Por una teoría del conflicto: la nueva edición de El Capital de Marx
Francesco Ravelli
Frente a estos procesos, en los que desempeña un papel regresivo, un Occidente en crisis de hegemonía intenta desesperadamente relanzarse en el plano ideológico, representándose como la civilización más avanzada, un «jardín» armonioso asediado por la «jungla» (barbarie, autocracias, pueblos pasivos y atrasados).
En este contexto, y precisamente por la necesidad de dar cuerpo a una hipótesis de salida de esta grave y profunda crisis y de combatir eficazmente las armas ideológicas del adversario, el estudio y la elaboración del marxismo, es decir, de una cosmovisión todavía capaz de explicar los procesos en curso y de indicar una perspectiva alternativa de la sociedad, asumen una renovada centralidad teórica y política.
La nueva edición en italiano del texto fundador, del pilar fundamental del marxismo, el primer libro de El Capital de Karl Marx, editado para Einaudi (en la prestigiosa serie I millenni) por Roberto Fineschi, que ha coordinado un equipo de traductores formado, además de por él mismo, por Stefano Breda, Gabriele Schimmenti y Giovanni Sgro’, resulta por tanto especialmente oportuna.
Esta edición es el resultado de décadas de trabajo abierto sobre los textos marxianos en el marco del proyecto de la nueva edición histórico-crítica de las obras de Marx y Engels, el MEGA2, del que Fineschi, estudioso y compañero con el que hemos tenido el placer de colaborar durante años, es uno de los protagonistas.
Sobre la fisonomía y las adquisiciones de este trabajo filológico, que está sacando a la luz nuevos textos y sobre todo aclarando algunas coyunturas fundamentales de la reflexión de Marx, nos remitimos al trabajo de Roberto y entretanto al discurso de Francesco Ravelli, publicado más abajo, en la presentación de El Capital celebrada el 21 de noviembre en el club OST Barriera de Turín.
Lo que nos gustaría subrayar aquí es el alcance político de este trabajo de recuperación y profundización de los fundamentos del marxismo, que de hecho es también necesariamente una operación política, un elemento de la lucha de clases en el terreno de la teoría, en el plano de las ideas. De hecho, se trata de captar en Marx no a un «clásico», un pensador ciertamente de indudable profundidad pero en definitiva relegado a las polvorientas estanterías de una librería anticuaria o clasificable en una historia doxográfica de la filosofía moderna, sino más bien a un teórico actual, cuyo análisis sienta las bases para comprender el mundo en que vivimos, a partir de ese modo de producción capitalista, aún hoy dominante, del que supo captar la trama profunda del movimiento, el núcleo estructural.
El pensamiento de Marx (y de Engels) es el acto fundador de una concepción del mundo que, por su propia naturaleza, no puede cerrarse en sus escritos, pero cuya elaboración ha sido continuada en la historia del marxismo y del movimiento comunista, y debe reanudarse y continuar hoy en la teoría y la práctica revolucionarias.
Se trata de una concepción «fuerte», basada en el punto de vista de la totalidad, estructuralmente opuesta a la lógica burguesa, liberal y posmoderna que, por una parte, permanece aprisionada en el «mito de lo dado», descuidando el carácter histórico de la realidad, y, por otra, ve el mundo como un «laberinto» en última instancia incomprensible en su totalidad, y mucho menos sustancialmente modificable.
En la concepción marxiana del mundo, en cambio, se capta la tensión hacia el conocimiento del mundo social en su totalidad, compuesto de partes en relación unas con otras; la traducción de esta teoría en praxis toma entonces la forma del objetivo de modificar el mundo en un sentido revolucionario, no sólo en uno de sus sectores, sino con una verdadera sustitución de un modo de producción, de una formación económico-social, de una concepción del mundo por otra, la socialista.
Sin teoría revolucionaria, como nos enseña Lenin, no es posible ninguna acción política revolucionaria. Hoy más que nunca, en un capitalismo y en un Occidente crepusculares, la batalla sobre la teoría, sobre la «ideología» entendida precisamente, gramscianamente, como concepción del mundo, es un aspecto crucial de la lucha de clases más amplia, convertida ahora en lucha por la reanudación de un proceso racional de desarrollo humano.
Redacción de Contropiano
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A continuación publicamos la intervención de Francesco Ravelli en la presentación de la nueva edición crítica de El Capital de Marx, celebrada el 21 de noviembre en Turín, en la biblioteca popular «Nicola Zamboni» del círculo OST Barriera. También estuvo presente en la iniciativa Roberto Fineschi, editor y traductor de la obra maestra de Marx.
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La reciente edición del primer libro de El Capital de Marx editado por Roberto Fineschi para la serie I millenni dell’editore Einaudi tiene la misión de marcar por fin la lectura italiana del gran pensador y revolucionario. Militantes y estudiosos encontrarán en sus manos un volumen de más de 1300 páginas que contiene la más alta exposición crítica de la modernidad, término con el que debe entenderse el proceso de desarrollo histórico del modo de producción capitalista.
Como es bien sabido, el primer libro es el único escrito íntegramente por Marx y tiene como objetivo analizar la producción del capital, es decir, comprender cómo, a través de su funcionamiento económico, se constituye y se divide en clases la sociedad burguesa moderna. Fineschi y los otros tres traductores (Stefano Breda, Gabriele Schimmenti y Giovanni Sgro’) parten de las adquisiciones de la edición histórico-crítica –en particular de la segunda sección, vols. V-X, del monumental y aún inacabado MEGA²– y traducen la cuarta edición alemana (1890), fruto del trabajo de Engels que reunió las notas de Marx y sus postillas a las ediciones anteriores.
Fundamentales son las aproximadamente 140 páginas de aparato, que dan cuenta de las importantes variantes de las tres primeras ediciones alemanas (1867, 1872-73, 1883) y de la traducción francesa que salió en fascículos (1872-75). Basta pensar en la distinción estricta entre valor y valor de cambio: si en la primera edición alemana los dos términos se utilizan de forma ambigua, a partir de la segunda edición Marx utiliza valor para la sustancia del valor y valor de cambio para la forma fenoménica del mismo; la distinción entre trabajo y proceso de producción en el quinto capítulo de la segunda edición alemana, que también es fundamental en lo que respecta a la teoría de la plusvalía, la diferencia entre capital constante y capital variable, y la diferencia entre técnica y tecnología.
A continuación, si nos fijamos en la versión francesa, cabe destacar la presencia innovadora de la categoría de «trabajador total» y algunos cambios relevantes relativos a la teoría de la acumulación.
En resumen, esta excelente edición nos obliga a permanecer en el interior de la obra de Marx, a movernos con él a lo largo de una elaboración conceptual hecha de tentativas y replanteamientos, hipótesis y verificaciones. El texto contiene todo el material que Marx escribió a partir de 1863 con la idea explícita de redactar lo que se convertiría en su opus magnum: además, por supuesto, de la edición impresa de 1890 del primer libro de El Capital (con las variantes ya evocadas de las demás editadas por él o por Engels, excluyendo la inglesa), encontramos lo que queda del Manuscrito 1863-65, es decir, el llamado capítulo sexto inédito sobre los Resultados del Proceso Inmediato de Producción y algunas páginas y notas dispersas; la reproducción completa del primer capítulo sobre la mercancía, de 1867, y su apéndice sobre la forma del valor, que son radicalmente diferentes de la versión final; y luego, de nuevo, la reconstrucción crítica del manuscrito de redacción que Marx escribió entre 1871 y 1872 con vistas a la segunda edición alemana y más tarde a la edición francesa; éste es el texto sobre el que Marx trabajó para reestructurar el primer capítulo, en el que nació el famoso párrafo sobre el fetichismo.
El volumen se enriquece con la reproducción de dieciséis cuadros, en su mayoría de lenguaje realista, que representan las múltiples caras de la explotación de los siglos XIX y XX, entre ellos Los picapedreros de Courbet, Los obreros de Morbelli, Los descargadores de carbón de Monet, Los obreros volviendo a casa de Munch, un detalle de Los huelguistas de Adler y otros.
También son muy útiles las páginas dedicadas a las notas de traducción, que dan cuenta de los criterios utilizados. En mi opinión, son esclarecedoras las explicaciones relativas a la elección de la traducción, por ejemplo, de Arbeiter, que en alemán significa tanto obrero como trabajador de fábrica; de Darstellung, exposición; Vorstellung, representación; repräsentieren, ser representativo; erscheinen, manifestar; Erscheinung, fenómeno; scheinen, opinión; Schein, semblanza; Entäusserung, alienación en el sentido de ser despojado de su forma original (el participio pasado entäussert, en la metamorfosis de la mercancía, se utiliza en referencia al dinero, que es la mercancía despojada de su forma corpórea original; el dinero es la forma despojada de la mercancía alienada).
Se trata de enmarcar muy brevemente la edición, en cuya introducción el editor nos recuerda también por qué no existe una edición definitiva (o «de última mano») de El Capital, y las razones por las que adoptó la edición de 1890 como base textual. Se me ocurrió intentar decir qué han aportado las ediciones y los estudios editados por Roberto Fineschi1 a mi intento de comprender la teoría de Marx.
Que El Capital es una contribución decisiva, y por lo tanto digna de una atención particular, es reconocido por todos, incluso por los apologistas de la clase dominante, evidentemente escasa de otras referencias teóricas hasta la situación actual. Así lo demuestran los numerosos artículos aparecidos en los periódicos comentando la nueva edición, que, para bien o para mal, se han referido a la fecundidad analítica del libro en relación con la globalización de los mercados, la centralización y concentración del capital, la periodicidad de las crisis financieras e industriales, la mercantilización de todos los aspectos de la vida social e individual, el progreso tecnológico, la función del ejército industrial de reserva, la precariedad sistémica y la flexibilidad del trabajo, etc.
En mi opinión, no se trata sólo del reconocimiento del pensamiento clásico de Marx, a lo Bobbio, sino que creo que existe precisamente una utilización capitalista de Marx, cuya condición de posibilidad históricamente determinada, al menos aquí en Italia y en Europa, es la lucha de clases al revés: la de los capitalistas (en sus diversas formas de dominación) contra el movimiento obrero, contra los asalariados, los subalternos, los dominados. ¡El capital también está al servicio de la clase dominante!
Pero vayamos a la relación que los comunistas debemos tener con Das Kapital; huelga decir que para nosotros no puede ser un clásico entre otros, y sin embargo, si pensamos en el altísimo nivel de abstracción en el que se sitúa el análisis que contiene, ni siquiera podemos considerarlo como un instrumento inmediato de praxis política encaminada a la salida del modo de producción capitalista.
Aquí Roberto es realmente útil. La especificidad del modo de producción capitalista es la constitución histórica de una relación social muy específica, una constitución que implica la liberación de toda servidumbre con la separación simultánea y clara entre la posesión de los medios de producción y la posesión de la simple capacidad de trabajo.
Si se separa al trabajador de los medios de extrusión de esta capacidad inherente a su corporeidad (mente, músculos, manos, etc.) y, sin embargo, se le deja la libertad de elegir lo que más le plazca (morirse de hambre o «ganarse la vida»), no puede desarrollarse otra cosa que el libre regateo entre el capital y la fuerza de trabajo, no inmediatamente, pero la grandeza de Marx es haber identificado la explotación independientemente de las «fricciones» históricas precapitalistas que aún existían desde hacía mucho tiempo. En resumen, la masa de trabajo asalariado tenía que formarse: éste es el movimiento (histórico) de establecimiento de la relación social que es el capital, según la definición de Marx.
Detengámonos, pues, en el significado de la historia en El Capital. La idea fundamental es llegar a una concepción no tanto genérica de la historicidad como descripción del curso de los acontecimientos, o de un periodo concreto del pasado o del presente, sino desarrollar, y esto es lo que hace Marx, un modelo teórico de una época histórica dada, que estructure los acontecimientos sobre la base de una lógica que sea en sí misma histórica, es decir, que tenga historicidad.
Partiendo de ciertos presupuestos planteados por el modelo teórico, éste se desarrolla por la incorporación y reproducción de sus elementos intrínsecos, pero no de manera mecánica o siempre igual, sino a la luz de una fuerza lógica tendencial, según la cual las reglas de funcionamiento (del modo de producción capitalista) contrastan con sus presupuestos, los amenazan. Podríamos hablar quizás de la auto-superación de los presupuestos del capital, cuyo código genético –su «misión histórica», como habría dicho el maestro de Roberto, Alessandro Mazzone2– sería el de tener en sí mismo, de llevar consigo, su propia finitud.
Esta dinámica compleja, tal como me parece, no depende por tanto de coyunturas históricas específicas, sino que es, de hecho, un modelo de transformaciones sociales, un modelo inclusivo de los elementos particulares de una fase específica del proceso, elementos particulares de una lógica histórica general. ¿Cómo interrogar este plano general del discurso? ¿No será que Marx piensa una lógica de la historia fuera de la historia? Roberto nos enseña que no es así: la lógica de la historia es histórica, pero no coincide con el curso histórico cronológicamente determinado, digamos que lo refleja, lo estructura conceptualmente.
Los hechos históricos no sólo existen en sí mismos, sino que están subsumidos en una dimensión lógica. Los presupuestos de esta trama se heredan de los modos de producción precapitalistas, pero sólo en una fase posterior, es decir, cuando el capital engulle por completo las formas históricas pasadas, es posible ver en funcionamiento su lógica histórica, que es una lógica de la contradicción entre los presupuestos de su afirmación histórica y los resultados de las leyes de desarrollo de las que procede.
Existe entonces, sin duda, una dialéctica muy compleja entre lo lógico y lo histórico. Entretanto, sin embargo, parece muy importante haber establecido que comprender la historicidad significa comprender las tendencias internas del capital.
Tal propuesta hermenéutica requiere que comencemos a leer El Capital desde la primera sección sobre la Mercancía y el Dinero. Sabemos que esto no es obvio. Althusser recomendaba a los lectores saltarse toda la primera sección –en la que (cuarto párrafo del primer capítulo) está inscrito el pasaje, que él consideraba tan difícil como inútil, sobre el Carácter fetichista de la mercancía y su arcano– y comenzar a leer a partir de la segunda sección sobre la Transformación del dinero en capital. Althusser consideraba el análisis de la forma valor, con el que se abre El Capital, simplemente como una aclaración adicional, que se exploraría más adelante3.
La primera sección de El Capital no constituye la descripción de un modo de producción autónomo y se refiere a la superficie del modo de producción capitalista, ya que sólo en una fase más avanzada de la teoría puede la forma mercancía encontrar su propia generalización adecuada. Aquí el problema está relacionado con la aparición, en Marx, de una latencia de la forma mercancía que presiona para su generalización fuera del modo de producción capitalista.
Ciertamente, el modo de producción capitalista es el único que transforma el producto en forma mercancía como forma generalizada de producción, sin embargo, sería erróneo suponer que la simple circulación es un modo de producción.
En el esbozo de Para la crítica de la economía política Marx llama a la circulación simple una «suposición que supone», sugiriendo precisamente que la circulación simple no es un modo de producción. Sólo supone que hay productos que intercambiar. La producción específicamente capitalista de la mercancía se produce en un nivel posterior de la teoría.
El hecho es que el comienzo conceptual de El Capital es la mercancía como «célula económica». La mercancía expresa el carácter universal del contenido, es decir, el puro proceso de trabajo, en abstracto, sin forma social determinada, y la determinación formal que éste –el proceso de trabajo– tiene en el modo de producción capitalista.
La mercancía es una unidad de contenido material y forma social. La mercancía abre potencialmente la exposición de toda la teoría del Capital. Es la «célula económica» porque posee la totalidad lógico-conceptual del modo de producción capitalista. El concepto de mercancía, independientemente de cómo se produzca, se plantea en forma de desdoblamiento en mercancía y dinero. Es este último el que devuelve la unidad al mundo de la circulación simple.
La mercancía como tal es a la vez un valor particular y un valor abstracto-universal, pero la manifestación de este lado abstracto de la misma, precisamente a causa de su estrechez particular, la mercancía por sí misma fracasa, por lo que necesita ante sí una mercancía universal en la que reconocerse. En el concepto de mercancía está también el desarrollo de la mercancía y del dinero. Si en la forma D-M-D el dinero «se transforma en capital, se convierte en capital y ya es capital por su propia determinación “4, con D-M-D” tenemos “la fórmula universal del capital tal como se manifiesta inmediatamente en la esfera de la circulación ”5.
Podemos salir del paso diciendo que la mercancía es la forma social del producto destinado a ser intercambiado: es simultáneamente valor de cambio y valor. Al fin y al cabo, la relación de intercambio entendida como elección y no como necesidad material es el presupuesto del modo de producción capitalista.
Legal y políticamente, la sociedad burguesa se compone de ciudadanos libres, pero Marx nos enseña que bajo esta mistificación operan relaciones de dominación, por las que el sujeto histórico, alienado de sí mismo y del producto de su trabajo, transfiere su naturaleza supuestamente universal a un objeto que lo domina. Nos encontramos entonces con la cosificación y el fetichismo de la mercancía, categorías que no son superponibles a la juvenil teoría de la alienación.
Esta última se basa en el concepto de «esencia de la especie» (Gattungswesen) y remite la interpretación de la «naturaleza humana» a una esencia universal, situada ab origine y que se recuperará al final de un proceso escatológico-finalista que predetermina desde el principio el resultado de la salvación final.
En la teoría del Capital, en cambio, el sujeto alienado es la persona concebida como resultado de un proceso histórico determinado, es decir, una subjetividad histórica producida por el intercambio de mercancías, no el ser humano en general, que históricamente nunca existe. Considerar las cualidades históricas naturales como determinadas es caer, subjetivamente, en la trampa del fetichismo de la mercancía.
Qué significa el hombre y cuál es la naturaleza de su relación con los demás son características que sólo pueden determinarse mediante la estructuración de las condiciones específicas del modo de producción capitalista. En el mundo del capital, los sujetos implicados en el intercambio son actores sociales históricamente determinados que no objetivan su esencia humana en las cosas, sino su propia relación social como intercambiadores.
La idea abstracta del individuo en general, abstracta y absoluta, es el resultado del proceso material de alienación y cosificación, en el sentido de que es esta «persona» abstracta el sujeto real del proceso de alienación/reificación. Confundirlo con la naturaleza humana en general es caer víctima del fetichismo de la mercancía, es decir, considerar una de las formas de subjetividad (históricamente determinada) producida por la circulación de mercancías como ajena a la historia.
Si el dinero es el lado objetivo de este sistema, la persona abstracta es el subjetivo. Marx supera en El Capital tanto el antropologismo que abrazó en su juventud (el hombre como entidad natural genérica) como toda filosofía esencialista y fetichista.
Una última observación que quisiera hacer se refiere a la distinción entre las formas del modo de producción capitalista y las figuras históricas relacionadas con él. Cuando Marx, en los capítulos once, doce y trece, trata de la cooperación, la manufactura, las máquinas y la gran industria, parecería que simplemente está describiendo las relaciones imperantes en la Inglaterra del siglo XIX, una especie de fresco sociológico del proceso de trabajo capitalista.
En cambio, Roberto nos dice que en esos lugares de El Capital, Marx no sólo está hablando de figuras históricas del capitalismo inglés, sino que está desarrollando una teoría de las formas del proceso de trabajo en el modo de producción capitalista, es decir, las maneras en que se realiza el proceso de trabajo.
La manufactura y la gran industria son ejemplificaciones históricas de modos formales, como la cooperación, la reducción del sujeto a un elemento parcial del sistema de producción, la subordinación del trabajador, su apendicización e incluso su exclusión del proceso.
Por lo tanto, es necesario considerar la cooperación, la manufactura y la gran industria como «figuras» históricas en las que aparecieron esas «formas» específicas de producir de manera capitalista; sólo así la degradación del significado histórico de ciertas figuras no conlleva también la desaparición de las formas como tales. La reducción a parte del sistema, la subordinación y el carácter cooperativo siguen siendo aspectos centrales del proceso de valorización del capital.
Las figuras históricas que utiliza ya no son sólo los obreros de las fábricas polarizados en una clase social, sino todas aquellas figuras cuya forma de trabajo sigue estando dirigida por el capital en las formas de cooperación, parcialidad, subordinación, etc.
La alta teoría de Marx se refiere a dinámicas epocales y tiene un fuerte asidero incluso en los desarrollos de las últimas décadas del capitalismo, su reestructuración y sus nuevas formas de dominación. En resumen, las categorías elaboradas por Marx, lejos de ser ajenas a la actualidad, nos señalan líneas de tendencia que operan a gran escala.
El «trabajador total» cooperativo, parcelado y subordinado a la automatización, ocupado en cualquier trabajo, ya sea delante de un ordenador o en un camión que transporta paquetes, respeta las determinaciones formales identificadas por Marx y representadas históricamente por el obrero de fábrica.
Siempre queda el punto de la autocontradicción del capital, que por una parte expulsa el trabajo vivo del proceso de producción (producción de plusvalía relativa, aumento de la productividad, reducción del tiempo de trabajo necesario indispensable para la valorización) y por otra parte sigue necesitándolo por el simple hecho de que la plusvalía es trabajo excedente por encima del tiempo de trabajo necesario del obrero.
Aquí hago una pausa, esperando ser al menos un poco buen alumno de Marx y Robert.
Notas
1 Recordemos, por lo que respecta a los textos, que en 2011 publicó para La città del sole una edición en dos volúmenes del primer libro de El Capital , con una traducción completamente nueva de los siete primeros capítulos. Entre sus estudios más recientes, todos ellos indispensables, figuran: La lógica de El Capital. Ripartire da Marx, IISF Press, Nápoles 2021²; Marx, Scholé, Brescia 2021; Marx e Hegel. Fondamenti per una rilettura, La scuola di Pitagora, Nápoles 2024².
2 Cf. el ensayo La temporalità specifica del modo di produzione capitalistico ovvero «la missione storica del capitale», en Marx e i suoi critici, QuattroVenti, Urbino 1987.
3 Cf. el Avertissement aux lecteurs du Livre I du Capital prefacio a la edición Garnier-Flammarion, París 1969.
4 K. Marx, Il capitale, edición Einaudi, Turín 2024, p. 150.
5 Ibid, p. 158.
Fuente: Contropiano, 7 de diciembre de 2024 (https://contropiano.org/fattore-k/2024/12/07/per-una-teoria-del-conflitto-la-nuova-edizione-del-capitale-di-marx-0178223)