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El Congo, Jazz y la CIA: El documental nominado al Óscar Soundtrack to a coup d’état vuelve sobre el asesinato de Lumumba

Amy Goodman, Johan Grimonprez

Entrevista con su director Johan Grimonprez para Democracy Now

AMY GOODMAN: Contado íntegramente a través de material de archivo, el filme narra de manera amplia los acontecimientos que condujeron a un capítulo decisivo en la historia del Congo: el asesinato en 1961 del presidente congoleño y líder independentista Patrice Lumumba. La película traza la larga y brutal historia de la explotación minera en el Congo, desde la época en que el país era posesión del rey belga Leopoldo II hasta los actuales «minerales de conflicto», mostrando el poder de la industria minera y destacando el papel de la compañía belga Union Minière en el derrocamiento y asesinato de Lumumba. Soundtrack to a Coup d’État presenta a varios líderes clave de la época, entre ellos el presidente Eisenhower, el primer ministro soviético Nikita Jrushchov y el ex secretario general de la ONU Dag Hammarskjöld, así como a las leyendas del jazz Abbey Lincoln, Max Roach, Nina Simone, Dizzy Gillespie y Louis Armstrong. Acabo de entrevistar al director de la película, el cineasta belga Johan Grimonprez, y comencé preguntándole por qué la hizo.

JOHAN GRIMONPREZ: La raíz está en la ignorancia: crecer en Bélgica sin aprender esa historia en la escuela. Volviendo a Shadow World,1 donde se mostraba cómo la corporatocracia dicta realmente la política exterior de Estados Unidos —con tres lobbistas de defensa por cada político en Washington—, vemos que la guerra se privatiza y que un modelo de corporatocracia determina lo que sucede en la industria bélica. Ese mismo modelo puede proyectarse sobre el momento crucial en que el Congo se independizó. Fue la industria minera, concretamente la Union Minière, dependiente de la Société Générale, la que participó en el derrocamiento de Patrice Lumumba y, finalmente, en su asesinato.

AMY GOODMAN: En la película se repite que el uranio usado para las bombas atómicas sobre Japón provenía del Congo…

JOHAN GRIMONPREZ: Exactamente.

AMY GOODMAN: …usado por Estados Unidos en las bombas atómicas. Pero retrocedamos. Cuéntanos la historia del rey Leopoldo y el Congo, y luego la independencia.

JOHAN GRIMONPREZ: La Union Minière du Haut-Katanga era una empresa privada de Leopoldo II. El Estado Libre del Congo era su propiedad personal. En el tránsito hacia la independencia, muchos restos de esa estructura seguían vigentes. La Union Minière dominaba el país. Cuando Patrice Lumumba se convirtió en el primer líder independiente del Congo, la empresa logró instalar en Katanga a un presidente títere, Moïse Tshombe, para vengarse de Lumumba y recuperar el control del país en una maniobra neocolonial. Se habla de poscolonialismo, pero en realidad es un término equivocado. El asesinato de Lumumba fue el punto cero de cómo Occidente trataría las riquezas del continente africano.

AMY GOODMAN: Y hablemos de los músicos de jazz afroamericanos y su relación con la República Democrática del Congo.

JOHAN GRIMONPREZ: El contexto es la 15ª Asamblea General de la ONU. Dieciséis países africanos son admitidos y eso causa un terremoto político mundial: el bloque afroasiático obtiene la mayoría de votos en las Naciones Unidas.

AMY GOODMAN: Esos países africanos se vuelven independientes.

JOHAN GRIMONPREZ: Son admitidos como países independientes, y eso cambia el equilibrio global. Entonces Este y Oeste intentan controlar la Asamblea General. Nikita Jrushchov presenta una resolución de descolonización para ganarse al Sur Global, mientras Eisenhower envía emisarios para comprar votos en la ONU. Un mes después, Estados Unidos envía también embajadores del jazz negro al Congo, a través de la Agencia de Información de Estados Unidos (USIA), una práctica iniciada ya en los años cincuenta para «ganar los corazones y las mentes» del Sur Global.

AMY GOODMAN: Entonces la USIA enviaba músicos de jazz al Congo.

JOHAN GRIMONPREZ: Sí. Por ejemplo, Dizzy Gillespie fue enviado a Siria, mientras la CIA intervenía allí. Louis Armstrong llegó al Congo un mes después de la Asamblea General, justo cuando Estados Unidos y la inteligencia belga conspiraban para derrocar a Lumumba y asesinarlo.

AMY GOODMAN: Quiero ir al final de la película, cuando se anuncia el asesinato de Lumumba. Es el 15 de febrero de 1961. Los manifestantes, dirigidos por Abbey Lincoln, Max Roach y Maya Angelou, irrumpen en el Consejo de Seguridad de la ONU para protestar. Es un momento increíble. Le gritan al embajador estadounidense Adlai Stevenson, comparándolo con el Ku Klux Klan.

JOHAN GRIMONPREZ: Sí. Sesenta manifestantes, encabezados por Abbey Lincoln y el grupo de escritoras de Harlem —Maya Angelou, Rosa Guy—, irrumpieron en la sesión para protestar por el asesinato. Lumumba había sido asesinado tres días antes de que Kennedy asumiera la presidencia.

AMY GOODMAN: Entonces ocurrió bajo Eisenhower.

JOHAN GRIMONPREZ: Exacto. Y el asesinato se mantuvo en secreto durante un mes.

AMY GOODMAN: El título del documental es Soundtrack to a Coup d’État, y su «banda sonora» está compuesta por los grandes del jazz. Hablemos de su papel: Louis Armstrong, Dizzy Gillespie, y lo que entendían sobre el uso que se hacía de ellos.

JOHAN GRIMONPREZ: La música fue un agente histórico y político. Cuando Lumumba salió de prisión para asistir a la mesa redonda en Bruselas, lo acompañó Joseph Kabasele con African Jazz, y compusieron «Indépendance Cha Cha», que se convirtió en himno de liberación en toda África. Pero esos «embajadores del jazz» también servían de cobertura a golpes de Estado. De ahí el título del filme. Louis Armstrong viajó invitado por Edgar Sengier, director de la Union Minière —la empresa que apoyaba a Tshombe—, y se alojó en casa del propio Tshombe. A esa cena asistieron Larry Devlin (jefe de la CIA, aunque se presentaba como «asesor agrícola»), el embajador estadounidense Timberlake y el ministro belga d’Aspremont Lynden. Lo paradójico es que esos músicos, enviados a promover la democracia, no podían votar en su propio país. Aun así, Armstrong no fue un agente pasivo: criticó a Tshombe por su alianza con el gran capital, se negó a tocar ante audiencias segregadas en Sudáfrica, y modificó letras de canciones para afirmar su orgullo negro. En 1957 incluso declaró: «El gobierno puede irse al infierno», negándose a actuar como embajador en Rusia.

AMY GOODMAN: Explícanos esa escena de 1956.

JOHAN GRIMONPREZ: Fue la primera vez que Francia y el Reino Unido vetaron una resolución en el Consejo de Seguridad. Se propuso crear una fuerza de paz —los cascos azules— para intervenir en Egipto. El bloque afroasiático impulsó esa votación contra las potencias coloniales. En la película tratamos a los políticos como «voces principales» en composiciones de jazz: la música y la política se entrelazan. Mientras la política divide, la música une. Por ejemplo, el álbum We Insist! Freedom Now de Abbey Lincoln y Max Roach se emitió completo en la televisión belga en 1964, mientras en el Congo ocurría un genocidio. Esa superposición es el método del filme. Andrée Blouin —que debió huir bajo amenaza de muerte y dejar a sus hijos como rehenes— fue asesora y redactora de discursos de Lumumba. Pan-africanista, conocía a Nasser, Nkrumah y Sékou Touré.

AMY GOODMAN: Y en la ceremonia, el rey Balduino —sobrino nieto de Leopoldo II— alabó al propio Leopoldo como «genio civilizador». Lumumba, no invitado a hablar, tomó la palabra de todos modos.

JOHAN GRIMONPREZ: Sí. No podía quedarse callado. Su discurso corrigió públicamente la versión del rey, que glorificaba al responsable de millones de muertes. Aún hoy en Bélgica se discute si aquello fue o no un genocidio. El Estado Libre del Congo era propiedad privada de Leopoldo II, ochenta veces el tamaño de Bélgica. Pero lo que comenzó en 1960 con el aplastamiento de la revuelta de Lumumba continúa hoy: el saqueo de recursos por intereses extranjeros. Hace una semana, el grupo armado M23 tomó Goma. Es el mismo modelo: corporaciones mineras y apoyo occidental a Paul Kagame en Ruanda. El M23 usa la violación como arma de guerra para desplazar poblaciones y controlar minerales —coltán, litio, cobre, oro—, los mismos que están en nuestros teléfonos y autos eléctricos. Hay una correlación directa entre minas y violencia sexual.

AMY GOODMAN: Mencionaste que una de las asesoras de tu película trabajó en Lumumba, de Raoul Peck. ¿Qué nueva información ha salido sobre el papel de la CIA y Eisenhower?

JOHAN GRIMONPREZ: Muchísima, gracias al libro de Ludo De Witte El asesinato de Patrice Lumumba (1999), que reveló la complicidad del secretario general de la ONU Dag Hammarskjöld. La monarquía belga, la inteligencia belga (Sûreté), Mobutu y el propio Eisenhower estaban al tanto. Bélgica presentó a Lumumba como comunista para ganarse a Estados Unidos, que temía una ruptura de la OTAN. El Comité Church de 1976 confirmó que Eisenhower aprobó el plan de asesinato, inicialmente diseñado para Castro y luego dirigido a Lumumba. Pero Lumumba había dicho: «No soy comunista ni socialista; soy africano y soberano. Las riquezas del país deben servir al país.» Como concluye Malcolm X en la película: «No temen al comunismo, temen al africanismo.» El escritor congoleño-belga In Koli Jean Bofane llama a esto el «algoritmo congoleño»: todos los grandes conflictos del siglo XX se alimentaron del Congo —cobre, caucho, uranio—. Las 3.000 toneladas de uranio para el Proyecto Manhattan procedían de Katanga.

AMY GOODMAN: ¿Y cómo las consiguió Estados Unidos?

JOHAN GRIMONPREZ: El director de la Union Minière, Edgar Sengier, ya había almacenado el uranio en Staten Island (Nueva York). Bélgica lo vendía tanto a los aliados como a los nazis antes de la guerra. Luego, el primer ministro Spaak, refugiado en Londres, firmó un acuerdo con Churchill y Roosevelt para destinar todo el uranio congoleño al Proyecto Manhattan. Cuando Lumumba llegó al poder, la mitad aún estaba sin usar en la superficie: una de las razones del conflicto de Katanga.

AMY GOODMAN: En la película aparece un mercenario hablando del asesinato. ¿Quién era?

JOHAN GRIMONPREZ: Era Bartlett, un mercenario sudafricano de 24 años. Logramos el permiso de su familia para usar la entrevista. Habla con cierto remordimiento. Pero otros mercenarios eran peores: uno dice que matar balubas «era fácil, porque no eran personas». Un racismo brutal. Ochocientos mercenarios contratados por Bélgica participaron en la masacre de Stanleyville en 1964, supuestamente para «salvar» europeos, pero en realidad fue otra reconquista del Congo.

AMY GOODMAN: ¿Cómo está siendo recibida la película?

JOHAN GRIMONPREZ: Sorprendentemente bien. Se proyectó en África, donde los congoleños ya la piratearon, lo que tomo como un cumplido. Está nominada al Óscar. Las demás nominadas también son notables: No Other Land (amistad entre un palestino y un israelí), Black Box Diaries(el caso de Shiori Ito y el #MeToo en Japón), Porcelain War (Ucrania) y Sugarcane (sobre niños indígenas arrancados de sus familias, como ocurrió en el Congo con los hijos mestizos). Bélgica aún duda entre decir «lamentamos» o «pedimos perdón», porque lo segundo implica reconocer el crimen y abrir la puerta a reparaciones.

AMY GOODMAN: Ese fue el cineasta belga Johan Grimonprez, director de Soundtrack to a Coup d’État, nominada al Óscar a Mejor Documental. Narrada íntegramente con material de archivo, cuenta los acontecimientos que llevaron al asesinato del líder independentista congoleño y primer ministro Patrice Lumumba.

Nota

1 Título de un documental y un libro (Shadow World: Inside the Global Arms Trade, de Andrew Feinstein, 2011), que denuncia precisamente cómo la industria armamentística y los intereses económicos determinan las guerras y las políticas internacionales más allá del control democrático.

Fuente: Democracy now!, 17 de febrero de 2025 (https://www.democracynow.org/2025/2/17/soundtrack_to_a_coup_detat_full)

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