Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Jaume Franquesa: «Los grandes beneficiarios del despliegue renovable forman parte del problema del cambio climático»

Dani Domínguez

«Renovables sí, pero no así» es el lema que se puede leer en pancartas de vecinos y vecinas de diferentes localidades. En Galicia, en Aragón, en Castilla y León, en Catalunya, en Extremadura… Personas y plataformas que, lejos de oponerse a la transición de combustibles fósiles a fuentes renovables, creen que la implantación de estas últimas en los diferentes territorios no se está llevando a cabo de una manera democrática, sino que es el resultado de la imposición de grandes empresas.

En Molinos y gigantes (Errata Naturae, 2023), el antropólogo Jaume Franquesa, profesor e investigador en la Universidad de Búfalo, en Nueva York, repasa «la lucha por la dignidad, la soberanía energética y la transición ecológica» desde un pequeño rincón del Estado español: el sur de Catalunya. Una de esas zonas de sacrificio en manos del oligopolio eléctrico que primero la convirtió en la región más nuclearizada del país, y ahora, en una de las que acapara mayor densidad de parques eólicos.

A través de un exquisito repaso histórico y del testimonio de sus vecinos y vecinas, Franquesa reclama una transición energética real que garantice «un mundo rural vivo y la dignidad de sus habitantes».

Quizá la primera pregunta pueda parecer muy obvia, pero ¿qué es la transición energética?

La transición energética es un término engañoso: porque no sabemos si se refiere a algo que tiene que pasar o a algo que ya ha pasado. Como concepto, significa la sustitución de una fuente de energía por otra; lo que pasa es que, en la práctica, el término se usa más bien para explicar que una determinada fuente energética pasa a ganar el liderato; el ejemplo más obvio es cuando después de la II Guerra Mundial, el petróleo pasa a ser la principal fuente energética. Se produce una transición energética del carbón al petróleo, pero eso no significa que el carbón deje de utilizarse, más bien todo lo contrario, el uso de carbón sigue creciendo.

Si aplicado hacia el pasado el término es confuso, porque no se produce una sustitución real, aplicado al futuro es tramposo. ¿A qué nos referimos hoy con transición energética? ¿A la sustitución de fuentes fósiles por fuentes renovables o a la coexistencia entre ambas? Porque lo primero es una transición real y lo segundo es otra cosa.

Hay un concepto que suele ir aparejado al anterior, que es el de justicia; es decir, no vale solo con llevar a cabo una transición desde energías fósiles a renovables, sino que esta debe ser justa. ¿Qué características debe tener para ser justa?

La transición energética justa hay que entenderla como una extensión de lo que se conoce como justicia ambiental, es decir, la idea de que cuando nos referimos a cuestiones ambientales, los beneficios y las consecuencias de los daños no se reparten de una manera equitativa. Se trata de un término que nace en Estados Unidos en los años 80 para explicar que comunidades desfavorecidas en términos de clase y de raza sufren la mayor parte de los impactos ambientales en forma de problemas en la salud porque, por ejemplo, tienen las industrias contaminantes cerca de sus barrios.

La transición energética justa no es más que la aplicación de la idea de justicia ambiental a este cambio en el modelo, que viene a decir que los beneficios y las cargas deben repartirse en lugar de que los beneficios se los queden unos pocos y las consecuencias las pague el resto. Esa es la idea actual.

¿La transición actual, el despliegue renovable, se está haciendo de una forma justa? ¿En el Estado español?

Aquí hay diferentes cosas que tenemos que tener en cuenta. ¿Es justo que una persona que tiene un coche viejo no pueda entrar en el centro de Barcelona porque contamina más que quien tiene un coche nuevo? No lo sé. Lo que quiero transmitir es que hay multitud de factores dentro de la transición energética más allá del despliegue renovable, que es el tema que yo trato en el libro.

Y no, el despliegue renovable no se está llevando a cabo de una manera justa por varios motivos. El primero es que los grandes beneficiarios están siendo empresas a las que ya les va muy bien y que son parte del problema del cambio climático. Que el proceso de transición energética beneficie a los actores protagonistas del problema del calentamiento global no es justo.

Por otro lado, el despliegue de renovables en España no está siendo justo porque no ha facilitado la participación ciudadana. Y no hablo únicamente de la creación, por ejemplo, de comunidades energéticas, sino de que cuando se va a crear un parque eólico, haya mecanismos que permitan a la población local participar de las decisiones. Esto, aunque existe, no se ha fomentado, y eso es injusto.

Y el tercer motivo es la distribución territorial. En zonas como Extremadura o el sur de Catalunya, llueve sobre mojado; es decir, siempre nos toca a nosotros. Y, el problema es que estos territorios no van a ser los mayores beneficiarios de la producción energética, y eso tampoco parece justo.

Las regiones históricamente sacrificadas durante el franquismo para, por ejemplo, crear embalses, son también las elegidas en la actualidad para acoger la producción renovable. 

Totalmente. Los embalses son una pista perfecta. También lo son las nucleares. Lo he dicho antes: llueve sobre mojado.

Le iba a preguntar si la España vaciada y rural se estaba convirtiendo en una pila de producción y almacenamiento energético para las regiones industrializadas, pero es obvio que sí. El apellido del Ministerio para la Transición Ecológica es «Reto Demográfico». ¿Cree que se han olvidado de esta segunda parte?

Es muy interesante el nombre completo del ministerio porque muestra una idea: juntar el desafío de la transición ecológica con la despoblación, que vayan de la mano. Es cierto que la España vaciada ha entrado en la opinión pública, pero yo no creo que haya un debate real de fondo.

Lo primero que deberíamos hacer es entender qué es el reto demográfico. En este tema, y a pesar del libro, no soy nada quijotesco, es decir, no sé si hay que intentar rellenar la España vaciada. Lo que sí sé es que debemos intentar que no siga vaciándose. Empecemos por ahí para que la gente que esté allí pueda vivir y pueda tener un horizonte.

La transición energética suele presentarse de esa forma: se les dice a la gente de la España vaciada que, gracias al viento, van a tener una cosecha más. Esto es un pensamiento que, después, el Gobierno este y los anteriores no se han tomado totalmente en serio. Esto tiene que crear oportunidades en la España vaciada, pero no solo para los propietarios de las tierras, y para ello hay que crear los mecanismos para que sientan los proyectos como algo suyo, algo que cambia su economía.

En la España vaciada, las esperanzas e ilusiones van justitas después de años de sentimiento de abandono, por eso es importante que las cosas se hagan de una forma en la que no solo traigan oportunidades, sino que se vivan como propias.

El problema de esta España que cada vez se vacía más es que representa una buena noticia para las grandes empresas. Leyendo la declaración de impacto ambiental de un parque eólico, se decía algo así como que los molinos iban a tener un impacto visual pero al ser una zona despoblada, iba a afectar a poca gente.

Los argumentos son siempre los mismos. El primero es que traen el desarrollo a la zona y van a convertirla en un polo de industrialización. La retórica es: señores, venimos a salvarles. Y lo usan tanto empresas como gobiernos. Por eso les conviene que haya despoblación, porque pueden pedir alfombras a sus negocios utilizando este relato.

El segundo discurso defiende que, como hay poca gente, se pueden hacer más cosas. Esto ya se utilizó con el tema de los embalses, que obligó a muchas personas a irse de sus casas. Pero también se hizo con las nucleares. En el libro se explica que las nucleares se ponían en lugares como Ascó porque había poca gente. Un diputado del PSC/PSOE en el Congreso decía que un accidente nuclear era poco probable, pero que si sucedía, mejor que fuese en un sitio con poca gente. El mensaje era muy claro: son pocos e importan menos.

Algo que reconocen incluso altos cargos responsables de la transición es que esta depende de las empresas promotoras: ellas son las que eligen dónde, cómo, cuándo y cuánto. La única potestad que tiene la administración es decir si sí o si no. Dar este poder a empresas privadas, ¿es lógico?

No, así de sencillo. Aquí hay una coincidencia histórica que es que el proceso de liberalización económica coincide con el inicio del despliegue renovable. De esto hace casi 30 años pero, en este proceso de liberalización, el Estado ha ido perdiendo capacidad de organizar el sistema eléctrico, sobre todo la generación. La consecuencia de todo ello es que el Gobierno va abandonando sus atribuciones a la hora de poder planificar, y al final le queda solo la potestad de decir sí o no, como tú dices. Y ahora, con el nuevo decreto, prácticamente se  quita incluso parte de esa responsabilidad.

Creo que es importante, en primer lugar, establecer de qué hablamos cuando hablamos de energía. ¿Hablamos de algo que consideramos un bien básico, que tenemos que asegurar que llegue a toda la población, o hablamos de una mercancía que tiene que ajustarse a las leyes de mercado? Esta es la disyuntiva. Yo creo que tenemos que pensar la energía como un bien básico, pero es verdad que en el sistema en el que vivimos tengamos que encontrar una solución mixta. El problema es que la concepción de la energía como bien público se ha ido erosionando y ha ganado peso la segunda concepción, como mercancía.

El Gobierno lo que dice es que quiere meter en el mix eléctrico todos los megavatios de energía renovable que sean posible y cuanto antes. ¿Quién puede hacer esto? Las grandes empresas. Cuando se pone el megavatio por encima de cualquier otra consideración, lo que se está haciendo es dar todo el poder a las grandes empresas que, además, son muy sinceras cuando dicen cuál es su objetivo: obtener más beneficios. El problema es supeditar un servicio público a la consecución de plusvalías.

El Real Decreto Ley 20/2022 va en esa dirección: agiliza los trámites para la instalación de megaproyectos de la manera que sea.

Totalmente. Es un decreto sorprendente. Mi sensación, aunque yo no estoy en la cabeza de la ministra, es que lo que sucede aquí es que la oposición a estos proyectos ha crecido a medida que han crecido los proyectos. A medida que la España vaciada siente la presión, se rebela, y no por que se opongan a los proyectos, sino porque consideran que tienen que hacerse valer.

Yo tengo la sensación que esta normativa es un reconocimiento implícito de esto, del ruido que se está haciendo desde determinadas plataformas e iniciativas populares contra los grandes proyectos. El objetivo es evitar ese ruido. El problema es que el Gobierno debería operar al revés, es decir, el ruido debería llevarles a repensar la dinámica actual, no a intentar acallar el ruido.

Personas con conciencia social defienden que la urgencia de la lucha contra el cambio climático es la que obliga a que el desarrollo renovable se lleva a cabo sea como sea y consideran que lemas como «Renovables sí, pero no así» son egoístas porque, en realidad, lo que dicen es «Renovables sí, pero no aquí». ¿Cree que es así?

Me encanta esta pregunta. Déjame hacer una reflexión inicial: no todas las plataformas son iguales. En algunos casos puede haber un desinterés por las renovables y un perfil menos progresista, pero es minoritario.

Dicho esto, quienes hablan de egoísmo por parte de las plataformas porque se oponen a los proyectos en su zona pero no a los proyectos en otras, dicen la verdad, pero es verdad a un nivel tan superficial que es una falsedad. Pongamos una analogía: es como decir que los trabajadores de una empresa que protestan por la siniestralidad laboral que sufren solo están mirando por ellos mismos. Claro, están intentando resolver un problema que ellos sufren, pero abordan una cuestión que es sistémica.

En este caso, la España vaciada lo que está diciendo es que tal y como se les plantea el proyecto en su territorio, no lo quieren. ¿Eso es egoísmo? ¿Por qué? Lo que están diciendo es que tenemos un problema. No están diciendo que no y ya está, están diciendo que no de esa forma, están pidiendo que se haga de otra manera.

Hay un pasaje muy revelador en el libro en el que habla de cómo los vecinos y vecinas de Ascó fueron «engañados como niños» para que aceptasen la instalación de la central nuclear en el municipio. ¿Qué «golosinas» se están utilizando en la actualidad para convencer a las poblaciones rurales?

El caso de Ascó es interesante porque hace ya 50 años que pasó, pero todavía hoy se acuerdan de la fábrica de chocolate; porque lo primero que les dijeron a los vecinos es que allí se iba a construir una fábrica de chocolate, no una central nuclear. Esa farsa duró poco, un par de meses, pero 50 años después, cuando les preguntas, es la primera historia que cuentan. Esto les quema porque te dicen: «nos trataron como niños y, además, nos lo creímos». Son décadas de pensar «me trataron como paleto y, además, lo fui».

Sobre las golosinas que se dan ahora, debo decir que el desarrollo renovable es tan amplio que hay todo tipo de estrategias. Las empresas han utilizado diversidad de tácticas. Una de ellas es adelantar los pagos de las tierras. Esto es muy atractivo porque te da liquidez inmediata pero ya te obliga a futuro.

Otra táctica es la de presentar este dinero no tanto como una compensación justa sino como un regalo: miren, señores, les ha tocado, les vamos a dar dinero, de nada. Pero, en realidad, es un alquiler de tierras, no hay que dar las gracias, es un trato entre dos partes.

Y, después, existe la eterna promesa del desarrollo. Estos proyectos se venden como el futuro para la zona, para la comarca. Muchas veces van acompañados de promesas que no se cumplen, como la creación de un museo de viento, que debería haber docenas por toda España si esa promesa se cumple. A veces, también se promete la puesta en marcha de las plantas de ensamblaje en la zona, que eso, cuando sucede, sí que da mucho empleo.

Este relato del empleo es muy fuerte en determinadas zonas.

Es muy fuerte y ahí es donde las renovables tienen un problema, para ser honestos. Porque la nuclear emplea a mucha gente entre temporales y fijos, y las renovables, como mucho, emplean a una o dos personas de mantenimiento.

Hay una frase en el libro que de uno de mis mejores amigos en La Fatarella que se la dijo a Jordi Pujol cuando llegó a la zona a finales de los 90 a presentar el plan eólico. Este amigo mío le dijo: «Está muy bien que aprovechemos este recurso y yo estoy a favor. Pero aquí estamos para trabajar, no para alquilar terrenos». Lo que la gente quiere es ganarse la vida y las renovables ahí tienen un problema.

Fuente: Climática – La Marea, 29 de marzo de 2023 (https://www.climatica.lamarea.com/entrevista-jaume-franquesa-transicion-energetica/)

Fotografía: Tara Brazilian Chang

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *