La política como resistencia
Arturo Anguiano
A Rosario Ibarra,
precursora de la lucha por los derechos humanos en México,incansable y resuelta guerrera de la esperanza libertaria
La crisis como política
Se ha convertido en lugar común decir que la política está en crisis, que se desdibujan los contornos de lo político, que ha venido a menos la centralidad del Estado (y de la política) que se construyó durante la era del sistema de Estados-nación a través de un largo y complejo proceso histórico, y que en su lugar se impuso incuestionablemente la centralidad de la economía. Esto simboliza la preponderancia de los intereses particulares, puramente egoístas y parciales, es decir de lo privado, frente al bien común y lo público, o en otros términos, de lo individual frente a lo colectivo, del mercado sobre el Estado. La economía y la política parecen haber revertido sus relaciones tradicionales, quedando atrapada e incluso subsumida la segunda por el peso avasallador de la primera.
Esta situación sería resultado de la mundialización del capital, de la producción y del mercado impulsada en todo el mundo desde los años ochenta del siglo XX y que expresa la hegemonía alcanzada por el capitalismo neoliberal luego de la crisis mundial de la deuda y de la caída del Muro de Berlín. En el Norte como en el Sur del planeta, los procesos de reestructuración económica y social quedaron determinados por el fin de las regulaciones múltiples del Estado y el pretendido universalismo de un mercado libre de toda reglamentación, conduciendo no sólo a la crisis estatal, sino igualmente a la disgregación de las sociedades (entendidas en tanto comunidad) y a la descomposición de las formas de convivencia y acción que estaban en la naturaleza de la política(1). La mundialización capitalista, así, ha profundizado la crisis del conjunto de los paradigmas políticos predominantes.
Es significativo, entonces, que la crisis de la política devenga universal y que por todas partes pierdan credibilidad y eficacia las formas de representación, los actores políticos como los partidos y en general los procesos políticos y el entramado institucional del Estado, cuya legitimidad se erosiona.
La mercantilización y privatización de los distintos espacios públicos promovida por el neoliberalismo a ultranza (y su variante socialdemócrata), así como la estatización y confiscación de los mismos que implicaba el socialismo real, descompusieron el ámbito y la naturaleza de lo político. Los espacios de la política se pierden como los lugares del pensar y el hacer colectivos, socavando (o de plano anulando) las libertades sobre las que se sostienen y nutren.
Un régimen político corporativo como el mexicano combinó, en su transcurrir, formas patrimoniales de estatización centralizada de espacios y relaciones con la mercantilización de los mismos, lo que no significó sino la confiscación a la sociedad de lo político, su distorsión y subordinación. Lo colectivo se subyugó y envileció mediante la corporativización y la jerarquización político-sociales, mientras lo ciudadano se postergó por mucho tiempo, diluyéndose incluso sin lograr cobrar forma en el país, en medio de reglas y prácticas no democráticas de una suerte de dictadura de Estado-partido que apenas ahora, en el umbral del tercer milenio, empieza a desmantelarse desordenadamente, sin que afloren con claridad libertades y espacios públicos desde siempre usurpados y sujetos a regimentaciones y sospechas, constreñidos y desnaturalizados.
La crisis de la política se deriva especialmente de la crisis del Estado-nación que suscita el proceso de mundialización capitalista, primero que nada por poner en entredicho y socavar la base territorial sobre la que descansa, volviendo porosas las fronteras e incontrolables los flujos materiales e inmateriales que lo surcan: capitales, tecnologías, noticias, culturas, enfermedades, plagas, gente que emigra en busca de esperanza, etcétera. Referentes fundamentales de la política, como espacios, tiempos, tradiciones, saberes y prácticas colectivas se desfiguran bajo el embate de los procesos globales.
Los Estados no han dejado de perder capacidad de decisión soberana y poder, enfrentándose a actores poderosos como las grandes empresas mundiales y ciertos organismos económicos internacionales (Organización Mundial de Comercio, Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional) que aparentemente se independizan de aquellos y les disputan no sólo el dominio y el sentido, sino incluso la legitimidad. Las sociedades nacionales padecen el desgarramiento del conjunto de sus relaciones y ven desmoronadas las bases y condiciones de su soberanía. Las relaciones de dominación y sometimiento, entonces, se enredan y sus elementos legitimadores se destiñen, revelando así brutalmente su naturaleza compleja (clasista, étnica, de género, etcétera), declinando los regímenes políticos que las administraban de manera central. Con ello, las relaciones sociales capitalistas (y lo mismo las que trataron de asentarse en la estatización de la economía centralizada burocráticamente) entran en crisis (o de plano se desploman y descomponen como en el segundo caso), al igual que el conjunto de instituciones sobre las que se realizan y sostienen.
Cuando la democracia parece generalizarse e imponerse de manera incuestionable por todas partes, el planeta es sometido a nuevos fundamentalismos (nacionales, étnicos, religiosos, políticos) y hegemonías imperiales que condicionan y regimentan a su antojo (restringen, determinan o ahogan) las libertades que pretendidamente deberían sustentarla. Al igual que el supuesto libre mercado mundializado donde impera en verdad la ley del más fuerte y tienen el control unos cuantos poderosos complejos económicos globales de carácter monopólico, el nuevo desorden mundial que en los hechos va abriéndose paso bajo el dominio incuestionable de Estados Unidos (el Estado-nación que más parece remontar la declinación histórica), envuelve al conjunto de instituciones internacionales multilaterales (Organización de las Naciones Unidas, Organización de Cooperación y Desarrollo Económico, OMC, etcétera) en el que descansó precariamente el polarizado y desigual sistema de Estados-nación. Sobre todo a partir de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, el nuevo imperio estadounidense se arroga la representación de las pretendidas fuerzas del bien contra un inasible eje del mal, lo que no es más que una coartada lamentable para imponer el derecho de injerencia unilateral sobre un planeta sin fronteras a salvo, sin reglas válidas de convivencia ni prevenciones contra el libre arbitrio de una potencia despótica y fundamentalista, como nunca arrogante y desbocada.
La política, de este modo, se precipita decisivamente en un medio unidimensional donde se vuelve al más elemental de los orígenes: la política como continuación de la guerra(2), pero no solamente la guerra de todos contra todos que reproduce en forma cotidiana intrincadas y difundidas relaciones de poder y dominación, sino también la guerra cruda que se comete contra pueblos desvalidos o en franca desventaja (como Irak, Afganistán o Palestina, y antes Vietnam), concebidos en bloque -cultural, racial, social y nacionalmente- como enemigos. O sea, la unilateralidad del genocidio descarnado, encubierto o disfrazado sin embargo por la hipocresía de la doble moral de los poderosos y su infinita capacidad de manipulación y control de medios de comunicación planetarios. A la democracia y sus reglas de convivencia asumidas libremente, a sus formas de representación y soberanía limitadas pero reales, se les sobreponen en el tiempo de la mundialización la amenaza de aniquilamiento del otro que ya no será tolerado, libertades bajo vigilancia constreñidas a aquellas que tienen que ver solamente con los mercados (la economía omnipresente), así como la guerra fratricida y un solo liderazgo mundial excluyente, sin mediaciones, regulaciones ni ataduras institucionales, sostenido en el temor, la mentira y el derroche del implacable despliegue militar desmesurado.
De esta forma, la mundialización capitalista ahonda la crisis de la política al introyectar en las sociedades la guerra (ya no sólo la violencia «institucional» ejercida por los Estados), imponiendo la violencia multiforme, la disgregación, la exclusión y toda suerte de opresiones y discriminaciones que sustituyen, degradan o de plano anulan el ámbito de la política.
El sentido de la política
La política implica delimitar y articular los distintos elementos y esferas, los espacios y actores, sus ideas y prácticas. La política requiere reinventarse día a día y responder a las secuelas de la mundialización encontrando, por ejemplo, novedosas e imaginativas articulaciones de los nuevos terrenos y esferas que de cualquier manera se generan, redefiniendo sus coordenadas y dilatando sus alcances.
Esto si se concibe lo político «en tanto que forma de estar-juntos, de actuar-juntos, de pensar-juntos, inscrita esta existencia plural en las coordenadas de espacio y de tiempo sociales que contribuye a producir»(3). La política, así, implica primero que nada la pluralidad y la comunidad. No es sólo el terreno del poder, por más que lo implique, sino igualmente el de las prácticas y decisiones colectivas de la gente en torno a la vida de la comunidad y su destino. Tampoco tiene que ver solamente con la acción individual (el ciudadano aislado), sino con su actuar en común, su interrelación, su autoorganización social, su ser y hacer en tanto miembro de una colectividad. Lo político es un amplio campo que implica complejas relaciones, prácticas y propósitos. En el mundo globalizado podrá asimismo identificarse en tanto espacio entre la sociedad global y el complejo de instituciones supranacionales (políticas, económicas, militares, culturales, etcétera) que no dejan de emerger y representar posibilidades de acción y reclamación.
La mundialización neoliberal -que no sólo es un proceso objetivo sino también una estrategia deliberada del gran capital mundializado- amenaza no solamente a la sociedad concebida como comunidad, sino igualmente la pluralidad. De hecho, la privatización de los espacios públicos sigue a la privatización de la economía; la disgregación de la comunidad y el abandono de lo colectivo a la individualización y quiebra de la política. Se trata entonces de la crisis del conjunto de las relaciones sociales prevalecientes y de las instituciones estatales fetichizadas. Más que un espacio de deliberación y decisión, la política deviene una extensión del mercado donde predominan los intercambios mercantiles (y el dominio del dinero) e incluso se transforma en un rentable espectáculo mediático sustentado en prácticas comerciales. Lo nacional se violenta y desmorona, sin que se abra camino lo mundial. Las fronteras nacionales se desvanecen complicando la geografía, sin que paradójicamente dejen de levantarse a su interior nuevas fronteras (económicas, culturales, étnicas, de género, políticas) que segregan y excluyen(4). La economía y el mercado no solamente destiñen y despedazan el tejido social, subyugan, confunden y desnaturalizan, igualmente, los espacios y los tiempos de la política. El desorden y el caos gobiernan en lo sucesivo relaciones e intercambios en las sociedades y en el planeta todo.
Con el neoliberalismo, la política se presenta exclusivamente como el terreno del poder y el Estado, por más que éstos parezcan diluirse. Los espacios de la política se restringen por todas partes, al volverse la política asunto exclusivo de partidos estandarizados (siempre en crisis) e instituciones desprovistas de su alma pública, de más en más determinados ambos por fatalismos económicos y por inicuos intereses particularistas. Lo social es despojado de lo político y la política se vuelve entonces asunto de especialistas y profesionales (funcionarios, dirigentes partidarios, electos o candidatos a distintas instancias de representación, opinadores mediáticos, consultores, etcétera) que se cotizan en el mercado, difuminando las prácticas colectivas y voluntarias. La fetichización de la política no sólo transfigura a los actores tornados institucionales, sino que los superpone a las colectividades de todo signo. Incluso los individuos, desprovistos de sus identidades, abandonados, solitarios, no logran alcanzar la ciudadanía -por más que puedan votar en las elecciones formales- al ser privados de los espacios públicos, de la posibilidad de participar, pensar y decidir en común cuestiones que los involucran vivamente, esto es, de intervenir en la política, de hacerla.
La democracia y las libertades, universalizadas en el mundo global, extrañamente se desvanecen o descomponen. La crisis de representación, en extremo contradictoria, y la sobredeterminación de lo electoral que se vive prácticamente en todos los Estados-nación, asumen la forma de suplantación de la comunidad, al tiempo que escinden lo social y lo político. Los saberes y los haceres de la política se apocan provocándose la despolitización de la sociedad, privada del espacio público y sujeta a intercambios mercantiles desiguales y desventajosos.
Recuperar lo político
Pero lo político retorna y se rehace entonces por fuera de los cada vez más reducidos espacios consagrados por el neoliberalismo, a contracorriente, como resistencia de la sociedad que -despojada y excluida- labra sus propios espacios y los ocupa, los habita, los recrea como posibilidades colectivas de reflexión, acción y decisión en el ámbito de lo político.
De esta manera, recuperar lo político significa ante todo redefinirlo, ampliarlo; reconstituir la comunidad y la pluralidad golpeadas por el capitalismo neoliberal; restablecer lo social a lo político, socializar la política, politizar lo social. No reabsorber uno por el otro ni confundirlos, sino combinarlos, articularlos, ensanchando así las posibilidades propias de ambos. Lo individual no debe perderse en la abstracción anuladora del mercado, sino desembocar en el torrente de lo colectivo que no puede ser sino concreto, específico, múltiple (social, profesional, étnico, ecológico, de género…), pero susceptible de encontrar intereses y propósitos unificadores, generales, universales, o sea de carácter político. Lo ciudadano solamente puede realizarse a través de la comunidad que es confrontación, conflicto, pluralidad, incertidumbre, la trama intrincada de lo diverso que contradictoriamente se teje en sociedad. La ciudadanía no puede afianzarse sino mediante la reafirmación de las identidades individuales y colectivas, complejas y cambiantes.
Para rescatar la comunidad se requiere rehabilitar las fuerzas colectivas de la sociedad a través de revivificar sus prácticas, de la recomposición de sus diversas formas de organización, del restablecimiento de sus solidaridades, del despliegue y reconocimiento de sus identidades y autonomías, de sus culturas y tradiciones, de sus acervos conseguidos por la lucha, reconstituyendo el tejido social rasgado por la acción disgregadora del mercado y de un Estado venido a menos. Pero hace falta igualmente desprender lo político del Estado, desestatizarlo, descorporativizarlo, desprivatizar y desprofesionalizar la política regresándola a la sociedad, volverla espacio y vida de todos los ciudadanos, de las colectividades, de los pueblos, es decir fortaleciendo a los nuevos y viejos actores de la sociedad (sobre todo organizaciones sociales y civiles). Las instituciones estatales (de los gobiernos a los congresos) necesitan sujetarse a la sociedad por medio de adecuadas formas de representación, renovación y rendición de cuentas. El espacio de la política no puede dejar de reinventarse, de ampliarse, de socializarse, de revitalizar su esencia pública, no mercantil, su carácter colectivo, dirigido al bienestar general y a la defensa del entorno natural del país, del planeta.
La crisis de representación y en general de los regímenes políticos sometidos a los dictados de la estrategia globalizadora del neoliberalismo hegemónico, podría solucionarse redimensionando lo local, lo nacional, lo internacional, lo mundial; restaurando la comunidad, sus autonomías, su autogestión, sus instancias públicas y sus prácticas democráticas (cuando lo son); reestructurando por abajo y desde arriba a las instituciones estatales («mandar obedeciendo», como dicen los zapatistas(5), revocabilidad de los electos, rendición de cuentas, transparencia, etcétera). Pero también desarrollando formas de expresión y participación acordes con los tiempos y las innovaciones de la mundialización, particularmente en cuanto a la información y la comunicación, que podrían facilitar la deliberación y toma de decisiones colectivas, extendiendo en forma realmente universal las libertades y la democracia en todos los niveles y esferas. La representación de la sociedad necesita, asimismo, generar formas de democracia directa renovadas e imaginativas, tal vez como nunca factibles.
Recuperar lo político, entonces, implica garantizar la pluralidad, la expresión de lo diferente, de los innumerables otros, de la crítica a todo lo existente, como condición de lo general incluyente, de lo común, de lo público; relacionar la tradición renovada con la modernidad; vincular el presente con el mañana mediante la estrategia.
Lo político necesita, pues, no solamente nuevos y depurados espacios públicos, sino igualmente abrir la política a prácticas y a actores excluidos y condenados por el neoliberalismo (trabajadores, mujeres, pueblos indios, jóvenes, migrantes, deudores, organizaciones sociales y civiles, etcétera) y lograr nuevamente el manejo de los tiempos (del corto al mediano y largo plazo). Tanto en el terreno en rehabilitación de la localidad, de la región, de la nación, como en el de la arena mundial -que acondiciona muy a su pesar la mundialización irrefrenable del capital-, la recuperación de las energías colectivas de las comunidades, de su capacidad de pensar, actuar y decidir en común por sí mismas, simboliza la posibilidad de restauración de la política, o si se quiere, del desarrollo de otra política, la política del oprimido. Si bien la mundialización es el espacio de la reconstitución de las nuevas hegemonías imperiales, sobre todo del imperio unilateral e incontrolado de Estados Unidos que ha seguido al fin de la guerra fría, representa igualmente las posibilidades de recomposición de una sociedad global, del despliegue de nuevas solidaridades internacionales (un internacionalismo renovado) y de la resistencia planetaria a la fatalidad capitalista.
La política del oprimido
Otra política es posible, la política del oprimido(6). La que no se confina a los espacios degradados y estereotipados del poder, de lo meramente estatal mercantilizado, sino que se manifiesta igualmente en todos los niveles y resquicios de la sociedad capitalista donde se expanden y reproducen las múltiples y variadas relaciones de dominación (la explotación, la opresión, la discriminación, la supeditación). Por esto, de entrada, se trata de una política que se vive como resistencia. Explotados, sometidos, discriminados, ultrajados, excluidos, proscritos, los oprimidos (trabajadores, campesinos, indígenas, mujeres, desempleados, poblaciones colonizadas, minorías nacionales, etcétera) resisten, anudan relaciones y construyen o rehacen comunidades y espacios donde intentan sobrevivir(7). Desarrollan a contracorriente sus propias participaciones políticas, asumiendo en la práctica libertades colectivas e individuales que se les rehúsa o regatea desde el poder.
El oprimido vive la política, antes que nada, como reafirmación de su dignidad y como resistencia a la parálisis, a la sujeción y la disgregación; a la anulación como comunidad, como clase, como género, como pueblo, como diferente. Una resistencia siempre en condiciones adversas, que parte del sometimiento, la enajenación, la pulverización, el aislamiento, la incultura, la despolitización deliberada, la intoxicación ideológica, hasta articularse y devenir colectiva, sentida y significante. Del sometimiento a la desobediencia, la insumisión y la rebeldía, existe un largo camino pavimentado por numerosas e inesperadas formas abiertas y veladas, primarias y enmarañadas de resistencia al poder, a las muy diversas formas de explotación, opresión y dominación(8). La resistencia del oprimido se sitúa en el terreno de la política desde el momento en que enfrenta, no únicamente las condiciones y efectos materiales de la explotación, sino también las relaciones de dominación que reproducen y a las que es subyugado, o sea al poder, incluso si lo hace en forma latente, elemental, parcial, difusa y embrionaria. Aunque evidentemente su resistencia necesita remontar las individualidades pulverizadas, desplegarse y socializarse, tejer redes solidarias y asumir la dimensión y la fuerza de lo colectivo, es decir, de lo político. La resistencia, así, puede trascenderse y devenir revuelta, lucha abierta y frontal contra el poder.
La política de los oprimidos es una política de liberación y autonomía, de auto organización y auto emancipación. Si bien se revela como resistencia, en determinados momentos y circunstancias puede ser algo más que la lucha contra el destino, evolucionando hacia la revuelta y la rebelión, revirtiendo incluso -así sea coyunturalmente- las relaciones de fuerza en el seno de la sociedad. En la historia contemporánea, los poderosos siempre se las arreglaron para obstruir, usurpar o restringir las posibilidades de expresión y participación de los de abajo, sujetos a toda suerte de sometimientos y dominaciones. Empero, los oprimidos, con su política libertaria y sus luchas, de manera invariable fueron quienes permitieron, paradójicamente, la extensión de libertades y de espacios públicos para el conjunto de la sociedad. De la generalización de los derechos humanos al Estado de bienestar, pasando por el sufragio universal, la equidad de género y la lucha por la justicia, los oprimidos han desempeñado un papel decisivo. Si bien hay que reconocer que la lucha por la igualdad, contra todo tipo de opresión y por la democracia de fondo (radical, social, autogestionaria, «de masas») sufrió una derrota fundamental por la degeneración de los regímenes de corte soviético y su caída a finales de los años ochenta, también debe quedar claro que no por ello han dejado de existir las condiciones que la hicieron indispensable y posible como alternativa al capitalismo.
En realidad, ha sido largo el camino de la resistencia de los oprimidos e incontables «las historias de resistencia que no encuentran lugar en la historia de olvido que escribe el seco poder de la soberbia»(9). Han resistido de mil maneras la opresión, la explotación, la desigualdad y aun la exclusión, el abandono, el olvido(10). Revueltas, revoluciones, sabotajes, pero igualmente ocupaciones, huelgas, mítines, cortejos, reivindicaciones, críticas, escándalos y silencios. Se han producido experiencias históricas ejemplares, como la prolongada resistencia vietnamita, que muestra las potencialidades de la política de los oprimidos cuando involucra a pueblos enteros, para resistir incluso en las más desiguales y aciagas condiciones: primero al colonialismo francés y luego contra Estados Unidos, la más poderosa potencia económica y militar del mundo. Resistir ya no sólo como un apremio vital, en este caso nacional, sino en tanto estrategia de largo plazo. Resistir y vencer inesperadamente.
Pero también hacerlo incluso sin claras posibilidades de triunfo, como en el caso de la larga, larguísima e inacabada resistencia del pueblo palestino, invadido, despojado, ocupado, perseguido, asesinado cotidianamente por el gobierno sionista de Israel, paradigma del racismo y el terrorismo de Estado. Resistir pues en medio de la adversidad, la soledad y el abandono, resistir en condiciones extremas de debilidad, pero hacerlo sin temor y con esperanza.
Ayer y hoy, en el Norte como en el Sur del planeta, asalariados, campesinos, indígenas, negros, mujeres, intelectuales, jóvenes, ecologistas, migrantes de distintas latitudes, nacionalidades y naciones subyugadas, etcétera, han resistido y luchado en defensa de libertades o de propósitos específicos, materiales o no, pero primeramente contra el avasallamiento y la exclusión en todas sus formas, contra las persistentes amenazas de humillación, disgregación y ruina que donde sea trae consigo el capitalismo, especialmente en su era neoliberal. En esos medios emergen nuevos actores y nuevas prácticas a través de los cuales se hace presente y se legitima a contracorriente otra forma de hacer política, la política de los oprimidos, la política como resistencia, como crítica del poder en todas sus dimensiones (de sus relaciones e instituciones) y como oposición a la descomposición de la propia política.
El EZLN y la resistencia
Por ejemplo, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y los indígenas mexicanos que se insurreccionaron el 1 de enero de 1994 en Chiapas, se configuraron como un original actor político-social que ha desempeñado un papel esencial en el proceso de recomposición y reorganización de los oprimidos, no solamente en México, sino asimismo en distintos lugares del mundo. Como original organización político-militar y en tanto movimiento indio -ambos en profunda y tenaz transformación desde su electrizante aparición pública-, incidieron de manera crucial en la situación política mexicana, desencadenando muy especialmente la reorganización de las fuerzas de izquierda (que entonces se encontraban en crisis terminal) y de las propias comunidades y colectividades sociales, contribuyendo a la vez a la renovación y enriquecimiento de la política de los oprimidos.
De entrada, el EZLN se consideró resultado de quinientos años de resistencia de los pueblos originarios de México y de la generación de 1968(11), impulsando desde su encuentro con la sociedad civil (el de 12 enero del 94, cuando se produjo el «otro levantamiento» que forzó al gobierno al cese el fuego) una visión distinta de la política y del poder(12). Mediante su actuación e iniciativas, los zapatistas plantearon nuevas prácticas y espacios de participación, tratando de restaurar y enriquecer el sentido profundo de lo político como la esfera de lo colectivo, de la organización autónoma de la sociedad y de la resistencia a la dominación, al poder y a la hegemonía del neoliberalismo.
Denunciando la mercantilización de las instituciones estatales y la perversión del mercado de la política y de sus actores profesionales, como los partidos(13), el EZLN postuló la resistencia en todos los terrenos (sin menospreciar las elecciones y el Congreso), convocando a las comunidades, a las organizaciones de la sociedad, a los propios partidos y en general a todos los oprimidos a hacer converger sus propósitos (específicos, diferentes o comunes) y sus luchas. En medio de las arremetidas, la militarización y la guerra de baja intensidad implementadas por los gobiernos priístas de Carlos Salinas y Ernesto Zedillo, el EZLN rompió cercos, derribó barreras, organizó municipios autónomos, abrió en plena Selva Lacandona sitios de encuentro (Aguascalientes, Convención Nacional Democrática, reuniones y foros nacionales e internacionales) y realizó cuesta arriba -siempre bajo un clima de intimidación- consultas y manifestaciones por buena parte del territorio nacional, las que se condensaron, a inicios del 2001, en la impresionante y reveladora Marcha de la Dignidad Indígena hacia y sobre la Ciudad de México.
Durante todos estos años, la atmósfera política del país se renovó, la población se sensibilizó crecientemente respecto los motivos e intenciones de la revuelta zapatista -que quedaron ampliamente legitimados-, al tiempo que se fueron alistando condiciones propicias para el intercambio de experiencias y anhelos, para el encuentro de soledades al fin eclipsadas, para la puesta en movimiento de la sociedad y, en fin, para la reorganización y para la resistencia individual lo mismo que colectiva. De esta forma, se propagaron en forma perseverante aires de agitación, recurrentes alertas sociales, continuas e inesperadas intrusiones zapatistas (la comandanta Ramona en el Congreso Nacional Indígena, los 1111, los 5 mil de la consulta, etcétera), consultas y diálogos en cada vez más extensas capas de la sociedad, que sin duda han coadyuvado a su politización y a redimensionar lo político y la política en México.
El diálogo y la consulta, particularmente, se convirtieron en formas de resistencia de los oprimidos(14), en medios del pensar y decidir colectivos, en vías de acceso a la política y a la ciudadanía por parte de los excluidos. Lo social y lo político se hermanaron otra vez, vinculando nuevamente reivindicaciones materiales (múltiples y diversas) con propuestas políticas vitales como la autonomía y la autoorganización de los pueblos indios y en general la independencia y democracia de los de abajo.
Pero la repercusión de la revuelta del EZLN y las comunidades mayas de Chiapas rebasó el conjunto de los alcances aparentemente posibles y las expectativas más optimistas. La solidaridad que cosechó de entrada internacionalmente como un movimiento indio enfrentado al neoliberalismo, se fortaleció, reprodujo y consolidó gracias en particular a distintas iniciativas que convocaron y suscitaron la consulta y el diálogo también a numerosos núcleos organizados o personalidades de renombre provenientes de países de todo el planeta. Los zapatistas ampliaron su horizonte, bregando por oponer al proyecto excluyente y disgregador del capitalismo globalizado, el de un mundo «donde quepan muchos mundos»(15). Asumieron su desafío como un «desafío mundial»(16), planteando la necesidad de «levantar la internacional de la esperanza» contra «la internacional del terror que representa el neoliberalismo»(17).
En el Primer Encuentro Intercontinental por la Humanidad y contra el Neoliberalismo, efectuado del 27 de julio al 3 de agosto de 1996 en los distintos Aguascalientes de la selva chiapaneca, con la intervención de representantes de más de cuarenta países, se concluyó declarando: «Que haremos una red colectiva de todas nuestras luchas y resistencias particulares. Una red intercontinental de resistencia contra el neoliberalismo, una red intercontinental por la humanidad. Esta red intercontinental buscará, reconociendo diferencias y conociendo semejanzas, encontrarse con otras resistencias de todo el mundo. Esta red intercontinental de resistencia será el medio en que las distintas resistencias se apoyen unas a otras. Esta red intercontinental de resistencia no es una estructura organizativa, no tiene centro rector ni decisorio, no tiene mando central ni jerarquías. La red somos todos los que resistimos»(18).
El EZLN se convirtió de hecho en precursor y promotor de lo que, en el cambio de milenios, se configurará como un extenso, diversificado y difuso movimiento social (y político) de resistencia a la mundialización y a la hegemonía del neoliberalismo. Un movimiento al que los zapatistas apoyarán y con el que se sentirán identificados. Las reuniones de instituciones económicas que simbolizan el poderío y la prepotencia de la mundialización neoliberal, como la OMC, el BM y el FMI, o del G8, fueron bloqueadas y desorganizadas por poderosos movimientos ciudadanos de carácter mundial, en particular desde finales de noviembre de 1999 en distintas partes del mundo, de entrada en Seattle, donde el gobierno estadounidense impuso el estado de urgencia, y Washington DC, pero enseguida en Davos, Quebec, Niza, Barcelona, Gotenburg, Génova, Praga, Seúl, Cancún. Reuniones alternativas a las del Foro Económico Mundial y encuentros, como el del Foro de Porto Alegre, Brasil, facilitaron el desarrollo de la coordinación y en especial el repunte del debate, del diálogo en términos de los zapatistas, sobre grandes temas relacionados con la mundialización y las posibilidades de alternativas.
En el Norte como en el Sur, brotaron y se tejieron incontables redes de resistencia de los oprimidos, de sus muy diversas luchas específicas, que muchas ocasiones incluyeron a fuerzas de las organizaciones sociales y políticas tradicionales, como los sindicatos, redes asociativas y hasta partidos, pero igualmente jóvenes -muchos jóvenes-, intelectuales, mujeres, desempleados, sin techo, sin tierra, migrantes, ecologistas, ONG, etcétera. Nuevas y viejas formas de solidaridad entre los oprimidos se restablecieron e impulsaron entre las distintas redes de resistencia a la mundialización excluyente que amenaza con devastar al mundo, reanudando la tradición del internacionalismo de los de abajo, de los desheredados, de los excluidos. Muchas de esas redes nacieron o se desarrollaron, en una u otra medida, bajo el impacto y la influencia de la rebelión zapatista y las iniciativas articuladoras e insólitas del EZLN. La reunión del Foro Social Mundial en Porto Alegre, realizada a principios del 2001, casi al mismo tiempo que arrancaba la Marcha por la Dignidad Indígena rumbo a la Ciudad de México, congregó a más de 20 mil participantes, provenientes de todos los rincones de la Tierra, bajo la consigna de inspiración zapatista: Otro mundo es posible.
Resistir a lo irresistible
La invención y renovación de la política por lo social que caracteriza la política del oprimido, y que no ha dejado de producirse bajo el influjo zapatista, se dirige a reparar el tejido social desgarrado por la acción corrosiva de las políticas neoliberales del mercado a ultranza y a restablecer las solidaridades. Asimismo, puede posibilitar la construcción y reconstrucción de las identidades colectivas y de los actores por medio de las múltiples y recurrentes resistencias de la sociedad, de la afirmación de sus autonomías, convergencias y movilizaciones. De los «puntos de resistencia» (Foucault) o de las «bolsas de resistencia» (Marcos) podría pasarse a tejer redes de resistencia de más en más extensas, tupidas y complejas de manera que la sociedad se revitalice, se reorganice, se reconstituya como comunidad y que ésta se transforme realmente en la esfera de lo político, esto es, en el ámbito del pensar, decidir y hacer en colectivo.
Por eso la política del oprimido, asumida en tanto resistencia, en lugar de aparecer solamente como una manera de sobrevivir, de ultimar la resignación, de aguantar las consecuencias económico-sociales, las exclusiones y las opresiones de todo tipo que acarrea la mundialización capitalista, emerge como una forma de vida, de revertir las relaciones de fuerza desventajosas, de invadir y de disputarle los espacios de la política a los actores «institucionales» que la monopolizan, de reconquistar la dignidad frente al poder y de rehacerlo desde abajo (transformar instituciones, condiciones y relaciones). La política del oprimido necesita desarrollar -por medio de la experiencia, de las participaciones multiformes e imaginativas, del debate, la consulta, la crítica, el conflicto, etcétera- una verdadera cultura de la resistencia, una cultura democrática de los de abajo.
Ésta puede permitir recuperar también la resistencia como estrategia, es decir concebirla como la posibilidad de preparar la contraofensiva y revertir las relaciones de fuerza. En este sentido, debe quedar claro que la resistencia y la lucha van de la mano: se resiste precisamente para estar en condiciones de luchar, de rebelarse, de trascender la inmediatez y la soledad. Resistir en el espacio reivindicativo, sí, pero no sólo, hacerlo en colectivo, deliberar, movilizarse, luchar, romper cercos y derrumbar murallas. No limitarse a registrar las innumerables y múltiples resistencias localizadas, inmediatas, sino articularlas, coordinarlas, anudando las redes y bolsas de resistencia en vistas al largo plazo, para acumular fuerzas y estar en posibilidad de relanzar en mejores términos las distintas luchas sociales específicas (de asalariados, campesinos, indígenas, mujeres, colonos, inmigrantes, artistas, estudiantes, chavos rebeldes, ecologistas, etcétera) en la perspectiva de su politización, del desaire a la fatalidad económica animada por el neoliberalismo, del reto de cuestionar el orden o desorden existente y conquistar las libertades. Hay que entender la resistencia como proceso contradictorio, transformarla en movimiento social y político que se auto organiza bajo sus propias reglas, saberes y objetivos, criticando todo lo existente, sembrando nuevas solidaridades que comprendan y trasciendan lo sectorial, local, nacional, para desenvolverse en el contexto global que facilita la mundialización. La resistencia requiere una perspectiva: redimir la utopía que aparentemente implica en esta época luchar por la libertad, la democracia, la justicia, la equidad y la autogestión.
Como escribe Daniel Bensaïd, «es resistiendo a lo irresistible que se deviene revolucionario sin saberlo»(19). La política asumida como resistencia puede convertirse en el campo de la rebelión y la emancipación de los oprimidos. De la resistencia y la crítica al poder se puede desembocar en la lucha por la destrucción del orden existente, por la reestructuración y rearticulación del poder y la sociedad desde una óptica libertaria y autogestiva, sustentados en la igualdad y la democracia. La política se ha comprendido muchas veces como el «arte de lo posible», pero para los oprimidos puede igualmente consistir en perseguir lo imposible, haciendo factibles utopías preñadas de realismo. «Otro mundo es posible», como lo postula el Foro Social Mundial, «un mundo donde quepan otros mundos», enfatizan los zapatistas.
* Presento aquí una versión resumida del trabajo publicado en Gerardo Ávalos Tenorio (coordinador), Redefinir lo político, UAM-X, México, 2002. Suprimí la mayoría de las referencias y notas a pie de página.
Notas:
1 Véase Daniel Bensaïd, Éloge de la résistance à l’air du temps, Les Éditions Textuel, Paris, 1999, pp. 14-15). Para Michel Foucault, «el conjunto de relaciones de fuerza existente en una sociedad constituye el dominio de la política, y […] una política es una estrategia más o menos global que intenta coordinar y darles un sentido a estas relaciones de fuerza…» (Microfísica del poder, Ediciones de La Piqueta, Madrid, 1992, pp. 168-169).
2 Michel Foucault, Genealogía del racismo, Ediciones de La Piqueta, Madrid, 1992 y especialmente Microfísica del poder, op cit.
3 Daniel Bensaïd, Le pari mélancolique, Fayard, Paris, 1997, p. 84.
4 Véase Subcomandante insurgente Marcos, «7 piezas sueltas del rompecabezas mundial», en Desde las montañas del sureste mexicano, Plaza & Janés Editores, México, 1999, p. 260.
5 EZLN. Documentos y comunicados, Era, México, 1994, pp. 175-177.
6 Fue sin duda Karl Marx quien primero que nadie intentó formular una política del oprimido; concebida como resistencia, como lucha por la autoemancipación de los desheredados de la tierra y en tanto posibilidad de alternativa a la explotación y la opresión capitalista.
7 «Bajo la pena de ser pura y simplemente aplastado, el oprimido está condenado a resistir» (Daniel Bensaïd, Le sourire du Spectre, Éditions Michalon, Paris, 2000, p.81).
8 Para James C. Scott se trata de una «infrapolítica de los desvalidos» (Los dominados y el arte de la resistencia, Era, México, 2000, p. 22).
9 Subcomandante insurgente Marcos, «Ponencia a 7 voces 7. Las políticas y las bolsas (las nuestras y las de ellos)», en EZLN. Documentos y comunicados, 3, Era, México, 1997, p. 328.
10 Subcomandante Marcos: «Como nuestros antepasados resistieron guerras de conquista y de exterminio, nosotros hemos resistido las guerras del olvido» (La Marcha del color de la Tierra. Comunicados, cartas y mensajes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, Editorial Rizoma/Causa Ciudadana, México, 2001, p. 86).
11 «Somos producto del encuentro de la sabiduría y la resistencia indígena con la rebeldía y la valentía de la generación de la dignidad que alumbró con su sangre la oscura noche de las décadas de los sesenta, setenta y ochenta» (EZLN. Documentos y comunicados, 2, Era, México, 1995, p. 437).
12 «Lo que nos hace diferentes es nuestra propuesta política […] Nosotros no luchamos por tomar el poder, luchamos por democracia, libertad y justicia […] («Detrás de nosotros estamos ustedes» (30 de agosto 1996), Sucomandante Marcos, Desde las montañas del sureste mexicano, Plaza & Janés, México, 1999, pp. 122-123.
13 Véase por ejemplo «7 preguntas a quien corresponda (imágenes del neoliberalismo en el México de 1997)», Idem, pp. 171 y ss.
14 Los zapatistas propugnaron «El diálogo como parte de un movimiento nacional y racional de resistencia» (EZLN…, 3, cit., p. 303).
15 «Cuarta Declaración de la Selva Lacandona» (1 de enero de 1996), EZLN…, 3, cit., p. 89.
16 «Los poderosos del mundo se molestan por nuestra existencia y nos honran con su amenaza. Aciertan, el desafío zapatista es un desafío mundial. Nunca lo pretendimos, jamás lo imaginamos. Pero puestos en ese papel, seremos lo más incómodos que nos sea posible». (Inauguración de la Reunión Preparatoria Americana del Encuentro Intercontinental por la Humanidad y contra el Neoliberalismo, 6 de abril de 1996, en Idem., pp. 206 y 213).
17 «Primera Declaración de La Realidad contra el Neoliberalismo y por la Humanidad», EZLN…, 3, op cit., p. 126.
18 «Segunda Declaración de La Realidad por la Humanidad y contra el Neoliberalismo», Crónicas intergalácticas. EZLN. Primer Encuentro Intercontinental por la Humanidad y contra el Neoliberalismo, México, 1996, p. 276. También en EZLN…, 3, op cit., p.349.
19 Éloge de la résistance…, op cit., p.77.
( Publicado en Rebeldia : http//:www.revistarebeldia.org )