La teoría marxista en Japón: Una visión crítica
Gavin Walker
I.
Resumir la historia de la recepción de Marx en Japón no es tarea fácil.1 De hecho, es esencialmente imposible ofrecer una visión general adecuada de uno de los repertorios lingüísticos más profundos, prolíficos y variados de la tradición marxista. Aunque sigue siendo notablemente poco conocido en los círculos intelectuales contemporáneos europeos o norteamericanos, el marxismo fue la corriente dominante de la investigación teórica en Japón durante la mayor parte del siglo XX; más concretamente, podríamos decir que el japonés ha seguido siendo quizás la lengua más importante para la erudición teórica marxista más allá del inglés, el alemán y el francés, aunque su historia teórica permanece relativamente aislada dentro de sus propias fronteras lingüísticas. Desde su entrada inicial en el mundo intelectual japonés a finales del siglo XIX, el análisis marxista se convirtió rápidamente en un campo vasto y osmótico que impregnó todos los aspectos de la vida académica, el pensamiento histórico, las formas de organización política y las maneras de analizar la condición social. Numerosos ejemplos lo atestiguan, entre ellos el llamativo hecho de que la primera Obra Completa de Marx y Engels del mundo no se publicara en alemán, ruso, francés o inglés, sino en japonés, por la editorial Kaizōsha en 1932 en 35 volúmenes, bajo la supervisión de Sakisaka Itsurō.
En pocos lugares del mundo es tan importante la distinción entre la historia de la recepción de Marx y la historia del marxismo. ¿Por qué? En primer lugar, aunque Japón constituye una de las recepciones más tempranas e influyentes de Marx (especialmente para el mundo «no occidental»), y en el siglo XX uno de los países capitalistas avanzados más marcados intelectual y socialmente por el pensamiento marxista, la trayectoria de desarrollo de esta recepción es bastante diferente de la de sus principales sociedades comparables, principalmente en Europa y Norteamérica.
Mientras que las recepciones inglesa, francesa, alemana, italiana, estadounidense y muchas otras de Marx consideraron su obra inmediatamente vinculada a la historia del movimiento obrero e inmersa en ella, sería difícil decir que esto sea cierto en el caso de Japón. Aunque había existido un movimiento obrero fuerte y poderoso desde la intensa industrialización de los años 1870-1890, este movimiento estaba principalmente condicionado en términos intelectuales por una cierta orientación socialista-nativista que proporcionó el terreno político para numerosos movimientos sociales del siglo XIX, que se remontaban a los últimos años del sistema feudal Tokugawa, con sus milenarias contestaciones campesinas y formaciones de conciencia social de masas. En este sentido, la obra de Marx entró en Japón no sólo como la vanguardia política de los movimientos obrero y socialista, sino también (o incluso principalmente) como la vanguardia teórica de la investigación científico-social puntera sobre el carácter de la sociedad moderna, con sus dos polos centrales: la relación social del capital y la formación del Estado nacional moderno.
El Capital de Marx se publicó por primera vez en alemán un año antes de la Restauración Meiji de 1868, que situaría a Japón a partir de entonces en su camino hacia el rápido desarrollo capitalista, la industrialización y el giro hacia el imperialismo en el continente asiático. La primera introducción conocida a Marx, mucho antes de la publicación de El Capital como texto traducido, fue un texto titulado simplemente «Karl Marx», escrito por Kusaka Chōjirō, que había estudiado en Alemania en 1889-90, en el Kokka gakkai zasshi (vol. 6, nº 72-74) en 1893 (el 26º año de la Era Meiji) (Suzuki 1956: 1), aunque como señala Suzuki, quizá sea dudoso que el texto de Kusaka se basara en una lectura real de El Capital. Para ello, deberíamos señalar más bien a uno de los pensadores más dominantes e importantes de la recepción temprana de Marx en Japón, Yamakawa Hitoshi, cuyo texto «El Capital de Marx» se publicó por entregas en su periódico radical, el Osaka heimin shinbun, en 4 números en 1908 (Suzuki 1956: 6). Yamakawa sería más tarde una de las figuras clave en las primeras batallas historiográficas que marcarían profundamente la recepción de Marx en Japón, a las que nos referiremos en breve.
Ya existía una tradición socialista, vinculada a los movimientos obreros y campesinos, entre cuyos intelectuales destacados se encontraban Kōtoku Shusui y Katayama Sen. Shakaishugi shinzui (La esencia del socialismo), de Kōtoku, apareció impreso el mismo año que Waga shakaishugi (Mi socialismo), de Katayama Sen, 1903, un punto de inflexión fundamental en el desarrollo del pensamiento marxista en Japón (Sugihara 1998: 47). Kōtoku, que pronto sería ejecutado en el «Incidente de Alta Traición» de 1911, acusado de conspirar para asesinar al emperador, fue el traductor del Manifiesto Comunista y uno de los primeros socialistas comprometidos. Kōtoku, que pronto se inclinó hacia una posición anarcosindicalista en los años siguientes, vinculó tempranamente el sistema del emperador con el desarrollo del capitalismo en Japón, lo que seguiría siendo un punto clave en los debates posteriores del pensamiento marxista. Al año siguiente, en vísperas de la guerra ruso-japonesa de 1904-05, sería el apretón de manos de Katayama con su homólogo ruso Georgy Plekhanov en el VI Congreso de la Segunda Internacional en Ámsterdam lo que presentaría al mundo socialista la existencia y prominencia del movimiento socialista japonés. En las décadas posteriores, Katayama llevaría una extraordinaria vida internacionalista: como miembro del comité ejecutivo de la Comintern, fue miembro fundador de tres partidos comunistas: el Partido Comunista de Japón, el Partido Comunista de Estados Unidos y el Partido Comunista Mexicano, que ayudó a fundar junto a su camarada internacionalista indio M.N. Roy en sus insólitos años de lucha juntos en Ciudad de México. Su historia es aún más notable si se tiene en cuenta que Katayama nació como un campesino indigente en la zona rural de Okayama en los últimos días del sistema feudal (véase el primer texto en inglés de Katayama en Katayama 1918).
Pero, aparte de estos primeros desarrollos del pensamiento marxista de principios de siglo, la especificidad de la obra teórica de Marx -y su esencia en El Capital– seguía sin desarrollarse. En cierto sentido, es imposible disociar la recepción de Marx en Japón de su centralidad en el sistema universitario. Desde la década de 1910 hasta la de 1920, durante la era Taisho, El Capital de Marx pasó cada vez más a primer plano, hasta el punto de que se convirtió incluso en una figura pública del discurso referirse a los jóvenes obsesionados con El Capital con el nombre de «chicos Marx» [Marukusu bōi]. Esta nueva cultura del estudio de Marx produjo una extraordinaria generación de pensadores, muchos de los cuales llegarían a convertirse en importantes teóricos de Marx, y del marxismo en sentido amplio: Yamakawa Hitoshi, Fukumoto Kazuo, Inomata Tsunao, Noro Eitaro, Yamada Moritaro, Hani Goro, Uno Kozo, Kuruma Samezo, y muchos otros, junto a los del ámbito de la filosofía propiamente dicha, como Tosaka Jun o Kakehashi Akihide. Quizás el catalizador o punto de inflexión de todo el periodo fue la aparición de Binbō monogatari (Un cuento sobre la pobreza), de Kawakami Hajime, esencialmente una especie de introducción popular del pensamiento socialista, que se publicó por entregas durante tres meses en 1916 en el periódico Asahi de Osaka. Los artículos se recopilaron poco después en forma de libro, y resultaron tan impactantes en el clima intelectual de la época, que en 1919 ya se había reimpreso treinta veces (Bernstein 1976: 87). A su vez, este texto condujo a Kawakami hacia la propia obra de Marx, y en 1919 publicó la influyente Introducción a El Capital de Marx (Shihonron nyūmon). Muchos pensadores marxistas posteriores citaron este texto y su aparición como el principal catalizador de la popularización de la obra teórica marxista. Uno Kozo, por ejemplo, se refirió más tarde a la importancia de la obra de Kawakami como uno de los primeros escritos teóricos sobre el valor en japonés (Véase Uno 1970, vol. 1: 214, 305). A finales de la década de 1910, especialmente en los dos años siguientes al éxito de la Revolución de Octubre, la vitalidad teórica de Marx en Japón se había establecido firmemente, y se abrió una nueva era de polémicas (Sobre este período en general, véase Wakabayashi 1998: 147-206).
II.
Un elemento distintivo y central que condicionó profundamente la tradición marxista en Japón, como es el caso en casi todas partes fuera de Europa y Norteamérica, es el estatus necesariamente central de la llamada cuestión nacional. Históricamente hablando, la «cuestión nacional» ha estado asociada en gran medida a las investigaciones teóricas marxistas sobre el «no-occidente». Típicamente, por lo tanto, ha sido algo que el marxismo occidental a menudo consideraba resuelto, aunque el análisis de Gramsci de las cuestiones «meridionales» y coloniales siguió siendo una notable excepción. A diferencia del caso de la Rusia imperial tardía o de los diversos movimientos tercermundistas de los años 50 y 60, la «cuestión nacional» se ha tratado a menudo simplemente como un signo de una revolución burguesa incompleta. En la teoría e historiografía marxista japonesa, sin embargo, esto no ha sido así. Comprimida en un periodo de cien años, desde la Restauración Meiji de 1868 hasta la explosión de la Nueva Izquierda en 1968, la historia de Japón abarcó la aparición de un Estado-nación moderno y en rápida industrialización, la formación de un imperio multiétnico y multinacional, la derrota de la nación y de su imperio, la ocupación del antiguo «centro» del imperio por parte de Estados Unidos y su posterior desarrollo económico estratosférico, bajo la hegemonía estadounidense, hasta convertirse en la segunda mayor potencia capitalista del planeta a finales de la década de 1960. Es decir, el caso japonés combina efectivamente en un todo complejo las trayectorias de imperio, colonia, potencia dependiente y potencia dominante. Desde la introducción de las ciencias sociales modernas en sus influencias principalmente alemanas y francesas a principios del periodo Meiji (1868-1912), alguna forma de la cuestión nacional siguió siendo siempre la preocupación dominante: desde el intento de Fukuzawa Yukichi de traducir la obra de JS Mill sobre el sentimiento nacional al discurso del «cuerpo nacional», hasta el enfoque hegeliano sobre la «historia mundial» y los destinos nacionales, la figura de la nación -históricamente nueva en su sentido político moderno en esta época- constituyó un auténtico lugar de potencial y ansiedad. No es de extrañar, pues, que esta cristalización multidimensional de la cuestión nacional fuera durante mucho tiempo el problema fundamental al que se enfrentaron los marxistas japoneses: cómo dar cuenta de la posición histórica de Japón en el mundo (sobre la historiografía marxista de la preguerra, véase Harootunian e Isomae 2008, especialmente el prefacio).
Otro rasgo distintivo de la tradición historiográfica marxista japonesa ha sido su relativa insularidad, al menos en el periodo de posguerra, respecto a los marxismos de otros lugares, o más concretamente su insularidad unidireccional. Todavía es frecuente encontrarse en Europa y Norteamérica con la incredulidad: «¿Marxismo japonés? ¿Existe?». No quiero decir con esto que los marxistas japoneses fueran ajenos a los desarrollos de la teoría marxista, tanto del llamado marxismo occidental como del marxismo de otros tipos. Más bien me refiero precisamente a lo contrario. Aunque la tradición marxista japonesa encapsulaba y desarrollaba un nivel excepcionalmente alto de desarrollo teórico, en muchos aspectos más avanzado que los debates contemporáneos que tenían lugar en Europa, Norteamérica y otros lugares, especialmente en el periodo de preguerra, la teoría marxista japonesa era y sigue siendo relativamente poco conocida a escala mundial, salvo por unas pocas figuras. Incluso en el caso de esas pocas figuras que entraron directamente en los debates mundiales sobre el marxismo, su contexto y la historia intelectual que constituyó el trasfondo de sus posiciones han sido en gran medida ignorados. En mi opinión, los largos, densos y extremadamente exhaustivos debates sobre la cuestión nacional en Japón, además de otra serie de consideraciones, exigen replantearse la división convencional de marxismo occidental, marxismo soviético y «otros» marxismos que sustenta tantos intentos de considerar este espacio de pensamiento en la historia intelectual moderna.
Este predominio del marxismo en campos académicos japoneses como la economía política, la sociología, la historia, etc., es sólo una parte de la historia. También hay una historia política decisiva que sustenta la influencia masiva de la investigación teórica marxista en la situación japonesa. Tras la formación del Partido Comunista de Japón en 1922, el debate interno en la teoría marxista se centró al principio en torno a las cuestiones de la filosofía marxista (en los principales teóricos marxistas de las décadas de 1910 y 20, como Kawakami Hajime, Yamakawa Hitoshi y Fukumoto Kazuo, entre otros): la comprensión teórica de la subjetividad, el problema de la alienación y la necesidad histórica de la misión revolucionaria del proletariado. Tras gozar de cierto apoyo a principios de la década de 1920, la austera obsesión de Fukumoto por la línea correcta, lo que más tarde se entendería como la teoría de la «primacía de las ideas correctas» -el punto de vista del llamado «bunri ketsugō» o, la unificación del partido mediante la eliminación de los elementos ideológicamente incorrectos (literalmente «unidad en la separación»)-, se convirtió en el blanco de las denuncias durante la época de publicación de las Tesis de la Comintern de 1927, en gran parte redactadas bajo la influencia de N. I. Bujarin (a partir de entonces, y todavía hoy en el trabajo teórico marxista en Japón, se utiliza el término «fukumotoísmo» para someter a crítica despectiva cierta insistencia histérica en la pureza de línea, quizá similar a la figura de Amadeo Bordiga en la situación europea). Las Tesis del 27 de la Comintern-PJC comenzaron a trazar una línea teórica que enfatizaba la teoría de las «dos etapas» de la revolución: Japón no era un Estado moderno plenamente realizado, sino que seguía abrumado por «restos feudales» en forma de terrateniente parasitario, etc., y fue este análisis de la etapa de desarrollo del capitalismo japonés el que inició el comienzo de la escisión que llegaría a su punto culminante con las Tesis del 32 (Comintern 1961). Como principal país «desarrollado» en relación con sus Estados vecinos y primera potencia imperialista de Asia Oriental, la Comintern consideraba a Japón el objetivo más importante y fundamental para el proyecto revolucionario, pero a raíz de las Tesis del 27, que subrayaban que la Restauración Meiji de 1868 aún no se había realizado plenamente como la revolución democrático-burguesa necesaria y la transición al capitalismo mundial moderno, surgió la pregunta: ¿estaba preparado el capitalismo japonés de los años 30 para la revolución socialista -en las condiciones sobre el terreno, era posible descubrir el sujeto revolucionario de este proceso?
En el esclarecimiento de esta cuestión surgió el famoso e influyente «debate sobre el capitalismo japonés» (Nihon shihonshugi ronsō), un debate cuyo eje central era el esclarecimiento de las cuestiones esenciales del modo de producción y del proceso histórico de articulación de la formación social: ¿en qué fase de desarrollo se encontraba realmente Japón -cómo, y por qué medios, había procedido el desarrollo capitalista japonés, y existía un desarrollo total concomitante de la formación social en su conjunto, produciendo así la conciencia política necesaria para la transición revolucionaria? La categoría económica básica de la vida social en los pueblos -la forma de alquiler de la tierra (kosakuryō)-, ¿era un «vestigio» o «remanente» del feudalismo, algo parcialmente feudal, o un producto del desarrollo del capitalismo mundial moderno? El debate sobre el capitalismo japonés, en su sentido enciclopédico, tuvo lugar entre mediados de la década de 1920 y mediados-finales de la década de 1930, un periodo concentrado de aproximadamente 12-15 años. Este debate, aunque central para la teoría marxista, tuvo una influencia excepcionalmente amplia en la formación del pensamiento social japonés, y en la formación de las modernas ciencias sociales japonesas en general. Además, hay que subrayar aquí que, aunque ciertamente también hubo un extenso trabajo exegético directamente sobre Marx en las décadas de 1920 y 1930, el principal campo a través del cual se produjeron las extremadamente complejas recepciones de Marx -no sólo del volumen 1 de El Capital, sino también del volumen 2 (los esquemas de reproducción) y del volumen 3 (la categoría de la renta del suelo y su explicación teórica)- fue precisamente la historiografía y el análisis teórico del capitalismo japonés.
En el debate sobre estas cuestiones, surgieron aproximadamente dos posturas: una, que se convirtió en la de la facción Rōnō («laborista-agricultor»), que sostenía que las reformas agrarias instituidas en la Restauración Meiji de 1868 -que ellos consideraban directamente una revolución democrático-burguesa- habían iniciado la solución al «atraso» del campo, plantando las semillas iniciales que conducirían al pleno desarrollo capitalista; y otra, que se convirtió en la de la facción Kōza («Lecturas») (que representaba la línea dominante del PCJ y la Comintern), que argumentaba que la Restauración no había sido una revolución democrático-burguesa completa, sino más bien una transición incompleta a la modernidad, y que el capitalismo japonés sólo se había desarrollado parcialmente, sobre una base principalmente feudal. Las Tesis ’27 de la Comintern, al separarse del énfasis anterior en el proceso socialista-revolucionario inmediato, instalaron las condiciones para la escisión entre el PCJ y la facción Rōnō (particularmente Yamakawa Hitoshi e Inomata Tsunao). Pero, en sus Tesis del 32, la posición de la Comintern reforzó aún más esta línea en paralelo a la situación mundial, al llamar a una revolución democrático-burguesa de masas contra el absolutismo y el feudalismo concretados en la forma del sistema-emperador (tennōsei) (Sobre la historia del debate, véase Nagaoka 1985; Hoston 1987). La principal influencia autoral y conceptual en este periodo de la política de la Comintern sobre la «cuestión nacional» fue Otto Kuusinen, quien, en el XII Pleno de la Comintern de este mismo año, hizo un llamamiento general a favor de acciones de masas que subordinaran las demandas comunistas a las necesidades inmediatas del amplio frente de masas. Al argumentar que una plataforma política directamente comunista alienaría y mantendría al partido separado de los pobres rurales y de los estratos «no avanzados» de la clase obrera, este llamamiento inició esencialmente la transición en la Comintern a la línea del frente popular adoptada unos años más tarde, en 1935.
En Japón, la posición de la facción Kōza y su dominio de este debate se establecieron ampliamente con la publicación de sus Conferencias sobre la historia del desarrollo del capitalismo japonés (Nihon shihonshugi hattatsushi kōza) en 8 volúmenes en 1932. Los trabajos de este volumen estaban en preparación mucho antes de la publicación de las Tesis del 32, por lo que no deben verse como una ampliación de la posición de estas, sino más bien como la preparación del terreno para la hegemonía de su posición a raíz de las Tesis del 27. Noro Eitarō, dirigente del PCJ, que fue detenido y murió en prisión dos años después, en 1934, supervisó la compilación de las Tesis. Noro podría considerarse como el que más concretamente sentó las bases de las concepciones generales de la facción Kōza. Para él, la única forma de articular verdadera y eficazmente la consecuencia política de la teoría, la estrategia proletaria, era centrarse en la «particularidad» (tokushusei) del desarrollo capitalista japonés. La razón de ello, afirmaba Noro, era que, sin comprender el modo de producción «dominado» (hishihaiteki) (es decir, la estructura agraria semifeudal del campo), no se podía entender la forma particular en que el desarrollo de las fuerzas productivas había necesitado un giro hacia el imperialismo. Otto Kuusinen, entonces jefe del Buró Oriental de la Comintern y encargado de preparar análisis de las condiciones revolucionarias en Asia Oriental, se hizo eco de esta lógica básica. Kuusinen argumentó: «Observamos la opresión ininterrumpida e ilimitada del campesinado, condicionado por los restos excepcionalmente poderosos del feudalismo (hōkensei no zansonbutsu). El pueblo japonés es para el capitalismo japonés una colonia contenida dentro de sus propios límites domésticos (Nihon shihonshugi ni totte jikoku naichi ni okeru shokuminchi de aru).» Y continúa: «La transformación burguesa de Japón sigue siendo notablemente incompleta (ichijirushiku mikansei de ari), notablemente inconclusa o no determinada (ichijirushiku hiketteiteki de ari), y es en esencia parcial e inacabada (chūtohanpa).» Precisamente por estas características, argumenta, el capitalismo japonés está lisiado o deformado (véase sobre este punto, Walker 2016). En un sentido obvio, los debates sobre la transición en el contexto japonés funcionaron alegóricamente para refractar las luchas de líneas a nivel de la política (la tesis «semifeudal» condujo a una teoría de la revolución en dos etapas; la tesis de un capitalismo consumado condujo a una teoría de una sola etapa), pero también sirvieron como laboratorios de experimentación teórica sobre el estatus del Capital de Marx, y cómo aplicar sus ideas a la coyuntura local.
En la inmediata posguerra, el Partido Comunista de Japón, revigorizado tras décadas de represión gubernamental, floreció como fuente de política de resistencia y fuerza organizativa intelectual. A principios de la década de 1950, la lógica política en torno a la cual el PCJ había teorizado su posición empezó a cambiar hacia la forma de una lucha de «liberación nacional», una lucha armada por la liberación de la «subordinación» inspirada en la línea revolucionaria china. Esto fue pregonado en gran medida por ciertos líderes del PCJ, en particular Tokuda Kyūichi (1894-1953), que había pasado 18 años encarcelado bajo la Ley de Preservación de la Paz de preguerra, y Nosaka Sanzō (1892-1993), que había pasado los años de guerra en diversos lugares, y que había establecido vínculos con el partido chino, huyendo de las Purgas Rojas emprendidas por las fuerzas de ocupación estadounidenses a la recién liberada Pekín.
Hicieron especial hincapié en la continuación, más que en la ruptura, de las anteriores relaciones agrarias que se habían dado en el campo japonés, lo que describieron como un «sistema parasitario de terratenientes» (kisei jinushisei): con éste como eje decisivo del sometimiento de la «nación», el PCJ inició un malhadado movimiento de retorno a las aldeas. Este tomó la forma del cuasi clandestino «Cuerpo de Operaciones Aldeanas» (Sanson kōsakutai), grupos de cuadros y estudiantes que entrarían en las aldeas, agitarían entre los campesinos e intentarían encender una chispa revolucionaria en el campo (el «una sola chispa puede iniciar un incendio en la pradera» de Mao) para sembrar las semillas de un «cerco a las ciudades.» Este movimiento estaba condenado desde el principio, no sólo porque los campesinos estaban en general completamente desinteresados en el movimiento, sino también porque sus condiciones, aunque todavía sumidas en una pobreza atroz, habían cambiado con las reformas agrarias de posguerra, lo suficiente como para disminuir el «parasitismo» directo al que se enfrentaban y, por tanto, lo suficiente como para hacer ineficaz el llamamiento del «cuerpo de operaciones» a la acción revolucionaria (Koschmann 1996).
Este momento, sin embargo, fue ciertamente más que una mera estrategia política fallida: aunque el PCJ pronto repudió el regreso a la aldea como «aventurerismo de ultraizquierda» (kyokusa bōkenshugi) y rechazó oficialmente la línea de la lucha armada en 1955 en su Sexto Congreso, la memoria material y afectiva de las operaciones en la aldea siguió siendo un lugar crítico de política literaria, de inspiración política y de imaginación y experimentación a lo largo de la década de 1950 y hasta bien entrados los años siguientes.
Tras el final de la Segunda Guerra Mundial, el Partido Comunista de Japón volvió a la primera línea de la sociedad japonesa, reforzado por el sacrificio y la legitimidad de sus principales líderes, Nosaka y Tokuda. Aclamados como no corrompidos por los años de guerra, el PCJ y el Partido Socialista de Japón emprendieron un esfuerzo electoral concertado en 1946 y 1947. Alarmados por el amplio favor de que gozaban estos partidos, McArthur y el Mando Supremo de las Potencias Aliadas (SCAP) tomaron una decisión crucial: lo que llegó a conocerse entre los historiadores como la «marcha atrás», cambiar la estrategia para impedir la expansión del socialismo en lugar de intentar principalmente librar al Estado japonés del fascismo. Así, las llamadas «purgas rojas» de finales de la década de 1940 intentaron destruir el repentino resurgimiento de la tradición comunista japonesa de preguerra, antaño la más fuerte de Asia (en los años 20 y 30), y fuente de importantes trabajos teóricos del pensamiento marxista. Esto llevó al PCJ a la clandestinidad, y condujo a un breve periodo (finales de los años 40-55) de énfasis en la lucha armada, el trabajo clandestino y una renovada proximidad a la línea china (sobre la cuestión de la nación en este periodo del pensamiento marxista, véase Gayle 2003). En 1955, en el VI Congreso del PCJ de posguerra, se repudió esta línea de lucha armada en el campo, se expulsó a sus partidarios y se instaló un nuevo «compromiso histórico» (en la línea del partido italiano), allanando el camino para la plena transición del PCJ al reformismo y la participación en el gobierno. En cierto sentido, este momento puede considerarse como el primer surgimiento de una «Nueva Izquierda» marxiana a escala mundial, un año antes de que los acontecimientos de 1956 en Hungría generaran un proceso similar para los partidos comunistas de Europa Occidental y Norteamérica.
A medida que la década de 1950 llegaba a su fin, una nueva masa social de estudiantes, intelectuales, obreros, campesinos y clases populares volvía a levantarse, en particular en torno a la renovación en 1960 del Tratado de Seguridad Conjunta entre Estados Unidos y Japón (Anpo, en su abreviatura japonesa) (véanse los textos de Haniya 1963). La manifestación masiva inaugural de la década de 1960 en torno a la protesta por el Anpo movilizó a un número inmenso de personas: sólo una de las tres grandes huelgas generales convocadas por los sindicatos sacó a la calle a 6,2 millones en junio de 1960. Con este intenso nivel de movilización, se había formado una nueva izquierda combativa, que anunciaba un nuevo acuerdo social: ya no en deuda con el PCJ, que muchos en la izquierda consideraban que había traicionado su política, esta Nueva Izquierda de Japón llegó a producir una de las décadas más intensas de organización política, pensamiento político y estética política del siglo XX global (véanse los ensayos de Walker 2020). Surgieron nuevos y creativos trabajos teóricos desde dentro de los movimientos políticos del Zengakuren en torno al Anpō de 1960, así como desde dentro del Zenkyōtō de 1968-69, en particular la extraordinaria Teoría de la revuelta (Hanranron) de Nagasaki Hiroshi (véase Nagasaki 1969), junto con un nuevo impulso y dirección para la teoría marxista en su conjunto, en este hervidero de agitación política que vendría a ser el largo 1968 en Japón. A medida que los largos años 60 se adentraban en los 70 -un oscuro periodo de intensidad y desolación de la lucha armada, con su violencia interna (uchi geba), el eclipse de la experiencia de la URA, la lucha del Frente Armado Antijaponés de Asia Oriental, la aparición de nuevas políticas vinculadas a una creciente conciencia y centralidad de las luchas de las minorías (los ainu, los okinawenses, los zainichi coreanos y chinos, los movimientos buraku, etc.), la antigua secuencia de la teoría marxista llegó en gran medida a su fin, al tiempo que surgían nuevos campos de batalla «en el frente filosófico», por así decirlo.
III.
Si el debate de preguerra sobre el capitalismo japonés -su carácter, su desarrollo, su modo de relación con el surgimiento del capitalismo descrito en El Capital– se centró en la relación entre lo histórico y lo lógico, el auge de la escritura teórica marxista de posguerra tendió a dividirse entre el análisis metodológico del propio capital y la búsqueda de una filosofía de la subjetividad situada en torno a la teoría de la alienación y caracterizada por un interés por el primer Marx. Estas últimas figuras, en particular Kakehashi Akihide, Kuroda Kan’ichi y Umemoto Katsumi, se inclinaban por una lectura de Marx centrada en cierta medida en el sujeto, o lo que Kakehashi denominaba la «captación subjetiva» (shutaiteki ha’aku) del capital, con la concomitante centralidad otorgada a la figura del «trabajo humano». En contraste con esto, Uno Kozo y sus principales colegas, figuras como Suzuki Koichiro, Iwata Hiroshi, junto con otros, plantearon frente a esto una lectura relativamente estructural, centrada en El Capital, preocupada por tres puntos principales: 1) la clarificación metodológica de El Capital en términos de niveles de análisis (lógica o «principio»; etapa o modo de desarrollo capitalista; análisis coyuntural); la centralidad de la peculiar cuasi mercancía fuerza de trabajo; la importancia de una teoría del imperialismo interna a una relectura de El Capital) (Véase Uno, Walker 2016). Mientras que muchos de los que le rodeaban se ocuparon del «capitalismo mundial» (Iwata), volvieron a la cuestión agraria (Ōuchi Tsutomu) o desarrollaron lecturas lógicas de El Capital por derecho propio (Suzuki Kōichirō), la obra de Uno, aunque se mantuvo estudiadamente separada de la política propiamente dicha o de las cada vez más intensas luchas partidistas internas de la izquierda marxista, llegó a ser, no obstante, ampliamente influyente entre la Nueva Izquierda (Suga 2005; Walker 2020). Tras el momento de 1968 y el eclipse de los movimientos armados (por ejemplo, el Ejército Rojo Unido y el Frente Armado Antijaponés de Asia Oriental [Higashi ajia han-nichi busō sensen]), surgió un nuevo giro a principios de la década de 1970. Caracterizado por Marukusu sono kanōsei no chūshin [Marx: hacia el centro de la posibilidad], de Kojin Karatani, y Shihonron no tetsugaku [La filosofía del capital], de Hiromatsu Wataru, este momento supuso un retorno al centro textual de la obra de Marx, una vez más con un cierto grado de separación de la política marxista existente.
La extraordinariamente densa prosa filosófica de Hiromatsu, centrada en la categoría filosófica de la cosificación en relación con la teoría de la forma-valor, tuvo una gran influencia en la generación de los sesenta, sobre todo por la implicación de Hiromatsu en el movimiento estudiantil. Su trabajo, no sólo en el ámbito de la filosofía, sino también en la corrección activa del manuscrito de La ideología alemana para crear un texto más preciso desde el punto de vista marxológico, produjo numerosos ejemplos de importancia filosófica duradera, quizás simbolizados en su obra de 1974 La filosofía de El capital de Marx (Hiromatsu 1974). Hiromatsu fue, por supuesto, mucho más que un puente hacia el punto álgido de la filosofía marxista de antes de la guerra (véase, por ejemplo, Hiromatsu, de próxima publicación), representado por Tosaka Jun o Miki Kiyoshi, mientras que, precisamente al mismo tiempo, la obra de Karatani aportó a la lectura de Marx un momento específico que coincidió con el desarrollo de la teoría crítica (en su sentido amplio, más que en el estrecho de la Escuela de Frankfurt), particularmente en Estados Unidos, donde Karatani había pasado un tiempo en Yale en la década de 1970, y donde posteriormente enseñó, en la Universidad de Columbia.
Desde la famosa conferencia de Johns Hopkins de 1966 sobre las «Ciencias del Hombre», la llamada «teoría francesa» había experimentado un intenso desarrollo, sobre todo en Norteamérica. En cierto modo, la generalidad que proporciona el lenguaje de la teoría no era un desarrollo totalmente nuevo en Japón, donde un cierto tipo de cruce entre crítica literaria y teoría social había sido viable durante mucho tiempo como discurso público, incluso en ocasiones totalmente al margen del sistema universitario. El Marx de Karatani: Hacia el centro de la posibilidad (Karatani 2020), publicado por entregas en la revista literaria Gunzō en 1974, representó una ruptura -o más bien se sitúa él mismo dentro de una ruptura, podría decirse- con la lectura predominante de Marx, dominante en 1968: la del Marx temprano, una lectura lukácsiana de la figura del ser humano trabajador autoalienado. Esta nueva lectura trajo a escena una lectura literaria o lingüística, centrada en la textualidad de El Capital, una lectura transversal cruzada por la lingüística estructural (Saussure), el psicoanálisis (Freud y Lacan) y la deconstrucción (Heidegger y Derrida). En cierto sentido, el texto de Karatani puede verse ahora a la larga luz histórico-intelectual como un punto clave en el que la tradición de la teoría marxista japonesa produjo un nuevo punto de partida para sí misma en los términos globales de la teoría crítica (Karatani 1990). Esto condicionaría fuertemente el desarrollo de lo que se denominó «nuevo academicismo» en la década de 1980, cuando las figuras críticas dominantes pasaron a ser el propio Karatani y Asada Akira (cuyos propios trabajos sobre Marx interrelacionados con Deleuze y Guattari, así como cuestiones de psicoanálisis y estética, serían ampliamente influyentes).
Hoy, en las primeras décadas del siglo XXI, no hay duda de que la lectura de Marx sigue siendo una parte decisiva del paisaje intelectual japonés, aunque sería difícil nombrar a ningún intelectual verdaderamente dominante o hegemónico al estilo de Uno, Hiromatsu o incluso Karatani (que sigue escribiendo obras importantes, aunque sin la influencia excepcional que tuvo en la década de 1990). Las lecturas japonesas de Marx han sido paralelas a los años posteriores a la globalización de los 90 de maneras interesantes: Por un lado, ha habido una «internacionalización» significativa de los teóricos, historiadores y filósofos marxistas japoneses, en el sentido de que los modos dominantes de lectura están ahora menos centrados en figuras y posiciones clave dentro del desarrollo histórico del pensamiento marxista japonés (las posiciones de Rono/Koza, el trabajo de Uno, el trabajo de Hiromatsu, el trabajo de teóricos más explícitamente influidos por la escuela de Kioto como las figuras de posguerra Kuroda Kan’ichi, Kakehashi Akihide, etc.). Pero, por otro lado, el resto del mundo sigue siendo profundamente ignorante de la tradición japonesa, una peculiaridad que sólo puede explicarse por la distancia lingüística, ya que en todos los demás niveles, el japonés es sin duda una lengua en la que existe tanto análisis marxista teóricamente potente como el que se ha escrito en francés, español, italiano u otras lenguas importantes del mundo. Ciertamente, el carácter hipermetodológico del pensamiento marxista en japonés de mediados del siglo XX no ayudó a su recepción, debido en parte a las polémicas bastante oscuras en las que estaba inmerso.
Mientras que el internacionalismo del periodo de preguerra, sostenido tanto por la existencia de la Unión Soviética, como específicamente por la Comintern anterior al Frente Popular (1935), proporcionó una globalidad a las primeras décadas de la teoría marxista en Japón, el periodo de posguerra vio un retroceso de este alcance internacional, con solo unas pocas excepciones notables (en el campo de la historia, una serie de marxistas importantes, como Toyama Shigeki y Takahashi Kōhachirō eran ciertamente conocidos a nivel mundial). Las revoluciones de 1968 y la formación de la Nueva Izquierda a raíz de 1955 aportaron otra globalidad, pero esta vez a un nivel de contemporaneidad de los acontecimientos y procesos, más que una implicación íntima. El trotskismo temprano de la década de 1950, con vínculos con organizaciones francesas como Socialisme ou barbarie fue una de esas vías (Kuroda Kan’ichi, más tarde el líder supremo de la Fracción Marxista Revolucionaria (la llamada Kakumaru-ha), fue en la década de 1950 el corresponsal japonés de S ou B); las organizaciones de lucha armada, con sus acciones directas y su descenso de la resistencia armada a la lucha armada global de carácter cada vez más aislado en el Líbano, Europa Occidental y el Sudeste Asiático fue otra.
En los años posteriores a 1968 surgió una nueva generación, que ya no estaba necesariamente vinculada a la experiencia de la tradición marxista japonesa como tal. Después de la década de 1990, se ha producido un nuevo cambio en el ámbito de la teoría marxista y el análisis marxiano en Japón, dando a conocer voces extraordinarias y poderosas que deberían difundirse más ampliamente en otros idiomas (pienso aquí en teóricos como Ichida Yoshihiko, Nagahara Yutaka y otros; véanse ejemplos recientes en Ichida 2014 y Nagahara 2017). La tradición marxiana de la erudición sigue estando extraordinariamente extendida, con nuevos vínculos con el creciente cuerpo de trabajos sobre la teoría de la forma-valor (aunque los muchos vínculos posibles entre la Neue Marx-Lektüre y sus antecedentes en los diversos debates japoneses sobre la forma-valor sigue siendo un punto a desarrollar más, del que seguramente se ocuparán próximos trabajos), así como nuevos trabajos vinculados a la recepción de figuras filosófico-políticas francesas e italianas posteriores a 1968.
Este panorama muy esquemático no es más que una especie de marcador de posición imposible para una vasta tradición bibliográfica y conceptual. Sigue siendo una tarea crucial para los marxistas de hoy poner en relación esta inmensa historia teórica en lengua japonesa con sus homólogos de todo el mundo.
Gavin WALKER es profesor asociado de Historia en la Universidad McGill, autor de The Sublime Perversion of Capital (Duke, 2016) y miembro del colectivo editorial de positions: asia critique. Es editor de The End of Area (Duke, 2019, con Naoki Sakai), Marx, Asia, and the History of the Present, un número especial de positions: politics (positionspolitics.org), y editor y traductor de Marx: Towards the Centre of Possibility (Verso, 2020), de Kōjin Karatani. Su nueva colección editada, The Red Years: Theory, Politics, and Aesthetics in the Japanese ’68 (Los años rojos: teoría, política y estética en el 68 japonés).
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- Walker, G., ed. (2020), The Red Years: Theory, Politics, and Aesthetics in the Japanese ‘68, London: Verso.
Nota
1. Versiones anteriores de este texto se publicaron previamente como Gavin Walker, «Marx in Japan» en The Bloomsbury Companion to Marx, ed. Imre Szeman et al (Londres: Bloomsbury, 2018) y » Le marxismd au Japon: guide de lecture » en la revista en línea Période: révue de théorie marxiste (enero de 2019).
Fuente: Historical materialism, https://www.historicalmaterialism.org/marxist-theory-in-japan-a-critical-overview/