Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Carta abierta al XXI Congreso del PCE: no hay salida reformista al colapso ecológico

Antonio J. Antón Fernández (Madrid), Patricia Castro (Badalona) y José Sarrión Andaluz (Salamanca).

La imagen que ilustra este texto se generó a partir de una conocida Inteligencia Artificial, pequeña y en desarrollo, pero capaz de procesar comandos de texto y un amplio banco de imágenes, respondiendo con cierta flexibilidad a peticiones de todo tipo. En este caso, estas nueve imágenes que generó respondían a una más bien austera combinación de términos: Partido Comunista de España frente a la crisis energética y ecológica.

Lo que muestran este y otros desarrollos de la informática de nuestro tiempo, más allá del aluvión de imágenes compartidas en redes, es la extraordinaria capacidad computacional a la que ha llegado la tecnología en el siglo XXI. Sin entrar en más detalles, esta capacidad ha llegado a tal punto que hoy en día muchos jóvenes (y veteranos) economistas críticos han vuelto a poner sobre la mesa una cuestión problemática pero urgente para la especie humana: la planificación económica.

Lo cierto es que a día de hoy esta capacidad de planificación está siendo empleada por el capital para aumentar la explotación de las trabajadoras o para el aumento de la capacidad de venta (a través de las campañas de micromarketing desarrolladas gracias al Big Data) así como para influir en política de un modo aún más sutil, desarrollando en suma mecanismos más eficaces de acumulación y control social.

Sin embargo, el mencionado progreso tecnológico puede ofrecer otra lectura diferente: que tecnológicamente es posible implantar un modelo de planificación socialista no solo más potente y articulado que cualquier otro sistema trazado en el pasado, sino con una capacidad de descentralización, democratización e innovación que jamás podría haberse siquiera imaginado para los lentos y burocráticos sistemas de planificación del siglo XX. ¿No es posible hoy en día una planificación logística a escala regional y global con flexibilidad y capacidad de respuesta inmediata? Que se lo pregunten a las grandes empresas globales.

Dicho de otro modo: el movimiento obrero y feminista nunca ha tenido a su alcance una herramienta tan poderosa, no solo para su emancipación; no solo para su supervivencia a la crisis energética: sino también para la salvación de la biosfera. No obstante, y este es el comienzo de nuestro mensaje para el día después del XXI Congreso del Partido Comunista de España, no queremos plantear una mera posibilidad, ni un camino a explorar a tientas, con timidez.

Ni tampoco una nueva coletilla que adjuntar a declaraciones desiderativas. Porque, aunque podamos debatir sobre si estas herramientas a nuestra disposición superan las reticencias técnicas frente a la planificación socialista que resurgieron a finales del siglo pasado (piénsese en Schweickart y Nove), los eventos más que probables de la próxima década y media no nos dejarán alternativa: ya no habrá margen para debatir si el socialismo de mercado es una solución más factible que la economía planificada, sino qué tipo de planificación vamos a tener. Esto es, si se tratará de una planificación democrática y ajustada a los límites biofísicos del planeta y, por tanto, una planificación de clase y feminista, o si tendremos que enfrentarnos a un eco-fascismo neocolonial que ya acecha tras el más que probable fracaso del Green New Deal europeo y (supuestamente) global.

Las contradicciones de este último, por su dependencia esencial del modelo de crecimiento que nos está llevando al borde del abismo, y porque parte de unas coordenadas social-liberales incapaces de abordar las transformaciones más profundas y urgentes, lo único que harán es malgastar tiempo y energía, que son precisamente los recursos que nos empiezan a faltar. Lo dicen los documentos del XXI Congreso: vivimos ya «una crisis ecológica, energética y de materiales», y al menos para las próximas décadas, «la era de la abundancia energética es cosa del pasado».

En este sentido, debemos prestar mucha atención a lo que Jason W. Moore analiza al respecto de los Cuatro Grandes: trabajo, alimentos, energía y materias primas. La caída del excedente ecológico está estrechamente relacionada con el encarecimiento de estos recursos que han dejado de ser los «Cuatro Baratos» (como se les conocía). Sin estos «Cuatro Baratos» el capitalismo colapsa, ya que son necesarios para el flujo de capital. Podemos observar que con su paulatino encarecimiento han ido ocurriendo crisis indicando la fase de agotamiento en la que nos encontramos hoy del proceso de acumulación. Este capitalismo en su fase neoliberal ha llegado al límite de las fronteras mercantiles, y esta masa de capital excedente que no tiene dónde ir en el circuito de la economía real se ha desplazado hacia las actividades financieras, llegando a la situación de colapso en la que nos encontramos.

Así, conforme se encadenen las crisis venideras, y los vendedores tecnófilos de crecepelo agoten sus promesas de una receta energética milagrosa que no viole las leyes de la termodinámica, la desacumulación y la redistribución de los recursos esenciales podría comenzar a colocarse en el centro del debate político. Para entonces será urgente que los comunistas y sus aliados conscientes del problema hayan fortalecido determinantemente su estructura organizativa, su influencia político-cultural y su política de alianzas, porque el riesgo es que puedan encontrarse luchando en otro frente más, parando aquellas soluciones que exijan distribuciones de recursos regresivas o incluso directamente al servicio exclusivo de las élites económicas, disfrazándolas bajo discursos chovinistas, punitivistas o incluso raciales o religiosos.

Todos estos discursos, si no socavamos sus condicionantes materiales, podrían exacerbarse en el futuro; pero desde luego están ya presentes hoy. A estas alturas a nadie se le escapará la siniestra conexión entre escasez, crisis ecológica y retroceso patriarcal que anunciaba Margaret Atwood en sus novelas, y que estas semanas ha reaparecido al otro lado del océano, alargando la sombra de una «República de Gilead». Sin embargo, no se trata de una mera discusión cultural: es necesario recalcar una vez más hasta qué punto la cultura patriarcal está incrustrada en el modelo mismo de crecimiento capitalista. Y aunque hoy haya encontrado placebos temporales bajo la forma de simulacros de inclusión, el legado del modelo de consumo fordista sigue vigente, con todos sus parches y muletas psicológicas diseñadas para redirigir las frustraciones patriarcales y en última instancia anclar su dominación al éxito de las políticas industriales. El desmontaje de todo esto no solo se enfrentará a respuestas individuales de violencia instintiva ante la pérdida de privilegios, sino que se encontrará con políticas de relaciones internacionales y depredación territorial modeladas precisamente a partir del modelo decimonónico de masculinidad, que proyectaba la misma invisibilización y represión en el espacio doméstico y en la arena colonial.

Si nos vamos «tan» atrás, es porque la tradición de la que bebe el PCE, que nació en respuesta a ese mundo, y ha crecido hasta ser la respuesta al nuestro, es tan fértil como sorprendente. Por eso, en la misma semana de diciembre de 1882 en que Engels le decía por escrito a Marx que el capitalismo supone «un despilfarro de nuestras reservas de energía, carbón y bosques», también escribía una carta sobre «la crisis en América» y la «aterradora» posibilidad de «una guerra en Europa», que sembraría «chovinismo en todas partes durante años, puesto que todos sus pueblos lucharían por su propia existencia». Esta carta estaba dirigida al marxista August Bebel, que venía de publicar un libro sobre la emancipación de la mujer, y en unos pocos años sería el primer representante político alemán en defender la despenalización de la homosexualidad. En esta misma línea, casi un siglo después, otro marxista alemán, que defendió un «comunismo homeostático» o eco-comunismo, reflexionando también a partir de la obra de Françoise d’Eaubonne, ya nos advertía de que para asegurar la supervivencia de «la humanidad del mañana» hace falta liberarnos de un patriarcado firmemente trabado con el modelo económico, «Pues si la sociedad varonil prolonga su existencia, mañana dejará de haber humanidad».

En la actualidad nos enfrentamos a una triple ruptura metabólica: agroalimentaria, mineral y energética para la que el capitalismo no ofrece soluciones. Un reciente informe de la Agencia Internacional de la Energía plantea que para cumplir con el escenario optimista de substitución por renovables en 2050 será precisa una multiplicación inaudita (y casi imposible) de la producción de toda una serie de minerales, desde el cobalto, hasta el (imprescindible) litio. Un escenario irreal, un falso sueño del que despertaremos antes de lo esperado.

Expresado con sencillez: no hay salida reformista al colapso ecológico.

El viejo sueño de la izquierda socialdemócrata, que aspiraba al reparto de parte de los beneficios del capital hacia abajo mediante un pacto de paz social se revela imposible de aplicar en este escenario de colapso.

Por el contrario, el escenario al que nos aproximamos, y que podemos expresar como «desacumulación por decrecimiento», más bien nos aproxima a nuevas formas de imperialismo: salvar el actual modelo de consumo del centro del sistema-mundo exigirá su acaparamiento de los combustibles fósiles, lo que a su vez sumirá en el colapso energético total al 30% más pobre del globo, devolviéndoles potencialmente a consumos energéticos preindustriales. Antes de que esto suceda, las turbulencias geopolíticas serán insoportables. Por otro lado, conforme dicha inestabilidad aumente (y, en el peor de los casos, se dispare la tasa de agotamiento del petróleo no-convencional), la circunferencia imaginaria del centro del sistema-mundo se irá estrechando y estrechando, incluso (valga la advertencia para quienes crean en un repliegue autárquico) hasta dejar fuera a las clases trabajadoras de la península ibérica… La reacción de dicho centro hasta ahora apunta con claridad sus formas en el futuro próximo: fortalecimiento de la ultraderecha, xenofobia, patriarcado y ataques despiadados al movimiento obrero y a la izquierda política y cultural.

Si algún estratega o experto en comunicación busca buenas noticias en medio del complicado horizonte que afrontamos, lamentablemente hay una: el paradigma anterior, al que tuvo enfrentarse el ecosocialismo, de integrar en sus programas y discursos una serie de análisis y propuestas «incómodas» para la clase trabajadora, ha acabado. Ya no serán los marxistas, ni la izquierda en sentido amplio, quienes traigan las malas noticias. Ya no serán nuestros programas quienes pidan, con el ceño fruncido, que abordemos retos ecológicos difícilmente asumibles para las familias con menos recursos, que legítimamente aspiraban a llegar a niveles dignos de consumo. Trágicamente será la realidad la que nos imponga la solución urgente de esos retos. Será una cotidianeidad cada vez más turbulenta la que se irá imponiendo, una cotidianeidad en ocasiones incomprensible y aparentemente alejada de la realidad material del agotamiento de los recursos energéticos. Los ciudadanos percibirán un panorama de eventos en rápida sucesión y aparentemente inconexos: guerras, inestabilidad política en unos países y cambios políticos aparentemente inocuos en otros; picos transitorios de euforia financiera seguidos por tensiones geopolíticas, migraciones internas y externas.

La escasez fósil no sólo se traducirá directamente en alzas de precios de combustible. La interconexión de ese fenómeno con el resto de sucesos puntuales formará parte del mensaje que cada vez tendrá que ser más central para los comunistas. La exigencia, didáctica y práctica, debe ser la de conectar esa creciente escasez a los episodios inflacionistas, a las crisis de suministros, a los contraataques patronales, a la interrupción de las cadenas globales de valor, y a los diversos episodios de una crisis cultural sin precedentes, conforme la sociedad actual de consumo empiece a mostrar grietas cada vez más visibles.

Frente a este escenario, la alternativa requiere una transformación social, política, económica y cultural de tal calibre, exige una disputa tal de privilegios al capital que solo puede ser denominada como revolucionaria.

Es en este marco en el que el PCE tendrá que ser quien lidere la solución, no jugando el papel impotente de Casandra, sino empleando todos sus recursos políticos y militantes, y la sabiduría absorbida en su tradición, para poner el marco político del Estado-nación y una institucionalidad regional e internacional al servicio de la recuperación de recursos, arrebatándolos al gran capital. Sin Estado no habrá política que nos salve de las crisis, y sin amplias alianzas regionales e inter-continentales, probablemente más allá de los bloques actuales, solo habrá frágiles e inestables oasis energéticos, y por tanto pequeños espejismos de (algo lejanamente parecido al) bienestar. Dicho de otro modo: el nihilismo de un exilio ecológico interior y exterior, dando la espalda incluso a las tensiones geopolíticas que tarde o temprano acabarían llegando capilarmente al último de los rincones del campo, no nos permitirá, como dijo en su momento Petra Kelly, transformar «las espadas en arados», y mucho menos transformar los turismos en trenes.

No estamos a tiempo de evitar un colapso que ya ha comenzado. Pero el PCE está a tiempo de comenzar a organizar un equilibro de fuerzas capaz de librar una alternativa a la gestión ambientalmente insostenible y socialmente injusta que el capitalismo ofrece al triple colapso ecológico.

Porque el PCE no tiene solo una fuerza militante, una fuerza teórica que lo respalda, y un papel fundamental y perenne en la construcción de la precaria democracia que tenemos, así como en el avance de los derechos de las mujeres y las personas LGTB. El PCE tiene un valor que ninguna otra fuerza puede reivindicar sin que nadie pueda reprochárselo, porque forma parte de su ADN centenario. El PCE es el único que puede decir en voz alta cuál es el único causante de las crisis que vienen: el capitalismo.

A 50 años del Informe sobre los Límites del crecimiento, a 48 años de la edición de Manuel Sacristán, G. Muñoz y Antoni Domènech de las reflexiones de Wolfgang Harich, y a 30 días de la detención de científicos preocupados por los problemas del cambio climático y la crisis energética.

Antonio J. Antón Fernández, Madrid

Patricia Castro, Badalona

José Sarrión Andaluz, Salamanca

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