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Bolivia insurgente. El retorno del fantasma

La rebelión de los de abajo ha vuelto a ocupar el centro del escenario latinoamericano. La insurgencia boliviana continúa y profundiza una seguidilla de sublevaciones populares que se viene desarrollando desde el comienzo de la década actual. Cochabamba (2000), Buenos Aires (2001), Caracas (2002) son algunos de los hitos que marcan el nacimiento de una nueva realidad social generada a partir del hundimiento institucional y económico de un capitalismo regional desquiciado por la depredación. En cada  caso los medios de comunicación trataron de acotar el significado de esas convulsiones limitándolas a sus especificacidades nacionales o locales, pretendiendo disminuir su trascendencia. Buscaron reducir los levantamientos en Bolivia durante el año 2000 a la guerra del agua debida al descontento de la población de Cochabanba por la entrega de su suministro a una empresa privada, o bien simplificar la insurrección de diciembre de 2001 en Argentina  atribuyéndola a la reacción de los ahorristas estafados, en Venezuela al antigolpismo de las masas chavistas, en Ecuador al despertar indígena y ahora en Bolivia encasillándola como guerra del gas. La avalancha social que presenciamos es mucho más que eso, persiste a lo largo del tiempo, se extiende en el espacio latinoamericano, se radicaliza y masifica (el itinerario boliviano entre 2000 y 2003 es ilustrativo al respecto).

La región se encuentra desgarrada por dos procesos interdependientes pero antagónicos. Por una parte la dinámica elitista y desestructuradora del sistema económico y su trama político-institucional y frente a ella el ascenso, la tentativa de recomposición y sobrevivencia civilizacional de grandes masas sumergidas, mayoritariariamente urbanas o culturalmente urbanizadas, cada día más empobrecidas. La crisis (y colapsos en ciertos casos) de los modelos neoliberales ha agravado bruscamente dicho antagonismo. Se trata en consecuencia de fenómenos muy profundos, con componentes locales y regionales.

Economía y política

Exagerando la síntesis podríamos decir que el capitalismo le queda chico a las grandes mayorías populares de América Latina. Aumentan exponencialmente los excluidos y asalariados superexplotados porque la economía de mercado no se reproduce  ampliando el área de sectores sociales integrados sino estrechándola, no extiende la infraestructura educativa, sanitaria, habitacional, de transportes, etc, por el contrario la depreda, no crea nuevos empleos, destruye y degrada muchos de los existentes. No debido a un brote de irracionalidad de algunos (o muchos) malos capitalistas sino a la lógica decadente del capitalismo, sobredeterminante, global, sin lugar (o con espacios en rápida contracción) para ilusorios capitalistas serios o productivos. En la era en que la burguesía deviene lumpenburguesía el sistema económico, acaparado por redes de saqueadores (financieros, comerciales, agrarios, industriales) locales y transnacionales, no admite transformaciones positivas o solo ensaya cambios perversos (como los promovidas por el FMI)  que incrementan el pillaje.

Mientras la estructura económica aparece como un corsé que se va encogiendo al ritmo de los ajustes y las reformas estructurales, los sistemas políticos y más en general las instituciones van perdiendo legitimidad. Las democracias latinoamericanas abandonan sus últimas pretensiones de representatividad popular y quedan al descubierto como mafias, grupos restringidos de negocios más o menos criminales. Hacia comienzos de los años 90 democracia y liberalismo económico se presentaban como las dos caras del progreso, ahora el fracaso neoliberal arrastra a las democracias elitistas al pantano común de la crisis. Sanchez de Lozada fue una muestra caricatural de esa evolución. Era un hombre de los 90, cuando su barco empezó a naufragar sin remedio Bush le brindó públicamente apoyo, Kofi Anan y el Papa llamaron a la paz social (basada en la resignación de los pobres) y los nuevos presidentes progres Lula y Kirchner enviaron mediadores. Por suerte el pueblo boliviano no tuvo tiempo para escuchar los pedidos de calma del Santo Padre y siguieron peleando hasta desalojar al presidente-millonario, sin dejarle posibilidades de ejercer sus artes a los expertos en embrollos fletados a La Paz por los jefes de estado mencionados (seguramente alentados por Repsol, principal inversor en el proyecto de saqueo del gas boliviano).

Bolivia rebelde

 

La caída de Sanchez de Lozada cierra un doble ciclo en Bolivia. Significa el agotamiento del neoliberalismo económico, iniciado a mediados de los 80 pero también la ruina de un sistema que combinado con golpes y dictaduras militares, restauraciones democráticas y experiencias populares fracasadas dominaba la vida política desde la revolución nacionalista de 1952. El MNR (Movimiento Nacionalista Revolucionario) iniciador de esa historia es el que medio siglo más tarde representa la derrota del régimen, hace cincuenta años ocupaba el gobierno a la cabeza de una rebelión popular ahora es echado a patadas por el pueblo insurrecto. De la ilusión nacionalista (burguesa) del joven Paz Extensoro a la claudicación colonial impulsada por el viejo Paz Extensoro y su heredero Sanchez de Lozada.

Esta nueva etapa de fin-de-régimen está marcada por la emergencia de la Bolivia profunda , indígena, no ya como masa subalterna sino como espina dorsal, como protagonista principal de la rebelión. No como retaguardia campesina sino como corazón y cabeza fuertemente urbana de la avalancha social. Los vecinos aymaras de El Alto dieron el ejemplo. Es la nueva realidad andina, vigente desde Ecuador hasta Bolivia, los pueblos originarios se expanden demograficamente, invaden las ciudades, indigenizan a las  sociedades criollas, van imponiendo una presencia cultural que apunta hacia la hegemonía. No como cultura de regreso al pasado precolonial sino como creación, desarrollo nuevo, modernización autónoma, reconstrucción de raíces, memorias, en interacción con el mundo del siglo XXI. Que no es el paraíso prometido por los neoliberales sino la decadencia de la civilización burguesa, de Occidente que ocupó América hace cinco siglos.

En ese sentido la especificidad boliviana y andina de la insurgencia enlaza con el conjunto de la realidad social latinoamericana, forma parte de un mismo movimiento de confrontación a los sistemas de poder, expresiones del capitalismo regional en la etapa de la dominación (y crisis) financiera global.

El retorno del fantasma

En el plano internacional la insurgencia boliviana aparece como una expresión muy avanzada de las rebeliones y resistencias periféricas. El Imperio norteamericano busca controlar los principales recursos energéticos del mundo. Para ello trata de consolidar protectorados militares en Afganistan, Irak y otros países de Asia y colonizar de manera integral América Latina (el ALCA es uno de sus instrumentos). La reserva boliviana de gas equivale a 52 trillones de pies cúbicos, es la segunda más importante de Latinoamerica y es superior a la que tienen en conjunto Argentina, Brasil, Chile y Perú. El proyecto de explotación que trataba de imponer Sanchez de Lozada pretende convertir a Bolivia en una fuente permanente de abastecimiento de gas a Estados Unidos por medio de la construcción de un gasoducto desde Tarija hasta el Pacifico, para luego exportar el producto a California. La empresa encargada del negocio es el consorcio Pacific LNG controlado por Repsol y la británica BG.

El esquema americano de dominación global encuentra resistencias mayores a las esperadas por Bush y sus amigos. En Irak más de 150 mil soldados norteamericanos están empantanados en lo que tiende a convertirse en un nuevo Vietnam. El petróleo iraquí le está costando mucha sangre y dinero al Imperio. En Afganistan la guerrilla crece. Ahora en Bolivia el manotazo a las reservas de gas acaba de tener un primer y muy serio traspié. Pero más grave aún, la insurrección boliviana trasciende el tema energético, aparece de manera explícita como un movimiento de confrontación al neoliberalismo, a la dominación imperial. Norteamericana pero con socios europeos y japoneses. El caso del consorcio Pacific LNG lo demuestra bien: gas para Estados Unidos administrado por empresas europeas.

La domesticación colonial de América Latina se va convirtiendo en un proyecto de muy difícil realización. Las democracias elitistas acompañado al saqueo transnacional van entrando en un callejón sin salida, las masas sumergidas las acosan, la crisis reduce dramáticamente su margen de maniobra. Los maquillajes rosados ensayados en algunos países son rápidamente borrados por la dura realidad. Lula sigue hablando en progresista mientras aplica la receta neoliberal pero su popularidad cae mes tras mes. Kirchner recorre un camino parecido casi seguramente con similares resultados en el futuro próximo.

El demonio de la rebeldía popular no ha podido ser eliminado. Esta latente y de tanto en tanto reaparece; en Quito, en Caracas, en Cochabamba, en Lima, en Buenos Aires, en La Paz… Es un fantasma amenazante que se pasea por América Latina. Adquiere experiencia, se extiende por abajo, reflexiona colectivamente, va adquiriendo confianza en si mismo, ensaya una y otra vez la insurgencia frente a un capitalismo decadente que solo puede ofrecerle discursos pesimistas, de adaptación cínica a una vida degradada. Son palabras huecas, visiblemente alejadas del mundo real.

Frente a ello aparecen otros discursos, optimistas que apuntan hacia un mundo nuevo.  En medio de la rebelión boliviana un periodista español entrevistó a Evo Morales y le pregunto provocativamente: ‘¿ Es usted socialista?’, a lo que Morales respondió:
‘¿Qué es socialismo? Para nosotros es vivir en colectividad. Los pueblos indígenas vivimos en armonía con nuestra madre tierra. Socialismo es vivir en reciprocidad, solidaridad, y, fundamentalmente, la redistribución de la riqueza. Yo vengo de este sistema, es nuestra experiencia, porque el ayllu es comunidad, colectividad. Queremos que todo el país viva en estas condiciones’ (1).

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(1) “Ahora debe irse. Evo Morales habla del presidente”, Pagina 12, 16 de octubre de 2003.

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Destacado:

‘Esta nueva etapa de fin-de-régimen está marcada por la emergencia de la Bolivia profunda , indígena, no ya como masa subalterna sino como espina dorsal, como protagonista principal de la rebelión. No como retaguardia campesina sino como corazón y cabeza fuertemente urbana de la avalancha social. Los vecinos aymaras de El Alto dieron el ejemplo’.

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