América Latina y el «neoliberalismo soberanista» de Trump – Entrevista con Álvaro García Linera
Vincent Ortiz, Vincent Arpoulet, Álvaro García Linera
LVSL – ¿Cómo analiza el regreso de Donald Trump al poder y sus implicaciones para América Latina?
Álvaro García Linera – La victoria de Trump era previsible. En tiempos de crisis económica y de transición de un sistema de acumulación y dominación a otro, las posiciones centristas se vuelven insostenibles. El centro-izquierda y el centro-derecha parecen ser parte del problema. En estos tiempos de crisis, vivimos sacudidas sísmicas: las élites se fracturan, el centro desaparece y surgen posiciones radicalizadas. Desde la derecha, Trump encarna el nuevo espíritu de la época.
Esta era está marcada por el declive mundial del globalismo. Trump encarna una combinación de proteccionismo como reacción al globalismo y la recuperación de las aspiraciones soberanistas frente a la globalización, en una forma mórbida. Esta vía ambigua, híbrida y anfibia del «neoliberalismo soberanista» está empezando a ponerse a prueba en algunas partes del mundo –pensemos antes en Giorgia Meloni en Italia, Viktor Orban en Hungría o Jair Bolsonaro en Brasil.
¿De qué trata este «neoliberalismo soberanista»? Es un intento de salir de la crisis del globalismo neoliberal.
¿Qué significará esto para América Latina? Se encontrará atrapada en la disputa entre una China en expansión, que depende de las cadenas de valor mundiales, y unos Estados Unidos en contracción, que necesitan regionalizar sus cadenas de valor. América Latina ya está vinculada a China por las cadenas de valor mundiales, pero Estados Unidos quiere integrarla en su esfera de influencia regional. China tiene ventaja porque dispone de dinero para invertir. Estados Unidos carece de él. Ante esta falta de recursos, cabe esperar que Estados Unidos elija la vía de la fuerza para imponer esta regionalización de las cadenas de valor.
LVSL – El nombre de Marco Rubio, nombrado secretario de Estado por Donald Trump, aparece en grabaciones de audio vinculadas al golpe de Estado de 2019 en Bolivia [senador republicano de origen cubano, Rubio es conocido por su hostilidad visceral hacia la izquierda latinoamericana (nota del editor)]. Se le cita como intermediario entre los golpistas bolivianos y los lobbies estadounidenses. ¿Cómo interpreta su nombramiento como Secretario de Estado? ¿Prevé un giro intervencionista o una política de continuidad con los demócratas?
AGL: No habrá continuidad. Los demócratas encarnaban los restos del viejo globalismo, a pesar de las evidentes decisiones soberanistas, como el aumento de los aranceles. Trump, en cambio, tiene una propuesta clara: un nuevo modelo económico para Estados Unidos, salvajemente capitalista, que implica un nuevo régimen de acumulación. En este modelo, América Latina juega un papel importante por su proximidad geográfica.
Si algún lugar ha de convertirse en un sustituto de las importaciones, un lugar al que puedan recurrir las cadenas de valor, ése es el subcontinente latinoamericano. ¿Se canalizará esta tensión a través de los flujos financieros o del uso de porras? Dados los numerosos problemas económicos a los que se enfrenta Estados Unidos, no puede competir con China en términos de flujos financieros. No puede competir con los cientos de miles de millones de dólares que China invierte en el acceso a las materias primas.
Creo que Estados Unidos intentará compensar su déficit financiero en sus relaciones con América Latina exacerbando su intervencionismo. El objetivo será imponer una «Ruta de la Seda norteamericana» autoritaria y militarizada, frente a las «Nuevas Rutas de la Seda» chinas, basadas en los flujos de inversión, las infraestructuras y el crédito.
Marco Rubio no es un elemento esencial: estamos ante un cambio en el régimen de acumulación, que se está regionalizando. América Latina, antaño considerada insignificante en la era del globalismo triunfante, se está convirtiendo de nuevo en una zona codiciada.
Asistimos a un intento de revivir la retórica de la «guerra contra las drogas», que siempre ha sido un caballo de Troya para el intervencionismo estadounidense [la «guerra contra las drogas» se refiere a las campañas contra el narcotráfico que han prevalecido en Estados Unidos desde los años ochenta, a menudo dirigidas por la agencia antidroga estadounidense (DEA ) nota del editor]. Hoy coexisten dos modelos: países como Colombia y México han abandonado los métodos coercitivos en favor de un enfoque estructural para atajar las causas del narcotráfico. Ecuador, en cambio, ha reanudado su «guerra contra las drogas» con métodos represivos tradicionales bajo la presidencia de Daniel Noboa. Ha sido aplaudido por Estados Unidos, por una muy buena razón: la «guerra contra las drogas» les abre las puertas de Ecuador. El gobierno de Noboa tomó medidas explícitas para permitir el regreso de las bases militares estadounidenses al país. Sin embargo, es probable que este intento de dar un nuevo aliento a la «guerra contra las drogas» sea limitado.
En su apogeo, la «guerra contra las drogas» tenía dos motivaciones principales: ejercer una forma de control territorial mediante bases militares (Ecuador, Colombia, Bolivia) y una presencia policial. En segundo lugar, limitar la entrada de drogas en el mercado norteamericano. Esta coordinación ha cambiado en la última década: las drogas producidas en América Latina se destinan ahora principalmente al mercado europeo. Esto ha reducido la urgencia de la lucha contra el narcotráfico en América Latina. El «Plan Colombia» movilizó mil millones de dólares; en Bolivia, ascendió a cien millones de dólares. Hoy, estas cantidades se han reducido a unos pocos millones.
A efectos de control político y militar, esta retórica podría reavivarse, pero ya no tendría la misma legitimidad ante el electorado estadounidense, cuya preocupación ya no es la cocaína latinoamericana, sino las fábricas de fentanilo que operan en los propios Estados Unidos. Así que no creo que vuelva a ser un tema central. Como sugirió el jefe del Mando Sur, será la propia presencia china la que justifique el regreso de Estados Unidos. Por ejemplo, algunos hablan del puerto de Chancay, construido en Perú por China, como posible punto de entrada de buques militares chinos. Una idea absurda, pero que podría ser retomada. Creo que la lucha contra la presencia china se blandirá como un imperativo de seguridad nacional.
En realidad, se trata simplemente de una lucha por el control de las cadenas de valor. La transición energética requerirá muchas materias primas. Según la Agencia Internacional de la Energía estadounidense, entre 2025 y 2050, el volumen de materias primas estratégicas deberá multiplicarse por diez o doce para garantizar esta transición. Una gran parte de estos recursos se encuentran en África y América Latina, y las dos grandes potencias mundiales tratan de acceder a ellos. El resto es mera literatura.
En este terreno, China lleva ventaja. Ha sido mucho más astuta en los últimos veinte años, invirtiendo sin imponer condiciones, desarrollando infraestructuras viarias y portuarias, mientras que Estados Unidos, dando por sentada América Latina, no ha invertido nada y ahora se encuentra en una posición de debilidad económica. Para compensar este déficit se necesitaría una inversión masiva, del orden de varios cientos de miles de millones de dólares. Si Estados Unidos no está dispuesto a comprometer tales recursos, tratará de compensarlo con medidas coercitivas: intervención, presión, chantaje, presencia policial y militar, etc.
En 2019, la administración estadounidense apoyó un golpe de Estado en Bolivia. Los oficiales que se rebelaron tenían vínculos con el Departamento de Estado. Claver Carone, funcionario del Departamento de Estado, intervino directamente para supervisar a los militares en su acción golpista. Acciones de este tipo podrían multiplicarse en América Latina, con Estados Unidos sustituyendo la inversión por la acción coercitiva y una mayor presencia policial.
LVSL – Frente a estas tensiones en el subcontinente, la izquierda aboga por la cooperación regional. ¿Cómo tomaría forma y cómo reaccionaría ante el declive de la globalización neoliberal?
AGL – En esta lucha titánica, cada país latinoamericano, considerado individualmente, es insignificante –una hormiga frente a un elefante. Pero si estas pequeñas voces se unen, la voz del subcontinente se hará oír. Para ello se necesitan mecanismos de integración fundamentales. Podemos soñar con la unificación nacional latinoamericana, pero no sería realista a corto plazo. Lo que sí podemos prever son acuerdos regionales basados en grandes ejes temáticos: negociaciones comerciales, justicia medioambiental, fiscalidad, etc. Estos acuerdos temáticos, que serían concretos y menos grandilocuentes, darían a América Latina una voz más fuerte frente a las grandes potencias.
Esta integración debe ir acompañada de recursos para crear infraestructuras comunes y nivelar ciertas desigualdades. Aquí es donde radica el problema: se han destinado pocos recursos a la integración y a las infraestructuras.
Frente al retroceso del globalismo, América Latina ha mostrado un camino alternativo, con la llegada al poder de gobiernos progresistas. Sus reformas, a menudo poco radicales, han marcado sin embargo una ruptura en la forma en que el Estado interviene en la distribución, la protección del mercado interior y la ampliación de derechos. Si nos fijamos en los debates actuales en Estados Unidos y Europa sobre las políticas industriales, la soberanía energética y agrícola, o la protección de ciertas industrias estratégicas, se trata de discusiones que América Latina ya mantenía hace 20 años.
LVSL – Tras la primera oleada de progresismo en la década de 2000 [marcada por las presidencias de Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa y los Kirchner (Nota del editor)], la izquierda está volviendo a la victoria aquí y allá – en México, por ejemplo, donde Claudia Sheinbaum fue elegida triunfalmente. ¿Cómo ve esta segunda ola?
ALG – Es justo hablar de dos olas progresistas. México, que viene después de los demás países latinoamericanos, tiene el beneficio de la experiencia acumulada, lo que significa que puede beneficiarse de un mayor impulso. Sin embargo, hay que permanecer vigilantes: los síntomas de los límites del progresismo latinoamericano ya empezarán a aparecer, como ya ha ocurrido en Brasil, Argentina, Bolivia y Uruguay. México se encuentra actualmente en una fase de ascenso, pero es precisamente en el éxito que obtienen los experimentos progresistas donde encuentran sus límites.
En Bolivia, el progresismo ha sido un éxito, sacando de la pobreza al 30% de la población, redistribuyendo la riqueza y reforzando el poder de los pueblos indígenas. Pero con este éxito han llegado sus límites: una vez alcanzado un objetivo, puede dejar de tener sentido. La sociedad evoluciona, las demandas cambian y las estructuras sociales se transforman. Así que, para seguir avanzando, necesitamos introducir reformas de segunda generación.
El problema al que se enfrenta actualmente América Latina es que, tras unas reformas de primera generación relativamente exitosas, su impulso se ha detenido. El sistema de redistribución de la riqueza y la intervención del Estado en el mercado interior han dado sus frutos, pero ahora tenemos que reinventar la forma de producir riqueza. América Latina, por ejemplo, heredó un modelo extractivista. En lugar de dejar que los beneficios se vayan al extranjero, hemos conseguido reinyectarlos en nuestras economías, internalizando los beneficios para financiar la justicia social y ampliar los derechos.
Sin embargo, este sistema se vuelve vulnerable cuando materias primas como el petróleo o el litio pierden su valor. Esto plantea la cuestión de su sostenibilidad. Para garantizar que la redistribución de la riqueza deje de depender de las fluctuaciones del mercado, necesitamos crear un nuevo modelo de producción que sea menos dependiente del precio mundial de las materias primas. Esto representa una reforma de segunda generación, que no consiste sólo en cambiar la distribución de la riqueza, sino en transformar el sistema productivo.
LVSL – ¿Qué palancas se pueden accionar?
AGL – Para llevar a cabo estas reformas, tenemos que revisar el sistema fiscal. Cuando los precios de las materias primas eran altos, no había necesidad de reformas fiscales de gran calado, porque los excedentes comerciales permitían financiar la redistribución. Hoy, la situación ha cambiado. Pocos países han introducido reformas fiscales progresivas, como Bolivia, que ha intentado introducir un sistema más justo. Para que el progresismo perdure, es crucial introducir reformas que incluyan una mayor tributación de las grandes fortunas.
También necesitamos introducir políticas medioambientales más ambiciosas. En las reformas de primera generación, necesitábamos recursos inmediatos. Ahora es crucial desarrollar políticas medioambientales más estrictas para garantizar la sostenibilidad a largo plazo del modelo económico.
La presidencia de Gustavo Petro en Colombia o de Claudia Sheinbaum en México podría dar lugar a un híbrido de reformas de primera y segunda generación. Pero existe un riesgo: todo dependerá de la lucidez de los movimientos progresistas y de la audacia de los dirigentes. En tiempos de crisis, se necesita un chivo expiatorio, alguien a quien culpar. La estrategia de Kamala Harris de promover el consenso y la unidad ha fracasado. Este tipo de retórica tiene su lugar en un periodo de estabilidad, pero en tiempos de crisis, tienes que señalar con el dedo: a la oligarquía, a la casta, a los ultrarricos. Hay que encontrar un adversario al que enfrentarse.
LVSL – Entre los líderes de la derecha latinoamericana, es Javier Milei quien más claramente pretende proponer un modelo alternativo. ¿Cómo analiza los primeros momentos de su presidencia?
AGL – Yo no diría que la política económica de Javier Milei ha fracasado, aunque ha tenido un coste social considerable. A corto plazo, ha conseguido reducir la inflación, pero a costa de una recesión, de despidos y de la destrucción de la industria local. Se encuentra en una situación paradójica: aunque ha conseguido domar la inflación, esto no es sostenible, entre otras cosas porque los dólares no entran. El FMI no ha proporcionado ninguna ayuda significativa y, aunque las principales empresas argentinas han invertido en estrategias financieras en el extranjero, es probable que los resultados económicos a largo plazo sean insostenibles.
Lo que hace que la victoria temporal de Milei sea complicada para la izquierda es que, por parte de la oposición, no existe una verdadera contrapropuesta. Cuando se pregunta a alguien cómo resolver la inflación, todo el mundo permanece en silencio. Esta falta de alternativa permite a Milei conservar cierta legitimidad, a pesar de la naturaleza destructiva de sus medidas.
LVSL – En Bolivia, la izquierda se está desgarrando. El ex presidente Evo Morales y el actual jefe de Estado, Luis Arce, mantienen una lucha fratricida. ¿Cómo ve usted la situación?
AGL – Lo que estamos presenciando en Bolivia es una lucha entre dos personalidades que expresa algo más profundo: la transición de la primera a la segunda ola progresista. Esta lucha es sintomática del declive de la eficacia de las reformas.
Las discusiones en el seno del partido MAS no versan sobre este tema, sino sobre el candidato para las próximas elecciones presidenciales. Esto revela otra limitación, que es la naturaleza altamente personal del proceso progresista boliviano. Evo Morales encarna un liderazgo indígena, y debemos recordar que el Estado plurinacional es obra de los pueblos indígenas. ¿Podrá continuar? ¿O sufrirán los pueblos indígenas una especie de expropiación por parte de las clases medias criollas?
La tercera cuestión es cómo hacer la transición del liderazgo carismático al liderazgo rutinario. Nadie ha encontrado aún la solución. No ha funcionado en Bolivia, Argentina, Ecuador ni, en cierta medida, en Brasil, donde Dilma Rousseff parece haber sido un mero paréntesis antes del regreso de Lula.
Fuente: Le vent se lève, 21 de enero de 2025 (https://lvsl.fr/lamerique-latine-face-au-neoliberalisme-souverainiste-de-trump-entretien-avec-alvaro-garcia-linera/)