Un punto de encuentro para las alternativas sociales

La gran Cartago libró tres guerras…

Michael Schneider

La herencia reprimida de 1941 y el olvido de la historia de los alemanes1

Como parte de un programa de intercambio cultural germano-soviético, mi esposa Ingeborg y yo tuvimos la excepcional oportunidad de viajar a la URSS durante varias semanas en el verano de 1987 y 1988. Era la época de las reformas «glasnost« y «perestroika» de Gorbachov. Ambos viajes nos llevaron a nosotros y a nuestro amigo y compañero de viaje ruso, el escritor Rady Fish, por todo el inmenso país. A través de él, conocimos a muchos hombres y mujeres de la generación soviética de la guerra: antiguos soldados y partisanos, cronistas y testigos presenciales de los «pueblos quemados», supervivientes del «sitio de Leningrado», antiguos «trabajadores del Este» rusos y prisioneros de guerra que sobrevivieron a los campos alemanes. Me sentí como un detective que ha llegado a la escena del crimen. Sólo allí se da cuenta de la enormidad del crimen: lo que la invasión alemana y el régimen fascista de ocupación significaron realmente para los pueblos soviéticos2.

De Riga a Leningrado, de Kiev a Rostov, de Países Bálticos a Bielorrusia, de Ucrania al Cáucaso, hasta donde llegó, la ocupación alemana está grabada a fuego en la memoria de los rusos como un trauma colectivo. La «Gran Guerra Patria», el inmenso tributo de sangre de 28 millones de personas pagado por los pueblos soviéticos en la lucha contra los ejércitos de Hitler. Los muchos millones de víctimas del terror nazi en los territorios ocupados no sólo se conmemoran con innumerables monumentos y memoriales, museos y exposiciones, innumerables libros y películas; en una de cada dos salas de estar de las casas rusas cuelgan fotografías enmarcadas de familiares caídos y desaparecidos, asesinados o muertos de hambre.

Amnesia colectiva

En la primavera de 1988, nuestro amigo ruso vino a Alemania. Estaba especialmente interesado en conocer a veteranos de guerra alemanes que hubieran participado en la campaña rusa. Su experiencia fue que muy pocos estaban dispuestos o eran capaces de hablar de este tema y que la mayoría de los ciudadanos alemanes, tanto mayores como jóvenes, ni siquiera eran conscientes de lo que había ocurrido bajo la ocupación alemana de la URSS. Durante nuestro viaje conjunto por las tierras alemanas también nos dimos cuenta de que casi todo rastro de memoria de las víctimas soviéticas de la campaña alemana de exterminio había sido borrado de la vida cotidiana, política y cultural de la República Federal. Lo que los pueblos soviéticos habían sufrido como un trauma colectivo y habían grabado de forma indeleble en su memoria cultural a largo plazo, aparentemente había caído víctima de la amnesia colectiva en nuestro país.

¿Dónde están, por ejemplo, los memoriales o monumentos que conmemoren a los 3,3 millones de prisioneros de guerra rusos que fueron aniquilados por trabajo, murieron de hambre, fusilados, gaseados o maltratados hasta la muerte en los campos de concentración, campos de prisioneros y campos de trabajo alemanes? De los 65.000 prisioneros de guerra predominantemente rusos del campo de Stukenbrock, cerca de Paderborn, al final de la guerra sólo 5.000 seguían vivos. No sólo Auschwitz y Treblinka, sino también los campos alemanes para prisioneros de guerra soviéticos, con una tasa media de mortalidad de casi el 60%, deben clasificarse como campos de exterminio y muerte.

¿Y dónde están los monumentos a las víctimas de los cientos de «pueblos quemados»? En muchos casos, los habitantes fueron asesinados en escuelas, graneros e iglesias, donde fueron encerrados y quemados vivos. En nuestro país, que no cesa de crear nuevos museos y ha erigido templos de la historia de proporciones gigantescas en Bonn y Berlín, ¿hay siquiera uno que documente el inimaginable sufrimiento y las tragedias humanas que tuvieron lugar en Leningrado durante el asedio alemán? Más de un millón de leningradenses perdieron la vida como consecuencia del bloqueo. La mitad de los habitantes, incluidas la mayoría de las mujeres y madres, murieron de hambre junto con sus hijos, de agotamiento o epidemias después de haber quemado los últimos muebles y no tener más comida que la masilla de los marcos de las ventanas.

«La muerte es un maestro de Alemania» (Paul Celan)

Para dar una idea de la destrucción y los crímenes cometidos por un solo ejército y los comandos especiales activos en su zona de operaciones, he aquí el ejemplo del 18º Ejército (Norte), que también participó en el asedio de Leningrado. Friedrich Foertsch, Jefe del Estado Mayor, que fue hecho prisionero de guerra por los soviéticos, fue juzgado por un tribunal soviético después de la guerra. Foertsch fue acusado, «en primer lugar, de ejecutar el plan de Hitler de aniquilar Leningrado y su población, hasta donde los fascistas pudieron; en segundo lugar, como Jefe del Estado Mayor, de haber evacuado inhumanamente a la población de las zonas cercanas al frente y haber llevado a cabo exterminios masivos en pueblos; en tercer lugar, de haber destruido completamente las antiguas ciudades rusas de Nóvgorod, Pskov y Ostrov (…) así como de haber matado, sólo en la región de Nóvgorod, 186.760 prisioneros de guerra, soldados y oficiales del ejército soviético»3. En cuanto a la destrucción planeada de Leningrado, Foertsch declaró ante el tribunal: «Admito haber dado las órdenes para el bombardeo, pero no me declaro culpable.»

Continuidad ininterrumpida de personal entre la Wehrmacht y la Bundeswehr4

Friedrich Foertsch fue condenado por el tribunal soviético a 25 años de prisión como «criminal de guerra», pero sólo cumplió diez. En 1955 fue devuelto a Alemania Occidental junto con otros criminales de guerra alemanes. Pronto fue compensado por sus diez años de prisión de una manera especial, con una ilustre carrera de libro en la Bundeswehr y la OTAN. Ya en 1956 se convirtió en comandante de la segunda división de granaderos de Kassel y poco después fue nombrado general. En 1959 fue nombrado Jefe Adjunto del Estado Mayor de Planificación y Política del Cuartel General de la OTAN, y en 1961 sustituyó al entonces Inspector General de la Bundeswehr, Adolf Heusinger, que también había sido un «meritorio» coronel nazi. El hecho de que tales carreras militares no fueran en absoluto una excepción después de 1945 queda demostrado por la continuidad casi ininterrumpida del personal en los estados mayores de la Wehrmacht y la Bundeswehr. Ya en 1957, 44 antiguos generales y almirantes de la Wehrmacht, así como más de 1000 antiguos oficiales de la Wehrmacht que ocupaban puestos directivos volvieron al servicio del nuevo ejército alemán.

A propósito del «prepararnos para la guerra!» (de Boris Pistorius5)

Ya en 2017 el historiador militar Sönke Neitzel, en un artículo en el Spiegel, volvió a reclamar la vuelta a los «valores militares»: la Bundeswehr debe volver a ser un «instrumento de combate». No se puede ofrecer a la «infantería blindada y a los paracaidistas» «nada más que modelos no combatientes». Ellos «deben saber luchar y matar» y, por tanto, no limitarse a los «elementos tradicionales» de «un orden básico democrático libre». Neitzel recomendó con toda seriedad que la Bundeswehr recuperase la tradición de la Wehrmacht (Der Spiegel, 29/2017).

Si, cinco años antes de la invasión rusa de Ucrania, un historiador militar y profesor alemán puede volver a proclamar tales tesis en un importante medio de comunicación alemán y recomendar como modelo a seguir un ejército que se puso a disposición de la guerra de agresión, robo y aniquilación más monstruosa de los tiempos modernos sin oponer ninguna resistencia significativa, ¿qué conclusiones debemos sacar de ello? ¿Que la República Federal de Alemania, como primera potencia económica de la UE, abandona por fin su anterior moderación militar y quiere estar de nuevo al frente de la actual guerra por poderes entre la OTAN liderada por EE.UU. y Rusia en Ucrania, así como en futuras guerras lideradas por EE.UU. por las materias primas y el cambio de régimen?

La victoria pírrica en la «Gran Guerra Patria»

En ningún libro alemán de historia o manual escolar sobre la Segunda Guerra Mundial se puede encontrar nada que se acerque a una descripción realista de la destrucción y devastación causadas por los ejércitos alemanes en el avance, pero sobre todo durante la retirada, y lo que la «orden del Führer: Tierra quemada» significó para la Unión Soviética. En los territorios ocupados, habitados por 88 millones de personas, un total de 15 grandes ciudades, 1.710 pequeñas ciudades y 70.000 pueblos fueron devastados total o parcialmente y seis millones de casas quemadas o demolidas, dejando a 25 millones de personas sin hogar. Un tercio de la tierra cultivable se convirtió en erial, las granjas colectivas y los sovjoses se quedaron sin ganado, semillas, equipos y maquinaria. Se destruyó casi la mitad del potencial industrial soviético, «lo que equivaldría a la destrucción de la mitad de América al este de Chicago», como declaró el Presidente Kennedy en un discurso pronunciado el 10 de junio de 1963. Lo más terrible, sin embargo, fue la pérdida de vidas humanas. En vista de que el vencedor militar, la Unión Soviética, perdió al menos cuatro veces más personas que el atacante y perdedor militar, Alemania, sólo se puede hablar de una «victoria pírrica».

País dividido, deuda reducida a la mitad

Incluso hoy, la mayoría de los ciudadanos alemanes creen la idea errónea de que los 28 millones de muertos del bando soviético fueron víctimas de «actos normales en guerra». Sin embargo, al menos siete u ocho millones—algunos historiadores hablan de diez millones—murieron al margen de los combates reales, un hecho que probablemente justifica hablar de genocidio. Auschwitz fue reconocido como un «crimen inconcebible» por casi todos los alemanes; por contra, la guerra de exterminio alemana contra los pueblos de la Unión Soviética y la culpa asociada fueron rápidamente reprimidas, negadas o trivializadas en la RFA con el inicio de la Guerra Fría. Sin embargo, la guerra contra la Unión Soviética había creado las condiciones para el Holocausto al poner a los judíos rusos y de Europa del Este en manos de los nazis.

La división de Alemania y la Guerra Fría que comenzó pocos años después del final de la Segunda Guerra Mundial, en la que la Unión Soviética volvió a ser declarada enemiga, también dieron lugar a una división de la culpa alemana (y del sentimiento de culpa). Mientras que la RDA, que representa un tercio de la población alemana, tuvo que asumir la deuda de guerra con la Unión Soviética tanto en sentido material como moral, la República Federal de Alemania se considera responsable únicamente ante Israel.

Por lo tanto, probablemente no sea una coincidencia que, según una encuesta de 2019 sobre quién liberó a Alemania del fascismo de Hitler, solo el 13% de los alemanes nombró también a los rusos. Sin embargo, cualquiera que se atreva a rendir homenaje en el aniversario de la liberación de Alemania por el Ejército Rojo ante el monumento soviético de Berlín para pronunciar un discurso conmemorativo y recordar los inmensos sacrificios del pueblo ruso en la lucha contra el fascismo alemán es amenazado con un juicio por «incitación al odio». Como dijo Tucholsky: «A esto se le llama depravación: ¡dejar de sentir lo bajo que se ha caído!».

La inversión agresor-víctima

En lugar de sentirse corresponsable de la sensación de amenaza del bando soviético, la generación de la guerra de Alemania Occidental y sus representantes políticos se han dejado llevar durante décadas por una histeria de amenaza que permitió a los antiguos agresores verse a sí mismos como víctimas amenazadas de una posible invasión soviética en cualquier momento y, en alianza con la OTAN liderada por Estados Unidos, recurrir a una estrategia de disuasión militar y nuclear.

Según el psicoanalista hamburgués Carl Nedelmann, «nuestro comportamiento colectivo todavía nos hace sentir como si no fuéramos nosotros quienes invadimos la Unión Soviética, la llevamos al borde de la derrota y le infligimos sufrimientos indecibles. No hemos asumido la culpa, sino que la hemos reprimido, escindido, desplazado y proyectado. Este proceso de defensa fue reforzado por el recuerdo del sufrimiento que los rusos nos infligieron durante la invasión. Seguimos atribuyendo a los rusos lo que nos hicieron, pero inconscientemente también les cargamos con lo que nosotros les hicimos a ellos en una inversión proyectiva»6.

Esta «inversión proyectiva», es decir, la inversión agresor-víctima, fue un fenómeno casi popular de la época de Adenauer y, al parecer, se transmite de generación en generación. Esto significa que los hijos y los hijos de los hijos «verdes» de la generación alemana de la guerra que hoy están en el poder pueden acusar sin más a Vladimir Putin de querer restaurar el statu quo anterior de la Unión Soviética y—quién sabe—tal vez invadir los Estados Bálticos o Finlandia después de Ucrania. Y como los actuales responsables de la política, los medios de comunicación y la cultura se ven a sí mismos como «buenos demócratas» y se consideran hipermorales, ¡ni siquiera se dan cuenta de que hace tiempo que han vuelto a la neblina ideológica y a las huellas sangrientas de sus abuelos y bisabuelos, blanqueadas con negro, rojo y oro7!

El poder de la propaganda de guerra

No obstante, cabe señalar que la demonización de Vladimir Putin como el «nuevo malvado mundial» es ante todo una obra de propaganda de guerra occidental para justificar la largamente planeada guerra de la OTAN contra Rusia. Basta con leer el documento de estrategia de la Rand Corporation8 Overextending and unbalancing Russia, que también fue presentado al Congreso de Estados Unidos el 5 de noviembre de 2019, tres años antes del ataque ruso contra Ucrania. Para la gran mayoría de los políticos y periodistas alemanes, esta guerra sólo comenzó 24 de febrero de 2022. En esta perspectiva, que ignora la larga y compleja historia previa, Putin figura como único agresor.

Sin embargo, el hecho es que la guerra en Ucrania ya había comenzado ocho años antes, con la sangrienta masacre del Maidan y el putsch contra el presidente democráticamente elegido Yanukovich, financiado por los servicios secretos americanos y británicos y con participación de los fascistas ucranianos de Bandera. Según la ONU, la guerra civil dentro de Ucrania de 2014 a 2018 costó alrededor de 13.000 vidas, de los cuales 3300 civiles9. ¿Lo hemos oído o leído alguna vez en nuestros medios de comunicación? ¿Alguna vez un gobierno occidental ha protestado públicamente o incluso ha pedido sanciones contra el gobierno de Kiev, que ha bombardeado constantemente el Donbass, es decir, que ha masacrado a sus propios compatriotas, en su mayoría rusoparlantes? Cualquiera que se atreva a mencionar estos hechos en el debate público hoy día es inmediatamente vilipendiado como «apologista de Putin» y «troll de Putin»—y debe incluso contar con que, recurriendo al nuevo monstruo jurídico de la acusación «deslegitimar el Estado», pueda ser perseguido penalmente.

Nuestros «valores occidentales, la democracia y la libertad» se defendieron tan poco en Afganistán, como se defienden ahora en Ucrania. ¿Hay tropas rusas en la frontera alemana?, por ejemplo, ¿o no es más bien al revés? ¿Qué ha perdido la Bundeswehr en los Países Bálticos? En vista de la permanente expansión de la OTAN hacia el Este, hasta las fronteras de Rusia, y del mayor despliegue militar desde el final de la Guerra en el marco del ejercicio «Defender» de la OTAN, ¿quién tiene realmente motivos para sentirse amenazado: nosotros o los rusos? Y luego, la doble garantía de Washington a Ucrania en la última cumbre de la OTAN «de que ya no se puede detener en su camino hacia la OTAN» y de que «las armas supersónicas recientemente desarrolladas (deberían) proporcionar una mejor protección a los aliados de la OTAN en Europa»«. ¿No deberían tales anuncios poner en alerta máxima al jefe del Kremlin y a sus asesores militares? Tres días después, el portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, anunció contramedidas apropiadas10 y dijo literalmente: «Tenemos la capacidad de mantener a raya estos misiles, pero las víctimas potenciales son las capitales de estos países europeos.» Esta declaración debe tomarse muy en serio.

Águila Oscura

En su discurso a la nación del 21 de febrero de 2022, tres días antes de la invasión de Ucrania, Putin invocó la amenaza existencial que, desde el punto de vista de Rusia, supondría la adhesión de Ucrania a la OTAN:

Me gustaría llamar especialmente su atención sobre el hecho de que el peligro de un ataque por sorpresa contra nuestro país se multiplicará si Ucrania se convierte en miembro de la OTAN (…) Ahora que Estados Unidos ha roto el Tratado sobre Misiles de Alcance Intermedio y de Menor Alcance, el Pentágono ya está desarrollando abiertamente una gama de armas ofensivas terrestres, incluidos misiles balísticos capaces de alcanzar objetivos situados a una distancia de hasta 5.500 kilómetros. Si tales sistemas se despliegan en Ucrania, podrán atacar objetos en todo el territorio europeo de Rusia, así como detrás de los Urales. El tiempo de vuelo de los misiles de crucero Tomahawk hasta Moscú es inferior a 35 minutos, el de los misiles balísticos desde la zona de Kharkiv de 7 a 8 minutos y el de los misiles hipersónicos de 4 a 5 minutos. A esto se le llama «tener el cuchillo en el cuello».

Ya no es ningún secreto que Estados Unidos se dispone a desplegar en suelo alemán los novísimos sistemas de armas móviles «Dark Eagle» (“águila oscura”). Están diseñados como un «ataque de decapitación» selectivo contra los centros de mando enemigos, por ejemplo los centros de mando rusos, y construidos de tal manera que pueden esquivar cualquier misil interceptor.

Kaja Kallas, la Primer Ministro estonia que acaba de ser nombrada portavoz de política exterior de la UE, ya sueña públicamente con la necesaria decolonización de Rusia y su desmembramiento en varios estados, al igual que con la antigua Yugoslavia. Tomemos nota: el tan cacareado «cambio de tiempos11» tuvo lugar en realidad ya en 1999, cuando la OTAN dirigida por Estados Unidos, sin mandato de la ONU pero con ayuda alemana, volvió a traer la guerra a Europa y bombardeó Belgrado.

Como es bien sabido, la «elaboración crítica del pasado nazi» fue una de las preocupaciones centrales de la politizada generación alemana de los niños de la guerra y del movimiento de 1968. ¿De qué sirvieron—me pregunto hoy—todos nuestros esfuerzos si nuestros representantes políticos electos no han aprendido nada de ese pasado cuando se »trata de tratar con Rusia? ¡Cuando el Ministro de Asuntos Exteriores alemán, graduado del programa «Young Global Leader» del FEM, tras dos guerras mundiales responsabilidad entera de Alemania, se permite pregonar en serio al mundo el objetivo de «arruinar a Rusia», el país más grande del mundo! ¡Cuando el Ministro de Defensa alemán ha logrado hacer de recibo la consigna «debemos prepararnos para la guerra»—hace no tanto impensable decirla incluso en los medios mainstream—y se ha promocionado de este modo a político mejor valorado en la república berlinesa! ¡Y cuando nuestro casi ex-canciller ha cruzado todas las líneas rojas que él mismo se impuso públicamente en materia de envíos militares a Ucrania en cuanto lo reclamó Washington, decisión que no sólo fue patética manifestación de la falta de carácter político y de vasallaje, sino también una maniobra altamente peligrosa que nos acerca cada vez más al umbral de la guerra nuclear!

¿Cuánto tiempo más seguirán los dirigentes rusos actuando con contención ante las constantes provocaciones del «Occidente basado en valores» liderado por Estados Unidos? ¿No debe un gobierno alemán, si aún le queda una pizca de racionalidad y sentido político, ponderar que si se produce una escalada nuclear, los primeros objetivos de un contraataque ruso serán Wiesbaden (futuro cuartel general de la OTAN para la misión en Ucrania), Stuttgart (cuartel general del Mando Europeo de la OTAN), Bremerhaven (centro neurálgico para el transporte de tropas estadounidenses hacia la frontera oriental de la OTAN), Büchel (depósito de armas nucleares) y Ramstein (módulo central para la misión global estadounidense de drones)? Pero ni siquiera este escenario altamente probable parece inquietar a los actuales «semáforos12» berlineses, ebrios de su propia «eficacia bélica» en su desquiciada lealtad a la alianza y al Nibelungo.

En 1951, ante el rearme y la remilitarización de la joven República Federal de Alemania, Bertolt Brecht escribió una «Carta abierta a los artistas y escritores alemanes» en la que advertía a todos de que «Alemania no sobreviviría a una tercera guerra mundial». La carta terminaba con el epigrama que se ha hecho famoso:

«La gran Cartago libró tres guerras. Aún era poderosa después de la primera, aún habitable después de la segunda. Después de la tercera no quedaba qué encontrar de ella».

Notas

1 Michael Schneider es ensayista, autor teatral y novelista y vive en Berlín. Estudió biología, filosofía y ciencias sociales. Realizó su tesis doctoral sobre Karl Marx y Sigmund Freud. Durante muchos años fue profesor de Dramaturgia y Desarrollo de Guion en la Academia de Cine de Baden-Wurtemberg. Es miembro del Centro PEN alemán, del Willy-Brandt-Kreis y del Círculo Mágico de Alemania. Publica en línea en tkp.at, Neue Rheinische Zeitung, Manova y Neue Debatte.

2 Todos los datos y cifras sobre la guerra de agresión y aniquilación alemana contra la Unión Soviética presentados en este artículo proceden de la Oficina de Investigación de Historia Militar de Friburgo y del 4º volumen «El ataque a la Unión Soviética», publicado en 1983. Véanse también mis dos libros Das Unternehmen Barbarossa. Die verdrängte Erblast von 1941 und die Folgen für das deutsch-sowjetische Verhältnis, Darmstadt 1989, e Iwan der Deutsche, junto con Rady Fish, Darmstadt 1989.

3 Neue Zeit (Tiempos nuevos), Semanario de Política Exterior de la URSS, enero de 1961.

4 [Nota del trad.] Wehrmacht: denominación del ejército alemán durante el régimen nazi. Bundeswehr: denominación del ejército de la República Federal Alemana.

5 [Nota del trad.] Ministro de Defensa de la RFA desde 2023, miembro del SPD.

6 Carl Nedelmann, Von deutscher Minderwertigkeit, en: Nedelmann (ed.), Zur Psychoanalyse der nuklearen Bedrohung, Gotinga 1987, p. 29.

7 [Nota del trad.] Los colores de la bandera de la RFA. Durante el imperio y el periodo nazi la bandera alemana tenía los colores rojo, negro y blanco.

8 Rand Corporation, Overextending and unbalancing Russia, disponible en: doi.org/10.7249/RB10014, año: 2019, consultado el 27 de noviembre de 2022.

10 Cf. Henken, Lühr, Der Ukraine-Krieg – immense challenge for the peace movement, conferencia Berlín, 5 de abril de 2022, disponible en: https://www.kasseler-friedensforum.de/690/vortraege/Der-Ukraine-Krieg-eine-immense-Herausforderung-fuer-die-Friedensbewegung/

11 [Nota del trad.] Zeitenwende: término con el que en la política alemana de los últimos años se ha venido haciendo referencia a la tesis de que «los tiempos han cambiado» y Alemania debería eliminar todas las restricciones impuestas a su rearme desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

12 [Nota del trad.] Miembros de la coalición gubernamental, que recibe el sobrenombre de «coalición semáforo» por el color político de los partidos componentes (socialdemócratas, verdes y liberales).

Fuente: Artículo original en NachDenkenSeiten—Die kritische Website, 27 julio 2024 (https://www.nachdenkseiten.de/?p=118765)
Traducción de Manuel Monleón Pradas

Bertolt, Brecht, Carta abierta a los artistas y escritores alemanes1

Edición y notas de Manuel Monleón Pradas.

Ante los inicios de la remilitarización de la joven República Federal Alemana2, el escritor Bertolt Brecht, afincado en la República Democrática Alemana desde 1949, dirigió el 26 de septiembre de 1951 una «carta abierta» a los artistas y escritores alemanes donde advertía del peligro y las consecuencias de una nueva guerra. El mensaje era: tras la recién ocurrida división en 1949, Alemania no sobreviviría a una tercera guerra mundial. El diario de la RDA Neues Deutschland publicó en portada la «carta abierta» de Brecht, y se distribuyeron miles de ejemplares en forma de panfleto, con el mensaje: «Envía esta carta a tus amigos de Alemania Occidental». En su biografía de Brecht (Das Leben des Bertolt Brecht, 2 vols, Berlín, 1986), dice Werner Mittenzwei: «El efecto fue tremendo, las frases finales las repetía la gente en la calle». Los discursos que se pronunciaron en las semanas siguientes terminaban citando las frases finales de la carta de Brecht, sobre la gran Cartago que libró tres guerras.

He quedado horrorizado, como muchos otros, por la gravedad con que el gobierno de la República Democrática Alemana ve la situación en Alemania, de la que me he enterado por el discurso de Otto Grotewohl en el que convoca una consulta a todos los alemanes para preparar unas elecciones generales libres3.

¿Habrá guerra? La respuesta: si nos armamos para la guerra, tendremos guerra. ¿Dispararán los alemanes a los alemanes? La respuesta: Si no hablan entre ellos, se dispararán unos a otros.

En un país que ha llevado sus asuntos de manera unificada durante mucho tiempo y de repente se ve desgarrado por la violencia, hay muchos conflictos en todas partes y en todo momento que deben resolverse. Esto puede ocurrir de muchas maneras. Si hay ejércitos, ocurrirá de manera bélica. A más tardar cuando surja el peligro de tales ejércitos, habrá que hacer un nuevo esfuerzo en todas las circunstancias para lograr la reunificación por medios pacíficos, lo que, aparte de las inmensas ventajas de tal unidad, eliminará los conflictos. Personas de todas las profesiones, todas igualmente amenazadas, deben contribuir a eliminar las tensiones surgidas. Como escritor, hago un llamamiento a los escritores y artistas alemanes para que pidan a sus representantes que discutan las siguientes propuestas en una fase temprana de las esperadas negociaciones:

1. libertad total del libro, con una restricción.

2. libertad total del teatro, con una restricción.

3. libertad total de las artes visuales, con una restricción.

4. libertad total de la música, con una restricción.

5. libertad total del cine, con una restricción.

La restricción: ninguna libertad para los escritos y obras de arte que glorifiquen la guerra o la presenten como inevitable, y para los que promuevan el odio entre naciones.

La gran Cartago libró tres guerras. Todavía era poderosa después de la primera, todavía habitable después de la segunda. Ya no se la podía encontrar después de la tercera.

Notas

1 Texto en: Bertolt Brecht, WerkeGrosse Berliner und Frankfurter Ausgabe, vol 23: Schriften 3, pp 155-156.

2 La RFA fue creada por las tres potencias ocupantes occidentales en 1949, rompiendo así los acuerdos de Potsdam entre EEUU, Reino Unido y la URSS, que preveían una Alemania unida y neutral al finalizar la guerra. Seis meses después de la RFA se constituyó la RDA en el sector bajo administración soviética. Entre 1949 y 1952 la política de la URSS y la del gobierno de la RDA siguió postulando la unidad alemana y la neutralidad del país, sin éxito: es conocida la frase del canciller germanooccidenta Adenauer en aquellos días, «mejor media Alemania entera, que una Alemania entera a medias».

3 Jefe del Gobierno de la RDA, proveniente del antiguo SPD en la zona bajo administración soviética tras la guerra. La RDA mantuvo durante años como objetivo político la reunificación de Alemania (como se ve, por ejemplo, en la letra de su himno, del poeta Johannes R Becher). A partir de 1952 aprobó «construir el socialismo en suelo de la RDA», y el énfasis en la reunificación desapareció.

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