Un punto de encuentro para las alternativas sociales

La relevancia de la teoría del imperialismo para navegar el caos sistémico global

Esteban Mercatante

Presentamos el prólogo a la segunda edición ampliada del libro El imperialismo en tiempos de desorden mundial, de Esteban Mercatante, publicada por Ediciones IPS.

Al publicarse originalmente este libro en 2021, hablábamos de desorden mundial, cuando todavía no había tenido lugar la invasión de Rusia a Ucrania, que dio lugar a una guerra que continúa. Tampoco se había producido el nuevo capítulo de la guerra en Medio Oriente y la aceleración del genocidio que libra el Estado sionista contra el pueblo palestino. Son las expresiones más dramáticas de profundos cambios en la situación, que dieron lugar a una aceleración de varias de las tendencias que entonces señalábamos.

La necesidad de tener un mapa conceptual adecuado para navegar la sucesión de eventos turbulentos que se producen en la escena mundial es todavía más acuciante en la actualidad.

El objetivo de este libro, que para esta segunda edición ampliamos incorporando nuevos escritos publicados durante estos años, es dar cuenta de la configuración de las relaciones de poder en el sistema mundial capitalista y las principales transformaciones que estas atravesaron durante las últimas décadas. Nuestro análisis inicia con la profundización de la internacionalización de la producción capitalista que tuvo lugar desde la década de 1970 y generó lo que dieron en llamarse cadenas globales de valor. Este es un punto de partida necesario para entender cómo, paradojalmente, EE. UU. alineó a los países capitalistas más poderosos para imponer en todo el planeta los lineamientos de apertura económica y liberalización que sentaron las bases para los desafíos a su liderazgo que afronta en la actualidad. La clausura de la crisis que puso fin al boom de posguerra tuvo entre sus requisitos la apertura de nuevos espacios de acumulación de capital en las periferias, que fueron aprovechados por las grandes corporaciones para reestructurar sus actividades y aprovechar las ventajas de una mayor transnacionalización. Esto permitió el relanzamiento de la acumulación de capital durante la década de 1980. Un relanzamiento que fue característicamente turbulento y que no mostró las tasas de crecimiento económico que rigieron durante el ciclo de posguerra pero, no obstante, hizo posible que los accionistas y gerentes de las empresas montaran un ataque en gran escala contra las conquistas de las clases trabajadoras que elevó la participación de la ganancia del capital en el ingreso en detrimento de la remuneración al trabajo. Como demuestran claramente Leo Panitch y Sam Gindin en La construcción del capitalismo global, sin el rol activo del Estado norteamericano la globalización como la conocimos no se habría producido. Pero de esta internacionalización productiva ha surgido un nuevo centro de gravedad de la economía mundial, que no es otro que China.

Los núcleos de análisis de nuestro libro en su primera edición eran tres: los rasgos de la economía mundial surgida de la internacionalización productiva; la declinación con ambivalencias del poderío estadounidense, y el desafío planteado por China.

En esta nueva edición, incorporamos una cuarta parte dedicada a dar cuenta de la aceleración de las rivalidades y a discutir el rol de actores que ganaron relevancia en el desorden mundial, como Rusia. Incluimos también en la primera parte nuevos capítulos, dedicados a debatir sobre el rol de lo que algunos autores llaman semiperiferias o subimperialismos.

La relevancia actual del concepto de imperialismo

A diferencia de los enfoques más tradicionales de las relaciones internacionales, ya sea que nos refiramos a realistas o liberales, desde la teoría marxista ponemos hincapié en la importancia de analizar las relaciones interestatales como parte inseparable de las determinaciones que hacen al sistema mundial capitalista como totalidad concreta. Es decir, abordando el accionar y las disputas de los Estados como una dimensión integral con las relaciones entre las clases, determinadas por las condiciones –mundiales– de la acumulación de capital y las contradicciones que la atraviesan. El aporte fundamental de la teorías del imperialismo fue este abordaje, que supera cualquier noción abstracta y ahistórica de equilibrio de poderes, además de evitar tomar a los Estados y sus juegos como actores autónomos.

Un presupuesto básico de la indagación que realizo es que imperialismo, como capitalismo, es una categoría que debemos considerar históricamente. Las teorías del imperialismo desarrolladas por Lenin, Luxemburg, Bujarin y varios otros autores, en una indagación que comenzó ya a finales del siglo XIX y terminó en la segunda década del siglo XX con la publicación de las contribuciones más «clásicas», se proponían dar cuenta de una transformación histórica del modo de producción capitalista. La misma tenía que ver con el desarrollo de los trusts y cartels, y con la emergencia de lo que Hilferding y Lenin, siguiendo su elaboración, categorizaron como capital financiero. Al mismo tiempo, señalaban la ruptura de lo que habían sido los equilibrios en las relaciones interestatales, bajo el dominio británico, en los cuales se había basado la expansión del capitalismo a finales del siglo XIX y comienzos del XX. De igual forma, la teoría del imperialismo hoy tiene que introducir en su esquema conceptual todos los cambios en las coordenadas estratégicas que se dieron desde entonces. Por solo mencionar algunas: el desplazamiento del centro de poder capitalista mundial que ya se mostraba a finales de la I Guerra Mundial pero se terminará de consolidar definitivamente con la II Guerra Mundial, de Europa a América del Norte; la creación por parte de EE. UU. de todo un sistema de gobernanza que desplegó para cimentar su dominio y su reformulación posterior al colapso de la URSS; la llamada globalización durante las últimas décadas; el pos 11S con el despliegue del Proyecto de Nuevo Siglo Norteamericano y su posterior empantanamiento; la caída de Lehman y la Gran Recesión y, finalmente, el surgimiento de China como un actor global. El análisis que desarrollo a lo largo del libro plantea la importancia de la teoría del imperialismo como esquema a partir del cual abordar estas transformaciones. La actualidad de la teoría del imperialismo se plantea al menos en esta serie de dimensiones.

El sistema mundial capitalista se sigue caracterizando por la existencia de una jerarquía de países. Esta no se da en la actualidad a través de relaciones de subordinación formal, sino que opera en el marco de un sistema de Estados que reconoce a todos los territorios, salvo algunas excepciones, la soberanía formal. Detrás de esta, la asimetría en capacidad económica y militar determina el distinto peso de los Estados en influencia sobre el resto y en el rol que pueden jugar en los dispositivos de gobernanza mundial. Si ya de por sí las asimetrías económicas están en la base de los procesos de desarrollo desigual y polarización, esto se refuerza por el uso que hacen los países más poderosos de su peso para imponer las reglas que más se ajustan a sus intereses, generando condiciones que les permitan a sus capitales enriquecerse en todo el planeta a costa del resto. En ese sentido, la distinción entre países opresores y oprimidos mantiene toda su actualidad.

El imperialismo es un fenómeno múltiple. Existen una serie de potencias que compiten entre sí y disputan por esferas de poder. No hay un «imperio» ni nada que se le parezca. Y si bien se pueden crear condiciones para que durante un período, incluso uno prolongado, converjan los intereses entre potencias y se mitiguen los conflictos, la inevitable transformación de la fuerza relativa de los países, como resultado del desarrollo desigual, conduce más temprano que tarde a conflictos y reformulación de alianzas.

Tenemos que entender al imperialismo como resultado de transformaciones estructurales del capitalismo y de su pleno dominio de una economía mundial sometida a la lógica de la valorización. No es simplemente una «política» de un sector de la burguesía, o de estamentos de los Estados capitalistas con inclinaciones más militaristas, como sostenían Kautsky y otros autores, sino que surge de las contradicciones que el capitalismo internacionaliza cuando llega a dominar todo el planeta.

El imperialismo es reacción en toda la línea, el bastión fundamental del sistema internacional de expoliación. Así era definido por Lenin en El imperialismo, fase superior del capitalismo. Si en ese momento era la fuerza de avanzada para imponer las relaciones de producción capitalistas donde todavía no dominaban –cosa que podía hacer al mismo tiempo que se aliaba con las fuerzas sociales más retrógradas y retardatarias de cualquier desarrollo capitalista si le servían para asegurar mejor la expoliación–, un siglo después esta afirmación es todavía más cierta. Cualquier ascenso de la clase trabajadora y los sectores populares que ponga en crisis los regímenes políticos de cualquier país dependiente, y que apueste a cuestionar las relaciones de producción capitalistas y las restricciones que estas imponen para los pueblos, no tiene que enfrentarse solo a la clase dominante local y a las fuerzas represivas de su Estado, sino también a la intervención del imperialismo a través de medios militares, económicos y financieros, y un largo etc. Esto lo vimos por ejemplo en la Primavera Árabe.

• Si bien todavía en tiempos de Lenin y los primeros años de la III Internacional se le daba un carácter todavía algebraico a la ubicación de las burguesías de los países oprimidos frente al imperialismo, la experiencia de lucha contra la opresión imperialista en la década de 1920 terminó de mostrar que en esta época las burguesías de los países oprimidos se convirtieron en aliadas del imperialismo en el sostenimiento de la opresión, y no en un posible aliado en la lucha contra la misma. Esto no hizo más que reforzarse, y hoy las burguesías de los países dependientes están más que nunca unidas por mil lazos con el imperialismo. No tienen ningún interés en atacar las condiciones de dependencia.

Se trata, obviamente, de puntos que hace tiempo vienen sometidos a debate. Dentro de lo que podríamos llamar, siguiendo a Razmig Keucheyan, el «hemisferio izquierda» del arco ideológico, está lejos de haber consenso sobre la relevancia del imperialismo. Por eso, esta discusión sobre la actualidad del imperialismo y las formas que adopta, que desarrollo a lo largo del libro, la realizo en diálogo o polémica con autores que proponen diversos enfoques, más favorables o críticos a la teoría del imperialismo.

Un salto cualitativo en el caos sistémico global

Los artículos y conversaciones que se compilan en este libro fueron publicados durante más de una década durante la cual se transformó completamente el panorama internacional. Estas elaboraciones le van tomando el pulso a los efectos duraderos que produjo la Gran Recesión (2008-2010) que aceleró la crisis del poderío estadounidense que se venía incubando desde antes. La crisis económica, que fue respondida con grandes salvatajes a los bancos, principales responsables de la misma, condujo al aumento del empleo y a la caída de los salarios en los países ricos, que fueron los más golpeados por las turbulencias financieras. Como los costos fiscales de los salvatajes y el parate económico tensionaron las líneas de falla de la construcción de la moneda única europea y empujaron a varios países al borde de la cesación de pagos, se impuso la austeridad fiscal, que produjo nuevos golpes sobre los sectores más débiles. La Gran Recesión causó un profundo y duradero deterioro social que fue fermento de descontento político. La activación de movimientos contestatarios como los Indignados, el ascenso de Podemos, la llegada al gobierno de Grecia de Syriza en 2015 después de años de dura lucha de clases en respuesta a los ataques del ajuste (que Tsipras continuó aplicando), el Brexit: todas ellas fueron distintas expresiones de una creciente polarización a derecha e izquierda que pusieron en crisis a los principales partidos que gobernaron durante décadas. El triunfo de Donald Trump en la elección de 2016 fue parte del mismo fenómeno. Ante el shock financiero global de 2008, EE. UU. coordinó una respuesta global, activando por primera vez el G-20 para asegurar el compromiso de los Tesoros y de los Bancos Centrales en un marco más amplio que el G-7 –un selecto club de potencias imperialistas–. Se aseguró que los estímulos fiscales fueran en línea con la continuidad de la apertura económica y financiera producida durante la avanzada neoliberal, y que no hubiera devaluaciones competitivas ni otras medidas proteccionistas. Sin embargo, desde entonces se fueron multiplicando las evidencias de los límites a la capacidad de EE. UU. para seguir liderando los asuntos mundiales como lo hizo desde el final de la II Guerra Mundial y, sobre todo, desde el final de la Guerra Fría, cuando quedó como única superpotencia. En la recuperación económica global se puso en evidencia la importancia que alcanzó China, verdadera locomotora que alimentó el crecimiento de los países exportadores de commodities. Y que, en el mundo poscrisis de 2008, se convirtió cada vez más en un actor internacional, realizando inversiones a través de sus empresas privadas y de propiedad estatal. En los círculos gobernantes estadounidenses, la comprobación del debilitamiento propio fue acompañado de una creciente percepción de China como una amenaza existencial. La necesidad de hacer frente a un mundo cada vez más esquivo a someterse a los designios estadounidenses como antes y las turbulencias políticas alimentadas por el malestar social exacerbaron las divisiones en el propio establishment. Las divergencias sobre cómo hacer frente al debilitamiento y reafirmar el poder de la principal potencia imperial se expresan de manera cada vez más polarizada.

Los principales ingredientes del cóctel explosivo que ha ido descomponiendo el orden global dominado por EE. UU. están dados por el debilitamiento de esta potencia frente a otros Estados dispuestos a desafiarla, y por la división de la dirigencia norteamericana, en la que vienen imponiendo sectores dispuestos a implementar políticas disruptivas de las reglas impuestas por el propio EE. UU. para la gobernanza internacional. Este orden está sometido a fuerzas centrífugas, sin que se pueda prefigurar qué lo reemplazará.

En algunos de los textos que componen este libro, apelamos a la categoría de caos sistémico, vinculada a la escuela del sistema-mundo. Immanuel Wallerstein y Giovanni Arrighi trabajan con este concepto. En el caso de Wallerstein, se lo utiliza en el marco de lo que identifica como una crisis estructural del sistema-mundo capitalista. Arrighi, en cambio, se enfoca en lo que identifica como sucesiones hegemónicas dentro del sistema-mundo capitalista. Lo que ambos autores comparten es la idea de que los períodos de crisis sistémica, en los que se van descomponiendo determinadas estructuras de dominio mundiales, están marcados por turbulencias en todos los órdenes. Wallerstein sostiene que

La característica primordial de una crisis estructural es el caos. Caos no equivale a una situación hecha de acontecimientos totalmente fortuitos. Es una situación de fluctuaciones rápidas y constantes que afectan a todos los parámetros del sistema histórico, lo que incluye no solo a la economía mundial, el sistema interestatal y las corrientes cultural-ideológicas, sino también la disponibilidad de recursos vitales, la naturaleza adversa de las condiciones climáticas y la presencia de pandemias1.

Desde esta perspectiva, la crisis de un sistema es un momento de bifurcación: se plantean, como reemplazo del sistema en decadencia, dos o más posibilidades que lo pueden sustituir.

La corriente del sistema-mundo ha sido correctamente criticada por el énfasis en las estructuras, en detrimento de los sujetos. Sin embargo, resulta sugerente cómo, en los momentos de crisis sistémica y caos, según esta corriente se abren posibilidades para la acción transformadora de los sujetos que en situaciones de estabilidad sistémica consideran clausuradas. En la crisis estructural:

… la única certeza es que el sistema existente, la economía-mundo capitalista, no puede sobrevivir. Lo que se hace imposible saber es cuál será el sistema sucesor. […] La única característica esperanzadora de una crisis sistémica es el grado en que acrecienta la viabilidad de la agencia, de lo que llamamos «libre albedrío». En un sistema histórico que funciona con normalidad, incluso los grandes esfuerzos sociales tienen efectos limitados a causa de la eficacia de las presiones para retornar al equilibrio. Pero cuando el sistema está lejos de una situación de equilibrio, cada pequeño elemento que se añade provoca grandes efectos, y la totalidad de nuestros elementos, que se producen cada nanosegundo en cada nanoespacio, puede (puede, no debe) marcar la diferencia para inclinar la balanza de la decisión «colectiva» en la bifurcación2.

Se trata, en el mejor de los casos, de una corrección parcial de la inclinación del enfoque del sistema-mundo a desplazar a un segundo plano los aspectos subjetivos, por la cual ha sido correctamente criticada. No obstante, esta idea del caos sistémico como momento de turbulencias aceleradas que el orden imperante no puede procesar y donde se amplían las posibilidades para intervención de las clases subalternas, permite enriquecer el abordaje de períodos de crisis generalizada como el actual. Con la peculiaridad de que en esta crisis no está claro qué tipo de ordenamiento podría sustituir al actual, y los aspirantes a sucesores, como China, exhiben todavía profundas debilidades.

El rasgo central de este caos sistémico tiene que ver con la crisis de la capacidad de liderazgo del imperialismo norteamericano. Este aparece hace tiempo como un dato difícil de discutir, especialmente después de la crisis de 2008.

Declive y agresividad del imperialismo estadounidense

El imperialismo estadounidense tiene menos poder que en el momento en el que se hablaba de una única superpotencia después de la caída de la Unión Soviética, el momento de la unipolaridad. No obstante, en términos de poder duro, considerando la dimensión económica, la financiera y la militar, saca todavía considerable ventaja al resto de los países que le siguen. Tony Norfield, con quien conversamos en una entrevista incorporada en este libro, produce un índice de poder que considera tamaño de la economía (PBI), desarrollo de las finanzas, uso internacional de la moneda nacional, inversiones extranjeras y poder militar. Realizando la comparación de este conjunto de esferas, EE. UU. está muy por delante de China, el país que lo secunda. Le sigue, bastante cerca, Gran Bretaña; Japón, Francia y Alemania disputan los lugares cuarto a sexto, y después vienen los Países Bajos y el resto. Este índice es acotado en las dimensiones que selecciona; si agregamos otras métricas como el nivel desarrollo tecnológico puede mejorar la posición de EE. UU. y China que son los que más invierten en investigación. Pero no cambiarían en lo sustancial las relaciones de poder. O sea que EE. UU. registra un retroceso absoluto y relativo de su poder respecto del momento en que gozaba de una superioridad abrumadora, pero sigue aventajando al resto.

No obstante, desde comienzos del milenio, la capacidad de liderazgo de EE. UU. se viene deteriorando mucho más de lo que muestran estos indicadores de poder material. El empantanamiento en Medio Oriente, la crisis iniciada en 2008 con la quiebra de bancos de inversión en EE. UU. y la creciente división entre los estratos gobernantes sobre la política doméstica y exterior, agudizada desde el primer gobierno de Donald Trump, le costaron caro en términos de la capacidad de construcción de alianzas e imponer alineamientos. En el momento inmediatamente posterior a la crisis de 2008 se impuso una respuesta coordinada frente a lo que amenazaba con ser la principal fuerza centrífuga para la integración económica desde mediados del siglo XX, bajo el liderazgo de EE. UU. Activando por primera vez el G-20, los secretarios de Estado y Tesoro estadounidenses articularon con sus pares de este grupo de países para asegurar el compromiso con la apertura económica y evitar que lo que amenaza en convertirse en una depresión disparara iniciativas proteccionistas. Para algunos autores, esto fue una demostración de que no había una crisis significativa del liderazgo estadounidense3. Pero la devaluación de su poder se fue haciendo manifiesta durante los gobiernos de Obama. Sus dos mandatos estuvieron signados por los esfuerzos de salir por el pantano de Irak y Afganistán, por los chispazos que se produjeron con la UE por los coletazos de 2008 cuando emergieron las crisis de deuda que amenazaron con la ruptura de la Eurozona y por el intento de reorientar la política exterior con prioridad en Asia para poner límites a China. Fueron años de notables transformaciones en el panorama internacional, íntimamente asociadas a los profundos y duraderos efectos económicos, sociales y políticos que tuvo la crisis en los países afectados4. El desigual reparto de los costos de la crisis alimentó descontentos y lucha de clases, y llevó a la emergencia de nuevos fenómenos políticos que hicieron mella en la posición de los partidos que fueron dominantes durante los años de neoliberalismo. De ahí surgirían el Brexit, o el propio Trump, así como el fallido experimento de Syriza que triunfó en Grecia en 2015 prometiendo el fin de la austeridad para continuar ejecutándola.

La dificultad de responder a desafíos en varios frentes con un poder menguado, en un contexto de tensiones políticas internas exacerbadas5, agravó las divisiones en los estratos dominantes sobre las estrategias a seguir. Esto explica los giros abruptos que presenciamos con Obama, Trump, Biden y nuevamente Trump, tanto en la agenda doméstica como exterior. Los sucesivos giros bruscos que se impusieron tras cada sucesión presidencial han resentido la confianza de los aliados de EE. UU. Las políticas de Trump resultaron especialmente dañinas, dado que tanto en su primer mandato como en la actualidad pretendió desentenderse del rol histórico de EE. UU. como garante del supuesto «orden basado en reglas», un invento de esta potencia para ordenar el mundo capitalista desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Que EE. UU. se vea en la necesidad de subvertir aspectos centrales del orden trabajosamente forjado y sostenido por décadas es un claro indicador y acelerador del caos sistémico.

Desafío desde el Este

Un aspecto de continuidad a lo largo de las últimas presidencias estadounidenses fue el aumento de la agresividad con la se pararon ante China. Un punto de consenso mayoritario en los dos partidos que dominan la política del país es la percepción de la República Popular como amenaza existencial para el dominio estadounidense. De ahí se desprende la necesidad de salirle al cruce utilizando todos los recursos en el terreno económico y geopolítico y, de manera preparatoria, militar. Obama, Trump y Biden dieron prioridad a la construcción o reforzamiento de las alianzas de seguridad con países del Pacífico para rodear al gigante asiático. Otro aspecto notablemente compartido por Biden y Trump fue el recurso a restricciones comerciales para bloquear el acceso de China a tecnologías estratégicas como los semiconductores.

Las iniciativas desplegadas por el imperialismo estadounidense no lograron truncar el ascenso de China a pesar de la energía puesta en ello. Esto no significa que en el gigante asiático no se presenten dificultades. Por el contrario, hay en el horizonte múltiples nubarrones, que se manifiestan en distintos niveles. Quizá la cuestión más amenazante tenga que ver con el envejecimiento poblacional, que ocurre de manera prematura, cuando todavía el país tiene niveles de desarrollo, medidos en términos de ingreso per cápita, modestos en comparación con otros países. En el plano económico, se conjugan distintos problemas que el PCCh viene gestionando hace tiempo para tratar de evitar que estallen explosivamente. Se conjugan un mercado inmobiliario recalentado; la saturación de la inversión en infraestructura y el exceso de capacidad industrial. Este último impacta globalmente ya que las empresas chinas buscan inundar todos los mercados de todos los países con sus mercancías baratas, algo que viene ocurriendo de manera más marcada en los últimos años y que, con la «guerra comercial» de Trump, podría profundizarse. También en términos sociales y políticos, el régimen cada vez más represivo liderado por Xi Jinping no alcanza para evitar que se acumulen los descontentos, que amenazan con estallar imprevistamente –como ocurrió por ejemplo años atrás contra la política de «COVID cero»–. Pero aun arrastrando estas dificultades, el lugar de China en el mundo continúa consolidándose, a despecho de los intentos de EE. UU. por frenarla.

Durante la segunda década de este milenio, Pekín empezó a abandonar los lineamientos que guiaron la política exterior de China desde los años de Deng Xiaoping, resumida en el enunciado «oculta tu fuerza, espera el momento oportuno» acuñado por Jiang Zemin, el sucesor de Deng. China debía enfocarse en el desarrollo económico y no manifestar prematuramente pretensiones de tener peso en la arena internacional. Durante el último mandato de Hu Jintao, este lineamiento todavía se conservó, pero ligeramente modificado, como «seguir ocultando capacidades y esperando el momento oportuno, pero adoptar una postura más proactiva y hacer más». Desde 2013, con la llegada de Xi Jinping a la presidencia, el giro sería más pronunciado. Xi introdujo el concepto de «nuevo tipo de grandes relaciones de poder»6.

Esta reformulación fue una respuesta a la mayor hostilidad recibida de EE. UU., pero también se dio como resultado de la nueva evaluación del balance de poder realizada por los líderes del PCCh en el mundo postcrisis de 2008. Desde la perspectiva de China, la crisis confirmó las fallas del capitalismo de tipo occidental y las fortalezas del «socialismo con características chinas», forma eufemística bajo la cual se englobaron las reformas procapitalistas en China. El notable desempeño económico de China en términos de crecimiento, que ya impresionaba antes de la Gran Recesión pero se volvió todavía más contrastante con el panorama de estancamiento imperante entonces en los países ricos, fue visto como confirmación de un esquema en el que se implantó el capitalismo, pero preservando la propiedad estatal mayoritaria de firmas estratégicas y limitando la desregulación de sectores como las finanzas. Esto dejó en manos estatales numerosas palancas para intervenir activamente en la programación económica. La crisis también motivó cambios en la mirada de China sobre sus relaciones internacionales, porque restó dinamismo a la exportación de manufacturas. Después del desplome inicial a fines de 2008, volvieron a crecer a partir de 2010, aunque el ritmo de crecimiento de las mismas no alcanzó los niveles previos a la crisis. La inversión en infraestructuras y el desarrollo inmobiliario se volvieron cada vez más importantes. Pero esto tampoco podía ser suficiente para sostener un crecimiento de casi 10 % anual, por eso, también empezaron a crecer aceleradamente los capitales exportados por China a otros países. Así, el capital proveniente de China se volvió cada vez más un competidor del de EE. UU., Europa o Japón. La noción de fracaso del modelo capitalista dominante, la menor dependencia de las exportaciones y la creciente competencia por espacios de acumulación en el mundo estimularon a los líderes del PCCh a proyectar más abiertamente una visión de la gobernanza global alternativa a la impulsada por EE. UU.

El giro de la postura de China ante el mundo se completará con el concepto de «luchar por el logro», que expresa el deseo de «un nuevo tipo de relaciones internacionales basadas en el respeto mutuo, la equidad y la justicia, y la cooperación y el ganar-ganar»7, y de «comunidad de destino de la humanidad»8, que busca acentuar la idea de que el liderazgo de China se propone jugar un rol positivo y constructivo en los asuntos globales.

La consideración sobre los motivos por los cuales China se volvió más asertiva no puede soslayar tampoco las tensiones que inevitablemente genera en cualquier sociedad un desarrollo tan acelerado como el que atravesó este país. Esto tiene efectos potencialmente desestabilizadores, que pueden ser su principal talón de Aquiles y que la agudización de las rivalidades internacionales puede hacer recrudecer. El partido hoy aparece sólidamente alineado tras el liderazgo de Xi, pero cualquier dificultad severa podría dejarlo expuesto, más aún después de avanzar en la mayor concentración de poder desde Mao tras haber impuesto una extensión de su período al frente del gobierno de la RPCh más allá de los 10 años9. Hay una suerte de «bonapartización» del régimen del PCCh que busca apuntalar la estabilidad del régimen ante las múltiples amenazas en el horizonte. Pero que, como observa Ralf Ruckus, podría resultar contraproducente a mediano plazo.

El control más estricto y el régimen autoritario, centrado en el círculo íntimo de Xi Jinping, han vuelto al régimen más inflexible. ¿Podrá aún gestionar el malestar social combinando represión, concesiones y cooptación? Un autoritarismo severo dificulta la cooptación, y la desaceleración económica y la crisis podrían reducir el margen para las concesiones económicas. Sin embargo, la represión por sí sola rara vez logra una solución e incluso podría exacerbar el malestar social10.

Las tensiones internas y el bonapartismo son otro factor que empuja hacia escalar la rivalidad con EE. UU. La disputa opera como válvula de escape y sirve al PCCh para poner freno a cualquier atisbo de cuestionamiento interno y para canalizar los descontentos estimulando el nacionalismo.

Si bien la interdependencia profunda que al día de hoy sigue existiendo entre los dos principales polos del sistema capitalista mundial actúa como un elemento en cierta forma moderador para el choque entre EE. UU. y China, lo cierto es que operan razones de fondo que continuamente empujan la relación entre ambos países a un terreno cada vez más peligroso. La posibilidad de un enfrentamiento militar, que hace algunos años parecía todavía muy remota, aparece cada vez más como un escenario que podría tener lugar en un futuro no demasiado lejano.

Desde América Latina, es importante debatir claramente la naturaleza del enfrentamiento planteado entre China y EE. UU. Como argumentamos en este libro, el choque es una disputa por quién definirá las condiciones del orden global. La naturaleza capitalista –e imperialista– del sistema mundial no está puesta en cuestión. Nuestro continente no es ajeno a esta rivalidad, sino que se ha convertido en uno de los terrenos donde se despliega. China avanzó desde comienzos de milenio como un actor económico muy importante para los países de América Latina. Es el principal socio económico extrarregional en materia comercial, por los commodities agrícolas y minerales que compra y por los productos manufacturados que despacha. También adquirió un rol como inversor a través del ingreso de sus empresas en diversas áreas de las economías latinoamericanas. Se ha convertido en un financista destacado para obras de infraestructura, otra vía para que las empresas chinas pudieran ganar participación en negocios de la región. Finalmente, su rol como prestamista de los Estados es muy destacado. Esto se ha concretado con iniciativas como los swaps (canje) de monedas, que persiguen dos objetivos: dar asistencia financiera a países que tienen sus cuentas externas en rojo, y expandir la presencia internacional del renminbi, la moneda de China. Esta presencia de China en la región es una preocupación para EE. UU., que no tolera esta incursión en lo que considera su patio trasero. Desde el primer gobierno de Trump en adelante, el imperialismo estadounidense buscó recuperar la iniciativa y fortalecer a los gobiernos más afines. Con Trump 2.0, la prioridad pasa por asegurar el fortalecimiento de los gobiernos más expresamente alineados con su facción MAGA, como es el caso de Javier Milei. En la lucha contra la opresión nacional por parte del imperialismo, nos parece importante advertir contra las tentaciones «campistas» que pueden llevar a posicionarse junta China porque enfrenta a EEUU11. No nos parece prudente depositar demasiadas expectativas en el papel de China como apoyo para cualquier búsqueda de autonomía regional. La lucha contra el imperialismo no va a encontrar a China en nuestro «campo», ni sus disputas con el imperialismo norteamericano y sus aliados deberían llevarnos a estar en el «campo» de China.

Militarismo y movilizaciones antiimperialistas

Desde que publicamos este libro han surgido dos focos de conflicto bélico que, por la cantidad de actores involucrados y el impacto internacional, plantean un salto en calidad respecto del panorama precedente. Como planteamos al principio, nos referimos a la invasión de Rusia a Ucrania, y a la respuesta de Israel a los ataques de Hamas del 7 de octubre de 2023, que lo llevaron a buscar la pulverización de Gaza, así como a los ataques a Yemen, El Líbano e Irán.

El Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI, por sus siglas en inglés) detecta una tendencia generalizada al incremento del gasto militar. Más de 100 países de todo el mundo aumentaron su gasto militar en 2024. Pero son los países que más gastan los que lideraron este aumento. El gasto militar como proporción del producto bruto interior (PIB) aumentó a 2,5 % en 202412. Un cambio notable ha sido el aumento del gasto militar en la UE. En marzo de 2025, el parlamento alemán (Bundestag) aprobó un aumento sin límites del presupuesto para la «preparación para la guerra». Ya en 2024, por primera vez desde la reunificación, Alemania se convirtió en el mayor inversor militar de Europa occidental. Con el retorno de Trump al gobierno en EE. UU., después de la experiencia de ninguneo de la OTAN durante su primer mandato, se aceleró el gasto militar en las potencias europeas para prevenir una posible deserción de la protección militar norteamericana.

La aceleración del caos sistémico y la militarización van de la mano, y en la actualidad esto no es la excepción. Ante los estertores del orden dominante, las potencias decadentes y las que aspiran a sucederlas utilizan lo más moderno de las fuerzas productivas para renovar su arsenal de destrucción militar.

Ante estos aprestos militares de las viejas y nuevas potencias que buscan disputar por la primacía en el sistema imperialista, observamos la emergencia de la movilización antiimperialista de la juventud y de sectores de la clase trabajadora. El rechazo al genocidio que lleva adelante Israel en Gaza se expresó, ya desde 2023 pero mucho más en el último año, en el surgimiento de un activismo de masas que con diversa intensidad se manifiesta en Medio Oriente, Europa, y EE. UU., y tiene expresiones algo más incipientes en otras latitudes. Esto dio impulso a novedosas iniciativas internacionalistas para romper el aislamiento de Gaza. En algunos países, como Italia, intervino fuerte el movimiento obrero. La profundidad del fenómeno, que en los países imperialistas llevó a choques en instituciones como las Universidades con los sectores que defienden el sostén imperialista al sionismo, invita a comparaciones con los movimientos antiguerra de la década de 1960.

Estos procesos de cuestionamiento al imperialismo se dan en un contexto de mayor lucha de clases en todo el mundo, que desmiente la noción de que todo va hacia la derecha. Tenemos en ello un importante punto de apoyo para profundizar el desarrollo de una fuerza internacionalista revolucionaria, que dispute la configuración que puede surgir de este caos sistémico mundial. Para convertir el desorden mundial en una oportunidad para que la clase trabajadora pueda disputar el poder a los capitalistas y forjar un orden sin explotadores ni explotados en todo el mundo.

Notas
1 Immanuel Wallerstein, «Crisis estructural en el sistema-mundo. Dónde estamos y a dónde nos dirigimos», Monthly Review. Selecciones en castellano N.° 12, noviembre 2011.

2 Ídem.

3 Entre quienes más enfáticamente defendieron esta postura tenemos a los ya citados Leo Panitch y Sam Gindin, autores de La construcción del capitalismo global. Este libro incorpora diálogos con los autores donde debatimos estos temas.

4 Esteban Mercatante, «Postales de un mundo convulsionado por la crisis», semanario Ideas de Izquierda, 03/06/2018, consultado el 02/10/2025 en https://www.laizquierdadiario. com/Postales-de-un-mundo-convulsionado-por-la-crisis.

5 Estas llegan a un nivel que para algunos estudiosos puede calificarse como de preguerra civil. Ver «Leandro Morgenfeld: ‘En el declive de Estados Unidos se percibe una pre-guerra civil’», La Izquierda Diario, 27/09/2025, consultado el 02/10/2025 en https://www. laizquierdadiario.com/Leandro-Morgenfeld-En-el-declive-de-Estados-Unidos-se-percibeuna- pre-guerra-civil.

6 Qi Hao, «China Debates the ‘New Type of Great Power Relations’», The Chinese Journal of International Politics, vol. 8, N.° 4, invierno 2015.

7 Yan Xuetong. «From Keeping a Low Profile to Striving for Achievement», The Chinese Journal of International Politics vol. 7, N.° 2, verano 2014.

8 Xi Jinping. (2017). Informe presentado ante el XIX Congreso Nacional del PCCh. Xinhua, 3 de noviembre.

9 Esteban Mercatante, «La China de Xi Jinping: triunfalismo y nubarrones de tormenta», semanario Ideas de Izquierda, 14/11/2021, consultado el 02/10/2025 en https://www. laizquierdadiario.com/La-China-de-Xi-Jinping-triunfalismo-y-nubarrones-de-tormenta.

10 Ralf Ruckus, The Communist Road to Capitalism. How Social Unrest and Containment Have Pushed China’s (R)evolution since 1949, Oakland, PM Press, 2021, p. 153.

11 Al respecto ver Esteban Mercatante, «América Latina en la disputa entre China y EE. UU.», semanario Ideas de Izquierda, 22/06/2025, consultado el 02/10/2025 en www.laizquierdadiario.com/America-Latina-en-la-disputa-entre-China-y-EE-UU.

12 Xiao Liang, Nan Tian, Diego Lopes da Silva, Lorenzo Scarazzato, Zubaida A. Karim y Jade Guiberteau Ricard, «Tendencias en el gasto militar», SIPRI, abril 2025, consultado el 02/10/2025 en https://www.sipri.org/publications/2025/sipri-fact-sheets/trendsworld- military-expenditure-2024.

Fuente: La Izquierda Diario, 23 de noviembre de 2025 (https://www.laizquierdadiario.com/La-relevancia-de-la-teoria-del-imperialismo-para-navegar-el-caos-sistemico-global)

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