Unión Soviética: la transición frustrada
Ariel Dacal Díaz
El intento de transición al socialismo en la URSS ha suscitado los más diversos debates durante décadas, haciéndose más definitorio el antagonismo ideológico que el tema entraña, tras el colapso soviético. Aún cuando el corolario final fue el desdeño de una preciosa oportunidad para socavar las bases del dominio burgués; repensar, comprender y asumir (sobre todo asumir) las características del proceso soviético en su conjunto brindan elementos sustanciales para las alternativas anticapitalistas que demanda el siglo XXI.
En esta dirección desarrollamos nuestro trabajo, partiendo, dado su peso esencial en la comprensión de la historia de la URSS tanto dentro como fuera de sus fronteras, de las problemáticas siguientes: ¿quiénes detentaron el poder en la Unión Soviética?, ¿qué mentalidad portaban?, ¿en qué momento se puede hablar de ruptura con el proyecto bolchevique?. En estas páginas intentamos algunos apuntes sobre estas interrogantes.
“La clase imprevista” [1]
Stalin fue el rostro visible y representante de la burocracia que gradualmente rompió vínculos con la esencia bolchevique y que deshizo los endebles mecanismos de participación política de las masas.
Sería entonces oportuno preguntar ¿de qué fuentes se nutrió la burocracia soviética?. A los principales cargos administrativos ascendieron figuras de relieve secundario dentro de la revolución debido, entre otros factores, a que muchos viejos combatientes de la vanguardia perecieron durante la contienda civil, o se separaron de las masas al ocupar cargos de menor relevancia, acomodándose a las nuevas condiciones de poder. Al mismo tiempo, el poder soviético estuvo forzado a utilizar individuos del anterior aparato gubernamental, incorporando personal técnico y especializado, así como a las masas campesinas que fueron proletarizadas. De este modo se desclasó al partido de Lenin, cuyo requisito de ingreso de nuevos militantes debía ser el resultado de un largo y riguroso proceso de comprobación, excepto para los trabajadores que hubieran laborado en la industria por más de diez años[2].
La burocracia soviética se formó a partir de un proceso complejo, fuera de los modos históricamente conocidos. Luego se hizo del poder, dominó el conocimiento y su divulgación, controló los medios de producción de ideas, garantizando por décadas su reproducción. El proceso de burocratización tuvo sus orígenes desde el inicio mismo de la Revolución, pero su consagración como sector dominante en la sociedad tuvo lugar en la década del 30.
Lenin explicó el surgimiento de la burocracia como una excrescencia parasitaria y capitalista en el organismo del Estado obrero, nacida del aislamiento de la Revolución en un país campesino, atrasado y analfabeto[3]. Sobre este nuevo grupo de dirigentes, tenía sus propias ideas, sus sentimientos y sus intereses, Trotski destacó que “estos hombres no hubieran sido capaces de hacer la revolución, pero han sido los mejores adaptados para explotarla”[4].
La materia prima para la actividad “ideológica” de quienes detentaron el poder en la URSS fueron las grandes masas de analfabetos que, ciertamente, se liberaron de la oscuridad, y del mismo modo resultaron fácilmente manejados en nombre de algo mejor, sumiéndose en la ignorancia secundaria de que era ese precisamente el fin último a alcanzar como sociedad. Salvo en los sectores más avanzados políticamente, dicho sea de paso la minoría, las ideas del socialismo no habían calado en la población que habría de ser educada y preparada en el debate revolucionario.
Esta clase imprevista que se privilegió del poder estatal era, en teoría, la representante de los intereses de las masas, mientras que en la práctica, administró la propiedad pública beneficiándose de ella. Es cierto que los miembros de la burocracia no poseían capital privado; pero sin ningún control por el resto de los sectores sociales, dirigieron la economía -extendiendo o restringiendo tal o cual rama de la producción- fijaron los precios, articularon el reparto, controlaron el excedente. De este modo mantuvieron el partido, el ejército, la policía y la propaganda que los sustentaba.
Con el transcurso de los años, sobre todo a fines de los setenta, se acuñó en el campo socialista el término “ellos y nosotros” que reflejaba las diferencias que se fueron revelando y que tenía raíces bien profundas, tempranamente señaladas por muchos revolucionarios, que manifestaban la estratificación de la sociedad, o más concretamente, su preservación.
El análisis respecto al tema de la burocracia tiene una de sus aristas más polémicas en sus vínculos o autonomía respecto a otras clases. Para algunos autores, esta no podía convertirse en elemento central de un sistema estable, pues solo es capaz de traducir los intereses de otra clase. En el caso soviético se balanceaba, según este criterio, entre los intereses del proletariado y de los propietarios.
Por otro lado, algunos autores afirman que la burocracia no expresaba intereses ajenos, ni oscilaba entre dos polos, sino que se manifestaba como grupo social consciente según sus propios intereses.
Los hechos revelaron que la clase burocrática monopolizó completamente el poder y la propiedad. Ella se impuso en la lucha por el poder después de haber abatido a todos sus opositores. Pero manifestó sus difusos intereses en el solapado discurso de ser representante del proletariado.
Durante décadas, la clase dominante no se atrevió a restaurar la propiedad privada de los medios de producción, hasta que en 1991, de manera develada, comenzó a tejer lazos con la burguesía rusa. Según el Instituto de Sociología de la Academia de Ciencias de Rusia, más del 75% de la «elite política» y más del 61% de la «elite de los negocios» tienen origen en la Nomenklatura del período «soviético». En consecuencia, las mismas manos retienen las posiciones sociales, económicas y políticas dirigentes en la sociedad. La burocracia misma es la que ha transformado las formas económicas y políticas de su dominación, manteniéndose como dueña del sistema; pero nuevamente en nombre de una clase.
La mentalidad soterrada
¿Mediante qué códigos de cultura política dominó la burocracia soviética?. Partamos de que las masas que ejecutaron la Revolución en 1917 portaban la mentalidad de la servidumbre, sin ninguna experiencia democrática, y el desarrollo de la conciencia del proletariado, clase llamada a encabezar la Revolución, era patrimonio de un pequeño número de hombres. Las masas rurales, mayoría en ese momento, eran portadoras de los elementos más conservadores, elevados por el alto nivel de analfabetismo existente.
Por su parte, la burocracia usurpadora, detentadora del poder, fue otro ejemplo histórico de como los vencedores incorporan la mentalidad de los vencidos. En este caso heredaron como códigos de la dominación el control absoluto, el elitismo político, la idea de que la “muchedumbre” no sabía ni era capaz de dirigirse, por lo que necesitaba una figura que sintetizara los destinos del país. Téngase en cuenta que uno de los rasgos más apreciados por el ciudadano promedio de Rusia respecto a sus dirigentes es la imagen de hombre fuerte, capaz de enfrentar con determinación las dificultades cruciales del país.
Vinculado a lo anterior, como norma de los dominadores se desvinculó la responsabilidad de la figura máxima respecto a los problemas, creando un ambiente místico a su alrededor. Aparejado a ello en el imaginario social se impuso el criterio de que eran las capas intermedias de los dominadores las responsables del estado de cosas existentes.
Este hecho se concretó en que, si bien el estallido bolchevique concebía nuevos códigos respecto a la política y la participación de las masas, no sólo como fuerza motriz en la explosión subversiva, sino como elaborador y ejecutor de las decisiones políticas, reflejado en que los soviets, de órgano espontáneo de lucha de las masas adquirieron funciones de Estado; con el advenimiento del estalinismo dichos principios fueron destronados y la oportunidad de lograr la participación política de las masas, incluyendo los mecanismos de movilización, real y autónoma, fue cercenada. En ese proceso, las organizaciones políticas y de masas sufrieron una considerable atrofia.
Esta misma mentalidad se manifestó en el “orgullo gran ruso” sobre el cual Lenin hizo llamadas de alerta. La burocracia practicó sus políticas imperiales durante el período soviético; acuñado en el término “el hermano mayor” por el que fue conocido en Europa del Este y por la doctrina de la soberanía limitada puesta en blanco y negro por Brezhnev.
Por otro lado, esos componentes de la mentalidad rusa son la base para entender por qué las condiciones de vida de la clase dirigente soviética eran análogas a las de la burguesía. En fecha tan temprana como 1936, Trotski destacó un ejemplo ilustrativo que develaba el mantenimiento de la estratificación. El mariscal, el director de una empresa, el hijo de un ministro, disfrutaban del apartamento, de villas de descanso, de automóviles, escuelas para sus hijos, clínicas reservadas y otras muchas prebendas, a las que no tenían acceso la criada del primero, el peón del segundo y el vagabundo. Para el primer grupo esa diferencia no era un problema. Para el segundo era lo más importante.
Un individuo que añoraba en la sociedad soviética rasgos, bienes y modos de vida que formaban parte de la cultura capitalista, era la prueba más evidente de que, al menos en él, no había florecido la nueva mentalidad socialista, el nuevo individuo, y la nueva percepción. El socialismo soviético posterior a Lenin, matriz del socialismo real, no fue nunca una alternativa válida, articulada y viable frente al predecesor sistema. La sustitución cultural no llegó, entendiendo que el socialismo es, sobre todo, un proyecto que se sustenta sobre una nueva cultura. Por tanto, la resultante no fue “una sociedad socialista (tampoco capitalista, es cierto), sino una nueva forma –estatista, burocratizada- de dominación y explotación, opuesta a la naturaleza emancipatoria, justa y libertaria del socialismo”[5].
La ruptura
La práctica política de la clase burocrática soviética fue una ruptura con las ideas leninistas en los más diversos espacios de la sociedad soviética. Brindamos a continuación algunos apuntes que corroboran esta hipótesis.
El líder de Octubre destacó que “es necesario tener presente que la lucha exige de los comunistas que sepan reflexionar. Es posible que conozcan perfectamente la lucha revolucionaria y el estado del movimiento revolucionario en todo el mundo. Sin embargo para salir de la terrible escasez y miseria lo que necesitamos es cultura, honestidad y capacidad de razonar”[6].
La burocracia impidió la polémica revolucionaria, obstaculizando la participación política efectiva de las masas. Los dirigentes soviéticos desentendieron que el socialismo no puede triunfar contra la libertad de pensamiento, contra el hombre, sino al contrario, mediante la libertad de pensamiento, mejorando la condición de existencia de ese hombre.
La dogmatización que sufrió el marxismo, la persecución y descrédito de quienes intentaron defenderlo, la síntesis errada marxismo-URSS (incluyendo sus desastrosas consecuencias internacionales), y la imposibilidad de desarrollar otras líneas de pensamiento, provocaron la formación de generaciones de soviéticos desprovistos del necesario bagaje teórico conceptual para enfrentar los desafíos históricos contemporáneos.
Es sobre todo en la naturaleza autoritaria de la burocracia soviética donde debe buscarse el freno a la transición cultural propuesta por el proyecto bolchevique. La falta de participación real, de espacios cívicos de contestación y control del poder, afectaron todos los niveles de la vida social, desde el funcionamiento económico hasta la lucha étnica.
En consonancia con lo anterior, y analizando el proceso de aprobación de la Constitución Soviética, Trotski señaló que “es cierto que el proyecto se sometió en junio a la aprobación de los pueblos de la URSS. Pero en vano se buscaría, en toda la superficie de la sexta parte del globo, al comunista que se permitiera criticar la obra del comité central o, al sin partido, que se aventurara a rechazar la proposición del partido dirigente”.[7]
Una muestra de ese catastrófico desatino fue intentar diluir la individualidad en un colectivo cada vez más abstracto, con enmarcado irrespeto a lo distinto, esquematizando un modelo de ciudadano recio, inflexible, como si el hombre soñado pudiera realizarse por decreto. Lo que hubo de fondo fue una concepción demasiado simplista del hombre, ignorando completamente la psicología y sus modificaciones en atmósferas diversas. La dirigencia soviética no solo reveló su incapacidad de mantener con vida el espíritu revolucionario en el proceso de enfrentamiento a las circunstancias históricas en que interactuaron, sino que imposibilitaron cualquier vestigio de pensamiento divergente, crítico, desafiante de la autoridad.
Bajo el pretexto de ser el guía de la sociedad, el PCUS se convirtió en una maquinaria que frenó, desvirtuó y violentó los procesos naturales de la sociedad. La diferencia entre Lenin y Stalin, entre muchas otras cuestiones, es que, este último, aprovechando algunas condiciones creadas en vida del gran líder revolucionario, desvirtuó el sentido de la dirección partidista hacia el totalitarismo[8]. Lenin había preparado el Partido Bolchevique para dirigir a los obreros, no para domarlos o subyugarlos[9].
Con la hipercentralización económica que conllevó este proceso, la burocracia soviética, como parte de su distanciamiento del control de las masas, manejó hasta el mínimo detalle, los hilos de la producción frente a un mediocre andamiaje de niveles intermedios compuesto por técnicos, gerentes y especialistas, siendo una verdadera plaga que fue imposible desmontar a lo largo de la existencia de la URSS. El historiador Eric Hobsbanw recuerda que “poco antes de la (Segunda) Guerra (Mundial) había ya más de un administrador por cada dos trabajadores manuales”[10].
El modelo soviético presentó a partir de ese momento dos problemas esenciales que evidencian, desde la propia teoría marxista, el distanciamiento entre el socialismo como estadio superior del desarrollo de las fuerzas productivas y de las relaciones de producción y la realidad soviética. Por una parte, se eliminaron arbitrariamente (1928) el resto de los tipos socioeconómicos que podían converger en la edificación de las bases para la nueva sociedad. Por otro lado, se crearon “islotes económicos” (complejos industriales, mineros, agrarios) violándose la división social del trabajo, al tiempo que se obviaba la cooperación necesaria entre sectores y ramas de la economía.
Con esta práctica se frenó la especialización y la introducción de nuevas técnicas, lo que impidió un uso racional de los recursos. Debido a la estructura vertical y voluntarista que se impuso al proceso productivo, el desarrollo de un sector iba en detrimento del otro, sin la debida integración entre ellos. En este esquema, las unidades productivas, lejos de ser autónomas, eran presas de la desmedida primacía de los criterios políticos sobre las necesidades económicas.
Los obreros continuaron disociados de los medios de generación de riquezas. No se convirtieron en dueños reales de estos debido a que los elementos burocráticos-administrativos los mantuvieron distanciados de la propiedad efectiva. La adulteración estuvo en identificar la estatalización de la propiedad con la socialización, limitándose a esto la complejidad y profundidad de lo que Marx había entendido como superación del modo de producción capitalista[11].
También en la cuestión de género se apreció la ruptura con los ideales de la Revolución de Octubre. El nuevo Estado obrero concedió amplios derechos jurídicos y políticos como el derecho al divorcio, al aborto, la eliminación de la potestad marital, la igualdad entre el matrimonio legal y el concubinato, etc. Alexandra Kollontai, fue la primera mujer elegida por el Comité Central del Partido Bolchevique en 1917 y la primera en ocupar un puesto de gobierno en el nuevo estado: Comisaria del Pueblo para la Salud, y más tarde fue la primera mujer embajadora de la historia.
A partir de 1926, bajo el régimen de Stalin, se instituyó nuevamente el matrimonio civil como única unión legal. Más tarde se abolió el derecho al aborto, junto con la supresión de la sección femenina del Comité Central y sus equivalentes en los diversos niveles de organización partidaria. En 1934 se prohibió la homosexualidad, y la prostitución se convirtió en delito. No respetar a la familia se convirtió en una conducta «burguesa» o «izquierdista» a los ojos de la burocracia. Los hijos ilegítimos volvieron a esta condición, que había sido abolida en 1917, y el divorcio se convirtió en un trámite costoso y pleno de dificultades[12].
Las instituciones detentadoras de violencia también se hicieron funcionales a los nuevos intereses. En sus orígenes, el Comité de Seguridad del Estado (KGB)[13] tuvo como objetivo combatir la contrarrevolución, los sabotajes y la especulación, objetivos de legítima defensa frente a la oposición reaccionaria que generó la Revolución. Pero esas lógicas motivaciones iniciales se modificaron progresivamente con el ascenso de la burocracia al poder hasta convertirse en el órgano preservador de los intereses del Estado burocrático, cuyo objetivo fue eliminar la oposición de las propias fuerzas revolucionarias[14].
A esto se añade que los oficiales del KGB gozaban de sueldos elevados, amen de buenos destinos en el extranjero, viviendas confortables y disfrutaban de otros privilegios dentro URSS que también fueron mellando su crédito moral. Sin duda fue un sector privilegiado dentro de la sociedad, lo cual resulta comprensible atendiendo a su función real de guardián de los intereses de la burocracia.
El Ejército Rojo fue creado desde la base en enero del año 1918. El Estado obrero necesitaba su propia institución armada para defender sus interese, máxime las agresiones que no se hicieron esperar por más de 14 países al unísono. Como nuevo concepto, la política de los dirigentes bolcheviques estaba abierta a constante debate, en lo cual los uniformados tuvieron un rol importante, y naturalmente, el ejército profesaba las mismas ideas del partido y el Estado.
Pero el Ejército Rojo no escapó a las reaccionarias arremetidas de la burocracia, la que de inmediato lo comenzó a transformar en defensor de sus intereses, arrancándole progresivamente su esencia popular. La medida que refleja con mayor claridad este proceso fue el decreto que restableció el cuerpo de oficiales, dando un golpe demoledor a los principios revolucionarios que originaron esta institución armada, uno de cuyos pilares fue precisamente la liquidación de los cuerpos de oficiales, dándole importancia al puesto de mando, pues este se gana con la capacidad, el talento, el carácter, la experiencia, etc.
Esa medida tuvo un objetivo político al darles a los oficiales un peso social. De ese modo se ligaban más estrechamente con los grupos dirigentes, debilitando su unión con la tropa, deviniendo en ruptura del canal por donde se comunicarían las tropas y la dirigencia política. El cuerpo de oficiales veló celosamente por la “pureza” y fidelidad de los uniformados al “Partido” y al “Estado Socialista”. Igualmente se fue apagando el espíritu de libertad y debate que había en las filas del Ejército, en estrecha correlación con el criterio de que “ningún ejército puede ser más democrático que el régimen que lo nutre” [15].
Uno de los elementos más sensible fue la ruptura de los principios básicos del programa bolchevique por el cual los sueldos de los más altos funcionarios no debían sobrepasar la media del salario obrero. A la altura de 1940, cuando un obrero ganaba 250 rublos mensuales, un diputado recibía 1000 rublos, un presidente de república 12.500 rublos y el presidente de la Unión 25.000 rublos en igual período[16]. Para los años de la Perestroika existía el conocido “abastecimiento especial” lo que elevó el nivel adquisitivo de los miembros de la nomenclatura muy por encima de lo que percibía un obrero o un ingeniero.
El líder bolchevique previó, basado en hechos que tuvo que enfrentar en sus últimos meses de vida política, el peligro de que “el gran ruso” heredado de los años de dominación y explotación zarista permaneciera en la política del nuevo Estado. “En tales condiciones –señalaba Lenin– es natural que la libertad de separarse de la unión (…) sea un simple pedacito de papel incapaz de defender a los no rusos de la embestida de ese hombre realmente ruso (…) ese opresor que es el típico opresor ruso. No hay duda de que los obreros soviéticos y sovietizados, que constituyen un porcentaje ínfimo, se ahogarán en ese océano de la canalla gran rusa chovinista como una mosca en la leche”[17].
El hecho real, a pesar de lo que aparecía en la Ley de leyes y otras regulaciones, implicaba la imposibilidad de afirmar que las repúblicas que conformaban el Estado soviético coordinaran sus actividades con el Centro sino que se subordinaban directamente a Moscú. Stalin no hizo otra cosa que nombrar desde arriba a los responsables políticos. Las élites de las repúblicas, aunque arribaran a posiciones de determinada importancia a nivel de las repúblicas, escasamente podían obtener puestos relevantes a nivel de la Unión, donde el predominio ruso llevaba el peso fundamental[18].
El jefe de la Revolución rusa prestaba especial interés a los conceptos emanados de la práctica política frente al tema de la Unión. “Una cosa es la necesidad de unirse contra los imperialistas de Occidente, defensores del mundo capitalista. En eso no cabe duda alguna (…) Otra cosa es cuando nosotros mismo caemos, aunque solo sea en cuestiones de detalles, en actitudes imperialistas hacia las nacionalidades oprimidas, socavando así nuestra sinceridad de principios, toda nuestra defensa de principios de la lucha contra el imperialismo” [19].
Apuntes finales
El socialismo soviético posterior a Lenin no fue una alternativa válida, articulada y viable al capitalismo, porque la burocracia usurpadora no fue, ni podía serlo, portadora de una ideología superior, de un proyecto cultural, entendido como instrumental quirúrgico para realizar la nueva sociedad, o crear las condiciones para lograrlo.
Los hombres que se hicieron del poder no eran los comunistas reflexivos y cultos que Lenin previó como materia prima imprescindible para afrontar y vencer el gran reto histórico que Rusia asumió en 1917. En realidad su práctica política fue una ruptura con ese principio. Estos hombres, paulatinamente extendidos en la sociedad y convertidos en sector dominante, fueron un subproducto de la Revolución y revelaron su incapacidad para timonear la historia rumbo al objetivo cimero: la creación del socialismo.
Los actuales políticos rusos son el rostro burgués oculto durante décadas por la burocracia soviética. El régimen de Yeltsin convirtió a los hombres del partido, a los miembros del gobierno, y de la seguridad, en negociantes y propietarios.
No obstante la posposición de la transición al socialismo que los acontecimientos de la URSS suponen para Rusia, queda en pie la irreversible importancia del triunfo revolucionario de Octubre, señalado por Lenin en 1922, donde reza que “puede ser que nuestro aparato estatal sea defectuoso, pero dicen que la primera máquina de vapor también era defectuosa. Incluso no se sabe si llegó a funcionar, pero no es eso lo que importa; lo importante es que se inventó. No importa que la primera máquina de vapor haya sido inservible, el hecho es que hoy contamos con la locomotora. Aunque nuestro aparato estatal sea pésimo queda en pie el hecho de que se ha creado; se ha realizado la invención más grande de la historia; se ha creado un Estado de tipo proletario”[20].
Es este un punto referencial imprescindible para la elaboración y ejecución de las alternativas anticapitalistas del siglo XXI.
*Ariel Dacal Díaz es jefe de la Redacción Política de la Editorial Ciencias Sociales de Cuba
Notas
[1] El título de este epígrafe fue sugerido por el artículo de Alexei Goussev, La clase imprevista: La burocracia soviética vista por León Trotsky. En: Herramienta.
[2] Robert Weil. “Burocratization: The problem with out the class name». En este artículo, el autor hace un pormenorizado análisis de este grupo social, de sus orígenes, de sus características y del modo en que se imbrica con el poder, lo cual sería un útil complemento a quines se interesen por esta problemática tan esencial para entender el proceso soviético. En: Revista Socialism and Democracy. Spring/Sommer, 1988.
[3] Tomado de Ted Grant y Alan Wood, Lenin y Trotski, qué defendieron realmente. En Fundación Federico Engels
[4] León Trotski. ¿Qué es y a dónde se dirige al Unión Soviéticas? La revolución traicionada. Pathfinder. Nueva York. 1992
[5] Adolfo Sánchez. “¿Vale la pena el socialismo?” En: Revista El viejo topo, noviembre 2002, número 172.
(6] Vladimir I. Lenin. “Informe Político al undécimo congreso del Partido”. En: La última lucha de Lenin. Discursos y escritos., 1922-1923. Pathfinder, Nueva York, Estados Unidos,1997, p- 65
[7] León Trotski. ¿Qué es y a dónde se dirige al Unión Soviéticas? La revolución traicionada. Pathfinder. Nueva York. 1992, p-211
[8] Régimen en el que los dirigentes imponen a la fuerza un único sistema indispensable para el conjunto de la sociedad y penaliza incluso la idea de una alternativa. Robin Blackburn. “Después de la caída”, p-177. En una graficación más amplia, dominación de un partido de masas dirigido por un líder carismático, una ideología oficial, el monopolio de los medios de comunicación de masas, el monopolio de las fuerzas armadas, un control policial terrorista, un control centralizado de la economía Philippe Bourrinet. “Víctor Serge: totalitarismo y capitalismo de Estado (Deconstrucción socialista y humanismo colectivista)”
[9] Los bolcheviques, en contra de sus intenciones, se vieron obligados a establecer el monopolio del poder político. Esta situación, considerada extraordinaria y temporal, originó enormes peligros en un momento en que la vanguardia del proletariado se veía sometida a la creciente presión de clases ajenas. T. Grant-A. Wood Lenin y Trotski, qué defendieron realmente.
10] Eric Hobsbawn. Historia del siglo XX. 1914-1991. Serie Mayor, España, Barcelona, 1998, p-383
[11] Jorge Luis Acanda. Sociedad Civil y hegemonía. Ob. Cit., p-264
12] Adriana D´Atri. Un análisis del rol destacado de las mujeres socialistas en la lucha contra la opresión y de las mujeres obreras en el inicio de la Revolución Rusa. 20 de octubre de 2003. En Diario electrónico alternativo Rebelión.
[13] Hasta la muerte de Stalin, los servicios secretos de la URSS funcionaron con distintos nombres: Cheka, GPU, OGPU, NKVD, KGB, MGB. En 1953 se fusionó el MGB (Ministerio de Seguridad del Estado) y el MVD (Ministerio de Asuntos Interiores) y tomó el mando del emergente Komitei Gosudarstvennoi Bezopasnosti (KGB).
[14] Aunque este órgano nunca desatendió su función de policía política del régimen, su etapa más aberrante en cuanto a crímenes y desprecio humano fue la encabezada por Stalin, quien se apoyó en uno de los seres más despreciables que recuerda la trágica etapa del stalinismo: Beria, quien estuvo frente al KGB durante 15 años, acumulando un expediente criminal que abarcó 50 páginas en el folio de cargos por el que fue juzgado tras la muerte de su jefe, y que lo condujo al pelotón de fusilamiento. Fue el hombre que garantizó la seguridad de Stalin y quizá su colaborador más eficiente, dotado de una pudrición moral única, lo que le permitió permanecer tanto tiempo junto al Secretario General del PCUS. Para más detalles ver: Maximovich, Ala. “Lavrenti Beria”. En: Revista Sputnik. No 12, Moscú, diciembre, 1988.
[15] León Trotski. La revolución traicionada… Ob. Cit, p-184
16] Suzzane Labin. Stalin el Terrible. Ob. Ct., p-136
17] Vladimir I. Lenin. La última lucha de Lenin. Ob. Ct., p-204
[18] En muchas ocasiones dentro de las demarcaciones territoriales que no eran parte de la Federación de Rusia, los representantes rusos eran favorecidos con los mejores puestos en sectores claves de la economía y la política, lo que, a decir de Bárbara Sarabia, inclinaba sutilmente la balanza hacia el Centro, pues de las repúblicas periféricas se extraían las materias primas importantes, concentrándose el desarrollo industrial en las regiones eslavos y del Báltico, convirtiéndose en beneficiarias del atraso económico y tecnológico en que paulatinamente se sumían las repúblicas del Asia soviética. Bárbara Sarabia. “Reflexiones en torno al desmonte de la URSS” En: La Perestroika en tres dimensiones: expediente de un fracaso. Investigaciones, Centro de Estudios Europeos, La Habana, 1992, p- 108
19] Ibd., p- 210
[20] Vladimir I. Lenin. Ob.Ct., p-70