Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Crítica cinematográfica: Mass, de Fran Kranz

María Cruz Santos

Película de 2021 dirigida por Fran Kranz, quien también es guionista. Interpretes: Martha Plimpton como Gail Perry, Ann Dowd como Linda, Jason Isaaks como Jay Perry, Reed Birney como Richard. Además: Breda Wool interpreta a Judy, Michelle N. Carter a Kendra y Kagen Albright a Anthony. Casi como extras: Campbell Spoor, estudiante de piano y Michael White.

Son frecuentes las noticias que recibimos de matanzas perpetradas por individuos que buscan notoriedad o venganza de un mundo que creen hostil. Estados Unidos es el país en el que hechos como estos se han convertido en endémicos. Estos actos resultan mucho más perturbadores cuando se producen en el ámbito educativo, donde, por cierto, no son ocasionales. En especial en los institutos de enseñanza secundaria. Esta es precisamente la temática de esta película.

Mass es la primera película dirigida por el, hasta ahora, actor, Fran Kranz. La idea de la película surge después de la matanza de Parkland, en Florida en 2018. En una entrevista para The Film Stage, de 9 de febrero de 2021, Fran Kranz confiesa que le interesaba indagar en los sentimientos del perdón y la comprensión hacia el agresor precisamente por lo inusual que resulta en la sociedad. La inspiración para la película le viene en parte de la Comisión para la Verdad y la Reconciliación creada por Desmond Tutu en Sudáfrica. Aunque no se considera creyente, solo considera posible tratar esos sentimientos en un entorno religioso y de ahí la localización en una iglesia epicospaliana.

Durante casi 110 minutos dos parejas hablan, acusan, se defienden y se avergüenzan en el espacio austero de una habitación de paredes casi desnudas y el mobiliario estrictamente preciso. A través de ellas el director explora la devastación que dejan actos tan inexplicables. Fran Kranz deja a Gail y Jay frente a frente a Linda y Richard, los padres de una víctima y los padres del asesino y permite que los sentimientos afloren. La tensión e incomodidad se perciben desde que el primer personaje aparece ante la cámara. De manera contenida iremos llegando al clímax. El director podría haber dejado que sus criaturas se desbordasen y llegaran a la agresión, pero esto no sucede. Tampoco es una película sentimental y lacrimógena. No usa Fran Kranz recursos fáciles y a ello le ayudan cuatro interpretaciones soberbias. En 1996 Tim Robins también nos brindó un filme espléndido defendiendo la prohibición de la pena de muerte a través de un protagonista cínico y superficial, incapaz de profundizar en sí mismo ni en esa situación, siempre dispuesto a sacar ventaja de quien él cree más débil. Lo mismo ocurre con el adolescente atacante de Mass. No ha sido educado en las armas, no procede de una familia desestructurada. Es el menor de tres hermanos, un hijo que llegó cuando ya no se le esperaba a un hogar americano de clase media. Parece un ejemplo claro de maldad innata.

Hace unos años Moore también abordó el fenómeno de las matanzas en los institutos a través de un documental, Colombine. Moore buscaba razones, causas, analizaba. Kranz no analiza, muestra la devastación que queda después de hechos como estos, una devastación que se extiende durante años y que no sabemos si acaba. La primera impresión es que habla de la devastación de los padres de la víctima. A medida que lo vas analizando comprendes que de quien más habla es de los padres del culpable, porque es fácil ponerte en la piel de un padre o una madre que despide a su hijo por la mañana y presume que lo recuperará por la tarde y lo que se le devuelve es solo un cuerpo, que su hijo ya no está, ni volverá a estar y que lo que puede abrazar es solo materia que ya no es su hijo. Más difícil es afrontarlo cuando tu hijo es quien lo ha matado, sin causa, sin que haya habido enemistades previas porque la víctima solo lo es por azar y que, además, hubo ensañamiento.

Ser el padre del causante del desastre te convierte en alguien culpable, culpable a ojos de los demás y culpable ante ti mismo. La pregunta siempre está ahí: ¿Qué es lo que no hice? ¿Qué es lo que hice mal? Porque a posteriori comprendes que ya hubo señales que no quisiste ver, o a las que no prestaste suficiente atención porque eran actitudes, aficiones que también se daban en sus amigos, en sus compañeros, pero estos no acabaron disparando de forma indiscriminada causando el espanto y provocando la desolación.

Ser padre del asesino, además, te convierte en un apestado a quien nadie le muestra su solidaridad, antes bien, eres el chivo sobre el que se arrojan las frustraciones y los sentimientos negativos que la muerte provoca. Al final son Jay y Gay, los padres del adolescente asesinado, quienes marcharan en paz porque perdonan y el perdón beneficia siempre más a quien perdona que a quien es perdonado, y porque Richard y Linda continuarán devastados, porque seguirán siendo objeto de la incomprensión y corroídos por la imposibilidad de saber qué hubiera podido evitar la tragedia.

Las diferencias entre Moore y Kranz no se limitan a que el primero realizara un documental mientras el segundo haya construido un relato. Moore enfoca su trabajo en la búsqueda de las debilidades de un sistema incapaz de atajar estos sucesos y encontrar causas de los mismos. No es la intención de Kranz. En la película se expone una consecuencia, se apuntan a circunstancias más personales que del sistema. En ningún momento se hace referencia a la Segunda enmienda, es cierto que no hay armas en la casa de sus padres, lo que no impide que las haya podido coger en casa de su amigo y que el espectador quede atónito preguntándose cómo es posible que se tengan armas en una casa y no haya la más mínima medida de seguridad y se encuentren al alcance de cualquiera. No existe, por tanto, ninguna crítica a la sociedad que facilita el acceso a las armas a quienquiera, que no ejerce la menor vigilancia para que estas no puedan ser adquiridas por personas que carecen de la correspondiente licencia. Más allá de la presencia cotidiana de las armas hay otras causas, los valores que se inculcan, la defensa del individuo, sus derechos y sus deseos frente a los de la colectividad. El acento que se pone en la legitimidad de la venganza frente a la posibilidad de la reforma e inserción del delincuente de nuevo en la sociedad…

Por último, y de manera sutil, el director defiende el papel de la religión. Aunque solo de pasada se apunta que ambas parejas han buscado refugio y consuelo en sus respectivas fes. La fe, la fe cristiana, está presidiendo toda la acción desde el momento en que el encuentro tiene lugar en una iglesia, presidido por un Crucifijo y la escena final no deja lugar a dudas del efecto sedante de la oración en las almas atormentadas.

Aún así, la película es muy recomendable. En mi opinión obliga a reflexionar por qué con tanta frecuencia, en los análisis de la izquierda se descuidan los sentimientos personales, el dolor, la rabia y el resentimiento íntimo y, como he apuntado, tiene el mérito de reflexionar sobre los padres del asesino que son también víctimas del ataque de su hijo y, como se muestra en la película, para siempre porque es algo de lo que no se pueden recuperar.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *