las guerras seminolas a Wounded Knee

Alejandro Andreassi Cieri

Arrasando el Far West, gestando el imperialismo. De las guerras seminolas a Wounded Knee.

Alejandro Andreassi Cieri

Universitat Autònoma de Barcelona

“We hold these truths to be self-evident, that all men are created equal, that they are endowed by their Creator with certain unalienable Rights, that among these are Life, Liberty and the pursuit of Happiness. –That to secure these rights, Governments are instituted among Men, deriving their just powers from the consent of the governed, –That whenever any Form of Government becomes destructive of these ends, it is the Right of the People to alter or to abolish it, and to institute new Government, laying its foundation on such principles and organizing its powers in such form, as to them shall seem most likely to effect their Safety and Happiness”.

 

La cinematografía norteamericana, cimentó su fama y popularidad en la representación de la “conquista del Lejano Oeste”, construyendo una épica que a su vez alimentó la propia leyenda cinematográfica, configurando su perfil de arte del siglo XX, sobre la base de la imagen mil veces repetida del avance hacia el Pacífico como una empresa individual, donde se relataba el esfuerzo de unos colonos que arriesgando su vida para instalarse como pacíficos agricultores en el interior de Norteamérica, debían arrostrar numerosas penalidades y peligros, hasta que al final de su largo peregrinaje conseguían alcanzar la ansiada meta de asegurar las bases materiales de su condiciones de ciudadanos libres e independientes: granjeros propietarios de una pequeña pero productiva tierra. Sin embargo, esa imagen no se ajusta a la realidad de los  hechos. La conquista del Oeste fue principalmente obra del gobierno federal, que prácticamente se configuró como tal con ella confirmando su autoridad sobre los estados que constituían la Unión, y los territorios ganados con esa expansión fueron organizados como verdaderas áreas “coloniales”.[1] La imagen cinematográfica en cambio sirvió para, sin ocultar la violencia de la conquista del Oeste, equiparar la fuerza de los bandos contendientes, equilibrar la lucha entre colonos desprovistos de otro apoyo que su propio arrojo e indígenas dispuestos a impedir que esos “pacíficos” candidatos a la agricultura se instalasen en sus tierras. No sólo la imagen fue absolutamente favorable a los colonos blancos, al menos hasta la cinematografía de la década de 1960-70, sino que los indios además de crueles y rapaces fueron presentados como egoístas que no eran capaces de aceptar la convivencia con otros pueblos.

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¿Por qué Bush quiere la piel de Saddam?

"Combatiremos contra muchos enemigos porque son muchos los que tenemos alrededor. Pero si perseveramos en esta visión del mundo y si para terminar el trabajo, en lugar de confiar en la sutil diplomacia de las palabras estamos dispuestos a dirigir la guerra global, el día de mañana nuestros hijos nos cantaran cantos de gloria y de agradecimiento”. Richard Perle, hasta hace poco Consejero en jefe del gobierno de Bush.

I. Introducción. El paradigma. Comienzo de la guerra permanente y la respuesta La novedad de lo ocurrido con ocasión de la invasión de Irak ha sido la fuerza no prevista con la que se han enfrentado la lógica de la paz y la lógica de la guerra. La de una guerra anunciada, la de la brutalidad criminal de la agresión, de la asimetría de medios, de la mentira descarada, de la violación del derecho, de la ruptura de consensos trabajosamente construidos, de la justificación del unilateralismo, de la imposición del militarismo como estrategia de paz, de la tergiversación del sentido de palabras, de la fabricación de más armas como base para la reactivación económica, del arrogante desprecio de la opinión pública, del mesianismo, etc. Y por otro lado la de un movimiento mundial enormemente potente, que en su convocatoria y resultados ha dejado atónitos los movimientos de masas clásicos por su fuerza, coherencia en la expresión, espontaneidad y masividad. Se trata del hecho más masivo de la historia de la humanidad y el más masivo de la historia de España y Cataluña.

¿Por qué ahora y no antes, con Nicaragua, Chiapas, con ocasión de los más de un millón de muertos en los Grandes Lagos, o con Somalia o Sudán o Timor, con los de la ex-Yugoslavia o Kosovo y ni siquiera con Afganistán? ¿Qué condiciones objetivas y subjetivas se han dado ahora que no se dieron anteriormente? ¿Ha sido simplemente la gota que colma el vaso o algo más? ¿Qué ha percibido la población en esta ocasión?

Por la simplicidad de planteamientos con los que se ha intervenido, el conflicto de Irak ha tenido la virtud de actuar como catalizador de la conciencia mundial. Ha puesto transparentemente en evidencia que este modelo de desarrollo necesita robar. Y en consecuencia necesita matar para poder robar. Y los dirigentes del mundo han sido tan estúpidamente insolentes que lo han dicho y hecho sin ningún disimulo. El 11 de septiembre facilitó la coartada del terrorismo como justificación. Pero no ha colado. Se proclamó el estado de Guerra Global Permanente, el estado de excepción en el mundo entero. Los asesinos han ganado, como no podía ser de otra forma, la batalla militar. Pero han perdido todas las batallas políticas, desde la de la opinión pública a la de la legitimidad que podía haberle dado la ONU etc. Ahora la pregunta es qué traducción política e institucional tendrá el malestar colectivo, cómo continuar el movimiento, si esto ayudará a superar de una vez el divorcio entre sociedad civil y sociedad política etc. Por otra parte, el planteamiento maniqueo de Bush «el que no está conmigo está contra mí», como Dios, deja muy poco espacio a una posible «tercera vía» o socialdemocracia.

El conflicto de Irak ha sido un paradigma. Tan brutalmente evidente que tiene por ello la ventaja de ser pedagógicamente comprensible. Se trata de un conflicto global en el que confluyen todos los elementos ideológicos, culturales, económicos, políticos y estratégicos posiblemente dispersos en otros conflictos. Y la respuesta a la agresión ha tenido también y por primera vez un carácter global. Después de Seattle y Praga y Florencia y Porto Alegre las víctimas han aprendido que la lógica criminal del sistema es siempre la misma con pretextos diferentes. Han aprendido que detrás de los conflictos de Irak, Venezuela, Colombia o Chiapas, que en el tema de la deuda o en el conflicto del agua que se avecina, con el pretexto de la droga o el terrorismo etc., también el sistema “piensa globalmente y actúa localmente”. Porque lo más inquietante de la situación actual es en el fondo la ausencia de un modelo explicativo del comportamiento americano como no sea el de usar la mera fuerza bruta al servicio de la rapiña.

¿Por qué de nuevo la agresión contra Irak? ¿Por qué el sadismo martirizando todavía más a una población exhausta y ya mártir? Con misiles se “libera” a las ciudades que manifiestan no querer ser “liberadas” y se asesina a miles de inocentes para que sus “derechos humanos sean respetados”. El embargo y el uranio empobrecido del 91 han provocado un millón y medio de muertes. La OMS calcula que en el plazo de 15 años casi el 50 % de la población de Irak puede estar afectada de cáncer. La Renta per Capita ha bajado de 3500 a 800 dólares por persona. ¿No bastaba con esto? ¿Por qué esta falta de piedad ante un pueblo inerme y exhausto? Pues por la misma lógica, por la que se le atacó hace doce años: la voluntad de controlar en el mundo de hoy los recursos energéticos y de dominar el Oriente Medio. A estos se han añadido en la actual administración republicana de Bush-hijo otros dos motivos: la necesidad de superar la crisis interna, económica y moral, de EUA y un nuevo punto de partida de fanatismo, de ideología de cruzada de salvación de la civilización occidental, de fundamentalismo religioso. Pero puede ser síntoma del canto del cisne del Imperio, su principio del fin.

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Fonaments teològics de la política de G. Bush

Jaume Botey

Pot semblar estrany el títol d’aquesta trobada. Però son també estranyes a l’Occident les continuades referències de Bush a la Bíblia, a la religió, a Déu com a garantia publica de les seves decisions. A l’Occident és inusual que un president confessi que ho és per exprés designi de Déu, que les sessions d’un Consell de Ministres comencin amb una estona d’oració o que el divendres a la tarda les oficines del govern tanquin a fi que els treballadors puguin assistir a sessions d’estudi de la Bíblia.

El discurs religiós, sempre present en la vida pública nord-americana malgrat la separació de poders establert per la Constitució des de la independència al 1776, s’ha fet més present en els últims anys. I sovint ha explicat el propi president que era la raó última de les decisions de l’actual administració republicana.

Discurs que connecta, tan amb la tradició calvinista com amb el de les identitats i enfrontament entre cultures, el màxim exponent del qual es Samuel Huntington amb el “xoc de civilitzacions”. Tan Huntington com el clàssic de Fukuyama de “El final de la història” fonamenten les seves tesis indemostrables en una mena de categorització religiosa dels pobles, ètnies i cultures en funció del model occidental i nord-americà, al que es considera han d’assemblar-se totes les cultures..

Heus aquí tres texts:

“He escoltat una crida. Sé que Déu vol que em presenti a les eleccions presidencials” (Bush al telepredicador James Robinson, al 1998). El mateix Bush després de l’atemptat de l’11 de setembre: “Ha sigut una desgràcia nacional. Ha sigut un acte de guerra. La llibertat i la democràcia han sigut atacades (…). El terrorisme contra el nostre país no quedarà impune. Els que han comès aquestes accions i els que les protegeixen, pagaran un preu molt alt pel que han fet (…). La guerra que ens espera es una lluita monumental entre el bé i el mal (…). Serà llarga i bruta (…). Els que ens han atacat han escollit la seva pròpia destrucció (…). O s’està amb nosaltres o amb el terrorisme (…). Déu està amb nosaltres (…). Déu beneeixi Amèrica”.

O el 21 de novembre del 2001 davant de militars destinats a Afganistan: “El que no està amb nosaltres està contra nosaltres”, “sabem que Déu no es neutral”, “Estem al començament d’una intervenció militar que serà llarga. La intervenció a Afganistan no es més que l’inici de la guerra contra el terror. Durant molts anys i a tot el món haurem de combatre els malvats. Es la nostra missió. I estem segurs que guanyarem”.

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Estados Unidos en el centro de la crisis mundial

Jorge Beinstein

Más allá de Bush y Kerry

Jorge Beinstein@yahoo.com

Hacia el final de la década pasada la economía norteamericana solía ser presentada por los medios de comunicación como el mega motor del crecimiento global, el paradigma del capitalismo triunfante donde según los gurús neoliberales se estaba expandiendo de manera vertiginosa una Nueva Economía basada en la alta tecnología y desatando un círculo virtuoso de progreso indefinido. Se nos explicaba que las innovaciones tecnológicas generaban ingresos que incitaban a innovar más lo que a su vez expandía la riqueza, etc. Todo ello expresado en una euforia bursártil sin precedentes (nadie recordaba lo ocurrido en 1929). Clinton ocupaba la Casa Blanca y regalaba simpatía, el caso Lewinsky agregaba una nota de alegría suplementaria a la fiesta de los mercados.

Sin embargo algunos hechos disonantes perturbaban la armonía, en primer lugar el contraste entre el auge consumista y la casi desaparición del ahorro personal. Los ciudadanos del Imperio gastaban todos sus ingresos y contraían deudas porque de manera directa o a través de fondos de inversión o pensión ganaban mucho dinero especulando en la Bolsa.  Las empresas, en especial las llamadas tecnológicas veían como día tras día se valorizaban sus acciones lo que les permitía (sobre)invertir y (sobre)endeudarse. Todo eso hacía subir las cotizaciones bursátiles sin mayor vinculación con la rentabilidad real de las firmas.

La burbuja se desinfló en el año 2000, Clinton le dejó su puesto a Bush y se instaló la recesión, además llegó el 11 de septiembre de 2001 marcando el despegue de una era militarista.

No han faltado observadores, en especial del campo progresista, para señalar el antagonismo entre un Bush arbitrario e imperial y un Clinton multilateral, negociador,  apegado al juego de las instituciones. Sin embargo Clinton impulsó una descomunal concentración de ingresos, desató la guerra en el corazón de Europa (Yugoslavia) e intensifico el bloqueo y los bombardeos contra Irak que prepararon la invasión posterior. Todo su andamiaje económico se apoyó en la hipertrofia financiera acelerando el ascenso de las mafias que ahora gobiernan a cara descubierta. En realidad el fascismo crispado de Bush, sus delirios imperialistas y la corrupción que lo rodea  heredan, exacerban tendencias dominantes durante los años 90. La mutación parasitaria del capitalismo norteamericano y sus consecuencias sociales, políticas y militares se gestó durante mucho tiempo, con la complicidad de demócratas y republicanos, hunde sus raíces en la financierización del capitalismo mundial.

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Discurso “populista” y defensa de privilegios. Los estadounidenses que votan a George W. Bush

Thomas Frank

LE MONDE diplomatique | 21 febrero 2004

Los estadounidenses conocerán en las próximas semanas el nombre del adversario demócrata que se enfrentará a George W. Bush. La aversión que suscita el presidente de Estados Unidos en su país y en el extranjero hace olvidar que conserva, a pesar de ello, numerosos partidarios que saben sacar el máximo de réditos electorales del papel que despreciativamente se les atribuye de portavoces de una América profunda. Ni intelectual ni europea pero segura de su superioridad y de sus valores.

Cuando los candidatos demó­cratas a la elección presiden­cial de noviembre de 2004 se enfrentaban en el Estado de Iowa. una publicidad televisiva atacaba al favo­rito en las encuestas, Howard Dean. Lo presentaba como el preferido de la "élite cultural", dado a "subir los im­puestos y a aumentar el poder del Estado, al café a la italiana, a comer sushis, a los autos Volvo, a leer el New York Times, al body piercing y a Hollywood; un monstruo de feria del ala izquierda", que no sabe tratar con el pueblo llano del Medio Oeste.

La publicidad es auspiciada por el Club para el Crecimiento, una organi­zación con sede en Washington, cuya finalidad es reunir a los ricos que ve­neran el mundo de los negocios con los políticos que comparten la misma inclinación y que están en condiciones de transformarla en leyes contantes y sonantes. Los miembros del Club son economistas neoliberales, celebrida­des millonadas, y grandes pensadores de la difunta Nueva Economía que consagraron toda una década a presen­tar la desregulación y la reducción de impuestos como si se tratara del se­gundo advenimiento de Cristo. En otras palabras, quienes creyeron ver a Jesús en la siempre ascendente cotiza­ción del Nasdaq, los economistas que vivieron de insistir públicamente en que la privatización y las desregula­ciones eran el mandato de la historia. ahora difunden anuncios televisivos que denuncian a la "élite".

En esa paradoja reside el misterio estadounidense de 2004. Gracias al desplazamiento a la derecha de los úl­timos treinta años, la concentración de riqueza en Estados Unidos es la más grande registrada desde la década de 1920, mientras que los trabajadores ven reducidos sus derechos laborales y las empresas se han convertido en el elemento más poderoso del mundo. Y esa corriente conservadora -que si­gue fortaleciéndose- se vende como una guerra contra las "élites", la rebe­lión virtuosa del hombre común con­tra una detestable clase dirigente.

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Guerra preventiva, americanismo, y antiamericanismo

Domenico Losurdo

Mito y realidad en el antiamericanismo de izquierdas

La invasión de Irak, en marzo de 2003, estuvo acompañada de un curioso fenómeno ideológico: el intento de silenciar a un movimiento de protesta sin precedentes y de grandes dimensiones, acusándolo de antiamericanismo. Con nuevas guerras asomando en el horizonte, este supuesto antiamericanismo fue y continúa siendo considerado como algo más que una posición política errónea. Es considerado como una enfermedad, un síntoma de desajuste con la modernidad y de indiferencia a los fundamentos de la democracia. Esta enfermedad –se alega- incluye a los antiamericanos de la derecha y de la izquierda y señala una de las peores páginas de la historia europea. Por lo tanto, la conclusión que se extrae es que la crítica a Washington y a la guerra preventiva representa una amenaza real. Sería fácil responder a esto señalando al antieuropeísmo, con una larga tradición detrás de él, que se instala en el otro lado del Atlántico. Es muy significativo que en este clima ideológico y político nadie recuerde el terror ejercido por le Ku Klux Klan en nombre del “americanismo puro”, o del “americanismo cien por cien”, frente a los negros y los blancos acusados de desafiar la supremacía blanca (en MacLean 1994, 4-5, 14). Así mismo nadie parece recordar la caza de brujas de McCarthy contra los sostenedores de ideas o sentimientos no americanos.

Consideremos entonces la cuestión principal. ¿Existe algún fundamento histórico para la equiparación entre antiamericanismo de izquierdas y de derechas? Evidentemente, el joven Marx declara que los Estados Unidos eran “el país de la completa emancipación política” y “el ejemplo más perfecto del estado moderno”, que aseguraba el dominio de la burguesía sin excluir a priori a ninguna clase social del disfrute de los derechos civiles (ver Losurdo 1993, 21-22). Ya puede verse en esto una cierta indulgencia: difícilmente ausentes, en los Estados Unidos las discriminaciones de clase adoptaban una forma “racial”.

La posición de Engels es aún más drásticamente pro-americana. Después de establecer una distinción entre la “abolición del estado” desde la perspectiva comunista, feudal y burguesa, agrega: “En las naciones burguesas la abolición del estado significa la reducción del poder estatal al nivel del de Norteamérica. Ahí, los conflictos de clase se desarrollan sólo de forma incompleta; los enfrentamientos entre las clases están constantemente camufladas por la emigración al Oeste de la superpoblación proletaria. "La intervención del poder estatal, reducida al mínimo en el Este, no existe en el Oeste” (Marx y Engels 1955, 7: 288). Más que un ejemplo de la abolición del estado (incluso en el sentido burgués), el Oeste aparece como el sinónimo de un crecimiento del ámbito de la libertad: no hay ninguna referencia al sufrimiento de los indios americanos, así como está silenciada la esclavitud de los negros. La posición es similar en Orígenes de la familia, la propiedad privada y el Estado: Estados Unidos es mencionado como el país donde, al menos durante determinados períodos de su historia y áreas geográficas, el aparato político y militar separado de la sociedad tiende a desaparecer (Marx y Engels 1955, 21: 166). El año es 1884: en ese momento la población negra no sólo está privada de los derechos civiles adquiridos inmediatamente después de la Guerra Civil, sino que está sometida a un sistema de apartheid y sujeta a una violencia que incluye las formas más crueles de linchamiento. En el Sur de los Estados Unidos el estado era probablemente débil; mucho más fuerte era el Ku Klux Klan, una expresión de la sociedad civil que, sin embargo, podía ser el lugar de ejercicio de un poder brutal como ese. Justo un año antes de la publicación del libro de Engels, la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos declaraba inconstitucional una ley que prohibía la segregación de la población de color en los centros de producción y en los servicios (como los ferrocarriles) administrados por compañías privadas, con el argumento de que tales compañías estaban exentas de cualquier interferencia gubernamental.

Es importante observar, al nivel de política internacional, que Engels parece hacerse eco de la ideología del destino manifiesto tal como sugiere su celebración de la guerra librada contra México: gracias al “coraje de los voluntarios americanos”, “la hermosa California fue arrebatada a los indolentes mexicanos que no sabían que hacer con ella”. Aprovechando la ventaja que le otorgaban estas enormes conquistas “los dinámicos Yankees” habían insuflado nueva vida a la producción y circulación de riqueza, al “comercio mundial”, y a la difusión de la “civilización” (Zivilisation) (Marx y Engels 1955, 6: 273 – 275). Engels pasa por alto un hecho destacado en esa misma época por los abolicionistas norteamericanos: la expansión de los Estados Unidos significaba la expansión de la esclavitud.

En la historia del movimiento comunista es bien conocida la influencia del taylorismo y el fordismo en Lenin y Gramsci. En 1923 Nikolai Bujarin llega aún más lejos al afirmar que: “Necesitamos el marxismo más el americanismo” (en Figes 2003, 24). Un año después, Stalin parece considerar al mismo país que participó en la intervención contra la Rusia soviética con tanta admiración que advierte a los cuadros del partido que si realmente aspiran a realizar los “principios del leninismo” deberán asimilar “el pragmático espíritu americano”. Aquí, “Americanismo” y “pragmático espíritu americano” significan no sólo espíritu positivo sino también rechazo a los prejuicios, lo que ellos consideran en definitiva democracia. Como Stalin explica en 1932, Estados Unidos es ciertamente un país capitalista; sin embargo, “las tradiciones industriales y la práctica productiva tienen algo de democrático en sí, lo que no puede decirse de las viejas naciones capitalistas en Europa, donde el espíritu de la aristocracia feudal pervive” (ver Losurdo 1997, 81-86).

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