Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (V)

José Luis Martín Ramos es catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Barcelona. Sus investigaciones se han centrado en la historia del socialismo y el comunismo. Sus últimas obras son El Frente Popular: victoria y derrota de la democracia en España (2016) y Guerra y revolución en Cataluña, 1936-1939 (2018).

Centramos nuestras conversaciones en su último libro publicado: Historia del PCE, Madrid: Los Libros de la Catarata, 2021, 254 páginas.

 

Estamos en la segunda parte –«De la soledad al frente popular»–, en el capítulo IV: «Geografía y acción del primer PCE»”, pp. 69-94. Con los siguientes apartados: Introducción; Crecimiento interrumpido; Golpes y caídas; Iniciativas sin sentido y caídas internas.

Antes de entrar en materia queremos recordar que hace unos días mantuviste una conversación sobre el libro con Paco Erice. Es esta:

Señalas que las fuerzas iniciales del PCE no eran desdeñables, unas 80 agrupaciones repartidas por toda España, y que el punto fuerte eran las regiones del norte. ¿Por qué esa fortaleza en el Norte?

Era la fuerza que se heredaba de las organizaciones socialistas, tanto el PSOE como la UGT, de Vizcaya y Asturias. Esas organizaciones, formalmente constituidas en 1888, tuvieron una base social débil y dispersa hasta que desde comienzos del siglo XX fueron las que proporcionaron a los trabajadores industriales y los mineros sus organizaciones de clase. Desde entonces y por mucho tiempo fueron el escenario de su principal presencia en el movimiento obrero. Por otra parte, el sector de la minería, no solo el asturiano o el vizcaíno, también en Ciudad Real y en Andalucía, era uno de los más radicalizados por sus condiciones extremas de trabajo y de vida, y la dureza de su confrontación con la patronal. Antes de la Gran Guerra, Egocheaga, uno de los principales dirigentes del sindicato minero de la UGT, había pasado a defender un sindicalismo de combate que incluyera el sabotaje entre las armas a utilizar. Los mineros fueron el nervio de la primera base comunista.

Haces referencia a José Bullejos y dices: «Este era el paradigma del cuadro político encargado de asumir responsabilidades sindicales, licenciado en derecho y proletarizado como cartero en Madrid…». ¿Era frecuente esa proletarización a la que aludes?

Por el contrario, era muy excepcional. No fue un caso único, pero tendríamos bastante con los dedos de las dos manos para contar los intelectuales o estudiantes proletarizados; y digo proletarizados, no miembros del PSOE o de las Juventudes Socialistas.

Sostienes que el capital humano y organizativo inicial del Partido no era un mal punto de partida, pero que, entre otras cosas, la dedicación de los dirigentes fue deficiente: lo eran a tiempo parcial, actuando como tales cuando habían acabado sus jornadas laborales. ¿No tenían liberados? ¿Los medios económicos eran muy escasos?

Antes del golpe de Primo de Rivera no había ningún dirigente liberado; lo explica con sorpresa el delegado de la Internacional Comunista en España, Jules Humbert-Droz, señalando que el secretario general del partido hacía frente a sus responsabilidades cuando acababa su jornada laboral. Los ingresos de la militancia eran muy escasos y el dinero que podía proporcionar la dirección de la Internacional Comunistas poco y enviado de manera muy irregular; lo que llegaba se destinaba a pagar la propaganda antes que la manutención del secretario general.

Explicas que el PC italiano, el PC francés y el PCE, representado por César R. González, votaron contra la propuesta de un frente único obrero. ¿Qué política era esa del frente único obrero? ¿Por qué votó en contra el PCE?

Entre 1921 y 1922, Lenin, apoyado entonces y en esta cuestión por Trotsky, concluyó que la oleada revolucionaria iniciada en 1917 en Rusia y confirmada en 1918 en Alemania se había detenido después del desenlace de la guerra soviético-polaca y el reflujo de la movilización social en Europa. Seguía considerando la actualidad de la revolución como objetivo de época, pero había que hacer un alto en la consecución de ese objetivo para no estrellar al movimiento revolucionario en el mantenimiento de una dinámica ofensiva que ya no tenía condiciones para mantenerse. Lenin siempre pensó, y lo escribió muchas veces, que la insurrección, el asalto al poder, no podía hacerse en cualquier momento y de cualquier manera, sino cuando se dieran las condiciones no para garantizar pero sí para permitir el triunfo. Había que pasar a una posición de defensa de todo lo conquistado y para ello lo primero era acabar las confrontaciones internas en el movimiento obrero –que había dominado el proceso de construcción de los partidos comunistas– y proponer un “frente único” para mantener lo conquistado y acumular la experiencia y las fuerzas.

Complementaria a esa propuesta estaba la consideración de que los partidos comunistas habían de orientarse a la conquista de la mayoría dejando de lanzarse a acciones vanguardistas en solitario. Contra esa posición se manifestó un sector del PC Alemán, que quedó en minoría y teorizó que lo que correspondía era, por el contrario, contrarrestar el reflujo y la pasividad de las masas con acciones ofensivas. La recepción de la nueva propuesta tuvo que ver también con el grado de confrontación entre socialistas y comunistas entre 1919 y 1921 y con el nivel de tensión política que hubiese en el país; eso explicaría el alineamiento del PCE en contra del “frente único”.

Hablas de varios enfrentamientos a tiros en Gallarta y de que Bullejos resultó herido, muy grave, en uno de ellos. Tu conjetura es que, en el segundo caso, pudo tratarse de una provocación contra los comunistas. ¿Quién pudo organizarla?

En primer lugar habría que decir que acciones de provocación se produjeron en el movimiento obrero de aquellos años por todas partes. Lamentablemente el grado de conflictividad social, las duras condiciones de supervivencia, la disposición muy generalizada de pistolas entre los cuadros obreros, hacía que frecuentemente la confrontación entre opciones llegara a niveles de violencia.

Dicho eso, la forma en que se produjo el ataque a Bullejos hace pensar que en este caso le estaban esperando un grupo socialista, que no fue una acción “en caliente” sino una provocación pensada.

¿Tenía razón Jules Humbert-Droz cuando en el informe que envió al CEIC hablaba de las limitaciones de acción del Partido por su empleo de medios terroristas, en particular en la lucha contra los reformistas? ¿Qué medios terroristas eran esos?

Tenía razón. Se estaba refiriéndose precisamente a esas acciones de violencia, y de manera particular a lo ocurrido en el congreso de la UGT y los enfrentamientos en Vizcaya.

¿Qué función desempeñaron los Comités Sindicalistas Revolucionarios? ¿Una organización sindical del PCE dentro de la CNT?

No eran una organización sindical, sino una corriente interna, en términos de grupo de afinidad como se acepta en el seno de la CNT. No era un sindicato y tampoco pretendía ser una fracción sindical, aunque, como ocurrió con los grupos anarquistas y más adelante con la FAI, la relación entre el sindicato, la sociedad obrera y las corrientes podía suscitar conflictos. La FAI lo resolvió a partir de 1932, estableciendo su hegemonía exclusiva frente a otras corrientes mediante la imposición de la “trabazón”, de la presencia de representantes de los grupos de la FAI en los organismos sindicales.

Hablas de la debilidad permanente de la dirección ejecutiva del Partido en estos años. ¿De dónde esa debilidad permanente?

De múltiples factores. Para empezar su heterogeneidad y la ausencia de un liderazgo, ni personal ni colectivo. No hubo un Ordine Nuovo, un Bordiga o una Liga Espartaquista, ni nada remotamente semejante en el socialismo español y, por tanto, en los orígenes del PCE. A eso se añade la precariedad de sus estructuras y de su organización, que dificultan la consolidación de un grupo dirigente.

Cuando parece que eso está empezando a suceder en 1923-1925, la represión primorriverista lo quiebra de nuevo.

Das cuenta de la disidencia final de la Federación catalano-balear. ¿Cuáles eran los temas de esa disidencia?

En un primer momento se presenta como una confrontación por el control de la dirección del partido, que tiene un aspecto personal –entre Bullejos y Maurín– y un aspecto de tradiciones militantes diferentes; los miembros de la FCCB proceden muy mayoritariamente de la CNT, no hay en el comunismo catalán una presencia de tradiciones socialistas, como ocurría en el vizcaíno y el asturiano, las bases principales del partido en la época y también del liderazgo de Bullejos.

Cuando Maurín sale de la cárcel en 1927, Bullejos lo acusará de haber cedido a la Dictadura y ser, de alguna manera, cómplice de ella. La dirección de la Internacional Comunista exonerará por completo a Maurín, pero no lo repondrá en el ejecutivo del PCE –antes de ser detenido en 1925 había sido nombrado secretario general y Bullejos lo sustituyó precisamente por culpa de esa detención– para evitar que se prolongue el enfrentamiento en el seno de la dirección del partido. Maurín queda desplazado a funciones no ejecutivas durante su exilio en París y en esa circunstancia las diferencias se convierten en disidencia política por dos inputs que le llegan a Maurín: la influencia de Boris Souvarine, su cuñado, expulsado del PC Francés y las noticias que Nin –con quien mantiene correspondencia– le va dando sobre el conflicto en el seno de la URSS y en la dirección de la IC, ante el que Maurín se inclina hacia las posiciones de Bujarin, sin ser exactamente nunca un bujarinista.

En 1930, cuando la dimisión de Primo de Rivera inicia la crisis final de la monarquía, las diferencias políticas se trasladaran a la formulación de la línea del partido y de su política de alianzas; frente a la aplicación estricta de la línea de clase contra clase y rechazo de toda alianza política de la IC por parte de la dirección Bullejos, Maurín defiende el entendimiento con los republicanos de izquierda y la previsión de una salida en términos de república federal a la crisis de la monarquía. Y a partir de aquí la ruptura clásica del comunismo de la época: Bullejos conminó a Maurín a retractarse y a la FCCB a dejar de apoyar a Maurín y como no hicieron ni lo uno ni los otro, los expulsó.

¿Qué significó para el PCE la proclamación de la dictadura del general Primo de Rivera? ¿Se convocaron movilizaciones en contra por parte de las organizaciones obreras?

Cuando el general Primo de Rivera dio el golpe, la CNT llamó a una huelga general que apoyó el PCE. Las direcciones del PSOE y la UGT, divididas sobre la fuerza de la respuesta, se limitaron a una declaración pública de condena. La huelga general se quedó en agua de borrajas y luego la protesta obrera se fue desvaneciendo.

En Cataluña la Unió Socialista de Catalunya propuso a la CNT y al PCE articular un frente único contra la Dictadura, pero ninguna de las dos organizaciones le hizo caso. Por parte anarquista se pasó de la movilización a la conspiración, con el único resultado de atraer una mayor represión.

Los comunistas mantuvieron la condena a la Dictadura y el rechazo a participar en ninguna de sus políticas de control de la gestión municipal y del sindicalismo.

¿En qué consistieron los intentos gubernamentales de neutralizar al PCE? ¿Fue ilegalizado?

Explico en el libro que el gobierno de Primo de Rivera ofreció a los comunistas en Asturias y Vizcaya un status de tolerancia a cambio de que renunciaran al sindicalismo de combate; no lo hicieron y el siguiente paso de la Dictadura fue desencadenar una redada, entre diciembre de 1923 y enero de 1924, que desarboló al PCE.

Luego la política gubernamental fue prohibir la actividad pública comunista, incluyendo las reuniones de partido, intervenir locales de los comunistas, que en el País Vasco y Asturias acostumbraron a ser entregados por el gobierno a los socialistas; pero no se produjo una ilegalización general, las detenciones se producían como consecuencia de un hecho, una reunión de partido, un acto público, la participación en una huelga, manifestaciones contra la guerra de Marruecos…Incluso el periódico del partido La Antorcha pudo publicarse legalmente hasta finales de 1927.

¿Qué papel jugó Maurín dentro del partido de aquellos años? ¿Llegó a ser un secretario general sin nombramiento como tal? ¿Quién disparó contra él produciéndole una cojera permanente?

Maurín ingresó en el PCE en 1924, después de ser simpatizante desde el sindicalismo. A tiempo para participar en el Pleno Ampliado del CC en noviembre de aquel año, en representación de la Federación Catalana, y liderar la crítica contra César R. González y la dirección elegida en el Segundo Congreso del partido, en julio de 1923, en la que también estaba Lamoneda. Acusada de pasividad ante la Dictadura, la dirección dimitió en bloque y la sustituyó una Comisión provisional a la espera de la celebración de un nuevo congreso –con representantes de las principales Federaciones del partido–; Maurín entró en ella en nombre de la Catalana.

El Comité Ejecutivo de la IC nombró el 19 de enero de 1925 a Maurín responsable político de la Comisión, el equivalente a secretario general aunque no tengo claro que fuese con este título exactamente; pero Maurín no llegó a asumir de manera efectiva su responsabilidad y, desde luego el nombramiento, porque el 12 de enero fue detenido en Barcelona tras una persecución en la que la policía le hirió en una pierna, de la que cojeó desde entonces de por vida.

Por cierto que el policía que le detuvo –de la Brigada Social de Barcelona, no sé el nombre– reconoció a Maurín en Jaca, en los primeros meses de la guerra civil, precisamente por esa cojera.

Tras el V Congreso de la Internacional (junio-julio de 1924), comentas que en el PCE se generalizó «un lenguaje en el que el objetivo inmediato no era la conquista de las masas sino la organización de la revolución, entendida como un hecho insurreccional, cuya eclosión arrancaría definitivamente a las masas». ¿No había mucho de aventurismo e irrrealismo en esa consideración? ¿Soñaban? ¿Seguían acríticamente las directrices de la IC?

Seguían las directrices que en ese momento daba la dirección de la Internacional Comunista, que dio por cerrada la política impulsada por Lenin tres años atrás –obviamente sin reconocerlo expresamente– y alentó la idea de que la estabilización capitalista empezaba a deteriorarse y que se entraba en una fase prerrevolucionaria en la que había que volver a las dinámicas de confrontación en el seno del movimiento obrero y estar preparados para el salto a la fase revolucionaria, que podía producirse en cualquier momento.

Por otra parte la revolución era identificada con el acto insurreccional, no ya como consumación de un proceso sino como su desencadenante. Esa doctrina de la revolución inminente, por así decirlo, reactivó la teoría de la ofensiva de la izquierda alemana; por eso el objetivo no era ya conquistar a las masas, sino actuar para arrastrarlas a una acción revolucionaria que el partido y sus organizaciones emprendían por sí mismos.

Al propio tiempo se divulgaba un esquema simplista de la revolución rusa, presentada como único modelo revolucionario, en el que el partido bolchevique habría jugado siempre ese papel de vanguardia que rompe y arrastra; esa concepción, que no era la de Lenin, de la vanguardia que estaba por encima de la masa, del partido que se diferenciaba por su misión y acción de la clase obrera.

¿El PCF fue nombrado tutor de hecho del PCE? ¿Por qué esa tutela?

Todas las secciones nacionales de la IC, es decir los partidos comunistas, estaban bajo la supervisión de los delegados del Comité Ejecutivo y los organismos intermedios regionales –el Buró Romano, para los países del mediterráneo occidental; el de Berlín, para Alemania y Centro-Europa, el Balcánico etc.–. La presencia de esos delegados era tanto más continuada o intermitente cuanto se consideraba la situación política y social del país.

En el caso de España el delegado habitual fue el suizo Humbert-Droz hasta 1930; luego el argentino Codovila y el búlgaro Stepanov en los años de la Segunda República. En períodos en que no había una presencia activa de esos delegados directos, un partido del área venía a asumir su función inicial, oficiosa, de tutela; en el caso de los Balcanes y la región danubiana, la tutela la ejercía el Partido Comunista Búlgaro.

Al PC Francés se le encargó la del español y el portugués, ambos en situación precaria por la represión que padecían, y en el caso del español por compartir un problema político importante que era la cuestión de Marruecos.

Situándote en 1928 señalas: «La situación era de desastre total, el partido descabezado, perdiendo militantes, y divididos y desorientados los que quedaban. En ese punto, incluso su supervivencia quedaba en el aire». ¿Tal mal estaban las cosas? ¿Resultado de la persecución de la dictadura primoriverista?

Con solo un centenar de miembros y sus direcciones en la cárcel, de manera recurrente, las cosas efectivamente estaban mal. De hecho, algunos partidos comunistas fundados en 1921 en Europa occidental desaparecieron en la segunda mitad de los años veinte y tuvieron que reconstituirse como el irlandés o el portugués. El yugoslavo que había llegado a tener 60.000 afiliados en 1922 apenas tenía 600 en 1930. Pero desde luego el único factor del desastre no era la represión; tan o más importante que ella fue el desastre político de la Internacional Comunista entre 1923/1924 y 1934, con cambios de política general y adopción de líneas sectarias, que desmovilizaban a los militantes y desalentaban a los aspirantes a serlo.

Apuntas que el PCE, con Bullejos en la secretaría general, participó en el proyecto insurreccional de Francesc Macià. ¿Por qué? ¿Cómo acabó esa extraña alianza?

Fue de hecho una imposición del Comité Ejecutivo de la IC, con el impulso inicial de la dirección del PC Francés.

En el transcurso de sus conspiraciones en París, Macià propuso a Bullejos participar en la que estaba organizando, en el verano de 1925. Bullejos era escéptico, pero al secretario general del PC francés, Semard, le sedujo la idea de una acción que, cuando menos, podría desestabilizar al gobierno español en plena guerra de Marruecos y facilitar la campaña comunista en su contra en Francia.

Sea como fuere, el PC francés gestionó una visita de Macià y Bullejos a Moscú para conseguir el apoyo de la IC. Todo eso tenía un escenario de fondo. Desde 1924 el Comité Ejecutivo de la IC buscaba un “factor revolucionario” desencadenante del proceso que se anunciaba cono inmediato, pero nunca llegaba; aparte del social, movilizaciones obreras o campesinas, el factor que creyó encontrar fue el de las reivindicaciones de las nacionalidades minoritarias, la eslovaca en Checoslovaquia, la croata en Yugoslavia, la macedónica en el centro de los Balcanes….

Todo eso desembocó en mucho humo y mucha confusión política que ahora sería largo de explicar (estoy trabajando en un libro sobre ello que espero poder publicar a finales de este año o el que viene). Baste ahora señalar que ese fue el trasfondo de lo que llamas extraña alianza y que no pasó de un intento conjunto de conspiración en el que cada parte iba por su lado.

En ella participó también Vidiella en nombre del Comité Nacional de la CNT, lo que dio pie a la fantasía de que la CNT había llegado a estar a favor de la independencia de Cataluña; nunca lo estuvo y el siguiente Comité Nacional sustituyó a Vidiella y se desentendió del proyecto.

Macià no convenció a los dirigentes de Moscú y no creo que sea muy necesario explicar por qué; la IC se limitó a prometer apoyo financiero si primero la conspiración daba muestras de actividad efectiva y como nunca sucedió eso el dinero tampoco llegó y la entente se rompió en 1926. A partir de aquella experiencia Macià organizó lo de Prats de Molló y el PCE puso en cuarentena las conspiraciones militaristas (Condenó años más tarde la sublevación de Jaca, en la que participó Fermín Galán, que también había estado en la conspiración de Macià en 1925-1926).

¿Quién fue Jacques Duclos? ¿Qué papel jugó en el PCE?

Miembro de la dirección del PC Francés y diputado comunista en la Asamblea Nacional; fue uno de los que participaron en aquella tutela de la que hablamos.

Hablas de que, poco a poco, el PCE fue construyendo una concepción específica de la revolución española. ¿Qué concepción específica fue esa?

La tesis según la cual es capitalismo español, todo y tener ya características de capitalismo imperialista por el peso del sector financiero y los restos de política colonial, tenía un nivel de desarrollo inferior por el peso de las “reminiscencias feudales”, el poder económico y político de los terratenientes –identificados de manera indistinta como oligarquía o aristocracia– y de la Iglesia Católica; esas reminiscencias impedían la consecución de la revolución democrática y desarrollo pleno del capitalismo español. Era la adaptación de la doctrina de la revolución por etapas.

Siguiendo esa tesis, la Segunda República no significó un cambio de fondo, sino solo el cambio en la correlación de fuerzas del segmento capitalista y el segmento feudal, con avance de posiciones de las burguesías, financieras e industriales, que mantenía empero el compromiso con este último a través de la limitación de cualquier cambio en un sentido reformista. Por lo que el signo de la revolución en España seguía siendo el del cumplimiento de las tareas pendientes de la revolución democrática (se decía democrático-burguesa porque en el pasado, en Europa occidental, la habían llevado a cabo las burguesías), aunque esta y sus tareas habrían de cumplirlas las clases trabajadoras aliadas con el campesinado pobre y proletario.

Te cito: «Ese mejunje teórico –la concepción del capitalismo en España según la IC y las tareas de la hora del proletariado y el campesinado–, construido en la estela de la sacralización de la Revolución rusa como modelo cerrado y referente no ya ideológico, sino político inmediato, constituía una proyección simplista de la experiencia y la política bolchevique desde comienzas de siglo». Añades: «su concreción táctica resultaba impracticable al querer imponerla sobre la realidad en vez de partir de ella, de manera que la pretensión de acción política comunista se reducía en la práctica a la propaganda». Ese mejunje teórico del que hablas, ¿no fue una constante en el PCE, no sólo durante estos años sino muchos después, durante la lucha antifranquista?

Se mantuvo como discurso oficial, por inercia. A pesar de que el concepto de la revolución popular, que se aplica al nuevo escenario generado de guerra civil en el que las tareas democráticas dejan de ser las antiguas burguesas para constituir un anticipo de transición hacia el socialismo, lo dejó obsoleto. Se mantuvo también en la posguerra, hasta finales de los años sesenta, ante la ausencia de una reflexión programática, que acompañara a la línea política antifranquista que se estaba desarrollando.

La crítica de Claudín lo puso en evidencia. Pero podemos desarrollar esta cuestión más adelante.

De acuerdo. Mirado desde nuestro hoy resulta difícil entender que el PCE, en su III Congreso (París, agosto de 1929) y en la Conferencia de Pamplona (celebrada en Bilbao, marzo 1930), adoptara la tesis de una inmediata ruptura revolucionaria como salida a la crisis de la dictadura primoriverista (revolución democrática, dirigida por el proletariado con el apoyo del campesinado y articulada en soviets). ¿Tan irrealistas e izquierdistas estaban?

Es lo que te he explicado antes. Una posición dogmática, de aplicación a la realidad de un prejuicio político (la revolución inminente) y confección de ese prejuicio como repetición de la revolución rusa, es decir, de la imagen que Stalin codifica de la revolución rusa. Tan irrealista e izquierdista, pero no solo ellos sino la dirección de la IC, en manos de Manuilski desde 1929, un mero transmisor de las posiciones de Stalin.

Luego Stalin se rió de él ante Dimitrov, al que dijo que lo necesitaba porque Manuilski no hacia más que anunciarle revoluciones que luego nunca se producían (el episodio, muy instructivo por muchos sentidos, lo relata Dimitrov en sus Diarios)

¿La IC ayudó o más bien lo contrario al avance del PCE durante estos años?

La Internacional Comunista, como proyecto político, como movimiento, como referente general del sentido de la militancia, ayudó al PCE; lo que no le ayudó fue la línea política que defendió su dirección entre 1924 y 1934, y las intromisiones constantes que esta llevó a cabo para imponerla, a veces ante las dudas más que razonable de los dirigentes comunistas españoles.

El PCE se presentó en solitario a las elecciones municipales del 12 de abril de 1931. Los resultados fueron un horror. ¿Era de esperar?

Por completo. El Partido estaba todavía muy desorganizado y en algunas regiones importantes, como Cataluña, no existía por la ruptura con la Federación Comunista Catalano-Balear. Luego la presencia comunista fue creciendo, por efecto directo de la nueva situación de libertades democráticas, sean cuales fuesen las limitaciones que en la práctica pudieran tener. El PCE actuó en plena legalidad y su fibra militante y revolucionaria, más allá de los errores político que había tenido y mantenía, le permitió avanzar; de entrada en el mundo campesino, al ponerse al frente de las quejas por el moderado carácter de la reforma agraria y la necesidad de medidas urgentes en favor del proletariado campesino.

Es significativo que el relanzamiento del PCE no se inició en las regiones industriales de Vizcaya y Cataluña, donde había quedado muy baqueteado por el agotamiento de sus luchas frontales, imprudentes, en el primer caso y sus divisiones internas en el segundo. Lo hizo en la España del Sur, en Extremadura, en La Mancha, en Levante.

Gracias, muchas gracias. Pasemos al capítulo 5, «El gran salto hacia adelante», un título muy maoísta por cierto.

 

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