Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Un eco fecundo: Algunos textos de Marx y Engels sobre la Revolución Francesa

Joan Tafalla

La revolución francesa está presente a lo largo y ancho de la obra de Marx y Engels. Fue para ellos un motivo de fecunda inspiración y de impulso teórico. En numerosas ocasiones, fue para ellos un modelo sobre el que reflexionar. Digamos, para emplear la expresión de Hobsbawn, que “La Marsellesa” tuvo en Marx y Engels, en su obra y en su acción revolucionaria, un eco fecundo. En éste número de Realitat tan sólo se pretende traer a colación algunos escritos integrantes de un largo recorrido teórico con la doble intención de resaltar algunos de los pasos más relevantes del mismo, así como  también de resaltar la clara evolución entre las posiciones iniciales de Marx y Engels sobre la Revolución Francesa,  en los año 40 y las que adoptaron al final de su vida.

Puede consultarse una buena selección de los escritos de Marx y Engels (probablemente completa) en “Sur la Révolution Française. Ecrits de Marx et Engels”. Antología publicada bajo la responsabilidad de Claude Mainfroy, .Messidor Editions Sociales, Paris 1985 ( 306 páginas). La presente selección de textos (adecuada en su tamaño a su publicación en Realitat) se ha realizado con la ayuda de dicho libro y siguiendo la investigación realizada en paralelo, por Joaquín Miras y por Jacques Texier en relación a la importancia del concepto de democracia en la obra de Marx i de Engels [1].  Los textos se publican con arreglo a las diversas traducciones españolas que se indican al inicio de cada uno de los textos.

Como selección que es, no aspira a la neutralidad, ni a la objetividad. Sin embargo, es preciso resaltar que se ha tratado de dar una imagen de la mencionada evolución y de la problemática de la relación entre nuestros autores y la revolución francesa. Entendemos el proceso revolucionario francés como un proceso que no se detiene en  1795 o en 1814, sino que prosigue para intentar realizar sus tareas pendientes en 1830, 1848 y 1871. Así lo entendían Marx i Engels y es por ello que nuestros lectores encontrarán aquí, textos que comentan o analizan aspectos de estas diversas revoluciones.

Insistimos en que una selección de citas no podría substituir la lectura de los textos referenciados completos, estudiados tambien, para su correcta comprensión en el marco histórico en que fueron producidos

La cuestión judía

(El texto con este título fue escrito por Marx entre agosto y diciembre de 1843,  apareció publicado en los Anuarios franco-alemanes en 1844. Traducción española de José María Ripalda en  OME/5 Obras de Marx y Engels Crítica. Editorial Grijalbo, Barcelona, Buenos Aires, México, 1978)

[…]“ Por  consiguiente no decimos a los judíos como Bauer: hasta que os emancipéis radicalmente del judaísmo, no podéis ser emancipados políticamente. Al contrario, lo que les decimos es: el hecho de que podáis ser emancipados políticamente, sin que abandonéis total y coherentemente el judaísmo, muestra que la emancipación política no es por sí misma la emancipación humana. Si los judíos queréis ser emancipados políticamente sin emanciparos humanamente, la inconsecuencia y la contradicción no es vuestra sino de la realidad  y categoría de la emancipación política. Si estáis presos en esta categoría, lo estáis con todos.(…) (pags. 192,193)

(…)Les droits de l’homme, los derechos humanos, se distinguen en cuanto tales de los droits du citoyen , los derechos políticos. ¿Quién es ese homme distinto del citoyen? Ni más ni menos que el miembro de la sociedad burguesa. ¿Por qué se llama “hombre”, hombre a secas? ¿Por qué se llaman sus derechos derechos humanos? ¿Cómo explicar este hecho? Por la relación entre Estado político y la sociedad burguesa, por lo que es la misma emancipación política.

Constatemos ante todo el hecho de que, a diferencia de los droits du citoyen, los llamados derechos humanos, los droits de l’  homme, no son otra cosa que los derechos del miembro de la sociedad burguesa, es decir del hombre egoísta, separado del hombre y de la comunidad. Claro que la Constitución más radical, la Constitución del 93, dice:

Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano.

Atículo 2: “Estos derechos, etc. (los derechos naturales e imprescriptibles) son : la igualdad, la libertad, la seguridad, la propiedad”

Pero ¿ en qué consiste la libertad?

Artículo 6: “La libertad es el poder que tiene el hombre de hacer todo lo que no perjudique a los derechos de otros”. O según la declaración de los derechos humanos de 1791, “La libertad consiste en poder hacer todo lo que no perjudique a otro”.

O sea que la libertad es el derecho de hacer y deshacer lo que no perjudique a otro. Los límites en los que cada uno puede moverse sin perjudicar a otro, se hallan determinados por la ley, lo mismo que la linde entre dos campos  por la cerca. Se trata de la libertad del hombre en cuanto mónada aislada y replegada en sí misma. (…)

(…) Pero el derecho humano de la libertad no se basa en la vinculación entre los hombres sino al contrario en su aislamiento. Es el derecho de este aislamiento, el derecho del individuo restringido, circunscrito a sí mismo.

La aplicación práctica del derecho humano de la libertad es el derecho humano de la propiedad privada.

¿En qué consiste el derecho humano de la propiedad privada?

Artículo 16 ( Constitución de 1793): “El derecho de propiedad es el que corresponde a todo ciudadano de disfrutar y disponer a su arbitrio de sus bienes, de sus ingresos, del fruto de su trabajo y de su industria”

Así pues el derecho humano de la propiedad privada es el derecho a disfrutar y disponer de los propios bienes a su arbitrio (“à son gré”), prescindiendo de los otros hombres, con independencia de la sociedad; es el derecho del propio interés. Aquella libertad individual y esta aplicación suya son el fundamento de la sociedad burguesa. Lo que dentro de ésta puede encontrar un hombre en  otro hombre no es  la realización si no al contrario la limitación  de su libertad. Pero el derecho humano que ésta proclama, es ante todo el

“de disfrutar a su arbitrio de sus bienes, de sus ingresos, del fruto de su trabajo y de su industria”.

Quedan aún otros derechos humanos, la égalité y la  sûreté.

La égalité, aquí en su significado apolítico, reduce a la igualdad de la Liberté que acabamos de describir, a saber: todos los hombres en cuanto tales son vistos por igual como mónadas independientes. De acuerdo con este significado la Constitución de 1795 define el concepto de igualdad así:

Artículo 3 ( Constitución de 1795): “La igualdad consiste en que la ley es la misma para todos, sea protegiendo sea castigando.”

¿Y la sûreté?

Artículo 8 ( Constitución de 1793): “La seguridad consiste en la protección acordada por la sociedad a cada uno de sus miembros para que conserve su persona, sus derechos y sus propiedades.”

La seguridad es el supremo concepto social de la sociedad burguesa, el concepto d                                                                                  el orden público: la razón de existir de toda la sociedad es garantizar a cada uno de sus miembros la conservación de su persona, de sus derechos y de su propiedad. En este sentido Hegel llama a la sociedad burguesa “el estado de la necesidad y del entendimiento discursivo”.

La idea de seguridad no saca a  la sociedad burguesa de su egoísmo, al contrario: la seguridad es la garantía de su egoísmo.

Ninguno de los llamados derechos humanos va por tanto  más allá del hombre egoísta, del hombre como miembro de la sociedad burguesa, es decir del individuo replegado sobre sí mismo, su interés privado y su arbitrio privado, y disociado de la comunidad. Lejos  de concebir al hombre como ser a nivel de especie, los derechos humanos presentan  la misma vida de la especie, la sociedad como marco externo a los individuos, como una restricción de su independencia originaria. El único vínculo  que les mantiene unidos es la necesidad natural, apetencias e intereses privados, la conservación de su propiedad y de su persona egoísta.

La Sagrada Familia o crítica de la crítica crítica. Contra Bruno Bauer y compañía.

La Sagrada Familia fue escrito durante el año 1844 y editado por primera vez en febrero de 1845 en Frankfurt. En esa obra conjunta de Marx y Engels se ajustaba cuentas teóricas con la “izquierda hegeliana” y forma parte de la evolución de ambos amigos desde el idealismo y el radicalismo hacia el materialismo y el comunismo. Para su polémica, Marx  “Utilizó una parte de los manuscritos sobre economía y filosofía redactados aquel mismo año y sus investigaciones sobre la historia de la revolución francesa”.[2] Los siguientes extractos se publican de acuerdo con la traducción de Pedro Scaron para OME 6/. Obras de Marx y Engels. Edición dirigida por Manuel Sacristán.

“ Las ideas que había hecho germinar la Revolución Francesa no llevaron más allá , sin embargo, del estado de cosas que dicha revolución quiso suprimir con la violencia”  [3].

Las ideas nunca pueden llevar más allá de un viejo estado de cosas mundial. Las ideas no pueden ejecutar absolutamente nada. Para ejecutar las ideas se requieren hombres que empleen un poder práctico. En su sentido literal, pues, la frase crítica es de nuevo una verdad que se comprende de por sí, o sea una vez más un “examen”.

No impugnada por este examen, la revolución Francesa ha hecho germinar ideas que llevaron más allá de las ideas correspondientes a todo el viejo estado mundial de cosas. El movimiento revolucionario que se inició en 1789 en el Cercle Social[4] , que a mediados de su trayectoria tuvo como sus principales representantes a Leclerc y Roux y que finalmente sucumbió por un momento con la conspiración de Babeuf, había hecho germinar las ideas comunistas que el amigo de Babeuf, Buonarroti, reintrodujo en Francia después de la revolución de 1830. Esta idea, consecuentemente desarrollada, es la idea del nuevo estado mundial de cosas.

“Después que la revolución, por consiguiente (¡), hubo abolido las demarcaciones feudales dentro de la vida del pueblo, se vio en la necesidad de satisfacer e incluso enardecer el egoísmo puro de la nacionalidad, y por otra parte de refrenarlo mediante su complemento necesario, el reconocimiento de un Ser Supremo, esto es, mediante esa confirmación superior de la esencia general del estado, esencia que debe mantener ligados los diversos átomos egoístas”[5]

El egoismo de la nacionalidad es el egoismo natural de la esencia general del estado, por oposición al egoísmo de las demarcaciones feudales. El ser Supremo es la confirmación superior de la esencia general del estado, y por ende, también de la nacionalidad. Ello no obstante, ¡ el Ser Supremo debe refrenar el egoísmo de la nacionalidad, vale decir, de la esencia general del estado! ¡ Faena verdaderamente crítica, esta de refrenar un egoísmo mediante su confirmación, y nada menos que mediante su confirmación religiosa, esto es, mediante el reconocimiento del mismo como ser sobrehumano y liberado, por tanto, de frenos humanos! Los creadores del ser supremo no se enteraron para nada de esta intención crítica que los animaba.

El señor Buchez, que basa el fanatismo de la nacionalidad en el fanatismo de la religión, comprende mejor a su héroe Robespierre. (…)

“La colosal idea de Robespierre y Saint-Just de constituir un “pueblo libre” que únicamente viviera conforme a las normas de la justicia y la virtud – véase, por ejemplo, el informe de Saint-Just sobre los crímenes de Danton y el referido a la policía general- solo pudo mantenerse durante cierto tiempo por el terror y era una contradicción, contra la cual los elementos vulgares y egoístas de la entidad popular reaccionaron de la manera cobarde y artera que por parte de ellos era de esperar”[6]

Esta frase crítico-absoluta que caracteriza a un “pueblo libre” de “contradicción” contra la que tienen que reaccionar los elementos de la “entidad popular”, es tan absolutamente huera, que libertad, justicia, virtud, en el sentido que les daban Robespierre y Saint-Just, sólo podían ser, por el contrario, manifestaciones vitales de un “pueblo” y atributos de la “entidad popular”. Robespierre y Saint-Just se refieren expresamente a la “libertad, justicia, virtud” de la Antigüedad, pertenecientes exclusivamente a la “entidad popular”. Espartanos, atenienses, romanos en la época de la grandeza son “pueblos libres, justos, virtuosos”

“¿Cuál es”, pregunta Robespierre en el discurso sobre los principios de la moral pública ( sesión de la Convención del 5 de febrero de 1794) “cual es el principio fundamental del gobierno democrático o popular? La virtud. Hablo de la virtud pública, que tan grandes portentos obró en Grecia y Roma y que los obrará, aún más admirables, en la Francia republicana; de la virtud, que no es otra cosa que el amor a la patria y a sus leyes”.

Acto seguido, Robespierre caracteriza expresamente a los atenienses y espartanos de “peuples libres”[7]. Constantemente rememora la entidad popular antigua y cita a sus héroes como a sus corruptores: Licurgo, Demóstenes, Milcíades, Arístides, Bruto y Catilina, César, Clodio, Pisón.

En el informe – citado por la crítica- sobre la detención de Dantón, Saint-Just dice expresamente:

“El mundo está vacío desde los romanos, y sólo el recuerdo de ellos lo llena y augura aún la libertad”

Su acusación está dirigida, a la manera antigua, contra Dantón como Catilina.

En el informe de Saint-Just sobre la policía general se describe al republicano, por entero, en el sentido antiguo: inflexible, frugal, sencillo, etc. La policía debe ser, por su naturaleza, una institución similar a la censura romana. Codro, Licurgo, César, Catón, Catilina, Bruto, Antonio, Casio, no faltan a la cita. Por último Saint-Just, con una sola frase, caracteriza la “libertad, justicia, virtud” que reclama, cuando dice:

“Que les hommes révolutionnaires soient des Romains”[8]

Robespierre, Saint-Just y su partido cayeron porque confundían la comunidad democrático-realista de la Antigüedad, fundada en la esclavitud real, con el estado representativo democrático-espiritualista moderno, basado en la esclavitud emancipada, en la sociedad burguesa. ¿Qué espejismo colosal, tener que reconocer y sancionar en los derechos humanos la sociedad burguesa moderna, la sociedad de la industria, de la competencia generalizada, de los intereses privados que persiguen libremente sus fines, de la anarquía de la individualidad natural y espiritual enajenada de sí misma, y al propio tiempo anular posteriormente las manifestaciones vitales de esta sociedad en diversos individuos y, a la vez, querer formar la cabeza política de esta sociedad a la manera de la Antigüedad!

Este espejismo se reviste de tragedia cuando Saint-Just, el día de su ejecución, señala el gran letrero con los derechos humanos colgado en la sala de Conciergierie[9] y exclama con orgullosa seguridad de sí mismo: “C’est pourtant moi qui ai fait cela”[10]. Este cartel, precisamente, proclamaba el derecho de un hombre que no puede ser el de la entidad comunitaria antigua, del mismo modo que sus relaciones económico-políticas e industriales no son las vigentes en la Antigüedad

No es este el lugar adecuado para justificar históricamente el espejismo padecido por los terroristas(…).

(…)Bajo el gobierno del Directorio brota con ímpetu la sociedad burguesa- la propia revolución la había liberado de los vínculos feudales y reconocido oficialmente, por más que el terrorismo la hubiera querido sacrificar a una vida política a la antigua- En arrolladoras correntadas de vidas. Periodo fermental y turbulento de especulaciones comerciales, de afán de riquezas, de vértigo de la nueva vida burguesa, cuyo primer autodisfrute es todavía insolente, frívolo, embriagador; despejamiento real del suelo francés, cuyo agrupamiento feudal había sido parcelado por el martillo de la revolución y al que el primer ardor febril de los numerosos propietarios nuevos sometía ahora a un cultivo multilateral; primeros movimientos de la industria liberada; tales son algunos de los signos de vida de la sociedad burguesa recién formada. La sociedad burguesa es representada positivamente por la burguesía. La burguesía, pues inicia su dominación. Los derechos humanos dejan de existir tan sólo en la teoría (…)

La Fiesta de las naciones en Londres

(Extracto del discurso de Friedrich Engels, en ocasión de celebrarse la instauración de la República Francesa, el 22 de setiembre de 1792). Los siguientes extractos se publican de acuerdo con la traducción de León Mames para OME 6/. Obras de Marx y Engels. Edición dirigida por Manuel Sacristán. Pags. 562-576.

(…)La confraternización de las naciones bajo la bandera de la democracia moderna, tal como emanó de la revolución francesa y se desarrolló en el comunismo francés y el cartismo inglés, demuestra que las masas y sus representantes saben mejor cómo están las cosas que la teoría alemana (…)Para resumir la cuestión: cuando hoy en día se habla de democracia, de confraternización de las naciones entre ingleses y franceses, y entre aquellos alemanes que participan en el movimiento práctico, que no son teóricos, no se debe pensar en absoluto solamente en lo político. Esta clase de fantasías solo existen ya entre los teóricos alemanes y algunos pocos extranjeros que no cuentan. En la realidad, esas palabras tienen un sentido social, en el cual se resuelve su significación política. Ya la revolución era algo totalmente diferente que la lucha por tal o cual forma de estado, como aún es bastante frecuente que se imagine en Alemania. La vinculación de la mayor parte de las insurrecciones de aquella época con una hambruna, la significación que tiene, ya a partir de 1789, el aprovisionamiento de la capital y la distribución de las reservas, el máximo, las leyes contra el acaparamiento de los alimentos, el grito de batalla de los ejércitos revolucionarios- “Guerre aux palais, paix aux chaumières”-[11] el testimonio de la Carmagnole, según la cual el republicano, además de du fer [12] y du coeur[13] también debe tener du pain[14] y cien otros rasgos externos evidentes demuestran ya, al margen de cualquier investigación más exacta de los hechos, hasta donde la democracia de entonces era algo totalmente diferente de una organización meramente política. Ya de por sí, se sabe que la constitución de 1793 y el terrorismo emanaron del bando que se fundó en el proletariado insurrecto, que la caída de Robespierre marca el triunfo de la burguesía sobre el proletariado, que la conspiración de Babeuf por la igualdad evidenció las últimas consecuencias de la democracia del 93, en tanto eran posibles por entonces. De principio a fin, la Revolución Francesa fue un movimiento social y, después de ella, una democracia puramente política se ha convertido en un absurdo liso y llano.

La democracia de hoy día es el comunismo. Otra democracia sólo puede existir ya en las mentes de los visionarios teóricos, quienes no se preocupan por los acontecimientos reales, para quienes no son los hombres y las circunstancias quienes desarrollan los principios, sino que, para ellos, los principios se desarrollan por sí solos. La democracia se ha convertido en principio proletario, en principio de las masas. Es posible que las masas tengan mayor o menor claridad acerca de éste, el único significado correcto de la democracia, pero para todos radica en la democracia, cuando menos, la oscura sensación de la igualdad de derechos sociales. Al calcular las huestes comunistas, se pueden contar tranquilamente las huestes democráticas. Y si los partidos proletarios de diversas naciones se unen, tendrán toda la razón para inscribir la palabra “democracia” en sus banderas, ya que, con excepción de quienes no cuentan, en 1846 todos los demócratas europeos son comunistas con mayor o menor claridad.

Asimismo, la celebración de la República francesa, a pesar de que la misma pueda estar “superada”, se halla completamente justificada para los comunistas de todos los países (…), realmente, en semejante época es necesario recordar a Marat y Danton, a Saint-Just y Babeuf, la alegría del triunfo de Jemmappes y Fleurus (…).

La critica moralizante y la moral critizante. Contribución a la historia de la cultura alemana. Contra Karl Heinzen

( Serie de artículos de Marx, publicados en el Deutsche-Brüsseler- Zeitung, num. 86, 87, 90, 92 y 94, correspondientes al 28 y 31 de octubre, 11, 18 y 25 de noviembre de 1847, respectivamente. Se recoge la traducción realizada por  Editorial Progreso, Obras Escogidas de Marx y Engels en tres tomos, Moscú, 1973)

(…) Por lo demás,  si la burguesía “mantiene la injusticia en las relaciones de propiedad” políticamente, es decir, por medio del poder del estado, no quiere decir que lo cree. ”La injusticia en las relaciones de propiedad” condicionada por la moderna división del trabajo, por la forma moderna del cambio, por la competencia, la concentración, etc. no brota, ni mucho menos, del poder político de la clase burguesa, sino que, por el contrario, es el poder político de clase burguesa el que brota de estas modernas relaciones de producción, que los economistas burgueses proclaman como leyes necesarias y eternas. Por tanto, si el proletariado derroca el poder político de la burguesía, su victoria no pasaría de ser pasajera, sería solamente un cambio al servicio de la misma revolución burguesa  , como lo fue en el año 1794, mientras la historia misma, en su desarrollo, en su “Movimiento” no se encargue de crear las condiciones materiales que hagan necesaria la abolición del modo de producción burgués y, por tanto y a la par con ello, el derrocamiento definitivo del poder político de la burguesía. De ahí que el régimen del Terror sólo sirviese, en Francia, para echar por tierra con sus formidables mazazos las supervivencias feudales, borrándolas como por encanto del suelo francés. La medrosa y prudente burguesía francesa habría necesitado décadas enteras para realizar esta labor. La acción sangrienta del pueblo no hizo más que allanarle el camino. Y tampoco el derrocamiento de la monarquía absoluta habría pasado de ser algo puramente momentáneo si las condiciones económicas no hubieran estado todavía maduras para la implantación del poder de la burguesía. Los hombres no erigen un mundo nuevo a base de las “bienes terrenales”, como se empeña en creer supersticiosamente el palurdo, sino partiendo de las conquistas históricas del mundo que fenece. Necesitan, ante todo, producir ellos mismos, en el curso de su desarrollo, las condiciones materiales para una nueva sociedad, sin que haya intención, por esforzada que ella sea, ni fuerza de voluntad capaces de eximirlos de esa necesidad.” (Deutsche-Brüsseler-Zeitung nº 90, 11 de noviembre de 1847. Pag. 213 de la mencionada edición).

La burguesía y la contrarrevolución

Extractos de artículos publicados en la Nueva Gazeta Renana  entre el 10 al 31 de diciembre de 1848. Extraido de “Sur la Révolution Française. Ecrits de Marx et Engels”. Antología publicada bajo la responsabilidad de Claude Mainfroy, .Messidor Editions Sociales, Paris 1985 ( 306 páginas)Pags. 120 121, 122.(Traducción del francés, JT).

[…]”No hay que confundir la revolución de marzo ni con la revolución inglesa de 1648, ni con la revolución francesa de 1789.

En 1648 la burguesía se había aliado al pueblo contra la realeza y la potencia de l’ Iglesia.

La revolución de 1789 no tenía otro modelo – al menos en Europa- que la revolución de 1648, la revolución de 1648 que el levantamiento de los Paises Bajos contra España. Las dos revoluciones habían avanzado un siglo sobre sus modelos, no solamente en cuanto al tiempo, sino en cuanto al contenido.

En las dos revoluciones la burguesía era la clase que se encontraba realmente a la cabeza del movimiento. En las ciudades, el proletariado y las otras categorías sociales no pertenecientes a la burguesía o bien no tenían intereses diferentes de los de la burguesía, o bien no formaban aún clases o fracciones de clase con una evolución independiente. Por consiguiente, incluso cuando se oponían a la burguesía, como por ejemplo entre 1793 a 1794 en Francia, ellas no luchaban por otra cosa que por hacer triunfar los intereses de la burguesía, aunque fuera de maneras diferentes. Todo el Terror en Francia no fue otra cosa que un método plebeyo de acabar con los enemigos de la burguesía, el absolutismo, el feudalismo y el espíritu pequeño-burgués.

Las revoluciones de 1648 y de 1789 no fueron revoluciones inglesa y francesa, eran revoluciones de estilo europeo. Ellas no fueron la victoria de una clase determinada de la sociedad sobre el antiguo sistema político, sino la proclamación de un sistema político para la nueva sociedad europea. Ellas eran el triunfo de la burguesía, pero el triunfo de la burguesía era entonces el triunfo de un nuevo sistema social, la victoria de la propiedad burguesa sobre la propiedad feudal, del sentimiento nacional sobre el provincianismo, de la concurrencia sobre el corporativismo, de la partición sobre el mayorazgo, de la dominación del propietario de la tierra sobre la dominación del propietario que lo era gracias a la tierra, de las Luces sobre la superstición, de la familia sobre el nombre, de la industria sobre la pereza heroica, del derecho burgués sobre los privilegios medievales. político para la nueva sociedad europea. Ellas eran el triunfo de la burguesía, pero el triunfo de la burguesía era entonces el triunfo de un nuevo sistema social, la victoria de la propiedad burguesa sobre la propiedad feudal, del sentimiento nacional sobre el provincianismo, de la concurrencia sobre el corporativismo, de la partición sobre el mayorazgo, de la dominación del propietario de la tierra sobre la dominación del propietario que lo era gracias a la tierra, de las Luces sobre la superstición, de la familia sobre el nombre, de la industria sobre la pereza heroica, del derecho burgués sobre los privilegios medievales. La revolución de 1648 era el triunfo del siglo 17 sobre el 16, la revolución de 1789, era la victoria del siglo 18 sobre el 17. Estas revoluciones expresaban más las necesidades de un mundo que las de las regiones del mundo donde ellas se producían, Francia e Inglaterra. […]”

Mensaje del Comité Central a la Liga de  los Comunistas

Escrito por Marx en Londres en marzo de 1850. Fue distribuido en forma de hoja volante. Fue publicado por Engels en una recopilación de escritos de Marx   sobre el “proceso de los comunistas”, en 1885. Se publica con arreglo a la traducción de Editorial Progreso, Obras Escogidas de Marx i Engels en tres tomos, Moscú  1973

[…] “ El primer punto que provocará el conflicto entre los demócratas burgueses y los obreros será la abolición del feudalismo. Al igual que en la primera revolución francesa, los pequeños burgueses entregarán las tierras feudales a los campesinos en calidad de propiedad libre, es decir, tratarán de conservar el proletariado agrícola y crear una clase campesina pequeñoburguesa, la cual pasará por el mismo ciclo de empobrecimiento y endeudamiento en que se encuentra actualmente el campesinado francés.

Los obreros, tanto en interés del proletariado agrícola como en el suyo propio, deben oponerse a este plan y exigir que las propiedades feudales confiscadas se conviertan en propiedad del estado y se transformen en colonias obreras explotadas por el proletariado agrícola asociado, el cual aprovechará todas las ventajas de la gran explotación agrícola. De este modo y en medio del resquebrajamiento de las relaciones burguesas de propiedad, el principio de la propiedad colectiva obtendrá inmediatamente una base firme. Del mismo modo que los demócratas se unen con los campesinos, los obreros deben unirse con el proletariado agrícola. Además, los demócratas trabajarán directamente por una república federal, o bien, en el caso de que no puedan evitar la formación de una república una e indivisible, tratarán por lo menos de paralizar al Gobierno central concediendo la mayor autonomía e independencia posibles a los municipios y a las provincias. En oposición a este plan, los obreros no sólo deberán defender la República  alemana única e indivisible, sino luchar en esta República por la más resuelta centralización del poder en manos del estado. Los obreros no se deben dejar desorientar por la cháchara democrática acerca del municipio libre, la autonomía local, etc. En un país como Alemania, donde hay tantas reminiscencias del medioevo que barrer y tanta terquedad local y provincial que romper, no se puede tolerar en modo alguno ni bajo ninguna circunstancia que cada aldea, ciudad o provincia pongan nuevos obstáculos a la actividad revolucionaria, que sólo puede desarrollar toda su fuerza habiendo centralización.  No se puede tolerar que vuelva a repetirse la situación actual, en que los alemanes deben ir conquistando cada paso de avance ciudad por ciudad y provincia por provincia. Y menos que nada puede tolerarse que al amparo de la llamada libre autonomía local se perpetúe la propiedad comunal – una forma de propiedad que incluso está por debajo de la moderna propiedad privada y que en todas partes se está descomponiendo y transformando en esta última – y se perpetúen los pleitos entre municipios ricos y pobres que esta propiedad comunal provoca, así como el derecho civil municipal, con sus triquiñuelas contra los obreros, y que subsiste al lado del derecho civil del Estado. Lo mismo que en Francia en 1793, la centralización más rigurosa debe ser hoy, en Alemania, la tarea del partido verdaderamente revolucionario”[…]

Engels colocó un Nota en la edición de 1885 que dice los siguiente: “En la actualidad, debemos hacer constar que éste párrafo se basa en un mal entendido. Debido a las falsificaciones de los historiadores bonapartistas y liberales, se consideraba entonces como un hecho establecido que la máquina centralizada de gobierno del estado francés había sido introducida por la gran revolución y que la Convención la utilizó como arma necesaria y decisiva para triunfar sobre la reacción monárquica y federal, así como sobre el enemigo exterior. Pero hoy día ya nadie ignora que durante toda la revolución hasta el 18 de Brumario, toda la administración de los departamentos, distritos y  municipios era elegida por lo propios gobernados y gozaba de completa libertad dentro del marco de las leyes generales del estado; que esta autonomía provincial y local análoga a la norteamericana, fue precisamente la palanca más poderosa en manos de la revolución hasta el punto que inmediatamente después de su golpe de estado de 18 de Brumario, Napoleón se apresuró a sustituirla por la administración de los prefectos, administración que se conserva hasta ahora y que ha sido, por tanto, desde los primeros momentos, un auténtico instrumento de la reacción. Pero, por cuanto la autonomía local y provincial no se opone a la centralización política y nacional, no hay por qué identificarlas con ese estrecho egoísmo cantonal o comunal, que con caracteres repulsivos nos ofrece Suiza, el mismo que los republicanos federales del sur de Alemania quisieron extender a todo el país en 1849”   (pags. 187-188)

El 18 de Brumario de Luis Bonaparte.

Escrito por Marx en como el mismo explica en el prólogo de la segunda edición entre enero y febrero de 1852, en ocasión del golpe de estado de aquel a quien Victor Hugo llamó “Napoleón del pequeño”. En el mismo prólogo, Marx  explica la intención de su escrito del siguiente modo: “…muestro como la lucha de clases creó en Francia las circunstancias y las condiciones que permitieron a un personaje mediocre y grotesco representar el papel de héroe”. Los párrafos siguientes se publican de acuerdo con la traducción de O.P. Safont para la Editorial Ariel, Barcelona 1871.

[…] “Finalmente, confío en que mi obra contribuirá a eliminar ese tópico del llamado cesarismo, tan corriente , sobretodo actualmente en Alemania. Esta superficial analogía histórica se olvida lo principal: en la antigua Roma, la lucha de clases sólo se ventilaba entre una minoría privilegiada, entre los libres ricos y los libres pobres, mientras la gran masa productiva de la población, los esclavos, formaban un pedestal puramente pasivo para aquellos luchadores. Se olvida la importante sentencia de Sismondi: el proletariado romano vivía a costa de la sociedad, mientras que la moderna sociedad vive a costa del proletariado. La diferencia de condiciones materiales, económicas, de la lucha de clases antigua y moderna es tan radical, que sus abortos políticos respectivos ni pueden tener más semejanza los unos con los otros que el arzobispo de Canterbury y el sumo sacerdote Samuel” ( del prólogo de 1869)

“Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal se producen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y otra vez como farsa. Caussidière por Danton, Louis Blanc por Robespierre, la Montaña de 1848 a 1851 por la Montaña de 1793 a 1795, el sobrino por el tío. ¡ Y la misma caricatura en las circunstancias que acompañan a la segunda edición del dieciocho de brumario![15]

Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen arbitrariamente, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo circunstancias directamente dadas y heredadas del pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Así, Lutero se disfrazó de apóstol Pablo, la revolución de 1789-1814 se vistió alternativamente con el ropaje de la república Romana y del Imperio Romano, y la revolución de 1848 no supo hacer nada mejor que parodiar aquí al 1789 y allá la traición revolucionaria de 1793 a 1795. Es como el principiante que ha aprendido un idioma nuevo: lo traduce siempre a su idioma nativo, pero sólo se asimila el espíritu del nuevo idioma y sólo es capaz de producir libremente en el cuando se mueve dentro de él sin reminiscencias y olvida en él su lengua natal.

Si examinamos aquellas conjuraciones de los muertos en la historia universal, observamos en seguida una diferencia que salta a la vista. Camille Desmoulins, Danton, Robespierre, Saint-Just, Napoleón, lo mismo los héroes que los partidos y la masa de la antigua revolución francesa, cumplieron, bajo el ropaje romano y con frases romanas, la misión de su tiempo: es decir, la eclosión e instauración de la sociedad burguesa moderna. Los primeros destrozaron la base del feudalismo y segaron las cabezas feudales que habían brotado en ella. Napoleón creó en el interior de Francia las condiciones bajo las cuales podía desarrollarse la libre concurrencia, explotarse la propiedad territorial parcelada, utilizarse las fuerzas productivas industriales de la nación, que habían sido liberadas; mientras que del otro lado de las fronteras francesas barrió por todas partes las formaciones feudales, en el grado en que esto era necesario para rodear a la sociedad burguesa de Francia en este continente europeo de un ambiente adecuado, acomodado a los tiempos. Una vez instaurada la nueva formación social, desaparecieron los colosos antidiluvianos, y con ellos el romanismo resucitado: los Bruto, los Graco, los Publícola, los tribunos, los senadores y hasta el mismo César. Con su sobrio realismo, la sociedad burguesa se había creado sus verdaderos intérpretes y portavoces en los Say, los Cousin, los Royer-Collard, los Benjamin Constant y los Guizot; sus verdaderos generalísimos estaban en las oficinas comerciales, y la cabeza mantecosa de Luis XVIII era su cabeza política. Completamente absorbida por la producción de la riqueza y por la lucha pacífica de la concurrencia, ya no se daba cuenta de que los espectros del tiempo de los romanos habían velado su cuna. Pero, por muy poco heroica que la sociedad burguesa sea, para traerla al mundo habían sido necesarios, sin embargo, el heroísmo, la abnegación, el terror, la guerra civil y las batallas de los pueblos. Y sus gladiadores encontraron en las tradiciones clásicamente severas de la república Romana los ideales y las formas artísticas, las ilusiones que necesitaban para ocultarse a sí mismos el contenido burguesamente limitado de sus luchas y mantener su pasión a la altura de la gran tragedia histórica. Así, en otra fase de su desarrollo, un siglo antes, Cromwell y el pueblo inglés habían ido a buscar en el Antiguo Testamento el lenguaje, las pasiones y las ilusiones para su revolución burguesa. Alcanzada la verdadera meta, realizada la transformación burguesa de la sociedad inglesa, Locke desplazó a Habacuc[16]

En aquellas revoluciones, la resurrección de los muertos servía, pues, para glorificar las nuevas luchas y no para parodiar las antiguas, para exagerar en la fantasía la misión trazada, y no para retroceder en la realidad ante su cumplimiento, para encontrar de nuevo el espíritu de la revolución y no para hacer vagar otra vez su espectro(…)

(…)La revolución social del siglo XIX no puede sacar su poesía del pasado, sino solamente del porvenir. No puede comenzar su propia tarea antes de despojarse de toda veneración supersticiosa por el pasado. Las anteriores revoluciones necesitaban remontarse a los recuerdos de la historia universal o para aturdirse acerca de su propio contenido. La revolución del siglo XIX debe dejar que los muertos entierren a sus muertos, para cobrar conciencia de su propio contenido. Allí la frase desbordaba el contenido; aquí el contenido desbordaba a la frase.(…)

(…)Las revoluciones burguesas, como las del siglo XVIII, avanzan arrolladoramente de éxito en éxito, sus efectos dramáticos se atropellan, los hombres y las cosas parecen iluminados por fuegos diamantinos, el éxtasis es el estado permanente de la sociedad; pero estas revoluciones son de corta vida, llegan en seguida a su apogeo y una larga depresión se apodera de la sociedad, antes de haber aprendido a asimilar serenamente los resultados de su periodo impetuoso y turbulento. En cambio, las revoluciones proletarias, como las del siglo XIX, se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo desde el principio, se burlan concienzuda y cruelmente de la indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos, parece que sólo derriban a su adversario para que éste saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas, retroceden constantemente aterradas ante la limitada inmensidad de sus propios fines, hasta que se crea una situación que no permite volverse atrás y las circunstancias mismas gritan: Hic Rhodus, hic salta! ¡Aquí está Rodas, salta aquí! […][17]

La guerra civil en Francia.

Este texto de Marx, fue escrito como Manifiesto por encargo del Consejo General de la internacional recogemos de él algunos párrafos tanto del Manifiesto como del prólogo que escribió Engels en ocasión de su primera reedición  en Londres en 1891, ocasión del vigésimo aniversario de la Comuna. En la edición del texto realizada por Ediciones de Cultura Popular , Barcelona 1968., la traducción corresponde a un misterioso I.M-L. ( cuyas siglas hoy son perfectamente comprensibles).

Del prólogo de Engels de 1891: “ (…) ¿Y que hizo la Comuna, compuesta en su mayoría precisamente por blanquistas? En todas las proclamas dirigidas a los franceses de provincias, la Comuna les invita a crear una Federación libre de todas las Comunas de Francia con Paris, una organización nacional que, por vez primera, iba a ser creada realmente por la misma nación. Precisamente el poder opresor del antiguo gobierno centralizado – el ejército, la policía política y la burocracia -, creado por Napoleón en 1789 y que desde entonces había sido heredado  por todos los nuevos gobiernos como un instrumento grato, empleándolo contra sus enemigos, precisamente éste debía ser derrumbado en toda Francia, como había sido derrumbado ya en París.

La Comuna tuvo que reconocer desde el primer momento que la clase obrera, al llegar al poder, no puede seguir gobernando con la vieja máquina del Estado: que, para no perder de nuevo su dominación recién conquistada, la clase obrera tiene, de una parte, que barrer toda la vieja máquina represiva utilizada hasta entonces por ella, y, por otra parte, precaverse contra sus propios diputados y funcionarios declarándolos a todos sin excepción revocables en cualquier momento. ¿ Cuáles eran las características del Estado entonces? En un principio, por medio de la simple división del trabajo, la sociedad creó los órganos especiales destinados a velar por sus intereses comunes. Pero, a la larga, estos órganos, a la cabeza de los cuales figuraba el Poder estatal, persiguiendo sus propios fines específicos, se convirtieron de servidores de la sociedad en señores de ella.(…)Contra esta transformación del Estado y de los órganos del Estado de servidores de la sociedad en señores de ella, transformación inevitable en todos los Estados anteriores, empleó la Comuna dos remedios infalibles. En primer lugar, cubrió todos los cargos administrativos, judiciales y de enseñanza por elección, mediante sufragio universal, concediendo a los electores el derecho de revocar en todo momento a sus elegidos. En segundo lugar, todos los funcionarios, altos y bajos, estan retribuidos como los demás trabajadores. El sueldo máximo abonado por la Comuna era de 6.000 francos. Con este sistema se ponía una barrera eficaz al arrivismo y a la caza de cargos, y esto sin contar con los mandatos imperativos que, por añadidura, introdujo la Comuna para los diputados a los cuerpos representativos…En realidad, el estado no es más que una máquina para la opresión de una clase por otra, lo mismo en al república democrática que bajo la monarquía; y en el mejor de los casos, un mal que se transmite hereditariamente al proletariado triunfante en su lucha por la dominación de clase. El proletariado victorioso, lo mismo que hizo la Comuna, no podrá por menos de amputar inmediatamente a los lados peores de este mal, entretanto que una generación futura, educada en condiciones sociales nuevas y libres, pueda deshacerse de todo ese trasto viejo del Estado.

Ultimamente, las palabras “dictadura del proletariado” han vuelto a sumir en santo horror al filisteo socialdemócrata. Pues bien caballeros, ¿queréis saber qué faz presenta esta dictadura? Mirad a la Comuna de París: He ahí la dictadura del proletariado”

Del texto de Marx de 1870 ( Segundo Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de Trabajadores sobre la guerra Franco-prusiana): “(…) Como ellos, celebramos el advenimiento de la república en Francia, pero al mismo tiempo, nos atormentan dudas que confiamos serán infundadas. Esta república no ha derribado el trono, sino que ha venido simplemente a ocupar su vacante. Ha sido proclamada, no como una conquista social, sino como una medida de defensa nacional. Se halla en manos de un gobierno provisional compuesto en parte por notorios orleanistas y en parte por republicanos burgueses, en algunos de los cuales dejó su estigma indeleble la insurrección de junio de 1848. El reparto de funciones entre los miembros de este gobierno no augura nada bueno. Los orleanistas se han adueñado de los baluartes del ejército y la policía, dejando a los que se proclaman republicanos los departamentos puramente retóricos. Algunos de sus primeros actos de gobierno bastan para revelar que no han heredado del Imperio solamente un montón de ruinas, sino también su miedo a la clase obrera. Y si hoy, en nombre de la república y con fraseología desenfrenada se prometen cosas imposibles, ¿ no será acaso para preparar el clamor que exija un gobierno “posible”? ¿ No estará la república destinada, en la mente de algunos empresarios burgueses, a servir de sustituto temporal de la monarquía y de puente para la restauración orleanista ?

Como vemos, la clase obrera de Francia tiene que hacer frente a condiciones dificilísimas. Cualquier intento de derribar el nuevo gobierno en el trance actual, con el enemigo llamando casi a las puertas de París, sería una locura desesperada. Los Obreros franceses deben cumplir con su deber de ciudadanos; pero, al mismo tiempo, no deben dejarse llevar por los recuerdos nacionales de 1792, como los campesinos franceses se dejaron engañar por los recuerdos nacionales del Primer Imperio. Su misión no es repetir el pasado, sino construir el futuro. Que aprovechen serena y resueltamente las oportunidades que les brinda la libertad republicana para trabajar en la organización de su propia clase. Eso les infundirá nuevas fuerzas hercúleas para la regeneración de Francia y para nuestra obra común: la emancipación del trabajo. De su energía y de su prudencia depende la suerte de la República.(…)”

Del texto de Marx de 1871 ( Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de Trabajadores sobre la guerra civil en Francia en 1871): “Al alborear el 18 de marzo de 1371, París se despertó entre un clamor de gritos de “Vive la Commune!” ¿Qué es la Comuna, esa esfinge que tanto atormenta a los espíritus burgueses? “Los proletarios de París –decía el Comité Central en su manifiesto de 18 de marzo , en medio de los fracasos y las traiciones de las clases dominantes, se han dado cuenta de que ha llegado la hora de salvar la situación tomando en sus manos la dirección de los asuntos públicos… Han comprendido que es su deber imperioso y su derecho indiscutible hacerse dueños de su propio destino indiscutible tomando el Poder”. Pero la clase obrera no puede limitarse simplemente a tomar posesión de la máquina del Estado tal y como está y servirse de ella para sus propios fines.

El poder estatal Centralizado, con sus órganos omnipotentes: el ejército permanente, la policía, la burocracia, el clero y la magistratura – órganos creados con arreglo a un plan de división sistemática y jerárquica del trabajo, procede de los tiempos de la monarquía absoluta y sirvió a la naciente sociedad burguesa como una arma poderosa en sus luchas contra  el feudalismo. Sin embargo su desarrollo se veía entorpecido por toda la basura medieval: derechos señoriales, códigos provinciales. La escoba gigantesca de la revolución francesa del siglo XVIII barrió estas reliquias de tiempos pasados, limpiando así al mismo tiempo, el suelo de la sociedad de los últimos obstáculos que se alzaban ante la superestructura del edificio del Estado moderno, erigido bajo Primer Imperio, que, a su vez, era el fruto de las guerras de coalición de la vieja Europa semifeudal contra la moderna Francia. Durante los regímenes siguientes, el gobierno, colocado bajo el control del parlamento – es decir, bajo el control directo de las clases poseedoras -, no sólo se convirtió en un vivero enormes deudas nacionales y de impuestos agobiadores, sino que, con la seducción irresistible de cargos, momios y empleos, acabó siendo la manzana de la discordia entre las fracciones rivales y los aventureros de las clases dominantes; por otra parte, su carácter político cambiaba simultáneamente con los cambios económicos operados en la sociedad. Al paso que los progresos de la moderna industria desarrollaban, ensanchaban y profundizaban el antagonismo de clase entre el capital y el trabajo, el Poder del Estado fue adquiriendo cada vez más destacado el carácter puramente represivo del Poder del Estado. La revolución de 1830, al traducirse en el paso del gobierno de manos de los terratenientes a manos de los capitalistas, lo que hizo fue transferirlo de los enemigos más remotos a los enemigos más directos de la clase obrera. Los republicanos burgueses, que se adueñaron del poder del estado en nombre de la revolución de febrero, lo usaron para las matanzas de junio, para probar a la clase obrera de que la república “social” es la república que asegura su sumisión social y para convencer a la masa monárquica de los burgueses y terratenientes de que pueden dejar sin peligros los cuidados y los gajes del gobierno a los “republicanos” burgueses. Sin embargo, después de su primera y heroica hazaña de Junio, los republicanos burgueses tuvieron que pasar de la cabeza a la cola del “partido del orden”, coalición formada por todas las fracciones y facciones rivales de la clase apropiadora, en su antagonismo, ahora franco y manifiesto, contra las clases productoras. La forma más adecuada para este gobierno por acciones era la república parlamentaria , con Luis Bonaparte por presidente. Fue éste un régimen de franco terrorismo de clase y de insulto deliberado contra la “vile multitude”  ( vil muchedumbre). Si la república parlamentaria, como decía M. Thiers, era “la que menos les dividía” ( a las diversas fracciones de la clase dominante), en cambio abría un abismo entre esta clase y el conjunto de la sociedad situados fuera de sus escasas filas. Su unión venia a eliminar las restricciones que sus discordias imponían al Poder del Estado bajo regímenes anteriores, y, ante la amenaza de un alzamiento del proletariado, se sirvieron del Poder del estado, sin piedad y con ostentación, como de una máquina nacional de guerra del capital contra el trabajo. Pero esta cruzada ininterrumpida contra las masas productoras les obligaba, no solo a revestir al Poder ejecutivo de facultades de represión cada vez mayores, sino, al mismo tiempo a despojar a su propio baluarte parlamentario- La Asamblea Nacional -, uno por uno, de todos los medios de defensa contra el Poder ejecutivo. Hasta que éste, en la persona de Luis Bonaparte, les dio un puntapié. El fruto natural de la república del “partido del orden” fue el Segundo Imperio. (…) [El segundo Imperio] En realidad, era la única forma de gobierno posible, en un momento en que la burguesía había perdido ya la facultad de gobernar el país y la clase obrera no la había adquirido aún.(…)

(…) La antítesis directa del Imperio era la Comuna. El grito de “república social”, con que la revolución de Febrero fue anunciada por el proletariado de París, no expresaba más que el vago anhelo de la dominación de clase, sino con la propia dominación de clase. La Comuna era la forma positiva de esta república.(…)

(…) La Comuna estaba formada por los consejeros municipales elegidos por sufragio universal en los diversos distritos de la ciudad. Eran responsables y revocables en todo momento.

La mayoría de sus miembros eran, naturalmente, obreros o representantes reconocidos de la clase obrera. La Comuna no había de ser un organismo parlamentario, sino una corporación de trabajo ejecutiva y legislativa al mismo tiempo. En vez de continuar siendo un instrumento del gobierno central, la policía fue despojada inmediatamente de sus atributos políticos y convertida en instrumento de la Comuna, responsable ante ella y revocable en todo momento. (…)

(…)Como es lógico,  la Comuna de París había de servir como modelo a todos los grandes centros industriales de Francia. Una vez establecido el régimen comunal, el antiguo gobierno centralizado tendría que dejar paso también en provincias al gobierno de los productores por los productores. En el breve esbozo de organización nacional que la Comuna no tuvo tiempo de desarrollar, se dice claramente que la Comuna habría de ser la forma política que revistiese hasta la aldea más pequeña del país y que en los distritos rurales el ejército permanente habría de ser reemplazado por una milicia popular, con un plazo de servicio extraordinariamente corto. Las comunas rurales administrarían sus asuntos colectivos por medio de una asamblea de delegados en la capital del distrito correspondiente y estas asambleas, a su vez, enviarían diputados a la Asamblea Nacional de delegados  de París, entendiéndose que todos los delegados serían revocables en todo momento y se hallarían obligados por el mandato imperativo (instrucciones) de sus electores. Las pocas pero importantes funciones que aún quedarían para un gobierno central no se suprimirían, como se ha dicho, falseando de intento la verdad, sino que serían desempeñadas por agentes comunales y, por tanto, estrictamente responsables. No se trataba de destruir la unidad de la nación, sino por el contrario, de organizarla mediante un régimen comunal, convirtiéndola en una realidad al destruir el Poder del Estado, que pretendía ser la encarnación de aquella unidad, independiente y situado por encima de la nación misma, en cuyo cuerpo no era más que un excrecencia parasitaria. Mientras que los órganos puramente represivos del viejo Poder estatal habían de ser amputados, sus funciones legítimas habían de ser arrancadas a una autoridad que usurpaba una posición preeminente sobre la sociedad misma, para restituirla a los servidores responsables de esta sociedad. En vez de decidir una vez cada tres o seis años qué miembros de la clase dominante han de representar y aplastar al pueblo en el parlamento, el sufragio universal habría de servir al pueblo organizado en comunas, como el sufragio individual sirve a los patronos que buscan obreros y administradores para sus negocios. Y es bien sabido que lo mismo las compañías que los particulares, cuando se trata de negocios saben generalmente colocar a cada hombre en el puesto que le corresponde y, si alguna vez se equivocan, reparan su error con presteza. Por otra parte, nada podría ser más ajeno al espíritu de la Comuna que sustituir el sufragio universal por una investidura jerárquica.

Generalmente, las creaciones históricas completamente nuevas están destinadas a que se las tome por una reproducción de formas viejas e incluso difuntas de la vida social, con las cuales pueden presentar cierta semejanza. Así, esta nueva Comuna que viene a destruir el poder estatal moderno, se ha  confundido con una reproducción de las comunas medievales, que primero precedieron a ese mismo Estado y luego le sirvieron de base. Él régimen comunal se ha tomado erróneamente por un intento de fraccionar en una federación de pequeños Estados, como la soñaban Montesquieu y los girondinos, aquella unidad de las grandes naciones que si en sus orígenes fue instaurada por la violencia, hoy se ha convertido en un factor poderoso de la reproducción social. El antagonismo entre la Comuna y el Poder del estado se ha presentado equivocadamente como un forma exagerada de la vieja lucha contra el excesivo centralismo. Circunstancias históricas peculiares pueden en otros países haber impedido el desarrollo clásico de la forma burguesa de gobierno al modo francés y haber permitido, como en Inglaterra, completar en la ciudad los grandes órganos centrales del Estado con asambleas parroquiales ( vestries ) corrompidas, concejales concusionarios y feroces administradores de la beneficencia, y, en el campo, con jueces virtualmente hereditarios. El régimen comunal habría devuelto al organismo social todas las fuerzas que hasta entonces venía absorbiendo el estado Parásito, que se nutre a expensas de la sociedad y entorpece su libre movimiento. (…) Sólo en la cabeza de un Bismarck, que, cuando está metido en sus intrigas de sangre y hierro, gusta de volver a su antigua ocupación, que tan bien cuadra a su calibre mental, de colaborador del Kladderadatsch (el Punch de Berlín )[18], sólo en una cabeza como ésa podía caber el achacar a la Comuna de París la aspiración de reproducir aquella caricatura de la organización municipal francesa de 1791 que es la organización municipal de Prusia, donde la administración de las ciudades queda rebajada al papel de simple engranaje secundario de la maquinaria policíaca del estado prusiano. La Comuna convirtió en una realidad ese tópico de todas las revoluciones burguesas que es “un gobierno barato”, al destruir las dos grandes fuentes de gastos: el ejército permanente y la burocracia del Estado. Su sola existencia presuponía la no existencia de la monarquía que, en Europa al menos, es el lastre normal y el disfraz indispensable de la dominación de clase. La Comuna dotó a la república de una base de instituciones realmente democráticas. Pero, ni el gobierno barato, ni la “verdadera república” constituían su metal final; no eran más que fenómenos concomitantes.

(…)He aquí su verdadero secreto. La Comuna era, esencialmente, un gobierno de la clase obrera, fruto de la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora, la forma política al fin descubierto para llevar a cabo dentro de ella la emancipación económica del trabajo.

(…) Cuando la Comuna de París tomó en sus propias manos la dirección de la revolución; cuando, por primera vez en la historia, los simples obreros se atrevieron a violar el monopolio de gobierno de sus “superiores naturales”, y, en circunstancias de una dificultad sin precedentes, realizaron su labor de un modo modesto, concienzudo y eficaz, con sueldos el más alto de los cuales apenas representaba una quinta parte de la suma que según una alta autoridad científica [19] es el sueldo mínimo del secretario de un consejo escolar de Londres, el viejo mundo se retorció en convulsiones de rabia ante el espectáculo de la Bandera Roja, símbolo de la República del Trabajo, ondeando sobre el Hôtel de Ville.(…)”

El papel de la violencia en la historia

Escrito entre diciembre de 1887 i marzo de 1888. Este texto póstumo de Engels desarrollaba algunos aspectos del principio de la primera parte del AntiDürhing . Publicado por primera vez  en Die Neue Zeit , números 22 a 26 entre 1895 y 1896. Traducción de Editorial Progreso, obras escogidas de Marx y Engels, Moscú,      .

[…] Pero sobreviene la revolución francesa. Lo que Alsacia y Lorena no se habían atrevido a esperar de Alemania les regaló F  rancia. Las trabas feudales fueron rotas. El campesino siervo sujeto a la corvea devino hombre libre, en mucho casos propietario libre de su finca y de su campo. En las ciudades desaparecieron el poder de los patricios y los privilegios gremiales. Se expulsó a la nobleza y, en las posesiones de los pequeños príncipes y señores, los campesinos siguieron el ejemplo de sus vecinos; echaron a los dinastas, las cámaras del gobierno y la nobleza y se proclamaron ciudadanos franceses libres. En ninguna parte de Francia, el pueblo se adhirió con mayor entusiasmo a la revolución que en las regiones de habla alemana. Y cuando el Imperio germánico declaró la guerra a la revolución, cuando se vio a los alemanes, además de soportar aún obedientes sus cadenas, se dejaban utilizar para volver a imponer a los franceses su antigua servidumbre y, a los campesinos de Alsacia, los señores feudales que acababan de ser expulsados, se acabó el germanismo de Alsacia y Lorena, cuyos habitantes aprendieron a odiar y despreciar a los alemanes. Entonces se compuso en Estrasburgo la Marsellesa  y fueron los alsacianos los primeros en cantarla; los franceses alemanes, a despecho del idioma y del pasado, en los campos de centenares de batallas en la lucha por la revolución, se unieron a los franceses nacionales para formar un mismo pueblo.

¿Acaso la gran revolución no había hecho el mismo milagro con los flamencos de Dunkerque, con los celtas de Bretaña y con los italianos de Córcega? Y cuando nos quejamos de que lo mismo haya ocurrido a los alemanes, ¿no nos habremos olvidado que toda la orilla izquierda del Rin, aun habiendo tenido una participación pasiva en la revolución estuvo a favor de los franceses cuando los alemanes volvieron a entrar en esas tierras en 1814 y siguió así hasta 1848, cuando la revolución rehabilitó a los alemanes a los ojos  de la población de las regiones renanas? ¿ Acaso nos olvidamos de que el entusiasmo de Heine por los franceses y hasta su bonapartismo no eran otra cosa que el eco del estado de espíritu de todo el pueblo de la orilla izquierda del Rin?

Cuando los aliados entraron en Francia en 1814, precisamente en Alsacia y Lorena tropezaron con los enemigos más decididos, con la resistencia más fuerte por parte del propio pueblo, ya que se sentía el peligro de que habría que volver a pertenecer a Alemania. Mientras tanto, en Alsacia y Lorena se hablaba aún exclusivamente en alemán. Pero, cuando ya no había peligro de que se le apartase de Francia, cuando se puso fin a los apetitos anexionistas de los chovinistas románticos alemanes, se comprendió que era necesario unirse más estrechamente a Francia incluso desde el punto de vista del idioma; a partir de ese momento se hizo lo mismo que en Luxemburgo, se procedió voluntariamente al paso de las escuelas a la enseñanza en francés. No obstante, el proceso de transformación era muy lento; sólo la actual generación de la burguesía se ha afrancesado afectivamente mientras que los campesinos y los obreros siguen hablando el alemán. La situación es aproximadamente la misma que en Luxemburgo; el alemán literario cede lugar al francés ( excepto parcialmente en el púlpito), pero el dialecto popular alemán ha perdido terreno sólo en la frontera lingüística, siendo de uso familiar más común que en la mayor parte de Alemania.

Tal es el país que Bismark y los junkers prusianos, sostenidos, al parecer por la reminiscencia de un romanticismo chovinista inseparable de todas las iniciativas alemanas, se propusieron volverlo a convertir en país alemán. El propósito de convertir Estrasburgo, la patria de la Marsellesa , en ciudad alemana fue tan absurdo como el deseo de hacer de Niza, la patria de Garibaldi, una ciudad francesa…(pags. 432 y 433)

“[…]El jurista inglés se apoya en un pasado jurídico que ha salvado, a través de la Edad Media, una buena parte de la antigua libertad germánica, que ignora el estado policíaco, estrangulado ya en su embrión por las dos revoluciones del siglo XVII, y ha alcanzado su apogeo en dos siglos de desarrollo continuo de la libertad civil. El jurista francés se apoya en la gran revolución que, después de acabar con el feudalismo y la arbitrariedad policíaca absolutista tradujo las condiciones de vida económica de la sociedad moderna recién nacida al lenguaje de las normas jurídicas en su clásico código proclamado por Napoleón. Y ¿ cuál es, pues, la base histórica en que se apoyan nuestros juristas alemanes? Nada más que el proceso de descomposición secular y pasivo de los vestigios de la Edad Media, acelerado en su mayor parte por golpes desde fuera y que, todavía hoy, no ha terminado; una sociedad económicamente atrasada, en la que el junker feudal y el maestro de un gremio andan como fantasmas en busca de un nuevo cuerpo para encarnarse; una situación jurídica, en que la arbitrariedad policíaca – habiendo desaparecido en 1848 la justicia secreta de los príncipes abre todavía una hendedura tras otra[…]”

Carta de Engels a Adler. Londres, 4 de diciembre de 1889

Le recomiendo que revise el Cloots de Avenel[20] por las siguientes razones: en mi opinión ( y en la de Marx) el libro contiene la primera exposición específica y correcta, fundada en un estudio de los archivos, del período crítico de la Revolución Francesa, esto es, del 10 de agosto al 9 de termidor.

Cloots y la Comuna de París defendían la guerra propagandista como única forma de salvación, mientras que los del Comité de Salud Pública actuaron como buenos estadistas ; se asustaron de la coalición europea y trataron de conseguir la paz dividiendo a las potencias aliadas. Danton quería la paz con Inglaterra, esto es, con Fox y con la oposición inglesa, quienes deseaban llegar al poder  en las elecciones; Robespierre intrigó en Basilea con Austria Y Prusia con la esperanza de llegar a un entendimiento con ellas . Ambos se unieron contra la Comuna para derrotar ante todo, al pueblo que quería la guerra propagandista y la republicanización de Europa. Tuvieron éxito, la Comuna ( Hebert, Cloots, etc.), fue decapitada. Pero a partir de ese momento fue imposible el acuerdo entre los que querían concluir la paz solamente con Inglaterra, y los que querían concluirla únicamente con las potencias alemanas. Las elecciones inglesas fueron favorables a Pitt, Fox quedó fuera del gobierno durante años, lo que arruinó la posición de Danton, y Robespierre ganó, decapitándolo. Pero- y Avenel no lo ha subrayado suficientemente –mientras el reino del terror se fue intensificando hasta alcanzar la cúspide de la insanía – porque era necesario para mantener en el poder a Robespierre en las condiciones internas existentes -, se volvió enteramente superfluo con la victoria de Fleurus del 24 de junio de 1794, que no sólo despejó las fronteras sino que libertó a Bélgica, dándole a Francia la margen izquierda del Rin. Así fue cómo también Robespierre se hizo innecesario y cayó el 24 de julio.

Toda la revolución francesa está dominada por la guerra de coalición, todas sus pulsaciones dependían de ella. Si el ejército aliado penetra en Francia, hay actividad predominante del nervio vago, violentos latidos, crisis revolucionarias. Si es rechazado, predomina el nervio simpático, los latidos se apaciguan, los elementos reaccionarios aparecen en primer plano, y los plebeyos – comienzo de lo que más tarde será el proletariado, y cuya sola energía ha salvado la revolución – son puestos en razón.

Lo trágico es que el partido de la guerra a ultranza, de la guerra por la liberación de los pueblos ha mostrado, finalmente, estar en lo cierto y que la república ha prevalecido en toda Europa, pero sólo después que este partido había sido decapitado hace ya mucho tiempo; y en lugar de una guerra de propaganda, se ha tenido la paz de Basilea y la orgía burguesa del Directorio.

Es preciso revisar totalmente y abreviar el libro: sacarle la retórica, completar y subrayar claramente los hechos tomados de las historias corrientes. Poniendo a Cloots en segundo plano, insertando las cosas más importantes de Lundis revolut [21] , y tendremos una obra sobre la revolución tal como no la hemos tenido nunca hasta ahora.

Contribución a la crítica del proyecto de programa socialdemócrata de 1891[22].

Esta crítica del programa de Erfurt escrita por Engels en junio de 1891 tuvo poca fortuna política no sólo no fue tenida en cuenta por el congreso, sino que además no fue publicada sino diez años más tarde de haber sido formulada. Las deformaciones sobre el caràcter del estado contenidas en el documento habtían de influir no sólo sobre el partido socialdemócrata alemán sino sobre el conjunto de la socialdemocracia. Se publica aquí con arreglo a la traducción española de editorial Progreso de Moscú para las Obras Escogidas de Marx y Engels en tres tomos.(Moscú, 1976)

“ […]II. Reivindicaciones políticas

[…]Primero. Está absolutamente fuera de duda que nuestro partido y la clase obrera sólo pueden llegar a la dominación bajo la forma de república democrática. Esta última es incluso la forma específica de la dictadura del proletariado, como lo ha mostrado ya la Gran Revolución francesa. Es de todo punto inconcebible que nuestros mejores hombres lleguen a ser ministros con un emperador, como, por ejemplo, Miquel. Cierto es que, desde el punto de vista de las leyes, parece que no se permite poner directamente en el programa la reivindicación de la república, aunque en Francia eso no era posible bajo Luis Felipe, y en Italia lo es incluso ahora. Pero el hecho de que, en Alemania, no se permite siquiera presentar un programa de partido abiertamente republicano prueba hasta qué punto es profunda la ilusión de que en ese país se pueda instaurar por vía idílicamente pacífica la república, y no sólo la república, sino hasta la sociedad comunista.

Por lo demás, se puede incluso, en caso extremo, esquivar el problema de la república. Ahora bien, lo que a mi juicio, debería y podría figurar en el programa es la reivindicación de la concentración de todo el poder político en manos de la representación del pueblo. Y sería, por el momento, suficiente, ya que no se puede ir más allá […](Pags. 456 y 457)

“[…]Así pues, república unitaria. Pero no en el sentido de la presente República francesa, que no es otra cosa que el Imperio sin emperador [23] fundado en 1798. De 1792 a 1798, cada departamento francés, cada comunidad poseían su completa autonomía administrativa, según el modelo norteamericano, y eso debemos tener también nosotros. Norteamérica Y la primera república francesa nos han mostrado y probado cómo se debe organizar esta autonomía y cómo se puede prescindir de la burocracia, y ahora lo muestran Australia, el Canada y las otras colonias inglesas. Semejante autonomía provincial y comunal es mucho más libre que el federalismo suizo, por ejemplo, donde el cantón es, por cierto, muy independiente respecto de la Confederación, pero lo es también respecto del distrito [Berzik] y de la comunidad. Los gobiernos cantonales nombran a los gobernadores de distritos [ Berzik-statthalter ] y los alcaldes, lo que no ocurre en absoluto en los países de habla inglesa y lo que nosotros debemos suprimir con la misma energía que a los consejeros provinciales y gubernamentales [ Landrath y Regierungsrat ] prusianos.[…]

“[…]Sin embargo, lo que se puede incluir en el programa y que puede servir de alusión, aunque indirecta, a lo que no se puede decir directamente, es la siguiente reivindicación:

“Administración autónoma completa en la provincia, el distrito y la comunidad a través de funcionarios elegidos sobre la base del sufragio universal. Supresión de todas las autoridades locales y provinciales nombradas por el Estado” […]

 

1.        Véanse los artículos de Jacques Texier “Marx y la democracia (primer recorrido)” en Realitat nº 37, “Las innovaciones de Engels, 1885, 1891, 1895”  en Realitat nº 44, y “A 150 años del manifiesto Comunista” en Realitat nº 50, así como “Revolución y democracia en el pensamiento político de Marx y Engels” en Realitat nº 53-54. Véanse también los artículos de Joaquín Miras : “La democracia, fundamento organizador de la cultura emancipatoria” en Realitat nº 37,  ”Las facultades antropológicas que fundamentan la democracia” en Realitat nº 48,  y “ La democracia en la constitución del proletariado como clase” en Realitat nº 53-54. Para una lectura que intenta sacar consecuencias políticas concretas de esta problemática abierta por ambos autores, véase también el artículo “Democracia, Política, Revolución”  de Joan Tafalla, en el nº 53-54.

2. De la “Nota editorial sobre OME 6 firmada por Joaquim Sempere.

3 Aquí Marx cita a Bruno Bauer.

4. Organización democrática que existió durante el primer año de la Revolución Francesa. Su ideólogo Claude Faucher propugnaba un reparto igualitario de la tierra, la limitación de los grandes patrimonios y la obligación de trabajar para todos los ciudadanos aptos. La crítica de Faucher a la igualdad puramente formal proclamada por la revolución burguesa fue recogida por Jacques Roux, uno de los dirigentes de los “enragés”

5. Marx continúa citando a Bauer.

6. Sigue citando a Bauer.

7. Pueblos libres.

8. ”Que los revolucionarios sean romanos”

9. Cárcel de Paris, contigua al Palacio de Justicia, donde se alojaba a los condenados a muerte.

10. ”Soy yo, sin embargo, quien ha hecho esto”

11.Guerra a los palacios, paz a las chozas”.

12.Armas

13.Valor

14.Pan.

4. Dieciocho de Brumario ( 9 de noviembre de 1799): golpe de estado que coronó el proceso de la contrarrevolución burguesa y tuvo como resultado la instauración de la dictadura militar de Napoleón Bonaparte.

5. Uno de los doce profetas menores de Israel. Al denunciar la tiranía reinante en su época, predijo la sumisión del pueblo judío a los caldeos y su liberación posterior, la cual anunció como la victoria definitiva del bien sobre el mal. Habacuc vivió probablemente en el siglo VII a. De C. (Nota del traductor).

16. Frase tomada de una fábula de Esopo, en la que se habla de un fanfarrón que, invocando testigos, afirmaba que en Rodas había dado un salto prodigioso. Quienes le escuchaban, contestaron: “¿Para que necesitamos testigos? ¡ Aquí está Rodas, salta aquí!”. En otras palabras. Demuestra con hechos lo que eres capaz de hacer. (Nota del traductor).

17 Kladderadatsch, revista satírica alemana, fundada en Berlín en 1848. Punch , revista satírica inglesa que empezó a publicarse en Londres en 1841.

18 Se refiere al profesor Huxley (Nota de la edición alemana de 1871).

19. Georges Avenel, Anacharsis Cloots, l’orateur du genre humain ( Paris, 1865)

20. George Avenel, Lundis revolutionaires ( 1871-74). (Ed. Cartago).

21. El trabajo “Contribución a la crítica del programa socialdemócrata de 1891”  resume las aportaciones a la discusión del programa aprobado en el Congreso del partido Socialdemócrata Alemán que se celebró en Erfurt del 14 al 21 de octubre de 1891. Paralelamente a estas observaciones, que sólo fueron publicadas por la dirección socialdemócrata diez años más tarde en la revista Neue Zeit, Engels logró que se publicase la crítica al programa de Gotha escrita por Marx en ocasión de la discusión del programa de unificación socialista de 1875 y que hasta los prolegómenos del congreso de Erfurt no fue publicado.

[23] Se trata de la dictadura de Napoleón Bonaparte, que se proclamó primer cónsul a raíz del golpe de Estado del 18 de Brumario ( el 9 de noviembre) de 1799. Este régimen sustituyó al republicano establecido en Francia el 10 de agosto de 1792. En 1804, en Francia fue establecido oficialmente el Imperio y Napoleón fue proclamado emperador. (Nota de Editorial Progreso).

©EspaiMarx 2003

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