Preguntas documentadas, respuestas razonables… y parálisis e insignificancia políticas.
Salvador López Arnal
¿Es probable que Izquierda Internacionalista sea una de las fuerzas políticas que más molesta al poder en estos momentos? Es probable, muy probable. ¿Es inadmisible la persecución política a la que se está viendo sometida? Lo es sin duda. ¿Tiene razón II cuando critica a IU que no haya puesto el énfasis suficiente en la vindicación de derechos como el de autodeterminación, ridiculizados con interesados aplausos en autos de terminación, cuando hace treinta años esos mismos derechos eran defendidos, sin excepción, por todas las fuerzas políticas de izquierda y nadie ha mostrado hasta el momento argumentos convincentes para cambiar el decorado del escenario? La tiene: con algunos marices, no les falta razón. ¿Tiene razón IA cuando señala que en IU no se ha cultivado, como debe hacerlo toda fuerza de izquierda que se precie, el fértil terreno del anticapitalismo? La tiene sin duda: la gestión y las instituciones pueden hacen perder la perspectiva. ¿Tiene razón IU cuando señala que IA, e incluso II, esquematizan en exceso en ocasiones la situación y tienden a mostrar una panorama idílico para avanzar por senderos anticapitalistas? Parecen razonables algunas de sus objeciones. ¿Están totalmente errados los ciudadanos que señalan que el cabeza de lista de IU en las europeas es un político profesional, muy a la vieja usanza, con chistes u ocurrencias sobre Nin y Trotsky de muy mal gusto, y que el segundo de esa misma lista es más bien un infiltrado de otra fuerza política -muy sabia en asuntos de juegos de estrategia pero cuyo arista resistente cada día se difumina más- que dos días después de la elección, si fuera el caso, irá a cuidar su jardín y su acta en territorios verdes cada día más plácidos y sectarios? No parece que estos ciudadanos estén desenfocados en sus críticas. ¿No es innegable que II y IA tiene entre sus candidatos y candidatas gentes admirables a las que cualquier ciudadano/a de izquierdas desearía votar? No hay duda: es innegable, empezando por sus cabezas de lista. ¿No tiene alguna razón la candidatura europea agrupada en torno al PCPE cuando señala que muchos discursos de las fuerzas de izquierdas se olvidan en ocasiones de las clases sociales más desfavorecidas y, más concretamente, de la clase obrera? No parece que este vértice crítico ande extraviado. ¿No es razonable aceptar que IA pone a veces demasiado énfasis en asuntos históricos que dividen, y acaso dividirán, y que resulta muy deudora de la experiencia, de las interesantes experiencias del país vecino, con un dirigente obrero cartero que es un referente seguro de la nueva izquierda europea? Puede ser, no es un disparate esa aproximación afable y crítica. ¿No es razonable la afirmación documentada de muchos ciudadanos que no observan diferencias esenciales, que tracen líneas de demarcación, entre todas estas candidaturas? No parece un canto al irracionalismo una creencia así. ¿No es comprensible la pérdida de rumbo, incluso el desinterés de muchos ciudadanos y ciudadanas, con tareas y preocupaciones urgentes y de todo tipo, ante tal maraña de letras, listas y ofertas? Es comprensible, muy comprensible.
Y después de todos estos interrogantes, y de mil más que podrían formularse, ¿qué? Pues volvemos dos minutos y medio a Lenin y preguntamos: ¿qué hacemos? ¿Repetir una vez más, por enésima vez, la división de la izquierda no entregada amparándose en historias y desencuentros, y en puntos sobre libertades, derechos y propuestas económicas que, en el mejor de los casos, son básicamente una discusión política abierta, un debate político-filosófico, que hoy por hoy apenas tiene concreción política real? ¿Queremos emular acaso la disputas entre tendencias cristianas en algunos períodos del Medioevo?
No hay, desde luego, ninguna posibilidad de alterar la situación para las próximas elecciones europeas. El resultado está cantado o casi cantado, es la crónica de un desastre anunciado: fuerte abstención no política; dominio absoluto del PP-PSOE;, CiU y sus diputados de siempre; un diputado, si es el caso, para la izquierda independentista sin apenas punta crítica de ERC; algunos, pocos, detallitos más, y, probablemente, no es una afirmación aventurada, ningún diputado o diputada (uno o dos como máximo si hay suerte y suenan las campanas de lucha y recordamos la sal de nuestra tierra) para ninguna de las candidaturas de la denominada izquierda trasformadora.
Si estas izquierdas quieren ser realmente transformadoras, si queremos contar para algo que tenga que ver con la mejora y transformación de las condiciones sociales de los más desfavorecidos, la primera condición, o una de las primeras condiciones, pasa por mostrar nuestra capacidad para cambiar viejos estilos, antiguos procedimientos, divisiones trasnochadas que históricamente, desde luego, pueden justificarse, y buscar puntos de acuerdos, de unión, en programas de cambio y unir fuerzas sociales, que están ahí sin duda, para la organización, la instrucción de las gentes y la movilización ciudadana.
Si eso no es posible, y no es improbable que no sea posible, seguiremos cargados de razones diferenciadoras y de nula o insignificante incidencia política. Generaremos, eso sí, rabia en las gentes que no están dispuestas a ceder y risa en los futuros historiadores que intenten reflejar verazmente nuestro, ciertamente, difícil empeño.