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Historia de la UGT en Cataluña. 5, Dictadura, retroceso

Tras nuestras entradas dedicadas a su fundación y primeros años, a sus años de estancamiento a principios del siglo XX y a su despegue durante los primeros años de la IIª República, y Guerra civil, expansión, llegamos a la última aportación a esta introducción en cinco partes a la historia del sindicato socialista Unión General de Trabajadores en la región catalana desde su fundación a finales del siglo XIX hasta el final de la dictadura franquista en los años setenta.

 

1.

La derrota significó represión, exilio, rupturas políticas y personales y la instauración de una dictadura –fascista en sus orígenes y que tuvo que adaptarse a la derrota del fascismo en Europa en 1945– que constituyó una nueva situación por completo desconocida hasta entonces. La UGT de Cataluña desapareció como sindicato de masas por un tiempo de casi cuarenta años y sólo pudo subsistir como superestructura de cuadros; los del exilio divididos entre las diferentes organizaciones que reclamaron ser su representación legítima, los del interior en condiciones de clandestinidad, limitados a una acción intermitente y muy mediatizada por los partidos, cuya propia naturaleza les permitía una mayor adaptación a la situación de clandestinidad y asumían el principal protagonismo de la lucha contra la dictadura franquista.

La represión tuvo caras diversas. En primer lugar fue una represión social desmovilizadora y desmoralizadora, que sometió a las clases trabajadoras al control social y político de la dictadura, a la drástica rebaja de los salarios y a unas condiciones de trabajo absolutamente impuestas por la patronal y el estado. Una represión política contra todo miembro, o sospechoso de ser miembro o simpatizante, de cualquier organización del Frente Popular o de los sindicatos; o simplemente haber sido votante de la izquierda o haber manifestado opiniones en público. Sólo en Cataluña entre 1939 y 1942 hubo no menos de 60.000 internados en las prisiones –la cifra de detenidos imposible de precisar– 40.000 procesados y, por lo menos, unos 3.400 ejecutados. Y pudieron ser muchos más, si no fuera porque tras la derrota se exiliaron a Francia cerca de 200.000 personas. Está por establecer la cifra de procesados, condenados y ejecutados que pertenecieron a la UGT, aunque fueran represaliados por otro motivo. En cuanto a los exiliados hay un indicio fiable: una encuesta de la Generalitat en el exilio censó a 59.250 refugiados en Francia, en junio de 1939, con filiación política o sindical: los afiliados solo a la UGT eran más de 14.000, un 24%; a ellos habría que añadir buena parte de la militancia del PSUC, de las JSU, del PSOE y del PCE que sumaban casi 16.600, un 28%. En otras palabras, alrededor de la mitad de los exiliados eran miembros de la UGT, cuadros propios del sindicato o militantes más o menos pasivos cuya actividad principal se producía en el seno de los partidos obreros y las juventudes. No puede prescindirse de la trascendencia de ese hecho. Superar la proscripción y la persecución de la dictadura tuvo que hacerse sin poder contar con la inmensa mayoría de los cuadros del sindicato.

Para empezar a levantarse del tremendo golpe sufrido en febrero de 1939 hubo que esperar al tramo final de la Segunda Guerra Mundial, cuando se generó la ilusión de que Franco pudiera caer, con sus patrocinadores Hitler y Mussolini. Hasta entonces la muy limitada historia de la UGT fue la de un sindicato transterrado y dominado por las confrontaciones internas, la resaca de la derrota. Esta se había producido acompañada por un lado por la máxima división del socialismo, entre el sector que seguía a Negrín, apoyado por las ejecutivas del PSOE y de la UGT, y el resto de corrientes que habían encabezado Besteiro, Largo Caballero y Prieto; y por otro por el enfrentamiento entre la mayor parte de las facciones socialistas y el PCE y el PSUC y los principales apoyos de ambos el seno de la UGT, los «unitarios», encabezados por Amaro del Rosal, y la UGT de Cataluña. La ruptura se trasladó al exilio y añadió nuevos elementos. El 11 de mayo de 1940 un grupo de miembros del Comité Nacional de la UGT exiliados en México dirigidos por Belarmino Tomás, con el apoyo de Indalecio Prieto, acordó unilateralmente la destitución de la Comisión Ejecutiva Nacional y consiguió el apoyo de las tres cuartas parte de los miembros del Comité exiliados en aquel país, entre ellos Salvador Vidal Rosell. La acción, rechazada por la Comisión Ejecutiva dirigida por González Peña, significó la primera ruptura formal de la UGT de España en el exilio. La UGT de Cataluña mantuvo su adhesión a la Comisión Ejecutiva Nacional, pero tuvo que hacer frente una discrepancia interna propia, encabezada por Miquel Ferrer. Era una consecuencia directa de la crisis del PSUC en México en 1940, que había dado lugar al abandono del partido por parte de Miquel Ferrer, Miquel Serra Pamies, Victor Colomer y otros cuadros importantes, que promoverían el Partit Socialista Catalá, en 1942; rechazaban los términos de la integración del PSUC como sección de la Internacional Comunista, que consideraban que lo subordinaba de hecho al PCE, y la política de la Internacional Comunista, que abandonó la línea del Frente Popular en los primeros tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Miquel Ferrer promovió la constitución de un Secretariado Regional propio, que sólo tuvo presencia en el exilio mexicano y que apenas consiguió apoyos entre los cuadros de la UGT de Cataluña. A diferencia de lo ocurrido con los cuadros españoles en el exilio, la mayor parte de los miembros del Secretariado Regional y del Comité de Cataluña de la UGT catalana rechazaron la propuesta de Ferrer y apoyaron la sustitución de éste por Josep Moix en la secretaría general.

Las pugnas del exilio mexicano configuraron las primeras rupturas; pero no determinaron su resolución. Ésta se produjo en primera instancia en territorio francés, a partir de su liberación en 1944, y se consolidó por la intervención de las organizaciones clandestinas y por la dinámica política del interior. Cuando las tropas alemanas y la administración colaboracionista de Petain abandonaron el Sur de Francia, ante el desembarco aliado en la Provenza y la acción de la resistencia en agosto de 1944, el exilio republicano español se reactivo y se reorganizó, con la esperanza de que la derrota del Eje significara también la caída de Franco. El PCE promovió en Francia una «Junta Central» de la UGT, que reconocía la autoridad de la Comisión Ejecutiva Nacional, todavía exiliada en América, y que fue a su vez reconocida por la Delegación en Francia del Secretariado Regional de la UGT de Cataluña, vinculada al PSUC. Por su parte, la mayoría de los refugiados socialistas españoles constituyeron un PSOE y una UGT «de Francia», con sede en Toulouse lideradas respectivamente por Rodolfo Llopis y Enrique de Francisco y Pascual Tomás y Trifón Gómez, con la reconciliación entre las antiguas corrientes besteirista y caballerista de la etapa de la República. Ambas organizaciones obtuvieron una victoria política trascendental al pasar a formar parte de los Gobiernos de la República en el exilio constituidos a partir de agosto de 1945, en detrimento del sector negrinista. Ese hecho y el apoyo de las organizaciones socialistas clandestinas, del interior de España, convirtió a ambos núcleos en las organizaciones definitivas del PSOE y de la UGT en el exilio, en las que se integraron las promovidas por Prieto y Belarmino Tomás en México en 1946. No ingresó en cambio en ella la UGT encabezada por González Peña, Rodríguez Vega y Amaro del Rosal, que incluía la rama UGT-Junta Central de Francia; de manera que en la fundación y en la primera etapa de la Federación Sindical Mundial, constituida en 1945, estuvieron representadas ambas organizaciones, por medio de Pascual Tomás y Amaro del Rosal. El pleito lo resolvió finalmente la guerra fría en 1948, con la escisión de la Federación Sindical Mundial, en la que se mantuvo la UGT-Comisión Ejecutiva, en tanto que la UGT en el exilio encabezada por Pascual Tomás se integró en la Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres, fundada a finales de 1949. Por otra parte, la expulsión de la corriente negrinista acordada por el PSOE en el exilio en abril de 1946 y el reconocimiento exclusivo de este último partido en las organizaciones socialistas internacionales (el COMISCO, entre 1947 y 1951 y la Internacional Socialista a partir de esa fecha) la dejó, de manera definitiva, sin ninguna base de actuación, ni en el interior, ni en las relaciones internacionales.

La confirmación de la organización dirigida por Pascual Tomás y Trifón Gómez como sucesora exclusiva de la UGT de España estuvo acompañada por los sucesivos, y fracasados, intentos de consolidar una UGT de Cataluña en el exilio, que mantuviera la condición de autonomía conseguido durante los años de la guerra civil. El Secretariado de Miquel Ferrer, que en un primer momento estableció relaciones de mutuo reconocimiento por parte de la UGT-Comité Nacional de Belarmino Tomás, no consiguió luego ser reconocida por la definitiva UGT en el exilio, dirigida por Pascual Tomás. Después de una actuación, limitada a acciones de propaganda o de maniobras en las políticas del exilio republicano, desapareció a finales de los años cincuenta. La UGT en el exilio se propuso reconstituir su propio Secretariado Regional de Cataluña, sin contar con las estructuras institucionales anteriores del mismo y encargó la presentación de una ponencia para el Segundo Congreso de la UGT en el exilio, en septiembre de 1946 a LLuís Burón, Albert Foraster, Pere Bigatá, Joan Bové y Pere Pueyo, encargados asimismo de reactivar la organización catalana del PSOE. La ponencia propuso un Secretariado Regional que mantuviera su condición autónoma, pero fue rechazado por el congreso, que se limitó a impulsar una «Delegación provisional en el exilio del Secretariado de Cataluña». Con la participación de militantes socialistas y del POUM, en los diez años siguientes se intentó constituir una organización estable de la UGT de Cataluña en el exilio y se recuperó la denominación de Secretariado Regional, pero nunca con la autonomía propuesta en un principio. Apenas tuvo éxito, como tampoco se pudo conectar de manera estable con los grupos de la UGT, afines ideológicamente, que se constituyeron en el interior a partir de 1945. Por fin, después de conseguir elaborar un censo, con 444 afiliados, todos menos 7 residentes en Francia, se eligió una nueva dirección encabezada por Ramón Porqueras, entonces miembro del PSOE, secretario general, y Ramón Morera, secretario general adjunto –militantes del interior que habían huido a Francia para eludir su procesamiento– con Josep Buiria, del Moviment Socialista de Cataluña, residente en Perpinyà, como responsable de propaganda. El principal éxito del nuevo Secretariado Regiona fue la publicación de un Butlletí Interior del Secretariat de Cataluña, que se mantuvo entre 1958 y 1962 y llegó a difundirse también por el interior. Su principal éxito y, al propio tiempo, un nuevo motivo de discordia: el Butlletí lo editada y distribuía Buiría desde Perpinyà y tendió a recoger las posiciones políticas del MSC, con disgusto por parte del resto del Secretariado y de la dirección de la UGT, instalados en Toulouse. Incapaz de imponer autoridad sobre el interior, Porqueras presentó su dimisión, secundado por Ramón Morera. Sus cargos no fueron repuestos y el Secretariado en el exilio desapareció de hecho al año siguiente. El futuro de la UGTC había de decidirse en Cataluña y en el curso de la lucha antifranquista.

2.

La reconstrucción del sindicato en el interior iba a ser una tarea en extremo dura, condicionada por la represión del régimen y la desmovilización social. Mientras la contestación social al régimen no superó la condición de explosiones de ira puntual (como las huelgas de 1946 o la de Tranvías de 1957) la organización de un sindicalismo clandestino en Cataluña tampoco superó la de ser, fundamentalmente, una proyección de los diversos partidos políticos, igualmente clandestinos. Por otra parte, las rupturas del exilio tuvieron también su incidencia. Por ello no existió una sola UGT, sino varias: la UGT del PSUC, la impulsada por el POUM y la Federación Catalana del PSOE, la hegemonizada por el MSC, la que recuperó de nuevo el PSOE.

La primera organización clandestina de la UGT en Cataluña correspondió al PSUC. La impulsó Vicenç Peñarrolla quien, tras salir de la cárcel, asumió a finales de 1941 la dirección del partido clandestino, recuperó su independencia con respecto a la dirección del PCE del interior, a la que había quedado subordinada desde 1940. Para reforzarla promovió la constitución de la Delegación del Interior de la UGT de Cataluña; y puso al frente de ella a Bonaventura Trilles, hijo de Desiderio Trilles, en la confianza de que pudiera recuperar el contacto de antiguos militantes del sindicato. La existencia de esa primera UGT fue muy débil, hasta que la evolución de la guerra en 1944 generó la ilusión de una caída del régimen y propició una primera activación de la lucha antifranquista. Trilles, con el concurso de un cuadro enviado aquel año desde Francia, Bustillo, consiguió articular una pequeña organización, que decía contar a finales de 1945 con «federaciones locales» en Barcelona, Sabadell, Badalona y Mataró y comités comarcales en Alt Llobregat, Baix Camp, Baix Ebre y Tarragona; la documentación propia sólo proporcionó datos de afiliación de la de Barcelona, que situaba en más de 1.500, con presencia sobre todo en el metal y de manera destacada en La Maquinista, con un centenar de miembros. Además consiguió editar una publicación clandestina, Las Noticias, entre agosto de 1945 y febrero de 1947, que tuvo una tirada máxima de 3.000 ejemplares. La propaganda era la principal actividad, a la que se sumó en 1945 el soporte logístico a la guerrilla impulsada por el PSUC y grupos afines. Ese incipiente despegue se enfrentó a partir de 1945 a una acumulación de inconvenientes. El primero fue la aparición de una UGT catalana rival, promovida por el POUM y la Federación Catalana del PSOE. Para hacerle frente Trilles y Bustillo entraron en contacto con la comisión ejecutiva de la UGT de España en el interior y acabaron pactando un reconocimiento mutuo que fue desautorizado por el PSUC, en el verano de 1945. Trilles fue relevado de la dirección de la Delegación del Interior de la UGTC. El conflicto inició un proceso de desorientación de la UGT comunista, que se agravó por la crisis del PSUC en el interior y las consecuencias de los contactos que cuadros dirigentes de la UGT mantenían con elementos guerrilleros; la detención de uno de ellos, Eduardo Sariego, en octubre de 1945, motivó la ampliación de la redada policial que afectó a la UGT barcelonesa, algo que habría de repetirse más adelante con las caídas del PSUC de 1947. El partido de los comunistas catalanes entró en una crisis múltiple: de presencia en el interior; de dirección (la cuestión Comorera); de rectificación estratégica a partir de 1948, en el cual perdió interés por seguir impulsando una red sindical clandestina y, al propio tiempo, litigar por las siglas. A pesar de que, todavía en los primeros años de la década del cincuenta, el PSUC siguió utilizando esporádicamente en sus actividades de agitación y de organización en alguna fábrica las siglas UGT, la organización sindical clandestina vinculada al PSUC dejó de existir como tal. El PSUC había optado por el entrismo en la Central Nacional Sindicalista del régimen y la organización de su plataforma de Oposición Sindical Obrera.

El relevo lo tomó la UGT de Cataluña del interior, puesta en pie en 1944 conjuntamente por el muy pequeño núcleo que había reconstituido la Federación Catalana del PSOE en el interior –encabezado por Lucila Fernández, Juan García yRafael Comerón– y la organización clandestina del POUM. Ambos partidos acordaron la constitución de un Secretariado integrado por Gregorio Guerra, del PSOE, y Enrique Rodríguez Arroyo, del POUM y de un Comité Regional, con Juan García, del PSOE, y Peruny, del POUM; el nombramiento como secretario general de Federación Local de Barcelona de Mascarell, del POUM, reflejó el absoluto predominio de este partido que alcanzó a tener entre 300 y 500 militantes a mediados de los cuarenta. Esa composición la situó en la órbita de la UGT del exilio, aunque las relaciones entre las dos organizaciones nunca fueron fluidas, y el sindicato clandestino del interior combinó un funcionamiento autónomo de hecho con quejas frecuentes por falta de asistencia económica y logística por parte de la Comisión Ejecutiva de la UGT de España. Con menor implantación, entonces, que la UGT del PSUC, la promovida por el POUM y el PSOE también limitó su actividad a acciones de propaganda, en su caso con la publicación de un órgano periódico propio entre marzo de 1947 y marzo de 1949, primero con la cabecera de UGT. Portavoz del Secretariado Regional de Cataluña y finalmente con la de Boletín del Secretariado Regional. La mayor diferencia entre ambas fue la ausencia de actividad guerrillera por parte de la UGT socialista, lo que no la puso a salvo de la represión.

De hecho fueron los golpes policiales los que fueron marcando su evolución cuantitativa y política. Entre 1947 y 1948 el POUM del interior padeció repetidas caídas, que desarticularon los órganos de dirección de la UGT y redujeron drásticamente su peso específico en ella. Enrique Rodríguez Arroyo huyó a Francia, para no volver, y Gregorio Guerra desapareció; los sustituyeron Peruny y Joan García, pero su gestión se encontró con la crítica abierta de un tercer grupo que vino a relevar al POUM como principal componente del sindicato, el Moviment Socialista de Cataluña. El MSC, fundado en enero de 1945, dudó inicialmente sobre cual había de ser su opción sindical, pero finalmente en la Primera Conferencia del MSC del Interior, en enero de 1947 decidió integrarse en la UGT socialista y en 1952 la dirección del interior de la UGT de España decidió atribuir al MSC, en la persona de Ramón Porqueras, militante entonces de ese partido, la asunción del Secretariado Regional. El sindicato llegó en los primeros años de los cincuenta a su máxima expansión, con unos 500 carnets entregados, 200 en Barcelona, 200 en Sabadell, 70 en Vilanova y una cuarentena más repartidos entre Manresa, Igualada, Santa Coloma de Gramanet, Mataró, L’Hospitalet. A pesar de todo no tuvo incidencia en las huelgas de 1951, como tampoco la tuvo la UGT residual del PSUC y, por el contrario, si padeció las consecuencias del recrudecimiento de la represión que aquella manifestación del rechazo al régimen tuvo por respuesta. Las sucesivas caídas de marzo y mayo de 1952 y de febrero de 1953, desarticularon de manera definitiva al POUM, que dejó de contar como fuerza política en Cataluña, y dejaron gravemente malparados al MSC y a la UGT. Porqueras y Ramón Morera, detenidos en febrero cuando obtuvieron la libertad provisional optaron por marchar a Francia, e incorporarse a la actividad de la UGT en el exilio.

3.

Las dificultades para desarrollar una acción pública –política o sindical– en condiciones de una dictadura como la franquista llevó frecuentemente a sustituirla, en las preocupaciones y la vida cotidiana de la oposición antifranquista, por la acción interna, por los conflictos políticos o personales en el seno de las organizaciones o por la dinámica de relaciones entre sus cúpulas, que parecían alcanzar el máximo con pactos, comités o alianzas que ni surgían de la movilización social ni incidían en ésta cuando se producía. No es una característica insólita, forma parte de las historias de clandestinidad en cualquier lugar del mundo. Después del gran desengaño que supuso la aceptación del régimen de Franco por parte de los aliados, vencedores de Hitler y Mussolini, y que tuvo su último episodio en el fiasco de las conversaciones entre Prieto y los monárquicos, incluido Gil Robles, en 1948-1949, la lucha antifranquista se subsumió en ese proceso de ensimismamiento, duramente alterado una y otra vez por los golpes policiales. Durante las décadas de los cincuenta y los sesenta la UGT de Cataluña en el interior, tras haber superado la batalla por la propiedad de las siglas y la batalla por la supervivencia de una red clandestina mínima, estuvo más dominada por esas cuitas internas que por la proyección pública; lo que no quiere decir que no tuviera presencias puntuales en algunos centros de trabajo –grandes empresas como Hispano Olivetti, La Maquinista, Pirelli, La Seda, FECSA, etc.– e intervenciones propagandísticas, con la difusión de boletines propios o el lanzamiento de octavillas.

Tras las caídas de 1953, la UGTC rehizo sus organismos de dirección y de relación. A pesar de ello su presencia en episodios de conflicto como las huelgas del metal y el textil del abril de 1956 en Barcelona o la huelga general del metal en Barcelona en marzo y abril de 1958, o el segundo boicot a los tranvías de enero-febrero de 1957, siguió circunscrita a acciones de propaganda y también de solidaridad con los huelguistas o los represaliados o detenidos. Estas últimas, por cierto, activaron la confrontación entre la UGT del interior, plenamente en manos del MSC, y la Comisión Ejecutiva de la UGT en el exilio o el Secretariado Regional en el exilio, asumido entonces por Porqueras y Ramon Morera. La Comisión Ejecutiva pretendió centralizar todo el curso de las ayudas que pudieran proceder de los sindicatos europeos o de la CIOSL, mientras que las organizaciones del interior reclamaron su derecho a conseguir y gestionar directamente esas ayudas o parte de ellas. Ello produjo diversos enfrentamientos entre Pallach, convertido ya en máximo dirigente del MSC y Pascual Tomás; enfrentamiento agravado por el objetivo del MSC de ser reconocido también por la Internacional Socialista como su representación en Cataluña. Tomás quiso recuperar control en el interior mediante el nombramiento de un «permanente» en Cataluña, que hiciera de máximo dirigente de la organización y de vía de comunicación con la dirección de Toulouse. No obstante, su victoria no fue completa; el apoyo del principal responsable del socialismo en el interior, Antonio Amat, al MSC hizo que la designación del permanente recayera no en Juan García sino en el militante del MSC Miquel Casablancas; el nuevo Secretariado del interior mantuvo la plena hegemonía del partido catalán, al estar integrado, además de Casablancas, por Joan Rión, Salvador Clop, Marià Solanas, todos ellos del MSC, y Juan García.

Un nuevo golpe policial de noviembre de 1958 –iniciado con la caída en Madrid de Antonio Amat– descabezó las organizaciones socialistas de Cataluña, con las detención, entre otros, de Joan Reventós y Francesc Casares, del MSC y todo el Secretariado del interior de la UGT. La posterior recuperación se hizo ya en situación de ruptura con la UGT del exilio. Una situación favorecida por la evolución del interior. Las nuevas políticas económicas y sociales de la dictadura tuvieron como consecuencia la reactivación de la movilización social y no sólo en el mundo del trabajo, sino también entre sectores de clases medias. Esa reactivación incorporó una nueva generación a las luchas sindicales y políticas y, entre ella una parte de la juventud católica militante. El MSC supo aprovechar mejor esa nueva situación y al mismo tiempo que rejuveneció sus cuadros políticos con universitarios, como Raimon Obiols, amplió la base de la UGT con la incorporación de nuevos militantes procedentes de las Juventudes Obreras Católicas, como Josep Pujol, Julio Morera, Josep Maria Picó, entre otros.

La ruptura estuvo salpicada por incidentes sucesivos: fracaso de un viaje de Porqueras al interior en la primavera de 1959, que se encontró con el vacío de sus antiguos compañeros; la adhesión del MSC a la Jornada de Huelga Nacional Pacífica promovida por el PCE y el PSUC el 18 de junio del mismo año; la disolución de hecho del Secretariado Regional de la UGT en el exilio, por la dimisión de Porqueras y Morera, en 1959 y la expulsión de Buiría por parte de la CE de la UGT, en 1960; la constitución de la Alianza Sindical Española, pactada entre UGT de España, sin tener en cuenta la UGT de Cataluña, la CNT y el Sindicato de Trabajadores Vascos, en 1961. A comienzos de los sesenta la UGT controlada por el MSC formó su propio Secretariado Regional con Joan Rión al frente, sustituido por Julio Morera a partir de 1962; y promovió su propia política de pactos sindicales, constituyendo en octubre de 1962 una Alianza Sindical Obrera, integrada conjuntamente con una facción de la CNT del interior y la Solidaritat d’Obrers Cristians de Cataluña, vinculado a Unió Democràtica de Cataluña. A pesar de todo, la división ugetista, en momentos de expansión de movimientos reivindicativos en las empresas y de crecimiento de la oposición antifranquista, no favoreció el nuevo proyecto. La cifra total de afiliados de la UGT-MSC apenas pudo superar los 70. La reacción fue la búsqueda de un nuevo camino propio que le permitiera competir con el nacimiento de nuevos grupos de izquierda, como el FOC y el despegue del PSUC como principal fuerza antifranquista en la etapa final de la dictadura. Una búsqueda errática que primero llevó a la UGT a participar en el nuevo movimiento de Comisiones Obreras, entre noviembre de 1964 y el mismo mes del año siguiente; e inmediatamente a la división del sindicato entre el sector, minoritario, que se integró individualmente en Comisiones Obreras (en él figuraba Josep Pujol) y el mayoritario ( dirigido por Morera y Rión) que lo hizo en la nueva organización fundada en 1961, partiendo también de sectores cristianos, la Unión Sindical Obrera. Aunque la USO catalana utilizó por algún tiempo también las siglas UGT (USO-UGT de Cataluña), las abandonó finalmente a partir de 1969. De nuevo solo hubo una UGT en el interior.

La UGT de España en el exilio había reaccionado a la ruptura, en 1962, enviando al interior un nuevo «permanente», Ramón Gutiérrez, para impulsar una organización propia con el reducido grupo de militantes que lo eran, al mismo tiempo, de la Federación Catalana del PSOE. A lo largo de aquella década, la UGT reconocida por la dirección de Toulouse y la Federación Catalana del PSOE fueron de hecho lo mismo, con la misma dirección y, prácticamente, los mismos militantes; una treintena en sus inicios que debió alcanzar su máximo hacia 1967, unos ochenta, repartidos entre Barcelona (14), Badalona (19), Montcada i Reixach (6), Sant Joan Despí y L’Hospitalet (5), Cornellá (6), Terrassa (9), Vilanova i la Geltrú (3), Mataró (5) y Arenys de Mar (12). La mayor parte de ellos eran ferroviarios (21) o metalúrgicos (22). Sus actividades fueron fundamentalmente internas, de formación de militantes, de encuentros colectivos, en particular los 1º de mayo, y de propaganda. Pero la precariedad del grupo se reflejó en la intermitencia de esa propaganda –Unión se publicó por primera vez en septiembre de 1969 y no lo volvió a hacer hasta marzo de 1971, y era, a la vez portavoz de UGT y de la Federación Catalana–, en la inestabilidad de su pequeño cuadro dirigente (Gutiérrez fue sustituido por Pedro Rueda y éste por Josep Orts, entre 1962 y 1968, todos ellos con comportamientos polémicos) y en la ausencia efectiva en la movilización obrera creciente.

Esta última, no obstante, acabó incidiendo en la reducida organización a la que se incorporó una nueva generación de jóvenes trabajadores: José Valentín Antón, Camilo Rueda, Luis Fuertes, Carlos Cigarrán, los hermanos Véliz, Antonio Santiburcio, Eduardo Montesinos, Luis García Sánchez, Rosa Pérez, etc. Una nueva generación que fue tomando las riendas de la organización y dándole presencia en las fábricas, mientras el veterano Joaquim Jou, que sustituyó a Orts en noviembre de 1968, estabilizó en los cuatro años que siguieron el Comité regional y las relaciones con la dirección de Toulouse. Esa estabilidad favoreció el ingreso en la Asamblea de Cataluña, donde estuvo representada por José Valentín Antón y Paco Parras y la incorporación de nuevos militantes repercutió en la intervención activa en conflictos como los de las empresas Elsa, de Cornellá, Solvay, de Martorell, y, sobre todo Hispano Olivetti, a lo largo de 1974. En éste último conflicto la sección de la UGT en dicha empresa, dirigida por Luis Fuertes, desbordó a la que hasta entonces venía actuando como fuerza sindical mayoritaria, Comisiones Obreras, e impuso su propio modelo de rechazo de la CNS y de postulación de comités de fábrica elegidos en las asambleas y planteando directamente sus reivindicaciones, prescindiendo de los jurados de empresa. La UGT había rechazado siempre la propuesta del PSUC de participación en las elecciones sindicales, de la CNS, sin que nunca consiguiera un éxito claro en sus campañas de boicot; pero a partir de 1974, su propuesta, sin llegar a obtener un apoyo masivo en los centros de trabajo, empezó a darle un perfil propio de lucha sindical, que favoreció su rápida reconstrucción en los primeros años de la Transición. Esa situación la hizo estar presente en el ciclo que ESADE organizó sobre las diversas propuestas sindicales, en Barcelona, en abril de 1976, a través de las intervenciones de Fuertes y Valentín Antón.

La nueva realidad de la UGT de Cataluña se tradujo en un incremento de militantes: en 1975 iba ya camino de los 200 y aspiraba a triplicar esos efectivos en los meses siguientes. Y también en la formación de un nuevo Comité Regional, en octubre de 1974, integrado por Luis Fuertes, Camilo Rueda –ambos de Hispano Olivetti– y Eduardo Montesinos, que reflejó el predominio de la nueva generación de afiliados del metal. Sin dejar de mantener una relación de afinidad ideológica y política, la UGT pasó a diferenciarse claramente en sus estructuras organizativas de la Federación Catalana del PSOE y a tener un grupo dirigente propio en el que también estarían también,entre otros, Carlos Cigarrán, de SEAT, y José Valentín Antón. La desembocadura de ese crecimiento, de la presencia en las fábricas, de la visibilidad pública que empezaba a tener el sindicato y de la emergencia de toda una nueva generación de cuadros, así como el avance del proceso de transición hacia un sistema de libertades políticas y sindicales, había de ser la celebración de un congreso propio, pensado desde comienzos de 1976. No pudo celebrarse hasta febrero de 1978, por razones de organización interna –el congreso de la UGT de España– y por la aceleración del ritmo político de la Transición a partir del otoño de 1976. Sin embargo la UGT no renunció a tener un gran encuentro colectivo, que hiciera acta pública de su presencia y, por otra parte, consolidara la organización que estaba gestándose desde hacía cinco años. Fue la denominada Asamblea de Terrassa, del 20 de junio de 1976, en el Centre Social del barrio de Les Arenes, con una asistencia de entre 400 y 500 militantes, con delegaciones territoriales –ese fue el criterio escogido de representación– de Barcelona, L’Hospitalet, Baix LLobregat, Badalona, Santa Coloma de Gramanet, Vallés Occidental y Oriental, Maresme, Tarragona, Lleida y Guissona. La Asamblea ratificó los acuerdos del XXX Congreso de la UGT y el impulso definitivo a la reconstitución de la UGT de Cataluña, con la elección de un nuevo Secretariat Nacional de 15 miembros, con Luis Fuertes como secretario general; aunque el debate de unos nuevos estatutos se pospuso hasta que se celebrar el que había de ser el IVº Congreso. A partir de ese momento, y en el contexto al proceso político que culminó en las elecciones generales de junio de 1977, con el éxito obtenido por la candidatura de los «Socialistes de Cataluña», la UGTC pasó a constituirse de manera definitiva en organización de masas, compitiendo plenamente por el liderazgo del movimiento sindical con Comisiones Obreras y, a distancia de ellas, la USO y la Confederación Sindical del Trabajo Unitaria, escindida de CCOO en 1976. El reto habría de ser dar respuesta a la articulación de un nuevo sistema de relaciones laborales coherente con el régimen de libertades, pero en el marco de una grave crisis económica sistémica, general en Europa y agravada en España por las estructuras institucionales y las políticas de la dictadura.

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