Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Francisco Fernández Buey (1943-2012): utopías e ilusiones naturales

Juan José Tamayo

Es para mí motivo de satisfacción participar en este encuentro[1] para recordar a Francisco Fernández Buey, recuerdo subversivo de una vida y pensamiento igualmente subversivas, al decir de Walter Benjamin, y hacerlo en Palencia, nuestra tierra común donde nacimos con muy pocos años de diferencia.

Hoy quisiera rememorar experiencias e ideas compartidas en nuestros encuentros y escritos. Fueron muchos los años en los que disfruté de su amistad y todavía más el tiempo que vengo disfrutando de la lectura de sus textos. Cuando nos veíamos surgía entre nosotros una espontánea sintonía y una corriente cálida de amistad solidaria.

A principios de 2003 el Vaticano condenó mi libro Dios y Jesús. El horizonte religioso de Jesús de Nazaret (Trotta, Madrid, 2000; 2006, 4ª ed.). El Diario Palentino tituló la condena de esta guisa: «El primer hereje del siglo XXI es de Amusco».  No faltó más que en la foto aparecieran las llamas de la inquisición. Recuerdo que informado de este titular Paco me comentó, con su gran conocimiento de los heterodoxos palentinos y exento de sorna, que tenían que haber titulado la noticia así: «El primer erasmista del siglo XXI es de Palencia, como lo fue el primer erasmista del siglo XVI, don Alonso Fernández de Madrid, arcediano del Alcor y traductor del Manual del buen cristiano, de Erasmo de Róterdam, al castellano».

Enseguida recordé a mi profesor de Historia de la Iglesia y canónigo-archivero de la Catedral de Palencia Don Jesús San Martín que, en sus divertidas y documentadas clases, nos hablaba con gran respeto y especial reconocimiento del arcediano del Alcor, y cuando visitábamos la Catedral, «la Bella Desconocida» nos mostraba con entusiasmo y admiración las obras del arcediano y los estudios sobre él. Es «al arcediano del Alcor y a los erasmistas palentinos de 1530-1549» a quienes Paco dedica su libro sobre Bartolomé de Las Casas con una cita de las Obras de Ausiàs March.

Bartolomé de Las Casas: filosofía moral y política de la alteridad

Cuando ese año me invitaron a escribir unas líneas sobre él al cumplir sesenta años, acababa de tener la noticia de la concesión del Premio Príncipe de Asturias al teólogo peruano Gustavo Gutiérrez, que Paco bien conocía por su libro sobre Bartolomé de Las Casas En busca de los pobres de Jesucristo. ¡Casualidades de la vida mezcladas con algunas causalidades! Cuando le invité a dar una conferencia en la Universidad Carlos III sobre «Bartolomé de Las Casas, precursor de la teología de la liberación y los derechos humanos», hablamos precisamente de Gustavo Gutiérrez, y en concreto del libro que acabo de citar. Entonces le dije que esa obra y la suya La gran perturbación. El discurso del indio metropolitano (El Viejo Topo, 1995) eran los mejores estudios que conocía sobre Las Casas. Y creo que, desde el punto de vista de filosofía moral y de teología, lo siguen siendo.

Aun cuando los enfoques son distintos, el suyo desde la filosofía moral y política, y el de Gutiérrez, desde la perspectiva teológica, la sintonía es plena, la perspectiva, afín, y el propósito, similar: dar a conocer la originalidad y la radicalidad –ambas van juntas casi siempre- de un intelectual crítico, disidente como Las Casas, que tiene mucho que aportar al nuestro, tan marcado por el pensamiento único y la represión contra los pueblos originarios.

El libro de Paco fue para mí una verdadera «revelación». Y no es hipérbole. En él descubrí lo que él llama la variante latina de la filosofía de la alteridad, ejemplificada sobre todo en Bartolomé de Las Casas, muy poco conocida y apenas tenida en cuenta, incluso entre los filósofos políticos y morales.

De Bartolomé de Las Casas destaca su crítica de la conquista, la defensa de los indios, el ser precursor del diálogo interreligioso, intercultural e interétnico y de la teología de la liberación, y su filosofía moral y política de la tolerancia mucho más avanzada que la filosofía y moral de la intolerancia de los pensadores ilustrados europeos.

Me impresionó tanto la lectura del libro que sentí una necesidad compulsiva de de hacer una reseña del libro y la envié a la Revista de Occidente, que la publicó enseguida. Son de esos libros que dejan huella. Y en mí la dejó y muy profunda, hasta el punto de que recurro a él con frecuencia. Es el que utilicé en mis clases sobre teología de la liberación en la Universidad Carlos III y el que sigo todavía hoy recomendando.

Creo que, en ese libro, tan objetivo y riguroso, se retrataba también Paco tal como era y como pensaba. En cada página aparecen rasgos de su personalidad que se proyectan sobre el espejo del dominico del siglo XVI. La indignación ética de Las Casas ante la masacre de los conquistadores contra los indios era su indignación ante el maltrato recibido por los inmigrantes entre nosotros, empezando por las Leyes de Extranjería, que no están inspiradas en la ética de la acogida y la hospitalidad con los colectivos migrantes, refugiados y desplazados, sino por el refuerzo de las fronteras.

La filosofía moral y política de la alteridad lascasiana es su filosofía, pero no sólo su Filosofía como mayúscula, sino su filosofía de vida, de comunicación, de su relación humana con los amigos, las amigas, los colegas, los contertulios, con todo el mundo. La opción por las personas empobrecidas y los pueblos oprimidos, que fue la opción fundamental de Las Casas entonces y que lo es ahora de la teología latinoamericana de la liberación y del cristianismo liberador en el Sur global, fue su opción por la gente excluida del sistema, por los colectivos inmigrantes, que mueren en las travesías marítimas, o a quienes se les coloca fuera de las murallas de nuestras ciudadelas bien fortificadas y se les somete a unas condiciones inhumanas de vida.

Otro Marx

Si gracias a su obra he podido re-conocer a Las Casas, en otros libros suyos también he re-conocido a Marx, un Marx crítico que Fernández Buey dio a conocer más allá de los esquemas catequéticos, dogmáticos y cientistas. Un Marx utópico, sin por ello dejar de ser un riguroso analista de la realidad social, cultural, política, económica y religiosa de su tiempo.

Un Marx ético, que mira la realidad desde abajo compasivamente, es decir, compartiendo los sufrimientos de los humillados, haciéndolos suyos, y proponiendo alternativas. Un Marx que establece la síntesis entre individuo y comunidad, superando el individualismo burgués y el estatalismo burocrático.

La izquierda socialista y transformadora del futuro, afirma Fernández Buey «podrá salir probablemente de un diálogo entre la tradición que Marx inauguró, la tradición anarquista libertaria, la tradición cristiana (herética) de emancipación y la reconsideración autocrítica de la ciencia» (Marx a contracorriente, El Viejo Topo, 2018, p. 15).

Fernández Buey ofrece la nueva imagen de Marx junto con su maestro y colega el filósofo Manuel Sacristán, quien cuestionó las ideas de progreso y crecimiento ilimitado y fue uno de los primeros, y ciertamente el primero en España, en defender la necesidad de incorporar la ecología y el feminismo en la teoría crítica marxista.

Tras la lectura de Paco de los textos de Las Casas y de Marx he descubierto la afinidad entre ambos.

Utopías e ilusiones naturales

Unos años después disfruté leyendo Utopías e ilusiones naturales, magníficamente editado en 2007 por su tan querida editorial El Viejo Topo, que sigue siendo libro de cabecera –ahora de lectura reposada- y lo fue de consulta mientras escribía mi Invitación a la Utopía. Estudio histórico para tiempos de crisis (Trotta, Madrid, 2012). En él osa defender el valor de la utopía a contracorriente y en pleno desarrollo de las distopías no solo como género literario, sino como fenómeno social, cultural, político y económico.

En su recorrido histórico por las diferentes utopías, de  Moro a Ernst Bloch, pasando por Marx, observa que en el concepto moderno de utopía convergen cinco elementos:

a) La crítica del capitalismo incipiente, es decir, la crítica de la mercantilización y de la privatización de las tierras comunales.

b) dar una forma alternativa a la reivindicación comunal.

c) una vaga atracción por la forma de vida existente en el nuevo mundo recién conocido.

d) en contra de lo que quieren hacernos creer los neoliberales desde 1989, la utopía no ha muerto, No es verdad, lo que murió fue la utopía del marxismo cientista. En 1989 se abría el camino a la reaparición del espíritu moral de la vieja utopía, la que va de Tomás Moro a Karl Marx.

e) el destino de las grandes ideas de la humanidad consiste en que casi siempre se tornan realidad político-social en otro lugar, distinto de aquel para el que fueron pensadas.

Frente a la tendencia a identificar la utopía con el totalitarismo -así lo hace Karl Popper-, Fernández Buey ofrece lo que a mí me parece el sentido preciso de la utopía: ilusión, ideal, esperanza, ensoñación, iluminación, premonición o idea reguladora de una sociedad alternativa al mundo de la globalización neoliberal, de una sociedad más libre, más igualitaria, más justa, más fraterna [sororal] (Utopías e ilusiones natrales, p. 320).

De este libro me gusta especialmente la relación, tan necesaria, que establece entre filosofía moral y utopía: «No ha habido ni habrá filosofía moral sin utopías, o sea, sin la prefiguración de sociedades imaginarias más justas, más igualitarias, más libres y más habitables de las que hemos conocido y conocemos. La imaginación utópica ha sido y será el estímulo positivo de todo pensamiento político-moral, como la veracidad y la bondad serán el aguijón de la lucha en favor de la emancipación humana por mucho que, como sabemos, el individuo bondadoso se haya dado repetidas veces de bruces con la realidad existente».

Defiende el valor de la utopía y lo hace recurriendo a una cita de autoridad, la de William Morris, un clásico de la utopía: «Examinaré todas estas cosas, y cómo los hombres luchan y pierden la batalla, y cómo aquello por lo cual habían luchado se logra a pesar de su derrota y, cómo, cuando esto llega, resulta ser diferente de aquello que se proponían, y cómo otros hombres han de luchar por aquello que se proponían alcanzar bajo otro nombre». Es verdad, como dice. que la utopía ha perdido la inocencia con que se formuló en los orígenes de la modernidad europea, pero no su vigencia.

Paco distingue lúcidamente entre hacerse ilusiones y tener ilusiones, y afirma que tener ilusiones es condición necesaria para un pensamiento sólido y para las grandes acciones. Y recurre a otro autor mayor del pensamiento utópico, Leopardi, que habla de las «ilusiones naturales»: «Sin ilusiones casi nunca hay grandeza de pensamiento ni grandes acciones… El filósofo demediado combate las ilusiones precisamente porque es iluso; el verdadero filósofo las ama y predica porque no es iluso. Cuántas grandes ilusiones concebidas en un momento de entusiasmo, de desesperación e incluso de exaltación son, efectivamente, las verdades más reales y sublimes o precursoras de estas».

Los seres humanos utópicos, los proyectos utópicos y los movimientos utópicos son quienes, al decir de Labordeta, han empujado la historia hacia la libertad (y hacia la liberación, añado yo) y evitaron que desembocara en barbarie. Parece que fracasaron, pero no fue así; dejaron huella y nos abrieron las veredas de la libertad para seguir caminando y viviendo con dignidad. A ellos se debe buena parte de los avances de la humanidad en todos los terrenos: éticos, políticos, económicos, sociales, culturales, simbólicos, religiosos, jurídicos, etc.

Zaratustra, Buda, Profetas de Israel, Sócrates, Espartaco, Jesús de Nazaret, Francisco y Clara de Asís, Margarita Porete, Teresa de Jesús, Lutero, Olympia de Gouges, Marx, Bakunin, Clara Zitkin, Rosa Luxemburgo, Gandhi, Luther King, monseñor Romero, Ignacio Ellacuría, Rigoberta Menchú, Arafat…

Muchos de sus proyectos fueron desacreditados por sus adversarios y deformados por sus sucesores y sus ideas descalificadas por los ideólogos del sistema. ¿Pero fracasaron realmente? No, sus ideas fueron enarboladas por personas y grupos que las llevaron adelante. No pocos de sus proyectos se hicieron realidad y los que no se llevaron a cabo siguen pendientes, pero no se pueden dar por descartados. Estas mujeres y estos hombres son referentes morales a seguir. Sus utopías son como luminarias que iluminan el camino en la oscuridad de la historia. Dejaron el terreno abonado para que diera sus frutos, de los que no pudieron beneficiarse.

Sin embargo, por contradictorio que parezca, dichos proyectos y movimientos utópicos son hoy expulsados de la sociedad por considerarlos unas veces fantasmagóricos y otras subversivos del orden establecido, como fueron expulsados los poetas por Platón de su diseño de República.

Izquierda alternativa y cristianismo emancipador

Una de las aportaciones más originales de Fernández Buey, ateo confeso, es su reflexión sobre el importante papel jugado por el cristianismo de liberación en la construcción de una izquierda alternativa ecosocialista. Un buen ejemplo es el libro Sobre izquierda alternativa y cristianismo emancipador, que ofrece una cuidada selección de sus textos sobre esta temática en una edición e introducción de Rafael Díaz-Salazar que lleva por título «Un intelectual gramsciano abierto al cristianismo emancipador» (Trotta, Madrid, 2021).

«Algunos tuvimos que entender el otro cristianismo para seguir siendo comunistas». Nada mejor que esta afirmación de Paco para el reconocimiento del papel fundamental jugado por el cristianismo de liberación en la construcción de la izquierda alternativa, no solo en España, sino también, y muy especialmente en América Latina, donde surgió la teología de la liberación y su correspondiente cristianismo liberador, junto con la pedagogía del oprimido de Paulo Freire.

Aun reconociendo -aunque no justificando- las limitaciones de los textos fundacionales de las religiones para el mundo actual, Fernández Buey sigue el hilo rojo, herético, utópico y subversivo de estas, como ya hiciera el filósofo de la esperanza Ernst Bloch, en cuanto fuentes sapienciales de esperanza y conocimiento emancipador e inspiradoras de no pocas de las luchas por la justicia y la igualdad.

Entre las personas que siguieron ese camino cita a Francisco de Asís, Joaquín de Fiore, Erasmo de Róterdam, Bartolomé de Las Casas, Ephraim Lessing, los filósofos, filósofas, teólogos y teólogas de la liberación actuales, exponentes todos ellos de los vínculos entre la religión liberadora y el compromiso con la humanidad sufriente.

Se centra en tres dos personas cristianas comprometidas con la liberación de las personas empobrecidas y los pueblos oprimidos: Bartolomé de Las Casas: Simone Weil y José María Valverde. A Las Casas ya me he referido. Fernández Buey se sintió fascinado por la filósofa francesa Simone Weil, de quien destaca su capacidad para armonizar la experiencia mística y las reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social, el carácter religioso de su pensamiento, la conciencia radical de la desgracia, la comprensión de la infelicidad y de la desdicha del ser humano, la preocupación social por las personas desdichadas, la conducta solidaria con el sufrimiento humano, el interés por la ciencia, el interés por el mundo del trabajo, sus escritos sobre la condición obrera, su temprana crítica al marxismo, la manera de abordar la cuestión del poder, su concepción de la justicia,  el futuro de los partidos políticos, la relación entre deberes, el futuro de los partidos políticos en una sociedad democrática, la preocupación por el mal social, que coincide con lo que cincuenta años después Ignacio Ellacuría llamaría «el mal común», las reflexiones sobre explotación y opresión, el examen crítico de la noción de progreso, los límites del sindicalismo, su posición «herética en relación a todas las ortodoxias», su crítica radical de la política y de los derechos humanos en la modernidad, etc.

Me han interesado especialmente las lúcidas reflexiones que hace sobre la mística de Simone Weil de la mano de José Jiménez Lozano, quien la define como «una mística postmortem Dei, una mística de Viernes Santo especulativo (Hegel) o conciencia del abatimiento, sufrimiento, fracaso o muerte», implicada en los asuntos políticos y sociales del lado de las personas sufrientes. Comparto el perfil que hace Fernández Buey de Simone Weil:

«Fue una mujer  excepcional, de una sensibilidad para captar las implicaciones de la vida desgraciada de los seres humanos que no tiene parangón en la filosofía occidental. No hay duda de que esta sensibilidad tiene en ella una dimensión profundamente religiosa y mística. Pero lo admirable, en su caso, es que esta dimensión religiosa de su pensamiento haya ido de la mano con la `preocupación social y el interés por la ciencia, y que haya cuajado en una coherencia práctica que nos deja sin palabras para calificar su conducta» (Sobre izquierda alternativa y cristianismo emanciapdor, p. 201).

De nuevo coincidimos Paco y yo en la valoración de Simone Weil, a quien yo defino como «intelectual compasiva».

Con José María Valverde le unieron vínculos estrechos de afinidad política, amistad personal y colaboración universitaria. De él destaca su amplísima cultura histórica y literaria, su comunismo cristiano, su arraigadísimo sentido de la justicia, su peculiar sentido del humor y auto-ironía y su solidaridad con los pueblos empobrecidos de América Latina. Lo retrata primorosamente en un texto que guía nuestro caminar con una luminosidad ética y estética en medio de la oscuridad del presente:

«Aquel cristiano rojo de ayer es el de la solidaridad de la estética con la ética, el que tuvo que irse de España cuando la Dictadura expulsó de las aulas universitarias a Aranguren, Tienro Galván y García Calvo, en Madrid, a Sacristán, aquí [Barcelona]. Ya entonces José María tenía un alto concepto de la solidaridad. Ese concepto de la solidaridad le venía precisamente de su vivencia como cristiano y como poeta» (id., 289).

La publicación de este libro, nueve años después de la muerte del autor, me parece muy oportuna para mantener viva la memoria de este intelectual gramsciano vinculado a los movimientos sociales, con especial implicación en el ecologismo, en un momento de crisis cultural, política e ideológica de la izquierda y del cristianismo liberador y de avance del «cristoneofascismo». Estoy seguro de que facilitará la construcción de una izquierda alternativa, que compagine el rojo, el verde y el violeta, y de un cristianismo emancipador comprometido con la naturaleza depredada y sectores más vulnerabilizados de la humanidad.

Termino ya y lo hago con dos referencias a su carácter. En mi trato con él y con sus escritos siempre percibí naturalidad y sencillez, junto a rigor y seriedad. Nunca presumió de sus saberes, que eran muchos, interdisciplinares y bien ordenados, ni de sus títulos, ni su actividad universitaria, tan dilatada e intensa.

Era su persona con ese fondo de honradez consigo mismo y con la realidad la que aparecía en primer plano. Y eso es algo a reconocer en una época en que todo es producto del marketing. Utilizaba un lenguaje discreto, sobrio, preciso, directo, nada rebuscado. Pero, en su caso, era, sobre todo, un modo de ser y de estar en la realidad y ante los otros.

El filósofo y científico social Francisco Fernández Buey (1943-2012) es uno de los intelectuales españoles más lúcidos del último tercio del siglo XX y de la primera década del siglo XXI en España, y uno de los creadores de la corriente ecosocialista dentro de las ciencias sociales y de la actividad política, con merecido reconocimiento internacional.

Notas

[1] Intervención en el Homenaje dedicado a Francisco Fernández Buey «Utopía y poesía en el pensamiento de Paco Fernández Buey», con motivo del décimo aniversario de su fallecimiento y del ochenta aniversario de su nacimiento. Tuvo lugar en la Biblioteca Pública de Palencia, su ciudad natal, el 7 marzo de 2023, con la participación de Nieves Fernández Buey, Esperanza Ortega y Juan José Tamayo.

 

Juan José Tamayo/teólogo de la liberación. Autor de Invitación a la utopía. Estudio histórico para tiempos de crisis (Editorial Trotta)

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