Las fábricas recientemente instaladas cerca de la usina Peugeot de Sochaux, prefiguran un aspecto del futuro industrial. El modo de gestión de la mano de obra vinculado con el método "justo a tiempo" economiza empleos e intensifica el trabajo del personal de ejecución. La condición obrera parece golpeada por la precarización de su status y por la frecuencia de las puestas a prueba de los asalariados. Los jóvenes (20 a 30 años), seleccionados por sus "cualidades" -disponibilidad, agilidad, buena presencia, disposición a dejarse flexibilizar (es decir a interiorizar el nuevo sistema de coacción)- ocupan los puestos de "operadores" que constituyen más del 80% de los empleos creados1.
"Operador", ese nombre puesto desde hace diez años a los obreros de la industria automotriz y de los nuevos sectores industriales, disuelve la distinción entre calificados y no calificados, ratificando la desaparición de los obreros profesionales. Antes diferenciada y jerárquica, la categoría de obrero cede el lugar a una categoría, homogénea e indiferenciada, de operador o de agente de fabricación. ¿Se trata de un simple maquillaje semántico? ¿del producto de un trabajo de homogeneización realizado por las gerencias de recursos humanos? ¿de una maniobra de despolitización del mundo obrero? Si las palabras hacen las cosas, deshacer esas palabras (a la vez categorías de representación e instrumentos de movilización), contribuye a desmovilizar lo que antes se llamaba la "clase obrera".
La aparición de esta categoría de operadores, que remite a transformaciones de la división del trabajo, revela a la vez una reestructuración profunda del grupo obrero (empobrecimiento material, sentimiento de desplazamiento y de descenso en la jerarquía social, desmoralización del grupo) y cambios en el resto de la sociedad.
Mientras que las nuevas palabras fabriles son aceptadas por los jóvenes, el término "obrero" produce rechazo, implica una descalificación: "Yo no soy obrero, soy operador. Para los que no hacen nada en la empresa, somos obreros. Pero obrero, para mí, es más bien la mano de obra. Acá lo que hago está más cerca de la electrónica que de la manufactura" (30 años, nivel perito mercantil). Se trata de una derrota simbólica cargada de sentido; signo y síntoma de una relación de fuerzas en el espacio social. Ser obrero hoy es estar condenado a permanecer en un universo socialmente descalificado. Y esta pérdida del vocabulario antiguo trae aparejada la crisis de creencia en el lenguaje político: para muchos jóvenes, el discurso que recurre a "la clase" parece destinado al guardarropas.
Los operadores son reclutados para misiones interinas de corta duración y renovados en función de su comportamiento en el trabajo, donde deben demostrar disponibilidad y lealtad hacia la empresa. Ya no ejercen un oficio (con su lenguaje, su cultura, sus modos de transmisión entre viejos y nuevos), sino una suerte de trabajo puntual ligado a un proyecto; son contratados para garantizar un objetivo acotado (producir ese auto, fabricar esa pieza). Resultan evidentes las ventajas de este "proyecto indigente"que se asigna como objetivo a estos agentes de fabricación: permite romper con ciertas garantías colectivas antiguas, como el reconocimiento de las calificaciones y el progreso en la carrera2. En las pequeñas y medianas empresas (PyME) de los subcontratistas, los operadores cobran el SMIC (Salario Mínimo Interprofesional de Crecimiento), independientemente del diploma que les dio acceso a esos empleos. Se les da a entender que no deben esperar progresos en el empleo: lo más que pueden esperar es "llegar a monitor" (el puesto de control del equipo que da derecho a un bono de alrededor de 300 francos por mes, es decir, 50 dólares).
Los horarios de trabajo son muy variables, los equipos no se conocen, el ambiente de trabajo es descrito unánimemente como "malo". Trabajen en Sochaux o en empleos interinos calificados, los jóvenes no dudan en calificar esos empleos de operadores como "trabajos basura".
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