Un punto de encuentro para las alternativas sociales

El diálogo Lukács-Sacristán

Nicolás González Varela

A propósito del libro Entre clásicos: Manuel Sacristán y György Lukács, de Salvador López Arnal, La Oveja Roja, Madrid, 2011.

Hie Formalismus! –Hie Inhaltismus!
Das ist doch zu primitiv und zu metaphysisch!
(Bertolt Brecht, «Über Realismus», 1971)

Se entiende por clásico a aquella obra que puede soportar infinitas lecturas. De alguna manera, el tiempo no puede con su ser. Se trata de obras (autores) que pueden sobrevivir a las caprichosas variaciones de la perspectiva humana sin sufrir banalización, decadencia, corrupción y olvido. Salvador López Arnal, profesor de filosofía y de matemáticas en la UNED además de prolífico historiador de la historia intelectual del marxismo español, precisamente nos recuerda que un clásico es «un autor que tiene derecho a no estar de moda nunca y a ser leído siempre.» A veces, los hombres, como los libros, llevan sin conocerlo su tortuoso destino, ocurren entonces maravillosas casualidades: dos autores clásicos, sin ser conscientes de portar la sagrada categoría, se entran en contacto, se conocen, establecen afinidades electivas, respetan sus respectivos desarrollos espirituales, combaten entre líneas y nosotros podemos ser testigos de todo ello. Podemos recordar aquí muchos de estos acontecimientos que hacen coincidir las parábolas autónomas de grandes clásicos: el furtivo encuentro entre Spinoza y Leibniz; la amistad juvenil de Hegel, Hölderlin y Schelling; la desastrosa vivencia entre Hume y Rousseau; Nietzsche y su ambivalente intimidad con Wagner; el primer desencuentro entre Engels y Marx preludio de un lazo inquebrantable; Ezra Pound y su amistad-mecenazgo con Eliot; el productivo e intenso encuentro de Robert Graves con el trágico Wilfred Owen; la relación amor-odio de Heidegger con su maestro Husserl; el raro diálogo cuasi místico entre Benjamin y Scholem; el violento choque positivista lógico entre Wittgenstein y Popper. Todos estos nimios hechos individuales, privados, no tienen valor per se sino porque de alguna manera modificaron los acontecimientos o porque hubieran podido cambiar la ilación histórica.

El libro de López Arnal, por otro lado un maravilloso lector, trata de estos choques fortuitos de cometas estelares, muy pocas veces documentados, en el cual seremos privilegiados escuchas de esta «inestimable conversación», como señala en el prólogo Constantino Bértolo, entre dos notables del pensamiento occidental. El arte del biógrafo intelectual consiste justamente en la elección, su instinto debe ser infalible. Y no se equivoca en absoluto. Nada menos que la relación entre una leyenda filosófica, uno de los mayores filósofos del siglo XX, seguramente el pensador marxista más importante después de Marx, el húngaro György Lukács, y el que sin lugar a dudas ha sido el más decisivo pensador marxista en español: Manuel Sacristán. El ensayo, que podría llevar perfectamente como subtítulo «encuentro de hombres notables», es además un desafío en sí mismo, pues cruza en su intertextualidad campos inconexos o habitualmente tabicados en la celosa Academia: en una feliz síntesis de biografía intelectual, historia de la cultura, historia de la filosofía, historia europea, teoría de la estética, política del siglo XX, Marxologie, SLA nos esboza como una divinidad inferior, casi hasta agotarla, la esencia de esta afinidad electiva. Una afinidad no exenta de oscilaciones, vaivenes, desgastes, planos inclinados, malentendidos y silencios, entre un ya consagrado Lukács, «un cerebro de primera clase» como le llamaba Victor Serge, en su exilio interior en el bloque stalinista, y su lector-admirador, traductor, editor y corresponsal Sacristán. En este cortocircuito productivo es donde se encuentra el sabor peculiar del ensayo. Sacristán fue un hombre poliédrico, multifacético, como gusta de llamarlo con justicia SLA, que fungía como transfert cultural en el mundo de lengua española con las mejores ideas filosóficas de vanguardia. En su doble condición de estudioso de la lógica formal y de conocedor profundo de las tendencias esenciales de la filosofía analítica y la epistemología contemporánea, podía, efectivamente, reflexionar de manera creativa sobre la vulgata marxista imperante. En primer lugar atento lector, editor y traductor de, por ejemplo, las obras escogidas de Engels y Marx, de marxistas ya clásicos como Adorno, Benjamin, Della Volpe, Gramsci, Korsch, Labriola o Marcuse, de economistas progresistas y radicales como John Kenneth Galbraith o Joseph Schumpeter, de pensadores polémicos como Platón, de filósofos analíticos como Quine o Runes; en segundo lugar Sacristán es un filósofo, con todo lo que ello implica, cuyo derrotero se inició con una audaz crítica, en el ambiente académico totalitario del Franquismo de los 1950’s, desde el racionalismo y la ilustración a la Daseinanalytik de Martin Heidegger; en tercer lugar Sacristán es un homo politicus, ya sea como ciudadano comprometido, militante, brillante tribuno o cuadro del grupo dirigente del PSUC-PCE, editando las revistas de perfil marxista más importantes de la época: Nous Horitzons, Materiales y mientras tanto.

Es sintomático, señala SLA, que Lukács fuera, junto a Marx, el autor que más tradujo Sacristán (p. 20), pero además demuestra que no era un mero ejercicio de virtuosidad editorial: lo leyó, estudió y anotó con minuciosidad durante años, inspirándose en su común hybris antiestalinista. Y a Lukács se le sumarían, como sanos contrapesos, nada menos que Gramsci y Korsch, dos almas heterodoxas del marxismo abierto. SLA cita, a propósito, una reveladora definición sacristaniana: «el Marxismo debe entenderse… como la conciencia crítica del esfuerzo por crear un nuevo mundo humano.» A la difusión de un clásico del Marxismo occidental como Lúkacs, se le superponía y solapaba la búsqueda de puntos de critica&renovación de la vulgata marxista, del DiaMat institucionalizado en la URSS. Pero, aunque menos explícito, Sacristán necesitaba también autoclarificación, antídotos contra el otro extremo de la herradura ideológica que «enajenaba o sublimaba la realidad»: el propio Neopositivismo (p. 36). ¿Era el Neopositivismo una de las formas ideológicas de la Cold War en Occidente? ¿Era el Neopositivismo una falsa conciencia, un «pensamiento restaurador»? Sólo así puede explicarse su dificultosa navegación entre Escila y Caribdis: SLA demuestra que Sacristán se movía en un tensión crítica entre la negación a ser un lukácsiano in toto y la afirmación de entender nada menos que la Dialektik en Engels y Marx, un escándalo para la tradición neopositivista. Era lógico: los problemas de la Dialéctica, como método y lógica de la cosa misma, son el punctum saliens de la entera obra filosófica de Lukács. ¿Quería en realidad Sacristán recorrer el camino de Lukács hacia Marx sin repetir sus errores? SLA se basa en parte del Nachlass inédito de Sacristán como en su corta aunque sustanciosa correspondencia personal con Lukács. El primer contacto estuvo relacionado con el libro Der junge Hegel, un contacto profesional, en clave editorial, que Sacristán sabiamente transforma en un diálogo filosófico que excede el marco original.

En su diálogo editorial-político Sacristán no duda en poner bajo la luz crítica uno de los dogmas más queridos del Dia Mat stalinista: la teoría del reflejo, plasmada en la cuestión del realismo en estética, que tenía mucho de redundancia ideológica o mero non sense. Reconocía en Lukács en su aproximación a la cuestión, no solo su honestidad intelectual sino su «generosa radicalidad», su ambición especulativa auténtica, que a veces desembocaba en excesos filosóficos (p. 51 y ss.). Tal como intuía formas de reificación y falsa consciencia en el Neopositivismo, Sacristán también percibía la creciente importancia del Irracionalismo en el 1900, como formas ideológicas del capital, en todas su filigranas (Modernismo reaccionario, Vitalismo, Conservadurismo revolucionario, etc.), coincidiendo en esto con mucho de los frentes abiertos por la obra de filosofía de la historia de Lukács, basada en un principio esperanza y en una racionalidad socialista, que como paradigma tiene el libro El asalto a la razón. La ecuación, aunque clara, no era explícita para las vanguardias en el combate ideológico (como Enzensberger u Adorno): los motivos anticientificistas aparecían estrechamente entrelazados y solapados con los anticomunistas. Pero Sacristán «corregía» el excesivo ideologismo diltheynianosimmeliano a la hora de la disección crítica: el filósofo húngaro no se preguntaba si esas formas teóricas tenían alguna función técnica medianamente material, productiva, determinada por el sistema (p. 79 y ss.). Sacristán sospechaba, como mucho instinto filosófico subraya SLA, que detrás de esta «drástica reducción de la investigación positiva a simple ideología» se encontraba el sacrificio e inmolación de la evidencia histórica a una dogmática categoría de la filosofía de la historia lukácsiana, un tipo ideal al mejor estilo weberiano: la decadencia ideológica irreversible de la burguesía. Para Lukács, quién creía que este esquema coexistía en Marx, desde 1848 se inicia una larga decadencia que tiene como punto de partida la toma del poder por la burguesía y se desarrolla en las masas cuando ocupa el lugar central la lucha de clases capital&trabajo, un gran cambio político ideológico hacia la apologética, hacia la degeneración del pensamiento burgués in toto, incluyendo las ciencias positivas, que clausura el período heroico. La ciencia, como parte de las fuerzas productivas, ya no es fecundada por las contradicciones vivas de la evolución social; al contrario, dirá Lukács, se acomoda a las necesidades de reproducción ampliada de la burguesía.

Uno de los capítulos más sustanciosos, el XI, es el referido a la arcanum opus de Lukács: la controvertida&mítica Historia y conciencia de clase (HCC) de 1923, muy comentada, poco leída y tantas veces negada y renegada por el mismo Lukács. El libro, escrito en Viena (aunque publicado en Berlín)[1] y terminado en 1922, fue inmediatamente repudiado por la Realideologie de los partidos comunistas europeos (ya forzosamente «rusificados» y en vías de la fatídica Verapparatisiserung) como literatura «luxemburguista» (Rosa Luxemburg era entonces el símbolo de la herejía marxista), desde Deborin, Duncker, Kun e incluso Zinoviev en el Vº Congreso Mundial de la IIIº Internacional; junto con él quedaron condenados otros intentos heterodoxos como Marxismo y Filosofía de Karl Korsch, que apareció el mismo año. No era casualidad: en los medios de la izquierda alemana independientes ambos eran calificados como «los nuevos comunistas» cuyas concepciones teóricas mostraban una afinidad esencial con el joven Marx, considerándose sus obras como los intentos más importantes de fundamentar filosóficamente el movimiento comunista occidental. Tampoco es casualidad que Sacristán fuera el traductor del Karl Marx de Korsch al español. SLA narra la apasionante historia de la edición española de HCC, las agudas reflexiones plasmadas en el prospecto editorial donde Sacristán señala con justicia que el libro había alcanzado «una celebridad sólo comparable con la de los clásicos mayores» de la Filosofía política de Occidente (p. 111 y ss.), denominándolo «recuperación filosófica del marxismo revolucionario». Lukács en uno de sus artículos fundamentales, «La cosificación y la conciencia del Proletariado», se centraba en el concepto de Entfremdung, extrañamiento, un intento serio y sistemático de formular una teoría social basada en el método dialéctico, la prehistoria de su ambiciosa Ontología del ser social. Para los que conocen a Marx en profundidad, Entfremdung es un concepto extraño a su corpus teórico, no es sinónimo del término técnico marxiano Entäusserung (que Marx tradujo del inglés al alemán siguiendo al economista James Stuart) que significa una dimensión distinta, la alienación entre el sujeto y el objeto en una sociedad productora de mercancías. A Sacristán no se le escapa este matiz decisivo, que destacará al lector en una nota en la que diferenciará entre la lukácsiana Entfremdung de la alienación en el sentido marxista, la Entäusserung. Es un ejemplo de cómo traducción, recepción, exégesis y crítica se unen en el trabajo de Sacristán de recuperar la dimensión crítica y la valencia
epistemológica profunda de Marx, ya que el uso acrítico de la Entfremdung abría las puertas a la explicación de la Historia por potencias trascendentes (p. 114). Aquí la explicación es paradójicamente adialéctica: «algo falla en esta deducción de la cosificación a partir de la mercancía.» Dialéctico, dirá Sacristán, es «el Conocimiento asintóticamente pleno de lo individual concreto.» En cuanto a la autocrítica de Lukács a sus locuras juveniles, denominadas para confortar al Dia Mat soviético como «idealismo subjetivo», SLA destaca las ambivalencias del pensador húngaro percibidas por Sacristán, ya que «se adhirió al Comunismo estaliniano, muy antihegeliano, pero siguió cultivando su Hegelomarxismo», descubriendo que al menos coexistían en el alma escindida de Lukács un pensador oficial, diurno, exotérico, una suerte de Goethe filostalinista, y otro nocturno, esotérico, indisolublemente ligado a un Marxismo abierto. Nada mejor que su necrológica del verano de 1971 para descubrir su admiración crítica: «Lukács ha realizado más que el mismo Aristóteles la divisa de ser arqueros que tienden a un blanco. Ha sido una vida planificada y su moral, la moral del plan.» Perry Anderson en su brevísima historia del Marxismo en Occidente sostenía, no con poca razón, que en el caso de España, y en relación con el pensamiento  de Marx en su recepción y desarrollo, es que, a pesar de lo temprano que se introdujo el Marxismo –suele señalarse la fecha de 1871, años en que Lafargue llegó a la península ibérica–, no podía hablarse de una tradición teórica marxista madura e incluso que toda la producción intelectual en este sentido es relativamente pobre. El important historical enigma español, decía Anderson, consistía en porqué no se había desarrollado en el campo intelectual un pensador de la talla de un Labriola o un Gramsci como en otros países similares como Italia. Es probable que el enigma español ya haya sido resuelto, y este libro demuestra que Sacristán es nuestro Gramsci español. O como señala con justicia López Arnal, veritatis splendor, «desde 1956 hasta su fallecimiento, Manuel Sacristán cultivó, amplió y renovó la tradición marxista como pocos autores hispánicos o europeos.»

 

[1] HCC fue editada por la curiosa Malick Verlag, fundada por el ala izquierda del Dadaísm berlinés, como el pintor George Grosz, con estrechos vínculos con el KPD y financiada por el acaudalado Felix Weil, que después apoyaría económicamente la famosa «Escuela de Frankfurt». El libro de Lukács apareción como el volumen Nº 9 de la colección «Pequeña Biblioteca Revolucionaria», que tenía como objetivo «aumentar y desarrollar el conocimiento revolucionario»; en ella aparecieron libros de Grosz, Zinoviev, Lenin, el poeta Blok, el escritor pacifista Henri Barbusse o del sociólogo Wittfogel.

Fuente original: Nabarralde https://nabarralde.eus/es/el-dialogo-lukacs-sacristan/

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