Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Paco y Neus

Josep Torrell

Antes de explicar mis relaciones con Paco, he de razonar algo que se convirtió en un desconcierto entre mi relación y la suya. Yo consideré a Paco el maestro con la lectura del primer artículo en El Viejo Topo («Los herederos de Marx», El viejo topo nº 1, octubre de 1976).

Pero antes de El Viejo Topo había una experiencia que Paco había conocido, y yo no. Al empezar el seminario de la Facultad de Económicas, invitaron al sociólogo de Madrid Víctor Pérez Díaz. Su intervención consistió en presentar un trabajo inédito Orientaciones políticas de los obreros españoles hoy, cuya publicación seria en 1979. El núcleo duro de la misma fue: la clase obrera española de estos años no se identificaba con los comunistas. La solidaridad (real) estaba solamente en que éste partido era el único que se enfrentaba a los empresarios (que se aferraban al uso policial contra los trabajadores). Pero, esto iba a cambiar. Los datos sociológicos eran aplastantes: la cosa que les inquietaba a la clase obrera era tener dinero para comprar alimentos, una nevera, una televisión, otros utensilios domésticos, hasta el poder comprar un coche. Por otro lado, la parte plausible del voto se desviaba hacía el PSOE: es decir, a un partido que aparecía mucho más centrista. Y lo que no querían los obreros era una nueva guerra civil. De los datos sociológicos, se desprendía lo que era un desastre evidente que afectaban a la política comunista.

Al salir del seminario, Manolo y Paco fueron caminando por la Diagonal abajo. Manuel dijo: si esto cierto –y yo lo creo— esto va a ser la debacle para las organizaciones obreras. Lo que pasaba era que aquellas huelgas (1972-1980) eran algo que se acababa históricamente. Pero el substrato que había debajo era el hundimiento de la clase obrera. A Manolo y Paco se les petrificó el alma saber lo que iba a pasar.

Yo fui al semanario de Sacristán (con otros muchos, compañeros del Comité Antinuclear de Cataluña, CANC) tiempo después. Allí conocí a Paco y al resto de compañeros de Materiales: bueno, de estos, pocos (creo recordar). Pero ninguno de los presentes era consciente de lo que había dicho uno meses atrás Víctor Pérez Diaz. Esto fue fatal para los militantes en Comisiones Obreras y sobre todo, para quienes estimábamos a Paco.

También conocí a Neus Porta, que te sonreía de forma amistosa y muy particular. Se dedicaba a la edición de libros, y, en los últimos años, arreglaba incunables para hacerlos nuevamente legibles. No escribía, salvo algunas cartas al Director, firmadas con Paco, que había publicado El País. Bueno, en realidad: yo no sé si escribía o no, la verdad sea dicha. Sólo puedo hablar de lo publicado.

Que Neus hacía muchas cosas bien hechas era evidente. Editaba mientras tanto con tino y una firmeza inigualables y con rigor (todo ello es apreciable en los cambios de color de las portadas de la revista, por ejemplo). Neus siempre impidió ningún cambio. Pero todo lo que hacía era anterior a la edición del número. Lo hacía, pero nadie lo sabía.

O tenía la habilidad de solicitar a los amigos de Paco una página para la cerebración del 50 años (creo que lo que hizo con Carmen Castells). No lo creo: estoy seguro. De hecho, hacía falta un buzón para poder enviar los escritos, que no fuera la casa de Paco ni la editorial (Destino), donde trabajaba Neus.

Carmeta y Neus son dos de las mujeres que no existen. ¿Ha buscado alguien en la web una fotografía de Neus o Carmeta? No. Nada. Y, en cambio, son dos mujeres que fueron fundamentales en aquellos años.

La inexistencia de las fotografías de Neus es incomprensible. El día de la lectura de la Tesis Doctoral de Paco, por la noche, hubo una cena y después, fuimos a casa de Paco (creo) y continuamos con la fiesta. Se hicieron multitud de fotos. En la cena, a la derecha de Paco, estaba yo, y luego Neus. Las mías, me las dieron, pero no figuraba Neus, creo. Entonces no me extrañó. Pero hoy me resulta incomprensible.

Coincidía con Paco los días que había que efectuar el envío de los mientras tanto, que se debían distribuir según los códigos postales, y después ensobrarlos. Cuando estaba todo acabado, se llevaban al buzón de Correos –muy cerca del Centre de Treball i Documentació (CTD)— y, luego, —a veces— íbamos a un restaurante conocido a cenar. Creo que Neus venía también a estos zafarranchos de envío, como, también, por ejemplo, Albert Domingo o Vera Sacristán.

Lo primero que hice fue pedir a Paco que viniera a presentar la revista a Igualada. Después, en mi primer día en Barcelona, le llamé: «Paco: ya estoy en Barcelona. ¿Qué he de hacer?». Un poco sorprendido, me dijo que por la tarde en el CTD había una reunión del movimiento pacifista. Pero no me había explicado que la capacidad de convicción del interviniente programado en el acto del CTD era nula.

Ignorando este trasfondo, me planté en el CDT y solo me encontré con un tipo: un tal Octavi. Me dijo que esperáramos un poco, a ver si venía alguien (aunque lo dudaba). La conversación se desvió hacia su actividad en las épocas del Komintern. Anonadado le hice observar que la Komintern se había disuelto y se había fundado la Kominform. «Esto es cierto. Pero los soviéticos en aquella época citaban siempre la Komintern». Y continuó con el día en que Nikita Kruschev se quitó un zapato y golpeó la mesa con él. Aterrado, yo quería huir.

A la mañana siguiente llamé a Paco y le conté el malestar pasado, y Paco le respondió: «Claro. Era Octavi Pellissa» —recordé entonces qué yo sabía quién era Octavi— y tras el corte de la llamada de Paco, me puse a golpear con la cabeza y el teléfono el vidrio de la cabina telefónica (hasta que unos hombres me dijeron que aquello era público). Mi primer día en la ciudad, había entrado en contacto a los dos hombres que más han influido en mi vida: Paco y Octavi.

También fui a la despedida de Manolo antes de irse a México. Lo que fue una pifiada: todos venían a despedirse y los otros mantenían debates de filosofía dura. En seguida comprendí que yo era un pez fuera del agua. La casa donde tenía lugar la fiesta era de Miquel Ángel Llorente y este nos mostró su estudio: un piso donde había una pared llena de papel moneda. Actas bancarias de una compañía ferroviaria (de vía estrecha) de que se hundió en el siglo XIX, y él por azar, los encontró a precio de saldo. También recuerdo una frase de Manolo: «De la música contemporánea él que no soporto es a Belà Bartók». Me sorprendió, porque yo había trabajado sus estudios sobre música popular y tenía discos de él. Pero desde entonces no he oído un disco de Bartók, aunque recuerde las Voces de pasado. ¿Ha sido haber oído a Manolo? Pr0bablemente sí.

A Paco le pedí que dirigiera mi tesis doctoral (una locura: la obra completa de Pasolini). Estábamos en su despacho, en económicas, y me dice muy serio: «Porqué tú tienes un castellano brillante». Tierra, trágame. ¿Cómo voy a decirle a Paco que mi castellano es, en realidad, su castellano?

Aunque desde 1990 nada pudo ser igual. La defenestración de Gorbachov, el salto al poder de Borís Yeltsin, la disolución de la URSS, y luego el 10 de noviembre de 1989, en Berlín, cuando los ciudadanos orientales deciden pasarse a la Alemania occidental. Se había acabado un mundo.

Había tipos, además, para acabar de marear la perdiz. Estábamos reunidos para preparar un acto del CTD –para el cual tanto PSUC, MCC y LCR apoyaban al acto pero no querían ni que se les nombrara—, cuando un catedrático anarquista de la UAB (en una sesión donde estaban Josep Mª Fradera y Octavi) dijo: «Lo de Moscú está muy bien. Como a los comunistas les han machado y nunca levantarán cabeza. Je, je». La cara de Octavi se volvió pálida y al momento salió del cuarto. Le seguí: estaba en una habitación solo. Cuando me vio, me dijo: «¡Y este tipo! ¿Qué no ha visto lo que se avecina? ¿Anarquista? ¡Un loco de remate!». Su tez seguía blanca de palidez. Pero poco a poco, Octavi fue adoptando el carácter de uno más.

Yo tuve que asumir que mi Pasolini era inviable y se transformó en Pere Portabella. La muerte, en agosto 1992, de Octavi, hizo plantearme hacer una tesis sobre él. Pero los del CTD me hicieron desistir: no puedes elegir a uno que aprecies: no es ético.

Entonces queda Paco: pero Paco se estaba volviendo invisible. Fue entonces a Valladolid con Neus. Neus se fue de Destino, y durante un tiempo viajó a Italia a aprender el modo de restaurar incunables. Y yo me estaba volviendo también otra cosa. Lo que me estaba abrumando eran las revistas (mientras tanto, En pie de paz y cuatroSemanas), el CTD, mi trabajo de traductor, mi militancia pacifista en el Guinardó, mi carrera universitaria, etcétera.

No está claro que no les afectaran el que había acabado con un mundo. Lo hizo. Paco se fue a Valladolid y empieza el relato de La gran perturbación. Discurso del indio metropolitano (1995), que va a ser un desastre económico.

Pero había en Paco algo que yo no entendía. Años después, supe lo que era: Paco se sentía agobiado por el destino de la URSS pero también con el aldabonazo de 1976, sobre los trabajadores. Fui consciente de ello, viendo una conferencia de Paco en la web contando este aldabonazo. Por entonces, Paco estaba ya muerto y yo incapacitado.

Cuando me dio el primer Ictus, Paco y Neus vinieron a verme al hospital y me regalaron un libro. Paco se empeñó en que se podía ir hasta unos árboles allí cercanos. Neus y yo dijimos que no, pero él dijo que sí, y con una silla de ruedas me llevó empujando (y él sudando la gota gorda). Y cuando llegamos al lugar estaba ya oscuro: sostenella y no enmendalla.

Primero fue la muerte de Neus (que, pienso, que el viaje a Italia tenía que ver también con su enfermedad); y después Paco en la radioterapia. Hubo un encuentro un día que lamentablemente Paco había salido de radioterapia. «Es que he salido de la radioterapia», dijo de pronto. Yo sabía qué significaba esto. Él mantuvo el discurso, sin embargo, como con la silla de ruedas de Sant Pau. Quedamos un día que no estuviera con terapia. Pero no le llamé nunca más.

Ahora pienso en Paco y Neus, que nunca podrán volver a vivir su vida en el presente, salvo con nuestros pensamientos.

4-VII-2023

Un comentario en «Paco y Neus»

  • el 9 septiembre, 2024 a las 12:36 pm
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    «el 10 de noviembre de 1989, en Berlín, cuando los ciudadanos orientales deciden pasarse a la Alemania occidental».

    En realidad, los ciudadanos de la extinta RDA, NUNCA decidieron incorporarse a la RFA. Eso se decidió, supongo, en alguna reunión del politburó soviético del PCUS, y fue materializado por su presidente, en aquel momento, Gobachov, con el alborozo indescriptible, de todas las potencias imperialistas.

    A la hora de relatar acontecimientos históricos, es deseable no » inventar «.

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