La izquierda y la “refundación del capitalismo”
Jesús Sánchez Rodríguez
La crisis financiera desencadenada en el verano del 2007 fue tomando impulso y un año después se terminó convirtiendo en la crisis más profunda padecida por el capitalismo después de 1929. La quiebra de instituciones financieras iniciada en EE.UU. llevó primero a una actitud dubitativa del gobierno Bush que, como campeón del neoliberalismo, se resistía a una intervención directa y definitiva del Estado sobre la amplia discrecionalidad con la cual ha venido actuando el mercado en los últimos decenios, percibiendo que se trataba, en lo ideológico y en lo político, de la ruina de todo el prepotente discurso neoliberal sostenido durante tres décadas. Sin embargo, tras la reacción de los mercados a la quiebra del Lehman Brothers se impuso rápidamente la intervención estatal para intentar paliar el desastre producido por la política de desregulación de los mercados financieros. A las millonarias ayudas americanas la siguieron las europeas, donde se avanzaban en las medidas de intervencionismo estatal, nacionalizaciones encubiertas de bancos, intervención coordinada de los principales bancos centrales del mundo en la rebaja de intereses, reuniones en la cumbre de las principales potencias capitalistas para coordinar las intervenciones y las respuestas, para terminar, por el momento, con la propuesta de refundar el capitalismo para que siga sobreviviendo, encabezada por el presidente Sarkozy, que aparece como el abanderado de una mezcla política de neokeynesianismo, proteccionismo y nacionalismo que se enfrenta a la otra versión, en retirada ahora, del capitalismo neoliberal.
Junto a la vorágine de los acontecimientos del mes de septiembre y octubre también se producían ingentes cantidades de análisis sobre la propia crisis financiera, sus repercusiones futuras, las posibles salidas, las críticas de los excesos neoliberales o las reformulaciones capitalistas. El futuro estaba abierto y se desmentía, una vez más, aquella patraña tan difundida y elogiada por los neoliberales del “fin de la historia” de Fukoyama.
Se pueden encontrar múltiples análisis desde la izquierda que inciden en el aspecto del fracaso del neoliberalismo, después de tantos años combatiendo tanto su filosofía como los estragos que había venido produciendo en el mundo. Ya es más difícil encontrar no ya una alternativa posible al capitalismo en la actualidad, sino simplemente un programa de acción capaz de permitir avances estratégicos de la izquierda aprovechando este grave fracaso del capitalismo al inicio del siglo XXI. Entre las muchas frases ingeniosas utilizadas para describir esta coyuntura ha habido una que se ha referido a que la crisis actual vendría a representar lo que la caída del muro de Berlín supuso para el socialismo real. Nada más lejos de la realidad desgraciadamente.
Se ha evocado también de forma reiterada la similitud en la gravedad de la crisis actual con la acaecida en 1929. ¿Se puede hacer una comparación también de la situación de la izquierda en ambos momentos? ¿Nos puede aportar este estudio alguna indicación de la situación de los proyectos que buscan la superación del capitalismo? ¿Obtendremos a partir de estas conclusiones alguna pista de cual pueda ser la orientación que pueden derivarse de la actual crisis?. Las siguientes líneas intentarán ser una aproximación en este sentido. Los datos aportados intentarán ser lo más objetivos y fiables posibles, las conclusiones son siempre más abiertas a la predicción, su valor siempre será muy relativo.
La situación de la izquierda en el momento de la Gran Depresión de los años 30
A finales de octubre de 1929 se desencadena en los EE.UU. una virulenta crisis económica y financiera que en los tres años posteriores se va a extender por Europa y el Extremo Oriente. En el viejo continente la intensidad del impacto es provocada por la enorme inversión que los capitales americanos venían realizando desde 1919 y que al repatriarse rápidamente provocan una fuerte contracción del crédito. La onda de choque en Europa se inicia en Alemania, impacta luego en Gran Bretaña, que decide abandonar el patrón oro y, de ahí, la onda propaga sus efectos a la estructura financiera de numerosos países de Europa y América Latina.
Los efectos fueron desastrosos y dramáticos, se derrumbaron los precios, la producción industrial y el comercio exterior, a la vez que se disparó el endeudamiento y el desempleo. Se extendió la sensación de que existía la posibilidad de derrumbe del orden social y económico dominante.
Las reacciones se sucedieron en cadena en los distintos niveles de la vida política y económica. Se exacerbaron las tendencias nacionalistas y proteccionistas con aumento de los derechos arancelarios y devaluaciones monetarias, y se pusieron en marcha experiencias de economías dirigidas impensables hasta ese momento como en New Deal en 1933 en EE.UU., al que le sigue Francia de manera análoga en 1936, o Gran Bretaña que renuncia a su política de libre cambio por un sistema de preferencia imperial. Alemania e Italia, situadas en un plano político totalmente distinto, se orientaron, a partir de 1934, hacia un régimen de autarquía económica. La consecuencia es un declive de las relaciones económicas internacionales, con un descenso del 60% del comercio internacional entre 1929-33. Como consecuencia del impacto de esta gran depresión el liberalismo económico va a desaparecer de la escena por un espacio de medio siglo.
En junio de 1933 tuvo lugar una conferencia económica internacional para buscar soluciones a la grave situación del capitalismo, su fracaso impulsó a los EE.UU. a intensificar las medidas de aislamiento económico.
En opinión de Jacques Gouverneur, “La crisis de 1929-30 constituye una crisis coyuntural típica del crecimiento clásico prevaleciente antes de la segunda guerra mundial (…) Sin embargo, el ciclo coyuntural que culmina en 1929 difiere de la mayoría de los ciclos previos en cuanto a la duración e intensidad de las fases de expansión y recesión (…) La extensión y profundidad de esta recesión permiten calificar a la crisis de 1929-30 no sólo como una crisis cíclica, sino también como una crisis estructural (…) una recesión severa, de la magnitud de la de los años treinta, implicaba una dilapidación económica y un costo social tan altos que ya no era políticamente aceptable. Era necesario otro tipo de crecimiento.”[1]
Las repercusiones se hicieron sentir necesariamente en el plano político, de un lado las tendencias autárquicas condujeron a una reivindicación del espacio vital y a una contracción de las instituciones liberales y democráticas, el caso más dramático por sus consecuencias futuras fue el de la llegada al poder de Hitler en enero de 1933. La Sociedad de Naciones se debilitó.
Hobsbawm[2] analiza las razones económicas que llevaron a la crisis de 1929. En primer lugar cita el enorme y creciente desequilibrio en la economía internacional fruto de la asimetría creada entre el nivel de desarrollo de los EE.UU. y el resto del mundo, la autonomía económica norteamericana respecto del resto del mundo le hizo desentenderse de la función estabilizadora de la economía mundial. En segundo lugar cita a “la incapacidad de la economía mundial para generar una demanda suficiente que pudiera sustentar una expansión duradera”. La crisis tuvo un impacto más intenso en los EE.UU. porque allí “se había intentado reforzar la demanda mediante una gran expansión del crédito a los consumidores (…) Los bancos, afectados ya por la euforia inmobiliaria especulativa (…) había alcanzado su cenit algunos años antes del gran crac, y abrumados por deudas incobrables, se negaron a conceder nuevos créditos y a refinanciar los existentes. Sin embargo eso no impidió que quebraran por millares”.
A pesar de una cierta recuperación en algunos países, la economía mundial en su conjunto permaneció sumergida en la depresión.
En cuanto al impacto político de la gran depresión, Hobswaum es claro, en Japón y Europa se produjo un claro giro a la derecha con la excepción de Suecia y España, pero, sobretodo, resalta que la consecuencia más importante y siniestra fue el triunfo en Japón y Alemania de “un régimen nacionalista, belicista y agresivo”, situación que abriría la puerta a la segunda guerra mundial. Solo en América Latina los cambios de gobierno provocados por la crisis tuvieron un balance global a favor de la izquierda.
El carácter de crisis civilizatoria con la que se presentaba la depresión iniciada en 1929 se constata en que sobre las ruinas del liberalismo clásico anterior aparecían como alternativas plausibles un modelo de capitalismo reformado e intervencionista que daría lugar a las políticas keynesianas de la posguerra y dos modelos totalmente diferentes, el comunismo y el fascismo.
Frente a la grave situación que atravesaba el mundo capitalista como consecuencia de la depresión desatada con el crack de 1929, el único país que había conseguido realizar una revolución exitosa hasta el momento, la Unión Soviética, se mostraba inmune a sus consecuencias, aplicando los planes quinquenales que la llevaban por la senda de una industrialización acelerada.
La gran depresión en que se había sumido el mundo capitalista en buena lógica debería ser una oportunidad especial para las fuerzas transformadoras de la izquierda, concentradas en esos momentos alrededor de la Internacional Comunista y sus secciones, pero el efecto fue justamente el contrario. La política suicida de la Internacional había llevado al conjunto del movimiento comunista a una situación de impotencia. El hasta hace poco poderoso PCA había sucumbido a manos de Hitler y en Italia gobernaba Mussolini. Solo quedaba un PC potente en Europa, el de Francia.
¿Qué había ocurrido entre el triunfo de la revolución rusa y el desencadenamiento de la gran depresión de los años 30 que situaba a la izquierda revolucionaria en esa situación de impotencia para aprovechar la más grave crisis sufrida por el capitalismo hasta ese momento?
A nivel interno de la Unión Soviética, y sus repercusiones en todo el movimiento comunista, el núcleo dirigente originario se había escindido en medio de una lucha fratricida en la que Stalin como vencedor interno aplicó sangrientas purgas contra los revolucionarios no sumisos a su línea política.
A nivel internacional la ola revolucionaria que siguió inmediatamente a la victoria bolchevique en Rusia fue derrotada en sus diversas manifestaciones en Europa (Alemania, Italia, Austria, Hungría o Baviera). En el lenguaje empleado por la IC, tras la revolución rusa se habían sucedido diversos períodos; el primero se correspondía con el de los intentos revolucionarios fracasados que se iniciaron en 1917; el segundo con la relativa estabilidad conseguida por el capitalismo después de la derrota de la revolución alemana de 1923 y que se extendería hasta 1928; el tercer período correspondería al hundimiento definitivo del capitalismo y vendría a coincidir con el inicio de la gran crisis del 29. Pero hay que recordar dos aspectos importantes que acompañaban a esta última definición, de un lado la consolidación de la doctrina del socialismo en un solo país, y de otro la descalificación de la socialdemocracia como socialfascista, a la que se señalaba como principal enemigo. Se buscaba, así, alejar las influencias reformistas, reforzar la disciplina y prepararse para recoger los frutos de la quiebra definitiva del capitalismo mediante una política sectaria que logró justamente lo contrario del objetivo buscado.
La errática trayectoria de la IC bajo la orientación de la dirección stalinista que se tradujo, a su vez, en violentas oscilaciones en los partidos comunistas recién creados debido a la lucha por su control interno, está, a juicio de la inmensa mayoría de los estudiosos del período, en el origen del desastre de la izquierda en Alemania, que permitió el ascenso al poder de Hitler sin resistencia por parte de la clase obrera, y, también, en la situación de enorme debilidad del conjunto de las fuerzas revolucionarias en el momento en que el capitalismo se asomaba al abismo. El resultado, se conoce perfectamente, se tradujo en un nuevo giro de la IC en su VII Congreso de 1935 con la consigna de los Frentes Populares para hacer frente al ascenso fascista.
En el período que trascurre entre el inicio de la gran depresión y la II Guerra Mundial se produce un gran acontecimiento revolucionario, el originado por la guerra civil en España, pero, a pesar de la enorme simpatía y apoyo generado entre la izquierda internacional, se trató de un hecho aislado, donde, además, la izquierda estaba profundamente dividida y las fuerzas más genuinamente revolucionarias terminaron enfrentándose abiertamente con un partido comunista inicialmente insignificante y al que acusaronn de contrarrevolucionario. Claudín sintetiza en un epígrafe de su obra la posición de Moscú frente a los acontecimientos en España: “La revolución inoportuna (España 1936-39)”.[3]
El panorama de la izquierda en el período de 1929-39, cuando la gravísima crisis que afectaba al capitalismo parecía ofrecer claras oportunidades a las fuerzas socialistas transformadoras, podemos sintetizarlo como sigue: Ascenso fascista y retroceso del movimiento obrero en Alemania, Austria, Italia y Europa oriental. Retroceso del movimiento socialista en los países capitalistas occidentales en los que se mantiene el sistema democrático. En China se produce una recuperación del desastre comunista de 1927, basándose ahora en el movimiento campesino. Extensión de las dictaduras en América Latina, con declive de la influencia anarcosindicalista y socialdemócrata, pero con dificultades para la implantación de los partidos comunistas. Se puede concluir, entonces, que se asiste un retroceso mundial de la causa socialista que favorece la supervivencia del capitalismo en un momento en que su descrédito era total.
Solo tras la terrible experiencia de la segunda guerra mundial, con sus secuelas de sufrimiento, destrucción y muerte, va a producirse una expansión de la causa socialista, especialmente bajo el peso del modelo soviético, a través de las victorias del ejército rojo en Europa oriental, las victorias autónomas de los comunistas en Yugoslavia y China y los procesos derivados de la descolonización. Pero también el capitalismo sale reforzado – aunque su área de influencia se viese ampliamente cercenada con la pérdida de un enorme espacio geográfico – con la consolidación definitiva de la nueva potencia ascendente, los EE.UU, y la recuperación basada en el modelo keynesiano. Después vendrán los treinta años gloriosos del capitalismo y sus crisis posteriores, y el derrumbe del socialismo real. Pero no son estos acontecimientos el objeto de nuestra atención ahora.
Si se considera la tragedia de la segunda guerra mundial como un acontecimiento en gran parte originado en las consecuencias de la gran crisis económica de entreguerras, entonces se puede sostener que se asiste a un enfrentamiento entre los tres sistemas que se disputan el futuro abierto por la crisis civilizatoria del momento: el capitalismo liberal, gravemente debilitado y desprestigiado; el comunismo soviético, fortalecido económicamente en la URSS, debilitado internacionalmente por graves derrotas, y en abierta deriva totalitaria del stalinismo; y el totalitarismo nazi-fascista, con una extensión rápida de su influencia internacional y un impresionante ascenso de su poderío militar.
El resultado inmediato es la derrota del nazi-fascismo mediante una alianza coyuntural de la URSS y las democracias liberales dando lugar a una división del mundo entre dos sistemas caracterizados, uno por un reverdecer del capitalismo refundado sobre bases keynesianas en lo económico y democrático-liberales en lo político; y el otro por una consolidación del stalinismo con la extensión de su área de influencia, dejando de ser la URSS una potencia aislada. Cuarenta y cinco años más tarde el capitalismo demo-liberal, que parecía haber llegado a su fin en la década de los 30, volvía a imponerse en todo el mundo sin que ninguna alternativa viable le pudiese amenazar mínimamente. Era el espejismo del “fin de la historia”.
La nueva debacle del capitalismo en 2008 y la situación de la izquierda
Una síntesis-resumen del significado del período que se abre para el capitalismo con la crisis de mitad de los años 70 es la aportada por Immanuel Wallerstein: “Los 70 marcan un viraje en dos de los ritmos cíclicos de la economía-mundo capitalista. Fue el comienzo del prolongado estancamiento de la economía-mundo, una fase Kondratieff-B, de la cual no hemos salido aún. Marca el momento en que la hegemonía de Estados Unidos en el sistema-mundo comenzó a declinar. Los estancamientos en la economía-mundo significan que la tasa de ganancia se desploma en grado importante como resultado de una mayor competencia de las principales industrias y la consecuente sobreproducción. Esto conduce a dos clases de batallas geoeconómicas: una lucha entre los centros de acumulación de capital (Estados Unidos, Europa occidental, Japón-este asiático) por revirar a los otros la carga de estas tasas de ganancia disminuidas (…)
Sin embargo, la segunda batalla geoeconómica ocurre entre el centro y la periferia, entre el Norte y el Sur, donde el Norte intenta quitarle al Sur toda ganancia (por pequeña que sea) que haya logrado durante el periodo Kondratieff A de expansión (entre 1945 y 1970).”[4]
No obstante, la nueva fase que se abre tras el agotamiento de las tres décadas más importantes de crecimiento capitalista, y que va a estar marcada a partir de los 80 por la impronta del neoliberalismo, no consigue tasas de crecimiento semejantes a la fase anterior, a la vez que se produce una impresionante expansión de la internacionalización de las finanzas acompañada de dos graves fenómenos, la especulación y una continua sucesión de crisis en el ámbito de las finanzas.
El desarrollo y crisis del neoliberalismo han venido siendo objeto de diferentes análisis: “el modelo neoliberal ha pasado por una etapa de ofensiva, de 1980 a 1986; otra, de consolidación y éxito, de 1987 a 1990 y otra, de recaída transitoria desde 1991, con el estallido de la tercera recesión generalizada del capitalismo de post-guerra, en gran medida resultado de la desregulación financiera.
Su incapacidad no sólo de programar sino de planificar el mercado mundial, en particular las finanzas y Bolsas de Valores, condujo a periódicas crisis financieras, como el crack mundial de 1982-83, el impacto del «tequilazo» en las economías del continente sudamericano durante 1986, la crisis del sudeste asiático (1997-98), hasta entonces señalado por el neoliberalismo como paradigma de crecimiento de una zona subdesarrollada. Cuando aún no se habían procesado las causas de fondo de la crisis de 1997-98, estallaron los cracks bursátiles de Japón y Corea del Sur en marzo de 1998, procesos tan graves que algunos hemos comenzado a investigarlos comparativamente con algunos factores desencadenantes de la crisis mundial de 1929-30.“ [5]
Este tipo de análisis que vislumbra el desencadenamiento de una crisis de las características de la actual no es algo que han descubierto algunas lumbreras de la economía burguesa recientemente, por el contrario, muchos pensadores y organizaciones de la izquierda ya la contemplaban en análisis con años de anticipación: “El neoliberalismo y la globalizacion, en lugar de sacar al capitalismo de su crisis sistémica y cíclica, han recrudecido los problemas económicos, sociales, políticos, ecológicos y culturales del planeta. Lo que se ha configurado en los años recientes es la combinación de una nueva crisis cíclica con una crisis sistémica, que amenaza con llevar al mundo a una situación semejante a la que se vivió el mundo con la “Gran Crisis” de 1929-1933.”[6]
El diagnóstico avanzado por autores como los mencionados anteriormente u otros empezó a concretarse abruptamente en septiembre de 2008 cuando se inició la cadena de quiebras en cadena de las instituciones financieras de EE.UU. y que rápidamente se trasmitió a Europa. La vorágine de los acontecimientos de los meses de septiembre y octubre hacen que cualquier pronóstico quede superado al día siguiente, pero nadie parece ya dudar que el mundo está entrando en una depresión de una intensidad y duración que ningún experto serio se atreve a negar.
¿Cuál es la situación de las fuerzas transformadoras de la izquierda en la que ya es definida como la segunda gran crisis del capitalismo?. Veamos como han venido definiendo dicha situación algunos de los estudiosos que se han ocupado de este tema.
James Petras y Steve Vieux[7] analizaban en 1994 la situación en que se encontraba la izquierda mostrando un panorama sombrío sobre su situación: “Con la derrota del imperialismo de los EEUU en Indochina y la desarticulación de su aparato militar, a todo lo largo y ancho del planeta surgían prometedoras expectativas de cambio revolucionario. Las revoluciones o levantamientos que siguieron en Angola, Nicaragua, Etiopía, e Irán añadieron razones a ese sentimiento. Sin embargo, retrospectivamente, se aprecia con claridad que la victoria en Indochina no fue sino el final de un ciclo revolucionario que comenzó con la Revolución Rusa en 1917. Desde 1975 (y en algunos aspectos desde antes) se ha producido un proceso de reversión y retroceso que ha ido mucho más allá de la desaparición de regímenes comunistas. En todos los continentes las fuerzas revolucionarias están en retirada, derrotadas o reconvertidas a la política capitalista. En los últimos siglos nunca había tenido lugar un proceso contrarrevolucionario tan abrupto y de tanto calado, capaz de transformar de manera tan clara y global el mapa político mundial
La tesis de este ensayo es que el declive de la izquierda revolucionaria es el resultado de una serie de derrotas producidas en momentos de crisis políticas y no algo inherente a la propia política revolucionaria”
Más adelante describen los que denominan cuatro ciclos de derrotas: “El primero empezó con Indonesia en 1965 y llega hasta 1976 con el golpe en la Argentina; el segundo tendría como hecho central la conquista de la mayoría y del gobierno en China por la fracción Deng, la apertura al mercado capitalista, la iniciación del tránsito al capitalismo de Estado y los posteriores acuerdos con el imperialismo contra la URSS, ayudaron a desarticular una amplia franja de los movimientos de izquierda y de masas en EE.UU., Europa, América Latina y el sureste asiático; en el tercer ciclo, a lo largo del 80, tres aspectos se conjugan: las políticas neoliberales, el tránsito de las dictaduras totalitarias a los regímenes electorales y la renovada contrarrevolución militar en América Central, Africa y Asia. El cuarto ciclo remataría el proceso con la desintegración de la URSS y su conversión de clase.”
Y terminan con una conclusión poco prometedora sobre la situación de la izquierda revolucionaria: “Del prometedor florecimiento revolucionario de los años sesenta y principios del setenta, en menos de dos décadas la izquierda revolucionaria ha declinado hasta convertirse en una fuerza política marginal. El ciclo revolucionario de 75 años que comenzó con la revolución Rusa de 1917 ha llegado a su fin. Dos décadas de guerra militar, terror de Estado, ascenso de nuevas clases procapitalistas, cooptación política, y costosos errores políticos han reducido a la izquierda revolucionaria a un espacio político limitado.
Lo que está claro, de cualquier manera, es que las razones del ocaso de la izquierda revolucionaria no se encuentran en exitosas transformaciones del capitalismo, ni en una superioridad moral e intemporal del capitalismo. Occidente ha «vencido» en muchos casos, enredándose en las más sucias e inmorales guerras que pueda imaginarse”.
Las matizaciones posteriores que estos autores pudieran hacer a este análisis suyo de 1994 no le restan la validez sintética que hemos realizado. Repasaremos posteriormente algunos hechos posteriores que han tenido lugar, pero que, en general, se puede decir que no introducen grandes variaciones en las conclusiones.
Una visión diferente es la ofrecida por Immanuel Wallerstein[8] cuyo análisis de los movimientos antisistémicos traza una línea divisoria en torno a los acontecimientos de 1968. Para este autor antes de esa fecha los movimientos antisistémicos fueron de dos clases diferentes, los de tipo social y los de tipo nacional. Después repasa el desarrollo de ambos movimientos y las características comunes, entre la que destaca el empleo de una estrategia de dos fases, la primera consistente en la toma del poder estatal, la segunda la de transformar el mundo. Su conclusión respecto a este primer período es la de que la primera fase se había completado en numerosas partes del mundo, pero en ninguna parte se había conseguido alcanzar la segunda.
Después de 1968 los movimientos antisistémicos sufren una modificación importante derivada de la visión negativa sobre la trayectoria de los movimientos sociales y nacionales del período anterior. La búsqueda de un modelo mejor que el de la fase anterior da lugar, según este autor, a cuatro intentos diferentes, algunos de los cuales aún subsisten. El primero, actualmente desaparecido, habría sido el de los movimientos basados en el maoísmo. La segunda variedad estuvo representada por los denominados nuevos movimientos sociales, verdes o ecologistas, feministas y defensores de otros tipos de minorías; presentes, sobretodo, en le mundo “paneuropeo”, que terminaron dividiéndose internamente en la década de los 80 entre “fundis y realos”, con derrota y desaparición de los primeros y socialdemocratización de los segundos. El tercer tipo de aspirante al “status antisistémico”lo constituyeron las organizaciones defensoras de los derechos humanos que en su evolución terminaron por convertirse “más en los coadyuvantes de los Estados que en sus oponentes y, en conjunto, escasamente parecen muy antisistémicas.” Finalmente aparecieron los movimientos antiglobalización que levantaron el Foro Social Mundial como aglutinante de una enorme variedad de organizaciones cuya unidad se basa en la ausencia de un programa claro y positivo, más allá del rechazo del neoliberalismo, y la falta de una organización estructurada.
Solo cabría añadir por nuestra parte, y en relación con este último punto que señala Wallestein, que desde mediados de los 90 hasta la actualidad los movimientos contra la globalización neoliberal y la guerra, a pesar de la espectacularidad de algunas de sus movilizaciones, no han conseguido consolidarse como una alternativa que pueda desafiar al capitalismo.
Hay, sin embargo, una novedad acaecida después de publicados los análisis anteriores a la que nos vamos a referir a continuación para completar este apartado. Nos referimos a las movilizaciones antineoliberales y antiimperialistas de este principio del siglo XXI en América Latina, que han conseguido derribar diversos gobiernos derechistas y aupar al poder a movimientos y líderes que representan dicho sentir, pero que tampoco han levantado, hasta ahora, un proyecto claro de avance en la superación del capitalismo. Se trata de fenómenos novedosos respecto a las experiencias históricas, sobretodo del siglo XX, porque han cambiado los sujetos protagonistas (desplazando al proletariado industrial clásico), los instrumentos organizativos (no son dirigidas u orientadas por partidos vanguardias), los programas de acción (no existe un claro programa socialista, de superación más o menos inmediata del capitalismo) o las estrategias ( en todo caso se acercan a la vía parlamentaria, tan denostada por las corrientes revolucionarias clásicas).
Pero no se trata únicamente de la situación concreta de las expresiones organizativas de la izquierda transformadora, que son en este sentido un indicador de la situación global del proyecto socialista, francamente desarbolado con el fracaso de la experiencia iniciada con la revolución de octubre. Hoy no hay frente a la crisis y descrédito actual del capitalismo una sociedad alternativa que muestre un comportamiento económico más eficiente como lo hacía la URSS en los 30 (con independencia de que no se tuviese en cuenta la degeneración interna que estaba sufriendo esa revolución); ni una doctrina social como el marxismo, que conseguía suscitar las esperanzas de que era posible la superación del capitalismo, juega en la actualidad el mismo papel. La inmensa crisis que se abrió en el proyecto emancipador con la degeneración de las sociedades del socialismo real y su derrumbe mayoritario sigue presente dos décadas después de la caída del muro de Berlín y sitúa a la izquierda transformadora, ante la nueva oportunidad en la que el capitalismo se asoma al abismo, en una situación en la que no tiene ni estrategias para hacerle frente, ni programas alternativos para sustituirle, ni instrumentos organizativos con los cuales llevarlos a cabo.
Hemos visto que en la profunda crisis del capitalismo de los años 30 la izquierda revolucionaria se encontraba en una situación de retroceso, fruto, sobretodo, de la política desarrollada por la dirección stalinista de la IC. Si embargo, una clara prueba de las enormes reservas que mantenía el proyecto emancipador socialista, generadas por la victoria de la revolución rusa, es el hecho de que, en las dificilísimas condiciones de la segunda guerra mundial, la situación de la izquierda revolucionaria da un vuelco total y, a su finalización, bien por efecto del avance del ejército rojo, bien por méritos propios, una importante cantidad de países se liberan del capitalismo. Y posiblemente podrían haberlo hecho muchos más de no haber continuado pesando la influencia stalinista y su política de repartición del mundo en áreas de influencia (pensamos en los casos de Francia, Italia o Grecia, por ejemplo).
Ese vuelco que da la izquierda revolucionaria en pocos años debido a las energías que aún contenía, es francamente muy difícil que pueda darse hoy, porque el impulso originado en la victoria soviética hace años que se agotó por el abrupto proceso contrarrevolucionario mencionado anteriormente[9].
Desafortunadamente muchos de los análisis hechos desde la izquierda que se muestran lúcidos en el pronóstico de la situación del capitalismo y su desarrollo, adolecen de la falta de la misma lucidez para diagnosticar el problema de la izquierda y, mucho menos, para proponer líneas de acción capaz de sacarla de su marasmo actual. Son habituales los llamamientos a construir organizaciones revolucionarias, a levantar programas de transición, o, la inclusión de consignas altisonantes, que ocupan unas pocas líneas al final de dichos análisis, como si se tratase de un epílogo obligado aunque hueco.
Pero si la izquierda no se encuentra actualmente en una situación que la permita presentarse con un proyecto de alternativa plausible al capitalismo, al menos cabe plantearse las oportunidades que se abren con la derrota del neoliberalismo. En este sentido me parece importante acabar este análisis haciendo alusión a una obra muy interesante que se planteaba dos años antes del estallido de la actual crisis el fracaso del neoliberalismo, la posibilidad de un nuevo ciclo capitalista keynesiano y a partir de tal escenario, “diagnosticar las condiciones objetivas que en los posibles escenarios del capitalismo subdesarrollado contemporáneo favorecerían la transición al Socialismo”.
En lo que concierne al aspecto que estamos tratando aquí, el autor de esta obra, Yoandris Sierra Lara[10], hace el siguiente análisis: En el marco de una crisis financiera global lo más probables es que se produzca una recuperación de la capacidad productiva real con la condición de que el capitalismo sea capaz de apartar la inversión del ámbito especulativo hacia la esfera productiva. Esto implica la necesidad de implementar políticas keynesianas. No obstante, este autor considera que pueden darse dos posibles escenarios, el primero es la vuelta al keynesianismo, el segundo el mantenimiento del modelo neoliberal vía militar. El caso más probable es el del regreso a un modelo keynesiano, aunque éste no sería exactamente igual al del período 1939-1970. “El actual modelo neoliberal que rige la economía y la sociedad mundial muestra claras señas de agotamiento. Esto se evidencia en la insostenibilidad del espiral Economía Real – Economía Virtual y en la caída constante de las tasas de crecimiento económico de los países centrales. De hecho los países periféricos nunca crecieron bajo el modelo. Por otra parte las confrontaciones inter potencias motivadas por los intereses económicos de sus trasnacionales impone una lógica proteccionista y regulacionista a la economía capitalista central. Esta doble tendencia empuja a que el sistema realice una próxima transición Neoliberalismo – Neokeynesianismo. Esa sería la necesidad.”
Sin embargo, un modelo keynesiano no podrá mantenerse mucho tiempo y su agotamiento llevaría a otro ciclo de desregulación-especulación como parte de un modelo de movimientos cíclicos.
Lo más importante para el tema que nos ocupa es la opinión del autor sobre el hecho de que las convulsiones generadas en el cambio de ciclo no van a traer por ellas mismas el socialismo automáticamente, pero el keynesianismo proporcionaría condiciones más favorables para la transición al socialismo. El neoliberalismo ha obstruido la transición al socialismo en la periferia debido, de un lado, al divorcio entre la economía virtual y real y, de otro, al peso de la deuda externa, lo que en su opinión, ha hecho que la lucha por el socialismo en las condiciones del Estado neoliberal hayan sido extremadamente difíciles. Por ello, retenemos su conclusión final, “El modelo Keynesiano genera condiciones objetivas, estructurales, y funcionales más propicias para una Transición al Socialismo, aún cuando el factor social, para muchos pensadores, percibe un cierto relajamiento producto de las condiciones de vida más humanas que pudiera generar este modelo para determinados sectores sociales. Sin embargo, la lucha por el Socialismo no debe ser tomada sólo como acción de personas condenadas a la más honda miseria y desesperación.”
Como se sostenía al inicio, no es posible realizar un pronóstico mínimamente seguro sobre el desarrollo que va a seguir esta crisis cuyo epicentro se sitúa en EE.UU. La opción más plausible hoy es el regreso a un modelo keynesiano – en el argot altisonante de Sarkozy, “refundar el capitalismo” – con características poco definidas, aunque no son descartables escenarios de otros tipos. Sin embargo, lo que esta crisis está haciendo más evidente aún es la ausencia de un proyecto superador del capitalismo en el que los pueblos del mundo puedan encontrar la esperanza de cambiar el actual estado de cosas. Diversos intentos están en gestación en estos momentos, entre los que destacan especialmente los de América Latina, pero de momento la izquierda transformadora no está, como hace casi 80 años, a la altura de los retos que plantean la actual encrucijada de la historia.
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Toussaint, Eric, La bolsa o la vida. Las finanzas contra los pueblos, Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 2003.
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Wallerstein, Immanuel, Nuevas revueltas contra el sistema, http://www.uruguaypiensa.org.uy/noticia_48_1.html
[1] Gouverneur, Jacques, Comprender la economía. Un manual para descubrir la cara oculta de la economía contemporánea. 2002 ,pág. 165-66. 2002
http://www.i6doc.com/I6Doc/WebObjects/I6Doc5.woa/wa/ClientDA/i6doc
[2] Hobsbawm, Eric, Historia del siglo XX, Ed. Crítica, 1998, 106-11
[3] Claudín, Fernando, La crisis del movimiento comunista, Ruedo Ibérico, Barcelona, 1978, pág. 168
[4] Wallerstein, Immanuel, Cancún: el colapso de la ofensiva neoliberal, Rebelión, 11-10-2003
[5] VSR, Aproximación a un balance de dos décadas de neoliberalismo. Pág. 4
[6] Anaya Gutiérrez, Alberto, Ponencia “Tesis sobre la crisis del capitalismo y la coyuntura mundial”. CIVILIZACIÓN O BARBARIE — ENCUENTRO INTERNACIONAL. Serpa, Portugal, 23-25 de septiembre de 2004, http://www.insumisos.com/lecturasinsumisas/Crisis del capitalismo en la coyuntura de hoy.pdf
[7] Vamos a seguir aquí la reseña que sobre el libro de estos dos autores “La historia terminable. Sobre democracia, mercado y revolución.” realizó Edgar Ospina D. en el número 6 de Panorama Internacional en un artículo titulado “Notas de un lector preocupado. IMPORTANCIA Y RETOS DEL MARXISMO”, http://www.geocities.com/blocap/pi0606.htm
[8] Wallerstein, Immanuel, Nuevas revueltas contra el sistema. http://www.uruguaypiensa.org.uy/noticia_48_1.html
[9] Remito para el análisis de las causas del fracaso de las diferentes experiencias del socialismo real al trabajo de mi autoría “Las experiencias históricas de transición al socialismo”, http://www.moviments.net/espaimarx/els_arbres_de_fahrenheit/ca/index.php?view_doc=744
[10] Sierra Lara, Y.: (2006) La Transición al Socialismo en las Condiciones del Capitalismo
Subdesarrollado Contemporáneo Edición electrónica gratuita. Texto completo en
www.eumed.net/libros/2006c/213/