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Precisión hecha a propósito de un artículo de Gerardo Lisco

Ricardo Diaz Calleja

Recientemente, en nuestro grupo de debate por correo electrónico, hemos leído un artículo de Gerardo Lisco sobre la posible teología política del nuevo Papa (https://www.sinistrainrete.info/politica/30529-gerardo-lisco-le-coordinate-per-individuare-la-possibile-teologia-politica-di-leone-xiv.html, traducción al español en https://slopezarnal.com/miscelanea-22-05-2025/#6). Ricardo Diaz Calleja nos envía esta nota sobre la posibilidad de una «teología política».

Breve nota sobre el asunto de la llamada «teología política».

El conflicto entre el poder religioso y el poder secular es muy antiguo. Ocupó buena parte del pensamiento de personalidades tan destacadas como san Agustín o santo Tomás Moro entre otros.

A finales del siglo XVII, ya se había impuesto la tesis según la cual la religión es un problema insoluble para el Estado. En efecto la pretensión de absolutez impedía un acuerdo a largo plazo entre ambas instancias. Un problema que se manifestaba en la práctica en la transferencia de atributos desde una a otra instancia según la correlación de fuerzas.

En 1922, Carl Schmitt, un destacado jurista alemán de matriz católica, pero que acabó llevando su paja jurídica al pesebre nazi, tal como Heidegger lo hizo con su filosofía, dijo en su libro Teología Política: «Todos los conceptos relevantes de la moderna teoría política son conceptos teológicos secularizados».

Según Hans Blumenberg, un filósofo alemán (La Legitimación de la Edad Moderna), esa sentencia representa la formulación más fuerte del teorema de la secularización. Pero, lo metodológicamente más sorprendente de dicha formulación, es que parece más cerca de atribuir contenido teológico a la cualidad absoluta de las realidades políticas. En consecuencia, para Blumenberg, esa transferencia, de carácter secularizante, puede ser legal, pero nunca legítima.

Aunque en la segunda versión de su Teología Política (1970), Schmitt se defiende de «la leyenda de la liquidación de toda teología política», en su camino se cruza para entrar en liza Erik Peterson, un teólogo (y seguimos estando entre alemanes), de formación protestante, pero recientemente reciclado (convertido) al catolicismo, el cual le dio una formidable vuelta de tuerca al asunto.

En 1937 (y aquí la fecha es importante, como vamos a ver), Peterson escribió un librito titulado Testigos de la Verdad que es una pequeña teología del martirio (ver Mt. 10, 16-42). En efecto, mientras que el protestantismo conoce la figura del confesor, ignora la del mártir. Para Peterson, la irrupción de un régimen totalitario exigiría el martirio, no sólo la confesión de fe. Y es que desde su comentario a los romanos había rechazado Peterson la absolutización de la política desde la escatología. De hecho, en el escrito en que también aborda el martirio, insistirá en que las transformaciones filosóficas operadas en los conceptos teológicos en el existencialismo de Heidegger abocaban necesariamente a sustituir la decisión por Cristo por una decisión por el Führer. Es muy probable que Peterson pensara, siguiendo la exégesis que hace del Apocalipsis (Cap. 7) Agustín, que la situación política de Alemania durante el nazismo se iluminara teológicamente comparándola con la caída del imperio romano, porque en tal sentido el Apocalipsis debería ayudar a la Iglesia con su radical prohibición de sacralizar el orden político, de prestarle la obediencia debida, y su consiguiente llamada al martirio.

El mártir manifiesta la pretensión de publicidad de la Iglesia. Es decir, estamos ante la misma condición pública de lo político. En el caso de un régimen totalitario, éste aspira a ocupar la esfera pública en su totalidad. De ahí el carácter jurídico de las actas de los mártires. Esa pretensión de carácter jurídico no es en absoluto una casualidad. El martirio testimonia la publicidad (celeste) de la Iglesia y el señorío de Jesucristo, frente a cualquier potestad terrena poniendo al descubierto la superación escatológica de todo orden político. Por eso mismo, entre el poder sacral y el político no cabe compromiso alguno. Y por esa razón, la verdad auténtica de lo que ocurre en la historia (ver Rm. 13) sólo se puede captar desde la teología. De esa manera, la compleja relación entre teología y política nunca podrá ser la de la legitimación teológica de una determinada política. El poder político nunca se podrá legitimar teológicamente, y de esa manera la legitimidad de todo orden político ha quedado en suspenso. Se trata de la superación escatológica de todo orden político. Ni el imperio de Augusto, ni el de Constantino, pueden ser considerados como una secularización del Reino de Dios en la tierra, y por esa misma razón ni el primer, ni el segundo, ni mucho menos el tercer Reich se pueden justificar teológicamente como una realización del Reino de Dios en la tierra.

En el Apocalipsis (un libro poco leído y peor comprendido) se revela a Jesucristo en su gloria, de ahí que le corresponda una publicidad análoga a la condición pública de lo político. De acuerdo con la cultura de la época Jesucristo aparece rodeado de candelabros, de estrellas, de reverencias, etc. De ahí el carácter beligerante del texto apocalíptico frente a todo tipo de imperialismo. Eso es así, porque la crucifixión de Jesucristo comporta decisivas consecuencias políticas, pues en la crucifixión la realeza de Jesucristo se ha impuesto sobre todos los poderes. De ahí su alcance cósmico (1Cor. 2, 8; Col. 2, 15). Por esa razón cuando las autoridades judías reconocen que no tienen más rey que el césar (no saben lo que dicen), han renunciado a la posibilidad metafísica y moral de constituirse en una nación soberana hasta el día de hoy (notemos lo que eso implica es estos momentos).

En consecuencia. la llamada «teología política» no formaría parte de la teología, sino del pensamiento político. Y eso es así porque dicha «teología política» está volcada sobre la legitimación teológica de la política. La Gloria de Dios ya no mora ni en el templo de Jerusalén, ni en ningún parlamento, aunque tenga forma arquitectónica de templo, sino en el cuerpo resucitado de Jesucristo.

Consecuencia: No se puede instrumentalizar el evangelio para legitimar cualquier situación política.

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