Munich, el Occidente autista
Rafael Poch
Crónica de una conferencia europea de seguridad en el inicio de Obama. Munich
La Conferencia de Seguridad clausurada el domingo pasado en Munich ha puesto en evidencia hasta qué punto el establishment occidental -la clase política, y también los disciplinados expertos que la asesoran- es rehén de sus propios mitos, tabúes y cegueras. En el contexto de la crisis global, cuando cada vez está más clara la urgencia de un cambio de concepciones que enfatice la interdependencia del mundo, el vínculo entre seguridad y desarrollo, y la inviabilidad de cualquier seguridad que no sea la de todos, resulta inquietante observar el nivel de los discursos pronunciados en Munich, y la pobreza de su valoración mediática. Si hay que creer lo que dicen que ha pasado, Occidente ha ‘tendido la mano’ a Rusia, a Irán, y al dialogo afgano. Y Estados Unidos ha anunciado, de la mano de su vicepresidente, Joseph Biden, la estrella del evento, una ‘nueva era’. En el periodismo, cada semana tenemos ‘nuevas eras’, pero es que, por desgracia, todo eso que se dice, no tiene nada que ver con la realidad de Munich.
La política hacia Rusia es la piedra angular de una normalización europea. En economía y comercio, Europa y Rusia ya están imbricadas. Europa es el principal socio económico de Rusia, y Rusia es el tercer socio comercial de Europa, tras Estados Unidos y China. Pero sin integrar a Rusia en un orden de seguridad europeo normalizado y desmilitarizado (como se prometió a Gorbachov en 1990 a cambio de la histórica retirada soviética de Europa del Este), la UE nunca podrá alcanzar una política exterior coherente y efectiva, capaz, por ejemplo, de hacer oír su voz e influencia en el principal polvorín planetario, que es Oriente Medio. Impedir eso ha sido, precisamente, una de las prioridades de Estados Unidos en Europa desde que concluyó la guerra fría. Mantener la OTAN, ampliarla incorporando a todos los antiguos países del Este y al máximo de repúblicas ex soviéticas, y rodear a Rusia de bases militares de la OTAN o de Estados Unidos (la mitad de las catorce repúblicas ex soviéticas las tienen) ha sido la manera de mantener la tensión con Rusia. Allí donde no había posiciones atlantistas se han fomentado revoluciones naranjas. El resultado ha sido una artificial prolongación de una seudo post guerra fría en la periferia continental. La pregunta de si Obama cambiará algo de eso, ha estado ausente de Munich.
La prevención antirrusa, históricamente tan comprensible, de tantos países y repúblicas del ex bloque soviético, en Europa del Este, el Báltico y Transcaucasia, ha venido siendo utilizada contra la matriz franco-alemana de la UE, que encarna la principal posibilidad de una política exterior soberana. Todos esos países intranquilos con Rusia se han convertido en vasallos de esa línea estratégica de Washington, que la OTAN articula. Su rápida y forzada integración en la UE alteró la correlación de fuerzas y complicó cualquier política de seguridad coherente, es decir que integre y no excluya a los intereses rusos. Su deseo de protegerse contra Rusia sigue siendo citado por los arquitectos del atlantismo como motivo del nuevo cinturón de hierro alrededor de Rusia, cuando en realidad es su pretexto.
‘El problema es que los vecinos de Rusia temen por su integridad territorial’, ha dicho en Munich el Ministro de Exteriores británico, David Miliband. Las preocupaciones de Rusia por ese cinturón, incluido el provocador y descarado despliegue de misiles (contra Irán) en Chequia y Polonia, han sido presentadas en Munich como una especie de histeria irracional de Moscú. ‘La idea de que Rusia se siente amenazada es absurda, pero Rusia lo siente así’, ha dicho Javier Solana en la Conferencia. En sus visitas a Moscú de la segunda mitad de los noventa, como Secretario General de la OTAN, Solana decía lo mismo: que la ampliación hacia el este y en el Báltico del bloque militar de la guerra fría, no tenía nada que ver con seguridad ni confrontación. ‘Ya no estamos en los pulsos militares de la guerra fría’, repetía, mientras las bombas de una guerra caliente de la OTAN caían sobre Belgrado y acababan con el único país ‘no alineado’ del continente. Evidentemente, entonces nadie le tomaba en serio en Moscú, así que, a finales de los noventa, el oso ruso comenzó, con Putin, a volverse a ocupar de sus decrépitas fuerzas armadas. Hoy, diez años después, los tres programas estratégicos del rearme ruso de respuesta (el misil terrestre ‘Topol-M’, el marítimo ‘Bulava’ portado por nuevos submarinos, y la resurrección de los aviones Tu-160 de la aviación estratégica) avanzan a todo trapo. Los acuerdos de Moscú, alcanzados este mes, para crear unas ‘Fuerzas comunes de reacción rápida’ con seis repúblicas ex soviéticas, un sistema de defensa antiaérea común con Bielorrusia, y la cancelación de la presencia de Estados Unidos en Kirguizstán, ilustran los esfuerzos del Kremlin por fortalecer la integración militar en el espacio euroasiático.
En ese contexto se han producido tres puñetazos rusos sobre la mesa. Uno ha sido la fulminante respuesta a la crisis de Osetia del Sur, una agresión de Georgia armada por Estados Unidos, en la que el grueso de las víctimas fueron osetios que no quieren formar parte de Georgia. El otro ha sido la crisis del gas, que tiene que ver con la presión atlantista y del gobierno de Kiev por ingresar en la OTAN, pese a que la mayoría de los ucranianos se oponen a tal ingreso (59,6%, frente al 30,1%, según la última encuesta, con una mayoría del 54,4% a favor de una neutralidad y un 16,8% a favor de la alianza militar con Rusia). El tercero ha sido el anuncio de que se instalarán misiles tácticos ‘Iskander’ en Kaliningrado, si Washington realiza su proyecto de despliegue de misiles en Chequia y Polonia. Esos tres capítulos han expresado una nueva y enérgica actitud rusa y, por primera vez, han logrado algún efecto; la UE, en especial Francia y Alemania, ya no quiere un ingreso de Georgia y Ucrania en la Otan, y, con el cambio de administración en Washington, el despliegue de misiles y sistemas en Chequia y Polonia se ha hecho menos claro. El mensaje es obvio; la Europa atlantista sólo hace caso a las medidas de fuerza. Nada sería más iluso que pensar que la crisis económica va a apartar a Rusia de la evidencia de este mensaje: a partir de ahora, cualquier nueva vuelta de tuerca del cerco ruso tendrá su respuesta. ‘Si no hay escudo antimisiles, no habrá ‘Iskander’, hasta ahora no hemos desplegado nada’, ha dicho en Munich el vice primer ministro ruso, Sergei Ivanov.
El 5 de junio el presidente ruso, Dmitri Medvedev, propuso en Berlín celebrar una cumbre paneuropea, abierta a Estados Unidos, para preparar, ‘un acuerdo sobre seguridad europea jurídicamente vinculante’, que ponga fin a las actuales tensiones. ‘La Europa únicamente basada en el principio del atlantismo se ha agotado’, y debe dar lugar a un nuevo espacio, ‘desde Vancouver hasta Vladivostok’, dijo. En lugar de globalizar a la OTAN usurpando el papel de la ONU, Europa debe recrear la Organización de Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) como organización regional, propuso. Fue una nueva petición de que se tenga en cuenta a Rusia, que los medios de comunicación ignoraron por completo. Aquellos que no lo hicieron, lo único que dijeron fue que la propuesta era un ‘intento de dividir a la UE de Estados Unidos’.
El hecho es que si Europa adoptara esa línea de integración de Rusia, la actual seudo post guerra fría se acabaría, lo que facilitaría la cohesión de la UE. La comprensible prevención de los ‘nuevos vasallos europeos’ de Washington, desde el Báltico, a Georgia, pasando por Polonia, podría diluirse muy rápido. Si se crean condiciones, en una generación ese miedo podría experimentar cambios tan definitivos como los que conoció la profunda sospecha franco-alemana en los orígenes de la Unión Europea. El problema no son esos países, sino la actitud de Washington. Como ha dicho el veterano Egon Bahr, el arquitecto de la ‘Ostpolitik’ de Willy Brandt, Obama deberá decidir dos cosas en el ámbito exterior; ‘si las relaciones (de EE.UU.) con Rusia, China y Europa, sobre todo con Rusia, deben ser de confrontación o más bien de cooperación’, y, en segundo lugar, ‘si América está dispuesta a aceptar la autodeterminación de Europa’, lo que significa, entre otras cosas, que Europa deja de ser un ‘protectorado’ americano en materia de política exterior y de seguridad.
En la Conferencia de Munich estos temas no se han tratado. El ‘problema de Rusia’ no es su exclusión, manifiesta y provocadora, del sistema europeo, sino la esquizofrenia de sus ‘percepciones de amenaza’, se ha insistido. El grueso de las preguntas de expertos de ‘centros de estudios estratégicos’ y de los discursos de los políticos, giraban alrededor de eso. La contradicción entre el protectorado americano y la voluntad de emanciparse, solo se rozó muy marginalmente. Sarkozy citó vagamente la pretensión europea de ser ‘un socio libre’ de Estados Unidos, y no su sirvienta. Merkel hizo piruetas alrededor de la idea de que la creación de fuerzas militares (‘Battle Groups’) franco alemanes, ‘no debe verse como competencia con la OTAN’. El Secretario General de la OTAN, Jaap de Hoop, calificó en algún momento de ‘surrealista’ la relación entre la OTAN y la UE. Respecto al Vicepresidente de Estados Unidos, Joseph Biden, dijo que esa relación debe ser ‘renovada’. Biden no ha prometido nada: los misiles y sistemas se instalaran en Europa si se demuestra técnicamente su viabilidad, y, en cualquier caso, se hablará con Rusia, ha dicho. Eso se interpreta como un entierro del proyecto y seguramente así será. Biden también mostró disposición para firmar un acuerdo de desarme con Rusia, lo que también es positivo. Pero sin un propósito general de abolición total del arma nuclear a largo plazo, tal desarme puede quedarse en una mera racionalización de la destrucción total asegurada; ¿para qué tener 12.000 cabezas nucleares dispuestas, si para destruir el planeta basta con diez veces menos y es más barato?
En lo que a Europa respecta, el problema esencial sigue siendo el de 1990; ¿qué hacer con la OTAN, un bloque militar que ya no sirve para Europa y que en Washington, y en medios de la derecha europea, se quiere convertir en un instrumento imperialista de intervención mundial suplantador de la ONU. Es lo que la OTAN hizo en Yugoslavia (donde las selectivas barbaridades humanitarias fueron el pretexto) y lo que hace en Afganistán. ‘De momento la OTAN no debe estar en Oriente Medio’, dijo en Munich su Secretario General, Jaap de Hoop. La cumbre de la OTAN de abril en Estrasburgo seguirá buscando esa ‘misión mundial’ para la Alianza, por eso en ella lo más importante parece que será la protesta ciudadana que se prepara.
En materia de Oriente Medio, partiendo del tabú de analizar con seriedad la política de Israel y el apoyo que recibe de Occidente, la Conferencia sólo podía ser kafkiana. Solana dijo que ‘hay muchas dificultades’, pero solo citó expresamente ‘la división de los palestinos’, que es una consecuencia de la política de Israel avalada por su padrino. No existe la historia. Sesenta años de limpieza étnica, ni cuarenta años de desprecio israelí de la legalidad internacional apoyado por Estados Unidos, ni desvergonzada expansión de asentamientos tras los acuerdos de Oslo, ni bloqueo completamente ilegal de los guetos palestinos, ni la crueldad del terrorismo israelí, de infinita mayor intensidad y mortandad que sus respuestas palestinas. El problema es ‘la división de los palestinos’ y los temas y categorías frecuentes, ‘el derecho a la defensa de Israel’, el ‘terrorismo’, naturalmente, ‘Irán’, e incluso el ‘antisemitismo’.
El discurso más razonable de la Conferencia en este ámbito fue, sin duda, el del Presidente del Parlamento iraní, Alí Lariyani, completamente ignorado por la prensa alemana y occidental en general. Como dijo Mojamed El Baradei, el Director de la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA), que es quien lidia técnicamente con la ambición nuclear iraní, ‘si quieren entender a Irán, miren el panorama de la seguridad en Oriente Medio desde la perspectiva de Teherán’.
Desde el punto de vista del mapa, esa seguridad es como la de la URSS durante la guerra fría: un sarpullido de bases militares, satélites (como el que, con toda seguridad, controló el teléfono móvil de Lariyani durante su estancia en Munich), patrullas navales y aéreas, y amenazas de todo tipo alrededor de Irán. Cuatro bases en Turquía, cuatro en Irak, nueve en Arabia Saudí y los estados del Golfo, cuatro en Omán, doce en Afganistán y Pakistán, y siete en diversos países de Asia Central, sin contar Israel y la base que se espera instalar en Georgia, arrojan un cerco militar de cuarenta bases alrededor de Irán.
Desde el punto de vista del discurso, el ‘no excluimos ningún medio’, de Bush queda reflejado en la presencia de Irán dentro de la lista de países susceptibles de ataque nuclear de la Defense Posture Review. ¿Cambiará Obama esa doctrina?.
Desde el punto de vista de la historia, todo lo que se vislumbra desde el golpe contra la nacionalización del petróleo de Mosaddeeq, en 1953, hasta la guerra de Irak contra Irán de 1980-1988, con un millón de muertos, es una serie de agresiones inspiradas por Occidente, incluidos los atentados de la oposición armada iraní en Irán. Toda la situación convierte en completamente racional y lógica la ambición nuclear de Irán. Se dice que ‘apoya al terrorismo’ porque arma a Hamas y Hizbollah, organizaciones que iraníes y árabes consideran de resistencia y respuesta a agresiones anteriores a su fundación.
No hay ninguna ley que permita a Estados Unidos, Rusia y las demás potencias nucleares originales tener la bomba y que lo prohíba a los iraníes. ‘Irán no ha invadido a ningún otro país en siglos, Estados Unidos fueron los primeros en usar la bomba, Pakistán la ha probado, India e Israel la tienen, y no ha pasado nada, ¿cómo pretenden vendernos este doble estándar?’, dijo Lariyani. ‘Animaron a Sadam Hussein a atacarnos y le dieron todo tipo de armas, nuestros capitales en Estados Unidos fueron congelados, las guerras de Israel se libran con el apoyo y las armas de Estados Unidos’. ‘El equilibrio del terror es un asunto occidental para someter a los demás y controlarse entre ellos’, dijo Lariyani. ‘El problema comenzó con la Revolución Industrial, con la colonización de Oriente, con la mentalidad de que los no occidentales somos gente de segunda clase’, añadió. Y refiriéndose al color de la piel de Obama, concluyó, ‘ahora, para que todo cambie, no basta con poner a uno de esa segunda clase en la presidencia’. ‘Para que la región deje de ser un barril de pólvora, necesitamos otro discurso, necesitamos el desarme de los que ya tienen la bomba. El siglo XXI precisa otra lógica y más realismo, Irán está dispuesto a cooperar’.
El discurso de Lariyani fue tan claro, que los expertos de los ‘centros estratégicos’, uno alemán, otro francés, no tuvieron más remedio que acusarle de… ‘antisemitismo’. Usted dice todo eso, pero su primer ministro, Majmud Ajmadineyad, quiere borrar a Israel del mapa y niega el holocausto. Lariyani respondió que le traía sin cuidado el Holocausto, que es completamente irrelevante para la realidad actual de Oriente Medio, con la excepción de que explica parcialmente la torturada y enfermiza mentalidad israelí. ‘No soy historiador’, dijo sobre el negacionismo. Fue la única referencia que el discurso del Presidente del Parlamento iraní encontró en la prensa alemana.
En Irán viven 25.000 judíos. Su presencia en Persia es milenaria y especialmente en la época moderna, no conoce las barbaridades y expulsiones de las que los judíos fueron víctima en Europa, desde España a Rusia, pasando por Alemania. Los judíos iraníes suelen estar orgullosos de sus raíces judías y persas, y no tienen intención de abandonar el país. Maurice Mojtamej, un diputado judío del parlamento iraní fue el primero en condenar las memeces de Ajmadineyad sobre el Holocausto, pero nada de todo eso se mencionó en la breve referencia al desplante de Lariyani sobre el Holocausto en Munich.
Respecto a Afganistán. La evidencia de que todo va a peor, con casi 300 soldados occidentales muertos en 2008, frente a los 69 de 2002, de que las masacres de población civil (700 civiles muertos en los últimos meses) están incrementando el apoyo a la insurgencia, que la extensión a Pakistán de esas matanzas está teniendo por consecuencia nuevos ataques a los efectivos y suministros de la OTAN en Pakístán, algo nuevo, todo eso es tan claro, que hasta la Conferencia de Munich reconoció la necesidad de cambios en la estrategia.
No se trata de abjurar del absurdo concepto de ‘guerra contra el terror’. Contra el terrorismo no se actúa con métodos militares, sino con servicios secretos y policía. Si el terrorismo tiene un fondo político, hay que actuar políticamente sobre ese fondo. En el caso del 11-S, ese fondo se encuentra en la insostenible situación en Oriente Medio. Cuanto mas justicia y equidad haya en Palestina y menos soldados extranjeros en los santos lugares de Arabia Saudita (la paranoia de Bin Laden), más seguridad habrá en Manhattan. Liquidar terroristas con bombardeos y artillería, es como matar moscas a cañonazos y sólo sirve para indignar a la población inocente que sufre tal matanza. Todo esto es de primer año, pero nada de ello se dijo en Munich. Se habló, eso si, de ‘cambios de estrategia’ en Afganistán.
El Presidente Karzai y hasta el General David Petraeus, el número uno allá, hablaron de negociar con los ‘talibán moderados’, una nueva categoría. En 2001 no lo hicieron, prefirieron entrar en ‘guerra’, y ahora, ocho años después, con miles de muertos inocentes, se disponen a hacerlo, pero nadie habla de ‘torpeza criminal’, sólo de ‘cambio de estrategia’. La base de tal cambio es… enviar 30.000 soldados más. Los europeos no quieren, pero no dicen exactamente por qué. Los estadounidenses se encargarán del grueso de esa escalada, que repite la senda que los soviéticos recorrieron entre 1979 y 1989. Esa senda consta de tres fases; primera: intervención militar, segunda: escalada de efectivos y mortandad para contrarrestar la insurgencia provocada por la primera fase, y tercera: retirada. Ahora Obama ha dicho que quiere retirarse en dieciséis meses de Irak, lo que ha provocado un contubernio de generales en el Pentágono, con Petraeus a la cabeza. La hipótesis de que Obama ofrezca a sus generales una escalada en Afganistán y Pakistán en compensación a la retirada de Irak, merece ser tenida en cuenta. La pregunta de fondo, si el Pentágono es reformable, también queda fuera del debate.
La gran preocupación es Pakistán. La gobernabilidad de ese país está gravemente enferma. La combinación de su enfermedad con la tenencia de la bomba es inquietante. Hay que preguntarse, entonces, por los efectos que una escalada militar extranjera puede tener en Pakistán. Es una pregunta esencial que, una vez más, estuvo ausente de la Conferencia de Munich. El 90% de sus más de 300 participantes, entre ellos una docena de jefes de Estado o gobierno y una cincuentena de ministros, eran europeos y el grueso de ellos germano-anglo-sajones. La falta de diversidad (un par de japoneses e indios, dos iraníes y cuatro árabes, ausencia total de africanos, chinos o latinoamericanos) explica, en parte, que el cónclave bávaro fuera un potaje que se coció en su propia salsa. La poca altura y tradición de los estudios internacionales en Alemania, un país que careció de soberanía hasta hace relativamente poco, que estuvo tutelado por los ‘aliados’ y dividido en dos estados, y cuya tradición de política exterior, desde Bismarck para acá, pasando por Himmler y Rossenberg, personificó lo peor de Europa, explica también en parte algo. Pero lo principal es el autismo europeo, que naturalmente engloba a los norteamericanos y también, aunque en menor medida, a los rusos: la incapacidad de ponerse en el lugar del otro.
Ese defecto, que la tradición colonial-imperial afianzó en nuestras conciencias, nos convierte a los occidentales en el principal impedimento para la paz y la seguridad en el mundo. Toda nuestra historia es una sucesión de guerras, nuestro continente ha sido arrasado en dos ocasiones desde principios del siglo XX en las peores matanzas de la historia, la industrialización de la guerra fue invento nuestro, y hemos convertido en criminales nuestros mas íntimos ideales, con las guerras de religión y hasta con el ‘socialismo’, pero nos creemos los mejores, los superiores. Nadie ha sido más racista hacia los demás que los europeos, con los germano-anglo-sajones en el primer puesto… Todo eso es lo que viene a la cabeza al contemplar, una vez más, en esta Conferencia, esa antigua incapacidad europea para ponerse en el lugar del otro, para considerar como iguales a africanos, latinoamericanos y asiáticos. Europa está perdida entre esa tradición y la impotencia estratégica a la que le condena el noratlantismo.
Es una lástima que quienes tienen las mayores responsabilidades y recursos para afirmar una seguridad global viable en el contexto de la crisis global, sean los menos capacitados para ese trabajo. El diccionario define el autismo como, ‘síndrome infantil caracterizado por la incapacidad congénita de establecer contacto verbal y afectivo con las personas del entorno’, y como, ‘repliegue patológico de la personalidad sobre sí misma’. Se trata precisamente de eso. Y los tiempos exigen cualidades completamente diferentes.