Un punto de encuentro para las alternativas sociales

El cuarto rey mago y los ecologismos

Salvador López Arnal

En su columna del pasado sábado 3 de enero de 2009 en La Vanguardia –“El cuarto Rey Mago, el miedo”-, Gregorio Morán recordaba las dificultades para ser niño y feliz en la España de los ’40 y ‘50. El arco temporal, probablemente, permitiría alguna ampliación que no es fácil de delimitar. Eso sí, había al menos una jornada, señala el autor de El maestro en el erial, “en general limitada a una mañana, que concentraba la mayor y quizá única felicidad del año”.

Acaso fuera así y probablemente lo sea también que la retirada de esa sorpresa infantil, en un paralelismo un pelín forzado, haya sido sustituida por un nuevo elemento que parecía desterrado desde hacía décadas: el miedo -Isaac Rosa no novelado recientemente sobre ello-, si bien en mi experiencia, limitada y muy parcial sin duda, ese miedo no ha estado tan alejado de las vidas laborales y globales de muchos ciudadanos y ciudadanas trabajadoras a lo largo de estos últimos años. Sin ningún valor sociológico, yo soy parcial ejemplo de ello.

Tiene de nuevo razón Morán cuando recuerda al Carroll de Alicia a través del espejo y el dominio del lenguaje por parte de los que mandan: “a lo que la gente siente como miedo ha de denominarse crisis, que es una palabra que hace referencia a quienes están viviendo un momento delicado en sus vidas y en sus negocios”. Es plausible mirar las cosas desde esa perspectiva: las clases trabajadoras no viven ninguna crisis, siguen haciendo lo mismo que hacían antes de que sus jefes y amos entraran en ella, aunque cueste aceptar, eso sí, que, como afirma Morán, no haya cosas tan ridículas como una ama de casa (noción tradicional donde las haya, conjunto sin apenas referentes puros entre las propias clases trabajadoras) diciendo compungidamente que “este año estamos en crisis”. Aunque no sólo es eso, infinitamente más ridícula es en mi opinión, tal como recuerda el propio Morán, la demanda del jefe de los empresarios españoles, de “un paréntesis en la sociedad de mercado”, mientras el Estado adversario, cuando no enemigo declarado, les subvenciona las pérdidas de sus inversiones enloquecidas sin menoscabo de sus antiguas ganancias y de su, no siempre bien conocido, patrimonio personal y familiar.

Señala Morán tras ello, que es ahora cuando le vemos las orejas al lobo, porque es un lobo y no la abuela de Caperucita, “y que después de tantos años derrochando palabrería sobre la izquierda moderna y el ecologismo, descubrimos acojonados que esos chicos ya talluditos, ambiciosos de todo menos del talento, también viven la crisis”.

¿Dígame en qué se diferencia la política de Zapatero de la de Rajoy? En que uno nos cae menos mal que el otro, pero con la absoluta convicción de que ellos también son la crisis. ¿Y la izquierda? En pleno combate decisivo por la humanidad castigada en el doble frente de las bolsas de plástico y las bicicletas iluminadoras.

 

Dejando aparte el uso de términos tan desgastados y superados, sin resto alguno de interés, y tan ranciamente españoles por otra parte, como “acojonados”, vale la peña recordar aquí que esa misma tesis, con mayor o menor acierto didáctico, esa misma consideración a propósito de las políticas (reales) de la derecha popular y la supuesta izquierda “socialdemócrata”, a propósito en su caso de las políticas de los señores Aznar y González, cuyas trayectorias posteriores presentan más de un punto de intersección político-financiero, fue enunciado por un dirigente político de Izquierda Unida desatando tempestades e improperios no sólo en la “izquierda” instalada, sino en numerosos portavoces intelectuales de esa misma izquierda y entre miembros y simpatizantes de las otras izquierdas con menor poder institucional. Se llegó a decir, basta ir a hemerotecas, que Julio Anguita había perdido la razón política, que estaba completamente desnortado, demenciado incluso, que hacía irresponsablemente el juego a la derecha montaraz y neofranquista.

No es este, en todo caso, el punto central de esta nota. El punto es éste: ¿cómo es posible que Gregorio Morán, después de esas consideraciones sobre miedos, crisis y perversiones lingüísticas, sobre peticiones de nocturnidad en las ayudas de otros dirigentes político-patronales españoles, tras recordar las dudas y entreguismos de algunas izquierdas, pueda preguntarnos, afirmando a un tiempo desde luego, que “el ecologismo en política es siempre conservador”?

Sostiene además “que no está mal que lo sea, pero lo ingenuo es que eso pase por izquierdista”. No entiendo bien el sentido analítico global de este último enunciado pero comprendo aún menos la afirmación de que “por más radical que pretenda ser, el ecologismo nunca cuestiona el poder, sino los efectos del poder”.

No ofrece motivo de duda que, como el ser aristotélico, el ecologismo se dice de diez, veinte o cien formas distintas. Pero, ¿cómo puede afirmarse una tesis así, sin más matices, en un país que cuenta en su historia reciente con un ecologismo comunista -o socialista en serio, no claudicante, como se prefiera-, teorizado e impulsado prácticamente, entre muchos otros que cabría citar, por Manuel Sacristán, Francisco Fernández Buey, Enric Tello, Elena Grau, Jorge Riechmann, Óscar Carpintero, Toni Doménech o Eduard Rodríguez Farré, o un ecologismo de tradición libertaria como el que representan entre nosotros Joan Martínez Alier o José Manuel Naredo? ¿Qué poder no cuestiona esa arista enrojecida del ecologismo? ¿El de las multinacionales? ¿El sistema civilizatorio capitalista? ¿El de los sistemas imperiales despóticos? ¿Es ése un inocuo e ingenuo ecologismo de bicicletas y bolsas de plástico, sin negar interés puntual a esta sensata vindicación? Por favor…¿Es necesario, es imprescindible criticar siempre la tradición socialista revolucionaria sin equidad y con abismos de olvido en un país en el que ha sido raíz de numerosos movimientos ecologistas? ¿Es necesario recordar la orientación política de los admirables militantes del CANC, del movimiento antinuclear en Catalunya? ¿Hay que dar cuenta de la arista política de numerosos miembros y adherentes de “Ecologistas en acción”?

Por lo demás, ¿cómo un periodista informado como Gregorio Morán puede escribir para cerrar su artículo que “entre tanta reivindicación de la naturaleza, a nuestros modernos amigos se les ha olvidado empezar exigiendo el fin de los paraísos fiscales”? ¿Lee la prensa el autor de las “Sabatinas intempestivas”? ¿A quién se está refiriendo? ¿A ICV, a Los Verdes? ¿Ese es todo el movimiento ecologista hispánico? Pues incluso en ese caso, y en el papel, en lo que antes llamábamos “programas”, la reivindicación está escrita y reconocida.

Tiene buenas razones Gregorio Morán cuando finaliza su artículo sosteniendo que “sólo puñados de jóvenes” no tienen miedo, porque quizá tampoco tengan futuro, y que entiende bien “que lo rompan todo, en esa versión cutre del carpe diem”. No sé si es una versión cutre del carpe diem, tiendo a pensar que no son sólo un puñado de jóvenes, pero la rabia social, acumulada durante años e incluso décadas, pueda ser causa también que los experimentos sociales de la derecha -y su contrarrevolución ha sido un experimento sin gaseosa ni colchones en sus métodos y procedimientos-, desaten burbujas, imponentes y enrabiadas burbujas ciudadanas que estallen en el aire y en el rostro de los poderosos.

Todo lo sólido, escribió un joven revolucionario, se desvanece en el aire.

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