Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Marxismos contra corriente: sopesando la década de los ochenta

Francisco Fernández Buey, Carles Muntaner

Para especificar que se entiende por “crisis del marxismo” y qué marxismo es el que está en crisis hay que empezar con el importante cambio que ocurrió hacia finales de los setenta: el desplazamiento del centro del marxismo académico hacia los países de habla inglesa. De hecho, una parte importante del marxismo académico de los ochenta proviene del mundo anglosajón. Inglaterra y Estados Unidos, este último en particular, han sido productivos como también lo han sido los países nórdicos y los autores que han adoptado el inglés como su expresión académica y científica. Este desplazamiento pudo haber sido previsto por Louis Althusser y Lucio Coletti quienes proclamaron la crisis general del marxismo en 1977. De todas formas, es claro que a finales de los 70 la hegemonía del marxismo -si es posible hablar en estos términos- estaba pasando de Alemania y los países sureños de Europa hacia los Estados Unidos e Inglaterra, tal como Perry Anderson ha mostrado en detalle en un corto pero sugerente ensayo titulado “Tras la huella del materialismo histórico” (Siglo XXI, 1984). En forma simultanea al traslado del marxismo académico hacia los países de habla inglesa tiene lugar un debilitamiento progresivo del nexo entre movimientos que están agitando el mundo actual, movimientos que expresan “la ira del ciudadano humillado”, en palabras de Claude Julien.

El florecimiento del marxismo anglosajón, que ocurrió simultaneamente al declinamiento del mismo en Europa, representó un cambio en el método y en la focalización: las ciencias sociales en Inglaterra y los Estados Unidos se caraterizan, de manera general, por una mayor atención a la investigación empírica y a la reflexión histórica contextualizada. Este es un agudo contraste con la pasión especulativa y, de manera especial, con los estilos literarios francés y germano que habían predominado en la Europa continental. La proclamación de la crisis del marxismo por Althusser y Coletti fue interpretada en ese tiempo como el agotamiento del marxismo estructuralista y cientificista que había predominado en años anteriores. Desde entonces ésto también podría verse como una mayor demanda por los análisis empíricos de problemas de presión social, la mayoría de analistas consideran el desplazamiento del centro del marxismo hacia el mundo inglés-parlante como un desarrollo lógico.

En la medida que el marxismo siempre ha estado estrechamente relacionado con los movimientos populares que intentan transformar al mundo capitalista de una manera radical e igualitaria, parece extraño que el principal focus del marxismo académico haya tenido que moverse hacia estos países donde pareciera que existen menos movimientos socialistas organizados. En consecuencia, la generalización de la sensación de crisis general del marxismo en los países con gobiernos y partidos comunistas y socialistas estuvo asociada con un simultáneo florecimiento del marxismo en revistas, organizaciones y universidades ingleses y norteamericanos. Más aún, es sorprendente que este nuevo y floreciente marxismo se centre en la explotación, las clases sociales o en las condiciones necesarias para una transición hacia la sociedad socialista.

Así, en tanto el marxismo académico fue transformado o afectado por esta inserción en los países angloparlantes, la historiografía marxista (incluyendo la antropología y la arqueología) no sólo mantuvo su caracter sino que profundizó su cobertura e influencia. Un marginal, aunque muy significativo, desarrollo es el establecimiento del marxismo como un teoría de campo en la sociología anglosajona y, en menor grado, en la salud pública. Más aún, la inserción en el mundo anglosajón llevó, al menos, a dos desarrollos muy importantes: el marxismo analítico y el marxismo sistema-mundo.

Sociología 1

Desde que el ahora famoso artículo de 1977 de los sociólogos Erick O. Wright (norteamericano) y Luca Perrone (italiano) sobre la estructura de clase y determinación del ingreso, la respetabilidad y aceptación de los investigadores marxistas ha estado creciendo en el campo (Ver Cappely Gueterbock, American Sociological Review, abril 1992). El impacto del trabajo de Wright no puede disociarse del producido por el actualmente conocido Marxismo Analítico (Ver la sección sobre el Marxismo Analítico). Este grupo está compuesto por varios cientistas sociales como el sociólogo Wright, los economistas Roemer y Elster, entre otros para analizar este movimiento. El énfasis en la adopción de métodos convencionales de prueba de teorías, el uso de métodos hipotético-deductivos y las pruebas empíricas en diálogo cercano con la tradición weberiana sobre la estructura de clases (ver “El Debate sobre las Clases”, Wright et al., Verso 1989) han otorgado un status de respeto científico a Wright en las corrientes principales de la sociología e, incluso, en otros campos relacionados como la historia, economía, ciencia política y salud pública; un fenómeno sin paralelo para los marxistas anteriores en los Estados Unidos.

Una segunda importante influencia entre los economistas marxistas es Michael Burawoy, quien se especializa en el estudio del proceso de trabajo y epistemología marxiana. Otros marxistas que han estudiado el proceso de trabajo son Rick Fantasia y James Zetka. Su trabajo sobre las huelgas y la solidaridad de los trabajadores es particularmente importante para los investigadores marxianos porque sus métodos para el estudio de la conciencia de clase se han diferenciado de las alternativas weberianas. Así, mientras Wright aplicó métodos convencionales de la sociología de la “encuesta de opinión” al estudio de la conciencia de clase, Fantasia en “Culturas de solidaridad” observa la emergencia del comportamiento colectivo en el momento de la producción.

Un tercer paradigma en la sociología marxiana es el constituido por los macrosociólogos marxianos. Un ejemplo de este tipo de trabajo es la prueba empírica de diferentes hipótesis alternativas sobre los determinantes económicos del ingreso del trabajo (p.e.: la desaceleración salarial de Sweezy, el “exprimir el beneficio” y las alternativas neoclásicas (Ver Raffalovich et al., 1992). Estas contribuciones constituyen una alternativa macro económica al énfasis sobre el individualismo metodológico que ha caracterizado a casi todo el marxismo analítico de los ochenta con quienes ellos comparten los métodos cuantitativos y el diálogo con las tradiciones no-marxianas (p.e.: el keynesianismo).

Por último, los investigadores dedicados al estudio de la “estructura global” desde una pespectiva marxiana (p.e.: Chase-Dumm) también constituyen una influencia adicional a la macrosociología y a la sociología histórica (Ver sección sobre el marxismo sistema-mundo).

Biología, medicina y salud pública

La mercantilización del sistema de salud ha sido una tendencia creciente durante los ochenta en los países más desarrollados (sistema privado de salud, fabricación de equipo médico, gerencia, compañías farmacéuticas, compañías de seguros). Por consiguiente, la academia biomédica está dominada por el pensamiento y las prácticas conservadoras.2

En la arena de la salud pública los investigadores marxistas son una influyente pero minoritaria escuela (p.e.: Vicente Navarro, Howard Waitzkin). Las presiones hacia la conformidad en este campo con frecuencia obligan a los investigadores a dividir sus esfuerzos entre la producción marxiana y no-marxiana para evitar una seria marginación. Por ejemplo, en epidemiología el impacto explícito del marxismo es mínimo debido a que hay una fuerte presión para adoptar conceptos convencionales weberianos. La sociología médica sigue la misma pauta.

Entre los médicos, Steffie Woodhandler y Daniel U. Himmelstein han criticado el reduccionismo de la medicina clínica y han ilustrado como las relaciones sociales de producción determinan las manifestaciones clínicas que constituyen las prácticas cotidianas de la medicina.

Finalmente, los biólogos como R. Lewontin y R. Levins, entre otros, han hecho una enorme contribución al analisis conceptual del sexismo, racismo y determinismo biológico y han proporcionado puntos de vista alternativos de la causalidad basada en la dialéctica. Es de alguna manera paradójico que mientras los biólogos marxianos durante los ochenta han librado una batalla en contra de las tambaleantes fundaciones científicas del individualismo para comprender la realidad, los marxistas de la opción racional hayan ido por el camino contrario (en vez de criticar los enfoques provenientes de la economía neoclásica, hacen un enorme esfuerzo para adecuar algunos de los elementos de la tradición marxiana a este modelo).3

Historia, antropología y aqueología

El desplazamiento de la problemática del marxismo que dominó los setenta y que perduró en la siguiente década era ya evidente en el violento ensayo antialtusseriano del historiador E. P. Thompson, La pobreza de la Teoría. No obstante las exageraciones, el libro de Thompson indicó el cambio de dirección que se produciría en el marxismo de los ochenta: mucha más atención al análisis y a la historia; menos a las lecturas selectivas de Marx y a sus pretensiones científicas.

Otros intérpretes marxistas tales como Valentino Gerratana, los discípulos de Luckás (especialmente Márkus y Heller) y, entre los españoles, Manuel Sacristán, también hicieron similares declaraciones pragmáticas. Pero la lectura del ensayo de Thompson ofrece la mejor explicación de por qué los historiadores han sido menos afectados por la presunta crisis del marxismo. Pierre Vilar se refirió a esto en su discurso inaugural de 1983 en las Universidades de Madrid conmemorando la muerte de Karl Marx (Cien años después de Marx, Akal, 1985). A la pregunta ¿Quién le teme hoy a Marx?, Vilar responde en forma jocosa pero plausible: “todos excepto los historiadores”. Mientras los sociólogos, filósofos, economistas y politólogos insistieron en explicar los efectos de la crisis del marxismo en sus respectivas disciplinas, los historiadores continuaron descansando sobre las tesis principales del materialismo histórico como su instrumento metodológico principal.

Aunque las actuales tendencias conservadoras (no-marxistas) llegan a desafiar o, incluso, a negar la existencia de las clases sociales en la historia europea contemporanea, la historiografía marxista, con su tradicional énfasis en las clases sociales, permanece fuerte. Revistas muy conocidas tales como Past and Present, Radical Histonj Review o Studi Storici, con años de merecido respeto, continúan siendo apreciadas en los ambientes universitarios de todo el mundo. El grupo de historiadores marxistas asociados con el Partido Comunista Británico en los cincuenta (C. Hill, E. Howsbawn, E. P. Thompson, J. Saville, V. Kiernan, G. Williams, R. Hilton, R. Williams) produjeron trabajos impresionantes que orientaron el Times Literary Supplement en los ochenta. Esto fue hecho a pesar del Thatcherismo, como observa Anderson en una revisión polémica, “Una Cultura a Contra-corriente”, publicada en “The New Left Review”. Tres publicaciones confirman esta persistencia de la historiografía marxista de los ochenta: Prespectívas Críticas (un sumario de la contribución histriográfica de E. P. Thompson) editada en el mismo año por H. J. Haye y K. McClelland; Ecos de la Marsellesa: Dos siglos revisan la Revolución francesa, (Verso, 1990), una contribución de E. Howsbawn en conmemoración de la Revolución Francesa de 1789; y El Anticristo en el siglo diecisiete, de C. Hill, también publicada por Verso.

Pero la vitalidad de la historiografía marxista de la década pasada no se limitó a la contribución de los más conocidos historiadores británicos. Una búsqueda rápida nos lleva a numerosos temas, ente ellos “Estructura de clases agrarias y desarrollo económico en la Europa Pre-industrial” y el subsecuente debate editado por T.H. Aston y C. H. E. Philpin (“El debate Brenner”. Cambridge Up, 1985); la monumental contribución de G. E. M. Ste Croix, La lucha de clases en el mundo de la Grecia Antigua, (Londres: Duckworth, 1981), que seguramente permanecerá como uno de los más grandes estudios históricos desde la perspectiva marxista; y, más recientemente, la discusión sobre la democracia y la esclavitud en Grecia en el ensayo de Ellen Meiksins, Ciudadano-campesinos y esclavos: los fundamentos de la democracia ateniense (Verso, 1990).

Las palabras con las cuales Ste. Croix finaliza la introducción de su libro son representativas de las nuevas actitudes que se formaban entre los historiadores marxistas: “Me gustaría enfatizar que no reclamo estar produciendo la interpretación marxista de la historia griega”: ésta es una interpretación marxista. Después de leer la mayor parte del trabajo publicado de Marx (mucho de él, debo admitirlo, en traducción inglesa), creo que no hay nada en este libro que el mismo Marx (¡después de una buena discusión, claro está!) estuviera en disposición de no aceptar. Pero, por supuesto, habrían otros marxistas que no estarían de acuerdo en varios puntos de mi posición teórica básica o con las interpretaciones que he ofrecido sobre eventos específicos, instituciones e ideas; espero que los errores o debilidades de este libro no sean tomados en forma tan directa como consecuencia de la aproximación que he adoptado, a menos que se pueda demostrar que ese es el caso”.

Planteamientos como éste, que son cada vez más frecuentes, corrigen una importante debilidad en los supuestos del marxismo especulativo y cientificista de las anteriores décadas. Primero, que existen, hubieron y probablemente habrán marxismos, lecturas diferentes del trabajo de Marx dentro de la misma tradición cultural. Segundo, que puede hacerse una distinción entre la filología, o el trabajo crítico-histórico, referente a la obra de Marx y la investigación sustantiva (histórica, sociológica, económica, etc.), llevada a cabo con las categorías marxistas.

La contribución de la historiografía marxista de los ochenta no termina aquí, no obstante. Varias síntesis importantes ayudaron a clarificar conceptos ambiguos o debilmente definidos que han dado pie a incomprensiones y polémicas interminables en la historiografía y las ciencias sociales. Se destacan las siguientes contribuciones: Ideología y protesta popular, de George Rudé, un ejemplo concreto de como pueden resolverse las dificultades asociadas con el uso de términos del marxismo y del gramscismo tales como ideología y conciencia; Revolución en la historia, una antología compilada por Ropy Porter y Mikulas Teich (con contribuciones de Hosbawn, Finley, Needham, Kiernan, Klima y otros) que es especialmente instructiva para clarificar el concepto de “revolución”, cuyo significado ha variado en las últimas décadas; y Clase obrera e industrialización, una excelente síntesis de la revolución industrial británica, que focaliza sobre la siempre presente tendencia a interpretar el pasado con categorías desarrolladas a partir de la experiencia presente.

Otra área en donde el marxismo ha mostrado ser particularmente constructivo en los últimos años es el estudio comparado de las revoluciones. Este es un campo de particular importancia para el establecimiento de conceptos teóricos y para terminar con el uso abstracto en exceso de los modelos revolucionarios – un uso con mucha frecuencia tan reductivo que pareciera que los historiadores sólo fueran influenciados por los eventos de y en torno a París entre 1789 y 1830. Una notable contribución a esta ya necesaria revisión es el volumen Las revoluciones burguesas: problemas teóricas (Barcelona, Crítica, 1988) de Joseph Fontana con contribuciones de K. Kossok y A. Saboul, entre otros.

La historiografía marxista, que había estado por mucho tiempo limitado al estudio de la historia moderna y contemporanea, se está ahora consolidando en los campos de la historia medieval y antigua. Además de los extraordinarios trabajos de Ste Croix y Ellen Woods antes mencionados, sobresalen otros dos: Clases, conflicto y crisis del feudalismo de Rodney Hilton, la bibliografía de R. A. Padgug incluida en el volumen colectivo El marxismo y los estudios clásicos (Akal, 1981).

Al igual que la historiografía marxista, los campos relacionados de la arqueología y la antropología han retenido su vigor y caràcter tradicional. La publicación de los apuntes de Marx sobre libros de etnólogos y antropólogos de su época (parte de los cuales sirvió a Engels para escribir El origen de la familia), hecha por L. Krader (Siglo XXI, 1987), ha renovado el interés en el desarrollo de las comunidades rurales en Europa. Otros contribuyentes a la antropología y la arqueología marxista son Godelier, Meillasoux, E. Terray, G. Dupré, Pierre-Philippe y el antropólogo catalán J. R. Llobera. En los ochenta, Marvin Harris provocó una fructífera controversia sobre las diferentes tesis del marxismo clásico con respecto a la cuestión del método en la antropología. Todo esto confirma el desarrollo de una tendencia continua. La Crítica de la Antropología de José Ramón Llobera, a mitad de los setenta, proporciona un excelente ejemplo de las opiniones de Marx sobre estos problemas. Finalmente, Carolyn Fluehr-Lobban editó un útil resumen de los estudios realizados en este campo en el International Perspectives on marxist anthropology (UF Minnesota, 1990).

En el campo de la arqueología, el punto de vista marxista está presente en los libros de Lewis R. Binford, en Interpretaciones en Arqueología. Corrientes actuales, de Hodder, (Crítica: Barcelona, 1990) y en Perspectivas marxistas en Arqueología, editado por M. Springss (Cambridge UF, 1984).

De manera reciente, la fuerza de la historiografía marxiana ha adquirido un renovado entusiasmo con el punto de vista establecido por Benedetto Croce hace casi un siglo, que puede decirse que el lado viviente del marxismo está en ciertas hipótesis historiográficas; todo lo demás (el análisis económico, la idea de la polarización social, las previsiones sobre la sociedad socialista, etc.) ha colapsado con el paso del tiempo o es demasiado vago para ser útil. L. Kolakowski llegó a la misma conclusión en su monumental historia del marxismo. Más reciente, ésta ha sido también la conclusión de M. Duverger en un notable ensayo cuyo título con seguridad confundió a más de un lector: Los narajos del lago Balatón, (Ariel, 1983).

No obstante, reducir al marxismo sólo a hipótesis para interpretar nuestro pasado sería una injusticia frente a las intenciones y propósitos originales de Marx. Podría decirse, que al menos en dos elementos todos los diferentes marxismos, pasados y presentes, estarían de acuerdo en que son esenciales: comprender críticamente las presentes sociedades donde la desigualdad y la explotación continúan existiendo y la intención de ir más allá de la crítica del presente para construir una nueva sociedad, una sociedad de iguales.

Dos desarrollos del marxismo en los ochenta -el marxismo analítico y el marxismo sistema-mundo- han desafiado la idea que sólo la historiografía marxiana es válida. Estas contribuciones se centran sobre el uso de categorías marxistas no sólo para interpretar el pasado histórico sino para intentar concentrarse sobre los problemas económicos, ecológicos, sociales y culturales del mundo de hoy.

El marxismo analítico y el marxismo sistema-mundo representan dos modificaciones del marxismo clásico que fueron introducidos por Karl Korsch y Walter Benjamin, respectivamente. La primera modificación consiste en abandonar la pretensiones de crear una concepción general del mundo, un sólo sistema filosófico o una filosofía de la historia -pretensiones que fueron muy importantes en ciertas áreas de la obra de Marx y Engels. En este sentido, el marxismo de los ochenta ha asumido una posición mucho más modesta: el marxismo es sólo una de las corrientes que se movilizan hacia la emancipación. El segundo cambio tiene que ver con la actual crisis ecológica y la consecuente radicalización forzada de la teoría de Marx sobre la alternativa entre el socialismo y la barbarie. La crisis ecológica ha comenzado a afectar la misma sostenibilidad humana. Así, la metáfora de la locomotora de Walter Benjamin adquiere un significado más literal: la revolución no debe verse más como la locomotora que jala el tren de la humanidad en una línea directa hacia una nueva fase superior sino como el freno de seguridad del tren que puede llevar al abismo si no es detenido.

Marxismo analítico

El marxismo analítico (o marxismo de la acción racional) se caracteriza pr el intento de reconstruir algunas de las principales tesis de Marx. En este sentido, el marxismo analítico trata sobre (o, como usualmente se dice, reconstruye) muchos de los temas económicos, sociológicos y éticos del marxismo convencional o clásico usando los instrumentos conceptuales básicos de la teoría de la acción racional y la teoría de los juegos.

Aunque hay diferencias notables entre los autores que con frecuencia son clasificados como marxistas analíticos 4 (por ejemplo, en la aceptación o rechazo de las explicaciones funcionales o en la defensa o ataque del individualismo metodológico), en general es aceptado que los orígenes del marxismo analítico proviene del libro de G. A. Cohen La teoría de la historia de Karl Marx. Una defensa, publicado en 1978. La inspiración inicial de Cohen para establecer una teoría de la historia marxiana analítica fue seguida por el economista-matemático J. Roemer quien fue el primero en insistir sobre la necesidad de tratar los problemas marxianos con los instrumentos de la lógica, las matemáticas y la modelación contemporánea -en la actualidad usada en las ciencias sociales avanzadas. Así, por ejemplo, en la introducción al Marxismo analítico: estudios sobre la teoría económica marxista (Cambridge, 1986), Roemer plantea que el marxismo analítico difiere esencialmente del marxismo convencional al considerar la búsqueda de micro-fundamentos para el conjunto de macro-problemas establecidos por el marxismo clásico.

El aspecto más distintivo del marxismo analítico es una idea que recuerda las intenciones del análisis filosófico clásico: eliminar las ambiguedades e irrelevancias lingüísticas para mejorar la precisión de las proposiciones y eliminar las contradicciones lógicas que se cuelan por las metáforas. Tal programa había sido propuesto muchos años antes por John Robinson y cumplido de manera parcial en Capital de M. Morishima, pero el intento sistemático para limpiar y afilar la teoría marxista en los ochenta emergió principalmente, de los ensayos de R. Roemer y J. Elster.5

Una teoría general de la explotación y de la clase de Roemer ha sido una fuente de inspiración para numerosos marxistas analíticos y para autores que comparten sus metas pero no necesariamente sus métodos. Erik Olin Wright, por ejemplo, fundamentó su revisión de la teoría macrosociológica marxiana de las clases sociales (Clases, 1985 y 1990) en la reconstrucción de la teoría de la explotación de Roemer. Los impulsores del marxismo analítico citan, en lo regular, al menos a otros dos autores: J. Elster y su Making sense of Marx, el objetivo de una larga e interesante polémica en las revistas marxistas; y Adam Przworski, el autor de una notable aplicación de la acción racional y de la teoría del juego al estudio de la conducta política de las clases trabajadoras en las sociedades avanzadas (Papel’ stones: A History of Electoral Socialism, escrita con John Sprague y publicada por la Chicago UP, 1986).

Muchas revistas norteamericanas e inglesas, tales como New Left Review (NLR), Science and Society (SS) y Theory and Socíety (TS), han dedicado bastante espacio en los últimos años a la discusión del marxismo analítico y, de manera particular, a los planteamientos de Roemer y Elster. Valiosas contribuciones a este debate incluyen: “El Marxismo de elección racional” de A. Carling en NLR 177 (Oct., 1988); “¿De la ilusión necesaria a la elección racional? Una crítica de la teoría marxista neo-elección racional”, en TS, 15 (1986);

“¿Es marxista el marxismo analítico? de T.F. Mayer, en SS 52.4 (1984); “Marxismo y elección racional: es valioso el juego del candelero?” de E. M. Wood, en NLR 177 (1988); “El marxismo y el individualismo metodológico: una crítica” de J. Weldes, en TS 18 (1988).

A pesar de la buena aceptación general de los intentos de los marxistas analíticos para usar los métodos de la ciencia social para reconstruir las teorías de marxismo clásico, numerosas críticas han levantado dudas con respecto a la aproximación analítica. Manuel Sacristán, al final de los setentas, fue uno de los primeros en señalar los peligros del marxismo analítico. Argumentó, muy fuertemente, en contra de la focalización en el individuo del marxismo analítico y en favor de un comunismo marxista que da prioridad a los factores políticos, morales y prácticos.

Al menos tres tipos de críticas específicas han aparecido en los últimos años. La primera se refiere a la fetichización (Lebowitz y Mayer) de las técnicas ampliamente usadas por la teoría económica neo-clásica, tales como la teoría de la elección racional y la teoría de los juegos. En ésta, la teoría individualista modela los intentos para resolver los problemas sociales y políticos establecidos por Marx en términos macro-sociológicos. Esta crítica plantea que la aplicación inapropiada de la teoría de la elección racional y la teoría de los juegos conducen al cientificismo o incluso a cuestiones peores.

La segunda crítica dirigida al marxismo analítico es sobre su insensibilidad con respecto a la historia (Wood, Weldes, Lebowitz) y al contexto de las ideas. En ésta, dice la crítica, el marxismo analítico de la elección racional hereda o renueva los defectos principales del estructuralismo de las décadas pasada: no se involucra lo suficiente con los contextos históricos; está demasiado emparentado con modelos abstractos y generalizaciones apresuradas; y no siempre llega a vencer la tendencia hacia la especulación que se criticaba a la herencia hegeliana del marxismo. Para algunos críticos, analizar no es más que una reconstrucción analítica del estructuralismo más que un análisis concreto de situaciones concretas. (Una de las críticas más duras de la teoría de la explotación de Roemer puede encontrarse en Lebowitz, quien plantea que este modelo no distingue entre capitalismo y precapitalismo).

Esta segunda crítica recuerda la prevención de Albert Einstein sobre el riesgo del análisis filosófico en las formas iniciales del neo-positivismo y atomismo lógico. La propuesta de Einstein valoriza el trabajo analítico sobre la simplicidad y claridad de las proposiciones pero llama la atención sobre los peligros de caer en un formalismo escolástico en la determinación de evitar todo lo que suene a dialéctico, metafórico o moralista. Al operar “fetichistamente” con la teoría de los juegos y la teoría de la elección racional, se termina creando una imagen de un Marx hiper-racional que nunca existió. ¿Cuáles son las ventajas, desde la perspectiva marxista, de tratar a la gente como actores racionales, es decir, como liberales benthamitas individualistas?

Esto lleva a la tercera crítica contra el marxismo analítico. Aunque sus métodos y técnicas de investigación social puedan ser neutrales, el sello del pensamiento de la economía neo-clásica está presente en la selección de los problemas (p.e.: el papel de las diferencias individuales en el “talento” y en la relevancia de la dominación en el proceso de producción). Esta influencia neo-clásica es vista como un resultado directo del contacto con el pensamiento reciente de liberales no marxistas (p.e.: James Buchanan, Anthony Downs, Mancur Olson, Gary Becker y otros). Jutta Weldes ha insistido correctamente en la compatibilidad entre el marxismo clásico y la adopción del individualismo metodológico por exponentes del marxismo analítico. Otros autores, tales como Russell Jacoby y Carl Boggs dicen que aceptar la aproximación de la elección racional de Aaron, Becker, Olson y otros liberales es el “pago de admisión” que el marxismo ha tenido que hacer para su academización e institucionalización en las universidades norteamericanas. Esto también puede ser cierto en relación al marxismo analítico que se comienza a practicar en las universidades europeas.

Esta crítica al marxismo analítico no rechaza la posibilidad de un marxismo liberal (aumentando la lista de marxismos de final del siglo veinte, gracias a la influencia de Aaron sobre Elster, por ejemplo), ni tampoco significa un desdén a los métodos o técnicas cuyo valor académico-científico es independiente de las opciones práctico-políticas o de la moralidad de sus practicantes. Esta crítica descansa unicamente sobre la base del rechazo justificado a etiquetar como marxista un individualismo metodológico que de manera muy evidente está en contra del caracter colectivista de la visión del mundo de Karl Marx.

Algunos marxistas analíticos tratan de solucionar este problema desde dos perspectivas. La primera consiste en plantear que los modelos metodológicos marxistas de elección racional o de la teoría de los juegos son simplemente adaptaciones de la investición marxista a una metodología de la actual ciencia social – simplemente la sustituye por la metodología marxista tradicional de la dialéctica. Pero esto no considera un punto esencial: para Marx, la dialéctica no sólo fue un “método” sino también una visión general, una aproximación o un programa filosófico (si no se quiere mencionar la visión). Marx no habría planteado que la teoría de la elección racional o la teoría de los juegos fuesen un “escándalo” y una “atrocidad” para la burguesía – aunque sí lo dijo precisamente en relación al materialismo dialéctico en el epílogo de la segunda edición de El Capital.

No es nuestra intención aquí entrar en una interminable discusión sobre lo que Marx entendería ni plantear que Marx estaría en contra del marxismo analítico de hoy. Lo que quisiéramos decir -y así evitar un monumental malentendido- es que el concepto marxiano y marxista de dialéctica incluye un método, una aproximación general y una ontología: una concepción particular de la relación entre el hombre y el mundo y entre los hombres y la sociedad. Los marxistas analíticos hacen bien en sustituir los filosofismos dialécticos de la crítica de la economía política con conceptos de mayor rigor y elaboración, incluyendo técnicas formales de economía matemática. Tales acciones son apropiadas para toda actividad científica donde la intención sea mejorar una teoría ya formulada (o tomar ventaja de los remanentes pre-teóricos para formular una teoría separada). Trabajando de esta manera, intentando aplicar las mejores técnicas y métodos existentes en cualquier tiempo ayuda a terminar con malentendidos antiguos que hace varias décadas atrás envenenaron el debate entre “analíticos” y “dialécticos”. Esta manera de proceder lleva directamente a uno de los puntos de Karl Marx: usar la mejor metodología científica disponible (que, en su tiempo, él consideró dialéctica “en su forma racional” en comparación con otros métodos generales).

Esto, no obstante, sólo se refiere a un nivel del tema en mención: “la metodología” en el sentido reducido de la palabra. Así como Marx planteaba que había “algo más” en su concepto del método que el proceso de comprensión de los datos y de interpretación de los resultados, algunos marxistas analíticos plantean que también hay “algo más” en su método. El “algo más” de Marx es una ontología que oscila entre la crítica de la realidad social y el concepto de práctica revolucionaria. Esta ontología tiene un propósito: la toma partido con los de abajo, con los explotados y los oprimidos e intenta racionalizar su visión y su pasión. Hubiese sido ideal para Marx pensar que se podría pasar de la ciencia a la utopía, pero este intento de racionalizar los intereses, deseos y pasiones del proletariado industrial de su tiempo era exactamente lo que Marx pensaba sería un escándalo y una atrocidad para toda una clase social: la burguesía. Es importante rescatar en esta frase del epílogo a la segunda edición de El Capital porque ilustra la diferencia entre un análisis filosófico “neutral” y abstracto y un análisis respetuoso de los contextos históricos.

En realidad, si damos al método el significado limitante y técnico que en la actualidad se le asigna en las ciencias generales, los planteamientos de Marx acerca del escándalo y la atrocidad que su método produciría en toda una clase social sería ridícula. Pero un analista que ríe de lo ridículo y sugiere la sustitución de la dialéctica por el individualismo metodológico y los métodos contemporáneos de las ciencias sociales sólo ha entendido la mitad del sermón. Se ha perdido de la mejor parte. El mismo planteamiento que parece ridículo en un plano estrictamente metodológico tiene sentido al considerarse el conjunto de elementos aludidos en el método racional dialéctico. Esto es, tiene sentido cuando tenemos en mente que la dialéctica como metodología incluye lo que hemos llamado la racionalización de las pasiones de los desheredados de la tierra más la decisión de actuar de una manera revolucionaria de acuerdo con los resultados del análisis socio-económico del capitalismo. En forma clara, la frase tuvo sentido historicamente: muchos burgueses vivientes han temido durante años lo que ha sido llamado marxismo.

Hay mucho que discutir en relación a la manera en que Marx y los marxistas a través de los años han relacionado la “teoría” y la “decisión”, el “método” y la “práctica”, el “análisis de la realidad social” y la “voluntad de transformación”. Para lo que aquí interesa, es suficiente enfatizar que no hay duda con la intención político-moral y práctico de Marx. Eso es el “algo más” encubierto por el concepto marxiano de método. Por otro lado, los marxistas analíticos que han sustituido la dialectica por el individualismo metodológico están implicando o suponiendo con su “algo más” otra ontología o antropología cuyos aspectos esenciales son contrarios a los de Marx.

Para abreviar: una cosa es buscar explicaciones micro-fundamentales de los problemas macro-sociales y los conflictos que Marx contemplaba, y otro intentar reducir todas las explicaciones de los problemas sociales al campo de las acciones sociales individuales. Es importante distinguir entre conceder mayor importancia a los deseos e intereses individuales al mismo tiempo que se reconoce la emancipación de los humanos y reducir la explicación de todo conflicto socio-económico a las preferencias particulares de los individuos que constituyen la sociedad. Una manera de subrayar las diferencias entre estas dos aproximaciones -que no son sólo metodológicas sino sobre todo ontológicas y antropológicas- sería por medio de su forma de ver la humanidad. Por una parte, Marx y la mayoría de marxismos clásicos tienden a ver al hombre como un zoon politikon, esto es un animal social que actúa como un sujeto de la historia (aunque él no escoja las condiciones de su conversión en sujeto) y que es realizada por medio de las relaciones con otros hombres en una vida colectiva, cívica y pública. Como tal, adquiere la condición de ser un socialista al vivir y trabajar como un miembro del grupo de Epicuro quien aspira a la emancipación y unificación general colectivas. Por otra parte, los proponentes del marxismo de elección racional, proponentes del individualismo metológico, tienen en mente una imagen de hombre que se comporta como un miembro perdido del mismo grupo epicureano. Él calcula individualmente los resultados de su acción de la misma manera que los “tontos racionalistas” (expresión de Amartya Sen) de la teoría económica neo-clásica hacen. Es decir, como si él aspirara al socialismo en un juego de estrategias en el cual los mensajes del corazón fueran prohibidos (debido a que pueden estar en contra de su estrategias individual).

Esta otra antropología/ontología del marxismo de elección racional quizás se ha basado en una circunstancia real que es vitalmente importante para la lucha por el socialismo. Esta circunstancia consiste en el hecho de que la conducta solidaria y altruista en nuestra sociedad (y como consecuencia de la mercantilización de todas las cosas humanas y divinas que caracterizan al capitalismo) ha cesado de ser uno de los principios de conducta del Hombre Socialista. Lo que domina en la ciudad de hoy es, en realidad, la glorificación de la conducta arriba (y renuncia o aceptación connivente en el medio o algunas veces incluso abajo) de la bestia desatada del rebaño epicúreo. Esta dominación es tal que el Secretario de Estado español, José Borrel, recientemente propuso una inusual pero muy interesante definición de “socialista” que por muy buenas razonas ha sido ignorada. “Ser socialista ahora en España”, dice Borrel, “es ser capaz de volverse rico y de no serlo del todo”. Pero emancipación, en el sentido marxiano, es un objetivo colectivo inalcanzable por medio del privilegio imdividual pero íntimamente conectado a la conquista de la libertad por los condenados de la tierra. Y, si uno hace esta distinción, es crucial prestar atención a la historia de las instituciones, los hecho e ideas económicas, lo cual la elección racional marxista no hace.

En todo caso la controversia no puede estar en favor o en contra de los elementos hegelianos en Marx. La discusión del anàlisis y dialéctica de finales de siglo en el marxismo no ha sido resuelta. Si el punto de vista analítico es no caer en una declinación unilateral, se tendrá que comparar y repensar sugerencias de otros autores, marxistas o no, acerca de muchos temas: desde el uso de la metáfora en la ciencia, los límites de todos los análisis reductivistas para comprender todos los aspectos cualitativos de la realidad, los límites del formalismo en las ciencias sociales, los problemas motivados por la fragmentación de aprender y la extensión del idioma de superespecialistas y la búsqueda de una tercera cultura como un puente o nuevas formulaciones de una ciencia unificada desde la perspectiva sistémica. Existe una discusión en curso, abierta, de estos tópicos entre los filósofos de la ciencia y de científicos que filosofan. Uno debe preguntar si no es demasiado prematuro o pretencioso declarar el caso resuelto en la medida en que el marxismo está interesado; que al final no es más que uno de muchos programas de investigación o aproximaciones que compiten en este amplio campo, un campo que incluye las humanidades, las ciencias sociales y todos los puntos de intersección entre las ciencias naturales y las ciencias de la sociedad.

El marxismo del sistema-mundo

Muchos de los más influyentes autores marxistas de los ochenta seguramente admitirían que la relación entre el análisis, la orientación sistémica, y una voluntad de generalizar es un asunto irresuelto. Algunos de ellos añadirían, no obstante, que el futuro del marxismo no depende de la resolución de estos problemas. Tales autores incluyen a E. P. Thompson, R. Williams, G. Therborn, E. Fehner, J. OConor, V. Gerratana, P. Sweezy, E. Mandel, S. Amín, N. Geras y muchos otros. Representando un espectro de marxistas y del pensamiento marxista todos ellos se han referido a la dialéctica histórica como un proceso real y han reiterado su desafecto por el colapso de la comprensión cuando se hacen a un lado los problemas más grandes de nuestro tiempo. Ellos se refieren en particular a la crisis global ecológica, las crecientes desigualdades en el mundo, la nueva dimensión tomada por la división internacional del trabajo o el uso de la automatización y robots en el proceso productivo de las sociedad más industrializadas. Todos estos autores también han manifestado, en una u otra forma, la ansiedad producida por la academización de los marxismos y la debilidad de los lazos entre estos marxismos y los movimientos sociales.6

La década de los ochenta ha presenciado un inusitado crecimiento del marxismo académico en los países anglo-sajones mientras sus lazos con los movimientos políticos se ha debilitado en Europa y también en las Américas. Ganancias innegables en rigor formal y metodológico han acompañado a esta tendencia (p.e: la teoría de la explotación y las clases de John Roemer). No obstante, al abrazar los métodos más desarrollados en las ciencias sociales (teoría de los juegos, análisis de encuestas individuales) los investigadores han abrazado las teorías burguesas que soportan su desarrollo (p.e: elección racional, diferencias individuales). Una más util aproximación al marxismo debe originar métodos que no desafíen su ontología colectiva y el emergentismo social y buscar las teorías de la conducta individual que desafían los supuestos de la teoría liberal, cualquiera sea su nivel de desarrollo. En este sentido, argumentamos que la noción de dialéctica ha sido incomprendida y sacada de su contexto histórico. Idealmente, los métodos y teorías marxistas deben permanecer como “escándalo” y como “atrocidad” para la burguesía y no como un apéndice brillante del dominante punto de vista liberal sobre la humanidad.

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1 Aunque las escuelas de economistas marxistas que florecieron en décadas anteriores (p.e. Sweezy, Resnick, Sherman, Hunt) continuaron desarrollando sus trabajos, creemos que la década de los ochenta fue dominada por la emergencia del marxismo analítico al cual dedicamos un sección entera.

2 Una excepción, en la historia del activismo en la historia del sistema de salud, es la American Public Health Association la más de “izquierda” de todas las organizaciones profesionales que los autores encontraron en EVA. Lo atestiguan su continua lucha por un programa nacional de salud y su rango de posiciones sobre temas sociales relacionados a la salud que pueden ser leídos en el “The Nation s Health” la publicación oficial de la asociación.

3 Esta situación ha llevado a curiosas paradojas. Por ejemplo, el paradigma de la elección racional que algunos marxistas analíticos han adoptado es considerado conservador entre los psicólogos y sociólogos liberales de EVA, entre ellos, el grupo en torno de E. Etzioni, también conocido como los “comunitarios” que es cercano al PresidenteClinton.

Otra paradoja es que algunos exponentes de la escuela weberiana en sociología han considerado inadecuada la información de las encuestas individuales para la afirmación de la conciencia de clase (ver Culturas de Solidaridad de Fantasia) mientras, de nuevo, algunos sociólogos marxistas todavía utilizan la información de encuestas individuales para responder cuestiones sobre la conciencia de clase.

4 Las diferencias siempre surgen en el trabajo de un académico: por ejemplo el desarrollo en los 90 del socialismo de mercado de Roemer tiene muy poca relación con sus trabajos de elección racional de los setenta y ochenta.

5 El ataque de Elster sobre Marx es particularmente relevante para nuestro señalamiento. Su libro “Making sense of Marx” es, en lo fundamental, crítico al colectivismo metodológico de Marx. Esto nos sorprende por ser injusto: los objetivos del ataque de Elster deberían ser los actuales macroeconomistas corno Sherman o Raffalivich, !no el trabajo de Marx del siglo XVIII! Atacar a Marx con sus perspectivas del siglo XVIII no tiene ningún sentido. Sería corno / tearing apart/ las metáforas de la “sobrevivencia de los más aptos” ignorando el contexto social de Darwin o criticar a los experimentos de Pavlov desde los conocimientos actuales sobre el aprendizaje asociativo. Elster está pronto a criticar el antroporfismo utilizado por Marx en los Grundrisse pero es acrítico ante la teoría de la conducta individual inherente en la elección racional, una teoría más vieja y, con probabilidad, más empíricamente desacreditada que cualquier especulación de Marx. Así, mientras Marx proporciona una visión general en la ontología colectiva, el individualismo metodológico de la elección racional no ha sido capaz de parar el escrutinio conductual y permanece popular entre los economistas en gran parte por razones ideológicas.

Además, Elster es acrítico de conceptos psicológicos de base tales corno “debilidad de voluntad” que usa sin restricciones (ver p.e. “Tuercas y tornillos”) y que son tan vagos corno teleológicos y faltos de apoyo empírico y teorético corno cualquier sección de los Grudrisse. “Debilidad de voluntad”, sin ninguna sorpresa, es utilizado por psicolgistas de derecha para justificar los cortes de beneficencia por medio de la noción de la responsabilidad individual para la acción humana que contiene esta expresión.

Las especulaciones y antropomorfismos de Marx fueron propios de ese tiempo. Lo mismo no puede ser dicho de la psicología conservadora actual que es mucho más dificil de justificar después de un siglo de investigación conductual.

6 Marxistas de elección racional corno J. Roemer no son muy felices con esta tendencia. Más aún, podría argumentarse que algunos de los autores de este grupo tienden a especular de manera extensa y se benefician del rigor que caracteriza a los marxistas analíticos.

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