Un punto de encuentro para las alternativas sociales

El socialismo científico de J. B. S. Haldane

Samanth Subramanian, Daniel Finn

J. B. S. Haldane fue una de las grandes mentes científicas del siglo XX y desempeñó un importante papel en el desarrollo de la genética. Haldane fue también un incansable activista político que gravitó hacia el movimiento comunista británico en las décadas de 1930 y 1940. Su carrera pública constituye un fascinante caso de estudio sobre la relación entre política y ciencia.

Samanth Subramanian es un periodista indio afincado en Londres. Su libro A Dominant Character: The Radical Science and Restless Politics of J. B. S. Haldane se publicó en 2019. Esta es una transcripción editada del podcast Jacobin Radio‘s Long Reads. Puede escuchar la entrevista aquí.

Antes de entrar en detalles sobre su vida, ¿podría ofrecer a quienes no estén familiarizados con J. B. S. Haldane un breve resumen de la posición que ocupó en la vida pública británica durante la mitad del siglo pasado, y algunas de las contribuciones que hizo al desarrollo de la ciencia?

J. B. S. Haldane fue ante todo un genetista, y su carrera coincidió con el auge de la genética como campo de estudio en la primera mitad del siglo XX. Con su trabajo demostró toda una serie de cosas. Una de ellas fue el mecanismo de ligamiento genético en los mamíferos, es decir, cómo dos genes próximos en un cromosoma tienden a heredarse juntos.

Identificó los genes de la hemofilia y el daltonismo e introdujo una teoría sobre el origen de la vida en la Tierra. Su contribución más importante, en mi opinión, fue conciliar dos aspectos de la genética que a principios del siglo XX parecían irreconciliables. Mientras persistió la brecha entre esos dos aspectos, la gente temía que la teoría de la selección natural de Charles Darwin estuviera condenada al fracaso.

Cuando hablamos de su estatura y su papel en la vida pública, llegó a ser tan famoso como lo fue Albert Einstein en Gran Bretaña en su momento. Esto se debió sobre todo a su doble faceta de escritor y conferenciante.

Gomo escritor, publicaba artículos de opinión. Escribió sobre su vida y sus experiencias en la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Como conferenciante, daba charlas y cientos de personas acudían a escucharle. No era un orador especialmente magnético, pero tenía la cualidad de simplificar la ciencia de forma que la gente pudiera entenderla sin atontarla ni despojarla de matices.

Arthur C. Clarke llamó a J. B. S. el divulgador científico más brillante de su generación. Si uno se adentra en los archivos de Haldane, verá cientos de cartas de gente corriente con preguntas científicas, a las que él intentaba dar respuesta. Verá recortes de periódicos en los que la prensa le pedía que comentara algún aspecto de la ciencia, la economía o la política gubernamental.

Haldane era un sólido pilar de la izquierda británica de la época. Durante un tiempo fue un comunista convencido, hasta el punto de que el MI5 le mantuvo fichado durante casi dos décadas. Todo ello le confirió un perfil público que no era sólo el de un científico, sino también el de un pensador político o un intelectual público, algo menos frecuente hoy en día.

Haldane procedía de un entorno privilegiado, pero también parece haber sido un entorno en el que se consideraba normal tener una conciencia social bien desarrollada y preocuparse por la clase trabajadora. Tal vez por eso, su posterior giro hacia la política de izquierdas y, finalmente, hacia el comunismo, no fue tan radical como lo habría sido para muchas otras personas de clase similar a principios del siglo XX.

Creo que así es. Yo atribuiría mucho de esto a su padre, J. S. Haldane, que también era científico. J. S. estudió la respiración y fue profesor de fisiología en Oxford. Desde el principio de su carrera científica, J. S. parecía ser de los que pensaban que la ciencia debía mejorar la vida de la gente en el mundo: no debía limitarse a una torre de marfil o a las revistas académicas. El objetivo de la ciencia era mejorar la vida de la gente corriente.

En sus estudios sobre la respiración, por ejemplo, utilizó los mismos principios para examinar por qué los mineros del carbón morían bajo tierra, o cómo afectaba a las personas estar en los barcos durante un largo periodo de tiempo, o cómo los buzos navales podían salir de las profundidades con seguridad sin sucumbir al mareo. Iba a los barrios pobres de Dundee e intentaba medir el aire de las viviendas para ver si era sensato que la gente respirara y viviera allí.

Todo este activismo científico, por así decirlo, se basaba en primer lugar en una sólida formación y educación en ciencias. Eso era algo que J. B. S. tenía también. Pero también se basaba en experimentos. J. S. experimentaba consigo mismo: salía a menudo al campo, a las minas y a los suburbios, y comprobaba el efecto del aire de esos lugares en su propio cuerpo.

Llevó a su hijo a algunas de estas excursiones experimentales cuando era sólo un niño. En una ocasión, bajaron todos a una mina y le pidieron a J. B. S. que se mantuviera erguido y recitara la oración fúnebre de Julio César. Era entonces un niño pequeño y su cabeza apenas rozó el techo del pozo de la mina. Empezó a hablar, y como los gases venenosos que dejaban inconsciente a la gente en esas minas habían subido hasta arriba, empezó a sentirse mareado y tuvo que volver a sentarse.

Todas estas experiencias inculcaron a J. B. S. un par de principios. Uno era la alegría y la sorpresa de hacer ciencia sólida. Pero también estaba la idea de que los científicos podían y debían tener conciencia social. Debían preocuparse por cómo las clases trabajadoras del mundo podían beneficiarse del tipo de ciencia que él y su padre acabaron haciendo.

¿Cómo afectó a la visión del mundo de Haldane su experiencia como soldado en la Primera Guerra Mundial y el tiempo que pasó en la India gobernada por los británicos?

Creo que fue a la Primera Guerra Mundial todavía con cicatrices de haber estado en Eton, la escuela privada de Gran Bretaña, que era famosa por ser un lugar para esnobs y los hijos de esnobs de las clases altas. J. B. S. fue allí justo después de los diez años. Era un chico tímido y se metían con él con bastante frecuencia. Fue testigo de un enorme grado de esnobismo de clase a su alrededor en la escuela.

Después de Eton, fue a Oxford a licenciarse, pero luego se fue a las trincheras como soldado. Las trincheras eran un espacio relativamente democrático, al menos tal y como él lo veía. Es cierto que varias personas de orígenes acomodados y acomodadas habían sido nombradas oficiales y supervisaban a muchos hombres de las clases trabajadoras, al igual que hacían en su país. Pero en las trincheras, las jerarquías eran de rango y no de clase social.

Si eras un soldado raso con estudios en una escuela privada, no recibías ningún trato especial ni privilegios indebidos (o así era como él lo veía). En cualquier caso, cuando todos están sentados en una trinchera estrecha o bajo el fuego del enemigo, es muy difícil aferrarse a las distinciones de clase. Por primera vez, J. B. S. se encontró popular y disfrutó de un tipo de camaradería que no había experimentado hasta entonces. Creo que esa experiencia nunca le abandonó, e influyó en sus opiniones sobre la irrelevancia de las distinciones de clase que iba a arrastrar durante el resto de su vida.

Posteriormente viajó a la India, donde estaba de baja por enfermedad, y pasó allí un tiempo considerable. Volvió con la sensación de que el proyecto imperial era vanidoso e inútil. En una carta a su madre le dijo que no veía posible que el sistema continuara. Veía injusto que un puñado de ingleses gobernara un país tan vasto como la India.

El camino que siguió Haldane para convertirse en científico profesional parece difícil de concebir hoy en día. Estudió clásicas en Oxford en lugar de alguna asignatura científica, y nunca completó una carrera científica de ningún tipo antes de pasar a trabajar sobre el terreno.

Era algo que ocurría entonces, aunque J. B. S. quizá perteneciera a la última generación de no especialistas. No se me ocurre ningún científico que viniera después y se especializara en un campo concreto sin haber sido escolarizado al menos en una de las ciencias, si no en ese campo en sí.

Quizás hubo una especie de resaca victoriana de los caballeros científicos que persistió en el siglo XX, cuando J. B. S. estaba en la universidad. Su padre era un científico de formación, pero había muchas otras personas en esa época que eran aficionados. Se trataba siempre de hombres privilegiados y ricos que podían realizar experimentos científicos por amor a la ciencia. A menudo descubrían cosas que eran útiles y que ayudaban al progreso de la ciencia.

Como usted ha mencionado, J. B. S. nunca estudió ciencias en la universidad y nunca obtuvo un título científico, pero había hecho mucho de niño. Había ayudado a su padre y luego empezó a resolver algunos problemas de genética por su cuenta. Tenía una gran facilidad para los números en particular. Cuando regresó de la guerra y le ofrecieron un puesto de bioquímico en Oxford, no habría sido algo fuera de lo común en aquella época, aunque, como ya he dicho, puede que fuera uno de los últimos no especialistas a los que se les ofreció un puesto así.

¿Cómo se interesó Haldane por la genética y cómo se desarrollaba el campo de la genética en aquella época?

El interés del propio Haldane surgió a raíz de los experimentos que realizaba de niño, en los que a menudo le ayudaba su hermana Naomi. Se trataba de experimentos con cobayas. Los hermanos los tenían en conejeras en su casa de Oxford, al lado de un camino que llevaba a las pistas de tenis, y hacían un seguimiento de cómo se reproducían las cobayas y qué rasgos transmitían: el color de su pelaje, por ejemplo, o la longitud de su pelo.

Observaban, como Gregor Mendel, los rasgos dominantes y recesivos, es decir, qué tipo de rasgos producía en los hijos una determinada combinación de progenitores. Mendel era monje en la actual Chequia, en la ciudad de Brno. Fue varias décadas anterior a J. B. S. y Naomi, pero su trabajo se había redescubierto recientemente con gran entusiasmo. Mendel realizó experimentos con guisantes en los que observó cómo los padres transmitían rasgos a su descendencia, y creó un sistema tabulado de cómo sucedía y a qué correspondía en términos de lo que ahora conocemos como genes.

El redescubrimiento de Mendel a principios del siglo XX también planteó un problema que se estaba desarrollando en la genética de la época. A esto me refería antes. Los seguidores de Mendel y sus teorías atribuían los cambios en una especie a mutaciones en los genes. Esos cambios podían ser grandes o pequeños, pero siempre eran lo que podríamos llamar discontinuos.

Si un conejillo de indias naciera con un dedo extra, por ejemplo, eso sería un cambio discontinuo: es discreto. Los darwinianos pensaban que las pequeñas variaciones no detectadas acabarían acumulándose a lo largo de muchas generaciones en una población. Con el tiempo darían lugar a un tipo de adecuación a su entorno que ayudaría a la especie a prosperar. Darwin había escrito célebremente que la naturaleza no hace saltos.

Si pensamos en la estatura de una población, la estatura es una magnitud continua. Si se representa gráficamente, la altura de la gente sigue una curva de campana natural y continua, mientras que los seguidores de Mendel sólo veían saltos. Esta brecha en la teoría entre Mendel y Darwin amenazaba con deshacer por completo la teoría de la evolución y la selección natural.

Fue entonces, en los años veinte y treinta, cuando Haldane, junto con otros científicos, ayudó a unir las ideas de Mendel y Darwin. Esencialmente rescataron la idea de la selección natural darwiniana. Sin entrar en los números del asunto, demostraron mediante las matemáticas que la selección natural era una fuerza poderosa, capaz de seleccionar incluso pequeños cambios genéticos y amplificarlos en una población con sorprendente rapidez. Resucitar el poder de la selección natural era validar la teoría de la evolución de Darwin.

¿Qué postura adoptó Haldane ante la idea de la eugenesia, considerada muy respetable y de moda durante el periodo de entreguerras? No estaba en absoluto contaminada por la asociación con la experiencia del Tercer Reich, como lo estaría en una etapa posterior.

Tanto en EE.UU. como en el Reino Unido se observaban en aquella época políticas decididamente eugenésicas. El Reino Unido quería aislar a los débiles mentales, como ellos los llamaban, y Estados Unidos quería esterilizar a las personas que consideraba incapaces de reproducirse. Esto incluía no sólo a las personas que tenían debilidades fisiológicas, sino también a las que pertenecían a lo que se consideraba razas inferiores. Todo esto sucedía a lo largo de los años veinte.

El propio Haldane arrastraba desde muy joven los prejuicios de su clase. En una ocasión escribió sobre los aborígenes australianos y dijo: «Me cuesta creer que sus descendientes vayan a producir un [James] Watt o un [Thomas] Edison». Escribió varias cosas en ese sentido cuando era muy joven. Pero a medida que crecía, cuando tenía unos treinta años, empezó a hacer agujeros en las llamadas teorías de la eugenesia.

En parte, se trataba simplemente de la invalidez científica de esas teorías. Por ejemplo, los científicos no habían encontrado la forma de saber qué características humanas servirían mejor a la evolución futura, ni la forma de reproducirlas selectivamente en los humanos, por lo que obviamente había una enorme falacia científica en el corazón de la eugenesia. Otra falacia de este tipo surgió del hecho de que, en el mundo de la biología, la diversidad en una población es en realidad algo bueno. Contribuye a la aptitud genética general de una población, porque sólo si se tiene diversidad se pueden producir a veces rasgos que ayuden a la población en su conjunto a través de la selección natural.

La noción de raza a menudo atormentaba a Haldane y a otros científicos en esa parte del siglo XX, porque la gente se esforzaba por entender cómo unas diferencias físicas tan visibles podían importar tan poco. Pero Haldane no tardó en darse cuenta de que las capacidades de las personas estaban determinadas tanto por su entorno como por sus genes, y que las ideas de superioridad e inferioridad carecían de sentido a la hora de comparar a los seres humanos.

Llegó a la conclusión de que la palabra «raza», tal como se utilizaba entonces, era muy imprecisa. Afirmó que las razas del pasado no eran más puras que las actuales, una afirmación a la que siempre vuelven los defensores de la perfección racial. En lugar de «raza», empezó a utilizar el término «grupo de población», que es el término científico más preciso. Hoy lo seguimos utilizando para referirnos a un conjunto de personas u otros organismos que presentan características similares.

Ésa era la plataforma científica en la que se apoyaba Haldane cuando se trataba de la eugenesia. Pero parte de su oposición a la teoría fue también el desarrollo de su sentido político. Cuanto más se acercaba a la izquierda política, más se daba cuenta de que las teorías eugenésicas estaban ligadas a nociones derechistas de clase e imperialismo.

¿Cómo se forjó Haldane un perfil público como quizás el científico británico más famoso de su época y cómo utilizó ese perfil para la defensa política en los años 30 y 40?

La principal vía de Haldane para convertirse en un intelectual público fueron sus escritos. El ensayo que recomendaría ante todo se titula «On Being the Right Size». Es una concisa maravilla del tipo de escrito del que estamos hablando. El ensayo es muy accesible y aborda una noción fundamental: la cuestión de por qué nuestros organismos tienen el tamaño que tienen y qué impacto tiene eso en sus características.

Creo que Haldane llevó un paso más allá la idea de su padre de que la ciencia debía enriquecer la vida de la gente corriente. Decidió que todo el mundo debía ser capaz de apreciar la ciencia y comprender sus fundamentos. Para Haldane, una sociedad científicamente informada sería una sociedad mejor (y políticamente más sabia).

Por otra parte, muchos de sus escritos, si no todos, eran de carácter político. La orientación política podía no ser explícita, aunque se hizo más explícita a medida que avanzaban los años treinta y comenzaba la Segunda Guerra Mundial. Pero muy a menudo había una especie de moraleja política al final de cada historia que contaba.

A veces las conexiones con la ciencia que acababa de discutir eran tenues. A veces, esas conexiones eran muy claras, como las ideas eugenésicas de las que acabamos de hablar, que empezaron a arremolinarse en el debate público en la segunda mitad de la década de 1930, especialmente cuando los nazis ascendieron al poder en Alemania. Él fue una voz fuerte en la refutación de las teorías de la sangre que promovían los nazis y, por extensión, de la teoría de cualquier tipo de pureza racial.

Haldane también estaba dispuesto a tomar partido en las grandes batallas políticas de la época sobre el socialismo y el comunismo. Empezó como socialista y se hizo comunista en algún momento en oposición a las fuerzas del fascismo.

Viajó tres veces a España durante la Guerra Civil, intentando ayudar y siempre escribiendo para el público de su país sobre las cosas que veía. Escribió sobre la deshumanización que los fascistas estaban perpetrando contra la gente con la que quería aliarse –la izquierda en España– y sobre las armas que se estaban utilizando y los temas imperialistas que atravesaban estos conflictos.

Todos estos puntos salieron en artículos de vuelta a casa. Se publicaban muy a menudo en el Daily Worker, que era la publicación del Partido Comunista de Gran Bretaña [CPGB]. Utilizar ese perfil para la defensa pública en este caso concreto significaba instar a la gente a pensar dónde estaban sus lealtades e instarles a rechazar a la derecha en cualquier país, a los nazis en particular.

¿Cuál fue el camino que condujo a Haldane hacia la afiliación formal al PCGB después de haber pasado varios años como simpatizante cercano del partido –un «compañero de viaje», en la jerga de la época?

Ya hemos hablado de cómo creció en un hogar relativamente igualitario, teniendo en cuenta la época y sus antecedentes, y de cómo las trincheras de la Primera Guerra Mundial le parecieron un espacio relativamente democrático y se sintió solidario con la gente de las clases trabajadoras. Su primera esposa, Charlotte, tuvo mucho que ver con su decisión de afiliarse. Ella misma era comunista: de hecho, se había afiliado al partido mucho antes que él y no ocultaba sus afiliaciones. Creo que eso le influyó enormemente.

También le influyó un viaje a la Unión Soviética a finales de los años veinte. Fue un momento extraño, porque algunos de los juicios de José Stalin ya habían comenzado. Pero tal vez no habían sido tan publicitados para alguien que estaba de visita desde Gran Bretaña, no leía nada de ruso, y era llevado selectivamente a instituciones científicas particulares.

Creo que algo que realmente le atrajo del Partido Comunista fue su percepción de que la Unión Soviética se tomaba muy en serio el papel de la ciencia en la vida pública y en la mejora de los ciudadanos. Fue a los institutos soviéticos de investigación agrícola y se maravilló de los recursos de que disponían y de las instalaciones de que disponían.

No era el único en Gran Bretaña que pensaba así. Uno de sus colegas, J. D. Bernal, hizo una comparación para ver qué porcentaje del PIB gastaba la Unión Soviética en ciencia en relación con Gran Bretaña. Resultó que la Unión Soviética gastaba mucho más que Gran Bretaña. Para alguien como Haldane, esto era la prueba de una forma racional de gobierno en la que se aprovechaba el poder de la ciencia para mejorar la vida de los habitantes del país.

A medida que avanzaba la década de 1930, empezó a percibir el comunismo como un baluarte contra el fascismo. No era el único que lo veía así. A finales de la década, había viajado y escrito lo suficiente y poseía suficiente perfil público como para que el CPGB pensara que sería un gran partido. Haldane pensó que alinearse públicamente con los comunistas sería un acto de solidaridad contra las fuerzas fascistas.

¿Tenía Haldane su propia perspectiva sobre la relación entre marxismo y ciencia y sobre la filosofía del materialismo dialéctico que promovía la Unión Soviética, que pretendía aplicarse no sólo a la historia del capitalismo o a la historia de las sociedades humanas, sino también a toda la historia de la naturaleza y del universo?

Es difícil saber a estas alturas hasta qué punto se tomaba en serio el materialismo dialéctico. Hay una anécdota que incluí en mi libro: una vez le enviaron un hermoso calendario nuevo como regalo y escribió al remitente diciendo: «Sólo tengo una posible crítica seria del calendario –parece una pena tener que arrancar las páginas de una producción tan hermosa e instructiva– sin embargo, espero que esta crítica no sea dialéctica». Es imposible saber si bromeaba o no.

Creo que sí estaba convencido de que el materialismo dialéctico explicaba relativamente bien el universo conocido y hablaba del tema con bastante frecuencia. De hecho, publicó un ensayo en 1937 titulado «A Dialectical Account of Evolution» (Un relato dialéctico de la evolución), en el que se esforzaba a través de todo tipo de torsiones de interpretación para llegar a la conclusión de que la selección natural entra dentro de la gran tríada dialéctica de tesis, antítesis y síntesis.

Por supuesto, estas categorías le parecían artificialmente ordenadas, incluso a él. Es posible que en algún momento sintiera que estaba convirtiendo toda la estructura del materialismo dialéctico en un encasillamiento conveniente para hechos escogidos a dedo. Pero en el fondo, creo que nunca se apoyó en estos principios para hacer lo que él llamaría ciencia real.

La verdadera ciencia siempre se mantuvo separada de los ensayos que escribió, que eran casi exclusivamente un ejercicio político, un ejercicio de difusión del pensamiento marxista y de popularización del marxismo como filosofía. Estaba investigando algunas de estas cosas por sí mismo y nunca sabremos si las encontró totalmente satisfactorias. Pero sí sabemos que en todos sus rigurosos trabajos científicos publicados no se menciona en absoluto el materialismo dialéctico.

En última instancia, Haldane tuvo que responder a las ideas de Trofim Lysenko sobre la evolución y la genética. En primer lugar, ¿podría hacer una breve introducción sobre quién era Lysenko, los argumentos que esgrimía sobre biología y el destino de sus oponentes científicos en la Unión Soviética? En segundo lugar, ¿cómo respondió Haldane a Lysenko cuando recibió presiones de los dirigentes comunistas británicos para que respaldara sus ideas?

Lysenko fue un agrónomo soviético. Se convirtió en uno de los científicos favoritos de Stalin y llegó a ser nombrado presidente de la Academia Lenin de Ciencias Agrícolas de toda la Unión. Su interpretación de la biología y la genética era totalmente contraria a todo lo que los científicos occidentales (o de cualquier otra parte del mundo) habían descubierto o demostrado anteriormente.

Lysenko creía, por ejemplo, que la forma en que se comportan los genes no es aleatoria y que no cambian por accidente. El organismo en el que se transporta el gen influye en el propio gen. Si cambias el entorno que rodea a un organismo, como un tallo de trigo, cambiarás los genes que contiene y lo harás más resistente o más productivo para la segunda generación de trigo. Dijo: «No podemos esperar favores de la naturaleza, debemos arrancárselos».

Este punto de vista parece haber estado muy en consonancia con la filosofía soviética de domesticar el mundo natural para obtener de él lo máximo posible con el fin de mejorar la suerte de las clases trabajadoras. En ocasiones, Lysenko contradecía directamente las cosas en las que Haldane había trabajado o que él defendía. Rechazó la idea de que las matemáticas o la estadística pudieran decir algo sobre el comportamiento de los genes. Eso fue precisamente en lo que Haldane trabajó durante la mayor parte de su vida.

Cualquiera en la propia Unión Soviética que discrepara de Lysenko era condenado al ostracismo o a algo peor. En el caso de un conocido de Haldane, Nikolai Vavilov, fue enviado a prisión, donde acabaría muriendo. Varias otras personas fueron expulsadas de las ciencias académicas en la Unión Soviética, mientras que otras desaparecieron.

Paralelamente, en la Unión Soviética se llevaron a cabo desastrosos experimentos agrícolas basados en los consejos de Lysenko, que fracasaron estrepitosamente. Hay que tener en cuenta que todo esto ocurría en los años 40, cuando el estalinismo ya estaba muy arraigado y la gente era enviada con frecuencia a los gulags siberianos.

Lysenko creó un clima de miedo en las ciencias soviéticas. Nadie estaría dispuesto a hablar en contra de sus teorías altamente erróneas. De nuevo, esto iba completamente en contra del pensamiento de Haldane. Si algo defendía en las ciencias era la capacidad de decir la verdad sobre lo que uno descubría y pensaba, y de abordar la ciencia con el llamado temperamento científico: una mirada fría, dura y racional a los hechos, sin miedo a los prejuicios políticos.

Usted sugiere en el libro que Haldane era reacio a enfrentarse a la verdad sobre Lysenko y la forma en que sus críticos habían sido reprimidos debido a las implicaciones más amplias que tendría en términos de cómo funcionaba el sistema soviético. Cuando finalmente se apartó del Partido Comunista a raíz de la polémica sobre Lysenko, ¿cambió Haldane su perspectiva más amplia sobre la Unión Soviética bajo el régimen de Stalin, tanto en público como en privado?

Durante décadas, ha habido una verdadera sensación de desconcierto sobre la forma en que Haldane respondió a Lysenko. Sobre todo porque a finales de la década de 1940 acudió a la BBC y se enfrentó a tres de sus colegas científicos, intentando defender las teorías científicas de Lysenko. Para cualquiera que sólo tuviera acceso a ese tipo de información, parecería como si Haldane hubiera suscrito el lysenkoísmo al por mayor, lo que parece ridículo, o hubiera cedido a la presión del Partido Comunista para defender a Lysenko.

La verdad es más compleja, y gran parte del material de archivo que he encontrado habla de ello. Creo que Haldane optó durante uno o dos años por defender a Lysenko en la prensa escrita y en la radio porque consideraba que era un momento importante en la historia del comunismo y que, al rechazar a Lysenko, haría más mal que bien al partido. Decidió que prestaría su estatura a la tarea de apuntalar la reputación y las teorías de Lysenko por el bien de la causa mayor, podría decirse.

Sin embargo, en un segundo plano, escribía todo el tiempo a sus colegas del PCGB, argumentando que el partido tenía que distanciarse de Lysenko. Tuvo furiosas discusiones con gente del partido sobre este punto. Después del episodio de Lysenko, se distanció del CPGB en parte porque había quemado muchos de esos puentes. Estaba bastante disgustado con la forma en que sus colegas del partido se negaban a apoyarle o a pensar como científicos racionales, que era su modelo de pensamiento.

Creo que también cambió su perspectiva general sobre el funcionamiento de la Unión Soviética. Pero no hay pruebas de que se replanteara su opinión sobre Stalin en privado. No encontré nada en cartas o diarios que indicara que él mismo hubiera cambiado de opinión sobre Stalin.

De forma un tanto vergonzosa, creo que hacia el final de su vida, dio la siguiente respuesta cuando alguien le preguntó sobre su percepción de Stalin: «Pensaba y pienso que fue un gran hombre que hizo un muy buen trabajo y como no lo denuncié entonces, no voy a hacerlo ahora». Luché durante mucho tiempo para encontrarle sentido a esto y averiguar si se trataba de una última muestra de lealtad pública hacia el comunismo o la causa de la izquierda, o si sólo era un ejemplo de terquedad y falta de voluntad para aceptar que había cometido un error.

Para cuando dijo esto, los detalles de las masacres, hambrunas y colonias penales de Stalin eran bien conocidos y, sin embargo, parecía como si quisiera mantener la munición fuera del alcance de los críticos de la Unión Soviética. Puede que fuera lo último que dijo o escribió sobre Stalin. Pero creo que se desilusionó con la Unión Soviética, y uno de los resultados fue su traslado a la India en la fase final de su vida.

Sabemos que abandonó el PCGB en algún momento después del asunto Lysenko, aunque no sabemos exactamente cuándo. Se negó a confirmar su marcha a los periodistas que le preguntaron al respecto. Pero creo que está claro que estaba desilusionado con la forma en que el partido se había comportado con Lysenko. Tal vez pensó que no podía seguir siendo una figura pública en la vida británica mientras defendía al partido y la causa.

También había otras razones. El University College de Londres, donde era profesor por aquel entonces, se encontraba en circunstancias bastante enderezadas tras la guerra. Algunos de los edificios habían sido demolidos, y tenían tan pocos recursos que el propio Haldane tuvo que comprar cucharillas para la sala de profesores donde estaba su laboratorio.

En ese momento, le llegó una oferta de una universidad de la India que prometía el tipo de recursos, estudiantes y ritmo de trabajo que buscaba ahora que era bastante mayor. Su situación económica en Gran Bretaña también era bastante difícil: tenía que pagar una pensión alimenticia y a menudo se encontraba en números rojos. Sus extractos bancarios aún se conservan en los Archivos Nacionales, así que se pueden consultar y comprobar los números rojos que registraba mes tras mes. Esto se debía con frecuencia a que pagaba de su bolsillo el material de laboratorio y otros gastos relacionados con el trabajo porque la universidad no podía cubrirlos.

Se había casado por segunda vez y la universidad de la India le ofreció a su esposa Helen un puesto allí también, algo que él deseaba. Ya había estado en la India y le gustaba el país. Admiraba a Jawaharlal Nehru, que era el primer ministro indio en aquel momento. India también podría haber ofrecido a Haldane un modelo socialista alternativo al de la Unión Soviética, un modelo en el que el país era democrático pero existía un fuerte Estado del bienestar.

El propio Nehru era un gran defensor de la ciencia y la tecnología y de su papel en la vida pública, algo que Haldane defendía. Desde el punto de vista político, se sentía muy atraído por la idea nehruviana de la India, y debió de ser un grato alivio tener que defender el ideal estalinista de la Unión Soviética.

Usted menciona en las últimas páginas del libro una conferencia en la sede de la NASA en EE.UU. a la que Haldane asistió hacia el final de su vida. Carl Sagan, seguramente el divulgador científico más conocido en EE.UU. (si no en todo el mundo) a finales del siglo XX, asistió a esa conferencia. También ha mencionado una reunión que Haldane mantuvo en EE.UU. con Richard Lewontin, el biólogo que colaboró con Stephen Jay Gould, otro gran divulgador. ¿Tomaron figuras como Sagan y Gould a Haldane como modelo a imitar a la hora de escribir sobre ciencia para un público general, así como a la hora de establecer conexiones entre ciencia y política?

No estoy seguro de que se fijaran conscientemente en Haldane, o al menos no he encontrado hasta ahora pruebas de que lo hicieran. Eran escritores muy populares y lúcidos sobre ciencia para el gran público. Pero creo que la singularidad de Haldane residía en su voluntad de defender una posición política casi siempre que escribía sobre ciencia.

He leído mucho a Stephen Jay Gould y, por supuesto, se podría argumentar que todo lo que se escribe sobre ciencia (o sobre cualquier otra cosa) es político y que, por tanto, la política está implícita en cada trabajo que se hace. Pero lo que Haldane hizo, cosa que escritores como Sagan o Gould quizá no hicieron, fue relacionar la ciencia (o cualquier otra cosa sobre la que escribiera) con las cuestiones políticas de su época.

Era una forma de escribir extremadamente partidista, en el buen sentido. Hoy podríamos esperar ese enfoque de los politólogos, pero no de los biólogos, físicos o químicos. Esa cultura se fue desvaneciendo a medida que avanzaba el siglo XX. C. P. Snow escribió sobre esta tendencia de las ciencias y las humanidades a existir en mundos diferentes, sin hablarse.

Usted terminó el libro con algunas reflexiones sobre las implicaciones políticas de la ciencia y lo que los científicos de hoy podrían aprender de Haldane. Tal vez éste sea también un buen punto para concluir la entrevista.

Es difícil generalizar porque era una época diferente. El hecho de que Haldane no estudiara formalmente ciencias en la universidad le ayudó a ser un escritor más amplio que podía combinar la ciencia con ideas sobre el funcionamiento de la sociedad y la política. Ese bagaje formativo le permitió convertirse en el tipo de persona que fue.

Hoy en día, los científicos empiezan a especializarse desde una etapa muy temprana de su vida y su carrera. Hay niños en el instituto que empiezan a hacer prácticas con científicos para la eventual carrera que quieren tener quince años después, una vez que hayan terminado el doctorado. Por supuesto, ese mayor grado de especialización es un síntoma de cómo ha evolucionado la ciencia. Hay tanto que dominar en un campo concreto que hay que empezar a estudiarlo antes para poder hacer aportaciones significativas.

No es que los científicos de hoy puedan mirar la vida de Haldane y aspirar a imitar todos sus aspectos. Algunas de las exigencias de la ciencia moderna y de la era moderna definitivamente pesan sobre ellos. Pero dicho esto, cuando estaba escribiendo mi epílogo, era más o menos el momento en que Donald Trump había sido elegido en los EE.UU. y la Marcha por la Ciencia estaba empezando a despegar en ciudades de todo el mundo. Recuerdo que pensé que era un ejemplo brillante de cómo los científicos alzaban su voz pública de una forma que antes solo había ocurrido esporádicamente.

Podría haber ocurrido con científicos del clima como James Hansen, por ejemplo, que se manifiestan en voz alta y vociferante cuando argumentan sobre los peligros del cambio climático. Pero no había ocurrido en el ámbito de la política que se enfrenta a la vida cotidiana y a la sociedad. Creo que Haldane hizo suya la especialidad de hablar precisamente de esas situaciones.

También deberíamos recordar la insistencia de Haldane (y de su padre) en que la ciencia no debía transcurrir enteramente en laboratorios, torres de marfil o revistas académicas. Insistían en que los científicos debían acercarse a la gente corriente y tratar de comunicar aspectos importantes de la ciencia en términos accesibles, pero también en que debían pensar constantemente en cómo la ciencia podía relacionarse con los problemas de las clases trabajadoras y los problemas de la sociedad.

Esto está relacionado con la cuestión de alzar la voz en un espacio político: ambas cosas van de la mano. Haldane se dio cuenta de que la ciencia no existe en el vacío. La ciencia siempre se ve afectada por la política, por lo que también debe oponerse a ella.

Fuente: Jacobin, 17 de septiembre de 2024 (https://jacobin.com/2024/09/haldane-scientific-socialism-genetics-politics)

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